
-Es la Cicatriz Cinética –respondió
Ginny, que estaba situada varios metros detrás del Brujo, agitando con ambas
manos su cabello morado, con la intención de deshacerse también de ese
fastidioso polvo -. Amach ya nos transportó a
cada uno de los grupos a los lugares más próximos posibles de nuestros
destinos. ¿No es genial? Así llegaremos a la cita con Nixxy en un periquete.
-¿Nixxy?
-¡Oh! Es una Maga de Retaguardia muy amigable,
contacto de Voltium Nekro y con un gran entusiasmo por colaborar con vosotros,
Consejo. Te caerá bien, ¡ya lo verás!
Ignis no respondió, salvo por una
expresión de molestia. Maldecía el momento en el que el Sabio optó por
emparejarle con esa chica tan hiperactiva, infantil y cálida; todo lo contrario
a la actitud seria, disciplinada y apática del Moldeabrasas. Pero a lo hecho
pecho, no tenía más remedio que repetirse para sus adentros que en cuestión de
varias horas ya no tendría que ser su “compañero de aventuras”.
De momento, antes de centrarse en la
misión, debían averiguar el punto exacto en el que se localizaban, para que,
una vez hecho esto, se pusiera rumbo directo a la ofensiva de los Magos de
Retaguardia donde, según Ginny, esa tal Nixxy les estaba esperando con,
palabras textuales de la Segadora, los brazos y el corazón abiertos de par en
par.
-Esto parece la pesadilla de un asmático, ¿a qué se
debe tanto polvo?
-Es la Cicatriz Cinética… ¡Piensa! –respondió
dándose con el dedo índice suaves golpes en su frente –. “Algo” pasó que bautizó este lugar como tal. Venga, tú
eres un veterano de la Guerra de los Arcanos, por lo que estoy segurísima de
que alguna contienda la tuviste justo aquí, en la antigua Meseta Crepitante.
Ese nombre despertó a Ignis. Ahora sí
conocía este lugar y la razón de ese irritante fenómeno. Sabía que la Meseta
Crepitante dejó de existir tras una ardua batalla entre Magos de Retaguardia y
Magos Oscuros rebeldes.
En ese lugar otrora circulaba uno de los
más caudalosos flujos de maná y, consecuentemente, la zona rezumaba magia por
doquier, siendo un sitio donde hasta los animales autóctonos adquirían facultades
especiales o directamente mutaban por su coexistencia con el maná puro. En la
región, evidentemente, se prohibió terminantemente que se libraran enfrentamientos entre los
distintos bandos de la Guerra de los Arcanos. Sin embargo, un grupo de Magos Oscuros,
de esos que no hacían más que manchar el estatus de los otros de su clase, que
sí eran bienintencionados, quería sacar un buen provecho de la guerra y trató
de adueñarse de esa suculenta fuente de poder.
Por aquel entonces Ignis era aliado
tanto de los Magos de Retaguardia como de los Archimagos por haberse ofrecido
voluntario en algunas ocasiones para enseñar en la propia Universidad las
mejores y más eficientes técnicas de magia ígnea. Como tal, varios años
participó en la primera línea de infantería, dirigiendo a los pelotones de
Magos más valientes que el ejército aliado podía reunir. Y, por ende, estos
valerosos hechiceros no iban a permitir que estos antagonistas de la armonía se
apropiasen de tamaña cantidad de magia. ¿Qué hicieron? Enviar una ingente masa
de Magos, de entre los cuales se encontraba Ignis como comandante de asalto,
hacia la Meseta Crepitante. Pero lo que desconocía tanto un bando como otro era
lo mala idea que sería que la magia blanca y la magia negra confluyeran en un
sitio tan sobrecargado de energía.
La primera contienda se dio por iniciada
y nadie supo que las acciones bélicas de aquel día desencadenarían algo peor
que una posible derrota. Ni siquiera, cuando los primeros ataques no eran
efectivos contra los adversarios, sino que eran engullidos por la propia
tierra, ningún soldado o cargo de más alto rango pudo sospechar que algo no
marchaba bien. La decisión fue contraria a la lógica y se mandó que los
hechizos se cargasen con más potencia, acelerando así el mecanismo explosivo
que se estaba formando bajo sus pies.
¿Qué estaba pasando? En pocas palabras:
sinergia arcana. La magia blanca y la magia negra tenían una característica
común. Ambas eran magias íntegras, es decir, energías primarias nacidas
directamente de los propios flujos de maná, sin mutar por factores del entorno
como les ocurrió a la magia magmática o a la sacra.
Para empeorar las cosas, la fuerza de
atracción que ejercía la Meseta Crepitante sobre la magia colindante estaba
debilitando segundo por segundo a los hechiceros sin que estos se percatasen.
Con sólo tocar con sus desgastadas botas el inestable suelo les eran sustraídas
minúsculas partículas de maná de sus capilares pedios. Si a esto se les añadían
las desmesuradas pérdidas con cada hechizo evocado, sería cuestión de horas que
sus sistemas circulatorios, ahora dependientes del maná, se volvieran
disfuncionales y fueran cayendo en el campo de batalla sin saber el porqué de
sus perecimientos.
Ignis, y otros pocos con algo más en sus
mentes que el matar al adversario, se fueron dando cuenta del súbito
decrecimiento de sus fuerzas. Asimismo, comprobaron que, cuanto más se insistía
en acelerar y fortalecer la confrontación, más veloz era este debilitamiento.
Por ende, estos lúcidos hechiceros se reunieron y sopesaron todas las
posibilidades, señalando como razón general la relación existente entre
enfatizar de manera forzada la acción de sus tropas y la contraposición
idiopática de sus facultades mágicas.
Analizando todas sus ideas, ellos solos
se aproximaron casi al filo de la auténtica verdad, advirtiendo que existía
algún tipo de fenómeno justamente en la Meseta Crepitante que iba a masacrar a
todos si continuaban con esos inútiles esfuerzos. Con esta conclusión, no
perdieron más el tiempo y se dirigieron al Mariscal de Campo Nefistelos, uno de
los mejores estrategas Archimagos y elegido para dirigir el completo batallón
de esa contienda.
Desgraciadamente, centrado en su
totalidad en el flaqueo masivo de los Magos Oscuros y cegado ante el de su propio
ejército, obvió las palabras de Ignis y los otros y les obligó a regresar al
campo de batalla.
Sin embargo, debían parar ese suicidio
en potencia. Trataron de convencer a sus camaradas, e incluso enviaron a un
embajador para informar de la crucial situación a los Magos Oscuros, pero por
desgracia fueron escasos soldados los que entraron en razones…
Viendo que con el resto la palabra no
servía para nada y emplear la fuerza les conduciría por el mismo letal camino
que trataban de evitar, no tuvieron más remedio que abandonar la batalla y
olvidar a sus compañeros, quienes un día después, observados por un hechicero
de los que escapó, muy hábil como avizor, fueron desplomándose sin vida para,
al final, inexplicablemente para ellos, ser sus carcasas devoradas por una
gigantesca explosión azulada de origen arcano… Básicamente el caudal había
estallado desgarrando la carne y los huesos de los caídos y de los aún
moribundos.
Días más tarde se exploró la zona y se
teorizó que la causa primordial era el haber empleado magias primarias en una
región con tamaña actividad mágica. El flujo de maná engulló tanta cantidad de
energía que desbordó su contenido, filtrándose entre las agrietadas grietas y
explotando debido a la inestabilidad. La energía liberada barrió literalmente
todo resquicio de vida, aquella que no había sido todavía arrancada gota a gota
mientras el caudal permanecía medianamente estable.
Pero lo peor faltaba por llegar. Algunos
Resucitadores acudieron a la Meseta Crepitante con el fin de levantar a unos cuantos afortunados cuyas almas seguían débilmente atadas a sus cuerpos. No obstante,
pese a sus arduos intentos, ahora pudiendo utilizar todo el potencial mágico
debido a la “muerte” del flujo de maná, no lograron resucitar a nadie. Las
palabras textuales de Maximilian von Licht, uno de los más hábiles
Resucitadores de la Historia, con casi facultades de médium, fueron que “no
había almas, pero tampoco habían abandonado el lugar”.
Ignis y otros compañeros,
desesperanzados, se dignaron sencillamente a visitar el lugar cada cierto
tiempo y rendir homenaje a sus camaradas caídos. En cambio, un día, ya pasados
un par de meses, presenciaron lo inesperado. La tierra se agitó, el viento
sopló con una fuerza inconcebible y resonaron aullidos de origen desconocido.
La meseta, inerte por una temporada, volvía a resurgir con vida, aunque esta
vez de un modo algo más paranormal.

A partir de entonces, entre esos
vendavales perennes y esa atmósfera polvorienta, en ciertas ocasiones, estas
ánimas atrapadas recreaban las acciones llevadas a cabo en sus últimos momentos
de vida, condenadas a sufrir en un ciclo sin fin las manifestaciones provocadas
por un odio imperecedero y caro, de un precio tan alto como la prohibición del
descanso que cualquier otro soldado merecería. Era la neonata Cicatriz
Cinética.
-Hacía tiempo que no venía aquí –respondió
Ignis tras haberse sumergido un buen rato en sus recuerdos –. No… no sabía que ahora este lugar se llamaba así.
-Uh… Por esa expresión aflictiva creo que he tocado
cierta parte de tus memorias de un tono algo grisáceas. ¡Lo siento! –contestó
la Segadora, con tal nivel empático que un par de lágrimas acababan de brotar
de sus ojos –. La próxima vez será mejor que permanezca callad…
-No importa. Hemos venido a hablar con esa tal
Nixxy, no a remover el pasado. Y bien, ¿por dónde nos espera?
Desafortunadamente, como si esa
interrupción del Moldeabrasas se hubiera tratado de un hechizo de invocación,
la Cicatriz Cinética se agitó una vez más. Esa fecha del pasado era la que
desagradaba al Gran Brujo, y lo que no sabía es que habían llegado en el
momento preciso en el que nuevamente dicho margen temporal iba a ser revivido.
-¿Qué… qué pasa? Se está levantando más suciedad de
la normal…
-No es suciedad, son los restos cadavéricos de mis
compañeros de batalla, de lo más cercano a unos… amigos.
Hoz Estelar se llevó las manos a la
boca, arrepentida por sus palabras, pidiendo perdón a Ignis con su implorante
mirada. Aunque esté había ignorado desde el principio su metedura de pata, pues
se había quedado embelesado, aguardando la materialización de esas almas
atrapadas para poder ver a los suyos una vez más.
-¿Qué ocurrió, Ignis? Estuviste aquí cuando este lugar
dejó de llamarse la Meseta Crepitante, ¿cierto? ¿Hay algo, acaso, que los
libros ocultaron?
-¿Y qué se supone que aparece en ellos acerca de
esta… masacre? –preguntó él tratando inevitablemente de contener sus lágrimas al
presenciar el primer rostro materializado, cuya alma pertenecía a un
jovencísimo Mago al que dio clases de hechicería ígnea personalmente en la
Universidad –. Sorpréndeme, vamos.
-No me acuerdo de gran cosa, aunque en un breve
resumen venían a decir que el Mariscal de Campo Nefistelos hizo todo lo posible por
contener la gigantesca explosión que desató el ejército de Zyffa la Plañidera.
-¿¡Qué sandez es esa!? ¿Nadie de los otros
supervivientes fue capaz de decir la verdad durante mi ausencia? Espera –dijo
para que su compañera no respondiera aún –,
déjame adivinar… ¿a que esa absurdidad fue redactada por Magos? ¡Oh, qué raro
se me hace!
-No… no sé si lo escribieron Magos, aunque puede ser
posible… ¿Entonces qué sucedió de verdad?
-Ni él ni la Plañidera cedieron a nuestro ruegos –contestó
agachando la cabeza, incapaz de aguantar la mirada a la decimosexta ánima
materializada, la cual recreaba el momento exacto en el que su corazón dejaba
de funcionar, exento de sangre mezclada con maná –.
Fuimos pocos los que sospechamos que la singularidad de estas tierras era
nuestro verdadero enemigo… Tratamos de hacérselo ver a Nefistelos, pera estaba
enfrascado en una victoria que jamás llegó, ídem con Zyffa, nuestro embajador
regresó sin esperanza alguna, solamente trayendo consigo a un par de Magos
Oscuros que le habían escuchado por casualidad y también habían creído desde un
principio que algo no iba bien en la Meseta Crepitante.
-Eso es horrendo. Eso quiere decir que…
-El Mariscal de Campo no es ningún héroe, y la Plañidera no
llegó a tales límites. Simple y llanamente se mataron a sí mismos y a sus
ejércitos por la pura ambición de conquista… Ginny, Nefistelos no sólo vino para
impedir que los Magos Oscuros se apropiaran de ese flujo de maná. Mi veteranía
en la Guerra de los Arcanos me permitía ver a través de las intenciones de mis
camaradas. Él pretendía, si se alzaba con la victoria, apropiarse de ese pedazo
de tierra para beneficio de los Magos y, ante todo, de él mismo.
Tras las palabras de Ignis hubo un
amplio silencio, en el cual Ignis continuó honrando a sus compañeros para sus
adentros y Ginny recapacitaba sobre el ideal que tenía de los supuestos héroes
impolutos que eran los Magos de la Guerra de los Arcanos. No obstante, dicha
pausa duró bastante menos de lo que hubieran querido, pues un extraño sonido
apareció en la lejanía, de escasos decibelios y de rasgos eléctricos, similar a
un conjuro estándar de un Electromante.
-¿Oyes es…?
A pesar de escucharse aparentemente lejos,
en cuestión de segundos la fuente del sonido se posicionó extremadamente cerca
de ellos. Y con razón, pues aquello que chisporroteaba no era otra cosa que un
proyectil mágico de calibre medio. Por fortuna no impactó directamente en
ninguno de los dos, aunque la onda expansiva de la colisión fue lo
suficientemente agresiva para lanzarlos por los aires y causarles unos daños
considerables.
El disparo había ocasionado una monumental
humareda, levantando gran parte de las exánimes cenizas. Ginny e Ignis se
pusieron de pie rápidamente y se alarmaron al divisar a varios metros de ellos
una robusta silueta, cuya nitidez quedaba oculta por todo ese polvo de carácter
mortuorio. Pero el no poder ver quién era no suponía una terrible escasez de
información, pues ya de por sí el contorno que observaban era bastante
amenazador. Algo humanoide, pero ni por asomo similar a un humano, de altura
colosal y con “brazos” alargados, que casi alcanzaban la región inferior de sus
gruesas “piernas”. Aunque aún había algo más apabullante, y es que dichas
extremidades no estaban unidas al torso, sino que flotaban. Para finalizar, el compendio
entero de ese ser se veía envuelto en un sutil embozo reluciente de color azul
turquesa.
-¿Podemos ayudarle en algo?
-Por favor, Ginny. No sé la razón de ellas, pero es
evidente que tiene intenciones hostiles.
La atmosfera aclareció y quedó expuesta
su verdadera forma. No tenía carne, ni músculos, y posiblemente ni huesos. Tan
sólo era una amalgama de piedras, cuatro alargadas para los brazos y las
piernas, cuatro algo más redondeadas y con picos afilados para las manos y los
pies, una más grande para el torso y una de menor tamaño para la cabeza. La
totalidad de estas se mantenía con “vida” por aquel embozo, el cual ahora Ginny
sabía que era una mera infusión de maná puro.
-¡Vaya! ¡No hay de qué preocuparse, Ignis! ¡Sólo es
un constructo!
-Bueno, no como este, pero esa tonalidad de maná que
le rodea cobra ese color porque sirve para animar un objeto inerte. En otras
palabras, un Segador de la zona le ha dado vida a estas diez piedras para
fabricar una especie de golem.
-Vale, perfecto, ya sé su origen. ¿Puedes decir
ahora, si eres tan amable, por qué estás tan segura de que no hay que
preocuparse por nada?
-¡Es obvio! –dijo entre risas –. Yo también
soy una Segadora, ¿lo recuerdas? Si de verdad este constructo ha sido el que ha
lanzado ese proyectil y viene a por nosotros, en un abrir y cerrar de ojos
habré arrancado su magia con estas dos amigas que tengo aquí.
Ginny despegó de su cinturón violeta sus
hoces y se las mostró al constructo, en un indicio amenazador. Por desgracia,
quedaba claro que estos seres también carecían de razonamiento, ya que ignoró
por completo el aviso de Hoz Estelar y se dispuso a dispararles de nuevo,
extendiendo sus brazos y apuntando con cada uno a un hechicero.
La Segadora trató de anteponerse al
ataque y canalizó todo su poder a las hoces para inmediatamente absorber el
maná del constructo. O eso pretendía… Sus acciones fueron completamente inservibles.
No pudo apoderarse ni de la más mínima molécula. Anonadada, no se percató de
que ahora era momento para defenderse y quedó expuesta al impacto directo del
proyectil que estaba a escasos minutos de volar hacia ella.
Ignis, por su lado, que también había
pensado que Ginny iba a detener al constructo, corrió hacia ella para ponerla a
salvo, pero se fijó en que cualquier intento iba a resultar en fracaso, ya que
el rocoso puño le seguía a la par que iba conformando el asolador hechizo.
Fuera como fuera, ambos iban a recibir el letal impacto. El Moldeabrasas podría
resucitar, pero muy probablemente la Segadora moriría en el acto. Sólo un
milagro podría salvarles de ese aprieto nacido de una sobrevalorada confianza.
Afortunadamente, a veces los milagros
ocurren, y esta fue una de esas ocasiones. Apareció de la nada, detrás del
ente, una mujer oculta tras una cogulla gris, vestida además con una túnica
morada y un cinturón del mismo color que el de Ginny, en el que yacía la funda
de una espada vacía. Vacía porque dicha arma la portaba en ese preciso instante
en su mano derecha, dando con ella un veloz movimiento que partió en dos
mitades, con un trazado oblicuo, al amenazante ser que volvía a convertirse en
un mero montículo de piedras.
-¿Estáis bien?
-Sí, muchas gracias por… Un momento –dijo repentinamente
Ignis, sobresaltado por algo–. Habla otra vez,
si no es molestia.
-¿Ocurre algo?
-¡Vaya, qué curioso! Tienes exactamente la misma voz
que la de mi compañera de viaje Ginny.
-¿Có…cómo has dicho que se llama?
En ese momento ella, Ginny, agitó la
cabeza, volviendo en sí, dándose cuenta de que quien les había salvado había
sido Nixxy. Al grito de “hermana” se abalanzó hacia ella propiciándola un
afectuoso y estrangulador abrazo.
-¡Mira, Moldeabrasas! ¡Ella es Nixxy! ¡La
encontramos, la encontramos!
El Gran Brujo posó sus manos en su
frente, sin poder evitar reírse. Si ya le era agotador con una chica enérgica
ahora les acompañaría una copia exacta de ella, lo cual le llevó a pensar en…
-Ginny, no me habías dicho que ella y tú erais
hermanas… ¡y mucho menos que erais gemelas!
Las dos dejaron de abrazarse y se miraron
mutuamente, asintiendo a posteriori. Aún risueñas, se quitaron las cogullas y
le enseñaron sus cabellos. El de Ginny era gris, mientras que el de Nixxy era morado.
-No pasa nada, podrás distinguirnos por el color de
nuestro pelo y de nuestra indumentaria –respondió ocurrentemente Nixxy –.
-Y si eso no es suficiente –añadió
Ginny –, serás capaz de diferenciarnos por nuestro
lunares, ¿ves? El mío está en la mejilla izquierda, pero el de mi hermana está
en la derecha. ¡Somos como un espejo
cromáticamente alterado!
-Bueno, pongámonos serios durante un momento –concluyó
Ignis con un suspiro –. Imagino entonces que la
ofensiva que habéis levantado vosotros, los Magos de Retaguardia, en este sitio
era debido a este constructo, ¿ando mal encaminado?
-Es correcto –respondió Nixxy –. Pero me temo que no sólo se trataba de este. Hace
semanas uno de nuestros vigías, de los que se encargan de que nadie manipule
indebidamente los fenómenos que acaecen en la Cicatriz Cinética, divisó a dos
constructos reabsorbiendo maná de la propia tierra. De inmediato enviamos un
pequeño pelotón, pero nos llegó información de que había mucho más de dos
constructos. A partir de ahí fue cuestión de tiempo que levantásemos una
ofensiva e intentásemos averiguar la procedencia de estas inacabables oleadas
de marionetas invasoras. Pero extraña y desafortunadamente nunca hemos avanzado
más allá de saber que quien está detrás es un Segador, y poco más.
-Y no debe ser un cualquiera, hermana –aclaró
Ginny con una seriedad nunca antes vista en ella –.
Ni yo he podido disolver el encantamiento de los constructos. Quien los haya
animado los ha protegido bastante bien y ha adherido el maná a la piedra a
conciencia.
-Quienquiera que sea lleva tiempo haciéndolo, por lo
que no debe ser el objetivo que busca Voltium Nekro, aunque tampoco es una
nimiedad… Nixxy, si hay algo que podamos hacer…
-Poca cosa, Moldeabrasas. No lo he destruido con
esta espada por puro placer. No me malinterpretes pero… un campesino, armado
con su horquillo, podría hacer más contra estos seres… Tal y como ha pasado con
mi hermana, no hay ningún tipo de hechizo que los pueda fulminar, como mucho
desgastar lentamente. Aunque eso no quiere decir que las armas imbuidas con
maná no puedan. Curiosamente, por pura coincidencia accidental, descubrimos que
las espadas y dagas encantadas eran capaces de atravesar su armazón de maná,
así que desde entonces hemos estado empleando estas antiguallas, más acordes
con un Señor de la Guerra que con un Mago de Retaguardia.
-No importa, por mi parte no supone ningún problema,
tengo a esta pequeña.
En ese instante Ignis mostró a Nixxy su Puñal Llameante, dispuesto a imbuirlo con la
totalidad de su poder ígneo para despedazar a cualquier constructo que
decidiera presentarse. Sin embargo, quien se presentó fue otro, que parecía que
había recibido la llamada del arma.
Una densa nube de maná turquesa surgió
de detrás de un gigantesco montículo y se detuvo a varios metros del Gran
Brujo. La susodicha nube fue perdiendo densidad y dando a ver un humano de toga
de color azul oscuro rasgada y sin mangas. La mitad derecha de su rostro estaba
quemado y el ojo de esta misma parte era de un negro sobrecogedor, siendo el
del otro lado azul. Su cabello, negro pero azulado en las puntas, comenzó a
ondear conforme con sus manos atraía los resquicios del constructo derrotado
para mantener a flote y a su espalda las diez piedras, atándolas nuevamente a
una niebla turquesa.
-¿¡Tridio –exclamaron las hermanas al unísono –,
Tridio Moneda de Plata!?
Las piezas ya encajaban. Un Segador de
su talla era capaz de haber formado este caos y mucho más. La cuestión era para
qué, e Ignis ya se estaba haciendo una idea, observando que el ojo sano de Tridio
mantenía fijamente la mirada en el Puñal Llameante.
Quizás fuera coincidencia y el Segador
habría aparecido para hacerse con ese botín extra, o tal vez el Moldeabrasas
estaba en lo cierto y toda esta parafernalia había sido para conseguir su
puñal. Tanto de una forma como de otra las intenciones de Tridio siempre se
resumían en una palabra: dinero. Es decir, lo que fuera que estuviera haciendo
lo hacía en nombre del mejor postor, así que más que preguntarse para qué,
debían cuestionarse quién le había pagado para realizar todo aquello.
Ignis se aburrió de pensamientos
sinsentido. El objetivo actual de Moneda de Plata, si había aparecido
personalmente tras haberse escondido eficazmente de las incesantes búsquedas de
los Magos de Retaguardia, era evidente: había de deshacerse de él, de Ginny, o
de ambos, y el Gran Brujo de las Ascuas no se lo iba a poner en bandeja. Dio un
paso al frente y prendió su cuerpo en llamas, preparado para ofrecer un buen
espectáculo.