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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 13 de junio de 2014

El Consejo de los Seis Puñales: Aire [15]

-¿Se puede saber dónde estoy? –se preguntó Ignis a sí mismo en voz alta después de toser repetidas veces y sacudirse el polvo de su toga –.

-Es la Cicatriz Cinética –respondió Ginny, que estaba situada varios metros detrás del Brujo, agitando con ambas manos su cabello morado, con la intención de deshacerse también de ese fastidioso polvo -. Amach ya nos transportó a cada uno de los grupos a los lugares más próximos posibles de nuestros destinos. ¿No es genial? Así llegaremos a la cita con Nixxy en un periquete.

-¿Nixxy?

-¡Oh! Es una Maga de Retaguardia muy amigable, contacto de Voltium Nekro y con un gran entusiasmo por colaborar con vosotros, Consejo. Te caerá bien, ¡ya lo verás!

Ignis no respondió, salvo por una expresión de molestia. Maldecía el momento en el que el Sabio optó por emparejarle con esa chica tan hiperactiva, infantil y cálida; todo lo contrario a la actitud seria, disciplinada y apática del Moldeabrasas. Pero a lo hecho pecho, no tenía más remedio que repetirse para sus adentros que en cuestión de varias horas ya no tendría que ser su “compañero de aventuras”.

De momento, antes de centrarse en la misión, debían averiguar el punto exacto en el que se localizaban, para que, una vez hecho esto, se pusiera rumbo directo a la ofensiva de los Magos de Retaguardia donde, según Ginny, esa tal Nixxy les estaba esperando con, palabras textuales de la Segadora, los brazos y el corazón abiertos de par en par.

-Esto parece la pesadilla de un asmático, ¿a qué se debe tanto polvo?

-Es la Cicatriz Cinética… ¡Piensa! –respondió dándose con el dedo índice suaves golpes en su frente –. “Algo” pasó que bautizó este lugar como tal. Venga, tú eres un veterano de la Guerra de los Arcanos, por lo que estoy segurísima de que alguna contienda la tuviste justo aquí, en la antigua Meseta Crepitante.

Ese nombre despertó a Ignis. Ahora sí conocía este lugar y la razón de ese irritante fenómeno. Sabía que la Meseta Crepitante dejó de existir tras una ardua batalla entre Magos de Retaguardia y Magos Oscuros rebeldes.

En ese lugar otrora circulaba uno de los más caudalosos flujos de maná y, consecuentemente, la zona rezumaba magia por doquier, siendo un sitio donde hasta los animales autóctonos adquirían facultades especiales o directamente mutaban por su coexistencia con el maná puro. En la región, evidentemente, se prohibió terminantemente  que se libraran enfrentamientos entre los distintos bandos de la Guerra de los Arcanos. Sin embargo, un grupo de Magos Oscuros, de esos que no hacían más que manchar el estatus de los otros de su clase, que sí eran bienintencionados, quería sacar un buen provecho de la guerra y trató de adueñarse de esa suculenta fuente de poder.

Por aquel entonces Ignis era aliado tanto de los Magos de Retaguardia como de los Archimagos por haberse ofrecido voluntario en algunas ocasiones para enseñar en la propia Universidad las mejores y más eficientes técnicas de magia ígnea. Como tal, varios años participó en la primera línea de infantería, dirigiendo a los pelotones de Magos más valientes que el ejército aliado podía reunir. Y, por ende, estos valerosos hechiceros no iban a permitir que estos antagonistas de la armonía se apropiasen de tamaña cantidad de magia. ¿Qué hicieron? Enviar una ingente masa de Magos, de entre los cuales se encontraba Ignis como comandante de asalto, hacia la Meseta Crepitante. Pero lo que desconocía tanto un bando como otro era lo mala idea que sería que la magia blanca y la magia negra confluyeran en un sitio tan sobrecargado de energía.

La primera contienda se dio por iniciada y nadie supo que las acciones bélicas de aquel día desencadenarían algo peor que una posible derrota. Ni siquiera, cuando los primeros ataques no eran efectivos contra los adversarios, sino que eran engullidos por la propia tierra, ningún soldado o cargo de más alto rango pudo sospechar que algo no marchaba bien. La decisión fue contraria a la lógica y se mandó que los hechizos se cargasen con más potencia, acelerando así el mecanismo explosivo que se estaba formando bajo sus pies.

¿Qué estaba pasando? En pocas palabras: sinergia arcana. La magia blanca y la magia negra tenían una característica común. Ambas eran magias íntegras, es decir, energías primarias nacidas directamente de los propios flujos de maná, sin mutar por factores del entorno como les ocurrió a la magia magmática o a la sacra.

Para empeorar las cosas, la fuerza de atracción que ejercía la Meseta Crepitante sobre la magia colindante estaba debilitando segundo por segundo a los hechiceros sin que estos se percatasen. Con sólo tocar con sus desgastadas botas el inestable suelo les eran sustraídas minúsculas partículas de maná de sus capilares pedios. Si a esto se les añadían las desmesuradas pérdidas con cada hechizo evocado, sería cuestión de horas que sus sistemas circulatorios, ahora dependientes del maná, se volvieran disfuncionales y fueran cayendo en el campo de batalla sin saber el porqué de sus perecimientos.

Ignis, y otros pocos con algo más en sus mentes que el matar al adversario, se fueron dando cuenta del súbito decrecimiento de sus fuerzas. Asimismo, comprobaron que, cuanto más se insistía en acelerar y fortalecer la confrontación, más veloz era este debilitamiento. Por ende, estos lúcidos hechiceros se reunieron y sopesaron todas las posibilidades, señalando como razón general la relación existente entre enfatizar de manera forzada la acción de sus tropas y la contraposición idiopática de sus facultades mágicas.

Analizando todas sus ideas, ellos solos se aproximaron casi al filo de la auténtica verdad, advirtiendo que existía algún tipo de fenómeno justamente en la Meseta Crepitante que iba a masacrar a todos si continuaban con esos inútiles esfuerzos. Con esta conclusión, no perdieron más el tiempo y se dirigieron al Mariscal de Campo Nefistelos, uno de los mejores estrategas Archimagos y elegido para dirigir el completo batallón de esa contienda.

Desgraciadamente, centrado en su totalidad en el flaqueo masivo de los Magos Oscuros y cegado ante el de su propio ejército, obvió las palabras de Ignis y los otros y les obligó a regresar al campo de batalla.

Sin embargo, debían parar ese suicidio en potencia. Trataron de convencer a sus camaradas, e incluso enviaron a un embajador para informar de la crucial situación a los Magos Oscuros, pero por desgracia fueron escasos soldados los que entraron en razones…

Viendo que con el resto la palabra no servía para nada y emplear la fuerza les conduciría por el mismo letal camino que trataban de evitar, no tuvieron más remedio que abandonar la batalla y olvidar a sus compañeros, quienes un día después, observados por un hechicero de los que escapó, muy hábil como avizor, fueron desplomándose sin vida para, al final, inexplicablemente para ellos, ser sus carcasas devoradas por una gigantesca explosión azulada de origen arcano… Básicamente el caudal había estallado desgarrando la carne y los huesos de los caídos y de los aún moribundos.

Días más tarde se exploró la zona y se teorizó que la causa primordial era el haber empleado magias primarias en una región con tamaña actividad mágica. El flujo de maná engulló tanta cantidad de energía que desbordó su contenido, filtrándose entre las agrietadas grietas y explotando debido a la inestabilidad. La energía liberada barrió literalmente todo resquicio de vida, aquella que no había sido todavía arrancada gota a gota mientras el caudal permanecía medianamente estable.

Pero lo peor faltaba por llegar. Algunos Resucitadores acudieron a la Meseta Crepitante con el fin de levantar a unos cuantos afortunados cuyas almas seguían débilmente atadas a sus cuerpos. No obstante, pese a sus arduos intentos, ahora pudiendo utilizar todo el potencial mágico debido a la “muerte” del flujo de maná, no lograron resucitar a nadie. Las palabras textuales de Maximilian von Licht, uno de los más hábiles Resucitadores de la Historia, con casi facultades de médium, fueron que “no había almas, pero tampoco habían abandonado el lugar”.

Ignis y otros compañeros, desesperanzados, se dignaron sencillamente a visitar el lugar cada cierto tiempo y rendir homenaje a sus camaradas caídos. En cambio, un día, ya pasados un par de meses, presenciaron lo inesperado. La tierra se agitó, el viento sopló con una fuerza inconcebible y resonaron aullidos de origen desconocido. La meseta, inerte por una temporada, volvía a resurgir con vida, aunque esta vez de un modo algo más paranormal.

Las almas habían quedado ocultas, tragadas también por ese subsuelo, y habían estado interactuando con resquicios de maná. Las cenizas cremadas de los cuerpos se alzaron, flotando en el aire y trazando un armónico baile alrededor de los visitantes. De vez en cuando, entre ese viento blanquecino, tintado por las cenizas y el polvo, un rostro cobraba forma y observaba con templanza a sus compañeros. Era uno de los caídos…


A partir de entonces, entre esos vendavales perennes y esa atmósfera polvorienta, en ciertas ocasiones, estas ánimas atrapadas recreaban las acciones llevadas a cabo en sus últimos momentos de vida, condenadas a sufrir en un ciclo sin fin las manifestaciones provocadas por un odio imperecedero y caro, de un precio tan alto como la prohibición del descanso que cualquier otro soldado merecería. Era la neonata Cicatriz Cinética.

-Hacía tiempo que no venía aquí –respondió Ignis tras haberse sumergido un buen rato en sus recuerdos . No… no sabía que ahora este lugar se llamaba así.

-Uh… Por esa expresión aflictiva creo que he tocado cierta parte de tus memorias de un tono algo grisáceas. ¡Lo siento! –contestó la Segadora, con tal nivel empático que un par de lágrimas acababan de brotar de sus ojos –. La próxima vez será mejor que permanezca callad…

-No importa. Hemos venido a hablar con esa tal Nixxy, no a remover el pasado. Y bien, ¿por dónde nos espera?

Desafortunadamente, como si esa interrupción del Moldeabrasas se hubiera tratado de un hechizo de invocación, la Cicatriz Cinética se agitó una vez más. Esa fecha del pasado era la que desagradaba al Gran Brujo, y lo que no sabía es que habían llegado en el momento preciso en el que nuevamente dicho margen temporal iba a ser revivido.

-¿Qué… qué pasa? Se está levantando más suciedad de la normal…

-No es suciedad, son los restos cadavéricos de mis compañeros de batalla, de lo más cercano a unos… amigos.

Hoz Estelar se llevó las manos a la boca, arrepentida por sus palabras, pidiendo perdón a Ignis con su implorante mirada. Aunque esté había ignorado desde el principio su metedura de pata, pues se había quedado embelesado, aguardando la materialización de esas almas atrapadas para poder ver a los suyos una vez más.

-¿Qué ocurrió, Ignis? Estuviste aquí cuando este lugar dejó de llamarse la Meseta Crepitante, ¿cierto? ¿Hay algo, acaso, que los libros ocultaron?

-¿Y qué se supone que aparece en ellos acerca de esta… masacre? –preguntó él tratando inevitablemente de contener sus lágrimas al presenciar el primer rostro materializado, cuya alma pertenecía a un jovencísimo Mago al que dio clases de hechicería ígnea personalmente en la Universidad –. Sorpréndeme, vamos.

-No me acuerdo de gran cosa, aunque en un breve resumen venían a decir que el Mariscal de Campo Nefistelos hizo todo lo posible por contener la gigantesca explosión que desató el ejército de Zyffa la Plañidera.

-¿¡Qué sandez es esa!? ¿Nadie de los otros supervivientes fue capaz de decir la verdad durante mi ausencia? Espera –dijo para que su compañera no respondiera aún –, déjame adivinar… ¿a que esa absurdidad fue redactada por Magos? ¡Oh, qué raro se me hace!

-No… no sé si lo escribieron Magos, aunque puede ser posible… ¿Entonces qué sucedió de verdad?

-Ni él ni la Plañidera cedieron a nuestro ruegos –contestó agachando la cabeza, incapaz de aguantar la mirada a la decimosexta ánima materializada, la cual recreaba el momento exacto en el que su corazón dejaba de funcionar, exento de sangre mezclada con maná –. Fuimos pocos los que sospechamos que la singularidad de estas tierras era nuestro verdadero enemigo… Tratamos de hacérselo ver a Nefistelos, pera estaba enfrascado en una victoria que jamás llegó, ídem con Zyffa, nuestro embajador regresó sin esperanza alguna, solamente trayendo consigo a un par de Magos Oscuros que le habían escuchado por casualidad y también habían creído desde un principio que algo no iba bien en la Meseta Crepitante.

-Eso es horrendo. Eso quiere decir que…

-El Mariscal de Campo no es ningún héroe, y la Plañidera no llegó a tales límites. Simple y llanamente se mataron a sí mismos y a sus ejércitos por la pura ambición de conquista… Ginny, Nefistelos no sólo vino para impedir que los Magos Oscuros se apropiaran de ese flujo de maná. Mi veteranía en la Guerra de los Arcanos me permitía ver a través de las intenciones de mis camaradas. Él pretendía, si se alzaba con la victoria, apropiarse de ese pedazo de tierra para beneficio de los Magos y, ante todo, de él mismo.

Tras las palabras de Ignis hubo un amplio silencio, en el cual Ignis continuó honrando a sus compañeros para sus adentros y Ginny recapacitaba sobre el ideal que tenía de los supuestos héroes impolutos que eran los Magos de la Guerra de los Arcanos. No obstante, dicha pausa duró bastante menos de lo que hubieran querido, pues un extraño sonido apareció en la lejanía, de escasos decibelios y de rasgos eléctricos, similar a un conjuro estándar de un Electromante.

-¿Oyes es…?

A pesar de escucharse aparentemente lejos, en cuestión de segundos la fuente del sonido se posicionó extremadamente cerca de ellos. Y con razón, pues aquello que chisporroteaba no era otra cosa que un proyectil mágico de calibre medio. Por fortuna no impactó directamente en ninguno de los dos, aunque la onda expansiva de la colisión fue lo suficientemente agresiva para lanzarlos por los aires y causarles unos daños considerables.

El disparo había ocasionado una monumental humareda, levantando gran parte de las exánimes cenizas. Ginny e Ignis se pusieron de pie rápidamente y se alarmaron al divisar a varios metros de ellos una robusta silueta, cuya nitidez quedaba oculta por todo ese polvo de carácter mortuorio. Pero el no poder ver quién era no suponía una terrible escasez de información, pues ya de por sí el contorno que observaban era bastante amenazador. Algo humanoide, pero ni por asomo similar a un humano, de altura colosal y con “brazos” alargados, que casi alcanzaban la región inferior de sus gruesas “piernas”. Aunque aún había algo más apabullante, y es que dichas extremidades no estaban unidas al torso, sino que flotaban. Para finalizar, el compendio entero de ese ser se veía envuelto en un sutil embozo reluciente de color azul turquesa.

-¿Podemos ayudarle en algo?

-Por favor, Ginny. No sé la razón de ellas, pero es evidente que tiene intenciones hostiles.

La atmosfera aclareció y quedó expuesta su verdadera forma. No tenía carne, ni músculos, y posiblemente ni huesos. Tan sólo era una amalgama de piedras, cuatro alargadas para los brazos y las piernas, cuatro algo más redondeadas y con picos afilados para las manos y los pies, una más grande para el torso y una de menor tamaño para la cabeza. La totalidad de estas se mantenía con “vida” por aquel embozo, el cual ahora Ginny sabía que era una mera infusión de maná puro.

-¡Vaya! ¡No hay de qué preocuparse, Ignis! ¡Sólo es un constructo!


-¿Un constructo? ¿Has visto más de estos en el pasado?

-Bueno, no como este, pero esa tonalidad de maná que le rodea cobra ese color porque sirve para animar un objeto inerte. En otras palabras, un Segador de la zona le ha dado vida a estas diez piedras para fabricar una especie de golem.

-Vale, perfecto, ya sé su origen. ¿Puedes decir ahora, si eres tan amable, por qué estás tan segura de que no hay que preocuparse por nada?


-¡Es obvio! –dijo entre risas –. Yo también soy una Segadora, ¿lo recuerdas? Si de verdad este constructo ha sido el que ha lanzado ese proyectil y viene a por nosotros, en un abrir y cerrar de ojos habré arrancado su magia con estas dos amigas que tengo aquí.

Ginny despegó de su cinturón violeta sus hoces y se las mostró al constructo, en un indicio amenazador. Por desgracia, quedaba claro que estos seres también carecían de razonamiento, ya que ignoró por completo el aviso de Hoz Estelar y se dispuso a dispararles de nuevo, extendiendo sus brazos y apuntando con cada uno a un hechicero.

La Segadora trató de anteponerse al ataque y canalizó todo su poder a las hoces para inmediatamente absorber el maná del constructo. O eso pretendía… Sus acciones fueron completamente inservibles. No pudo apoderarse ni de la más mínima molécula. Anonadada, no se percató de que ahora era momento para defenderse y quedó expuesta al impacto directo del proyectil que estaba a escasos minutos de volar hacia ella.

Ignis, por su lado, que también había pensado que Ginny iba a detener al constructo, corrió hacia ella para ponerla a salvo, pero se fijó en que cualquier intento iba a resultar en fracaso, ya que el rocoso puño le seguía a la par que iba conformando el asolador hechizo. Fuera como fuera, ambos iban a recibir el letal impacto. El Moldeabrasas podría resucitar, pero muy probablemente la Segadora moriría en el acto. Sólo un milagro podría salvarles de ese aprieto nacido de una sobrevalorada confianza.

Afortunadamente, a veces los milagros ocurren, y esta fue una de esas ocasiones. Apareció de la nada, detrás del ente, una mujer oculta tras una cogulla gris, vestida además con una túnica morada y un cinturón del mismo color que el de Ginny, en el que yacía la funda de una espada vacía. Vacía porque dicha arma la portaba en ese preciso instante en su mano derecha, dando con ella un veloz movimiento que partió en dos mitades, con un trazado oblicuo, al amenazante ser que volvía a convertirse en un mero montículo de piedras.

-¿Estáis bien?

-Sí, muchas gracias por… Un momento –dijo repentinamente Ignis, sobresaltado por algo–. Habla otra vez, si no es molestia.

-¿Ocurre algo?

-¡Vaya, qué curioso! Tienes exactamente la misma voz que la de mi compañera de viaje Ginny.

-¿Có…cómo has dicho que se llama?

En ese momento ella, Ginny, agitó la cabeza, volviendo en sí, dándose cuenta de que quien les había salvado había sido Nixxy. Al grito de “hermana” se abalanzó hacia ella propiciándola un afectuoso y estrangulador abrazo.

-¡Mira, Moldeabrasas! ¡Ella es Nixxy! ¡La encontramos, la encontramos!

El Gran Brujo posó sus manos en su frente, sin poder evitar reírse. Si ya le era agotador con una chica enérgica ahora les acompañaría una copia exacta de ella, lo cual le llevó a pensar en…

-Ginny, no me habías dicho que ella y tú erais hermanas… ¡y mucho menos que erais gemelas!

Las dos dejaron de abrazarse y se miraron mutuamente, asintiendo a posteriori. Aún risueñas, se quitaron las cogullas y le enseñaron sus cabellos. El de Ginny era gris, mientras que el de Nixxy era morado.

-No pasa nada, podrás distinguirnos por el color de nuestro pelo y de nuestra indumentaria –respondió ocurrentemente Nixxy –.

-Y si eso no es suficiente –añadió Ginny –, serás capaz de diferenciarnos por nuestro lunares, ¿ves? El mío está en la mejilla izquierda, pero el de mi hermana está en la derecha.  ¡Somos como un espejo cromáticamente alterado!

-Bueno, pongámonos serios durante un momento –concluyó Ignis con un suspiro –. Imagino entonces que la ofensiva que habéis levantado vosotros, los Magos de Retaguardia, en este sitio era debido a este constructo, ¿ando mal encaminado?

-Es correcto –respondió Nixxy –. Pero me temo que no sólo se trataba de este. Hace semanas uno de nuestros vigías, de los que se encargan de que nadie manipule indebidamente los fenómenos que acaecen en la Cicatriz Cinética, divisó a dos constructos reabsorbiendo maná de la propia tierra. De inmediato enviamos un pequeño pelotón, pero nos llegó información de que había mucho más de dos constructos. A partir de ahí fue cuestión de tiempo que levantásemos una ofensiva e intentásemos averiguar la procedencia de estas inacabables oleadas de marionetas invasoras. Pero extraña y desafortunadamente nunca hemos avanzado más allá de saber que quien está detrás es un Segador, y poco más.

-Y no debe ser un cualquiera, hermana –aclaró Ginny con una seriedad nunca antes vista en ella –. Ni yo he podido disolver el encantamiento de los constructos. Quien los haya animado los ha protegido bastante bien y ha adherido el maná a la piedra a conciencia.

-Quienquiera que sea lleva tiempo haciéndolo, por lo que no debe ser el objetivo que busca Voltium Nekro, aunque tampoco es una nimiedad… Nixxy, si hay algo que podamos hacer…

-Poca cosa, Moldeabrasas. No lo he destruido con esta espada por puro placer. No me malinterpretes pero… un campesino, armado con su horquillo, podría hacer más contra estos seres… Tal y como ha pasado con mi hermana, no hay ningún tipo de hechizo que los pueda fulminar, como mucho desgastar lentamente. Aunque eso no quiere decir que las armas imbuidas con maná no puedan. Curiosamente, por pura coincidencia accidental, descubrimos que las espadas y dagas encantadas eran capaces de atravesar su armazón de maná, así que desde entonces hemos estado empleando estas antiguallas, más acordes con un Señor de la Guerra que con un Mago de Retaguardia.

-No importa, por mi parte no supone ningún problema, tengo a esta pequeña.

En ese instante Ignis mostró a Nixxy su Puñal Llameante, dispuesto a imbuirlo con la totalidad de su poder ígneo para despedazar a cualquier constructo que decidiera presentarse. Sin embargo, quien se presentó fue otro, que parecía que había recibido la llamada del arma.

Una densa nube de maná turquesa surgió de detrás de un gigantesco montículo y se detuvo a varios metros del Gran Brujo. La susodicha nube fue perdiendo densidad y dando a ver un humano de toga de color azul oscuro rasgada y sin mangas. La mitad derecha de su rostro estaba quemado y el ojo de esta misma parte era de un negro sobrecogedor, siendo el del otro lado azul. Su cabello, negro pero azulado en las puntas, comenzó a ondear conforme con sus manos atraía los resquicios del constructo derrotado para mantener a flote y a su espalda las diez piedras, atándolas nuevamente a una niebla turquesa.

-¿¡Tridio –exclamaron las hermanas al unísono –, Tridio Moneda de Plata!?

Las piezas ya encajaban. Un Segador de su talla era capaz de haber formado este caos y mucho más. La cuestión era para qué, e Ignis ya se estaba haciendo una idea, observando que el ojo sano de Tridio mantenía fijamente la mirada en el Puñal Llameante.

Quizás fuera coincidencia y el Segador habría aparecido para hacerse con ese botín extra, o tal vez el Moldeabrasas estaba en lo cierto y toda esta parafernalia había sido para conseguir su puñal. Tanto de una forma como de otra las intenciones de Tridio siempre se resumían en una palabra: dinero. Es decir, lo que fuera que estuviera haciendo lo hacía en nombre del mejor postor, así que más que preguntarse para qué, debían cuestionarse quién le había pagado para realizar todo aquello.

Ignis se aburrió de pensamientos sinsentido. El objetivo actual de Moneda de Plata, si había aparecido personalmente tras haberse escondido eficazmente de las incesantes búsquedas de los Magos de Retaguardia, era evidente: había de deshacerse de él, de Ginny, o de ambos, y el Gran Brujo de las Ascuas no se lo iba a poner en bandeja. Dio un paso al frente y prendió su cuerpo en llamas, preparado para ofrecer un buen espectáculo.

-Ya era hora de algo de acción. Mi cuerpo se estaba enfriando.

domingo, 8 de junio de 2014

Pequeño diario de una pequeña alma #15

[Dijo que me esperaría, que no se movería de aquí… Mintió.]

Él… sus últimas palabras… me obligó a quedarme aquí, afirmó que tenía que aguardar tu… llegada. ¿Pero cómo puedes ayudarme si ni siquiera sabes lo que ha ocurrido? Está todo rojo, teñido de sangre. No es suya, no… Aquí hubo una lucha. Todo empezó pocos días después de que te marcharas… Es como si hubieras traído la ruina a esta casa… Sé que Bruno estaba cambiado, que ahora no estaba tan indefenso, pero nadie podría haberle hecho frente a aquella incursión. Yo… yo me salvé de milagro, apenas me hicieron caso y simplemente trataron de noquearme, de reducirme para que pudieran centrarse en él. Y lo lograron… Se ha ido y no sé si volverá.

Comenzaré desde el principio para aclararte todo. Puede que me siga pareciendo raro el tener delante de mí a un ser como tú, que parece un monstruo nacido de las pesadillas de mi infancia, pero no sé a quién más contarle esto y que no me tome por una loca. Después de todo, empiezo a considerar que los límites de la realidad están posicionados en unas localizaciones más distales de las que yo creía…

Ese mismo día que tú… Sombra, te marchaste, la cosa empezó a tambalearse. Llevaba tiempo acostumbrada a esa nueva faceta de Bruno… Y no podía negar que me resultase atractiva… Sé que él lo desconoce, que simplemente sospecha que yo también tengo algo especial basándose en esa vez que rebané con determinación a Santiago, pero mis días como Flebotomista trastocaron algo en mi interior. Sé que ha tratado de ocultarme innumerables veces su sed de sangre, como aquella ocasión en la que intentó matarme y mi abrazo le consoló. Ha querido mantenerme al margen de tantas cosas las cuales yo ya sabía… Pero lo que él ignora es que yo, aunque quizás en menor medida, también poseo cierta doble personalidad. Jamás me aterraría ni espantaría nada de él, me contase lo que fuera. Y sospecho que tú conoces toda la verdad… Sin embargo, sería injusto averiguarla a través de ti. Quiero… no, necesito que él me revele todo. Pero hasta entonces seré paciente, si es que vuelvo a reunirme con él.

Cada día me despertaba sola en la cama. Se había vuelto bastante madrugador. Eran gritos los que me sacaban de mi letargo, los alaridos de Santiago. Sí, Bruno no se levantaba temprano para desayunar o cualquier otra tarea típica de la mañanas, simplemente sus deseos de volver a cortar en pedazos al Flebotomista le hacían madrugar. Yo, por mi lado, ya hecha a ese griterío, me dirigí al salón para observar la escena.

Oh, y si te preguntas cómo es que, si se reproducían esos espeluznantes y suplicantes chillidos diariamente, ninguno de los vecinos del bloque había llamado a la policía, la respuesta es bastante sencilla: no habían vecinos. Sin contar la suya, eran siete hogares, de los cuales tres desde el principio estaban deshabitados, con polvorientos carteles tratando inútilmente de vender las casas. De los otro cuatro, donde como mucho residían tres personas, fue Bruno quien se encargó de vaciarlos de toda vida. Unos días antes de que por su mente pasara la malévola idea de torturar a Santiago, sopesando todas las consecuencias que aquello podría acaecer, supo que no llegaría muy lejos si él gritaba. Primeramente no tuvo otra alternativa que ponerle una mordaza para reducir los decibelios. Sin embargo, no le convencía mucho esta opción, ya que perdería la oportunidad de deleitarse con su voz, manifestación de un dulce dolor infernal. Y al día siguiente, aún meditando sobre el tema, un vecino llamó a la puerta para pasar una circular. Inesperadamente, sorprendiéndome tanto a mí como a ese pobre hombre, le dio un puñetazo en la nariz para aturdirle y lo metió en casa. Justo antes de que el agredido pudiera reaccionar, su torso había sido perforado con un cuchillo decenas de veces… Ahora ya entendía el empeño que tenía en dejar tal cubierto en la mesilla del recibidor.

Le pregunté por qué había hecho eso, y simplemente me respondió, con una expresión serena, que hacía tiempo que no se le presentaba la ocasión de arrebatarle la vida a una cara nueva de manera tan simple, y que quería darse un capricho antes de matar cada día a la misma persona, pues llegaría el momento en el que le parecería monótono descuartizar siempre la misma cabeza. Alegó que era como una despedida de soltero para alguien que pronto se casaría con la matanza, y en cambio no le era suficiente con una sola persona. Chascó los dedos, ya había hallado la alternativa a la mordaza.

Sin decirme absolutamente nada, arrancó el cuchillo de la región intercostal derecha del reciente cadáver y salió de casa, bajando las escaleras con entusiasmo. Era demasiado evidente, iba a matar a más vecinos… Y la idea no es que me molestara sobremanera que se dijese. De hecho, tengo que confesar que yo también bajé para ver cómo se iban a desarrollar los acontecimientos. Más aún, llevé algo conmigo. Mi preciada katana.

Para cuando llegué al piso de abajo, ya que nuestro vecino contiguo era uno de los que vendía su piso, la puerta ya estaba abierta y un cuerpo con el cuello ensangrentado, todavía convulsionando, obstaculizaba mi paso hacia el interior.

Vi su sombra proyectada en la pared, estaba sosteniendo en sus manos un objeto de redondez irregular. Me asomé y descubrí que lo que sujetaba era una cabeza cortada. Pero esa era lo de menos, la imagen me resultó impactante por otro aspecto…

Estaba llorando, una manifestación aflictiva que no se compenetraba con el rostro sádico que mostraba. Para colmo era como si se hubiera quedado congelado en el tiempo, sólo se movían las lágrimas por su tez empapada de gotas carmesí.

-Aún es demasiado pronto. Quédate ahí dentro.

Cuando Bruno dijo eso aún no sabía que yo le había seguido, aunque pronto se percató de ello. Me aproximé a él con lentitud y limpié con un pañuelo que guardaba en mi bolsillo izquierdo sus lágrimas, las cuales se volvían rosadas al entrar en contacto con la sangre. Como era de esperar, se sobresaltó y de inmediato me imploró que olvidara esa extraña reacción que había tenido. Tiró la cabeza al suelo, apartó mi mano con brusquedad, se frotó con el antebrazo derecho, difuminando las manchas rojizas y, sin decirme nada más, se fue hasta la terraza con la intención de saltar a la otra morada.

Antes de ir tras él me detuve un momento para contemplar la mueca con la que había perecido aquel decapitado. Aún preservaba una mirada suplicante… ¿Era esto lo que le había afectado? ¿Jamás antes había sido consciente del dolor que causaba a los que mataba? Si esto fuera verdad, al menos en ese sentido yo era peor que él, pues ya desde muy pequeña sabía lo que conllevaba entrar en una vivienda y asesinar a alguien a sangre fría. Al menos así fui enseñada, para que la compasión fuera extinguida de mi vida.

Sonó un golpe seco. Seguidamente algo de cristal se rompió. Pude escuchar algunos fragmentos hacerse añicos, alguien los pisó. Después, silencio. En cuanto abandoné la terraza ya pude divisar las primeras marcas sangrientas.

Únicamente vivía una persona, y tal vez por ello se había ensañado más que de costumbre. Bruno, el cual se encontraba en la entrada de la cocina, señal de que había habido una pequeña persecución, estaba introduciendo trozos de cristal en la boca del inerte vecino. Ya le había extirpado todo resquicio de vida abriéndole la cabeza, al parecer, con el mango del cuchillo, el cual reposaba a varios metros de distancia de ambos, cubierto casi en su totalidad de sangre. Asimismo, un mueble estaba tirando en el suelo, por lo que probablemente el frágil objeto que se había hecho añicos pertenecería a dicho enser.

Se puso de pie y se paró unos segundos para mirar fijamente mi katana. Se acercó a mí y comenzó a acariciar su filo. Y, antes de que me la arrebatara me susurró una frase que me hizo corroborar que él no era el mismo de siempre.

-Estás viendo de primera mano cómo soy en realidad… A pesar de ello no me has abandonado, ¿a qué se debe?


No obstante, aunque concluyese con una pregunta, no me dio tiempo para responder. Ya había ido hacia el recibidor y pretendía descender al siguiente piso… katana en mano.

El timbre resonó por todo el edificio. Nunca sabrían que si abrían la puerta se les abalanzaría la mismísima muerte… pero esto no quería decir que fuera fácil darles caza.


Un quejido de Bruno hizo que acelerase el paso en su busca. Se encontraba en apuros, esta vez no había intimidado a los dos residentes de la casa, dos jóvenes amigos que no iban a permitir que un chico les cercenara de manera tan inverosímil. Sin embargo, lo que no se esperara es que ese homicida tuviera compañía…

La espada estaba tirada en el suelo, fuera del alcance tanto de Bruno como de los otros dos, que estaban demasiado ocupados pateando al primero. Fue mi oportunidad para responderle a la pregunta de por qué todavía no le había abandonado… Porque yo era similar a él.

Atravesé la cabeza del que le estaba golpeando con más brutalidad. El otro, viendo cómo su compañero se desplomaba sin ni siquiera haberse podido defender de tal repentino ataque, cesó las patadas y trató de correr escaleras abajo, pero mi katana era algo más que un arma cuerpo a cuerpo… Tensé mis nervios y la lancé con velocidad, acertando justamente en su nuca, seccionando su médula espinal. Sin el control de sus funciones vitales, de inmediato fue un mero muñeco que rodaba por los escalones mientras sus extremidades se retorcían.

Bruno tosió y se incorporó, extrañado y risueño a la vez. Me tendió la mano y me dio las gracias diciéndome una frase aún más desconcertante.

-Creo que me arrepiento de haber tratado de hacer lo que en un principio pretendía contigo. Mis disculpas.

Su actitud era mucho más distante que otrora, aunque ese era precisamente el motivo que me llamaba la atención. El cambio de color de su pelo era irrelevante en comparación con ese galimatías mental que había arraigado en su psique.

Por último descendió hasta el piso más bajo. Apenas pude alcanzarle cuando una mujer de unos cincuenta años ya le había abierto su puerta, obviando la tragedia que iba a cernirse sobre ella. Su cara de ternura de inocencia me causó ternura, por lo que traté de detener a Bruno, pero fue en vano…

-Lamento lo de su marido… Y lo de usted.

Sin darla ni un mísero segundo, con un fugaz movimiento de su brazo izquierdo, sajó el cuello de su víctima. No sabía cuándo había tenido tiempo para apropiarse de un cuchillo, o puede que lo hubiera estado escondiendo con él todo este tiempo, el caso es que la última persona viva en este edificio, exceptuándonos a Santiago y a nosotros dos, acababa de perder su vida, la cual se escapaba lentamente a través de su garganta, mientras la hipovolemia la mecía en un amargo y súbito sueño.

-¿Por qué has dicho que lamentas lo de su marido? ¿Qué lamentas? –pregunté mordiéndome el labio inferior, todavía enrabietada por no haber podido hacer nada para que al menos a ella la dejara viva –.

-Ah, es que el vecino que llamó a mi puerta era su marido –contestó sin mostrar siquiera un ápice de remordimiento por ella –, así que al menos la di mis condolencias.

Tras responderme eso, extrañado por mi rostro boquiabierto e incrédulo, ladeó la cabeza levemente y se aproximó a mí para envolver mis manos con las suyas, cuya piel se hallaba repleta de pequeñas salpicaduras de sangre.

Me miró con detenimiento y yo le devolví la mirada. Juro que en ese momento pude percibir un extraño palpitar en sus pupilas, como si algo las golpeara desde dentro de sus globos oculares.

-Volvamos a casa, ¿vale?

Su sonrisa, pese a la característica de un trastornado, fue receptivamente cálida para mí. Olvidé casi de inmediato lo terrible de esa matanza repentina y regresamos. No obstante, aún había un par de cosas que necesitaba que él me aclarase, aunque parecía que no era el momento preciso para ello, ya que nada más llegar fue corriendo hacia el lugar donde tenía maniatado a Santiago.

-¡Ahora sí que nos vamos a poder divertir tú y yo en condiciones!

Estoy segura de que ese grito, a pesar de emitirlo desde el interior de la casa, resonó por todo el bloque. Denotaba el entusiasmo de cualquier niño al tener plena libertad con su juguete favorito. ¿La rapidez con la que se cansase de “jugar” sería también similar a la de un crío?

Aquí, basándote en lo que ya te contó él, la respuesta vendrá a tu mente ipso facto… No se sació lo más mínimo. Fue una tortura detrás de otra, repitiendo de vez en cuando que no cesaría hasta que dijera “eso”.

No sabía a qué se refería hasta que un día el Flebotomista habló, amenazándonos con que cierto grupo de personas vendría a por nosotros. Yo, obviamente, me asusté bastante, pero no sucedió lo mismo con Bruno. Él sonrió, satisfecho al ver que el cárnico y ocioso trabajo que había estado acometiendo estos días había resultado bastante fructífero.

Después, tal y como te dijo, aunque transcurriesen las semanas, su amenaza pareció ser una mentira surgida de su desesperación. Y él, ya habiendo logrado lo que quería sonsacar de Santiago, optó por recoger los cadáveres que había esparcidos por todo el bloque y hacerlos pedazos.

Algo de esto que me conmovió fue el ver que en algunas ocasiones empleó un poco de esa disolución que le regalé. Le fue y le estaba siendo útil algo que yo misma le había proporcionado, eso me agradaba en demasía...

Oh, y por cierto, al final sí encontré tiempo para preguntarle sobre qué tenía pensado hacer cuando la policía viniera a investigar la desaparición masiva de tanta gente que, casualmente, residía en el mismo edificio. A lo que él respondió que no hacía falta preocuparse, pues nos marcharíamos de aquí en cuanto tú llegaras, y tan sólo había que realizarse un estúpido cruce de dedos para que mientras tanto nadie nos incordiara… Chistoso, ¿eh? Has venido, pero él ya se marchó días atrás. 

Pero centrémonos en lo que pasó después de todo esto… Creo que ya he divagado suficiente, lo siento. Tal vez inconscientemente no quiera rememorar aquel horror… En cambio una parte de mí me obliga a hacerlo, porque creo que esos asaltantes se asemejaban más a entes de tu mundo que del mío…

Todo se inició conforme Bruno fue retomando las torturas diarias hacia Santiago, una vez los otros cuerpos ya habían sido repartidos por los contenedores de la ciudad y se habían limpiado las casas de los mismos de cualquier resto de sangre o demás estropicios.

Aquellos seres se fueron infiltrando en casa poco a poco. Al principio fue una imprevista invasión de hormigas. Pero no pasó mucho tiempo cuando empezamos a figurarnos que no marchaba muy bien que se dijera, ya que al matarlas, ya fuera con insecticidas o directamente aplastándolas, estas no perecían de una forma habitual, sino que se evaporaban, como si estuviesen constituidas por un humo negruzco.

Más tarde, la invasión cesó… para dar lugar a una peor. Ahora eran escarabajos, no en un número tan elevado como las hormigas pero sí bastante cuantiosos. Estos, tampoco sin suponer una amenaza considerable, se desvanecían de igual forma que sus compañeras. Y lo peor era que esta vez Bruno sí estaba comenzando a preocuparse, soliendo ponerse nervioso para acto seguido llevarse las manos al cuello, como si tratara de agarrar algo invisible.

-¿Puede que la advertencia del Flebotomista hiciera referencia a estos insectos?

-No, Samanta. Estoy seguro de que esto es ajeno a todo lo que nos concierne. O al menos eso quiero creer… Pero sea lo que sea no debemos huir –dijo, decisivo, negando con la cabeza –. Hay que esperar a la Sombra y podremos ir en busca del resto de cabrones para dar por finalizada toda esta mierda. Sí… incluso yo tengo ganas de algo de paz.

Él estaba completamente convencido de que esto no tenía nada que ver con aquel que nombraba Santiago, ese que supuestamente vendría a buscarle, aunque no cabía la más mínima duda de que alguien o algo más estaba dándonos caza y nos había encontrado… Quería marcharme de allí, le insistí para que nos fuéramos, pero no iba a dar su brazo a torcer.

Fuimos exterminando los escarabajos. En cambio, era como si cuanta más resistencia opusiésemos y más insectos matásemos peor se pusiera el asunto. Llegaron gusanos, después arañas de un tamaño considerable y por último, hará ya unos cinco días más o menos, se unieron a esta demente situación las cucarachas. Se marchaba una plaga y era sustituida por una peor. Y no importaba dónde estuvieras, siempre ibas a encontrarte a unos cuantos de estos repugnantes bichos. Levantabas el plato y allí estaban, te despertabas y en la sábana había un par, ibas a lavarte los dientes y los veías avanzando con lentitud sobre la superficie del espejo. Todo se calmaba cuando me paraba a meditar y me repetía constantemente que eran sólo aglomeraciones de humo negro. Aun así, convivir con semejantes colonias insectiles era escalofriante.

No obstante, él seguía en sus trece, inconsciente de que esa última oleada que nos invadía iba a ser la culminación de la fatalidad… Esas cucarachas no eran normales, ya no por el tema de que al morir se evaporaban, sino porque, al contrario que el resto de plagas, esta se comportaba como si tuviera inteligencia. Es decir, tanto los escarabajos, como los gusanos y demás solamente hacían lo que cualquier otro bicho, pero estas malditas iban a por nosotros, tratando por cualquier medio subir por nuestras piernas y colarse entre nuestras vestimentas. Algo iba mal, las cucarachas no hacen eso, es más, hacen todo lo contrario, si tocan a un ser humano huyen. Qué es lo que iba a ocurrir a continuación, eso era algo que me preguntaba cada noche, cuando intercambiábamos él y yo los turnos de vigilancia nocturna para que las cucarachas no cumplieran su cometido.

Pero tardaste demasiado en venir, Sombra, y parece que aquello que había estado rondándonos durante estos días ya había reunido la suficiente fuerza como para mostrarse.

Antes de ayer mismo me desperté y lo primero que vi fue a Bruno vencido por el sueño. Me asusté e inmediatamente miré mi pijama. Nada. Miré el de él y tampoco. Eché un vistazo a los alrededores de la habitación. Absolutamente vacía, ningún rastro de cucarachas, así que le desperté con emoción y le di las buenas noticias. Sí… buenas…

Nos dirigimos al salón, donde habíamos decidido dejar a Santiago como señuelo para que los insectos lo consumieran a él en vez de a nosotros, pero por alguna extraña razón lo habían estado ignorando todo este tiempo y por culpa de ello había estado una buena temporada sin recibir tortura alguna por parte de Bruno.

Excepto hoy.

Una gran cantidad de cucarachas se iban acumulando a su alrededor, llegando a crear un cilindro oscuro de un metro y poco de altura, dejando visible poco más que su frente. Este seguía dormido, por lo que aún no se había percatado, pero, a juzgar por los gritos que pegaba cuando uno de los insectos pasaba cerca suya, era evidente que se asustaría bastante, algo que por, la alta probabilidad de que ocurriera, estaba embelesando a Bruno.

Sin embargo, por si el nivel de paranormalidad no fuera suficiente, una voz jamás antes percibida por mis oídos retumbó por las paredes del salón, proviniendo, aparentemente, de ese mismo cúmulo de cucarachas.

Ese repugnante cilindro comenzó a vibrar bruscamente y los repentinos chillidos del Flebotomista fueron la alarma que nos sacó de esa falaz realidad tejida con hilos de falsa seguridad: matarlos no sirvió de nada, y por no haber escapado en su momento ahora íbamos a sufrir las consecuencias.

Los insectos se fueron fundiendo unos con otros hasta crear una pared uniforme, la cual poco a poco fue perdiendo densidad hasta desaparecer por completo. ¿Y qué dejó expuesto a nuestros ojos? Evidentemente a Santiago, o más en concreto su esqueleto y su sangre, desperdigada por el suelo…

No lo entendíamos, sus gritos seguían resonando por el salón, y, sin embargo, claramente acababa de ser engullido por ese torbellino oscuro. Aunque pronto nuestras dudas fueron aclaradas… justo cuando de la nada surgieron unos hombres embozados en sombras, de manera similar a las plagas. Sin cara ni ropa, como sombras inexpresivas con una mentalidad idéntica a la de sus vecinos de exoesqueletos lóbregos, y, además, con unas puntiagudas garras para nada inofensivas.

El tiempo se pausó haciendo una reverencia al silencio que comenzó a flotar, enredándose en esa apabullante atmósfera. Este estaba expectante, aguardando la señal que le hiciera volver a fluir, y para ello no habría una gran tardanza…

De los cinco invasores, quienes estaban situados en una especie de formación digna de una bandada en plena migración, el que se localizaba en el vértice de la susodicha alineación, elevó su brazo izquierdo hasta formar un ángulo recto respecto al resto de su cuerpo para seguidamente inclinar la cabeza aproximándola levemente hacia su hombro, también izquierdo.

Ese fue el indicio requerido para que ambos despertásemos nuestros nervios de acero… Aunque primero debíamos correr en busca de armamento.

Bruno tiró de mí y me llevó en dirección a la habitación. En un espacio tan reducido cada segundo era crucial y debíamos encadenar nuestros movimientos para atarlos a una férrea y armónica coordinación exenta de traspiés.

Me deslicé debajo de la cama y empuñé mi katana, mientras él sacaba de cuajo el cajón superior de la mesita de noche, donde, para variar, almacenaba un cuchillo. Inmediatamente después nos dimos la vuelta con la vista puesta en la entrada del dormitorio, cuya puerta acababa de ser abierta por uno de esos seres.

Pero Bruno decidió que ese no era el lugar apropiado para combatir. Pude saberlo con una concisa frase que dijo antes de abrir la ventana de la habitación para saltar a la terraza.

-Aquí, donde mi madre dormía, no.

Permitió que yo escapara primero, él por su lado se mantendría alerta encargándose de que ninguno de ellos se abalanzara contra nosotros, aunque he de decir que me resultó extraño que nadie de los cinco se lanzara a por él cual bestia sañosa… como si supieran el motivo por el que precisamente no quería que la carnicería fuera en dicha habitación y respetaran su decisión.

Fuera como fuera, una vez ambos en la terraza, no hubo piedad por parte de ellos. Sus estrepitosos pasos tronaron haciendo casi vibrar el suelo. Bruno se lanzó de cabeza hacia el salón, donde los alaridos post mortem de Santiago habían cesado segundos atrás, y cargó contra el primer ente que apareció allí, impidiendo que estos dieran el primer golpe.

Y yo no debía quedarme ahí plantada. Mi hoja pedía a gritos ser bañada por esa tinta negra… No obstante, una orden imperante de Bruno me hizo retroceder con firme estupefacción. ¿Por qué no quería que le ayudara? ¡Esas siluetas le estaban rodeando y pronto le engullirían! ¡No! Debía ignorar lo que dijera y pensar con lógica, no le dejaría morir ahí.

Entonces me mostró la mano que sostenía el cuchillo. Con el primer ataque ya había atravesado a uno de esos seres. Desde el primer momento Bruno se había percatado de que no iban a matarnos, tal y como habían hecho con Santiago, sino que era una trampa para incitarnos a asesinarles.

-A mí ya me han cogido y ahora posiblemente me reduzcan de alguna forma. Por favor… Samanta, no los toques –puedo jurar que durante unos breves segundos los colores de su pelo se intercambiaron –. Ignora todo lo que hagan, si no te atrapan no hay peligro. Simplemente espera a la Sombra. Falta poco para que venga.

Esa especie de gelatina que había atrapado su mano comenzaba a extenderse hasta su hombro, y así avanzó hasta engullirle por completo. En cuanto Bruno fue consumido, esos sombríos humanoides crearon un torbellino en el que se fusionaron para dar lugar a una pequeña esfera de ébano, la cual se introdujo velozmente en el suelo para desaparecer y no dejar ni el más mínimo resquicio de su paso por esta casa.

El shock me impidió reaccionar durante todo ese proceso, aún incrédula ante la posible defunción de mi… compañero… Sí, quizás fui afortunada porque me libré de la trampa y además no volvieron en mi busca, pero soy esa clase de persona que prefiere mil veces antes la desdicha propia que la de un ser querido…

¿Y ahora qué?

[No fue necesario que me explicara nada más… Todo este tiempo he tratado de contenerme para no violar demasiadas leyes, pero viendo qué clase de visitantes han tenido ellos dos me parece que puedo permitirme adoptar una faceta bastante anarquista…

Conozco a esos seres que Samanta me ha descrito. Aunque pueden parecer temibles y poderosos no son más que meros sirvientes de la Corte Osaria… En efecto, han sido enviados por el propio Rey del Paraverso.

¿Por qué diantres se ha entrometido en esto? ¿Para qué quiere a Bruno? Primero un Flebotomista resucitado, después un grupo de desquiciados dirigidos por un hematólogo demente, y ahora el máximo gobernador de la dimensión de los muertos. Fabuloso.

De momento le he dicho a la chica que no se preocupe y espere mi regreso. No correrá peligro ahora que tienen al objetivo principal. Aunque, eso sí, no la he revelado nada de la existencia del lugar al que me dirijo. Simplemente he dicho que voy en busca de ayuda, pese a ser todo lo contrario.

Tengo varias cosas que hablar con el Rey Osario, y es muy poco probable que no abandone su territorio sin llevarme a Bruno de vuelta. ¿A qué está jugando? Ha metido a un vivo en un mundo cuyas leyes de la física se rigen por cuerpos ectoplasmáticos. ¿Acaso es consciente del caos que puede desatar? O peor aún, ¿tanto le interesaba capturar al chico como para arriesgar la propia estabilidad de sus dominios?

Sólo espero que la visita que Jade me hizo no hubiera tenido otras intenciones un poco distintas, porque si el Paraverso también está confabulando a mis espaldas voy a tener que empezar a considerar la opción de tomarme a raja tabla mi sobrenombre de Sombra…

Y puede que empiece a segar algo más que cosechas…]