-Tú y yo sabemos lo que ha ocurrido y todo
apunta a que fuiste el causante. No hay ninguna forma de que se desvanezca tu
involucración activa en este acto deleznable, así que… ¿dónde están los
cuerpos?
-El juego terminaría si lo dijera ahora, ¿no
crees? Soy ahora más valioso que tú y dudo que me metáis entre rejas y mucho
menos que permitas que me sentencien a muerte…. JAJAJAJA… muerte… sí, por
supuesto…
-¿Qué pretendes ganar con esto? Fin del
juego, de verdad, no hay nada más que hacer excepto alargar el dolor de sus
familiares. Sé que no es tu estilo, no eres tan frío como para hacer daño a
gente que no lo merece y, además, ya te has vengado de las dos personas que te
traicionaron. No tiene que sufrir nadie más…
-Sufrir… No te preocupes. El único que quiere
propagar ese dolor eres tú…
-¡BASTA DE ESTUPIDECES! –gritó el
interrogador dando un puñetazo a la mesa –. ¡Dime
de una vez dónde están los malditos cadáveres o empezaré a tomarme la ley por
mi cuenta!
-Bueno, intenta matarme, lo empeorarás todo…
-¿Matarte? Hacer eso te daría la paz que tu
retorcida mente siempre ha anhelado. No… yo no te ejecutaría… Conozco otras
formas de hacer hablar a los engendros como tú.
El
sospechoso se levantó de la silla y se acercó a la pared que tenía más próxima.
De repente empezó a trazar garabatos en la pared con la punta de su dedo.
Parecía que estaba escribiendo algo.
-¿Y ahora qué se supone que estás haciendo?
-Nada. Esperar a que te des cuenta de lo que
está ocurriendo… Recuerda. Ya sabes dónde están los cadáveres.
-¡¿Pero cómo voy a saberlo si estamos los dos
aquí?!
-Sabes, el cerebro humano es muy curioso.
Todo lo que no conseguimos recordar desaparece de nuestras neuronas, como si no
lo hubiéramos vivido nunca… aparentemente. Sin embargo, el día menos esperado,
el subconsciente empieza a trabajar juntando esos recuerdos desmembrados y les
da formas extrañas que nunca relacionarías con lo real. Nuestra mente actúa
como el mismísimo Victor Frankenstein. Pero piensa esto, para que eso ocurra el
cerebro tiene que mantenerse activo a posteriori. Y aquí viene la guinda del pastel.
Si la muerte fuera el olvido de todo lo que el ser humano ha hecho a lo largo
de su escasa vida, ¿cómo es posible que ahora mismo seamos capaces de recopilar
información? Si alargamos a una cuarta dimensión el tiempo, lo que por un lado
es presente por otro es futuro y viceversa, afirmando, entonces, que el final
ya habría ocurrido si de verdad nuestra memoria finalizase tras ese último
aliento. ¿No piensas lo mismo?
El
interrogador estuvo prestando atención a su monólogo y se mantuvo varios segundos
después reflexionando. En esos instantes en los que el interrogador se
encontraba ausente, el sospechoso consiguió alcanzar las llaves de sus esposas, que se encontraban en la mesa, justo al lado del ahora pensativo interrogador.
Se quitó las esposas velozmente y con una palmada hizo que el pensador volviera
en sí. Le enseñó sus manos libres y empezó a reírse.
-¿Has visto qué fácil me hubiera sido
escapar?
-Dejando a un lado lo cuan interesante que me
parece esa teoría…
-Me alegro.
-¡Silencio! Dejando eso aparte… me ha
impresionado que hayas recapacitado. Veo que has averiguado quién de los dos
tiene el arma.
-¡Ah! No, no es eso, digamos que… no me gusta
abrir puertas. –el sospechoso aproximó su cara a la del interrogador y bajó
el tono de voz –. Y, por cierto, las balas
me dan risa…
Tras
esa frase ambos se quedaron en silencio durante varios minutos. Mientras que el
interrogador no paraba de mirarle con furia, el sospechoso, como si fuera un
niño, se dedicó a hacer garabatos en el aire a la vez que tatareaba una
canción, eso sí, no una canción normal, ni más ni menos que la marcha fúnebre…
Cuando
el interrogador terminó de tomarse por completo el café, volvió a la carga. Sacó el revólver de su tobillo y abrió el tambor. Extrajo cinco balas y dejó una,
cerró el tambor y lo giró. Por su lado, el sospechoso, seguía pincelando el
aire. El otro le lanzó el arma a la cabeza y cuando se percató de la agresión
le miró fijamente.
-Ahí tienes tu billete de salida. Seis
intentos, una bala.
-¿Pretendes jugar conmigo a la ruleta rusa?
¿No crees que eso se sale de los protocolos policiales?
-¿Ruleta rusa? No, por favor. No voy a
jugarme la vida por una escoria como tú. Con seis intentos me refiero a que
tienes seis lugares a elegir. Tus dos manos, tus dos pies, el corazón y la cabeza.
Tú eliges el orden y el destino elige cuándo mi amiga tiene que escupir el
plomo.
-Está bien, estaba aburrido… Como primera
opción elijo el corazón. ¡Qué divertido va a ser esto!
Parece
que el sospechoso no tenía miedo a ese juego macabro, pero el interrogador
mantuvo la calma y le siguió la corriente. Tal vez tras unos disparos se
empezase a preocupar y finalmente dijera el paradero de los cuerpos.
Como
era de esperar, en el primer disparo no salió ningún proyectil. Pero no era
importante, aún le quedaba una zona mortal. El sospechoso escogió como
siguiente objetivo el pie izquierdo. Nada… Después eligió su mano derecha.
Tampoco… Le siguió su pie derecho y no ocurrió nada… Bueno, algo sí que
ocurrió. Viendo que la bala estaba a punto de salir por el cañón, el sospechoso
empezó a ponerse nervioso. La decisión que tomase ahora sería vital, o su mano
o su cabeza, ¿cuándo saldría disparada la bala?
-¡Anda! Pero si eres humano, sientes miedo y
todo…
-¡No es miedo! Simplemente intento contener
la risa.
-Ya, claro… no te andes con rodeos y elige el
siguiente punto de disparo.
-…
-Se me olvidó decirte que este juego tiene un
tiempo de respuesta, si cuando el tiempo termina no has escogido un sitio, los
dos disparos irán a la zona de riesgo, ya sabes, tu inservible cráneo.
-¡Está bien, joder! Elijo… la mano.
El
interrogador deseó con todas sus fuerzas que la bala no saliese ahora. Ya se
estaba imaginando al sospechoso de rodillas, suplicando piedad por la vida
cuando él mismo no respetó la de dos personas. Sería tan delicioso devolverle
la misma moneda…
Fueron
pocos los segundos en los que el interrogador puso a quemarropa el cañón del
revólver en la mano de su víctima, pero para este último parecieron horas. El
interrogador se tomó un breve momento antes de apretar el gatillo para observar
su rostro. Estaba aterrorizado de verdad. Y entonces, sin previo aviso, apretó.
-¡No puede ser! –ahora sí que el sospechoso lo
estaba pasando mal. Desgraciadamente para él, pero afortunadamente para el
policía, no había salido ningún proyectil del arma –. Oye, escúchame, de verdad que no puedo decirte dónde se encuentran los
cuerpos, eso debe ser cosa tuya.
-Pues en eso estoy. Yo voy a averiguarlo de
una forma u otra, de ti depende si quieres colaborar en vida… o en muerte. Además,
¿no decías que las balas no te daban miedo? No deberías asustarte entonces…
El
interrogador comenzó a dirigir lentamente el cañón del revólver hacia su sien. El
sospechoso seguía en su intento por convencerle de que no era su cometido
revelarle el lugar de los difuntos. Sin embargo, parecía que el interrogador no
le prestaba atención y lo más impactante era que se estaba planteando si
disparar realmente o fingir.
-Tienes diez segundos. Uno, dos, tres…
-Por favor, de verdad que yo no puedo…
-Cuatro, cinco, seis…
-¿Por qué lo haces? ¡Esto va en contra de
todo! ¿Te da igual que te detengan por homicidio? ¡Serías como yo!
-Siete, ocho, nueve…
-Está bien, espero que no me duela mucho…
-Y diez.
El
sospechoso cerró los ojos mientras el interrogador seguía pensando si apretaba
el gatillo. La víctima, por su lado, al ver que no había disparado, abrió los
ojos con miedo. Este observó cómo el interrogador tenía la mirada clavada
totalmente en el arma. Pero, al final, concluyó su debate moral y disparó.
-¿Pe… pero cómo es posible? ¡Tendría que
haber salido una bala!
En
efecto, misteriosamente no impactó nada contra su cráneo. Envuelto en una risa
insana, le mostró al interrogador la palma de su mano derecha donde yacía esa
supuesta bala sentenciadora. Entonces, inmediatamente el interrogador buscó
con desesperación munición para darle muerte. El sospechoso, de forma tranquila,
volvió a levantarse de su asiento y caminó lentamente hacia su ejecutor, arrinconándole.
-Ya es hora de que abras tu mente...
La voz
del sospechoso había cambiado completamente. Ahora se escuchaba un eco vacío,
lejano y espeluznante. Pero el interrogador no quiso caer en las fauces de la
locura e intentó autoconvencerse de que eran meras alucinaciones.
-¡Deja esos trucos baratos y dime de una
maldita vez dónde están los cadáveres!
-Sabes perfectamente dónde se encuentran.
Siempre lo has sabido, desde el día en el que sus almas comenzaron el “viaje”.
¿No te interesa saber cómo ha llegado tu querida bala a mi mano?
-¡¿Dónde los has escondido?!
-Realmente no somos tan diferentes. –continuó el sospechoso
ignorando su pregunta reiterativa –. Estamos
más ligados de lo que tú piensas, créeme.
El
interrogador, aterrado, le esquivó y se dirigió veloz hacia la puerta. Pero… al
abrirla su cordura pereció. Un montón de tierra se le vino encima impidiéndole
escapar. Había un muro enorme de tierra que tapiaba por completo la puerta. Sin
embargo, no se dio por vencido y cogió una silla para intentar romper el
cristal de la sala. No debería haberlo hecho… Lo que vio reflejado en el espejo
no fue de su agrado en absoluto. Observó su rostro con tan solo las cuencas de
los ojos, no tenía globos oculares; y el resto de su cara llena de sangre seca.
Tal fue el shock de la visión que el sospechoso pudo acercarse a él y
charlar.
-Ya empiezas a ver, por lo que parece… ¡Oh!
Perdón por la frase, no iba en ese…
-¡¿Qué me está ocurriendo?!
-Piensa. Recuerda. Ya falta poco. Los
cadáveres están muy cerca. Tan cerca que puedes olerlos…
Tras
eso, el interrogador cayó mareado al suelo. Le empezaron a venir a la mente
recuerdos en forma de imágenes, recuerdos que habían quedado sepultados en el
olvido de un pasado no muy lejano.
-Olvidaste lo que ocurrió. Por eso te dije lo
del cerebro. Por eso te dije lo de la muerte. No permitas que tu cerebro siga
conteniendo ese suceso.
-¿Qué suceso?
-Sigue recordando…
En ese
momento el interrogador lo comprendió todo. Finalmente recordó algo
espeluznante. Esos dos cadáveres por los que tanto empeño estaba poniendo para
encontrarlos no eran ni más ni menos que ellos mismos: el sospechoso y él. Todo
ocurrió hace quince horas. El sospechoso de homicidio sólo era un simple ladrón
de tiendas al que este policía estaba persiguiendo. Los dos acabaron en un
cementerio, y el interrogador, lleno de impotencia al ver que no iba a conseguir
atraparle, le disparó en una pierna haciendo que cayese destartaladamente en una
fosa. Cuando se acercó a la fosa para esposarlo, el ladrón le lanzó un cuchillo
al cuello que le atravesó por completo la garganta. Pero desafortunadamente
para el ladrón el cuerpo moribundo del interrogador se desplomó contra él de
espaldas haciendo que la hoja del cuchillo penetrara en la cabeza del, ahora
sí, asesino.
-Tú…. ¡¿Me has matado?!
-Ambos sufrimos una penitencia por nuestros
actos. Admítelo, no ibas simplemente a esposarme y yo, bueno, ya sabes que
ocurrió.
-¿Y lo de los ojos? Esto es un sueño… ¡Tiene
que serlo!
-Mantente callado y escucharás graznidos.
Cuervos. Este lugar es conocido por ellos y ya sabes que nuestros ojos son suculentos
para estas aves oscuras.

-Bueno, está bien, hemos muerto… Y ahora que
me he percatado de ello es cuando divisamos la luz y subimos al cielo, ¿cierto?
-Tío, me caes bien, me haces reír mucho. NO.
No hay cielo, no hay infierno, no hay nada, sólo esto por toda la eternidad.
Así que espero que encontremos algún pasatiempo entretenido porque nos queda
mucho tiempo. Encerrados aquí por siempre. Sin salida. Sin redención…
Eres grande,tío!!!
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