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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 13 de junio de 2014

El Consejo de los Seis Puñales: Aire [15]

-¿Se puede saber dónde estoy? –se preguntó Ignis a sí mismo en voz alta después de toser repetidas veces y sacudirse el polvo de su toga –.

-Es la Cicatriz Cinética –respondió Ginny, que estaba situada varios metros detrás del Brujo, agitando con ambas manos su cabello morado, con la intención de deshacerse también de ese fastidioso polvo -. Amach ya nos transportó a cada uno de los grupos a los lugares más próximos posibles de nuestros destinos. ¿No es genial? Así llegaremos a la cita con Nixxy en un periquete.

-¿Nixxy?

-¡Oh! Es una Maga de Retaguardia muy amigable, contacto de Voltium Nekro y con un gran entusiasmo por colaborar con vosotros, Consejo. Te caerá bien, ¡ya lo verás!

Ignis no respondió, salvo por una expresión de molestia. Maldecía el momento en el que el Sabio optó por emparejarle con esa chica tan hiperactiva, infantil y cálida; todo lo contrario a la actitud seria, disciplinada y apática del Moldeabrasas. Pero a lo hecho pecho, no tenía más remedio que repetirse para sus adentros que en cuestión de varias horas ya no tendría que ser su “compañero de aventuras”.

De momento, antes de centrarse en la misión, debían averiguar el punto exacto en el que se localizaban, para que, una vez hecho esto, se pusiera rumbo directo a la ofensiva de los Magos de Retaguardia donde, según Ginny, esa tal Nixxy les estaba esperando con, palabras textuales de la Segadora, los brazos y el corazón abiertos de par en par.

-Esto parece la pesadilla de un asmático, ¿a qué se debe tanto polvo?

-Es la Cicatriz Cinética… ¡Piensa! –respondió dándose con el dedo índice suaves golpes en su frente –. “Algo” pasó que bautizó este lugar como tal. Venga, tú eres un veterano de la Guerra de los Arcanos, por lo que estoy segurísima de que alguna contienda la tuviste justo aquí, en la antigua Meseta Crepitante.

Ese nombre despertó a Ignis. Ahora sí conocía este lugar y la razón de ese irritante fenómeno. Sabía que la Meseta Crepitante dejó de existir tras una ardua batalla entre Magos de Retaguardia y Magos Oscuros rebeldes.

En ese lugar otrora circulaba uno de los más caudalosos flujos de maná y, consecuentemente, la zona rezumaba magia por doquier, siendo un sitio donde hasta los animales autóctonos adquirían facultades especiales o directamente mutaban por su coexistencia con el maná puro. En la región, evidentemente, se prohibió terminantemente  que se libraran enfrentamientos entre los distintos bandos de la Guerra de los Arcanos. Sin embargo, un grupo de Magos Oscuros, de esos que no hacían más que manchar el estatus de los otros de su clase, que sí eran bienintencionados, quería sacar un buen provecho de la guerra y trató de adueñarse de esa suculenta fuente de poder.

Por aquel entonces Ignis era aliado tanto de los Magos de Retaguardia como de los Archimagos por haberse ofrecido voluntario en algunas ocasiones para enseñar en la propia Universidad las mejores y más eficientes técnicas de magia ígnea. Como tal, varios años participó en la primera línea de infantería, dirigiendo a los pelotones de Magos más valientes que el ejército aliado podía reunir. Y, por ende, estos valerosos hechiceros no iban a permitir que estos antagonistas de la armonía se apropiasen de tamaña cantidad de magia. ¿Qué hicieron? Enviar una ingente masa de Magos, de entre los cuales se encontraba Ignis como comandante de asalto, hacia la Meseta Crepitante. Pero lo que desconocía tanto un bando como otro era lo mala idea que sería que la magia blanca y la magia negra confluyeran en un sitio tan sobrecargado de energía.

La primera contienda se dio por iniciada y nadie supo que las acciones bélicas de aquel día desencadenarían algo peor que una posible derrota. Ni siquiera, cuando los primeros ataques no eran efectivos contra los adversarios, sino que eran engullidos por la propia tierra, ningún soldado o cargo de más alto rango pudo sospechar que algo no marchaba bien. La decisión fue contraria a la lógica y se mandó que los hechizos se cargasen con más potencia, acelerando así el mecanismo explosivo que se estaba formando bajo sus pies.

¿Qué estaba pasando? En pocas palabras: sinergia arcana. La magia blanca y la magia negra tenían una característica común. Ambas eran magias íntegras, es decir, energías primarias nacidas directamente de los propios flujos de maná, sin mutar por factores del entorno como les ocurrió a la magia magmática o a la sacra.

Para empeorar las cosas, la fuerza de atracción que ejercía la Meseta Crepitante sobre la magia colindante estaba debilitando segundo por segundo a los hechiceros sin que estos se percatasen. Con sólo tocar con sus desgastadas botas el inestable suelo les eran sustraídas minúsculas partículas de maná de sus capilares pedios. Si a esto se les añadían las desmesuradas pérdidas con cada hechizo evocado, sería cuestión de horas que sus sistemas circulatorios, ahora dependientes del maná, se volvieran disfuncionales y fueran cayendo en el campo de batalla sin saber el porqué de sus perecimientos.

Ignis, y otros pocos con algo más en sus mentes que el matar al adversario, se fueron dando cuenta del súbito decrecimiento de sus fuerzas. Asimismo, comprobaron que, cuanto más se insistía en acelerar y fortalecer la confrontación, más veloz era este debilitamiento. Por ende, estos lúcidos hechiceros se reunieron y sopesaron todas las posibilidades, señalando como razón general la relación existente entre enfatizar de manera forzada la acción de sus tropas y la contraposición idiopática de sus facultades mágicas.

Analizando todas sus ideas, ellos solos se aproximaron casi al filo de la auténtica verdad, advirtiendo que existía algún tipo de fenómeno justamente en la Meseta Crepitante que iba a masacrar a todos si continuaban con esos inútiles esfuerzos. Con esta conclusión, no perdieron más el tiempo y se dirigieron al Mariscal de Campo Nefistelos, uno de los mejores estrategas Archimagos y elegido para dirigir el completo batallón de esa contienda.

Desgraciadamente, centrado en su totalidad en el flaqueo masivo de los Magos Oscuros y cegado ante el de su propio ejército, obvió las palabras de Ignis y los otros y les obligó a regresar al campo de batalla.

Sin embargo, debían parar ese suicidio en potencia. Trataron de convencer a sus camaradas, e incluso enviaron a un embajador para informar de la crucial situación a los Magos Oscuros, pero por desgracia fueron escasos soldados los que entraron en razones…

Viendo que con el resto la palabra no servía para nada y emplear la fuerza les conduciría por el mismo letal camino que trataban de evitar, no tuvieron más remedio que abandonar la batalla y olvidar a sus compañeros, quienes un día después, observados por un hechicero de los que escapó, muy hábil como avizor, fueron desplomándose sin vida para, al final, inexplicablemente para ellos, ser sus carcasas devoradas por una gigantesca explosión azulada de origen arcano… Básicamente el caudal había estallado desgarrando la carne y los huesos de los caídos y de los aún moribundos.

Días más tarde se exploró la zona y se teorizó que la causa primordial era el haber empleado magias primarias en una región con tamaña actividad mágica. El flujo de maná engulló tanta cantidad de energía que desbordó su contenido, filtrándose entre las agrietadas grietas y explotando debido a la inestabilidad. La energía liberada barrió literalmente todo resquicio de vida, aquella que no había sido todavía arrancada gota a gota mientras el caudal permanecía medianamente estable.

Pero lo peor faltaba por llegar. Algunos Resucitadores acudieron a la Meseta Crepitante con el fin de levantar a unos cuantos afortunados cuyas almas seguían débilmente atadas a sus cuerpos. No obstante, pese a sus arduos intentos, ahora pudiendo utilizar todo el potencial mágico debido a la “muerte” del flujo de maná, no lograron resucitar a nadie. Las palabras textuales de Maximilian von Licht, uno de los más hábiles Resucitadores de la Historia, con casi facultades de médium, fueron que “no había almas, pero tampoco habían abandonado el lugar”.

Ignis y otros compañeros, desesperanzados, se dignaron sencillamente a visitar el lugar cada cierto tiempo y rendir homenaje a sus camaradas caídos. En cambio, un día, ya pasados un par de meses, presenciaron lo inesperado. La tierra se agitó, el viento sopló con una fuerza inconcebible y resonaron aullidos de origen desconocido. La meseta, inerte por una temporada, volvía a resurgir con vida, aunque esta vez de un modo algo más paranormal.

Las almas habían quedado ocultas, tragadas también por ese subsuelo, y habían estado interactuando con resquicios de maná. Las cenizas cremadas de los cuerpos se alzaron, flotando en el aire y trazando un armónico baile alrededor de los visitantes. De vez en cuando, entre ese viento blanquecino, tintado por las cenizas y el polvo, un rostro cobraba forma y observaba con templanza a sus compañeros. Era uno de los caídos…


A partir de entonces, entre esos vendavales perennes y esa atmósfera polvorienta, en ciertas ocasiones, estas ánimas atrapadas recreaban las acciones llevadas a cabo en sus últimos momentos de vida, condenadas a sufrir en un ciclo sin fin las manifestaciones provocadas por un odio imperecedero y caro, de un precio tan alto como la prohibición del descanso que cualquier otro soldado merecería. Era la neonata Cicatriz Cinética.

-Hacía tiempo que no venía aquí –respondió Ignis tras haberse sumergido un buen rato en sus recuerdos . No… no sabía que ahora este lugar se llamaba así.

-Uh… Por esa expresión aflictiva creo que he tocado cierta parte de tus memorias de un tono algo grisáceas. ¡Lo siento! –contestó la Segadora, con tal nivel empático que un par de lágrimas acababan de brotar de sus ojos –. La próxima vez será mejor que permanezca callad…

-No importa. Hemos venido a hablar con esa tal Nixxy, no a remover el pasado. Y bien, ¿por dónde nos espera?

Desafortunadamente, como si esa interrupción del Moldeabrasas se hubiera tratado de un hechizo de invocación, la Cicatriz Cinética se agitó una vez más. Esa fecha del pasado era la que desagradaba al Gran Brujo, y lo que no sabía es que habían llegado en el momento preciso en el que nuevamente dicho margen temporal iba a ser revivido.

-¿Qué… qué pasa? Se está levantando más suciedad de la normal…

-No es suciedad, son los restos cadavéricos de mis compañeros de batalla, de lo más cercano a unos… amigos.

Hoz Estelar se llevó las manos a la boca, arrepentida por sus palabras, pidiendo perdón a Ignis con su implorante mirada. Aunque esté había ignorado desde el principio su metedura de pata, pues se había quedado embelesado, aguardando la materialización de esas almas atrapadas para poder ver a los suyos una vez más.

-¿Qué ocurrió, Ignis? Estuviste aquí cuando este lugar dejó de llamarse la Meseta Crepitante, ¿cierto? ¿Hay algo, acaso, que los libros ocultaron?

-¿Y qué se supone que aparece en ellos acerca de esta… masacre? –preguntó él tratando inevitablemente de contener sus lágrimas al presenciar el primer rostro materializado, cuya alma pertenecía a un jovencísimo Mago al que dio clases de hechicería ígnea personalmente en la Universidad –. Sorpréndeme, vamos.

-No me acuerdo de gran cosa, aunque en un breve resumen venían a decir que el Mariscal de Campo Nefistelos hizo todo lo posible por contener la gigantesca explosión que desató el ejército de Zyffa la Plañidera.

-¿¡Qué sandez es esa!? ¿Nadie de los otros supervivientes fue capaz de decir la verdad durante mi ausencia? Espera –dijo para que su compañera no respondiera aún –, déjame adivinar… ¿a que esa absurdidad fue redactada por Magos? ¡Oh, qué raro se me hace!

-No… no sé si lo escribieron Magos, aunque puede ser posible… ¿Entonces qué sucedió de verdad?

-Ni él ni la Plañidera cedieron a nuestro ruegos –contestó agachando la cabeza, incapaz de aguantar la mirada a la decimosexta ánima materializada, la cual recreaba el momento exacto en el que su corazón dejaba de funcionar, exento de sangre mezclada con maná –. Fuimos pocos los que sospechamos que la singularidad de estas tierras era nuestro verdadero enemigo… Tratamos de hacérselo ver a Nefistelos, pera estaba enfrascado en una victoria que jamás llegó, ídem con Zyffa, nuestro embajador regresó sin esperanza alguna, solamente trayendo consigo a un par de Magos Oscuros que le habían escuchado por casualidad y también habían creído desde un principio que algo no iba bien en la Meseta Crepitante.

-Eso es horrendo. Eso quiere decir que…

-El Mariscal de Campo no es ningún héroe, y la Plañidera no llegó a tales límites. Simple y llanamente se mataron a sí mismos y a sus ejércitos por la pura ambición de conquista… Ginny, Nefistelos no sólo vino para impedir que los Magos Oscuros se apropiaran de ese flujo de maná. Mi veteranía en la Guerra de los Arcanos me permitía ver a través de las intenciones de mis camaradas. Él pretendía, si se alzaba con la victoria, apropiarse de ese pedazo de tierra para beneficio de los Magos y, ante todo, de él mismo.

Tras las palabras de Ignis hubo un amplio silencio, en el cual Ignis continuó honrando a sus compañeros para sus adentros y Ginny recapacitaba sobre el ideal que tenía de los supuestos héroes impolutos que eran los Magos de la Guerra de los Arcanos. No obstante, dicha pausa duró bastante menos de lo que hubieran querido, pues un extraño sonido apareció en la lejanía, de escasos decibelios y de rasgos eléctricos, similar a un conjuro estándar de un Electromante.

-¿Oyes es…?

A pesar de escucharse aparentemente lejos, en cuestión de segundos la fuente del sonido se posicionó extremadamente cerca de ellos. Y con razón, pues aquello que chisporroteaba no era otra cosa que un proyectil mágico de calibre medio. Por fortuna no impactó directamente en ninguno de los dos, aunque la onda expansiva de la colisión fue lo suficientemente agresiva para lanzarlos por los aires y causarles unos daños considerables.

El disparo había ocasionado una monumental humareda, levantando gran parte de las exánimes cenizas. Ginny e Ignis se pusieron de pie rápidamente y se alarmaron al divisar a varios metros de ellos una robusta silueta, cuya nitidez quedaba oculta por todo ese polvo de carácter mortuorio. Pero el no poder ver quién era no suponía una terrible escasez de información, pues ya de por sí el contorno que observaban era bastante amenazador. Algo humanoide, pero ni por asomo similar a un humano, de altura colosal y con “brazos” alargados, que casi alcanzaban la región inferior de sus gruesas “piernas”. Aunque aún había algo más apabullante, y es que dichas extremidades no estaban unidas al torso, sino que flotaban. Para finalizar, el compendio entero de ese ser se veía envuelto en un sutil embozo reluciente de color azul turquesa.

-¿Podemos ayudarle en algo?

-Por favor, Ginny. No sé la razón de ellas, pero es evidente que tiene intenciones hostiles.

La atmosfera aclareció y quedó expuesta su verdadera forma. No tenía carne, ni músculos, y posiblemente ni huesos. Tan sólo era una amalgama de piedras, cuatro alargadas para los brazos y las piernas, cuatro algo más redondeadas y con picos afilados para las manos y los pies, una más grande para el torso y una de menor tamaño para la cabeza. La totalidad de estas se mantenía con “vida” por aquel embozo, el cual ahora Ginny sabía que era una mera infusión de maná puro.

-¡Vaya! ¡No hay de qué preocuparse, Ignis! ¡Sólo es un constructo!


-¿Un constructo? ¿Has visto más de estos en el pasado?

-Bueno, no como este, pero esa tonalidad de maná que le rodea cobra ese color porque sirve para animar un objeto inerte. En otras palabras, un Segador de la zona le ha dado vida a estas diez piedras para fabricar una especie de golem.

-Vale, perfecto, ya sé su origen. ¿Puedes decir ahora, si eres tan amable, por qué estás tan segura de que no hay que preocuparse por nada?


-¡Es obvio! –dijo entre risas –. Yo también soy una Segadora, ¿lo recuerdas? Si de verdad este constructo ha sido el que ha lanzado ese proyectil y viene a por nosotros, en un abrir y cerrar de ojos habré arrancado su magia con estas dos amigas que tengo aquí.

Ginny despegó de su cinturón violeta sus hoces y se las mostró al constructo, en un indicio amenazador. Por desgracia, quedaba claro que estos seres también carecían de razonamiento, ya que ignoró por completo el aviso de Hoz Estelar y se dispuso a dispararles de nuevo, extendiendo sus brazos y apuntando con cada uno a un hechicero.

La Segadora trató de anteponerse al ataque y canalizó todo su poder a las hoces para inmediatamente absorber el maná del constructo. O eso pretendía… Sus acciones fueron completamente inservibles. No pudo apoderarse ni de la más mínima molécula. Anonadada, no se percató de que ahora era momento para defenderse y quedó expuesta al impacto directo del proyectil que estaba a escasos minutos de volar hacia ella.

Ignis, por su lado, que también había pensado que Ginny iba a detener al constructo, corrió hacia ella para ponerla a salvo, pero se fijó en que cualquier intento iba a resultar en fracaso, ya que el rocoso puño le seguía a la par que iba conformando el asolador hechizo. Fuera como fuera, ambos iban a recibir el letal impacto. El Moldeabrasas podría resucitar, pero muy probablemente la Segadora moriría en el acto. Sólo un milagro podría salvarles de ese aprieto nacido de una sobrevalorada confianza.

Afortunadamente, a veces los milagros ocurren, y esta fue una de esas ocasiones. Apareció de la nada, detrás del ente, una mujer oculta tras una cogulla gris, vestida además con una túnica morada y un cinturón del mismo color que el de Ginny, en el que yacía la funda de una espada vacía. Vacía porque dicha arma la portaba en ese preciso instante en su mano derecha, dando con ella un veloz movimiento que partió en dos mitades, con un trazado oblicuo, al amenazante ser que volvía a convertirse en un mero montículo de piedras.

-¿Estáis bien?

-Sí, muchas gracias por… Un momento –dijo repentinamente Ignis, sobresaltado por algo–. Habla otra vez, si no es molestia.

-¿Ocurre algo?

-¡Vaya, qué curioso! Tienes exactamente la misma voz que la de mi compañera de viaje Ginny.

-¿Có…cómo has dicho que se llama?

En ese momento ella, Ginny, agitó la cabeza, volviendo en sí, dándose cuenta de que quien les había salvado había sido Nixxy. Al grito de “hermana” se abalanzó hacia ella propiciándola un afectuoso y estrangulador abrazo.

-¡Mira, Moldeabrasas! ¡Ella es Nixxy! ¡La encontramos, la encontramos!

El Gran Brujo posó sus manos en su frente, sin poder evitar reírse. Si ya le era agotador con una chica enérgica ahora les acompañaría una copia exacta de ella, lo cual le llevó a pensar en…

-Ginny, no me habías dicho que ella y tú erais hermanas… ¡y mucho menos que erais gemelas!

Las dos dejaron de abrazarse y se miraron mutuamente, asintiendo a posteriori. Aún risueñas, se quitaron las cogullas y le enseñaron sus cabellos. El de Ginny era gris, mientras que el de Nixxy era morado.

-No pasa nada, podrás distinguirnos por el color de nuestro pelo y de nuestra indumentaria –respondió ocurrentemente Nixxy –.

-Y si eso no es suficiente –añadió Ginny –, serás capaz de diferenciarnos por nuestro lunares, ¿ves? El mío está en la mejilla izquierda, pero el de mi hermana está en la derecha.  ¡Somos como un espejo cromáticamente alterado!

-Bueno, pongámonos serios durante un momento –concluyó Ignis con un suspiro –. Imagino entonces que la ofensiva que habéis levantado vosotros, los Magos de Retaguardia, en este sitio era debido a este constructo, ¿ando mal encaminado?

-Es correcto –respondió Nixxy –. Pero me temo que no sólo se trataba de este. Hace semanas uno de nuestros vigías, de los que se encargan de que nadie manipule indebidamente los fenómenos que acaecen en la Cicatriz Cinética, divisó a dos constructos reabsorbiendo maná de la propia tierra. De inmediato enviamos un pequeño pelotón, pero nos llegó información de que había mucho más de dos constructos. A partir de ahí fue cuestión de tiempo que levantásemos una ofensiva e intentásemos averiguar la procedencia de estas inacabables oleadas de marionetas invasoras. Pero extraña y desafortunadamente nunca hemos avanzado más allá de saber que quien está detrás es un Segador, y poco más.

-Y no debe ser un cualquiera, hermana –aclaró Ginny con una seriedad nunca antes vista en ella –. Ni yo he podido disolver el encantamiento de los constructos. Quien los haya animado los ha protegido bastante bien y ha adherido el maná a la piedra a conciencia.

-Quienquiera que sea lleva tiempo haciéndolo, por lo que no debe ser el objetivo que busca Voltium Nekro, aunque tampoco es una nimiedad… Nixxy, si hay algo que podamos hacer…

-Poca cosa, Moldeabrasas. No lo he destruido con esta espada por puro placer. No me malinterpretes pero… un campesino, armado con su horquillo, podría hacer más contra estos seres… Tal y como ha pasado con mi hermana, no hay ningún tipo de hechizo que los pueda fulminar, como mucho desgastar lentamente. Aunque eso no quiere decir que las armas imbuidas con maná no puedan. Curiosamente, por pura coincidencia accidental, descubrimos que las espadas y dagas encantadas eran capaces de atravesar su armazón de maná, así que desde entonces hemos estado empleando estas antiguallas, más acordes con un Señor de la Guerra que con un Mago de Retaguardia.

-No importa, por mi parte no supone ningún problema, tengo a esta pequeña.

En ese instante Ignis mostró a Nixxy su Puñal Llameante, dispuesto a imbuirlo con la totalidad de su poder ígneo para despedazar a cualquier constructo que decidiera presentarse. Sin embargo, quien se presentó fue otro, que parecía que había recibido la llamada del arma.

Una densa nube de maná turquesa surgió de detrás de un gigantesco montículo y se detuvo a varios metros del Gran Brujo. La susodicha nube fue perdiendo densidad y dando a ver un humano de toga de color azul oscuro rasgada y sin mangas. La mitad derecha de su rostro estaba quemado y el ojo de esta misma parte era de un negro sobrecogedor, siendo el del otro lado azul. Su cabello, negro pero azulado en las puntas, comenzó a ondear conforme con sus manos atraía los resquicios del constructo derrotado para mantener a flote y a su espalda las diez piedras, atándolas nuevamente a una niebla turquesa.

-¿¡Tridio –exclamaron las hermanas al unísono –, Tridio Moneda de Plata!?

Las piezas ya encajaban. Un Segador de su talla era capaz de haber formado este caos y mucho más. La cuestión era para qué, e Ignis ya se estaba haciendo una idea, observando que el ojo sano de Tridio mantenía fijamente la mirada en el Puñal Llameante.

Quizás fuera coincidencia y el Segador habría aparecido para hacerse con ese botín extra, o tal vez el Moldeabrasas estaba en lo cierto y toda esta parafernalia había sido para conseguir su puñal. Tanto de una forma como de otra las intenciones de Tridio siempre se resumían en una palabra: dinero. Es decir, lo que fuera que estuviera haciendo lo hacía en nombre del mejor postor, así que más que preguntarse para qué, debían cuestionarse quién le había pagado para realizar todo aquello.

Ignis se aburrió de pensamientos sinsentido. El objetivo actual de Moneda de Plata, si había aparecido personalmente tras haberse escondido eficazmente de las incesantes búsquedas de los Magos de Retaguardia, era evidente: había de deshacerse de él, de Ginny, o de ambos, y el Gran Brujo de las Ascuas no se lo iba a poner en bandeja. Dio un paso al frente y prendió su cuerpo en llamas, preparado para ofrecer un buen espectáculo.

-Ya era hora de algo de acción. Mi cuerpo se estaba enfriando.

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