
Sucedió hace un año aproximadamente. El contexto es
inconcluyente, algunos indican que fue la pandemia de un extraño virus cuyo
hábitat es el cerebro, otros consideran que la contaminación ha anulado una
serie de conexiones neuronales de crucial relevancia, los más escépticos lo
achacan al destino, como si este fuera el auténtico camino por el que la
humanidad circula. No obstante, un grupo reducido cree que hay algo más oscuro
tras todo esto, gente que por suerte aún preserva su total capacidad psíquica,
la resistencia contra una idiosincrasia autodestructiva: La Psique Muda.
Esta pequeña organización ha estado durante los últimos
meses espiando de sol a sol a las personas afectadas. Unos entre las sombras y
otros, más temerarios, caminaban codo con codo fingiendo que también habían
sufrido esta lisis mental. Tanto de una manera como de otra el peligro estaba
siempre vigente, ya que con dicha desactivación cerebral se habían liberado
pulsiones más arcaicas que sacaban afuera una actitud primitivamente agresiva.
Los afectados se sentían amenazados si veían a otro de su especie comportarse
más sofisticadamente, y por culpa de ello diariamente la lista de homicidios
por causas de tal índole iba engrosándose.
Los que no caían en esta maldición eran finiquitados por los
malditos, no había lugar para la cordura racional si el nuevo orden de
normalidad era la insania. El mundo se había sumido en el terror constante
donde los pocos que se oponían a la lisis finalmente ofrecían su rendición. Era
más que una pandemia, una gran boca que arrasaba con las sociedades y las
vomitaba transformadas en un eslabón abrupto.
¿Habría salvación para lo que parecía un irrevocable avance
en el desarrollo nocivo de nuestra especie?
-¡Traigo nuevas,
Orzhovian!
Era uno de los cadetes de observación diurna, de los últimos
en alistarse. Llevaba consigo una información de especial importancia para la
causa de La Psique Muda. Al parecer las semanas de espionaje al fin habían dado
sus frutos. El escuadrón centinela donde se encontraba dicho cadete había
logrado adentrarse por uno de los pasadizos de máxima vigilancia por los que
con asiduidad perdían el rastro a sus objetivos. Hoy, por fortuna, uno de esos
pasadizos se encontraba extrañamente desprotegido y pudieron acceder para ver
hacia dónde conducía.
El mensajero le entregó, temblando aún por el entusiasmo,
toda la recopilación de la investigación a José Manuel, mejor conocido por su
sobrenombre, Orzhovian. Este agarró los papeles de inmediato y leyó lo más
rápido que pudo, tenía la boca abierta, le temblaban los labios, cada letra que
introducía en su cerebro iba confirmando con más claridad que las sospechas de
la organización eran bien ciertas: el factor desencadenante que había destruido
siglos de evolución intelectual no era ni más ni menos que un ser vivo, pero no
era un parásito microscópico, sino macro.
El mensajero, tras esperar a que Orzhovian estructurara en
su cabeza aquella recopilación de datos, procuró añadir un interesante punto
clave.
-Sé que parece
descabellado, días y días de esfuerzo intentando descifrar tantas incógnitas
acerca de la sapiofobia y ahora un supuesto despiste ha logrado que demos un
paso de gigante. Permíteme dudar de si ha sido una recompensa por nuestra
constante vigilia o, por el contrario…
-Lo han hecho a
propósito –concluyó José Manuel –.
-Veo… que no soy el
único loco aquí.
-No, no te preocupes.
A mí también me resulta extraño. Esos guardias no parecen haber sido
idiotizados, saben muy bien cuál es su labor. Es raro que, si los encargados de
salvaguardar el pasadizo D-31-019 se hallaban indispuestos, no los hubieran
sustituido. Que no hubiese nadie para impedir la infiltración de uno de los
nuestros se debe, muy probablemente, a que ya se han cansado de ignorarnos. Van
a por nosotros…
-Y, entonces, ¿qué es
lo que debemos hacer?
-Está claro. Ellos nos
han indicado el camino a su hogar, sería poco caballeroso el no acudir a la
cita. Zac, avisa a todos de la retirada, ya no necesitamos más observadores, quiero
a todos los miembros reunidos para antes del ocaso, tal vez hoy cenemos fuera.
Zac se despidió con el puño izquierdo pegado a su frente, el
saludo oficial de La Psique Muda, y salió del zulo. Nada más quedar expuesto en
la calle a las miradas de los malditos, su rostro cambió. Por un breve momento
se le había olvidado que tenía que adoptar su cotidiano rol de descerebrado.
Enlenteció la marcha, mostró un rostro impasible y se dirigió al primer enclave
de espionaje. Accedió de inmediato a la mesa de telecomunicaciones y, mediante
un mensaje codificado en morse, advirtió al resto de pelotones. No obstante,
aún tenía que avisar en persona a dos grupos que se encontraban a las afueras
de la ciudad. Tomó munición para su pistola y emprendió el viaje. En cuestión
de cuarenta y cinco minutos habría alcanzado al primero.
Mientras tanto, José
Manuel hacía los preparativos para la reunión. Contemplaba la vidriera
de las armas, nunca se imaginó que llegaría un día en el que la abriera,
seguramente dentro del escondrijo del propagador de la sapiofobia habría un ejército
entero de malditos. Ellos no dudarían ni un segundo en abalanzarse contra La
Psique Muda, y, por más que le doliera, habrían de defenderse a base de
disparos. Lo sabía mucho antes de que los hechos se pusieran a favor de su
pesimismo: si el corazón de los sapiófobos albergaba un panorama similar al que
tenía en su cabeza hoy morirían muchos inocentes, tanto de un bando, los que
cedieron a la lisis sin poder eludirla, como del otro, miembros de una
resistencia a los que no les quedaba otra alternativa que enfrentarse a la
reprensión de toda una civilización cadavérica.
Se sentó en una de las viejas sillas y extrajo de su
faltriquera un bote con una sustancia cárdena. Siempre que se encontraba en una
situación de semejantes características, lleno de duda, aprisionado en el dilema,
sacaba esa droga y, con la vista clavada en el vial, reflexionaba
detenidamente.
Ese producto químico lo encontró en una emboscada que el
escuadrón bajo su mandato realizó en un almacén de la periferia de la ciudad.
Una serie de científicos, seguramente regidos por el propagador, habían creado
una sustancia que, al inhibir un tercio de las sinapsis neuronales, aceleraba
el proceso infeccioso de la sapiofobia. La Psique Muda destruyó todos los
viales, pero Orzhovian se guardó uno por si algún día era de utilidad, tal vez
para investigar alguna manera de revertir la enfermedad.
Pero, con el paso del tiempo, otro tipo de ideas surgieron
en su mente. ¿Y si no había forma humana de combatir aquello, y si en realidad,
la naturaleza, en su gran sabiduría, había permitido la sapiofobia para dejar a
las personas en un estadío más confortable y feliz, y si tomar ahora mismo esa
droga era la mejor opción…?
-Orzhovian, he venido
lo más rápido que he podido, ¿qué ocurre?
Ante la inesperada visita, volvió a tapar el vial y lo
guardó. Esa voz le resultaba familiar, se giró y vio a su mano derecha, Thresh,
experto en combates cuerpo a cuerpo, portaba en su cinturón una pequeña guadaña
y, al otro lado, un farol que le acompañaba en sus turnos nocturnos.
José Manuel vio sus ojos brillando, podía sentir su
expectación y su entusiasmo, él ya suponía que pronto tendría que pulir la hoja
de su guadaña. Con la reacción de Thresh, maldijo para sus adentros, finiquitó
de inmediato la intención absurda de volverse otro maldito más, no podía
abandonar a todos los que habían aguantado mil injurias para hacer frente a la
sapiofobia, no ahora que estaban llegando a la meta.
-¿Y bien? –volvió a
preguntar debido al silencio sepulcral de este –.
-Supongo que Zac ya te
habrá contado por encima la situación. Necesito que te prepares bien, tu equipo
de apoyo nos cubrirá la retaguardia esta noche.
-Entonces, ¿es cierto?
¿Existe un causante de este mal y hemos hallado su paradero?
-No puedo afirmar con
seguridad nada al respecto, pero si te calma… Sí, tal vez mañana consigamos
poner de nuevo en el sentido correcto la rueda de la evolución.
La amplia sonrisa de Thresh alegró a Orzhovian, si el resto
de miembro iban a mostrarse tan estimulados por tal noticia, sus probabilidades
de alzarse con la victoria aumentaban exponencialmente.
Thresh se marchó para dejar listo su equipaje de combate, no
sin antes despedirse con el correspondiente saludo. Por su lado, José Manuel
volvió a sacar la droga, aunque esta vez no la observó con la misma mentalidad
que antes, ahora era su amuleto, el porqué de esta ofensiva, la metáfora de lo
que lograría La Psique Muda: esta noche encerrarían este episodio nefasto de la
humanidad en un cofre y ahí quedaría, siendo consumido en el olvido para la
posteridad. Un amuleto ganado en una pequeña victoria, ahora le seguiría hasta
la gloria total. Hoy se iniciaría un duelo entre dos titanes y se determinaría
al ganador, ¿ignorancia o sabiduría?
Y el Sol comenzó a ocultarse. Todos los miembros ya habían
acudido a la reunión extraordinaria, a excepción de Zac y los dos grupos de las
afueras, aquellos con los que no se podía contactar de ninguna forma que no
fuera con sus mensajeros.
Orzhovian decidió aguardar media hora, pero la espera no
duró más de diez minutos. Un maldito irrumpió en el zulo. De inmediato los custodios
apuntaron a su cabeza con sus respectivas armas, sin embargo, viendo José
Manuel que portaba consigo una bolsa aparentemente de interés para la
organización, dio la orden de bajar las armas y permitió que “hablara”.
-‘ta bolsa es pa’ tos’
los de aquí. M’ han dicho qu’ es servible pa’ vosotros y vuestras intenciones…
o algo así.
-¿No será esto una
estratagema para derrocar nuestro asalto? –cuestionó Thresh –.
-¿Lo qué?
No iba a llegar muy lejos cualquier intento de conversación
con el maldito. Así que Orzhovian le arrebató la bolsa y dejó que se marchara.
No importaba que supiera que de verdad La Psique Muda iba a realizar hoy una
operación a gran escala, después de todo era un maldito, pronto se le olvidaría
lo poco que había visto y escuchado.
Orzhovian llevó la bolsa a la mesa. Durante el breve
transporte supo que aquello que contuviese tenía un peso considerable. Todos manifestaban
curiosidad por ver el interior. No obstante, la intriga mutó, ipso facto, en
arrepentimiento. El contenido consistía en nueve manos cortadas. Enseguida
supieron a quiénes les pertenecían: eran justamente de aquellos que aún no
habían acudido a la reunión.
Cada integrante tiene tatuados una serie de lunares
dispuestos de tal forma que te permiten de inmediato identificarte como miembro
de La Psique Muda. Y todas y cada una de las manos presentaban la misma colocación,
por lo que no había duda, eran ellos.
Ya no había vuelta atrás, estaba todo dicho, aquel acto
homicida advertía de la situación, o la organización iba a por los malditos o
ellos no tardarían en darles caza. Desde el primer momento en el que nació esta
resistencia todos eran conscientes del peligro que conllevaba, aunque nunca
antes había muerto uno, y hoy, súbitamente, les habían arrebatado la vida a
nueve soldados. Si alguno se replanteaba si era suficiente aliciente el
devolver a la normalidad las mentes de la humanidad, ahora tenía otro pretexto
más: la muerte de sus camaradas y, por supuesto, una oportunidad para vengarlos.
-Muy bien –dijo Orzhovian
tras unos segundos de silencio lúgubre –. Lo
que acabamos de presenciar es una minúscula imagen de lo que, quizás, ocurra
durante el enfrentamiento. Por lo que, si alguien quiere echarse atrás está en
su total derecho, no habrán coacciones ni desquites, al menos por mi parte.
Para todos los que decidan continuar, sólo os puedo decir que rebusquéis en
vuestra mente y mezcléis todo lo que odiáis de las personas, la mezcolanza
resultante será lo que hallemos allí. También quiero recordaros que quienquiera
que haya hecho esta carnicería intelectual nos conoce perfectamente, por lo que
habrá preparado el entorno para dejarnos en desventaja. Sin embargo, no cuenta
con algo crucial: ¡nuestra voluntad será el caos de este fútil orden!
Todos gritaron llenos de euforia, sus corazones palpitaban
desmesuradamente, al final había llegado el día que tanto anhelaban. Hartos de
observar de forma pasiva, impotentes viendo diariamente a decenas de nuevos
malditos caer en las garras de la ignorancia, hoy podrían liberar toda esa
rabia contenida y otorgar al propagador de la sapiofobia el funesto destino que
se merecía.
La noche se cernió sobre la ciudad. Las calles estaban
vacías. Era la señal. Los 31 integrantes llegaron al pasadizo. Como era de
esperar, seguía exento de vigilancia. Afilaron sus hojas, recargaron sus
pistolas, afinaron sus reflejos y se adentraron.
Después de un recorrido de unos diez minutos, finalmente una
portón les dio paso a una pequeña sala en cuya pared contigua se erguía una
gran compuerta. En cuanto todos pusieron pie en aquel lugar, unas luces
cegadoras se encendieron y de pronto una voz retumbó, aparentemente del
propagador.
-Realmente puntuales,
eso me agrada.
-¿Quién eres?
¡Muéstrate! –imperó Thresh.
-¡Oh! ¿Dónde están
mis modales? Podéis llamarme Agnosia. Me complace ser testigo de la última (e
inservible) resistencia de este mundo hacia lo que vosotros denomináis…
sapiofobia, pese a que yo prefiera llamarlo simplemente verdadera naturaleza
humana. Pero bueno, creo que no habéis venido hasta aquí tan sólo para charlar.
¿Algo que alegar?
-Mira, Agnosia –respondió
Orzhovian –. Si estás observándonos a
través de una cámara, supongo que mis palabras no te convencerán al ver a un
grupo de asalto armado hasta los dientes, pero créeme si te digo que nuestra
primera intención es dialogar. Únicamente te pido que reviertas esto, ¿no te
parece aburrido ser el gobernador de un mundo de necios?
-No sé qué decirte,
¿no es, acaso, lo que todo líder quiere, que sus lacayos no piensen por sí
solos? Y fíjate tú por dónde que, en mis andanzas por los laboratorios de la
Facultad de Química hallé por error una sustancia gaseosa que potenciaba el
cese de la actividad cerebral superior. Una lástima que no fuera efectiva con
toda la población, pero, entre que muchos han muerto y otros han hallado nuevas
formas de idiotizarse, todo ha salido incluso mejor de lo que pensaba.
-Veo, entonces, que no
pretendes recapacitar…
-Sí, sí, ya me sé el
resto de la historia –expresó Agnosia interrumpiéndole –. Ahora dirás algo como que no os queda más
alternativa que recurrir a la violencia y que lamentáis mucho haber tenido que
llegar a esto, bla, bla. Os adelanto los hechos: no vais a hacer nada… no sin
antes pasar por encima de mis “compatriotas”. Otra ventaja de liderarlos, es sumamente
fácil convencerles para que den su vida por mí. ¡Que os vaya bien con vuestra
ética y demás sandeces a la hora de defenderos! Me temo que a ellos no les va a
importar mucho el desmembraros…
Tras ello, la compuerta se abrió y desveló un gran cúmulo de
personas, de malditos, organizados en filas, calmados, como si llevaran días
esperando este momento. La imagen, tan conmovedora como espeluznante, concedió
un lívido silencio de un par de segundos hasta que Agnosia dio la orden.
Orzhovian no tuvo más remedio, ante la súbita oleada de
furia irracional que se arrojaba contra ellos, que iniciar el contraataque.
Pronto él se quedó atrás, fuera de combate, paralizado por lo que contemplaba.
Jamás creyó que sería testigo de una de esas batallas cuerpo a cuerpo que leía
en los libros de historia. Cada pocos minutos varios cuerpos, tanto rebeldes
como malditos, caían al suelo sin vida, y aún él, cabizbajo, sin hacer nada.
Sin embargo, ahí estuvo Thresh para hacerle reaccionar. Este
lanzó a sus pies su farol, encendido. José Manuel alzó la cabeza y le vio con
su guadaña ensangrentada, pero con un rostro preocupado, no hacía falta que se
comunicaran por palabras, él lo sabía, aunque el resto estuviera matando
civiles lo hacían llenos de remordimiento, al fin y al cabo no había otra
solución, tal y como dijo Agnosia los malditos no iban a detenerse aunque el
enemigo fuera un familiar.
Por tanto, sin pararse ni un minuto más a reflexionar,
Orzhovian se adentró en el combate. No obstante, no consiguió hacer mucho, ya
que, de entre la muchedumbre, un encapuchado, surgido de una trampilla oculta,
lo agarró y se lo llevó de aquel lugar. Este desconocido fue previsor,
aprovechando el lapsus de la sorpresa, lo inmovilizó con unas esposas.
Después de un angustioso viaje de pocos metros, los dos
salieron a un habitáculo similar al de antes, con una compuerta idéntica. José
Manuel podía escuchar los gritos de la lucha, por lo que no se hallarían muy
lejos. Aunque, pese al deseo de querer estar con sus compañeros, ahora tenía
algo más importante entre manos…
-¿Qué haces? ¿Quién
eres?
-Te creía más
avispado, Orzhovian. Soy Agnosia, ¿quién si no?
-¡Esto es juego sucio!
No puedes hacer esto, si ya somos pocos de por sí, ¿por qué me has apartado de
ellos?
-Yo no lo veo justo,
nuestros soldados pelean mientras que los líderes conversan.
-Estás muy equivocado,
Agnosia. Yo en ningún momento me he considerado el líder de nada, he sido uno
más, sin ventajas sobre el resto, tan sólo un guía de La Psique Muda.
-Ya… muy interesante.
Pues ahí tengo que darte la razón, no eres líder de nada. Considérate, más
bien, el único.
Al principio José Manuel no entendió qué quería decir con
eso, hasta que Agnosia abrió la compuerta y descubrió la cruda realidad. Habían
perdido. Muchos malditos habían caído, pero otros cuantos se mantenían en pie.
Desgraciadamente para el otro bando, todos yacían ya en el Más Allá, nadie
había sobrevivido, ni Thresh…
Orzhovian no supo cómo reaccionar, estaba en colapso,
conmocionado, sin apenas escuchar las carcajadas de Agnosia. Observando,
impotente, cómo avanzaban los malditos lentamente hasta la sala donde se
encontraban, probablemente para ahora darle muerte a él.
-Tómate esto como una
lección –sentenció Agnosia –. La
ignorancia es el futuro, y por mucho empeño que le ponga la gente como tú, no conseguiréis
más que frustración. No decaigas, no es que tú fueras débil, te aseguro que
hasta el más carismático habría sido devorado. Y ahora, sintiéndolo mucho, es
hora de despedirnos.
Agnosia le quitó la esposas y le dio una patada que le dejó
más próximo a los sapiófobos. ¿Era así como acababa todo, después de tanto
tiempo de resistencia? No, incluso en el final hay distintos caminos, no le
daría el gusto a ese maníaco de verle siendo el festín de esas bestias. Rebuscó
en su pantalón y encontró el vial. Su intención era bebérselo y ser otro
maldito más, mejor eso que morir…
Pero entonces, justo antes de consumirlo, a través del
vidrio distinguió a sus compañeros sin vida. José Manuel pausó un momento y
analizó la situación. ¿De verdad los iba a abandonar así? Ellos habían dado la
vida por la causa y ahora él se iba a convertir en un sujeto más de los que La
Psique Muda despreciaba. ¿Qué hacer, entonces?
Fue cuando lo vio. Las manos de sus futuros asesinos,
estaban desgastadas, como sus caras, demacradas. Parecía que habían estado
trabajando durante mucho tiempo… Un último vistazo a su alrededor fue la última
pieza que le faltaba a su puzle. Ya lo tenía, esbozó una tibia mueca de
satisfacción y se puso de pie. Plantó cara a los malditos y procedió.
-¡Vosotros, atendedme!
¿Realmente es esto lo que queréis?
-Por favor Orzhovian –interrumpió
Agnosia –. No hagas esto más patético de
lo que ya es…
-Paraos y usad la
mente por un segundo –continuó él –. Yo,
como ningún otro, os comprendo. Sé lo que os pasa. No habéis caído presas de
ninguna enfermedad ni nada por el estilo. ¡Miraos vuestras manos! ¿Qué veis?
Son cayos. ¿Habéis sido vosotros los que habéis construido todas estas
instalaciones, verdad?
Muchos asintieron con la cabeza.
-¿No consideráis eso
una habilidad? Ese trabajo en grupo y coordinación ha conseguido crear estas
cámaras tan perfectas. Fijaos, son fuertes, no se derrumbarían por el deterioro.
No muchos tienen la capacidad para hacerlo. ¿No es, por tanto, de un modo, una
muestra de inteligencia el tener la capacidad de haber creado esto?
-Orzhovian, no sé lo
que tramas pero cállate ya. ¡Y vosotros, dejaos de estupideces y
descuartizarlo!
El nerviosismo de su voz confirmaba a José Manuel que iba
por el buen camino. Además, los malditos ignoraron la orden de Agnosia, por lo
que de momento le estaban prestando total atención, simplemente tendría que
seguir así.
-¿Queréis saber por
qué los de mi organización llamamos a lo que padecéis sapiofobia? Porque no es
que os hayáis vuelto ignorantes, sino que le tenéis miedo al saber, al
conocimiento. Pero no podéis evitarlo, la inteligencia es algo que se lleva en
el ADN, aunque cada uno la manifiesta de una forma distinta, lo que pasa es que,
seguramente, este individuo que está detrás de mí, os ha hecho creer que si no
sois capaces de realizar una operación matemática o de recitar todas las
constelaciones de la bóveda celeste entonces no sois sabios. ¿Tengo razón?
Muchos más se unieron a los de antes y volvieron a asentir.
-Os ha cegado, ha
anulado vuestra capacidad intelectual, la habéis escondido tan dentro de
vosotros que os ha sido imposible recuperarla, pero, como he dicho, lo lleváis
en el ADN, y si ya no podíais mostrarla de una forma, se haría de otra, y
vosotros lo habéis hecho con esta maravillosa habilidad arquitectónica.
-¡Cállate ya!
¡Matadlo! ¿Me oís? ¡Destripadlo!
Pero ninguno escuchaba a Agnosia, de hecho, unos pocos
comenzaban a expresar una mirada vengativa hacia él.
-Abrid los ojos –fue
concluyendo José Manuel –. Estáis
aterrados pensando que no volveréis a tener lucidez en nada y no es así.
Siempre se puede recuperar aquella habilidad perdida, tan sólo tenéis que poner
empeño y ser decididos. No podéis seguir permitiendo que alguien os trate de
esta forma, no sois estúpidos, tan sólo os han puesto una fina venda en la
cabeza, tan fina, que vosotros mismos podéis rasgarla. Hacedlo, por favor. Sé
que por dentro gritáis, exigiendo que todo vuelva a la normalidad, pero la llave
para que el avance continúe no la tiene nadie a excepción de vosotros mismos.
Es el momento de que cambiéis, yo no puedo hacer nada, debéis de engrasar
vuestros engranajes y ponerlos en marcha de nuevo. Hacedlo y os prometo que muy
pronto la única enfermedad que tendréis será la sapiofilia.
Lentamente, uno a uno, las lágrimas resbalaron por sus
faces. Habían comprendido el mensaje, sus mentes se había abierto otra vez.
Ahora no era una rabia animal lo que sentían, sino la furia de aquel al que le
han confiscado algo tan preciado. No era una estampida, sino una masa violentada
por su opresor. Se fueron aproximando poco a poco hasta Agnosia, y este, con la
salida para escapar obstruida, tan sólo se puso a gritar, desesperado.
-¡Bien jugado,
Orzhovian, mi enhorabuena! Pero ya sabes que no sólo en esta ciudad están estos
estúpidos, ellos se encuentran en TODO el globo, ¿cómo remediarás eso, eh?
¿¡Cómo!?
José Manuel se dio la vuelta y le contestó con una breve
frase, justo antes de que una salva de contundentes golpes letales cayera sobre
él.
-Muy sencillo, con lo
mismo que aquí: con la palabra.

Con el tiempo, fue inevitable que el nombre de José Manuel
apareciera en todos los medios de información. Un día, aceptó una entrevista, y
para el fin de los tiempos quedó grabada la respuesta a una de las múltiples
preguntas que le realizaron. La pregunta en cuestión fue que si soñaba con
algún tipo de recompensa en especial por haber salvado a la humanidad de la
ignorancia. A lo que él contestó:
-El regalo ya me lo distéis todos y cada uno de vosotros, y
fue la esperanza.
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