Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 19 de julio de 2012

Rendición


Abrí los ojos en un súbito impulso aterrador acompañado de una entrecortada respiración y mililitros de angustioso sudor. Ya había despertado, pero… ¿para qué? Silencio era lo único que podía encontrar dentro de esta habitación. Silencio sepulcral… Y, siendo honestos, lo encontré acogedor. Ese mutismo me hacía soñar con ese lugar feliz, ese sitio tranquilo… el otro lado… Hoy era el día.

Me aproximé a la silla de mi cuarto y agarré con delicadeza mis vestimentas. Ya estaba todo preparado, tenía que ir bien vestido para la ceremonia. Y mientras mi compañero, el silencio, me acompañaba a lo largo de toda la casa, yo iba preparándome para romper mis lazos con la vivienda. Me acogió durante mucho tiempo y se lo agradezco. Pero todo tiene un final y hoy llegó el momento de dejar para siempre estas cuatro paredes acogedoras. No desayuné. No tenía apetito.

El silencio se rompió con el ruido, ahora ensordecedor, del motor de mi cepillo de dientes. Mi rostro se reflejaba en el espejo. Mis ojos clavaron la mirada en los de mi reflejo. Intenté apartar la vista, pero no podía resistirme. Quería mirar a mi verdugo pero no quería ver a la víctima. Escupí la pasta de dientes al lavabo. Hilos de sangre brotaron de mi boca. Creo que apreté con demasiada fuerza las cerdas del cepillo contra mi encía. No importa. Ahora mismo el dolor me hacía sentir vivo… En vano…

Salí finalmente a la calle. Gris. Comencé a ver mi entorno en un tono grisáceo. Un gris apagado, sin sentimientos, inanimado, muerto… Un daltonismo sentimental que no me impidió partir mi viaje. No había viento, no había gente. Solamente estábamos nosotros dos. El silencio y yo.

Llevaba unas cuantas monedas para comprar un par de objetos que necesitaba. Supongo que con eso sería suficiente. Aunque no quería comprar algo barato, necesitaba material fiable. Al menos para hacer esta última acción bien. Algo bien entre tanto fracaso… Y de repente el silencio murió para ser sustituido por un inesperado aullido eólico. Un sonido intimidante que parece que iba directo a mis canales auditivos. ¿Acaso querría decirme algo?

Llegué a la ferretería y el vendedor me dio la bienvenida con una amplia sonrisa. Quise responderle de la misma forma… ¡lo juro! Pero no podía… Yo no manejaba mis músculos en ese momento… Sólo tuve fuerzas para decirle un susurrante “gracias” cuando me trajo el material que le pedí. Finalmente tenía todos los preparativos: una pequeña escalera y una cuerda gruesa, muy gruesa, la más gruesa que pudo encontrar el vendedor en su tienda.

El vendedor se despidió de mi, y yo, como respuesta, y, ante mi asombro, le contesté con un “hasta nunca”. Pero aún mayor fue el asombro de mi asombro. ¿Podría ser que algo dentro de mí realmente se opusiera a esto? … Me daba igual.

En cuanto salí de la tienda rompió a llover. No quise empapar mi indumentaria. Me senté en un escalón, cubierto de la lluvia y esperé. No hizo falta aguardar mucho tiempo. Era una lluvia de verano, de esas que duran tan poco, tan efímeras… como la vida misma. Sin embargo, durante el escaso tiempo de las precipitaciones, me percaté de que un pájaro quería también refugiarse de la lluvia. Y con todo su esfuerzo logró llegar hasta mí. No dudé en secarle con mis prendas. Entonces, como agradecimiento, él se quedó conmigo hasta el cese de la lluvia.

Pero, cuando finalmente paró de llover, el pájaro salió volando a ras del suelo y, desgraciadamente, fue atropellado por un vehículo. Fui corriendo para ver su estado y vi a la pequeña ave retorciéndose de dolor sobre  un minúsculo charco de sangre. Tenía las dos patas y una de sus alas totalmente destrozadas. No iba a sobrevivir… Ante mi más inmenso dolor, no tuve más remedio que sentenciar su vida… Parece que su destino en todo momento era perecer. Ya teníamos algo en común. Cerré los ojos y, mientras me brotaban de ellos alguna que otra lágrima, aplasté su delicada cabeza con mi zapato. Escuché profundamente el crujir de su cráneo. No fue fácil la decisión, pero debía hacerlo. Otro sufridor más no, por favor.

Volví al escalón y recogí mis cosas. Me limpié en el felpudo de la entrada de la ferretería la sangre de mi zapato y continué mi travesía. Una travesía marcada siempre por la oscura silueta de la muerte. Entre muerte nací, crecí envuelta en ella y mi final será su esencia…  Algunos me tacharon de pesimista, yo prefiero denominarme perspectivista, pues no encuentro otro significado en la vida que no sea la oscuridad plena, un estadío cenizo. Mi perspectiva puede que no sea la correcta, pero por algo cada organismo es independiente de los demás. Y por eso no encuentro otra finalidad a la vida que esta. Algunos entran a esa tienda que es la vida a comprar porque les gusta; otros, en cambio, sólo entran a mirar y se van porque no les agrada lo que se les ofrece…

Llegué al parque. Vacío completamente. Y, nuevamente, el silencio me encontró. Me senté en un banco y me quedé mirando la nada. Tan sólo esperando a que la noche cayera. Afortunadamente, durante mi vigilia, pude entretenerme observando a gente pasar. Allí estaban, caminando contentos sin importarles que estuvieran condenados a morir algún día. Pasaron niños con sus padres, parejas, ancianos… Toda clase de entes humanoides. Y todos felices… ignorantes de lo que el futuro les tuviera preparado. Quizá a los pocos segundos morirían de un atropello, como mi difunto amigo. O tal vez un ladrón les apuñalase. Pero parecía que el futuro no les impedía sonreír ante este camino amargo. ¿Cómo lo harían?

Escasas horas faltaban ya para que saliese la luna. Eterna compañera de la noche, de la oscuridad, de aquella no-materia que envuelve todo. El suelo seguía húmedo por la lluvia. Caminé lentamente hasta el cementerio, irónicamente próximo al parque. Tan cerca niños, otorgados con vida tan recientemente, de cadáveres.

De repente tropecé y rodé ladera abajo impactando contra un charco. Parece que vestirme bien no sirvió de nada, pues me manché completamente de barro. Otro fracaso… Levanté la cara del suelo y miré mi reflejo en el charco iluminado por la luna. Un rostro tan demacrado y tan pálido, la emulación cadavérica de un futuro que ya se podía palpar con la mano. Recogí del suelo la escalera y la cuerda y proseguí.

Empecé a tener frío… Mucho frío. Tal vez sería la presencia gélida de los difuntos que me acogían en su territorio. Tal vez sería esa sensación que llegaba a mí envolviéndome ya en lo que iba a sentir el resto de mis días. No lo sé con seguridad…

Pronto, caminando a través de las lápidas e, invadido por el silencio absoluto, pude escuchar con nitidez el crujir de la tierra, de las mandíbulas moviéndose al son de un mismo ritmo. Descomponedores devorando los cuerpos de los otrora seres vivos. Lo escuchaba perfectamente. Estremecedor quizá, pero ese sonido tan rítmico me estaba calmando.

Subí una pequeña colina en cuya cima se encontraba un árbol. Até la cuerda a su rama más fuerte y comencé a hacer un nudo. Doblé la cuerda, enrollé varias veces un extremo alrededor del otro saqué el extremo por uno de los bucles y listo. Una soga perfecta… Por último, coloqué la escalera, subí y me puse la soga alrededor del cuello. Eché un último vistazo al panorama. Oteando el horizonte solo veía niebla donde lo único que la vencía era la brillante y enorme luna que iluminaba todo el paisaje. Volví la mirada y las lápidas que reposaban en la falda de la colina me recordaron de nuevo la oscuridad de mi existencia.

Finalmente, en un último suspiro, apreté la soga. Hubo unos segundos de reflexión. ¿Reflexión? No creo que fuera necesario. Llevaba meses con esta idea en mente, pero bueno, ya se sabe, no es lo mismo pensarlo plácidamente en tu cerebro que vivirlo ya al límite del final.

No quise esperar más. Cada segundo que estaba estático era un segundo más de inmenso dolor. Le di un empujón con el pie a la escalera y caí a la nada siendo sostenido por la letal soga. Al principio fue doloroso, noté un duro golpe en la tráquea, pero escaso tiempo después se disipó. Mi cuerpo me exigía respirar a pesar de su incapacidad para hacerlo, pues la obstrucción de la garganta era total. No circuló ni una mota de oxígeno más por mi laringe. Había llegado el desenlace de todo. Ahora sólo quería cerrar los ojos… sólo quería… descansar…

Y allí se halló mi cuerpo. Una carcasa mecida por el frágil viento cuya silueta era el singular contraste de una luna totalmente pálida, del mismo color de mi nueva piel. El silencio volvió a retomar la corona al recibir la bienvenida al lugar de los difuntos. Ahora la oscuridad que permaneció durante toda mi estancia en ese mundo por fin captó una tenue luz mortecina. D.E.P.

No hay comentarios:

Publicar un comentario