Él… sus
últimas palabras… me obligó a quedarme aquí, afirmó que tenía que aguardar tu…
llegada. ¿Pero cómo puedes ayudarme si ni siquiera sabes lo que ha ocurrido? Está
todo rojo, teñido de sangre. No es suya, no… Aquí hubo una lucha. Todo empezó
pocos días después de que te marcharas… Es como si hubieras traído la ruina a
esta casa… Sé que Bruno estaba cambiado, que ahora no estaba tan indefenso,
pero nadie podría haberle hecho frente a aquella incursión. Yo… yo me salvé de
milagro, apenas me hicieron caso y simplemente trataron de noquearme, de
reducirme para que pudieran centrarse en él. Y lo lograron… Se ha ido y no sé
si volverá.
Comenzaré
desde el principio para aclararte todo. Puede que me siga pareciendo raro el
tener delante de mí a un ser como tú, que parece un monstruo nacido de las
pesadillas de mi infancia, pero no sé a quién más contarle esto y que no me
tome por una loca. Después de todo, empiezo a considerar que los límites de la
realidad están posicionados en unas localizaciones más distales de las que yo
creía…
Ese
mismo día que tú… Sombra, te marchaste, la cosa empezó a tambalearse. Llevaba
tiempo acostumbrada a esa nueva faceta de Bruno… Y no podía negar que me
resultase atractiva… Sé que él lo desconoce, que simplemente sospecha que yo
también tengo algo especial basándose en esa vez que rebané con determinación a
Santiago, pero mis días como Flebotomista trastocaron algo en mi interior. Sé
que ha tratado de ocultarme innumerables veces su sed de sangre, como aquella
ocasión en la que intentó matarme y mi abrazo le consoló. Ha querido mantenerme
al margen de tantas cosas las cuales yo ya sabía… Pero lo que él ignora es que
yo, aunque quizás en menor medida, también poseo cierta doble personalidad.
Jamás me aterraría ni espantaría nada de él, me contase lo que fuera. Y
sospecho que tú conoces toda la verdad… Sin embargo, sería injusto averiguarla
a través de ti. Quiero… no, necesito que él me revele todo. Pero hasta entonces
seré paciente, si es que vuelvo a reunirme con él.
Cada
día me despertaba sola en la cama. Se había vuelto bastante madrugador. Eran
gritos los que me sacaban de mi letargo, los alaridos de Santiago. Sí, Bruno no
se levantaba temprano para desayunar o cualquier otra tarea típica de la
mañanas, simplemente sus deseos de volver a cortar en pedazos al Flebotomista
le hacían madrugar. Yo, por mi lado, ya hecha a ese griterío, me dirigí al
salón para observar la escena.
Oh, y
si te preguntas cómo es que, si se reproducían esos espeluznantes y suplicantes
chillidos diariamente, ninguno de los vecinos del bloque había llamado a la
policía, la respuesta es bastante sencilla: no habían vecinos. Sin contar la
suya, eran siete hogares, de los cuales tres desde el principio estaban
deshabitados, con polvorientos carteles tratando inútilmente de vender las
casas. De los otro cuatro, donde como mucho residían tres personas, fue Bruno
quien se encargó de vaciarlos de toda vida. Unos días antes de que por su mente
pasara la malévola idea de torturar a Santiago, sopesando todas las consecuencias
que aquello podría acaecer, supo que no llegaría muy lejos si él gritaba.
Primeramente no tuvo otra alternativa que ponerle una mordaza para reducir los
decibelios. Sin embargo, no le convencía mucho esta opción, ya que perdería la
oportunidad de deleitarse con su voz, manifestación de un dulce dolor infernal.
Y al día siguiente, aún meditando sobre el tema, un vecino llamó a la puerta
para pasar una circular. Inesperadamente, sorprendiéndome tanto a mí como a ese
pobre hombre, le dio un puñetazo en la nariz para aturdirle y lo metió en casa.
Justo antes de que el agredido pudiera reaccionar, su torso había sido
perforado con un cuchillo decenas de veces… Ahora ya entendía el empeño que
tenía en dejar tal cubierto en la mesilla del recibidor.
Le
pregunté por qué había hecho eso, y simplemente me respondió, con una expresión
serena, que hacía tiempo que no se le presentaba la ocasión de arrebatarle la
vida a una cara nueva de manera tan simple, y que quería darse un capricho
antes de matar cada día a la misma persona, pues llegaría el momento en el que
le parecería monótono descuartizar siempre la misma cabeza. Alegó que era como
una despedida de soltero para alguien que pronto se casaría con la matanza, y
en cambio no le era suficiente con una sola persona. Chascó los dedos, ya había
hallado la alternativa a la mordaza.
Sin
decirme absolutamente nada, arrancó el cuchillo de la región intercostal
derecha del reciente cadáver y salió de casa, bajando las escaleras con
entusiasmo. Era demasiado evidente, iba a matar a más vecinos… Y la idea no es
que me molestara sobremanera que se dijese. De hecho, tengo que confesar que yo
también bajé para ver cómo se iban a desarrollar los acontecimientos. Más aún,
llevé algo conmigo. Mi preciada katana.
Para
cuando llegué al piso de abajo, ya que nuestro vecino contiguo era uno de los
que vendía su piso, la puerta ya estaba abierta y un cuerpo con el cuello
ensangrentado, todavía convulsionando, obstaculizaba mi paso hacia el interior.
Vi su
sombra proyectada en la pared, estaba sosteniendo en sus manos un objeto de
redondez irregular. Me asomé y descubrí que lo que sujetaba era una cabeza
cortada. Pero esa era lo de menos, la imagen me resultó impactante por otro
aspecto…
Estaba
llorando, una manifestación aflictiva que no se compenetraba con el rostro
sádico que mostraba. Para colmo era como si se hubiera quedado congelado en el
tiempo, sólo se movían las lágrimas por su tez empapada de gotas carmesí.
-Aún es demasiado pronto.
Quédate ahí dentro.
Cuando
Bruno dijo eso aún no sabía que yo le había seguido, aunque pronto se percató
de ello. Me aproximé a él con lentitud y limpié con un pañuelo que guardaba en
mi bolsillo izquierdo sus lágrimas, las cuales se volvían rosadas al entrar en
contacto con la sangre. Como era de esperar, se sobresaltó y de inmediato me
imploró que olvidara esa extraña reacción que había tenido. Tiró la cabeza al
suelo, apartó mi mano con brusquedad, se frotó con el antebrazo derecho,
difuminando las manchas rojizas y, sin decirme nada más, se fue hasta la
terraza con la intención de saltar a la otra morada.
Antes
de ir tras él me detuve un momento para contemplar la mueca con la que había
perecido aquel decapitado. Aún preservaba una mirada suplicante… ¿Era esto lo
que le había afectado? ¿Jamás antes había sido consciente del dolor que causaba
a los que mataba? Si esto fuera verdad, al menos en ese sentido yo era peor que
él, pues ya desde muy pequeña sabía lo que conllevaba entrar en una vivienda y
asesinar a alguien a sangre fría. Al menos así fui enseñada, para que la
compasión fuera extinguida de mi vida.
Sonó un
golpe seco. Seguidamente algo de cristal se rompió. Pude escuchar algunos
fragmentos hacerse añicos, alguien los pisó. Después, silencio. En cuanto
abandoné la terraza ya pude divisar las primeras marcas sangrientas.
Únicamente
vivía una persona, y tal vez por ello se había ensañado más que de costumbre.
Bruno, el cual se encontraba en la entrada de la cocina, señal de que había
habido una pequeña persecución, estaba introduciendo trozos de cristal en la
boca del inerte vecino. Ya le había extirpado todo resquicio de vida abriéndole
la cabeza, al parecer, con el mango del cuchillo, el cual reposaba a varios
metros de distancia de ambos, cubierto casi en su totalidad de sangre.
Asimismo, un mueble estaba tirando en el suelo, por lo que probablemente el
frágil objeto que se había hecho añicos pertenecería a dicho enser.
Se puso
de pie y se paró unos segundos para mirar fijamente mi katana. Se acercó a mí y
comenzó a acariciar su filo. Y, antes de que me la arrebatara me susurró una
frase que me hizo corroborar que él no era el mismo de siempre.
-Estás viendo de primera mano
cómo soy en realidad… A pesar de ello no me has abandonado, ¿a qué se debe?
El
timbre resonó por todo el edificio. Nunca sabrían que si abrían la puerta se
les abalanzaría la mismísima muerte… pero esto no quería decir que fuera fácil
darles caza.
Un
quejido de Bruno hizo que acelerase el paso en su busca. Se encontraba en
apuros, esta vez no había intimidado a los dos residentes de la casa, dos
jóvenes amigos que no iban a permitir que un chico les cercenara de manera tan
inverosímil. Sin embargo, lo que no se esperara es que ese homicida tuviera
compañía…
La
espada estaba tirada en el suelo, fuera del alcance tanto de Bruno como de los
otros dos, que estaban demasiado ocupados pateando al primero. Fue mi
oportunidad para responderle a la pregunta de por qué todavía no le había
abandonado… Porque yo era similar a él.
Atravesé
la cabeza del que le estaba golpeando con más brutalidad. El otro, viendo cómo
su compañero se desplomaba sin ni siquiera haberse podido defender de tal
repentino ataque, cesó las patadas y trató de correr escaleras abajo, pero mi
katana era algo más que un arma cuerpo a cuerpo… Tensé mis nervios y la lancé
con velocidad, acertando justamente en su nuca, seccionando su médula espinal.
Sin el control de sus funciones vitales, de inmediato fue un mero muñeco que
rodaba por los escalones mientras sus extremidades se retorcían.
Bruno
tosió y se incorporó, extrañado y risueño a la vez. Me tendió la mano y me dio
las gracias diciéndome una frase aún más desconcertante.
-Creo que me arrepiento de
haber tratado de hacer lo que en un principio pretendía contigo. Mis disculpas.
Su
actitud era mucho más distante que otrora, aunque ese era precisamente el motivo
que me llamaba la atención. El cambio de color de su pelo era irrelevante en
comparación con ese galimatías mental que había arraigado en su psique.
Por
último descendió hasta el piso más bajo. Apenas pude alcanzarle cuando una
mujer de unos cincuenta años ya le había abierto su puerta, obviando la
tragedia que iba a cernirse sobre ella. Su cara de ternura de inocencia me
causó ternura, por lo que traté de detener a Bruno, pero fue en vano…
-Lamento lo de su marido… Y lo
de usted.
Sin
darla ni un mísero segundo, con un fugaz movimiento de su brazo izquierdo, sajó
el cuello de su víctima. No sabía cuándo había tenido tiempo para apropiarse de
un cuchillo, o puede que lo hubiera estado escondiendo con él todo este tiempo,
el caso es que la última persona viva en este edificio, exceptuándonos a
Santiago y a nosotros dos, acababa de perder su vida, la cual se escapaba
lentamente a través de su garganta, mientras la hipovolemia la mecía en un
amargo y súbito sueño.
-¿Por qué has dicho que lamentas lo de su marido?
¿Qué lamentas? –pregunté
mordiéndome el labio inferior, todavía enrabietada por no haber podido hacer
nada para que al menos a ella la dejara viva –.
-Ah, es que el vecino que llamó
a mi puerta era su marido –contestó sin mostrar siquiera un ápice de
remordimiento por ella –, así que al
menos la di mis condolencias.
Tras
responderme eso, extrañado por mi rostro boquiabierto e incrédulo, ladeó la
cabeza levemente y se aproximó a mí para envolver mis manos con las suyas, cuya
piel se hallaba repleta de pequeñas salpicaduras de sangre.
Me miró
con detenimiento y yo le devolví la mirada. Juro que en ese momento pude
percibir un extraño palpitar en sus pupilas, como si algo las golpeara desde
dentro de sus globos oculares.
-Volvamos a casa, ¿vale?
Su
sonrisa, pese a la característica de un trastornado, fue receptivamente cálida
para mí. Olvidé casi de inmediato lo terrible de esa matanza repentina y
regresamos. No obstante, aún había un par de cosas que necesitaba que él me
aclarase, aunque parecía que no era el momento preciso para ello, ya que nada
más llegar fue corriendo hacia el lugar donde tenía maniatado a Santiago.
-¡Ahora sí que nos vamos a
poder divertir tú y yo en condiciones!
Estoy
segura de que ese grito, a pesar de emitirlo desde el interior de la casa,
resonó por todo el bloque. Denotaba el entusiasmo de cualquier niño al tener
plena libertad con su juguete favorito. ¿La rapidez con la que se cansase de
“jugar” sería también similar a la de un crío?
Aquí,
basándote en lo que ya te contó él, la respuesta vendrá a tu mente ipso facto…
No se sació lo más mínimo. Fue una tortura detrás de otra, repitiendo de vez en
cuando que no cesaría hasta que dijera “eso”.
No
sabía a qué se refería hasta que un día el Flebotomista habló, amenazándonos
con que cierto grupo de personas vendría a por nosotros. Yo, obviamente, me
asusté bastante, pero no sucedió lo mismo con Bruno. Él sonrió, satisfecho al
ver que el cárnico y ocioso trabajo que había estado acometiendo estos días
había resultado bastante fructífero.
Después,
tal y como te dijo, aunque transcurriesen las semanas, su amenaza pareció ser
una mentira surgida de su desesperación. Y él, ya habiendo logrado lo que
quería sonsacar de Santiago, optó por recoger los cadáveres que había
esparcidos por todo el bloque y hacerlos pedazos.
Algo de
esto que me conmovió fue el ver que en algunas ocasiones empleó un poco de esa
disolución que le regalé. Le fue y le estaba siendo útil algo que yo misma le
había proporcionado, eso me agradaba en demasía...
Oh, y
por cierto, al final sí encontré tiempo para preguntarle sobre qué tenía
pensado hacer cuando la policía viniera a investigar la desaparición masiva de
tanta gente que, casualmente, residía en el mismo edificio. A lo que él
respondió que no hacía falta preocuparse, pues nos marcharíamos de aquí en
cuanto tú llegaras, y tan sólo había que realizarse un estúpido cruce de dedos
para que mientras tanto nadie nos incordiara… Chistoso, ¿eh? Has venido, pero él
ya se marchó días atrás.
Pero
centrémonos en lo que pasó después de todo esto… Creo que ya he divagado
suficiente, lo siento. Tal vez inconscientemente no quiera rememorar aquel
horror… En cambio una parte de mí me obliga a hacerlo, porque creo que esos
asaltantes se asemejaban más a entes de tu mundo que del mío…
Todo se
inició conforme Bruno fue retomando las torturas diarias hacia Santiago, una
vez los otros cuerpos ya habían sido repartidos por los contenedores de la
ciudad y se habían limpiado las casas de los mismos de cualquier resto de
sangre o demás estropicios.
Aquellos
seres se fueron infiltrando en casa poco a poco. Al principio fue una
imprevista invasión de hormigas. Pero no pasó mucho tiempo cuando empezamos a
figurarnos que no marchaba muy bien que se dijera, ya que al matarlas, ya fuera
con insecticidas o directamente aplastándolas, estas no perecían de una forma habitual,
sino que se evaporaban, como si estuviesen constituidas por un humo negruzco.
Más
tarde, la invasión cesó… para dar lugar a una peor. Ahora eran escarabajos, no
en un número tan elevado como las hormigas pero sí bastante cuantiosos. Estos,
tampoco sin suponer una amenaza considerable, se desvanecían de igual forma que
sus compañeras. Y lo peor era que esta vez Bruno sí estaba comenzando a preocuparse,
soliendo ponerse nervioso para acto seguido llevarse las manos al cuello, como
si tratara de agarrar algo invisible.
-¿Puede que la advertencia del Flebotomista
hiciera referencia a estos insectos?
-No, Samanta. Estoy seguro de
que esto es ajeno a todo lo que nos concierne. O al menos eso quiero creer…
Pero sea lo que sea no debemos huir –dijo, decisivo, negando con la cabeza –. Hay que
esperar a la Sombra y podremos ir en busca del resto de cabrones para dar por
finalizada toda esta mierda. Sí… incluso yo tengo ganas de algo de paz.
Él
estaba completamente convencido de que esto no tenía nada que ver con aquel que
nombraba Santiago, ese que supuestamente vendría a buscarle, aunque no cabía la
más mínima duda de que alguien o algo más estaba dándonos caza y nos había
encontrado… Quería marcharme de allí, le insistí para que nos fuéramos, pero no
iba a dar su brazo a torcer.

No
obstante, él seguía en sus trece, inconsciente de que esa última oleada que nos
invadía iba a ser la culminación de la fatalidad… Esas cucarachas no eran
normales, ya no por el tema de que al morir se evaporaban, sino porque, al
contrario que el resto de plagas, esta se comportaba como si tuviera
inteligencia. Es decir, tanto los escarabajos, como los gusanos y demás
solamente hacían lo que cualquier otro bicho, pero estas malditas iban a por
nosotros, tratando por cualquier medio subir por nuestras piernas y colarse
entre nuestras vestimentas. Algo iba mal, las cucarachas no hacen eso, es más,
hacen todo lo contrario, si tocan a un ser humano huyen. Qué es lo que iba a
ocurrir a continuación, eso era algo que me preguntaba cada noche, cuando
intercambiábamos él y yo los turnos de vigilancia nocturna para que las cucarachas
no cumplieran su cometido.
Pero
tardaste demasiado en venir, Sombra, y parece que aquello que había estado
rondándonos durante estos días ya había reunido la suficiente fuerza como para
mostrarse.
Antes
de ayer mismo me desperté y lo primero que vi fue a Bruno vencido por el sueño.
Me asusté e inmediatamente miré mi pijama. Nada. Miré el de él y tampoco. Eché
un vistazo a los alrededores de la habitación. Absolutamente vacía, ningún
rastro de cucarachas, así que le desperté con emoción y le di las buenas
noticias. Sí… buenas…
Nos
dirigimos al salón, donde habíamos decidido dejar a Santiago como señuelo para
que los insectos lo consumieran a él en vez de a nosotros, pero por alguna
extraña razón lo habían estado ignorando todo este tiempo y por culpa de ello
había estado una buena temporada sin recibir tortura alguna por parte de Bruno.
Excepto
hoy.
Una
gran cantidad de cucarachas se iban acumulando a su alrededor, llegando a crear
un cilindro oscuro de un metro y poco de altura, dejando visible poco más que
su frente. Este seguía dormido, por lo que aún no se había percatado, pero, a
juzgar por los gritos que pegaba cuando uno de los insectos pasaba cerca suya,
era evidente que se asustaría bastante, algo que por, la alta probabilidad de
que ocurriera, estaba embelesando a Bruno.
Sin
embargo, por si el nivel de paranormalidad no fuera suficiente, una voz jamás
antes percibida por mis oídos retumbó por las paredes del salón, proviniendo,
aparentemente, de ese mismo cúmulo de cucarachas.
Ese
repugnante cilindro comenzó a vibrar bruscamente y los repentinos chillidos del
Flebotomista fueron la alarma que nos sacó de esa falaz realidad tejida con
hilos de falsa seguridad: matarlos no sirvió de nada, y por no haber escapado en
su momento ahora íbamos a sufrir las consecuencias.
Los
insectos se fueron fundiendo unos con otros hasta crear una pared uniforme, la
cual poco a poco fue perdiendo densidad hasta desaparecer por completo. ¿Y qué
dejó expuesto a nuestros ojos? Evidentemente a Santiago, o más en concreto su
esqueleto y su sangre, desperdigada por el suelo…
No lo
entendíamos, sus gritos seguían resonando por el salón, y, sin embargo,
claramente acababa de ser engullido por ese torbellino oscuro. Aunque pronto
nuestras dudas fueron aclaradas… justo cuando de la nada surgieron unos hombres
embozados en sombras, de manera similar a las plagas. Sin cara ni ropa, como
sombras inexpresivas con una mentalidad idéntica a la de sus vecinos de
exoesqueletos lóbregos, y, además, con unas puntiagudas garras para nada
inofensivas.
El
tiempo se pausó haciendo una reverencia al silencio que comenzó a flotar,
enredándose en esa apabullante atmósfera. Este estaba expectante, aguardando la
señal que le hiciera volver a fluir, y para ello no habría una gran tardanza…
De los
cinco invasores, quienes estaban situados en una especie de formación digna de
una bandada en plena migración, el que se localizaba en el vértice de la
susodicha alineación, elevó su brazo izquierdo hasta formar un ángulo recto
respecto al resto de su cuerpo para seguidamente inclinar la cabeza
aproximándola levemente hacia su hombro, también izquierdo.
Ese fue
el indicio requerido para que ambos despertásemos nuestros nervios de acero…
Aunque primero debíamos correr en busca de armamento.
Bruno
tiró de mí y me llevó en dirección a la habitación. En un espacio tan reducido
cada segundo era crucial y debíamos encadenar nuestros movimientos para atarlos
a una férrea y armónica coordinación exenta de traspiés.
Me
deslicé debajo de la cama y empuñé mi katana, mientras él sacaba de cuajo el
cajón superior de la mesita de noche, donde, para variar, almacenaba un
cuchillo. Inmediatamente después nos dimos la vuelta con la vista puesta en la
entrada del dormitorio, cuya puerta acababa de ser abierta por uno de esos
seres.
Pero
Bruno decidió que ese no era el lugar apropiado para combatir. Pude saberlo con
una concisa frase que dijo antes de abrir la ventana de la habitación para
saltar a la terraza.
-Aquí, donde mi madre dormía,
no.
Permitió
que yo escapara primero, él por su lado se mantendría alerta encargándose de
que ninguno de ellos se abalanzara contra nosotros, aunque he de decir que me
resultó extraño que nadie de los cinco se lanzara a por él cual bestia sañosa…
como si supieran el motivo por el que precisamente no quería que la carnicería
fuera en dicha habitación y respetaran su decisión.
Fuera
como fuera, una vez ambos en la terraza, no hubo piedad por parte de ellos. Sus
estrepitosos pasos tronaron haciendo casi vibrar el suelo. Bruno se lanzó de
cabeza hacia el salón, donde los alaridos post mortem de Santiago habían cesado
segundos atrás, y cargó contra el primer ente que apareció allí, impidiendo que
estos dieran el primer golpe.
Y yo no
debía quedarme ahí plantada. Mi hoja pedía a gritos ser bañada por esa tinta
negra… No obstante, una orden imperante de Bruno me hizo retroceder con firme
estupefacción. ¿Por qué no quería que le ayudara? ¡Esas siluetas le estaban
rodeando y pronto le engullirían! ¡No! Debía ignorar lo que dijera y pensar con
lógica, no le dejaría morir ahí.
Entonces
me mostró la mano que sostenía el cuchillo. Con el primer ataque ya había
atravesado a uno de esos seres. Desde el primer momento Bruno se había
percatado de que no iban a matarnos, tal y como habían hecho con Santiago, sino
que era una trampa para incitarnos a asesinarles.
-A mí ya me han cogido y ahora
posiblemente me reduzcan de alguna forma. Por favor… Samanta, no los toques –puedo jurar que durante unos breves segundos los colores de su pelo
se intercambiaron –. Ignora todo lo que hagan, si no te atrapan no hay
peligro. Simplemente espera a la Sombra. Falta poco para que venga.
Esa
especie de gelatina que había atrapado su mano comenzaba a extenderse hasta su
hombro, y así avanzó hasta engullirle por completo. En cuanto Bruno fue
consumido, esos sombríos humanoides crearon un torbellino en el que se
fusionaron para dar lugar a una pequeña esfera de ébano, la cual se introdujo
velozmente en el suelo para desaparecer y no dejar ni el más mínimo resquicio
de su paso por esta casa.
El
shock me impidió reaccionar durante todo ese proceso, aún incrédula ante la
posible defunción de mi… compañero… Sí, quizás fui afortunada porque me libré
de la trampa y además no volvieron en mi busca, pero soy esa clase de persona
que prefiere mil veces antes la desdicha propia que la de un ser querido…
¿Y
ahora qué?
[No fue necesario que me explicara nada más… Todo
este tiempo he tratado de contenerme para no violar demasiadas leyes, pero
viendo qué clase de visitantes han tenido ellos dos me parece que puedo
permitirme adoptar una faceta bastante anarquista…
Conozco a esos seres que Samanta me ha
descrito. Aunque pueden parecer temibles y poderosos no son más que meros
sirvientes de la Corte Osaria… En efecto, han sido enviados por el propio Rey
del Paraverso.
¿Por qué diantres se ha entrometido en esto?
¿Para qué quiere a Bruno? Primero un Flebotomista resucitado, después un grupo
de desquiciados dirigidos por un hematólogo demente, y ahora el máximo
gobernador de la dimensión de los muertos. Fabuloso.
De momento le he dicho a la chica que no se
preocupe y espere mi regreso. No correrá peligro ahora que tienen al objetivo
principal. Aunque, eso sí, no la he revelado nada de la existencia del lugar al
que me dirijo. Simplemente he dicho que voy en busca de ayuda, pese a ser todo
lo contrario.
Tengo varias cosas que hablar con el Rey
Osario, y es muy poco probable que no abandone su territorio sin llevarme a
Bruno de vuelta. ¿A qué está jugando? Ha metido a un vivo en un mundo cuyas
leyes de la física se rigen por cuerpos ectoplasmáticos. ¿Acaso es consciente
del caos que puede desatar? O peor aún, ¿tanto le interesaba capturar al chico
como para arriesgar la propia estabilidad de sus dominios?
Sólo espero que la visita que Jade me hizo no
hubiera tenido otras intenciones un poco distintas, porque si el Paraverso
también está confabulando a mis espaldas voy a tener que empezar a considerar
la opción de tomarme a raja tabla mi sobrenombre de Sombra…
Y puede que empiece a segar algo más que cosechas…]
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