Escaso
tiempo atrás dejé de ser como era antes. No es nada malo… supongo, tan sólo fue
un “cambio”. Todos nos sometemos a varios a lo largo de nuestra vida, aunque
tal vez sea cierto que mi cambio fuese algo más singular. Tuve que sacrificar
mucho, quizás demasiado. Sí, el precio fue elevado, pero la recompensa fue aún
mayor. ¿Me siento bien? Bueno, tiene gracia que no sea capaz de contestar a una
pregunta tan sencilla. La razón de este impedimento la hallaréis aquí, en estas
líneas. Tiempo tengo de sobra, no acaba nunca. En un mundo cuya trayectoria
cronológica es completamente lineal, yo, habitante del lugar, vivo exiliado en
una zona paralela a dichos parámetros. Se podría decir, en cierto modo, que mi
tiempo es cicloidal: acompaño al resto de viajantes, pero mi vida se repite una
y otra vez. ¿Sientes intriga? Está bien, te complaceré.
Sucedió
hace un año exactamente contando desde hoy. Ese día me marcó brutalmente,
recuerdo cada paso que di, cada palabra que pronuncié… todo, absolutamente
todo. Veinticuatro horas marcadas en mi cerebro por siempre.
En esa
época tampoco es que mi modus operandi fuera muy distinto al actual, detestaba
el día. Nunca llegué a averiguar mi enfermiza ambición por vivir envuelto en
oscuridad. No dormía, pero esto no se debía a algo fisiológico, no era insomnio
ni nada por el estilo, simplemente hacía en esas horas de plena espectralidad
de ébano lo que el resto de humanos hacían diurnamente.
Recuerdo
que una de mis grandes aficiones nocturnas era observar la bóveda celeste e
imaginar constelaciones nuevas fusionando las ya existentes. Curiosamente las
figuras resultantes eran algo “desagradables”; y lo entrecomillo debido a que
para mí no lo eran, pero bueno, ya he dejado bastante claro que mi personalidad
se salía del margen de la normalidad, algunos lo definirían como… ser un bicho
raro. Perdón, a veces desvarío… seguiré con lo que os estaba contando. Las
constelaciones que visualizaba estaban íntimamente relacionadas con temas
tétricos y pesimistas: guadañas, calaveras, cabezas cortadas… cosas de ese
estilo.
En
definitiva, me gustaba esa clase de ambiente, tan tranquilo y silencioso… Tenía
gracia que de pequeño fuera nictófobo, porque ahora podría decirse que soy más
bien un nictófilo. Antes mi libertad era escasa, esperaba a que mi madre se
fuera a dormir y entonces a la media hora me levantaba, pero poco podía hacer,
deambular por la casa como mucho… Sin embargo, ahora que mi madre está muerta
tengo total libertad para ir donde me plazca.
Me
despierto a las ocho de la tarde, la oscuridad ya es absoluta. A veces me hago
algo de comer y otras no, mi apetito cada día se minimiza más y más.
Normalmente si como es algo rápido, frío, como mi alma. Después me visto,
siempre de negro, por supuesto, y cuando apenas hay gente en las calles salgo
yo.
Los
días pasaban y no me cansaba en absoluto de mi rutina, aunque sabía que algo
fallaba. Había algo en mi vida que no iba bien. Tal vez fuera perjudicial el
estilo de vida nocturno que llevaba. Se dice que por cada quince años de vida
que vives así pierdes cinco años de tu vida. Bueno, tampoco llevaba tanto
tiempo y por cinco años menos no iba a cambiar esto, la oscuridad tenía un
atractivo verdaderamente interesante… Sería capaz de sacrificar todo por
convertir también el día en noche. Y esto último era la explicación de que
también apreciara más el invierno que el verano, ya sabéis, las noches son más
largas.
Una de
aquellas noches en las que deambulaba por las oscuras calles de la periferia,
sin saber cómo, llegué a un lugar que jamás antes había visitado. No soy dueño
de mis pasos cuando me evado en mi música. Quise retroceder y volver por donde
había venido, aquel lugar me inspiraba desconfianza. Recordaba el trayecto y a
pesar de ello no pude escapar, por extraño que parezca era como si estuviera
andando en círculos. Iba por una calle y llegaba de nuevo a dicho lugar, escogía
otro camino y lo mismo, intentaba retroceder; ídem.
Cansando
de hacer el idiota me quité los cascos y grité con la intención de que alguien
pudiese escucharme. Eco y silencio fue la respuesta… Observé los alrededores y
me fijé en una puerta metálica que había permanecido oculta en las sombras en
una pared de ladrillos desgastados. No tenía ninguna otra opción que la de
mirar si tras esa puerta hallaba alguna salida.
La abrí
sin dificultad y entré. Una bombilla que parpadeaba iluminaba un largo pasillo.
No me gustó en absoluto esa situación. Ya sabéis: luz, oscuridad, luz,
oscuridad, luz, oscuridad… No quería que tras apagarse la bombilla y volverse a
encender contemplase ante mí una horrenda criatura. En ese momento me percaté
de que aún conservaba algo de mi pasada nictofobia.
Afortunadamente,
y regresando a la lógica, eso no pasó. Recorrí todo el pasillo y hallé ante mí
otra puerta idéntica a la primera. Durante unos instantes pensé que iba a
volver a ese lugar, pero no, la puerta dio paso a una extraña habitación
totalmente vacía a excepción de una pequeña mesa gris de laboratorio y una
silla de metal, todo ello iluminado por abundantes focos que colgaban de un muy
distante techo.
Volví a
preguntar si había alguien. Y, menos mal, esta vez sí obtuve respuesta. Una mujer apareció detrás de mí agarrándome el hombro. Con su mano me transmitió
una energía tan fuerte que caí de rodillas casi inconsciente. Nada más
incorporarme me giré pretendiendo golpearla, pero fue en vano. Sin hacer ningún
movimiento más que levantar una ceja, la desconocida hizo que volviera a caer
al suelo. Comprendiendo mi inferioridad pregunté quién era. Recé para que no
fuera una enemiga, aunque visto lo visto…
-Al fin te he encontrado, me ha costado mucho
que llegases hasta aquí. –contestó.
-Eso quiere decir que supuestamente te conozco,
¿no?
-Eso no es completamente cierto, pero de
algún modo… sí. Nos conocemos.
-¿Qué quieres? –pregunté malhumorado.
-Esa pregunta debería hacértela yo. ¿Qué
quieres?
-Claramente quiero salir de aquí…
-No, me refiero a qué quieres en tu vida.
-¿Cómo?
No
entendí la pregunta de la extraña, aunque el significado que tenía era de alguien
que llevaba bastante tiempo vigilándome. La cosa estaba empezando a ponerse
turbia, mi nivel de comprensión estaba en cero.
En
pleno mutismo la desconocida anduvo hasta la silla de metal haciéndome señas
para que la siguiera. Al llegar a la silla me dijo que me sentase.
Sinceramente, ahora pensándolo, era como si algo me manipulase, quiero decir,
estaba en un lugar extraño con una mujer que me conocía y yo a ella no y obedecía
sus órdenes, difícil de creer, sí.
Una vez sentado, la desconocida se mostró completamente a la luz. Su indumentaria estaba
fuera de lo común, por más raro que fuese, llevaba una toga verde, parecía un
disfraz de mago. A pesar de lo que estaba viviendo no pude contener la risa,
realmente su aspecto era cómico.
-No deberías reírte de estas vestimentas
cuando tú también las llevaste.
-Claro, ahora me dirás que vengo de otra
dimensión pero no recuerdo nada y estás tú aquí para ayudarme… Si me dices por
dónde se sale no habrá ningún problema.
-Veo que no entras a razones…
Tras
eso me cerró la boca de golpe. Empezó a mover las manos de un lado para otro
dibujando cosas en el aire, de sus dedos emanaron luces verdes dignas de
cualquier película de ciencia ficción. Diez segundos exactos después golpeó con
ambas extremidades el suelo y un rayo cegador brotó de las palmas de sus manos.
Un vórtice se abrió justo delante de mí mostrando la imagen de una persona que
se me parecía bastante.
-Dejando a un lado toda esta paranoia de
trucos de magia… ese hombre es muy parecido a mí.
-Porque eres tú…
-¿Cómo voy a ser yo? –pregunté con incredulidad –Ese hombre me saca como diez años.
-Trece años exactamente. Ahí te estás viendo
con treinta años. Estoy mostrándote tu vida pasada, aquella vida en la que
hiciste un pacto para perdurar por siempre. Fue a mí a quien encomendaste la
ardua tarea de vigilarte, pero yo no puedo más, mi vida está contada por días…
tal vez horas.
-Esto debe ser un sueño, demasiadas cosas raras
de golpe, es un sueño, seguro. –me repetía constantemente haciendo caso omiso al extraño.
A punto de entrar en shock me reveló que en esa vida que estaba viendo yo era uno de ellos, un nigromante. Dijo que todos los nigromantes reciben un “regalo” cuando ligan por completo su esencia con la no-vida, cada regalo es distinto y el mío fue el don de la clarividencia. Gracias a ello pude saber con total exactitud el momento de mi muerte. Desafortunadamente iba a perecer de forma prematura, de hecho, contando a partir de los treinta años, sólo me quedaban once meses de vida. Me desveló que la rencarnación existe, así como las almas, por eso antes de que muriera pacté con el mismísimo Señor de los nigromantes un acuerdo para conservar la esencia que se perdía con cada rencarnación para así mantener mis dotes nigrománticas ignorando el número de veces que cambiase de cuerpo. Para finalizar, me dijo que esta sería la última vida mía de la que podría hacerse cargo y que muchas otras veces había intentado hacerme recordar, pero siempre en vano. Ella recibió el don de la longevidad y por eso había durado seis veces más que otro ser humano, pero al final llegó su hora, aunque no envejeciese, su cuerpo tenía un temporizador; si no conseguía que recordase todo aquello el auténtico yo moriría en el olvido.
Antes de que pudiera decir algo siguió contando esa extraña historia de una biografía propia y al mismo tiempo ajena a mí. Fue describiendo una por una todas las vidas por las que mi alma había pasado, exactamente cuatro excluyendo la actual (y verdadera según yo).
Una semana tras la muerte de mi yo nigromante volví a la vida. No la costó mucho encontrarme, pues la esencia estaba intacta y desprendía su fragancia característica. Desgraciadamente no duré mucho en ese cuerpo. Se supone que a los veinte años descubrió que era un maldito necrófilo. He de decir que una sensación de repugnancia recorrió toda mi espina dorsal cuando me confesó aquello. Resulta que en una de mis “citas” sufrí una laceración y una grave infección arraigó en mi herida provocándome al poco tiempo una necrosis mortal que no quise tratar por vergüenza a ir al médico. En veinticuatro horas yací sin vida en mi cama rodeado de las almas de las mujeres de cuyas carcasas yo había abusado…
La segunda vida fue un poco mejor, incluso ella pudo acercarse a mí para tratar de que recordase mis dotes nigrománticas. Pero precisamente aquello fue lo que hizo que mi estilo de vida decayera por completo. Era un hombre de éxito, tenía tres carreras y dominaba cinco idiomas distintos, una vida totalmente perfecta. Hasta que ella hizo acto de presencia y caí en la locura. Investigué acerca de los nigromantes y sin saber cómo llegué a la conclusión de que se nutrían de los corazones humanos para ganar sus energías vitales. A partir de aquí ya lo suponéis, me volví un completo psicópata, maté gente a diestro y siniestro comiéndome sus corazones. Pocos años después, ya con cuarenta y cuatro años, fui condenado a muerte.
Tomando precauciones, en mi tercera vida, primero se hizo amiga mía y esperó varios años hasta revelarme este secreto. Al parecer en esta vida era bastante normal, e incluso no me afectó lo que me dijo, de hecho me reí. Pero la normalidad se esfumó cuando le devolví la misma moneda. Así como ella me reveló aquello yo también la revelé algo: era un hematófago. Había estudiado medicina tan sólo para tener acceso a las bolsas de sangre. Todas las semanas me llevaba una a mi casa y disfrutaba de aquel manjar. Ella quiso que dejara de beber sangre, pues según ella esos actos alejaban mi alma del pacto de mi yo nigromante. No hice caso y continué con mis ingestas semanales especiales. Ella, hastiada, me obligó por la fuerza a hacerlo filtrando su propia sangre en una de las bolsas. Al parecer los nigromantes no pueden mezclar sus sangres una vez han adquirido un don y yo lo llevaba a pesar de las rencarnaciones. Nada más probar gota de aquel líquido carmesí me volatilicé en trozos cárnicos, óseos y viscerales. Tuvo que hacerlo, sería mejor esperar a otra vida.
Pero realmente la cuarta y última no fue a mejor. Con quince años y con treinta intentos de suicidio en mis antecedentes ingresé en una secta en la que decían que me ayudarían a sobrellevar mis más profundas tristezas. Fue tarde cuando la nigromante me halló. Ya había muerto, yo y el resto de desdichados que cayeron en manos de esa macabra secta. Y ahora estoy aquí, en mi quinta nueva vida, un nictófilo en potencia…
Toda esta historia que me había contado tenía un factor común. En todas las vidas, desde la de nigromante hasta esta, había estado marcado por oscuridad y muerte manifestadas en distintos aspectos. Podría ser verdad eso del pacto, después de todo algo tendría que haber sobrevivido a las rencarnaciones… Pero era demasiado irreal todo, era más real la posibilidad de que fuera una loca. ¿Una loca? La locura no es capaz de hacer magia, de hecho NADIE puede hacerla. Tampoco existía la posibilidad de que fuera un sueño. No tenía más alternativa que seguirla la corriente, tal vez así me dejase regresar a casa y olvidar aquella extraña noche.
-Vale, según tú mi alma ha pasado de nigromante a necrófilo, luego a desquiciado caníbal, después a hematófago y suicida depresivo y por último a mí, amante de la oscuridad.
-Es por ello que vengo a avisarte con extrema urgencia. Hasta hace poco tu gusto por la noche era inofensivo, pero ahora, al igual que cuando bebías sangre, estás poniendo en peligro tu alma.
-De acuerdo… ¿y por qué no me matas como en mi tercera vida?
-No tengo escrúpulos para hacerlo, pero ya no
puedo… Este síntoma nictófilo es la clara señal de que es tu última oportunidad
de prevalecer como tu auténtico tú. Soy la última persona que se acuerda de ti personalmente
y mi tiempo se esfuma. ¿Notas que cada día te aferras más a las sombras?
-Me parece que sí.
-Eso es porque tu alma va a morir.
-¿Quieres decir que es mi rencarnación final?
-Hiciste un PACTO. Ya sabes que eso conlleva
un quid pro quo. El Señor de los nigromantes selló tu esencia a cambio de
otorgarle una fecha de caducidad.
-Y si eso es cierto por qué acepté. ¿Tan
ególatra era que preferí dar muerte a mi alma que ser inmortal y no recordar mi
pasado?
-Espera, tenías un plan. Si regresabas a tus
orígenes entonces contrarrestarías aquella cuenta atrás, por eso, yo, otrora tu
mejor amiga y compañera de nigromancia, acepté velar por ti y lograr que de una
vez por todas recordases de dónde vienes.
-Entiende que todo esto es… difícil de creer,
no obstante, si te creyese, ¿cómo conseguirías devolver la eternidad a mi alma?
-Simplemente tienes que volver a ser un
nigromante.
Justo
después de eso chascó los dedos y una humareda invadió toda la habitación
provocándome una espantosa tos. Cuando se despejó todo me contemplé en mi
dormitorio de pie frente a la puerta. ¿Habría sido un sueño? ¿Sería sonámbulo?
Ni idea, tenía mucho sueño y estaba amaneciendo, era hora de dormir. Eché abajo
las persianas y me acosté.
A la
noche siguiente decidí no salir a la calle. En mi cabeza no paraba de darle
vueltas a lo ocurrido, pensé que era un sueño, pero era tan real… De todos
modos, si de verdad hubiera pasado algo, entonces la nigromante no me hubiera
dejado de esa forma, yo no sabía cómo hacer nigromancia y si de verdad era mi
amiga en mi otra vida me habría ayudado.
Cuando
el asunto estaba casi olvidado llamaron a la puerta. Eran las cinco de la
mañana. Eché un vistazo por la mirilla y no pude ver nada, solamente oscuridad.
Volvieron a llamar. Fui a por las llaves para abrir la puerta. Me paré en seco,
¿estaría haciendo bien abriendo? Alguien normal no llama a estas horas. Ese
impulso de determinación volvió a mí empujándome a meter la llave… aunque no
hizo mucha falta. Detrás de mí apareció la persona que había llamado;
efectivamente era la nigromante. Mis dudas fueron finiquitadas en ese momento.
Me
explicó que me había abandonado de esa forma para darme unas cuantas horas para
asimilar todo, no quería que mi alma enloqueciese como otras veces, era la
última oportunidad para resucitar a aquel yo. Y ahora había regresado para
cumplir su promesa: hacer que abrazase de nuevo la nigromancia.
Me
llevó otra vez a esa oscura calle y entramos a la tenebrosa sala la cual supuse
que sería el lugar de entrenamiento. Sinceramente no tenía ni la más mínima
idea de cómo se entrena un nigromante. Creí que poseyendo los dones en mi alma
tal vez me sería más fácil aprender…
En
absoluto. Durante cuatro meses estuvo todas las noches intentando que la
nigromancia circulase de nuevo por mis venas. Fue costoso, pero poco a poco lo
estaba consiguiendo. Y lo mejor de todo, durante ese tiempo volví a tener a
alguien a mi lado. Incluso dejé de encontrar compañía en la triste oscuridad. Esos
meses volví a tener una razón… No era fácil ser yo, mis aficiones, y al parecer
las de mis otras vidas, se salían de lo normal, tal vez los cuerpos cambien pero
las almas no… y entre toda esa oscuridad se ocultaba una marca imborrable de
soledad… Era una lástima que dentro de poco también tuviese que decirla adiós.
No
sabría explicarlo muy bien, pero lo intentaré. Nunca encontré semejante a mí y
asumí tiempo atrás que mi destino era vagar por la vida en soledad… ¿y qué hay
más solitaria que la propia noche? Pero entonces ella me encontró, tal vez todo
fuera la demencia de una loca, tal vez fuera un sueño o una persona que se
mofaba de mí, no lo sabía, pero esos instantes en los que descubrí que no era
el único bicho raro, que no estaba solo, eran un potente rayo de luz proyectado
contra toda esta mancha sombría de mi interior… Por una vez en mi miserable
vida podía responder a los demás que estaba bien, que era feliz, que volvía a
vivir… a mi manera…
…Y duró
tan poco. Cuando quedaba muy poco para que el verdadero yo retornase del olvido
un desconocido irrumpió en la habitación. Yo no sabía quién era, pero parece
que la nigromante sí. Al parecer era el Señor de lo nigromantes. Con el que
hice el pacto murió hace mucho tiempo, sin embargo, su don era el de reencarnase
siempre en él mismo, algo parecido a mi pacto pero sin consecuencias negativas.
Todo lo que me había contado sobre él me había hecho pensar en su figura como
un ser ambicioso y despiadado a la vez que generoso con los que le satisfacían.
Pero en
ningún momento se me pasó por la cabeza que fuera tan vil incluso con otros
nigromantes… La razón por la que había aparecido aquí era para parar el
entrenamiento. Nos confesó a ambos que si no hubiera sido por mi muerte
prematura habría sido elegido Señor de los nigromantes y la posibilidad de
volver en otro cuerpo podría revivir esa idea entre los integrantes del Consejo
No-muerto. Este Consejo es el encargado de elegir a los Señores que controlan
los distintos campos de la Vida y la Muerte.
Nosotros
nos encontrábamos en clara desventaja: una moribunda y un inexperto contra el
más poderoso de los nigromantes. Haría lo que hiciese falta con tal de que no
recobrase mi esencia por completo.
Aunque
mi estilo de vida pudiese decir lo contrario, no me llamaba la atención aquello
de poner en peligro mi vida. Tampoco sería tan malo dejarle ser el Señor, al
fin y al cabo, llevamos más de medio milenio con él y la humanidad no ha
sufrido ningún perjuicio.
A pesar
de que yo acepté dejar la nigromancia parecía que él quería cerciorarse, y cito
textualmente, desgarrando nuestras almas y arrojándolas donde el tiempo muere.
No había forma de salir vivo de allí, sin ninguna esperanza de sobrevivir
luchásemos o no…
Entonces
fue cuando mi maestra, mi amiga, se puso delante de mí para protegerme. ¿Tan
importante era para ella como para sacrificar algo más que su vida? Iba a
sacrificar su alma, su esencia, su total existencia peligraba. El Señor se burló de su actitud defensiva. Mientras tanto ella, con el brazo que escondía tras su
espalda, comenzó a crear un portal para que escapara. Yo me negué a abandonarla,
pero me dio un tirón y me metió dentro del portal. Al tiempo que yo viajaba
dentro de él pude oír un enorme grito de dolor seguido de una carcajada. No
necesitaba ojos para averiguar lo que ocurrió. El Señor de los nigromantes la
dio muerte…
Por mi
parte yo caí en un lugar totalmente exento de luz y sin embargo me resultaba
familiar. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, cosa así de dos o
tres segundos, me di cuenta de que me había enviado a esa misma habitación donde
me entrenaba pero con un aspecto más sombrío, como si fuera una dimensión o un
reino de las sombras.
Pensó
que allí estaría a salvo y al principio yo también lo creí, pero entonces
apareció de la misma forma que antes ante mí sujetando con su mano derecha el cadáver
de mi amiga, aquella que había dado todo su ser para salvarme… Y ahora me
tocaba a mí.
Lanzó
su cadáver bruscamente y me agarró del cuello para teletransportarme al lugar
de antes. Toda esa alegría, esa felicidad… se escapaban de mi cuerpo con cada
lágrima, ahora sí que lo había perdido todo, no tenía razón por la que vivir, a
nadie le importaría mi muerte, al contrario… a algunos le agradaría incluso…
Sin
decir palabra alguna me soltó el cuello y con la misma velocidad con la que nos
teletransportamos hundió su mano en mi pecho. Lo pude notar, como sus dedos
rodeaban mi corazón, mis ojos se abrieron como platos y la respiración se me
entrecortó, no obstante seguía vivo. Él no tiraba, no era su intención
arrancarme el corazón, de momento…
-¿Quieres decir unas últimas palabras? –preguntó sonriendo.
-¿Por qué haces esto? Soy uno de los tuyos,
si quieres el puesto es tuyo, me negaré cuando me lo propongan… lo juro.
-Podría creerte, pero los nigromantes no
somos conocidos precisamente por ser honestos.
-Ya te has llevado un alma, ¡déjame en paz!
-Está bien, te dejaré en paz… ¡descansando en
ella!
Tiró y
desgarró todos los vasos sanguíneos manchando todo mi pecho de sangre. Allí
podía verlo, a escasos metros de mí, mi propio corazón, sujeto por sus
repugnantes manos, aún palpitante, mi corazón…
¿Morí?
Por supuesto que no. Contraataqué. El Señor se sorprendió al verme minutos después
de pie sin cesar de mirarle. Cuando quiso comprobar si seguía vivo le respondí
gustosamente.
-¿Querías matarme arrancándome ese órgano?
Hace tiempo que ese músculo pasó a ser de carácter vestigial para mí. Inepto,
vivo en las sombras, en la oscuridad, hace tiempo que dejé de sentir, de querer…
Hubieras podido matarme si me hubieras ejecutado el primero, pero lo poco de
humano que quedaba en mi interior lo desmembraste al matarla a… ella. Cuando
fui enviado a esa dimensión oscura me di cuenta de que estoy destinado a
nutrirme de la mismísima sombra y de nada más. Los pocos segundos que estuve
allí sufrí un cambio significativo. Toda luz dentro de mí fue sacrificada para
poder sobrevivir. Sí, mi alma no será la misma, pero ahora al fin no sufro por
mi desdicha, al contrario que la tuya, mi esencia es invicta. Has hecho un
favor extirpándome lo poco que me quedaba de esas debilidades llamadas sentimientos.
Ahora he vuelto para cerrar el pacto. Quid pro quo, ¿no es así?
Aún
boquiabierto, hice explotar mi corazón manchándole de una sangre al rojo vivo.
No lo maté, eso me convertiría en el único candidato para ser Señor de los
nigromantes y yo lo repudiaba. Simplemente con mi sangre le dejé una marca que
jamás olvidaría… En su piel no, eso es una mera muda, su alma cargaría siempre
con la misma desdicha que la mía: la plena soledad. Sabía que era débil y tarde
o temprano, envuelto en una indomable locura, él mismo suicidaría su esencia…
Pasaron
varias semanas y con la ayuda del libro que ella me regaló pude completar mi
camino a la nigromancia. Por fin el auténtico yo había regresado. Ahora podía
crear un portal para buscar su cuerpo, el cual había sido arrojado a las
sombras en aquella dimensión. Nada más pisar ese lugar algo ocurrió con mi
piel, me notaba más a gusto en esos sombrío lares.
Al
hallar su cadáver pude entender todo, un papel escrito por su alma antes de
abandonar este lugar vio todo lo que ocurrió. Fue una alegría que al menos
pudiese evitar que destrozara completamente su alma. Lo que me explicaba en
aquella nota es que ahora no estaba del todo vivo, pues la vida necesita
interactuar, necesita sentir y ahora, descorazonado, no podía hacer eso. Era la
simbiosis perfecta entre vida y muerte, el delimitante de ambos estados. Por
eso me encontraba tan cómodo entre sombras, el frío de la muerte y el fluir de
la vida.
Desde
ese momento supe que tenía una misión en mi “vida”, con mi don potenciado,
pudiendo no sólo ver mi futuro sino viajar a otros tiempos y dimensiones, sabía
que tenía que ir en busca de almas perdidas, errantes, solitarias, hasta dar
lugar con el alma de ella, aquella que durante escasos meses fue una de las
pocas personas que me comprendía, y si no era así, me aceptaba.
Supongo
que a estas alturas ya os habréis percatado de quién soy yo. Soy Borja Juberías
Garzón, la sombra que narra historias que han ocurrido aquí o allá, en tiempos
pasados o futuros o incluso en realidades paralelas. En el Olvido no puedo leer el futuro, pero sí buscar... A día de hoy he encontrado
muchas almas, pero aún no he dado con la de ella. A pesar de ello nunca pierdo
la fe, sé que algún día mi guadaña agarrará su ectoplasma y podré
plasmar las aventuras que ha vivido hasta encontrar el camino de vuelta. Hasta
entonces sé que queda por delante un trayecto duro entre aullidos de almas
perdidas, chillidos de espectros agonizantes, llantos de esencias sollozantes... y
entre todas ellas estarás tú. Lo sé, confío en ti.
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