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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Metanoia


Escaso tiempo atrás dejé de ser como era antes. No es nada malo… supongo, tan sólo fue un “cambio”. Todos nos sometemos a varios a lo largo de nuestra vida, aunque tal vez sea cierto que mi cambio fuese algo más singular. Tuve que sacrificar mucho, quizás demasiado. Sí, el precio fue elevado, pero la recompensa fue aún mayor. ¿Me siento bien? Bueno, tiene gracia que no sea capaz de contestar a una pregunta tan sencilla. La razón de este impedimento la hallaréis aquí, en estas líneas. Tiempo tengo de sobra, no acaba nunca. En un mundo cuya trayectoria cronológica es completamente lineal, yo, habitante del lugar, vivo exiliado en una zona paralela a dichos parámetros. Se podría decir, en cierto modo, que mi tiempo es cicloidal: acompaño al resto de viajantes, pero mi vida se repite una y otra vez. ¿Sientes intriga? Está bien, te complaceré.

Sucedió hace un año exactamente contando desde hoy. Ese día me marcó brutalmente, recuerdo cada paso que di, cada palabra que pronuncié… todo, absolutamente todo. Veinticuatro horas marcadas en mi cerebro por siempre.

En esa época tampoco es que mi modus operandi fuera muy distinto al actual, detestaba el día. Nunca llegué a averiguar mi enfermiza ambición por vivir envuelto en oscuridad. No dormía, pero esto no se debía a algo fisiológico, no era insomnio ni nada por el estilo, simplemente hacía en esas horas de plena espectralidad de ébano lo que el resto de humanos hacían diurnamente.

Recuerdo que una de mis grandes aficiones nocturnas era observar la bóveda celeste e imaginar constelaciones nuevas fusionando las ya existentes. Curiosamente las figuras resultantes eran algo “desagradables”; y lo entrecomillo debido a que para mí no lo eran, pero bueno, ya he dejado bastante claro que mi personalidad se salía del margen de la normalidad, algunos lo definirían como… ser un bicho raro. Perdón, a veces desvarío… seguiré con lo que os estaba contando. Las constelaciones que visualizaba estaban íntimamente relacionadas con temas tétricos y pesimistas: guadañas, calaveras, cabezas cortadas… cosas de ese estilo.

En definitiva, me gustaba esa clase de ambiente, tan tranquilo y silencioso… Tenía gracia que de pequeño fuera nictófobo, porque ahora podría decirse que soy más bien un nictófilo. Antes mi libertad era escasa, esperaba a que mi madre se fuera a dormir y entonces a la media hora me levantaba, pero poco podía hacer, deambular por la casa como mucho… Sin embargo, ahora que mi madre está muerta tengo total libertad para ir donde me plazca.

Me despierto a las ocho de la tarde, la oscuridad ya es absoluta. A veces me hago algo de comer y otras no, mi apetito cada día se minimiza más y más. Normalmente si como es algo rápido, frío, como mi alma. Después me visto, siempre de negro, por supuesto, y cuando apenas hay gente en las calles salgo yo.

Los días pasaban y no me cansaba en absoluto de mi rutina, aunque sabía que algo fallaba. Había algo en mi vida que no iba bien. Tal vez fuera perjudicial el estilo de vida nocturno que llevaba. Se dice que por cada quince años de vida que vives así pierdes cinco años de tu vida. Bueno, tampoco llevaba tanto tiempo y por cinco años menos no iba a cambiar esto, la oscuridad tenía un atractivo verdaderamente interesante… Sería capaz de sacrificar todo por convertir también el día en noche. Y esto último era la explicación de que también apreciara más el invierno que el verano, ya sabéis, las noches son más largas.

Una de aquellas noches en las que deambulaba por las oscuras calles de la periferia, sin saber cómo, llegué a un lugar que jamás antes había visitado. No soy dueño de mis pasos cuando me evado en mi música. Quise retroceder y volver por donde había venido, aquel lugar me inspiraba desconfianza. Recordaba el trayecto y a pesar de ello no pude escapar, por extraño que parezca era como si estuviera andando en círculos. Iba por una calle y llegaba de nuevo a dicho lugar, escogía otro camino y lo mismo, intentaba retroceder; ídem.

Cansando de hacer el idiota me quité los cascos y grité con la intención de que alguien pudiese escucharme. Eco y silencio fue la respuesta… Observé los alrededores y me fijé en una puerta metálica que había permanecido oculta en las sombras en una pared de ladrillos desgastados. No tenía ninguna otra opción que la de mirar si tras esa puerta hallaba alguna salida.

La abrí sin dificultad y entré. Una bombilla que parpadeaba iluminaba un largo pasillo. No me gustó en absoluto esa situación. Ya sabéis: luz, oscuridad, luz, oscuridad, luz, oscuridad… No quería que tras apagarse la bombilla y volverse a encender contemplase ante mí una horrenda criatura. En ese momento me percaté de que aún conservaba algo de mi pasada nictofobia.

Afortunadamente, y regresando a la lógica, eso no pasó. Recorrí todo el pasillo y hallé ante mí otra puerta idéntica a la primera. Durante unos instantes pensé que iba a volver a ese lugar, pero no, la puerta dio paso a una extraña habitación totalmente vacía a excepción de una pequeña mesa gris de laboratorio y una silla de metal, todo ello iluminado por abundantes focos que colgaban de un muy distante techo.

Volví a preguntar si había alguien. Y, menos mal, esta vez sí obtuve respuesta. Una mujer apareció detrás de mí agarrándome el hombro. Con su mano me transmitió una energía tan fuerte que caí de rodillas casi inconsciente. Nada más incorporarme me giré pretendiendo golpearla, pero fue en vano. Sin hacer ningún movimiento más que levantar una ceja, la desconocida hizo que volviera a caer al suelo. Comprendiendo mi inferioridad pregunté quién era. Recé para que no fuera una enemiga, aunque visto lo visto…

-Al fin te he encontrado, me ha costado mucho que llegases hasta aquí. –contestó.

-Eso quiere decir que supuestamente te conozco, ¿no?

-Eso no es completamente cierto, pero de algún modo… sí. Nos conocemos.

-¿Qué quieres? –pregunté malhumorado.

-Esa pregunta debería hacértela yo. ¿Qué quieres?

-Claramente quiero salir de aquí…

-No, me refiero a qué quieres en tu vida.

-¿Cómo?

No entendí la pregunta de la extraña, aunque el significado que tenía era de alguien que llevaba bastante tiempo vigilándome. La cosa estaba empezando a ponerse turbia, mi nivel de comprensión estaba en cero.

En pleno mutismo la desconocida anduvo hasta la silla de metal haciéndome señas para que la siguiera. Al llegar a la silla me dijo que me sentase. Sinceramente, ahora pensándolo, era como si algo me manipulase, quiero decir, estaba en un lugar extraño con una mujer que me conocía y yo a ella no y obedecía sus órdenes, difícil de creer, sí.

Una vez sentado, la desconocida se mostró completamente a la luz. Su indumentaria estaba fuera de lo común, por más raro que fuese, llevaba una toga verde, parecía un disfraz de mago. A pesar de lo que estaba viviendo no pude contener la risa, realmente su aspecto era cómico.

-No deberías reírte de estas vestimentas cuando tú también las llevaste.

-Claro, ahora me dirás que vengo de otra dimensión pero no recuerdo nada y estás tú aquí para ayudarme… Si me dices por dónde se sale no habrá ningún problema.

-Veo que no entras a razones…

Tras eso me cerró la boca de golpe. Empezó a mover las manos de un lado para otro dibujando cosas en el aire, de sus dedos emanaron luces verdes dignas de cualquier película de ciencia ficción. Diez segundos exactos después golpeó con ambas extremidades el suelo y un rayo cegador brotó de las palmas de sus manos. Un vórtice se abrió justo delante de mí mostrando la imagen de una persona que se me parecía bastante.

-Dejando a un lado toda esta paranoia de trucos de magia… ese hombre es muy parecido a mí.

-Porque eres tú…

-¿Cómo voy a ser yo? –pregunté con incredulidad –Ese hombre me saca como diez años.

-Trece años exactamente. Ahí te estás viendo con treinta años. Estoy mostrándote tu vida pasada, aquella vida en la que hiciste un pacto para perdurar por siempre. Fue a mí a quien encomendaste la ardua tarea de vigilarte, pero yo no puedo más, mi vida está contada por días… tal vez horas.

-Esto debe ser un sueño, demasiadas cosas raras de golpe, es un sueño, seguro. –me repetía constantemente haciendo caso omiso al extraño.

A punto de entrar en shock me reveló que en esa vida que estaba viendo yo era uno de ellos, un nigromante. Dijo que todos los nigromantes reciben un “regalo” cuando ligan por completo su esencia con la no-vida, cada regalo es distinto y el mío fue el don de la clarividencia. Gracias a ello pude saber con total exactitud el momento de mi muerte. Desafortunadamente iba a perecer de forma prematura, de hecho, contando a partir de los treinta años, sólo me quedaban once meses de vida. Me desveló que la rencarnación existe, así como las almas, por eso antes de que muriera pacté con el mismísimo Señor de los nigromantes un acuerdo para conservar la esencia que se perdía con cada rencarnación para así mantener mis dotes nigrománticas ignorando el número de veces que cambiase de cuerpo. Para finalizar, me dijo que esta sería la última vida mía de la que podría hacerse cargo y que muchas otras veces había intentado hacerme recordar, pero siempre en vano. Ella recibió el don de la longevidad y por eso había durado seis veces más que otro ser humano, pero al final llegó su hora, aunque no envejeciese, su cuerpo tenía un temporizador; si no conseguía que recordase todo aquello el auténtico yo moriría en el olvido.

Antes de que pudiera decir algo siguió contando esa extraña historia de una biografía propia y al mismo tiempo ajena a mí. Fue describiendo una por una todas las vidas por las que mi alma había pasado, exactamente cuatro excluyendo la actual (y verdadera según yo).

Una semana tras la muerte de mi yo nigromante volví a la vida. No la costó mucho encontrarme, pues la esencia estaba intacta y desprendía su fragancia característica. Desgraciadamente no duré mucho en ese cuerpo. Se supone que a los veinte años descubrió que era un maldito necrófilo. He de decir que una sensación de repugnancia recorrió toda mi espina dorsal cuando me confesó aquello. Resulta que en una de mis “citas” sufrí una laceración y una grave infección arraigó en mi herida provocándome al poco tiempo una necrosis mortal que no quise tratar por vergüenza a ir al médico. En veinticuatro horas yací sin vida en mi cama rodeado de las almas de las mujeres de cuyas carcasas yo había abusado…

La segunda vida fue un poco mejor, incluso ella pudo acercarse a mí para tratar de que recordase mis dotes nigrománticas. Pero precisamente aquello fue lo que hizo que mi estilo de vida decayera por completo. Era un hombre de éxito, tenía tres carreras y dominaba cinco idiomas distintos, una vida totalmente perfecta. Hasta que ella hizo acto de presencia y caí en la locura. Investigué acerca de los nigromantes y sin saber cómo llegué a la conclusión de que se nutrían de los corazones humanos para ganar sus energías vitales. A partir de aquí ya lo suponéis, me volví un completo psicópata, maté gente a diestro y siniestro comiéndome sus corazones. Pocos años después, ya con cuarenta y cuatro años, fui condenado a muerte.

Tomando precauciones, en mi tercera vida, primero se hizo amiga mía y esperó varios años hasta revelarme este secreto. Al parecer en esta vida era bastante normal, e incluso no me afectó lo que me dijo, de hecho me reí. Pero la normalidad se esfumó cuando le devolví la misma moneda. Así como ella me reveló aquello yo también la revelé algo: era un hematófago. Había estudiado medicina tan sólo para tener acceso a las bolsas de sangre. Todas las semanas me llevaba una a mi casa y disfrutaba de aquel manjar. Ella quiso que dejara de beber sangre, pues según ella esos actos alejaban mi alma del pacto de mi yo nigromante. No hice caso y continué con mis ingestas semanales especiales. Ella, hastiada, me obligó por la fuerza a hacerlo filtrando su propia sangre en una de las bolsas. Al parecer los nigromantes no pueden mezclar sus sangres una vez han adquirido un don y yo lo llevaba a pesar de las rencarnaciones. Nada más probar gota de aquel líquido carmesí me volatilicé en trozos cárnicos, óseos y viscerales. Tuvo que hacerlo, sería mejor esperar a otra vida.

Pero realmente la cuarta y última no fue a mejor. Con quince años y con treinta intentos de suicidio en mis antecedentes ingresé en una secta en la que decían que me ayudarían a sobrellevar mis más profundas tristezas. Fue tarde cuando la nigromante me halló. Ya había muerto, yo y el resto de desdichados que cayeron en manos de esa macabra secta. Y ahora estoy aquí, en mi quinta nueva vida, un nictófilo en potencia…

Toda esta historia que me había contado tenía un factor común. En todas las vidas, desde la de nigromante hasta esta, había estado marcado por oscuridad y muerte manifestadas en distintos aspectos. Podría ser verdad eso del pacto, después de todo algo tendría que haber sobrevivido a las rencarnaciones… Pero era demasiado irreal todo, era más real la posibilidad de que fuera una loca. ¿Una loca? La locura no es capaz de hacer magia, de hecho NADIE puede hacerla. Tampoco existía la posibilidad de que fuera un sueño. No tenía más alternativa que seguirla la corriente, tal vez así me dejase regresar a casa y olvidar aquella extraña noche.

-Vale, según tú mi alma ha pasado de nigromante a necrófilo, luego a desquiciado caníbal, después a hematófago y suicida depresivo y por último a mí, amante de la oscuridad.

-Es por ello que vengo a avisarte con extrema urgencia. Hasta hace poco tu gusto por la noche era inofensivo, pero ahora, al igual que cuando bebías sangre, estás poniendo en peligro tu alma.

-De acuerdo… ¿y por qué no me matas como en mi tercera vida?


-No tengo escrúpulos para hacerlo, pero ya no puedo… Este síntoma nictófilo es la clara señal de que es tu última oportunidad de prevalecer como tu auténtico tú. Soy la última persona que se acuerda de ti personalmente y mi tiempo se esfuma. ¿Notas que cada día te aferras más a las sombras?

-Me parece que sí.

-Eso es porque tu alma va a morir.

-¿Quieres decir que es mi rencarnación final?

-Hiciste un PACTO. Ya sabes que eso conlleva un quid pro quo. El Señor de los nigromantes selló tu esencia a cambio de otorgarle una fecha de caducidad.

-Y si eso es cierto por qué acepté. ¿Tan ególatra era que preferí dar muerte a mi alma que ser inmortal y no recordar mi pasado?

-Espera, tenías un plan. Si regresabas a tus orígenes entonces contrarrestarías aquella cuenta atrás, por eso, yo, otrora tu mejor amiga y compañera de nigromancia, acepté velar por ti y lograr que de una vez por todas recordases de dónde vienes.

-Entiende que todo esto es… difícil de creer, no obstante, si te creyese, ¿cómo conseguirías devolver la eternidad a mi alma?

-Simplemente tienes que volver a ser un nigromante.

Justo después de eso chascó los dedos y una humareda invadió toda la habitación provocándome una espantosa tos. Cuando se despejó todo me contemplé en mi dormitorio de pie frente a la puerta. ¿Habría sido un sueño? ¿Sería sonámbulo? Ni idea, tenía mucho sueño y estaba amaneciendo, era hora de dormir. Eché abajo las persianas y me acosté.

A la noche siguiente decidí no salir a la calle. En mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo ocurrido, pensé que era un sueño, pero era tan real… De todos modos, si de verdad hubiera pasado algo, entonces la nigromante no me hubiera dejado de esa forma, yo no sabía cómo hacer nigromancia y si de verdad era mi amiga en mi otra vida me habría ayudado.

Cuando el asunto estaba casi olvidado llamaron a la puerta. Eran las cinco de la mañana. Eché un vistazo por la mirilla y no pude ver nada, solamente oscuridad. Volvieron a llamar. Fui a por las llaves para abrir la puerta. Me paré en seco, ¿estaría haciendo bien abriendo? Alguien normal no llama a estas horas. Ese impulso de determinación volvió a mí empujándome a meter la llave… aunque no hizo mucha falta. Detrás de mí apareció la persona que había llamado; efectivamente era la nigromante. Mis dudas fueron finiquitadas en ese momento.

Me explicó que me había abandonado de esa forma para darme unas cuantas horas para asimilar todo, no quería que mi alma enloqueciese como otras veces, era la última oportunidad para resucitar a aquel yo. Y ahora había regresado para cumplir su promesa: hacer que abrazase de nuevo la nigromancia.

Me llevó otra vez a esa oscura calle y entramos a la tenebrosa sala la cual supuse que sería el lugar de entrenamiento. Sinceramente no tenía ni la más mínima idea de cómo se entrena un nigromante. Creí que poseyendo los dones en mi alma tal vez me sería más fácil aprender…

En absoluto. Durante cuatro meses estuvo todas las noches intentando que la nigromancia circulase de nuevo por mis venas. Fue costoso, pero poco a poco lo estaba consiguiendo. Y lo mejor de todo, durante ese tiempo volví a tener a alguien a mi lado. Incluso dejé de encontrar compañía en la triste oscuridad. Esos meses volví a tener una razón… No era fácil ser yo, mis aficiones, y al parecer las de mis otras vidas, se salían de lo normal, tal vez los cuerpos cambien pero las almas no… y entre toda esa oscuridad se ocultaba una marca imborrable de soledad… Era una lástima que dentro de poco también tuviese que decirla adiós.

No sabría explicarlo muy bien, pero lo intentaré. Nunca encontré semejante a mí y asumí tiempo atrás que mi destino era vagar por la vida en soledad… ¿y qué hay más solitaria que la propia noche? Pero entonces ella me encontró, tal vez todo fuera la demencia de una loca, tal vez fuera un sueño o una persona que se mofaba de mí, no lo sabía, pero esos instantes en los que descubrí que no era el único bicho raro, que no estaba solo, eran un potente rayo de luz proyectado contra toda esta mancha sombría de mi interior… Por una vez en mi miserable vida podía responder a los demás que estaba bien, que era feliz, que volvía a vivir… a mi manera…

…Y duró tan poco. Cuando quedaba muy poco para que el verdadero yo retornase del olvido un desconocido irrumpió en la habitación. Yo no sabía quién era, pero parece que la nigromante sí. Al parecer era el Señor de lo nigromantes. Con el que hice el pacto murió hace mucho tiempo, sin embargo, su don era el de reencarnase siempre en él mismo, algo parecido a mi pacto pero sin consecuencias negativas. Todo lo que me había contado sobre él me había hecho pensar en su figura como un ser ambicioso y despiadado a la vez que generoso con los que le satisfacían.

Pero en ningún momento se me pasó por la cabeza que fuera tan vil incluso con otros nigromantes… La razón por la que había aparecido aquí era para parar el entrenamiento. Nos confesó a ambos que si no hubiera sido por mi muerte prematura habría sido elegido Señor de los nigromantes y la posibilidad de volver en otro cuerpo podría revivir esa idea entre los integrantes del Consejo No-muerto. Este Consejo es el encargado de elegir a los Señores que controlan los distintos campos de la Vida y la Muerte.


Nosotros nos encontrábamos en clara desventaja: una moribunda y un inexperto contra el más poderoso de los nigromantes. Haría lo que hiciese falta con tal de que no recobrase mi esencia por completo.

Aunque mi estilo de vida pudiese decir lo contrario, no me llamaba la atención aquello de poner en peligro mi vida. Tampoco sería tan malo dejarle ser el Señor, al fin y al cabo, llevamos más de medio milenio con él y la humanidad no ha sufrido ningún perjuicio.

A pesar de que yo acepté dejar la nigromancia parecía que él quería cerciorarse, y cito textualmente, desgarrando nuestras almas y arrojándolas donde el tiempo muere. No había forma de salir vivo de allí, sin ninguna esperanza de sobrevivir luchásemos o no…

Entonces fue cuando mi maestra, mi amiga, se puso delante de mí para protegerme. ¿Tan importante era para ella como para sacrificar algo más que su vida? Iba a sacrificar su alma, su esencia, su total existencia peligraba. El Señor se burló de su actitud defensiva. Mientras tanto ella, con el brazo que escondía tras su espalda, comenzó a crear un portal para que escapara. Yo me negué a abandonarla, pero me dio un tirón y me metió dentro del portal. Al tiempo que yo viajaba dentro de él pude oír un enorme grito de dolor seguido de una carcajada. No necesitaba ojos para averiguar lo que ocurrió. El Señor de los nigromantes la dio muerte…

Por mi parte yo caí en un lugar totalmente exento de luz y sin embargo me resultaba familiar. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, cosa así de dos o tres segundos, me di cuenta de que me había enviado a esa misma habitación donde me entrenaba pero con un aspecto más sombrío, como si fuera una dimensión o un reino de las sombras.

Pensó que allí estaría a salvo y al principio yo también lo creí, pero entonces apareció de la misma forma que antes ante mí sujetando con su mano derecha el cadáver de mi amiga, aquella que había dado todo su ser para salvarme… Y ahora me tocaba a mí.

Lanzó su cadáver bruscamente y me agarró del cuello para teletransportarme al lugar de antes. Toda esa alegría, esa felicidad… se escapaban de mi cuerpo con cada lágrima, ahora sí que lo había perdido todo, no tenía razón por la que vivir, a nadie le importaría mi muerte, al contrario… a algunos le agradaría incluso…

Sin decir palabra alguna me soltó el cuello y con la misma velocidad con la que nos teletransportamos hundió su mano en mi pecho. Lo pude notar, como sus dedos rodeaban mi corazón, mis ojos se abrieron como platos y la respiración se me entrecortó, no obstante seguía vivo. Él no tiraba, no era su intención arrancarme el corazón, de momento…

-¿Quieres decir unas últimas palabras? –preguntó sonriendo.

-¿Por qué haces esto? Soy uno de los tuyos, si quieres el puesto es tuyo, me negaré cuando me lo propongan… lo juro.

-Podría creerte, pero los nigromantes no somos conocidos precisamente por ser honestos.

-Ya te has llevado un alma, ¡déjame en paz!

-Está bien, te dejaré en paz… ¡descansando en ella!

Tiró y desgarró todos los vasos sanguíneos manchando todo mi pecho de sangre. Allí podía verlo, a escasos metros de mí, mi propio corazón, sujeto por sus repugnantes manos, aún palpitante, mi corazón…

¿Morí? Por supuesto que no. Contraataqué. El Señor se sorprendió al verme minutos después de pie sin cesar de mirarle. Cuando quiso comprobar si seguía vivo le respondí gustosamente.

-¿Querías matarme arrancándome ese órgano? Hace tiempo que ese músculo pasó a ser de carácter vestigial para mí. Inepto, vivo en las sombras, en la oscuridad, hace tiempo que dejé de sentir, de querer… Hubieras podido matarme si me hubieras ejecutado el primero, pero lo poco de humano que quedaba en mi interior lo desmembraste al matarla a… ella. Cuando fui enviado a esa dimensión oscura me di cuenta de que estoy destinado a nutrirme de la mismísima sombra y de nada más. Los pocos segundos que estuve allí sufrí un cambio significativo. Toda luz dentro de mí fue sacrificada para poder sobrevivir. Sí, mi alma no será la misma, pero ahora al fin no sufro por mi desdicha, al contrario que la tuya, mi esencia es invicta. Has hecho un favor extirpándome lo poco que me quedaba de esas debilidades llamadas sentimientos. Ahora he vuelto para cerrar el pacto. Quid pro quo, ¿no es así?

Aún boquiabierto, hice explotar mi corazón manchándole de una sangre al rojo vivo. No lo maté, eso me convertiría en el único candidato para ser Señor de los nigromantes y yo lo repudiaba. Simplemente con mi sangre le dejé una marca que jamás olvidaría… En su piel no, eso es una mera muda, su alma cargaría siempre con la misma desdicha que la mía: la plena soledad. Sabía que era débil y tarde o temprano, envuelto en una indomable locura, él mismo suicidaría su esencia…

Pasaron varias semanas y con la ayuda del libro que ella me regaló pude completar mi camino a la nigromancia. Por fin el auténtico yo había regresado. Ahora podía crear un portal para buscar su cuerpo, el cual había sido arrojado a las sombras en aquella dimensión. Nada más pisar ese lugar algo ocurrió con mi piel, me notaba más a gusto en esos sombrío lares.

Al hallar su cadáver pude entender todo, un papel escrito por su alma antes de abandonar este lugar vio todo lo que ocurrió. Fue una alegría que al menos pudiese evitar que destrozara completamente su alma. Lo que me explicaba en aquella nota es que ahora no estaba del todo vivo, pues la vida necesita interactuar, necesita sentir y ahora, descorazonado, no podía hacer eso. Era la simbiosis perfecta entre vida y muerte, el delimitante de ambos estados. Por eso me encontraba tan cómodo entre sombras, el frío de la muerte y el fluir de la vida.

Desde ese momento supe que tenía una misión en mi “vida”, con mi don potenciado, pudiendo no sólo ver mi futuro sino viajar a otros tiempos y dimensiones, sabía que tenía que ir en busca de almas perdidas, errantes, solitarias, hasta dar lugar con el alma de ella, aquella que durante escasos meses fue una de las pocas personas que me comprendía, y si no era así, me aceptaba.

Supongo que a estas alturas ya os habréis percatado de quién soy yo. Soy Borja Juberías Garzón, la sombra que narra historias que han ocurrido aquí o allá, en tiempos pasados o futuros o incluso en realidades paralelas. En el Olvido no puedo leer el futuro, pero sí buscar... A día de hoy he encontrado muchas almas, pero aún no he dado con la de ella. A pesar de ello nunca pierdo la fe, sé que algún día mi guadaña agarrará su ectoplasma y podré plasmar las aventuras que ha vivido hasta encontrar el camino de vuelta. Hasta entonces sé que queda por delante un trayecto duro entre aullidos de almas perdidas, chillidos de espectros agonizantes, llantos de esencias sollozantes... y entre todas ellas estarás tú. Lo sé, confío en ti.

¿Me siento bien? Bueno, sólo sé que no siento latido alguno en mi pecho…


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