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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Especial Halloween: Réquiem

De entre todos los terrores que pueden atrapar a la humanidad clavando sus garras sin ningún resquicio de piedad hay uno de ellos que permanece sigiloso en primera instancia, esperando su momento oportuno, para después arremeter con la mayor de las sañas.

Cada cual es único, y por consiguiente, no todos terminan presas del mismo modo. Unos son devorados prematuramente, otro no lo ven venir hasta que es demasiado tarde; pero ten por seguro que finalmente, seas quien seas, presenciarás el colofón de tu valentía frente a este miedo en concreto.

Porque es irrelevante tu posición y la calidad de tu resguardo defensor. Incluso puedes estar convencido de que tú eres la excepción, que has recibido un don divino donde los mismísimos Olímpicos han intervenido. Pero la realidad es otra y nada te hace especial, distinto al resto. Un miedo es un miedo, más aún si se añade el factor del desconocimiento a este, que por medio de la incertidumbre es capaz de acrecentar sobremanera aquel temor insidioso.

¿Sabes de quién hablo? ¿Te has arreglado para la ocasión? Ya llega, llama a la puerta con impaciencia. Dale un afectivo recibimiento a la Necrofobia, quien ansía desde hace tiempo estrechar tu mano para no soltarla jamás.

¿Cómo? ¿Que ya la conocías? ¿Que en ningún momento te produjo aversión? Ah, compañero, eso es porque entonces fuiste engañado por alguno de sus hermanos. En cambio ella es el miedo primigenio, aquel del que nadie puede ni podrá desapegarse pese a que afirme que su nivel de aceptación a la defunción es elevado. Miente, porque, aunque sea una mota microscópica, el presenciar de forma cercana la muerte, ya no la propia, sino la ajena, te hará temblar; te lo aseguro.

No obstante, no hay nada de lo que preocuparse, pues estoy aquí como guía. Y no te equivoques, no vengo a eliminar ningún tipo de terror, pues soy de los que piensa que debemos convivir con ellos. Más bien actuaré como guía de la razón y del entendimiento, aquel que te sede con desesperanza a futuros ciegos sobre un cuestionable más allá y a la vez te administre una sobredosis de realidad que te haga hacer ver que el fin de todo también puede ser bello y en absoluto dramático.

La primera pregunta que me viene a la cabeza es el porqué de que huyamos de la muerte, que la neguemos constantemente y que resulte un tema tabú en la mayoría de las conversaciones. ¿A qué se debe? ¿Por qué, por otro lado, a vástagos de la misma como el dolor y la tristeza sí los respetamos y no nos replanteamos en ningún momento evitar nombrarlos en nuestras conversaciones rutinarias?

Tanto el dolor como la tristeza, y otras como la pobreza, el hambre, las enfermedades o las guerras, pueden ser teloneros de la Parca, y, no obstante, no están vetados en el día a día como ella. ¿Acaso no es menos mórbido hablar del cese de las funciones vitales, de una fuerza ineludible y universal que acabará por alcanzar a todo organismo vivo? ¿Y por qué la gente que adopta la muerte a su monotonía está tan estigmatizada, como si fueran monstruos que sólo por respetarla ya van a practicar su letal religión? Tantas cuestiones con respuestas prohibidas del fin de algo que comenzó con tanto júbilo y ahora acaba por ser encerrado en una película lacrimosa.

Puede que en la historia de nuestro planeta nuestra existencia no sea más que un suspiro, pero en nuestros ojos ya ha pasado una eternidad desde que estamos aquí. Y durante esta eternidad ha habido incontables muertes por innumerables motivos. Ella ha convivido con nosotros y nosotras todo este tiempo, concediéndonos victorias cuando alcanzaba al contrincante y derrotas cuando rozaba a los nuestros. Pero parece que todo esto ha sido fútil, y, como si de una mancha vergonzosa en la Historia se tratara, su nombre se evita nombrar constantemente.

Tienes que empezar a concienciarte lo antes posible. Estás infectado con el virus Memento Mori desde que naciste. Inyectarte vida también significa poseer un reloj cuyas manecillas no cesarán ni por la mayor de las súplicas.

No es una obligación, no te impero a punta de pistola para que admitas un dogma funerario. Eres libre de seguir cegado si así lo deseas, pensando todavía que la vida es una verdad máxima y la muerte es sólo la ejecutora, merecedora de cualquier repudio por arrebatarnos los seres que más amamos.

Sin embargo, déjame cuestionarte esos improperios hacia ella, porque témome que estás terriblemente equivocado… Cuando la maltratas por afirmar que aquel cadáver no tuvo todo el suficiente tiempo para completar su lista de quehaceres, a quien realmente deberías injuriar es al muerto, por no haber sabido aprovechar los granos que iban filtrándose en el reloj de arena. Cuando lamentas la defunción de un enfermo que según tu opinión no se había ganado esa cruenta patología, a quien tendrías de verdad que señalar es a la vida, que ha creado las condiciones perfectas para que cierta bacteria o virus prevalezca próxima al entorno de su víctima. Cuando un accidente de tráfico siega la vida de tu inocente hermano y tú maldices la sangre fría que tiene la de la guadaña, a quien ciertamente deberías culpar es al temerario asesino que devastó la bóveda craneal de tu familiar. Y cuando la angustia te corroa mientras ves pasar los últimos segundos en los que tu corazón permanece bombeando, si has de culpar a alguien que sea a ti mismo, por haber aceptado las condiciones de la biología que hasta ahora nos estrangula a todos con su soga legislativa.

Con esto quiero decir que apuntar como culpable universal a la muerte de todo lo que desemboca en ella sería como culpar al descomponedor de la basura pútrida que yace en el suelo, ignorando al bastardo que la ha arrojado allí. Porque vivir es morir, al igual que ver una película implica afrontar el final de la misma. Si aceptas estar aquí debes estar preparado para todas las consecuencias, tanto buenas como malas, y ya depende de tu enfoque el que tu funesto final esté en una categoría o en otro, pero indudablemente ahí estará, esperando en la meta con un vaso de somníferos para que puedas reposar todo lo que necesites, y más.


Pero esto no acaba aquí, ni mucho menos. Aceptar su existencia no es un ningún logro cuando la mayoría de la humanidad se muerde las uñas en señal de desesperación, y lo que antes se desvanecía con el principio de evitación ahora se cuela entre pequeñas fisuras mentales para pinchar sin piedad a tus fobias. Ya que tomar la muerte como algo natural no es en absoluto la cura a los miedos, pues también aceptamos a los insectos como seres naturales y no por ello ha dejado de existir la entomofobia. Todavía queda lo complicado, que es asimilar que esta enigmática fase no es tan tétrica como la mayoría de las culturas nos reiteran que es… Deja de ser engañado por el argumentum ad nauseam y empieza a darte cuenta de que lo más cercano que podrás estar de burlar a la muerte es no siendo aterrorizado por ella cuando palpe tu alma con sus pálidas manos…


¿Eh, qué es lo que ocurre? ¿No me digas que está surtiendo en ti el efecto contrario, que veías tu óbito como algo distante y turbio y al ser aclarecido te ha invadido una mortuoria hipocondría? Camarada, lo has enfocado mal. Me parece que parte de la culpa es mía, que mi mensaje de Homo Viator lo has interpretado como Memento Mori y no como Carpe Diem.

Dejemos el realista nihilismo de estos pretéritos párrafos y centrémonos en esos globos oculares que orbitan engarzados por fibras musculares ciertamente vívidas. Porque necesito que empieces a considerar tu vida como un extenso día, con la diferencia de que esta vez irte a dormir tal vez no te produzca sueño alguno.

Puede que no sea lo mismo angustiarse por lo no hecho durante un lapso de veinticuatro horas cuando plácidamente puedes aplicar el burlón y modificado “no dejes para hoy lo que puedas hacer mañana”, pero la esencia es la misma: el ocaso llega, la noche te envuelve y cierras los ojos para que la oscuridad sea tu única compañera, ignorando que esa pueda ser la última vez que tus pulmones precisen de aire.

Morir, después de todo, es simple y llanamente eso, el momento en el que el tiempo alcanza tus talones y tienes que empezar a finiquitar con avidez todo lo que te queda por hacer. No debes tener un excesivo miedo, es incomprensible poseerlo si lo que te asusta únicamente es que te queden un sinfín de cosas por concluir, ya que este mismo pavor será lo que enlentezca tus actos y ocluirá tus propuestas para que jamás se hagan realidad.

Haz lo que veas necesario, lo que te guste, sin poner miras en el lejano futuro, o de lo contrario, cuando menos te lo esperes, echarás un vistazo a tu mano y no verás más que polvo, desvaneciéndose con la suave brisa que exhale tu calavera.

Y, a veces, yo diría que en una gran parte de los casos, esta detención funcional sucede de manera prematura e inesperada. Quizá puede que este sea el punto que menos me gusta tratar porque es la raíz del horror que congela a la humanidad y succiona su valentía, pero si no se ataca el núcleo del problema nunca podremos arrancarnos esos parches sinápticos que enmudecen nuestro labios cuando mencionemos ese temible vocablo cuyo inicio es la fúnebre M.

Aunque lo dije de pasada antes y, pese a que la conciencia de la muerte ya sea una explicación máxima per se de este pretencioso inconveniente ignorado… Somos de carne, de sangre, de huesos quebradizos… Somos frágiles.

Puedes perder tu vida de múltiples formas, hasta de la manera más absurda, y eso es debido a nuestra debilidad. Cierto es que nuestro cuerpo es capaz de soportar grandes daños e incluso puede sanarse con el tiempo, hasta regenerarse en menor medida, pero piensa por un segundo en las enfermedades de carácter infeccioso, ¿quiénes la provoca? Son seres microscópicos, minúsculos en comparación con nuestro tamaño, y sin embargo pueden acabar en menos de lo que dura un grito con colosos como nosotros.

Somos endebles, a un nivel inimaginable, y esto es en esencia lo que de verdad nos asusta. Si la muerte hubiera hecho un pacto en el que sólo nos daría caza exclusivamente cuando rondásemos el siglo de vida, entonces, seguramente, nuestra concepción de su burdo cometido cambiaría radicalmente y sería considerada un ente que apaga las maquinarias que ya se merecen un digno descanso.

En cambio, la realidad es muy diferente, y sus cuencas no discriminan, seas rico o pobre, joven o anciano, bienhechor o malicioso, si la guillotina ansía degustar tu nuca, así se hará. Y por muy veloz que seas acabarás siendo ceniza que sólo se alzará al palpitar de los que te recuerden.

Así que, simplemente, como otra fuerza imparable de esta concepción de energías físicas, acostúmbrate a convivir con su frío tacto y no tiembles, ya que eso no la volverá piadosa y tus esfuerzos serán derrochados al compás de pura sorna. Sólo acopla su presencia a tu ser, porque forma parte de ti lo desees o no, porque será quien concluya tu telar dando el último punto, porque es la razón incuestionable de que demos valor a la vida, porque, al fin y al cabo, no es más que un apéndice tuyo, la fecha de caducidad donde se recopilará toda la odisea que has confeccionado a lo largo de tu trayecto y donde serás recompensado con el abandono de tus asfixiantes responsabilidades.

Ah… si pudieras contemplar la belleza que yo encuentro en la muerte podrías darte cuenta de una vez por todas que la única gravedad que conlleva esta es la que nosotros mismos le otorgamos.

Es quien equilibra los niveles de infestación de este planeta que en repetidas ocasiones diversas especies quieren tener en su poder cuando la megalomanía se hace incontenible. Es el juez incorruptible que hace caer los más terribles imperios cuando no pueden ser detenidos a la fuerza. Es la autoridad que pone un umbral a la temeridad en aras de avisar y proteger a los sucesores de tamaña valentía descabellada. Es el Todo que conduce a la nada y es la Nada que consume todo.

Por favor, abre tu mente y analiza tu cuerpo. ¿Realmente crees que el susodicho se encuentra a la intemperie, a manos de un Jinete, y que no está a tu merced? Dejar la muerte como cabeza de turco, engullendo la sumatoria de los maltratos que llegan por parte de vivos, es lo que impedirá que arranques sus togas, la cuales han sido grapadas a su cálcico marfil con el propósito de no ver en perspectiva.

Necesito, para terminar, que hagas una breve recapitulación de todo lo aquí expuesto. ¿Qué te ha llevado al miedo, qué te ha conducido a la desesperación, qué te ha inducido en una profusa tristeza, qué ha hecho que te estremecieras en tu primer contacto con la muerte? Estos no son más que sentimientos nacidos de un organismo vivo. Sí… todo lo malo que se le arroja a la Parca proviene de reacciones ocasionadas por la vida, es como esa cínica alumna que agrada a los profesores y de la que sólo tú conoces sus verdaderas intenciones…

Tampoco digo que vivir sea un hecho deleznable que expulsa incesantes penurias y por ende resulta en una ofensa a la muerte, ni mucho menos. Lo que pretendo explicar, en resumidas cuentas, es que dejes de echarte las manos a la cabeza por algo que todavía ni ha comprimido tus vísceras… Que, si cuando llegues al final del camino será con un filtro repleto de suciedad y podredumbre, será precisamente por la atmósfera tóxica por la que en el presente no dejas de caminar.

Porque la vida es una bella mentira, y la muerte una cruel verdad.

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