Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 31 de octubre de 2014

Especial Halloween: Doppelgänger

La noche pintaba interesante. No se podría haber escogido mejor día para que un fallo eléctrico dejara a la ciudad incomunicada, sin que ni siquiera nuestros móviles fueran capaces de tener acceso a Internet. Hoy, 31 de octubre, la tecnología había fallecido.

Por fortuna, mis amigos y yo ya habíamos acordado previamente el lugar y la hora de la cita anual, por lo que aunque ahora no pudiésemos enviarnos mensajes ya sabíamos lo que debíamos hacer: puntualidad exacta y si pasados cinco minutos faltaba alguien entonces tendría que jugar a encontrarnos entre la densa muchedumbre.

De hecho, me inquietaba más el día de mañana que la propia posibilidad de que alguien no llegara a la hora acordada. ¿La razón? Tenía contactos que estaban fuera de la ciudad, y con algunos de ellos solía hablar para desear las buenas noches o, simplemente, un feliz Halloween. Era evidente que si se cumplía lo prometido mañana volveríamos a estar en comunicación con el resto del mundo, y por consiguiente me llegaría una salva de mensajes que seguramente harían colapsar mi móvil.

De todas formas, eso era problema del futuro, salvo que alguno de ellos se enfadara porque creyera que le he estado ignorando toda la noche esto no supondría ningún problema importante para mí. Es más, mi preocupación eran mayor por la atmósfera que había recaído sobre nosotros, como si algún tipo de poder, percatado de la singular noche que era hoy, hubiera puesto su grano de arena para hacerla más especial aún.

No sabía discernir si se trataba por la contaminación lumínica o por un imperceptible cielo encapotado, pero literalmente no había iluminación astral. Ni estrellas ni Luna. Solamente se vislumbraba una espesura negruzca que, al menos a mí, me ponía el vello de punta.

Era irónico, un chico como yo, tan corpulento incluso para mi edad, para colmo disfrazado de Ghostface, temiendo ese fenómeno nocturno. Pero, sinceramente, si no fuera porque había más gente por las calles, hasta me habría asustado caminar avenida abajo hasta la parada de autobuses, lugar donde habíamos quedado.

Me encantaba esta fiesta, también disfrazarme y asustar a algún que otro desprevenido, sin embargo, quizá por las creencias que mi familia me inculcó, poseía algo de carácter supersticioso. Me era inevitable creer que algo del esoterismo que presentaba antaño este festejo no se hubiera quedado con él acompañándole hasta la actualidad. Es decir, ¿me gusta Halloween? Por supuesto. ¿Pasaría ciertas fronteras como visitar cementerios o jugar con la ouija sólo por ser algunas de las tradiciones urbanitas que se hacen este día? Ni aunque me pagasen por ello.

Al fin, y como de costumbre el primero, llegué al susodicho lugar. Me quité la máscara para que me reconocieran fácilmente y me senté en un escalón. Observando mis alrededores vi que, para mi alivio, había una gran aglomeración de monstruos, vampiros, asesinos y demás parafernalia tétrica. En definitiva, estaba a salvo de mis pensamientos paranoicos, al no ser que alguna de esas personas disfrazadas fuera algún desequilibrado mental.

Y hablando de gente psicótica. Por la calle de la izquierda ya vi aproximarse a uno de mis amigos, Pablo, parar variar disfrazado de médico ensangrentado. Y no era de extrañar por sus imparables fantaseos con facultativos hospitalarios dejándose llevar por la demencia y masacrando pacientes… Menos mal que había optado por estudiar física teórica y no medicina…

-¡Buenas! Veo que soy el segundo –respondió nada más aproximarse a mí, tendiéndome la mano para un apretón –.

-Hey, ¿qué tal? Al menos sé que la cita sigue adelante. Por lo menos tú y yo no nos hemos rajado a pesar del imprevisto de Internet.

-Ya ves, menudo fastidio… Por cierto, ¿has visto? Al final me las ingenié con un cepillo para esparcirla apropiadamente –dijo señalando su máscara sanitaria, que tenía cientos de minúsculas gotas de sangre falsa –. Admítelo, me ha quedado fetén.

-Está bien. Es verdad que en persona queda mil veces mejor que la que vendían de serie con manchas de sangre.

-¡Bú!

El susto, que vino de detrás de nosotros, nos pilló desprevenidos. Era Mónica, la cual tardamos en reconocer y no fue así hasta que dijo su nombre. Estaba muy conseguido su disfraz y más mérito tenía habiéndolo confeccionado ella misma.

Emulaba a una muerta viviente, pero no era el típico disfraz con algo de sangre y un poco de maquillaje blanco sobre la cara, no. Toda su ropa estaba rasgada y en algunas zonas que quedaban al descubierto y estaban impregnadas con sangre falsa había puesto pegotes de papel que simulaban huesos salidos. Y lo mismo en su cara, cuya falsa putrefacción estaba tan conseguida que hasta colgaban jirones rojizos y verdosos de “carne”. Fue una impresión repugnante a primera vista, a la par que de asombro. Se notaba impresionantemente que su afición era la cosmética.

-Qué calma me ha dado veros –afirmó mientras se hacía un hueco entre Pablo y yo para acto seguido apoyar su brazo izquierdo en mi hombro y el derecho en el de él –. Ya me estaba oliendo que iba a deambular sola por las calles… Bueno, ¿y el plan cuál es?

-Pues de momento esperar a que lleguen los demás –dijo Pablo –, que si has traído reloj sabrás que todavía faltan siete minutos para las diez.

-Vamos, que hasta dentro de doce minutos no nos movemos de aquí –añadió ella con algo de fastidio –. Perfecto entonces…

Durante un rato no vino nadie más, aunque era de esperar, ya que éramos nosotros tres los que siempre llegábamos antes de tiempo, siendo el resto o bien puntuales o bien un poco tardones, no sin sobrepasar, claro está, los cinco minutos de margen.

No fue hasta las diez menos dos hasta que entre el gentío apareció Óscar. Para nuestra sorpresa aparentemente no venía disfrazado, puesto que vestía unos simples vaqueros, unas deportivas y una sudadera negra. Iba encapuchado, eso sí, pero no parecía que fuese de asesino o algo similar.

No obstante, en cuanto se aproximó lo suficiente y nos saludó, las dudas quedaron despejadas, nada más se bajó la cremallera de la sudadera y enseñó un peculiar torso desnudo.

Su madre y su padre trabajaban en una carnicería, por lo que era habitual que el chico tuviera acceso a una ingente suma de “material” para elaborar algo original en estas fechas… Su tórax, su abdomen… todo cubierto de sangre real, así como de carne picada pasada de fecha. Sólo al imaginar el tacto que tendría que estar percibiendo Óscar con esa maraña macabra pegada a su cuerpo al resto del grupo se nos revolvieron las tripas. Pero él no veía nada extraño en ponerse esa pulpa rojiza sobre él.

-¿Y… de qué se supone que vas… disfrazado? Curiosidad más que nada –dije, junto con un leve amago emético –.

-Soy una aberración cárnica, ¡obviamente! A priori parezco normal –explicó subiéndose la cremallera –, ¡pero al descubrirme el tronco muestro mi verdadera y atroz naturaleza!

-Eso está muy bien –respondió Pablo –. Pero me intriga la manera en la que has logrado adherir todo… eso… a tu pecho y a tu tripa.

-Con una gran cantidad de cola de contacto –respondió sonriente –. Un líquido infalible.

-Eres consciente del mal rato que vas a pasar cuando te toque quitarte todo eso, ¿verdad?

Óscar se encogió de hombros ante la frase de Mónica. Eso le era irrelevante con tal de dar grima a terceros durante esta noche. Como el resto, ansiaba esta fiesta, porque lo raro se volvía normal, lo grotesco se convertía en arte y la locura era la norma. Él, quizá más que ninguno, amaba la víspera de noviembre, porque por un día iba a dejar de ser el raro de la ciudad y sería tratado como un mero mortal más. Por tanto, el sacrificio de luego arriesgarse a dañar su piel al retirarse esos trozos de cerdo y ternera le era una minucia con tal de liberar su magnificente talento estigmatizado.

-¡Joder, qué asco!

Era el típico comentario con matiz soez que informaba de la localización de Jorge, el cerebro de la pandilla. Del grupo él era al que menos le gustaba el tema de los disfraces, por lo que tan sólo había dibujado unas pequeñas líneas negras con rotulador en su lente izquierda, salvaguardando las molestias de visión con un apósito oftálmico en su ojo izquierdo, para fingir que sus gafas estaban rotas. Un poco de sangre aquí y allá y ya está. Sin embargo, él no se oponía a salir tal día como hoy, puesto que su carente apetencia por vestirse de monstruo no tenía nada que ver con su gusto por Halloween. A él le interesaba otra cosa: observar, analizar el comportamiento de gente que los demás días del año eran personas normales y corrientes y que por el contrario hoy adoptaban conductas fuera de lo común no sólo ya centradas en el rol que acoplaban a sus indumentarias… Jorge lo explicaba muy bien alegando que el anonimato de las máscaras y el maquillaje era la llave que liberaba sus verdaderas condiciones como mamíferos en los que la razón era tan sólo otra parte de sus facticias vestimentas.

-Espero que te merezca la pena el vulnerar tu integridad tisular por unas pocas muecas de aversión –agregó antes de colocarse bien sus gafas y saludarnos con su característica tendida de mano de sólo índice y corazón –.

Óscar suspiró, consciente de que no debía seguirle el juego, y se dignó a mirar el reloj. Únicamente faltaba una integrante: Mara, que como de costumbre era la última en llegar. Siempre apuraba los cinco minutos de margen y más de una vez llegaba tan tarde que acababa enviando un mensaje mediante el móvil preguntando dónde se encontraban los demás, debido a que, cansados de esperar, se marchaban del punto de reunión.

-¿De qué pensáis que irá disfrazada? –pregunté para quebrar ese silencio incómodo –.

-A lo mejor va de la Mujer Invisible y no es que vaya a llegar tarde –bromeó Mónica –.

-O a lo mejor ni viene –insinuó Pablo –. La mitad de las veces recurre a la mensajería para decirnos o bien que vayamos tirando a equis lugar o bien suplicando que la demos unos segundos de cuartelillo. Con la incomunicación que tenemos ahora puede que directamente ni venga.

-Vamos a ver –intervino Jorge –, es Mara. Admira Halloween, lo suficiente como para, aun llegando tarde, salir y buscarnos entre la muchedumbre… Aunque si la chica tuviera algo de cabeza directamente llegaría TEMPRANO.

-¿No es esa?

Su interrupción interrogante, así como su dedo índice alzado, hizo que cesásemos la conversación. Al parecer, Óscar, que estaba prestando atención a las personas disfrazadas que pasaban por el lugar en vez de a nosotros, había hallado a Mara en la distancia.

-Permíteme cuestionarte, pero… estás señalando a una mujer que va totalmente oculta, cara inclusive –dijo Jorge –. ¿Cómo narices puedes pensar que es ella?

Óscar aproximó sus manos a su región pectoral realizando un gesto sugerente. Todos, menos Jorge, el cual se echó una mano a la cara en señal de aborrecimiento, rompieron a reír. Y es que si por algo Mara se distinguía era por su tan prematuro desarrollo mamario.

La chica en cuestión presentaba un busto bastante parecido al que envolvían todas y cada una de las prendas que Mara se ponía en su día a día. Y, aunque estuviera a cierta distancia, dicho “rasgo” permanecía notorio: ni más ni menos que una 110 C.

Entre dudas y comicidad nadie quiso aproximarse, por lo que de momento la situación se había vuelto presa de Schrödinger. Lo que había dentro de ese disfraz era Mara y a la vez no lo era. No obstante, así como el primero en divisarla, Óscar, abrochando su sudadera para no perder “tripas” por el camino, anduvo hacia ella, dispuesto así a despejar la incógnita.

-¡Ey! ¿Mara?

La extraña-no extraña se giró hacia él y en absoluto silencio se aproximó ofreciendo su mano derecha como saludo. Para el chico esto le fue raro, pues ella no solía decir hola de tal manera. Aun así lo pasó por alto, creyendo que podría deberse a que se había metido en el oscuro papel de sectaria con túnica que emulaba con sus harapientas ropas.

-Esta vez casi consigues llegar puntual, ¿eh? Anda, sígueme, que te llevo con los demás.

Una vez la pareja se reunió con los otros cuatro, la tal Mara realizó el mismo tipo de saludo junto con ese particular mutismo.

-¿No vas a hablar  o qué? –reprochó Jorge –. ¿Ni el típico “perdón por la tardanza” que sueles soltar?

Pero ella no respondió, lo cual le irritó más y provocó que refunfuñara sin parar como un anciano malhumorado. Definitivamente era ella. Todos en el grupo sabían que no había que prestar atención a los arrebatos de ostentación de Jorge.

-Bueno, ahora que estamos todos, ¿qué deberíamos hacer? Planeamos quedar aquí pero no a dónde ir después –señalé, dándome dos suaves golpes en la cabeza como muestra de nuestra patosería –.

Esta era la peor parte de cuando quedábamos, ya que no éramos muy buenos imaginando sitios a los que ir, y cuando se proponía una votación para ir a X o a Y las opiniones solían ser en su totalidad neutrales, “lo que prefiera la mayoría”.

Así que, y como era de esperar, propusimos un par de lugares y ninguno resultó aceptado en su unanimidad. ¿Una discoteca? Bueno… ¿Un restaurante temático? Si los demás dicen que sí… ¿Asustar en un parque? Podría molar, pero no sé…

Y así hasta que Mara dio con la solución. Totalmente decidida sacó de uno de los grandes bolsillos de su túnica un panfleto doblado curiosamente colorido y con letras llamativas de decoración lúgubre, típica del terror representativo de esta noche.


“Entrada gratuita. Pasa y cata una de nuestras Bebidas Sorpresa. Congelará tus huesos y te hará chillar como alma en pena.”

Pintaba bien, y por primera vez desde hace tiempo todos mostrábamos motivación para ir y pasarlo bien sin votos neutros de por medio… Estaba decidido, en esta salida del décimo mes haríamos caso a la invitación de la tardona, que por otro lado fue un acto sorprendente por su parte, ya que era la que más solía rehusarse a dar una opinión concreta a lo que fuera.

-Calle de las Colinas –dijo Mónica mirando la dirección que aparecía en el panfleto –. ¿Alguien sabe por dónde pilla eso? Soy muy mala con los nombres de las calles.


Era raro, ni siquiera yo, muy dado a caminar y recorrer cualquier recoveco de mi ciudad, conocía tal calle, así que dudaba bastante que alguien más supiera ubicarse…

A excepción de Mara.

Una vez más, sin decir ni una palabra, nos llamó con gestos, indicando que la siguiéramos. Evidentemente sabría el camino, pero eso no explicaba la razón de que hasta ahora hubiera permanecido callada. ¿Dolor de garganta, tal vez? Bueno… nos respetábamos mutuamente nuestras rarezas.

De camino empezamos a conversar de cosas superfluas, pero todo valía para contrarrestar el silencio de nuestra guía, el cual ya comenzaba a resultarnos un poco violento. ¿A qué se debería? Cada vez me mataba más la intriga, por lo que decidí ponerme a su lado para tratar de averiguarlo.

-Oye, ¿hay alguna razón por la que no quieras hablar? Al fin y al cabo has venido… y disfrazada, así que no creo que estés enfadada con nosotros. ¿Puedo preguntar qué ocurre?

Ella volteó su cabeza, supuestamente mirándome tras esa redecilla de su cogulla que ocultaba su faz, y acercó su dedo índice a donde debía hallarse su boca. Estaba sugiriendo que guardara silencio… No comprendía nada… ¿Se habría metido tan a fondo en el papel de su disfraz este año? Como fuera, tan sólo dirigí una mueca de comprensión y continué a su paso pero enmudecido completamente.

Diez minutos más tarde finalmente alcanzamos el establecimiento. Con la estética habitual en un bar de rock pero decorado especialmente para Halloween. Sobre sus dos puertas negras de hierro reposaba el letrero “Sin Retorno”. Un nombre curioso para el local.

Entramos y un extraño aroma nos dio la bienvenida, como una mezcla de asfixiante humareda y escalofriante humedad. La música era la representación melódica de una marcha decrépita de muertos y las personas que había dentro parecían los integrantes de dicho batallón cadavérico. Fue gracioso ver que Pablo, Mónica, Óscar y Jorge pararon bruscamente sus charlas nada más toparse con semejante escenario.

Mara apuntó hacia una de las mesas que se encontraba vacía, una de las más recónditas. Nos sentamos y esperamos a que la camarera, una mujer de camisa, falda, botas, pelo y labios negros, nos tomara nota.

-Y bien, ¿qué vais a tomar?

Jorge se dispuso a responder, pero Mara le interrumpió de manera repentina alzando el dedo. Con la atención de la camarera, extrajo de nuevo el panfleto y señaló la imagen de la aclamada Bebida Sorpresa.

La camarera asintió al ver que ninguno de nosotros se oponía a su decisión y regresó a la barra para encomendar el pedido… ¿Qué llevarían esas bebidas…? Traté de echar un ojo mientras la barman los preparaba pero mi visión no era lo suficientemente efectiva como para atravesar su espalda y divisar lo que introducía en la coctelera.

Por nuestra parte los nervios y la intimidación provocados por el ambiente se fueron esfumando repentinamente y retornamos a nuestras conversaciones habituales, aguardando saborear esos mejunjes de sabor desconocido.

Tras unos pocos minutos la camarera regresó con cinco vasos llenos hasta el borde de un líquido morado de apariencia refrescante y apetitosa. Dos hielos bailoteaban dentro de cada vaso alrededor de una caña negra.

Agarramos las bebidas y brindamos, dando un fuerte sorbo… Y entonces el horror llegó… Un sabor amargo recorrió toda mi garganta, fue tan repugnante que no pude evitar tirar el vaso al suelo y romperlo en mil pedazos. Y no era el único… Los demás también mostraban expresiones de disgusto. Con razón se adjetivaba sorpresa, no nos esperábamos que algo tan suculento a la vista resultase una tortura para el gusto… Aunque la verdadera sorpresa estaba aún por llegar.

Fui estúpido por no percatarme antes… Cinco vasos… Pero somos seis: Mara, Jorge, Óscar, Mónica, Pablo y yo. ¿Por qué a Mara no la habían servido? Pronto lo sabría, en cuestión de segundos.

Mareos, sudoración, temblores, obnubilación… Estaba a punto de perder el conocimiento… Jorge, un poco más hábil en primeros auxilios, supo que debía ir al baño para expulsar de su estómago lo poco que había ingerido de la Bebida Sorpresa. Desgraciadamente, no llegó muy lejos, y ante las miradas bufonas de la gente asidua al lugar cayó al suelo desplomado, inconsciente.

Le siguieron, sentados en las sillas, Pablo y Mónica, sin poder apenas pronunciar palabra alguna para pedir socorro. Sus cabezas colisionaron contra la superficie de la mesa. Óscar, que se había sentado a mi lado y aún no había sido abatido por la atroz sustancia, con todas sus fuerzas exigió una explicación a Mara, pero ella siguió con su actitud reticente.

Fue entonces cuando mi móvil vibró. No podía creérmelo, ¿un mensaje? Pero no era el momento adecuado para ponerme a leer una pantalla, ¿o tal vez sí? Me rendí a mi intuición y saqué el teléfono.

Lo que sucedió a continuación me cortó la respiración.

“Hola, Manu, ¡perdón por la tardanza! He llegado hace poco al punto de reunión, pero obviamente no os encuentro por aquí. Por suerte parece que ya se ha restablecido la conexión a Internet. ¿Por dónde andáis? No creo que tarde mucho en alcanzaros. Responde cuando puedas. Un beso.”

Un mensaje de Mara, enviado hace solamente quince segundos… Óscar ya no estaba consciente para poderle mostrar el texto, pero me era suficiente conmigo mismo… Quien estaba delante de mí, sentada con pose altiva, era alguien ajena a nuestro grupo… Y lo peor era que no traía buenas intenciones… Esta emboscada tóxica sólo era el principio… Únicamente pude reírme por tal escena justo antes de perder el conocimiento.

Por lo visto el gato estaba muerto, no vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario