
Llegaba tarde, ya habían comenzado la fiesta, aunque no
creía que eso fuera motivo para que ninguno de los seis del grupo ignorara el
teléfono… Fuera como fuera ya había hecho sonar el timbre del telefonillo de
alguna casa, así que habría de esperar a que respondiera alguien, y que tuviera
suerte de que fuera alguien de mi grupo.
En cambio, lo que recibí fue absoluto silencio. Y, por el
contrario a lo esperado, la negra y extensa verja, que ocluía el paso hacia el
jardín, se fue abriendo lentamente por medio de dos minúsculas pero chirriantes
ruedas. Justo después escuché el sonido característico del interfono cuando el
teléfono se vuelve a depositar en su sitio.
Sí, alguien, aunque no se hubiera comunicado conmigo, me
había abierto. Y lo más escalofriante, desde mi punto de vista, era que me
había visto a través de la cámara que se alzaba sobre los pulsadores de cada
piso. Sólo rezaba para que fuera una broma… Sí, probablemente sería eso, Miguel
solía hacer jugarretas de cierto mal gusto, seguramente se habría callado con
la finalidad de aterrarme. Y en parte lo estaba logrando.
Volviendo a lo que me concernía en esos momentos, caminé a
paso ligero por el sendero de piedras que serpenteaba por aquel vasto jardín.
De nuevo un silencio sepulcral, interrumpido de manera intermitente por algún
que otro grillo. La oscuridad, compañera de tal mutismo, también cubría todo, a
excepción de los pequeños farolillos, que, más que ayudar a la nictofobia,
creaban una atmósfera bastante aterradora con sus juegos de sombras y luces
dignos de cualquier sepulcro encantado.
Para empeorar las cosas, en plena Nochebuena, con tal frío
singular, una repentina y gélida brisa hizo que mis huesos encontraran una
buena excusa para ponerse a tiritar. El silbar del viento irrumpió en mi débil
mente, que era capaz de confeccionar las paranoias más tétricas a partir de
aspectos cotidianos como el caminar por un jardín de noche.
Aumenté la distancia y la velocidad de mis pisadas para
alcanzar el tan ansiado portal. Bloque B. De nuevo se aproximaba la
“maravillosa” ocasión de activar el intercomunicador… Y tenía la esperanza de
que esta vez Miguel no siguiera con su absurda broma, ya no por el supuesto
miedo, sino por el temible frío.
O… o quizás no haría falta tanto aparataje electrónico… ¿Por
qué? Pues debido era a la puerta… la cual se encontraba extrañamente abierta…
No era lo habitual en esta urbanización. Como mucho dejaban al mediodía la
verja sin cerrarse por completo para facilitar la entrada a los propietarios,
pero dejar el portal de tal forma era raro.
Me aproximé y analicé si se debía a algún estropicio o algo
similar. Y así fue. Nada más apoyar mi mano en el pomo para cerrarla, una vez
yo ya estaba dentro del bloque, la escasa resistencia hizo que me percatara de
que estaba notoriamente aflojado, y posiblemente con el mecanismo roto, ya que
apenas sobresalía el resbalón cuando lo giraba…
Lo achaqué a algún chaval con una casi ausente orientación del
norte que iba de vándalo de poca monta y proseguí mi “tenebroso” recorrido.
Ahora me tocaba ir hasta el ascensor por un recibidor, cómo no, absolutamente
oscuro y, para seguir con el curso de mis desdichas, con el cableado de las
luces fuera de servicio…
Ya, con el techo de por medio, no podía iluminarme la Luna,
por lo que extraje mi móvil y traté de guiarme vagamente con la luz de la
pantalla… Era en estos momentos en los que anhelaba una mejor retentiva para
recordar el recorrido hacia el ascensor, el cual hice hace un par de años,
justo en mi primera visita a la casa de Julia, y que nunca más volví a
realizar… hasta hoy.
Por desgracia, el ascensor tampoco estaba operativo. Así
que, ofuscado por tantas averías, causantes quizá también de un plausible
problema en la transmisión de voz por el telefonillo, opté por subir por las
escaleras. No tenía más opción que esa.
Mientras ascendía por los escalones decidí mirar unos
segundos si lo que sucedía no era que ignoraran mi pregunta en el chat, sino
que mi móvil no estaba captando internet. Y, efectivamente, otro contratiempo
técnico, fuera cual fuera, estaba imposibilitando la comunicación vía móvil… De
verdad… ¿se podía saber qué diantres estaba ocurriendo?
Un chirriante ruido cortó mis pensamientos e hizo que parase
en mitad de las escaleras del tercer piso. Tal sonido provenía de debajo, puede
que de la planta baja. ¿Qué sería? Me asomé a la barandilla con la intención de
divisar algo por el hueco de las escaleras.
Una vez más ese ruido. Ahora lo escuché con más nitidez… y
lo vi. La primera planta, o al menos la parte próxima a las escaleras, quedó
brevemente iluminada con un brillante color azul. Asimismo, salieron desprendidas
unas pocas partículas de ese mismo color hacia el hueco donde estaba yo
observando todo. Como el sonido, chisporroteante, la imagen indicaba algo
relacionado con electricidad.
Segundos después, no demasiados, todo se tornó nuevamente
oscuro. Por lo que aguardé a que se repitiera ese chispazo y así poder
confirmar mi hipótesis de un cable cortado con la recepción sensorial que se me
emitiera.
Aunque hubiera sido mejor haber continuado mi camino y haber
ignorado eso… No podía explicarme la razón, y juraré mil veces que mi
percepción de la profundidad y la distancia es impoluta, pero acababa de
iluminarse el segundo piso con esa misma secuencia chispeante.
Lo escuché en la planta baja, luego lo vi en la primera y
ahora en la segunda. No era un cable estático en un panel de una pared… No.
Aquello que proyectara esas chispas lumínicas estaba moviéndose… hacia mi
ubicación, y relativamente deprisa.
Contuve la respiración y retuve mi pavor para seguir
subiendo hasta el sexto piso y avisar a mis amigos de que algo iba
verdaderamente mal. Tendría que dar enormes zancadas, saltando escalones sin
parar, para superar a algo que ascendía un piso cada cinco segundos.

Y ojalá fuera así, pero cada vez lo veía más difícil. No sé
si era por el propio terror o es que de verdad estaba pasando, pero llegó un
instante en el que noté juguetonas e indoloras punzadas en mi espalda que
emanaban una azulada energía luminiscente.
Acrecenté aún más mi velocidad, pese a que mi cuerpo me
exigía que parase de inmediato. El sobrecogedor cansancio no tenía ni punto de
comparación con respecto a lo que habría detrás de mí, algo que definitivamente
ya me había alcanzado y que por el contrario todavía no quería convertirme en
su presa cazada. Sus aires de mofa eran la oportunidad de oro para agarrar un
trayecto que me permitiera seguir vivo.
Llegué finalmente a la sexta planta y me lancé contra la
primera puerta que vi. Y cuál fue mi sorpresa al ver que esta cedió ante mi
peso y se abrió. Aunque fue extraño no haber oído nada que representara una
rotura en la cerradura… además que no tenía precisamente tanto peso como para
hacer semejante cosa.
La puerta, simplemente estaba abierta a priori, y lo supe
cuando, por instinto, la cerré en aras de frenar el paso de “eso”. El resbalón
de la misma cedió y quedó erguida una gloriosa barrera entre mi captor y yo,
dándome un valioso tiempo para pensar qué hacer y de paso desfogar mi pánico.
Grité. Grité con muchísima fuerza. ¿Para calmar mis nervios?
En absoluto. Fue la reacción que tuve cuando me giré y vi en el pasillo, iluminada
por las farolas de la calle, que filtraban su luz por las ventanas, la cabeza
cortada de Miguel, con un espeluznante expresión facial que indicaba que su
decapitación fue excesivamente macabra.
Corrí hacía su demacrada calavera cercenada y la sostuve
entre mis manos, mirando sus todavía abiertos ojos con una expresión en mi
rostro de total incredulidad. Mis brazos tiritaron y la secuencia del duelo
reventó dentro de mí para enseñar el naipe de la negación.
Al borde de la ansiedad, no era el momento más indicado para
que aquel ser eléctrico arreglase el asunto de la perpetua oscuridad con la
dosis más sádica de amperios que podrían proporcionarse…
A mi lateral derecho, como si acabara de alumbrarse el
escenario de una actuación escarlata, contemplé el resto del cuerpo de Miguel,
tendido en el sofá, en una posición que, si tuviera la cabeza adherida al
cuello, sería de completa despreocupación, y un añadido sanguinolento con
trazadas rojizas aquí y allá sobre un lienzo de gotelé.
¿Y los demás? La frialdad vino en mi rescate y me arrebató
de ese shock engullidor. Había de mantener la calma y ver por encima de todo
ese arte gore. ¿Qué podría darme la localización del resto?
Sólo una pista: también habían pasado por el piso, pues en
el salón se encontraba una mesa con unos cuantos vasos de tubo, un bol con
cubitos de hielo y un triplete etílico de botellas. La cuestión, entonces, era
otra… ¿Estaban allí cuando aconteció esta escisión o se pusieron a salvo
previamente?
Por mi bien esperaba que la inminente indagación me llevase
a la segunda alternativa. No sería plato de buen gusto perder a toda mi
camaradería en una sola noche. Únicamente tendría que recorrer el edificio
tratando de hacerme notar para los supervivientes pero pasando desapercibido
para el depredador. Tarea fácil…
La puerta principal retumbó, parecía que ya se había cansado
de aguardar y su impaciencia se había materializado en un ariete. Habría de
poner a buen recaudo mi integridad corporal antes de preocuparme por otras vidas.
Muerto sería inútil, más aún de lo que estaba resultado ahora como héroe.
¡La terraza! Un flashback me hizo recordar algo que le dije
a Julia cuando me mostró su terraza y me percaté de que la suya estaba separada
por una pared de un metro de la del vecino: cualquiera podría saltar de casa en
casa con ese inservible muro.
Exprimí las pocas fuerzas que me quedaban y corrí hacia
allá. Trepé y aterricé, para alivio propio, en el hogar colindante. Era el
momento idóneo para recobrar un poco de aliento, al menos hasta que escuchase
la puerta de la otra casa venirse abajo.
A los dos minutos el monstruo eléctrico lo logró, pero para
mí ya había sido suficiente tiempo para restaurar gran parte de las energías,
aunque lejos estaba de aplacar mi taquicárdica angustia. No obstante, lo
primordial ahora era comprobar si aquí dentro había vida además de la mía…
Con los interruptores activos la cosa fue más sencilla… pero
igual de desesperanzadora. Una madre y su hija “descansaban” en el suelo del
salón, partidos por la cintura, con las tripas de ambos enrevesadas entre sí y
empapadas en sangre… Esto era la monstruosa indicación de que seguramente
aquella criatura había recorrido todas las viviendas matando a diestro y
siniestro, o al menos así se confirmaba en el piso en el que actualmente me
encontraba.
En cualquier otra situación se me habrían revuelto las
tripas y habría echado toda la ingente cantidad de cena que había tomado en
honor a semejante fecha, en cambio, seguí mi travesía y solamente me digné a
pasar por la cocina para coger un cuchillo… Quizá no sirviera de nada contra
algo que manejaba mágicamente los voltios… Quién sabe… Mejor un arma que
ninguna. Además, en el peor de los casos podría emplearla para suicidarme si
acabase acorralado… Mil veces mejor fallecer desangrado con dos cortes limpios
que terminar con un puzle a medio hacer.
Eché un vistazo a través de la mirilla. Por fortuna las
entradas del 6ºD y del 6ºC estaban en lados opuestos, por lo que podría vigilar,
con la puerta del primero derrumbada, la ubicación del ser… Y… Y… ¿Dónde se
encontraba? Anduve raudo hacia la terraza de nuevo. Tampoco divisé chispas que
me advirtieran de su presencia. ¿Se habría marchado?
No… Era una trampa. Era más que obvio que había adivinado
dónde estaba yo y estaba invitándome a salir para ser desmembrado con el más
mínimo despiste. Pero, entonces, ¿qué otra opción tenía, quedarme allí horas y
horas hasta que alguien echara en falta a un ser querido y llamara a la
policía? Tanto si era por encontrar a mis amigos y amigas como por el mero
hecho de no perecer, tendría que abrir esa maldita puerta.
Llené de aire mis pulmones y lo contuve dentro para afinar
mi precisión. Debería de tener nervios de acero para impulsar mis piernas con robustez
y salir disparado de allí. Con la carrerilla suficiente conseguiría la potencia
necesaria para abrir burdamente otra casa o, en el mayor de los infortunios, al
menos tendría una velocidad base que me permitiría zafarme de cualquier
emboscada y descender hasta la planta baja para, de una vez por todas, escapar
en busca de ayuda.
Puse pies en polvorosa y avancé veloz pero con cautela,
empuñando el cuchillo cerca de mi tórax, con la punta hacia delante para que,
si se diera la desdicha de chocar de frente contra aquella aberración,
recibiera un doloroso placaje. Sería una tarea sencilla bajar las escaleras,
con la gravedad a mi favor. Era un mejor plan que hacer de salvador buscando a
personas que, cuestionablemente, hubieran sobrevivido.
Sin embargo, aunque a primera vista parecía una táctica infalible,
tanto por la ofensiva como por la estrategia de reclamar refuerzos, había
ignorado un factor bastante relevante: alguna víctima podría moverse de donde
estuviera escondida hacia mi posición…
Así fue como me di de bruces con Julia. La diferencia es que
ella no chocó sólo conmigo, sino también… con el cuchillo… Y, tosiendo sangre,
líquido que embadurnó mi boca y mi nariz, se despidió de la manera más
traumática posible. Su corazón, atravesado, y con unas heridas previas de las
que parecía haber sangrado abundantemente, se deshizo de las últimas gotas. No
duró mucho con vida cuando la sostuve entre mis brazos, tirando el arma asesina
al suelo, y tratando de que se quedara conmigo y no se desvaneciera…
Llegué al quinto piso. Cada vez tenía menos fuerzas, con la
escasa carrerilla mi cuerpo ya me exigía parar unos momentos. Al menos
aproveché la pausa para mirar por la barandilla hacia arriba. Los sonidos
relampagueantes confirmaban que estaba sobre mí.
En efecto volví a encontrarme con él. A juzgar por el punto
donde cobraba más intensidad su luz azul, se había detenido delante del cadáver…
asesinado… de Julia. La luminosidad de su electricidad pareció cobrar potencia
hasta el punto que parecía que había amanecido un nuevo día con un Sol cian.
Acto seguido, una explosión caótica provocó un apagón. Justo
después, un cuerpo descendió en picado por el hueco de las escaleras. Por
fortuna… o por desgracia, la oscuridad no acaeció bruscamente, sino de manera
gradual, teniendo el tiempo necesario para identificar a esa persona.
No, aunque lo primero que se me pasó por la cabeza fue que
era Julia, no era así. Quien cayó tenía una considerable extensa melena algo
ondulada y de un artificial color morado. Supe inmediatamente que era otra de
mis amigas: Paula.
El ruido que produjo su cuerpo reventando en la planta baja
hizo hasta que me mareara, solamente suplicaba por que hubiera muerto antes de
ser arrojada. Aunque… no sabía si quebrarse todos los órganos de esa manera era
mejor o peor que cualquier otra atrocidad que pudiera idear aquel sádico
sobrenatural.
Regresando a mi realidad, encendí la pantalla de mi móvil
para seguir bajando las escaleras. Ya no importaba que fuera una pista de mi
localización para él, hasta pasé por alto la fortuna que tuve de que la explosión
no hubiera afectado al teléfono, sólo quería salir de esta pesadilla que
lentamente iba arrebatándome la fe de volver a hablar con alguna amistad con la
que había quedado hoy.
Cuarto, tercero, segundo, primer piso y la meta final. Había
llegado, sin señales de aquel repugnante cazador durante el recorrido. No le habría
dado esquinazo, pero a lo mejor se había replanteado el dejarme vivo por algún
motivo. Sí… debía ser eso. ¡Había sobrevivido!
No obstante, aun teniendo delante de mí la salida hacia la
libertad, algo desvió mi atención. Un cono de luz de una tonalidad curiosamente
amarilla. Emanaba del rincón donde se hallaba el ascensor, ahora abierto, y su
proyección mostraba nítidamente a una Paula bañada en sangre con su cráneo
partido en mil pedazos y su cerebro fluyendo escabrosamente.
Cualquiera ajeno a mi situación habría preferido escapar de
una vez por todas. Pero algo me atraía hacia ese lugar, la vista de esa
hipnótica luz, un sonido nuevo de un gotear dentro de la susodicha cabina
mecánica… Mi sexto sentido, por decirlo de alguna manera, me aconsejaba echar
un ojo rápido al interior del ascensor.
Pese a ello, esa habría sido la ocasión de oro para
ignorarme a mí mismo y seguir al libre albedrío. Si lo hubiera hecho… yo… yo…
Por el contrario, doblé la esquina y vislumbré a mis otros 3 camaradas en el
elevador, colgando, repletos de muerte por doquier… Jaime, clavado a la pared
izquierda, con sus pies cercenados; Verónica, anclada en la de la derecha,
invidente al serles arrancados sus ojos; y Alberto, eviscerado, justo enfrente
de mí.
Con cualquier resquicio de esperanza ejecutado, mente en
blanco y con la mirada perdida, como si mis pies avanzaran solos, entré en ese
horrendo habitáculo para ver más de cerca un impropio objeto colocado entre las
tripas de este último. ¿Una postal navideña?
“¡Feliz Navidad, hijo!
Aunque la mayoría de vosotros crea férreamente que no existo, de vez en cuando
me doy el capricho de demostrárselo a algún escéptico como tú volviendo
realidad uno de sus más anhelados sueños.
Una lástima que en tu
caso fantaseases tanto con este tipo de cosas. Ya sabes, que un ente poderoso
irrumpiera en una urbanización y empezase a masacrar a las gentes que lo
habitan, para que tú, heroicamente, salvaras a tus seres queridos.
Una pena, además, que
dentro de este sueño siempre incluyeses la oportunidad de saber qué se siente
matando a un inocente. Ya sabes, por eso de que entre el tugurio y la hecatombe,
cualquier víctima sería achacada al genocida.
He tratado de hacerlo
lo más realista posible basándome en los trazos imaginativos de tu cerebro.
Espero, asimismo, que me perdones la osadía de improvisar en cuanto al homicida
en cuestión. Pero no dirás que no fue ingenioso dotarle de poderes lumínicos
estando en las fechas en las que estamos, ¿eh?
Como comprenderás, los
actos dignos de una epopeya dependerán de ti y aquí no podré intervenir. Así que
sólo espero que se te dé bien.
¡Mucha suerte, hijo!”
Levanté la vista del escrito. No cabía en mi cabeza tamaña
inverosimilitud insana. ¿Esto era un regalo de un humano mágico que se suponía
que no existía? Caí de rodillas. Las puertas del ascensor se cerraron
bruscamente y apenas me di cuenta de ello por la tremebunda rendición que
sentía.
Este ascendió despacio, con algún que otro chispazo o rayo
brotando de su contrachapado. Era obvio lo que iba a suceder, simple y
llanamente el cazador estaba regodeándose por su aplastante victoria. Y,
mientras, yo, ya más cadáver que ser vivo, reuní las últimas fuerzas que
conservaba para ponerme en pie. Al menos tendría que concluir como un “salvador”
digno y no como un esclavo de las injurias opresoras del temor ante la muerte.
No fenecería de rodillas, sino de pie y con la mirada digna y alta.

Los segundos parecieron minutos. El sudor se deslizaba por
mi cara. Yo seguía con una expresión imponente e impávida. No le concedería el manjar
de mis gritos e imploros. Puede que no hubiera logrado salvar a nadie, puede
que hubiera terminado segando la vida de una de mis mejores amigas, puede que
hubiera hecho esta noche un sinfín de cosas mal, pero si le daba a mi vida un
final lleno de orgullo, quizá enmendaría mis errores.
Ah, por cierto, ¿queréis saber lo último que escuché antes
de que el captor dejara desplomarse el ascensor para que aquello se convirtiera
en un amasijo de hierros y carne? Unos cascabeles.
Feliz Navidad… Ten cuidado a la hora de fantasear...
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