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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Especial Navidad: Reunión

Pulsé el botón del intercomunicador. Nervioso, volví a consultar el móvil. Había preguntado en el chat de grupo que si era el piso 6ºD o me había confundido, pero nadie en la conversación daba señales de vida desde hace media hora, justo el tiempo aproximado que tardé en llegar desde mi casa al bloque de pisos donde residía mi amiga.

Llegaba tarde, ya habían comenzado la fiesta, aunque no creía que eso fuera motivo para que ninguno de los seis del grupo ignorara el teléfono… Fuera como fuera ya había hecho sonar el timbre del telefonillo de alguna casa, así que habría de esperar a que respondiera alguien, y que tuviera suerte de que fuera alguien de mi grupo.

En cambio, lo que recibí fue absoluto silencio. Y, por el contrario a lo esperado, la negra y extensa verja, que ocluía el paso hacia el jardín, se fue abriendo lentamente por medio de dos minúsculas pero chirriantes ruedas. Justo después escuché el sonido característico del interfono cuando el teléfono se vuelve a depositar en su sitio.

Sí, alguien, aunque no se hubiera comunicado conmigo, me había abierto. Y lo más escalofriante, desde mi punto de vista, era que me había visto a través de la cámara que se alzaba sobre los pulsadores de cada piso. Sólo rezaba para que fuera una broma… Sí, probablemente sería eso, Miguel solía hacer jugarretas de cierto mal gusto, seguramente se habría callado con la finalidad de aterrarme. Y en parte lo estaba logrando.

Volviendo a lo que me concernía en esos momentos, caminé a paso ligero por el sendero de piedras que serpenteaba por aquel vasto jardín. De nuevo un silencio sepulcral, interrumpido de manera intermitente por algún que otro grillo. La oscuridad, compañera de tal mutismo, también cubría todo, a excepción de los pequeños farolillos, que, más que ayudar a la nictofobia, creaban una atmósfera bastante aterradora con sus juegos de sombras y luces dignos de cualquier sepulcro encantado.

Para empeorar las cosas, en plena Nochebuena, con tal frío singular, una repentina y gélida brisa hizo que mis huesos encontraran una buena excusa para ponerse a tiritar. El silbar del viento irrumpió en mi débil mente, que era capaz de confeccionar las paranoias más tétricas a partir de aspectos cotidianos como el caminar por un jardín de noche.

Aumenté la distancia y la velocidad de mis pisadas para alcanzar el tan ansiado portal. Bloque B. De nuevo se aproximaba la “maravillosa” ocasión de activar el intercomunicador… Y tenía la esperanza de que esta vez Miguel no siguiera con su absurda broma, ya no por el supuesto miedo, sino por el temible frío.

O… o quizás no haría falta tanto aparataje electrónico… ¿Por qué? Pues debido era a la puerta… la cual se encontraba extrañamente abierta… No era lo habitual en esta urbanización. Como mucho dejaban al mediodía la verja sin cerrarse por completo para facilitar la entrada a los propietarios, pero dejar el portal de tal forma era raro.

Me aproximé y analicé si se debía a algún estropicio o algo similar. Y así fue. Nada más apoyar mi mano en el pomo para cerrarla, una vez yo ya estaba dentro del bloque, la escasa resistencia hizo que me percatara de que estaba notoriamente aflojado, y posiblemente con el mecanismo roto, ya que apenas sobresalía el resbalón cuando lo giraba…

Lo achaqué a algún chaval con una casi ausente orientación del norte que iba de vándalo de poca monta y proseguí mi “tenebroso” recorrido. Ahora me tocaba ir hasta el ascensor por un recibidor, cómo no, absolutamente oscuro y, para seguir con el curso de mis desdichas, con el cableado de las luces fuera de servicio…

Ya, con el techo de por medio, no podía iluminarme la Luna, por lo que extraje mi móvil y traté de guiarme vagamente con la luz de la pantalla… Era en estos momentos en los que anhelaba una mejor retentiva para recordar el recorrido hacia el ascensor, el cual hice hace un par de años, justo en mi primera visita a la casa de Julia, y que nunca más volví a realizar… hasta hoy.

Por desgracia, el ascensor tampoco estaba operativo. Así que, ofuscado por tantas averías, causantes quizá también de un plausible problema en la transmisión de voz por el telefonillo, opté por subir por las escaleras. No tenía más opción que esa.

Mientras ascendía por los escalones decidí mirar unos segundos si lo que sucedía no era que ignoraran mi pregunta en el chat, sino que mi móvil no estaba captando internet. Y, efectivamente, otro contratiempo técnico, fuera cual fuera, estaba imposibilitando la comunicación vía móvil… De verdad… ¿se podía saber qué diantres estaba ocurriendo?

Un chirriante ruido cortó mis pensamientos e hizo que parase en mitad de las escaleras del tercer piso. Tal sonido provenía de debajo, puede que de la planta baja. ¿Qué sería? Me asomé a la barandilla con la intención de divisar algo por el hueco de las escaleras.

Una vez más ese ruido. Ahora lo escuché con más nitidez… y lo vi. La primera planta, o al menos la parte próxima a las escaleras, quedó brevemente iluminada con un brillante color azul. Asimismo, salieron desprendidas unas pocas partículas de ese mismo color hacia el hueco donde estaba yo observando todo. Como el sonido, chisporroteante, la imagen indicaba algo relacionado con electricidad.

Segundos después, no demasiados, todo se tornó nuevamente oscuro. Por lo que aguardé a que se repitiera ese chispazo y así poder confirmar mi hipótesis de un cable cortado con la recepción sensorial que se me emitiera.

Aunque hubiera sido mejor haber continuado mi camino y haber ignorado eso… No podía explicarme la razón, y juraré mil veces que mi percepción de la profundidad y la distancia es impoluta, pero acababa de iluminarse el segundo piso con esa misma secuencia chispeante.

Lo escuché en la planta baja, luego lo vi en la primera y ahora en la segunda. No era un cable estático en un panel de una pared… No. Aquello que proyectara esas chispas lumínicas estaba moviéndose… hacia mi ubicación, y relativamente deprisa.

Contuve la respiración y retuve mi pavor para seguir subiendo hasta el sexto piso y avisar a mis amigos de que algo iba verdaderamente mal. Tendría que dar enormes zancadas, saltando escalones sin parar, para superar a algo que ascendía un piso cada cinco segundos.

A ciegas, sin valerme de la luz del móvil, que podría revelar por dónde iba, y con una condición física pobremente preparada para momentos de ejercicio explosivo, si sobrevivía a una supuesta electrocución, podría darme el lujo de manifestar ostentación cuando contase la anécdota.

Y ojalá fuera así, pero cada vez lo veía más difícil. No sé si era por el propio terror o es que de verdad estaba pasando, pero llegó un instante en el que noté juguetonas e indoloras punzadas en mi espalda que emanaban una azulada energía luminiscente.


Acrecenté aún más mi velocidad, pese a que mi cuerpo me exigía que parase de inmediato. El sobrecogedor cansancio no tenía ni punto de comparación con respecto a lo que habría detrás de mí, algo que definitivamente ya me había alcanzado y que por el contrario todavía no quería convertirme en su presa cazada. Sus aires de mofa eran la oportunidad de oro para agarrar un trayecto que me permitiera seguir vivo.

Llegué finalmente a la sexta planta y me lancé contra la primera puerta que vi. Y cuál fue mi sorpresa al ver que esta cedió ante mi peso y se abrió. Aunque fue extraño no haber oído nada que representara una rotura en la cerradura… además que no tenía precisamente tanto peso como para hacer semejante cosa.

La puerta, simplemente estaba abierta a priori, y lo supe cuando, por instinto, la cerré en aras de frenar el paso de “eso”. El resbalón de la misma cedió y quedó erguida una gloriosa barrera entre mi captor y yo, dándome un valioso tiempo para pensar qué hacer y de paso desfogar mi pánico.

Grité. Grité con muchísima fuerza. ¿Para calmar mis nervios? En absoluto. Fue la reacción que tuve cuando me giré y vi en el pasillo, iluminada por las farolas de la calle, que filtraban su luz por las ventanas, la cabeza cortada de Miguel, con un espeluznante expresión facial que indicaba que su decapitación fue excesivamente macabra.

Corrí hacía su demacrada calavera cercenada y la sostuve entre mis manos, mirando sus todavía abiertos ojos con una expresión en mi rostro de total incredulidad. Mis brazos tiritaron y la secuencia del duelo reventó dentro de mí para enseñar el naipe de la negación.

Al borde de la ansiedad, no era el momento más indicado para que aquel ser eléctrico arreglase el asunto de la perpetua oscuridad con la dosis más sádica de amperios que podrían proporcionarse…

A mi lateral derecho, como si acabara de alumbrarse el escenario de una actuación escarlata, contemplé el resto del cuerpo de Miguel, tendido en el sofá, en una posición que, si tuviera la cabeza adherida al cuello, sería de completa despreocupación, y un añadido sanguinolento con trazadas rojizas aquí y allá sobre un lienzo de gotelé.

¿Y los demás? La frialdad vino en mi rescate y me arrebató de ese shock engullidor. Había de mantener la calma y ver por encima de todo ese arte gore. ¿Qué podría darme la localización del resto?

Sólo una pista: también habían pasado por el piso, pues en el salón se encontraba una mesa con unos cuantos vasos de tubo, un bol con cubitos de hielo y un triplete etílico de botellas. La cuestión, entonces, era otra… ¿Estaban allí cuando aconteció esta escisión o se pusieron a salvo previamente?

Por mi bien esperaba que la inminente indagación me llevase a la segunda alternativa. No sería plato de buen gusto perder a toda mi camaradería en una sola noche. Únicamente tendría que recorrer el edificio tratando de hacerme notar para los supervivientes pero pasando desapercibido para el depredador. Tarea fácil…

La puerta principal retumbó, parecía que ya se había cansado de aguardar y su impaciencia se había materializado en un ariete. Habría de poner a buen recaudo mi integridad corporal antes de preocuparme por otras vidas. Muerto sería inútil, más aún de lo que estaba resultado ahora como héroe.

¡La terraza! Un flashback me hizo recordar algo que le dije a Julia cuando me mostró su terraza y me percaté de que la suya estaba separada por una pared de un metro de la del vecino: cualquiera podría saltar de casa en casa con ese inservible muro.

Exprimí las pocas fuerzas que me quedaban y corrí hacia allá. Trepé y aterricé, para alivio propio, en el hogar colindante. Era el momento idóneo para recobrar un poco de aliento, al menos hasta que escuchase la puerta de la otra casa venirse abajo.

A los dos minutos el monstruo eléctrico lo logró, pero para mí ya había sido suficiente tiempo para restaurar gran parte de las energías, aunque lejos estaba de aplacar mi taquicárdica angustia. No obstante, lo primordial ahora era comprobar si aquí dentro había vida además de la mía…

Con los interruptores activos la cosa fue más sencilla… pero igual de desesperanzadora. Una madre y su hija “descansaban” en el suelo del salón, partidos por la cintura, con las tripas de ambos enrevesadas entre sí y empapadas en sangre… Esto era la monstruosa indicación de que seguramente aquella criatura había recorrido todas las viviendas matando a diestro y siniestro, o al menos así se confirmaba en el piso en el que actualmente me encontraba.

En cualquier otra situación se me habrían revuelto las tripas y habría echado toda la ingente cantidad de cena que había tomado en honor a semejante fecha, en cambio, seguí mi travesía y solamente me digné a pasar por la cocina para coger un cuchillo… Quizá no sirviera de nada contra algo que manejaba mágicamente los voltios… Quién sabe… Mejor un arma que ninguna. Además, en el peor de los casos podría emplearla para suicidarme si acabase acorralado… Mil veces mejor fallecer desangrado con dos cortes limpios que terminar con un puzle a medio hacer.

Eché un vistazo a través de la mirilla. Por fortuna las entradas del 6ºD y del 6ºC estaban en lados opuestos, por lo que podría vigilar, con la puerta del primero derrumbada, la ubicación del ser… Y… Y… ¿Dónde se encontraba? Anduve raudo hacia la terraza de nuevo. Tampoco divisé chispas que me advirtieran de su presencia. ¿Se habría marchado?

No… Era una trampa. Era más que obvio que había adivinado dónde estaba yo y estaba invitándome a salir para ser desmembrado con el más mínimo despiste. Pero, entonces, ¿qué otra opción tenía, quedarme allí horas y horas hasta que alguien echara en falta a un ser querido y llamara a la policía? Tanto si era por encontrar a mis amigos y amigas como por el mero hecho de no perecer, tendría que abrir esa maldita puerta.

Llené de aire mis pulmones y lo contuve dentro para afinar mi precisión. Debería de tener nervios de acero para impulsar mis piernas con robustez y salir disparado de allí. Con la carrerilla suficiente conseguiría la potencia necesaria para abrir burdamente otra casa o, en el mayor de los infortunios, al menos tendría una velocidad base que me permitiría zafarme de cualquier emboscada y descender hasta la planta baja para, de una vez por todas, escapar en busca de ayuda.

Puse pies en polvorosa y avancé veloz pero con cautela, empuñando el cuchillo cerca de mi tórax, con la punta hacia delante para que, si se diera la desdicha de chocar de frente contra aquella aberración, recibiera un doloroso placaje. Sería una tarea sencilla bajar las escaleras, con la gravedad a mi favor. Era un mejor plan que hacer de salvador buscando a personas que, cuestionablemente, hubieran sobrevivido.

Sin embargo, aunque a primera vista parecía una táctica infalible, tanto por la ofensiva como por la estrategia de reclamar refuerzos, había ignorado un factor bastante relevante: alguna víctima podría moverse de donde estuviera escondida hacia mi posición…

Así fue como me di de bruces con Julia. La diferencia es que ella no chocó sólo conmigo, sino también… con el cuchillo… Y, tosiendo sangre, líquido que embadurnó mi boca y mi nariz, se despidió de la manera más traumática posible. Su corazón, atravesado, y con unas heridas previas de las que parecía haber sangrado abundantemente, se deshizo de las últimas gotas. No duró mucho con vida cuando la sostuve entre mis brazos, tirando el arma asesina al suelo, y tratando de que se quedara conmigo y no se desvaneciera…


Había matado a una persona. Es más, a una amiga. Una gran amiga. Pero ya no podía hacer nada. Entre el ruido de la hoja chocando en las baldosas y mis alaridos mezclados con “lo sientos”, si no acudía en unos instantes el depredador, entonces es que tenía severos problemas auditivos.



Llegué al quinto piso. Cada vez tenía menos fuerzas, con la escasa carrerilla mi cuerpo ya me exigía parar unos momentos. Al menos aproveché la pausa para mirar por la barandilla hacia arriba. Los sonidos relampagueantes confirmaban que estaba sobre mí.

En efecto volví a encontrarme con él. A juzgar por el punto donde cobraba más intensidad su luz azul, se había detenido delante del cadáver… asesinado… de Julia. La luminosidad de su electricidad pareció cobrar potencia hasta el punto que parecía que había amanecido un nuevo día con un Sol cian.

Acto seguido, una explosión caótica provocó un apagón. Justo después, un cuerpo descendió en picado por el hueco de las escaleras. Por fortuna… o por desgracia, la oscuridad no acaeció bruscamente, sino de manera gradual, teniendo el tiempo necesario para identificar a esa persona.
No, aunque lo primero que se me pasó por la cabeza fue que era Julia, no era así. Quien cayó tenía una considerable extensa melena algo ondulada y de un artificial color morado. Supe inmediatamente que era otra de mis amigas: Paula.

El ruido que produjo su cuerpo reventando en la planta baja hizo hasta que me mareara, solamente suplicaba por que hubiera muerto antes de ser arrojada. Aunque… no sabía si quebrarse todos los órganos de esa manera era mejor o peor que cualquier otra atrocidad que pudiera idear aquel sádico sobrenatural.

Regresando a mi realidad, encendí la pantalla de mi móvil para seguir bajando las escaleras. Ya no importaba que fuera una pista de mi localización para él, hasta pasé por alto la fortuna que tuve de que la explosión no hubiera afectado al teléfono, sólo quería salir de esta pesadilla que lentamente iba arrebatándome la fe de volver a hablar con alguna amistad con la que había quedado hoy.

Cuarto, tercero, segundo, primer piso y la meta final. Había llegado, sin señales de aquel repugnante cazador durante el recorrido. No le habría dado esquinazo, pero a lo mejor se había replanteado el dejarme vivo por algún motivo. Sí… debía ser eso. ¡Había sobrevivido!

No obstante, aun teniendo delante de mí la salida hacia la libertad, algo desvió mi atención. Un cono de luz de una tonalidad curiosamente amarilla. Emanaba del rincón donde se hallaba el ascensor, ahora abierto, y su proyección mostraba nítidamente a una Paula bañada en sangre con su cráneo partido en mil pedazos y su cerebro fluyendo escabrosamente.

Cualquiera ajeno a mi situación habría preferido escapar de una vez por todas. Pero algo me atraía hacia ese lugar, la vista de esa hipnótica luz, un sonido nuevo de un gotear dentro de la susodicha cabina mecánica… Mi sexto sentido, por decirlo de alguna manera, me aconsejaba echar un ojo rápido al interior del ascensor.

Pese a ello, esa habría sido la ocasión de oro para ignorarme a mí mismo y seguir al libre albedrío. Si lo hubiera hecho… yo… yo… Por el contrario, doblé la esquina y vislumbré a mis otros 3 camaradas en el elevador, colgando, repletos de muerte por doquier… Jaime, clavado a la pared izquierda, con sus pies cercenados; Verónica, anclada en la de la derecha, invidente al serles arrancados sus ojos; y Alberto, eviscerado, justo enfrente de mí.

Con cualquier resquicio de esperanza ejecutado, mente en blanco y con la mirada perdida, como si mis pies avanzaran solos, entré en ese horrendo habitáculo para ver más de cerca un impropio objeto colocado entre las tripas de este último. ¿Una postal navideña?

“¡Feliz Navidad, hijo! Aunque la mayoría de vosotros crea férreamente que no existo, de vez en cuando me doy el capricho de demostrárselo a algún escéptico como tú volviendo realidad uno de sus más anhelados sueños.

Una lástima que en tu caso fantaseases tanto con este tipo de cosas. Ya sabes, que un ente poderoso irrumpiera en una urbanización y empezase a masacrar a las gentes que lo habitan, para que tú, heroicamente, salvaras a tus seres queridos.

Una pena, además, que dentro de este sueño siempre incluyeses la oportunidad de saber qué se siente matando a un inocente. Ya sabes, por eso de que entre el tugurio y la hecatombe, cualquier víctima sería achacada al genocida.

He tratado de hacerlo lo más realista posible basándome en los trazos imaginativos de tu cerebro. Espero, asimismo, que me perdones la osadía de improvisar en cuanto al homicida en cuestión. Pero no dirás que no fue ingenioso dotarle de poderes lumínicos estando en las fechas en las que estamos, ¿eh?

Como comprenderás, los actos dignos de una epopeya dependerán de ti y aquí no podré intervenir. Así que sólo espero que se te dé bien.

¡Mucha suerte, hijo!”

Levanté la vista del escrito. No cabía en mi cabeza tamaña inverosimilitud insana. ¿Esto era un regalo de un humano mágico que se suponía que no existía? Caí de rodillas. Las puertas del ascensor se cerraron bruscamente y apenas me di cuenta de ello por la tremebunda rendición que sentía.

Este ascendió despacio, con algún que otro chispazo o rayo brotando de su contrachapado. Era obvio lo que iba a suceder, simple y llanamente el cazador estaba regodeándose por su aplastante victoria. Y, mientras, yo, ya más cadáver que ser vivo, reuní las últimas fuerzas que conservaba para ponerme en pie. Al menos tendría que concluir como un “salvador” digno y no como un esclavo de las injurias opresoras del temor ante la muerte. No fenecería de rodillas, sino de pie y con la mirada digna y alta.

El ascensor cesó de subir, era el décimo y más alto piso. Se había transformado en una atracción de esas de un parque en las que se te corta la respiración y te invade el vértigo, con la exclusiva diferencia de que en esta no se podía repetir…

Los segundos parecieron minutos. El sudor se deslizaba por mi cara. Yo seguía con una expresión imponente e impávida. No le concedería el manjar de mis gritos e imploros. Puede que no hubiera logrado salvar a nadie, puede que hubiera terminado segando la vida de una de mis mejores amigas, puede que hubiera hecho esta noche un sinfín de cosas mal, pero si le daba a mi vida un final lleno de orgullo, quizá enmendaría mis errores.

Ah, por cierto, ¿queréis saber lo último que escuché antes de que el captor dejara desplomarse el ascensor para que aquello se convirtiera en un amasijo de hierros y carne? Unos cascabeles.

Feliz Navidad… Ten cuidado a la hora de fantasear...

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