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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 28 de agosto de 2012

Will Work For Blood


Sangre. Un bien muy necesario para cualquier ser vivo, de hecho algo incluso más indispensable que el oxígeno, el agua o los nutrientes. Cierto que estos tres factores son necesarios para vivir, pero, ¿quién se encarga de que lleguen a su destino? Si no hay sangre no hay vida, así de claro. Muchos la consideran como un medidor de las sustancias de nuestro organismo. Todo viaja por los vasos sanguíneos, transportado a través de este líquido tan fluido. Otros la consideran un recurso que se puede donar al prójimo. Otros, quizás la minoría, la consideran una fuente de energía. Yo, sin embargo, la considero un negocio.

Soy Santiago y trabajo para una empresa bastante desconocida en el mundo. Pocos la conocen, sólo los necesarios. Podría decirse que esta empresa para la que trabajo no sigue al pie de la letra el código moral. Aunque eso de moral e inmoral perdió su valor hace mucho tiempo. Las sociedades pretenden determinar cosas que prohíben grandes avances para un futuro mejor por el simple hecho de que no siguen unas meras reglas inventadas que deforman totalmente nuestra naturaleza. Bastardos…

¿A qué se dedica esta empresa? Digamos que es un banco que no maneja precisamente el dinero tal y como lo conocemos. Más bien es otro tipo de dinero, nosotros lo denominamos dinero carmesí. Supongo que a partir de aquí ya muchos sabrán cual es nuestra materia de trabajo: sangre.

La idea surgió hacen un par de lustros en la cabeza de un economista que estaba en contra del sistema monetario actual. Él repudiaba la idea de que todo consistiera en comprar y vender con dinero cuando había otros productos que podían servir como moneda. Un dato curioso de este economista es que de pequeño era gótico y su pasión era la sangre. Tal vez ese factor de su pasado fue el que puso en marcha el mecanismo de su cabeza para encontrar una forma rentable y pseudolegal de convertir este líquido que circula por cada uno de nosotros en algo que pudiera ser pasado de mano en mano para la gente que lo necesitase. Pero se encontró con dos problemas: habían distintos tipos de sangre y no todos aceptamos la sangre de otros, además del factor RH. “Maldito sistema inmunitario” pensó.

No obstante no fue problema para él cuando contrató a un equipo de hematólogos que investigaron cómo hacer posible crear una sangre universal, una sangre capaz de interactuar a la perfección con todos los demás tipos de sangre, crear una sangre que actuara tanto de receptor universal como de donante universal. La sangre perfecta, el dinero carmesí.

Al principio mi jefe tenía buenos planes respecto a esto. La sangre de los donantes de órganos era extraída escasas horas después de su defunción y era transformada mediante complejos reactivos biológicos a la sangre perfecta para su posterior consumo. Al principio se pretendieron muchas cosas… como la de dar esta sangre nueva a gente que lo necesitase para aguantar varios años más con vida o para curar enfermedades relacionadas con el sistema circulatorio. Esta sangre tenía integrada una serie de priones que, mediante una reacción en cadena, modificaban el resto de la sangre del individuo. Era una auténtica revolución científica, lo más cercano a la fuente de la eterna juventud estaba en nuestras manos.

Todo iba a la perfección cuando éramos una pequeña empresa que poseía la suerte de conocer a personas de las altas esferas que nos apoyaba tanto moral como económicamente. Hasta entonces poca gente trabajaba en la Compañía Hemato, así se llamaba la empresa. Había varios cirujanos y hematólogos que se encargaban de las transfusiones de sangre y algunos funcionarios que trabajaban de sol a sol estudiando los perfiles médicos de todas las defunciones recientes del planeta. Allí dónde un donador perecía había uno de ellos para transportar la sangre lo antes posible al laboratorio de la Compañía Hemato.

Pero como ya he dicho antes, el jefe de todo esto era un señor que quería crear una nueva moneda y aunque al principio la gente pensase que todo esto era la acción de un altruista que les otorgaba otra oportunidad en sus vidas, estaban muy equivocados, totalmente lo contrario, sólo estaba aguardando el momento idóneo.

Su empresa ganó fama entre todos los peces gordos del mundo. Mi jefe comenzó a dar la espalda a los que no daban donativos a la empresa a cambio de sus servicios y sólo ofreció su sangre a los que podían permitírselo. En resumen, tenía el mismo altruismo que cualquier insecto chupóptero. Dejó de tener una pequeña empresa en Madrid para crear cientos de ellas a escala global. Y por supuesto su nombre cambió, ahora era Blood $ervices, creando también un ingenioso slogan: Will Work For Blood.

Justo en este punto, cuando ya había conseguido etiquetarse como un auténtico banco de sangre, mi jefe nos reclutó a nosotros. ¿Quiénes somos? Somos los nuevos encargados de traer sangre fresca a Blood $ervices, somos los que hacemos una “visita” al que no puede permitirse seguir pagando la cuota por una sangre de calidad, somos los que recolectamos la sangre de los ignotos, es decir, los que no tienen familiares que reclamen sus desaparición y de los cuales, por ende, se puede aumentar las reservas de dinero carmesí, somos, lo que nuestro jefe dice, los Flebotomistas.

No tengo compasión, no tengo remordimientos, no tengo familia, no tengo nada por lo que luchar, tal vez por eso varias veces he sido empleado del mes. Mis venas de escarcha me permiten recolectar dinero carmesí de cualquier “contenedor”: niños, embarazadas, ancianos, discapacitados… Todos esos sujetos a los que la sociedad ha decidido darles cierta compasión por ser más… ¿débiles? No es la definición que yo encuentro cuando intenta huir sin éxito alguno ante mis retorcidos instrumentos. Mi jefe me envía el perfil del objetivo y yo voy a por su sangre, ya sea por motivos de impago o por haber sido considerado un ignoto.

Este último párrafo quizás dé a entender que mucha gente no cumple con parte de su contrato. En aspectos técnicos esto es cierto, aunque es obvio que las cuotas que deben pagar no son con el dinero estándar. Sería contradictorio que un economista en contra de los papeles verdes exigiera un pago con ellos mismo. No… él reclama lo mismo que ofrece con una sola condición: sangre corriente.

La diferencia esencial entre la sangre corriente y el dinero carmesí es que la sangre corriente es eso, corriente, la de toda la vida, la de RH positivo o negativo y de tipos A, B o cero. Todos los integrantes en Blood $ervices se preguntan eso, ya que suponemos que sería más rentable una donación de dinero carmesí del propio consumidor en pequeñas dosis para mantener el banco activo, pero bueno, nadie pone en cuestión los planes de nuestro jefe. De momento…

Otro gran misterio que rondará vuestras mentes es qué nos dan a cambio de trabajar para la susodicha empresa. Por supuesto no es dinero y en realidad no lo necesitamos. Nosotros trabajamos cuatro horas a la semana que administramos como queramos. Puedes quitarte del medio las cuatro horas en un mismo día, puedes dividir la labor en cuatro días durante una sola hora, puedes trabajar un día tres horas y dos días después concluir con la última hora, lo que tú prefieras. Lo importante en todo este asunto es el pago que nos dan por esas escasas horas de trabajo que por cierto no es en absoluto duro si tienes una buena resistencia mental. Nuestro pago es la inmortalidad, un suministro infinito de dinero carmesí sin cuota alguna con la única condición de trabajar en Blood $ervices por siempre. Inmortalidad por estar aquí cuatro horas a la semana y con el resto del tiempo pudiendo encontrar un trabajo que la propia empresa te facilita para obtener el dinero necesario para una buena calidad de vida mucha gente lo considera un… chollo. Pero no es mi caso. Mucho tiempo atrás mi familia murió y yo rechacé por completo la idea de dejar descendencia. Mi familia era rica y he ido acumulando todas sus herencias de forma que puedo permitirme el no tener otro trabajo.

Esto no quiere decir que lleve una vida de millonario, todo lo contrario, mi estilo de vida lo considero por debajo de la media en lo que se refiere a una vida humilde. El único capricho que sobresale de mi estilo de vida es un coche deportivo que tuve que comprar por obligación de la empresa para hacer mis “trabajos” con más eficacia y velocidad.

Supongo que la última duda que os quedará será si mi jefe tiene algún depósito de dinero común. Bueno, no le hace mucha falta pienso yo. Al contrario que el resto de integrantes de Blood $ervices, él no tiene en sus venas ni una minúscula gota de dinero carmesí y por tanto, con la gran suma de dinero que juntó de los donativos que le daban al principio de todo esto puede vivir sin ninguna preocupación económica. Eso sí, es extraño que, sin tener dinero carmesí en su aparato circulatorio, comprobado médicamente por hematólogos, tenga la asombrosa edad de 108 años y aparente sesenta.

Sin embargo tal vez haya una incongruencia en todo esto que os he contado. Puede que no hubiera sido apropiado conjugar el verbo trabajar en presente, hubiera sido más preciso conjugarlo en pasado. Aunque también tengo que admitir que un último trabajo lo tenía a medio hacer.

Todo empezó hace un par de meses, cuando llegaba a la empresa tras terminar un trabajo. Litros de sangre fresca recién drenada de un niño de nueve años envasados en varias bolsas de plástico ocupaban mi maletín gris metálico. Caminaba tranquilamente por el pasillo principal de la sede central de Blood $ervices donde estaban los funcionarios tecleando sin parar buscando información de nuevos ignotos. Siempre estaban actualizando los perfiles de todos nosotros para rellenar nuestros expedientes con nuestras más recientes acciones. Trabajando sin parar ansiando ser el primero en encontrar una nueva presa olvidada por todos de la que nadie nunca lamentaría su muerte. Yo los veía como auténticas aves de carroña, intentando rapiñar cualquier cosa que pudiera alegrar a su endiosado jefe.

El sonido de las teclas acompañó mis pisadas en la alfombra desgastada del pasillo hasta la puerta de madera del fondo donde, siempre sentado en su delicado sillón de cuero negro, estaba el jefe. Justo al inclinar un poco el picaporte de la puerta su ronca voz sonó. “Adelante”. Pausé un momento y entré sin decir nada hasta sentarme y colocar el maletín en la mesa. Con lentitud quité el seguro del maletín y lo abrí mostrando el botín al impaciente jefe.

-Buen trabajo, como de costumbre. Me enorgullece que tu eficacia no haya disminuido ni lo más mínimo a pesar de todos estos años de servicio. Sabes que sin ti esta empresa no habría crecido hasta convertirse en lo que actualmente es.

Siempre que le enseñaba mi recolecta decía lo mismo. Supongo que eran alabanzas vacías para asegurar otro año más en el que contara conmigo. Debía admitirlo, era con diferencia el mejor Flebotomista que tenía Blood $ervices, pero lo que el jefe usaba para asegurar mi permanencia en la empresa era lo que en realidad cada vez hacia que me replantease más lo de dejar en simples recuerdos todas mis flebotomías.

-Era un chico de nueve años. Tenía madre y padre que le adoraban, una pandilla de amigos que le echará de menos, un futuro verdaderamente espléndido por delante, incluso podría haber sido otro de tus… Flebotomistas. ¿De verdad no se podría haber hecho una excepción al menos esta vez y que simplemente hubiera donado parte de su dinero carmesí?

-Tantos años al servicio de Blood $ervices y parece que aún no conoces totalmente bien nuestro protocolo. YO les otorgo una segunda oportunidad con la única condición de que me den cada mes una mísera bolsa de medio litro de sangre normal. Ya no digo que lo hiciese el niño, pero si sus padres no tuvieron las suficientes agallas de desangrar a un desconocido para pagar la cuota tal vez no querrían demasiado a su hijo. Es el único requisito para vivir. Así el desangrado también nos pedirá ayuda y gustosamente se la ofreceremos. Este a su vez, en caso de que aprecie su vida, irá a por sangre para pagar la mensualidad y así sucesivamente hasta que el dinero carmesí se globalice completamente. Santiago, recuerda: Will. Work.

-For Blood…

“For fucking crimson greed” pensé. Conocía muy bien al jefe y a pesar de ello a veces seguía asombrándome cuando superaba sus límites. Odiaba tanto el capitalismo del dinero y él mismo pretendía convertir la sangre en otro juguete monetario, quería diferenciar por dentro ricos y pobres también. Al final no todos sangraríamos con el mismo color. A veces me resultaba vomitivo. Como si fuera un perro me agradeció la respuesta regalándome una bolsa de dinero carmesí.

-Toma, por si algún día vas falto de ella.

-Estaba preguntándome… ¿y cuando al final todos posean dinero carmesí seguirás pidiendo como pago sangre normal? Lo digo porque bueno… la única sangre de ese tipo que quede en el mundo será de otros animales y dudo que sea compatible con el organismo humano.

-Eres bueno, pareces mi hijo, yo mismo me pregunté lo mismo al empezar todo esto. No te preocupes, hace tiempo que solventé ese problema. ¿Por qué piensas que pido la sangre normal como pago? Cuando ya no sea necesario cazar ignotos para engordar nuestras reservas de dinero carmesí a estos se les capturará y se les inyectara sangre normal con un pequeño cambio proteico que atacará la médula ósea para que deje de segregar los glóbulos rojos del dinero carmesí y empiece a crear eritrocitos normales. Cuando unos cuantos de estos ignotos vuelvan a poseer sangre normal se les volverá a dejar libres en las calles y serán enviados a los buzones de mis clientes información sobre ellos para que los cacen. Será entonces cuando se vuelvan locos por encontrar a uno de ellos para seguir pagando la cuota y entonces deje finalmente de ser codiciada la moneda para serlo la sangre. A partir de aquí Blood $ervices será la empresa más poderosa, decidiremos quién vive, quién muere, vigilaremos el flujo de dinero carmesí y entre todos se pisotearán para acumular la suficiente sangre para los pagos requeridos. Todos y cada uno de ellos estarán bajo el dominio del nuevo dinero. La sangre se convertirá en una obsesión de la que no podrán deshacerse porque será la fuente de la vida. El que pueda pagar la sangre tendrá una vida llena de comodidades, el que tenga dificultades para recolectarla también podrá vivir, por supuesto, pero a duras penas convirtiéndole quizá en el más letal de todos ellos, y por último estará el que no pueda conseguir sangre. Este último es mi favorito ya que de él se puede sacar todo su jugo y llenar aún más el almacén de sangre carmesí.

-Vaya… es irónico viniendo de ti. Tanto repudiabas el sistema capitalista del papel verde y lo único que has hecho con esto es acelerar el proceso capitalista hasta un extremo que tarde o temprano, por no decir que ya es, llegaría a ser. La única diferencia es que tú no das objetos concretos, materiales, cosas tangibles. Tú lo que haces es alquilar vidas eliminando de la faz de la tierra las almas pobres y dotando de una macabra eternidad a las almas ricas dándoles una vida de violencia y sangre que no se encuentran ni en las más oscuras y grotescas novelas de terror. Lo único que has hecho es teñir el dinero de rojo y nuestras almas de negro. Me pregunto hasta qué extremo puede llegar a afectar a la mente humana el dinero carmesí para que tú no quieras inyectártelo.

-Mira chico… he aguantado toda esta sarta de impertinencias por el aprecio que te tengo. Después de mí tú eres el integrante más antiguo de esta empresa. Pero mi paciencia tiene un límite y no tolero que te hayas dirigido hacia mí de esa manera. Tengo mis razones para no querer tener la sangre universal en mi cuerpo. Y sobre lo de que en realidad soy capitalista… ¿quién de los dos ha estudiado economía aquí? Para lo único que sirves es para cortar los vasos sanguíneos de tus presas y conectar la sangre mediante tubos a estas bolsitas que me traes. Eres un Flebotomista y yo un empresario con visión de futuro. Así que si quieres conservar el trabajo más te vale retirar todas esas estupideces que han salido de tu boca. Eres un buen Flebotomista, podría decir que nadie podría suplir tu puesto con tu misma eficacia y no estaría equivocado, pero si tengo que prescindir de ti para cerrar tu boca lo haré. Y espero que nada de esto salga de este despacho o puede que un informe sobre un nuevo ignoto aparezca en la taquilla de otro Flebotomista.

-¿Estás amenazándome, en serio?

-Solamente digo que nadie aparte de los trabajadores de Blood $ervices conocen tu existencia y sería muy fácil para mi borrar sus recuerdos sobre ti con tan solo mencionar que esa inmortalidad que poseen podría “desaparecer”.

-Ah… de acuerdo. Prometo no decir nada, tienes mi palabra.

-Perfecto. Sé que puedo confiar en ti, y por eso…

-Por cierto, dimito.

-¿Qué acabas de decir, chico?

-Lo has escuchado perfectamente. He visto muchas cosas, más de las que tu rechoncha figura ha podido ver desde ese sillón. ¿Tengo que recordarte la causa principal de la dimisión de los Flebotomistas? Pura y dura locura es la causa. Llegamos a ver y hacer cosas horribles para tener en pie a esta empresa. Sangre de miles de inocentes ha manchado nuestros rostros sin que estos hicieran lel más mínimo signo de compasión. Hemos visto desvanecerse cientos de vidas en nuestras manos. Hemos sido la causa de suicidios por culpa de depresiones debido a las pérdidas que hemos ocasionado. Tú no sabes el lado oscuro de esta atroz empresa. Pregunta a cualquier Flebotomista por su primera caza, todos responderán lo mismo: tuve nauseas y no pude dormir, algunos incluso afirmarán que vomitaron. Miles de personas se nos han puesto de rodillas prometiéndonos cosas inimaginables a cambio de otra oportunidad. ¿Sabes cuántos órganos han tocado estas manos? El olor a muerte se ha quedado impregnado en mi pituitaria. Ha llegado a un punto en el que le hemos dado vacaciones indefinidas al de la guadaña. Afirmas que el único que sabe el funcionamiento de Blood $ervices eres tú pero, ¿realmente es así? ¿De verdad conoces A FONDO todo lo que rodea a esta empresa? La única realidad que vas a hacer vigente va a ser la de las películas futurísticas. Y no me refiero a esas en las que se ve un mundo mejor en el que el dinero ha pasado a un problema secundario, no. Me refiero a un futuro apocalíptico. Aún puedes parar este sanguinario mecanismo, pero supongo que tu mente ha sido infectada con un nuevo tipo de “escarlatina”.

Mi jefe quedó callado y yo esperé varios segundos a que se dignase en contestar algo, pero no fue así. Me cansé de esperar y me dirigí a la puerta para no volver nunca más por allí. Pero justo antes de posar mi mano derecha en el picaporte mi jefe abrió la boca.

-Si sales por esa puerta te liberaré de la invulnerabilidad de las cuotas del dinero carmesí. En pocos días serás catalogado de ignoto e irán a por ti. Es tu decisión.

Suspiré y en silencio salí de allí dando un fuerte portazo. Las amenazas de ese tipo no me afectaban. Tanto tiempo vivo y nada que disfrutar, lo de ser ignoto podría llegar a considerarlo una bendición. No obstante tenía un cabo suelto que atar antes de ser carnaza para los Flebotomistas.

He de admitir que me sorprendió la rapidez con la que llegó a mi buzón un certificado de una activación de pago mensual por adquirir sangre de Blood $ervices. Ahora que era un simple cliente más sólo era cuestión de tiempo que los funcionarios de la empresa hallasen en mi perfil que cumplía todos los requerimientos para ser ignoto.

Aunque cometieron un gravísimo error. Mi jefe… ex-jefe borró mi perfil de Flebotomista tan rápidamente que olvido imperar la devolución de los materiales que poseía como tal. Estas herramientas serían fantásticas para hacer de una forma más limpia y eficaz mi última voluntad. ¿Desangrarme para evitar ser otro contribuyente más a su banco sanguinolento? No, creo que ya contribuí lo suficiente. Tenía otras cosas en mente, mucho mejores…

A la mañana siguiente observé a un Flebotomista vigilando mi casa. Cuando me fijé mejor me di cuenta que era Mike, lo más cercano a un buen compañero de trabajo que yo conocía. Bajé con intranquilidad las escaleras y le pregunté qué hacía allí. Me contestó que se había enterado de mi dimisión y sabía todo lo acontecido, desde la versión del jefe de que quería una vida más tranquila fuera de las huellas del dinero carmesí, hasta la de algunos empleados que decían que no había sido capaz de soportar todas las durezas que vive un Flebotomista. Y, claro está, también oyó la verdadera, por eso venía a traerme la información crítica de todos los familiares de mi antiguo jefe incluyendo sus viviendas y sus lugares favoritos más frecuentados. Ahora podría enseñarle la verdadera esencia de su fatídica empresa.

Afortunadamente no tenía mucha familia viva, y seguro que el número se reduciría bastante si por sus vasos circulase el dinero carmesí. Una incógnita que quedaría siempre por despejar sería esa: cuál sería su verdadera razón de no inyectarse esa sangre. Lo contrario que su familia. Todos absolutamente todos, tenían dinero carmesí a un nivel sanguíneo del 100% y lo más gracioso de todo ello era que estaban exentos de pago. El chiste lo entenderéis al saber que estaba terminantemente prohibido regalar dinero carmesí a cualquier familiar u conocido del trabajador de Blood $ervices de forma que el beneficiario no tuviera ninguna obligación de cumplir con la mensualidad impuesta por dicho consumo.

Mis primeros objetivos serían sus seis nietos, seguidos de sus cuatro hijos. Al parecer cada familia vivía muy alejada de las otras, pero no lo suficiente lejos como para que llegase a sus viviendas en escasas horas conduciendo mi, ahora sí, útil deportivo.

Sinceramente, la resistencia que ofrecieron cada uno de ellos no fue ni una décima parte de la que dieron incluso niños de cortas edades a la hora de enfrentarse a mis horripilantes instrumentos de Flebotomista. Cuando el último de sus hijos murió totalmente desangrado, mi ex-jefe empezó a alarmarse acelerando el proceso de una caza que yo tenía ganada. Eso sí, pude ganar tiempo gracias a Mike que se encargó de dificultar todo lo posible el acceso de otros Flebotomistas a mi perfil.

Tan sólo quedaban en su lista los pocos amigos y conocidos que tenía fuera de su asquerosa empresa. Podían contarse exactamente con dos manos, y una de ellas amputada. Estos se resistieron bastante más que sus familiares llegando al caso de que uno me apuñaló un par de veces causándome una herida mortal. Y fue el propio jefe el que me salvó la vida. Lo explicaré: la bolsita de sangre que me regaló fue precisamente la que permitió una rauda coagulación al aplicármela en el pecho. Si se hubiera enterado de esto seguro que estaría mordiéndose las uñas de pura impotencia.

Por último, después de casi un mes entero derramando sangre de inocentes, me quedaba el objetivo final. Pero justo cuando me dirigía a reponer fuerzas a mi casa me llegó un mensaje de Mike breve pero con una buena carga de información. “Ya lo saben”. Era el aviso de que ya había sido catalogado como otro ignoto más de los cientos que había. Ahora era una carrera contrarreloj para llegar a tiempo y arrastrar a mi jefe a la tumba conmigo.

Hablé por última vez con Mike para que me dijera dónde va él después de salir de la empresa y para que me diera su tarjeta de trabajador. Tenía la suficiente confianza en él como para saber que lo conseguiría. Sin embargo lo que no me esperaba era que mi petición le había puesto en el punto de mira de algunos Flebotomistas que consiguieron alterar su perfil. Nunca llegué a reunirme con él. Esa fue la última vez que volví a escuchar su voz. Lo habían exterminado…

Pero su tarjeta llegó a mi buzón un par de días después alterada para que su barra magnética fuera idéntica a la del jefe. No supe quién hizo eso, puede que él mismo al ver que el plan no iba a dar resultado o los otros Flebotomistas que también querían ver la cabeza del jefe servida en bandeja. No era el momento de pensar en eso, había que aprovechar esa ventaja e ir a por él. Un objetivo indefenso que iba todas las noches a cenar a un restaurante con la misma alegría de siempre pareciendo que no le importase para nada la muerte de todos sus conocidos. Logré entrar y disfrazarme para tomar la apariencia de un camarero. Cuando le iban a llevar el pedido a la mesa convencí al camarero de que me dejase a mí llevarlo. Parecía que no sospechaba nada hasta que hubo un primer contacto visual, entonces ya empezó a ponerse nervioso, estaba claro que mi cara disfrazada le sonaba.

-Hola señor, ¿nos conocemos?

-Lo dudo, acabo de empezar a trabajar aquí y vengo del extranjero. Hace poco que dejé mi antiguo trabajo.

-Vaya, eso me sue…

-¿Te suena verdad? ¿Y si me quito esto me reconoces ya? Claro que sí. Hoy el plato viene con una grata sorpresa.

-No puedes ser tú. ¡Camarero, camarero! ¡Llamad a seguridad, deprisa!

No hubo tiempo de reacción por parte de las fuerzas policiales. Extraje la tarjeta alterada de mi bolsillo y la rompí ante sus ojos. Al principio se extrañó al no saber cuál era mi intención por romper una tarjeta de plástico, pero cuando le dije la singularidad de dicha tarjeta intentó huir. Yo, por mi parte, le dejé vía libre. Sabía que no iba a llegar muy lejos.

Pocos minutos después, cuando iba en su busca dentro de mi deportivo, le divisé corriendo como una rata asustada en medio de la carretera. Al tocar el claxon se giró y se deslumbró con los focos. Paré en seco el coche y le até sin dificultad alguna los pies y las manos para meterle en el asiento trasero del vehículo.

Las dos primeras horas lo único que hizo durante el trayecto fue llorar y llorar, cuando entonces, en un momento de lucidez, empezó a reír al alertarme de que en realidad no era un ignoto, y la razón no podía quitársela. Por supuesto que no lo era, ni yo en ese momento, ahora los dos éramos conocidos y por tanto ningún Flebotomista podía darnos caza. Pero yo, muy tranquilamente, le expliqué el final de mi plan. Ya sabía de antemano lo que ocurriría al destruir la tarjeta, sólo era un momento de deleite al observar como su esperanza se esfumaba con la misma velocidad con la que había surgido.

-¿Por qué piensas que llevo conduciendo toda la madrugada hacia las afueras de la ciudad? ¿Por qué piensas que mi cara no ha tenido ni el más mínimo indicio de asombro al oír tu necedad? Ya sabía que mi acción en el restaurante ocasionaría de inmediato la inmunidad ante la caza de los Flebotomistas. Pero es tan sencillo resolver ese pequeño contratiempo… Observa el velocímetro, cada vez marca más y más velocidad. Y ahora fíjate si puedes en lo que pone en el siguiente cartel por el que vamos a pasar. ¿Lo has visto? Bueno, si la velocidad te ha impedido su lectura te lo diré yo mismo. Ponía carretera en construcción.

Justo en ese mismo instante si hubiera poseído una cámara fotográfica hubiera hecho cientos de fotos al rostro de mi jefe, desde luego no tenía precio su cara al saber que íbamos hacia nuestro cementerio particular.

-Pero yo no quiero obligarte a algo, no, no soy como tú. Yo te voy a ofrecer dos alternativas. Alternativa número uno. Te quedas quieto y mueres conmigo dentro del coche siendo causante de una pequeña pérdida de las reservas de sangre de Blood $ervices. Alternativa número dos. He quitado el seguro a las puertas del coche y puedes salir de él. Deambularás hasta que consigas librarte de esas ataduras y esperarás a que los Flebotomistas, una vez ya declarado oficialmente un ignoto, vengan a por ti. Y quién sabe, puede que con suerte logres darles esquinazo. Bueno, tú decides. Quedan pocos kilómetros para llegar al corte de la carretera.

El jefe no se lo pensó dos veces y saltó del coche. Pude ver a través del retrovisor cómo rodaba sin parar por ese terreno árido. A pocos segundos de mi muerte cerré los ojos y sonreí sabiendo que mi libertad psicológica me iba a ser entregada varios metros delante. Tenía la esperanza, también, de que los Flebotomistas fueran eficaces y le desangraran mientras sufría un espantoso dolor. Estaba claro que este nuevo ignoto era uno de los más codiciados por los Flebotomistas. Mucho odio había creado entre algunos como para que ahora no diesen lo mejor de ellos para darle caza.

Y ahora, cuando mi mente se cerraba definitivamente tras una brusca colisión, solo era cuestión de tiempo que el individuo que inició todo esto acabara como uno de sus clientes bancarios: exprimido hasta la última gota de dinero… quiero decir, de sangre.

Supongo que a estas alturas ya sabréis a qué se debía que pusiera esa singular letra S en el nombre de esta difunta empresa.

Blood Services: Will Work For Blood

martes, 21 de agosto de 2012

Selección natural [2/2]


Un siniestro silencio de apoderó de todos. Ninguno se atrevía a mover los dos cuerpos pese a que el charco de sangre, que cada vez se expandía más por el suelo, hablaba por sí solo… Sin embargo al final Isaac consiguió reunir la fuerza suficiente para acercarse. Con lentitud alargó su brazo y empujó con suavidad el cuerpo de Pascal. A Isaac le dieron breves arcadas ante tal imagen. La cabeza de Luna estaba llena de sangre coagulada al igual que su brazo del cual asomaban tímidamente unos astillados cúbito y radio.

Pero entre todo ese panorama Isaac se percató de que el Verdugo había olvidado su hacha en un rincón de la prisión. Una pequeña luz de esperanza brotó en su corazón. Lentamente fue hacia ella. Todo en vano. Antes de que pudiera ni siquiera tocarla con la punta de sus dedos, el Verdugo bajó de nuevo a la prisión. Ante ese indicio de peligro, Isaac, casi de un salto, regresó a su posición inicial, en aquella pared que servía de escondite para su agotado rostro.

El Verdugo, como siempre en su singular mutismo, se quedó varios segundos de pie en el centro de la prisión para observar a sus presas. Agarró del cuello de la camiseta a Pascal y lo levantó. Al ver que no reaccionaba lo tiró al suelo y puso sus dedos índice y corazón en la carótida de Pascal para buscar su pulso. Afortunadamente parece ser que tenía. Tras ver que él seguía vivo se acercó a Luna. La sujetó del cuello de la camiseta también y la levantó. De su pequeña boca salió un hilo de sangre. A partir de aquí hizo lo mismo que con Pascal. No obstante esta vez no encontró pulso. El Verdugo sonrío y fue en busca de su hacha.

Isaac, pensando lo peor, intentó llamar su atención con gritos pero el Verdugo le ignoraba. Este, al ver que no iba a funcionar, optó por hacer lo que ninguno se atrevió a hacer nunca; Isaac se levantó y se puso entre Luna y el Verdugo. El Verdugo le miró de arriba abajo sin mover ningún músculo esperando la respuesta de ese futuro cadáver. Isaac, lleno de furia, le escupió a la cara. No se creía lo que acaba de hacer, por primera vez alguien le había plantado cara, y total, ¿para qué? Puso la mano en su cuello y con la que le quedaba libre alzó el hacha. Parece que se disponía a ejecutar a otro preso a su manera.

Sin embargo Isaac se salvó por la campana, o mejor dicho por la alarma. Era extraño, ya que nunca había sonada a escasas horas de despertarse ellos. Tal vez alguien quería evitar la muerte prematura de Isaac o la habían activado por equivocación… Fuera como fuera Isaac se libró de su decapitación pues el Verdugo, al oírla, rápidamente le soltó y guardó el hacha. Dio un empujón a Isaac para que volviera a su pared y aprovechando ese momento de aturdimiento por el impacto se llevó a Luna a rastras. Pero antes de marcharse arriba se giró y miró por última vez a Isaac, cogió el brazo cortado de Luna y se lo lanzó a la cara mientras se reía maliciosamente.

Cuando ya no se escucharon sus pasos Lidia fue a ver cómo se encontraba Pascal mientras que Ángel socorría a Isaac. A todo esto, Leo solamente volvió a acostarse acostumbrado ya a la agresividad del visitante.

-¿Te encuentras bien Pascal? –preguntó Lidia con preocupación.

-Ugh… creo que esa pregunta sobra… ¡Acaban de usarme como un jodido arma contra alguien que ni conocía! Todo su cerebro… ¡Su maldito cráneo incrustado en mi costado! ¡Esto es una locura, no quiero morir de ninguna de estas formas! Si muero… que sea por voluntad propia…

Pascal metió la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y extrajo un móvil destrozado tal vez por el golpe contra la calavera de Luna.

-Perfecto –dijo Pascal en con un ojos de un autentico demente –un trozo de su carcasa servirá para cortarme la yugular.

Nada más escuchar esa frase Ángel se giró mirando su mano. Abrió los ojos sorprendido. Se arrimó rápidamente a Pascal y le quitó bruscamente de la mano el teléfono.

-¿¡Por qué no has dicho ante que tenías un móvil!?

-Oh… no te preocupes. No hay cobertura alguna, ya habría llamado si hubiera, tranquilo.

-¡No es eso! Esas rejas son de hierro, un material débil frente a los ácidos. ¿Y sabes lo que tiene tu móvil? Una batería, una auténtica mina de ácido sulfúrico. Si la aplicamos sobre uno de los barrotes podremos debilitarlo lo suficiente como para romperlo de un fuerte golpe. Con un barrote bastará, algo bueno tendría que tener la escasez de comida.

-¿Cómo sabías eso? –preguntó impresionada Lidia.

-Soy… o más bien era profesor de química. Pero fui expulsado al herir a un alumno de forma involuntaria en un experimento que realicé un día en el laboratorio…

-Eso me suena –contestó Leo sin levantar la cabeza del suelo –a mi me pasó algo así con un chico. Iba conduciendo tranquilamente cuando cerca de un paso de cebra me entraron ganas de estornudar y bueno… al estornudar no pude ver que un joven ignoró el semáforo en rojo de los peatones y le atropellé. No tuvo heridas graves pero nunca me lo perdoné, desde entonces no conduzco.

Isaac y Lidia quedaron atónitos. A ellos también les había ocurrido algo similar. Isaac había tenido una pelea una noche que bebió más de la cuenta con un chico más joven que él. Al parecer le dio tal paliza que acabó ingresado en el hospital. Lidia, por su parte, tuvo un novio que no la trataba demasiado bien y tuvo que romper con él. Al cabo de varios meses se lo encontró por la calle y presentaba una figura totalmente digna de un esqueleto. Por lo visto había sufrido una enorme depresión por la ruptura.

Pascal, sin embargo, no había estado en algún suceso parecido. No obstante todos pensaron que tal vez ese factor común era el que les había llevado a tal lugar. Quizás una secta que se tomase al pie de la letra eso de tener un “expediente totalmente limpio en la vida” les hubiera encerrado allí. Había un considerable número de preguntas sin responder que acaban de surgir tras esto. Pero no era momento de debates sobre conspiraciones, ahora que Ángel había encontrado una posible salida las fuerzas de todo el grupo debían centrarse en tal objetivo: escapar.

Para romper la placa de la batería usaron los huesos que sobresalían del brazo perdido de Luna, seguro que no lo volvería a necesitar. Vertieron el ácido en el cuenco y le aplicaron un par de gotas de agua para darle un poco de fluidez con el objetivo de untarlo mejor en el barrote. Pero justo cuando ya se disponían a untarlo en la reja la alarma volvió a sonar.

-¿Estarán de coña, verdad? –expresó malhumoradamente Ángel.

Fueron velozmente a las paredes y aguardaron en silencio. Ángel ocultó detrás de él el cuenco. Leo se despertó y Pascal intentó disimular su dolor lo mejor posible.

El Verdugo bajó las escaleras con un poco de dificultad. Llevaba algo en los brazos demasiado grande como para que fuera el saco de comida. Abrió las rejas y la tenue luz del lugar mostró su carga. Era nada más y nada menos que otra captura, otra persona a la cual le acababa de llegar parada final en la vida. Era otro joven, más que Pascal, parecía un adolescente de entre unos catorce o diecisiete años, totalmente magullado y con un brecha en la ceja izquierda, solamente calzaba una zapatilla, el pie que quedaba desnudo estaba totalmente ensangrentado, tal vez de haber intentando escapar de sus captores, ¿quiénes serían? Estaba claro que el Verdugo solamente era el que los ejecutaba. No. En todo este acto macabro debía de haber más involucrados.

En cuanto dejó caer descuidadamente el cuerpo del chico se marchó sin hacer nada más. Ni se molestó en mirar a Pascal ahora que se había despertado. Tras cesar de escucharse sus pasos el grupo se acercó al nuevo invitado. Este abrió los ojos escasos segundos después de ser depositado en ese suelo polvoriento.

-¿Quie…quiénes sois y dónde me encuentro? La cabeza me da vueltas. ¿Qué ocurre aquí? No recuerdo absolutamente nada.

-Siento decirte esto pero –respondió Lidia sin rodeos –un extraño te ha encerrado aquí y… lo que ocurre es que cada poco tiempo viene y elige al más demacrado para… darle fin a su vida.

-No… no… ¡No! ¡No puede ser verdad! ¡Sacadme de aquí! ¡Socorro, socorro!

Pascal le dio un guantazo en la cara al chico para que se calmase. Lo que no se podían permitir ahora es que volviera a bajar el Verdugo por los gritos de alguien. Pudiera ser que no tuviera la suficiente paciencia y se llevarse a otro más para satisfacer las molestias causadas.

-Mira chaval –contestó en voz baja Pascal –ayer mismo yo vine aquí y sí, entiendo que es difícil de asimilar esto, pero por suerte para ti hemos encontrado una forma de escapar. Así que mantente calladito, siéntate por allí lejos sin molestar demasiado y espera hasta que abramos una maldita salida.

Mientras tanto Leo, que aún le daba vueltas al tema de ese factor común que tenían casi todos, le preguntó al chico sobre algún incidente que hubiera tenido con algún joven que rondase su edad. Afortunadamente, por decir algo, el chico, el cual también dijo su nombre antes de contarlo, Javier, había tenido un amigo en el colegio, pero cuando los dos llegaron al instituto cada uno fue por caminos diferentes. Javier optó por ir por un camino distinto al de estudiar y comenzó a juntarse con una pandilla que había conseguido mala fama allí. Cuando su amigo ya iba a acabar el instituto, Javier seguía en tercero de la E.S.O. y durante todo ese tiempo el otrora su gran amigo ahora era objeto de burla para su pandilla.

Ante lo contado por Javier, otra pieza del rompecabezas que corroboraba lo de ese factor común, Leo insistió en que Pascal intentase recordar algo parecido, pero nada…

-Escuchad, –intervino Ángel –lo del ácido va a tardar bastante. Sería mejor esperar a la siguiente ronda de comida para tener tiempo de sobra. No quiero arriesgar y que el Verdugo se tope conmigo a mitad de camino hacia la libertad. No sé… llamadme asustadizo pero no me gustaría recibir un comité de bienvenida de su estilo.

-Tienes razón. –afirmó Isaac –será mejor esperar. Así los que aún estén cansados podrán dormir un poco. Tú, Javier, deberías descansar también, supongo que debe dolerte el cuerpo bastante.

Todos excepto Ángel e Isaac intentaron cerrar los ojos durante un par de horas. Ángel no paraba de mirar el cuenco. Lo que tanto repudiaba, los móviles, por sus emisiones de ondas perjudiciales para el organismo humano, ahora iban a salvarle posiblemente la vida. Isaac se mantuvo también despierto para estar alerta ante cualquier sonido de alarma. Hoy, aunque hubiera sido algo fuera de lo común, había sonado varías veces la alarma en un periodo muy corto de tiempo. Nada hacía imposible la posibilidad de que volviese a sonar.

Y la alarma volvió a sonar. Pero en ese momento era normal. Ya habían pasado cinco horas desde que llegó Javier, ocho horas sin se contaba desde el desayuno, aunque el término desayuno era poco correcto, siempre era la misma comida, daba igual que fuera día, tarde o noche.

Javier, que estaba nervioso, se acurrucó junto a Lidia. Tal vez sería la primera vez que viera una condena a muerte, todo dependía del Verdugo, aunque hoy parecía que se había levantado con sed de sangre. Pero tres muertos en un mismo día. Imposible… ¿o no?

Como de costumbre, todos en silencio a la par que el Verdugo caminaba con lentitud al centro de la sala portando el saco de víveres. Y en cuanto tiró los alimentos empezó a mirar a los prisioneros. Primero se fijo en Lidia y Javier, los que mejor aspecto tenían. Rápidamente pasó a fijarse en Pascal y después en Ángel. Sin embargo, cuando llegó el turno de Isaac el Verdugo se quedo observándole demasiado tiempo del normal...

Todos comenzaron a asustarse, pero en ese momento, el que más acongojado estaba era el propio Isaac. No podía creerse que ahora, que quedaban tan solo minutos para su huida de la muerte, le tocase a él despedirse de la vida. No podía ser verdad.

Por desgracia así fue. Todos agacharon con impotencia al ver como el Verdugo se aproximaba a Isaac. Este, por su parte no gritó ni lloró, solamente cerró los ojos y suspiro. No opuso resistencia, él mismo se levantó y agarró de la mano al Verdugo. Al menos el Verdugo, viendo como había aceptado Isaac su destino, no se comportó con él de una forma tan salvaje como con el resto de sentenciado.

Pero todo dio un giro de ciento ochenta grados cuando Pascal, que quería al menos despedirse de Isaac con una mirada, vio que la reja estaba abierta. El Verdugo siempre la dejaba abierta pero hasta ahora Pascal no se había percatado. La sorpresa le hizo olvidar la situación y comenzó a gritar como un loco para advertir a los demás sobre su descubrimiento. Aunque ninguno de ellos pareció sorprenderse y el Verdugo ignoró su griterío. Pero como buen novato en este juego, Javier, también se sorprendió al ver que tenía ante él la puerta hacia la libertad.

Lidia hizo lo imposible por evitar que fuera hacia la salida pero no lo consiguió. Pascal, por su parte, que ya respetaba la experiencia del resto con respecto a este encarcelamiento, al ver que ninguno exceptuando Javier corrió hacia la salida, también se quedó quieto intentando, con gritos, que Javier retrocediera.

Cuando Javier pasó cerca del Verdugo, este dio un berrido digno de un animal, como si de un aviso se tratase, y realmente esa era la finalidad del berrido. Nada más Javier subió unos cuantos escalones, ya fuera del alcance de la vista de los otros presos, una explosión ensordecedora invadió los oídos de todos. Pocos segundos tras la explosión trocitos de carne y gotas de sangre rodaron escaleras abajo impregnándose en el suelo de la prisión cercano a las rejas. La única parte entera que quedó de Javier fue la cabeza, la cual viró por las escaleras y llegó a las piernas de Pascal. La cabeza, aún con un aspecto de sorpresa, tenía los ojos abiertos y parecía que miraban a Pascal.

Isaac, para liberar un poco de la rabia que tenía dentro de sí al ver que no podía hacer nada por evitar su inminente muerte, arremetió contra Pascal con unas frases:

-Mira lo que has logrado. Mucho decirle al pobre niño que mantuviera la calma y tú a la mínima de cambio te volviste peor que él. Muchos intentaron huir aprovechando esta situación y todos acabaron así. Espero que si logras salir con vida nunca olvides esto, asesino. Lo de Luna fue inevitable, lo de este pobre chico no.

Pascal no pudo evitar llorar mientras Isaac caminaba gustosamente hacia su muerte. El Verdugo cerró las rejas y subió junto a él. Por supuesto, minutos más tarde, los gritos del sentenciado se escucharon en toda la cárcel.

Los otros tres pasaron por alto todo lo ocurrido y se pusieron manos a la obra con el plan de escape. Pascal agarró la cabeza de Javier intentando desviar la vista de sus ojos sin vida y la depositó con cuidado en una esquina. Ángel, con la voz temblorosa por la escena de la ejecución del chico, cogió con su trepidante mano la placa de la batería para emplearla como untador. Con ese material resistente podría soportar la corrosión del ácido lo suficiente para otorgarles la libertad que todos soñaban.

El ácido tardó poco en hacer efecto. Mientras esperaban a que el barrote se debilitase lo suficiente fueron a comer algo para recuperar fuerzas. Las necesitaban para una huida exitosa.

Cuando pasaron cuatro horas se dispusieron a comprobar el estado del barrote. Parece que ya estaba lo suficiente débil. Ahora necesitaban algo contundente para romperlo. El único que había traído calzado era el difunto Javier, los demás iban descalzos, por eso todos descartaron las patadas. Pero había algo que podía servir: el brazo de Lidia. Al cabo de tanto tiempo ya estaba del color de los difuntos y tan frío como el hielo. La llave exánime de la libertad.

Desgraciadamente los golpes, los cuales hacían demasiado ruido al chocar contra el barrote de hierro, llamaron la atención de los de arriba, ya que, por enésima vez sonó la alarma.

Sobresaltados todos, corrieron a las paredes. Ángel lanzó el brazo lo más alejado posible del resto para no levantar sospechas y todos volvieron a permanecer quietos mientras venía el Verdugo.

Esta vez apareció con unos extraños contenedores metálicos pequeños. Pero pronto supieron para qué servían. Eran bombas de un gas somnífero, algo nuevo para evitar más escapes improvistos. Pascal, que fue el que más aguantó sin entrar en el mundo de los sueños, vio que el Verdugo, además de enseñar a sus presas su nuevo “artilugio”, también venía para llevarse a Ángel y, para añadir más infortunios, el brazo que les servía como herramienta. Sin poder ayudarle, finalmente cerró los ojos y embarcó en una secuencia de horrendas pesadillas.

El despertar fue angustioso. Ahora no había brazo con el que romper el barrote y nadie de los tres estaba dispuesto a arriesgar un contacto físico con dicho barrote para correr el riesgo de sufrir una corrosión de insoportable dolor. Pero a Pascal, en un momento de lucidez, le vino a la mente algo que podría servir y que el Verdugo no se había llevado. La última alternativa de este trío condenado: emplear la cabeza cortada de Javier… Lidia y Leo se negaron a cogerla, así que tuvo que ser Pascal el ejecutor de la idea.

Evitando todo lo posible el contacto visual con sus ojos agarró su cabeza por los pelos y se acercó a la reja. Pascal empezó con unos golpes lentos y débiles. Y entonces, de repente, como si un vórtice de sadismo le invadiera, en cuanto vio salir chorros de sangre de sus orificios y de la parte del cuello, cada vez el tiempo entre cada golpe fue menor y la fuerza de estos mayor. No podía evitarlo, ver como toda esa sangre impregnaba su cara le gustaba. Tal vez fuera porque su cerebro, su cordura, no podía aguantar bien toda esta serie de sucesos, tal vez era la emoción de que cada vez estaban más cerca de la liberta, o tal vez le gustaba ver sangrar a ese precoz difunto. En ese momento nadie se paró a pensar en ello, solamente querían salir de ese macabro lugar de una vez por todas.

Y finalmente el barrote se rompió. Y por suerte el ruido de su caída no alertó a nadie de los captores. Uno a uno pasaron fácilmente y subieron un par de escaleras hasta que Lidia paró a los otros dos.

-¿Y si lo que fuera que le hubiera pasado a Javier al subir las escaleras también nos ocurre a nosotros? –preguntó con preocupación ella.

-Lo dudo. –respondió  Leo – Ese tipo de vigilancia será para cuando el Verdugo nos visita. Además, si así fuera, prefiero ese tipo de muerte a la que nos espera si permanecemos en la prisión. Raimundo, Isaac y muchos más gritaron de un enorme sufrimiento. Javier no sintió apenas dolor. No tenemos nada que perder.

Los tres se armaron de valor y siguieron adelante. Justo cuando les quedaba por pisar el último escalón se detuvieron. Levantaron una pierna y se dispusieron a pisarlo lentamente mientras cerraban los ojos. Y entonces… nada, no pasó absolutamente nada. Sus corazones palpitaron extasiados, ya quedaba menos para oler la dulce libertad. Corrieron por un enorme pasillo y divisaron una puerta de la que salían algunos rayos de luz. Aún no se lo creían. Comenzaron a sonreír mientras corrían veloces hacia ese último obstáculo.

Pero todas sus ilusiones perecieron al instante cuando abrieron esa puerta. Sus corduras entraron en colapso cuando vieron ese panorama. Llegaron exactamente a una sala totalmente idéntica a la antigua prisión en la que estaban, por no decir que era la misma. Miraron atrás y ya no había puerta alguna. Pensaron que era un mal sueño todo, pero los pellizcos demostraron que era la cruel realidad. Lidia cayó de rodillas, Leo se echó las manos a la cabeza y Pascal quedó paralizado mirando la nada.

Así permanecieron hasta que escucharon nuevamente lo pasos del Verdugo. Abrió las rejas y lanzó un par de bombas somníferas de las de antes. Los tres sospechaban algo que posiblemente fuera cierto, sus ejecuciones anticipadas por ese intento de fuga. Lidia cayó la primera ante el gas, seguida no muy de lejos de Leo. Sin embargo Pascal se extrañó al fijarse de que el gas no le estaba haciendo efecto alguno de momento. Y entonces ocurrió lo incomprensible.

-No te asombres Pascal. Es normal que no te hagan efecto. En realidad tú no estás ahí.

Era la voz del Verdugo la que le estaba hablando. Pascal seguía sin entender nada, aunque no duró mucho esa confusión cuando el Verdugo se desencapuchó. Su rostro era igual que el de Pascal.

-Pascal , tú eres el Verdugo. Yo soy tú. ¿Por qué piensas que todos tenían algo en común menos tú? A ese chico al que todos dañaron ERAS TÚ. De eso hace tiempo y te vengaste masacrando a todos. Las víctimas se cuentan por decenas. Cualquier daño, por minúsculo que fuera, lo guardaste rencorosamente dentro de ti para matar al culpable. Esta es tu mente Pascal, la coartada ideada por ti para contarla en los tribunales. Ideaste un personaje asesino para intentar librarte pero nadie se lo tragó en el juicio. Te digo esto porque estos son tus últimos momentos de vida Pascal. Ahora mismo te encuentras en la silla eléctrica a punto de ser ejecutado de una forma mucho mejor que la de todas tus víctimas. Todo esto está producido por tus últimos recuerdos: el móvil en el que hiciste tu última llamada, la prisión, la comida que se sirve en esta cárcel… Eres un asesino Pascal y es hora de que mueras como tal. Dicen que en tus últimos momentos de vida todos nos volvemos buenos, pero que hayas extraído de ti tu parte homicida y la hayas puesto en este personaje inventado no quita que sigas siendo un miserable asesino.

Nada más terminar ese breve monólogo Pascal volvió a la realidad. Estaba atado en la silla eléctrica al lado de un policía que ya agarraba con la mano el interruptor.

-¿Tus últimas palabras? –preguntó el policía.

-Sí… gracias por este delicioso entretenimiento.

Tras ello, Pascal fue presa de la más letal electricidad emitida por la silla. Su cerebro se apagó no sin antes rememorar los últimos recuerdos de sus víctimas. Decapitados, apuñalados, destripados, asfixiados… y su mente lo había convertido en un juego para él,  la mera diversión de un joven rencoroso que ahora pertenecía al mismo espectáculo mortífero que él había iniciado.

martes, 14 de agosto de 2012

El Consejo de los Seis Puñales: Fénix [2]


El lago quedó seco, sin ninguna gota de agua. Una neblina oscura comenzó a invadir el lugar. El portal invocado por Nexus se cerró y unas finas hebras de pura magia demoníaca brotaron de cada uno de los brujos. Pocos minutos después de que cayeran todos al suelo inconscientes, unas ánimas distorsionadas extrajeron a la fuerza las almas de los brujos. Al parecer Nexus no había dado mucha información acerca de todo el ritual.

Muchos supieron contratacar con avidez las “pruebas” de estas ánimas. Sin embargo, otros Brujos, algo más despistados, esto les pilló de improvisto cual emboscada mortal de un feroz enemigo. Todas las almas fueron sometidas a embestidas incesantes de las manifestaciones de la magia demoníaca. Oleadas de sombras, fuego, y vacío impactaban en cada uno de los brujos. El dolor era insoportable. Muchos sucumbieron a la locura y explotaron. Otros murieron engullidos por las sombras. Otros, simplemente, fueron carbonizados. El lago se convirtió en un escenario de chirriantes gritos del más allá. Un bosque aullante…

Tras unos eternos segundos de indescriptible agonía, las ánimas dejaron en paz a los Brujos y desaparecieron en un sombrío destello. Las almas fueron tragadas de nuevo por los cuerpos y poco a poco fueron despertando.

Nexus, que fue de los primeros en despertar, conjuró un poco de alimento y lo depositó cuidadosamente encima de una pequeña tela de seda en la orilla del lago más próxima. Hecho esto, fue a ayudar a sus camaradas a despertar.

-¡Menuda estafa! ¿Me acribillan a descargas del vacío y mi recompensa es un pastel de limón seco? ¡Por favor! Al menos conjura un mísero cántaro de hidromiel. Ah, y respecto a lo de ayudar a los demás a despertarse… un acto muy benévolo por tu parte. Pero si nos has enviado a una prueba cuasi mortal lo de menos es despertarse. Créeme, después de esa salva mágica, esos Brujos están anhelando abrir los ojos. Tu ayuda es innece…

-A ver si pulimos esa educación. –contestó uno de los Brujos de entre la multitud que estaban sentados comiendo –Si vieras lo que ha ocurrido con la cabeza fría te habrías percatado de lo vital que era que pasásemos este ritual. Un ser vivo de una dimensión no puede captar la esencia de otra dimensión, ajena a él, sin quedar trastocado. Esta, con diferencia, ha sido una penitencia muy leve comparada con el gran poder que se nos ha otorgado. Fui de los primeros en buscar información sobre otras fuentes de poder. Sinceramente, que Nexus haya podido abrir un portal para que nos bañemos directamente en un río de puro maná y más siendo del mismísimo Plano Demoníaco, uno de los lugares más poderosos del Universo, es, cuanto menos, impresionante. Además, –dijo mientras buscaba con la mirada a Nexus –de un acto muy generoso. Ha preferido compartir este inmenso poder con sus hermanos hechiceros a guardarse el secreto para ser el único Brujo de la Tierra.

-¡Bah! Irrelevante…

Nexus, mientras tanto, que se encontraba lejos de esos dos Brujos, escuchaba con dificultad lo que decían. Sumándole a eso, también, que estaba ocupado despertando a los otros pocos que aún seguían dormidos.

Poco a poco, los Brujos que ya habían despertado y repuesto fuerzas con la comida conjurada, se fueron uniendo a Nexus para despertar al resto. Aunque unos cuantos, en vez de ayudar, se acumularon alrededor de un Brujo que estaba tendido en el suelo. Todos le miraban pero nadie hacia nada. Cuando Nexus se dio cuenta se dirigió hacia la multitud y se abrió paso entre ella. Nada más pudo ver al individuo en cuestión se sobresaltó.

-¡Agua! ¡Necesito agua! ¡Dejad de estar ahí quietos, panda de ineptos, y traedme algo de agua!

Nexus no podía creérselo. Era su gran amigo, su fiel compañero en las batallas, Ignis el Moldeabrasas. En su vida anterior a la de Brujo, Ignis fue ganándose una enorme reputación en los campos de batalla. Su manejo del fuego era insuperable y podía devastar pequeños pueblos alzando un solo dedo. Nexus le perdió la vista en una pequeña escaramuza que se formó pocos días antes del pacto. Ignis quiso prepararse para la batalla, quizás demasiado bien… Tras duras horas de entrenamiento, logró convertir en una llama viviente su alma. Su intención era potenciar sus hechizos ígneos con cada nuevo conjuro suministrándose de su propia energía vital. Con el primer proyectil de fuego que invocó su cuerpo, este fue devorado completamente por las llamas. Nexus trató de socorrerle pero llegó tarde. Su cuerpo explosionó a los pocos segundos de prenderse fuego. No quedo ni rastró de su cuerpo. Mas al parecer consiguió sobrevivir. Sin embargo parece que su alma siguió transformada en fuego durante todo este tiempo y al tener esta peculiaridad y ser golpeada por olas flamígeras durante el ritual se volvió inestable. Tan inestable que ni su propio cuerpo consiguió evitar chamuscarse con esa alma incandescente. Efectivamente, Ignis ahora mismo era una masa de carne chamuscada y humeante. A pesar de ello, era fascinante que siguiera vivo tras toda esa avalancha de magia llameante cuando otros Brujos, puede que más débiles, no habían resistido ni dos simples hechizos abrasadores.

De todas formas su aspecto no era muy bueno. La poca energía vital que le quedaba se estaba consumiendo tan rápido como una vela; por eso rápidamente Nexus alertó al resto de Brujos para que se alejaran de esa zona, puesto que iba a invocar un portal que conducía directamente a un lago cercano a donde se encontraban. El agua comenzó a brotar de forma fluida del portal refrescando la piel carbonizada de Ignis.

-Eso está mejor… Me alegro de verte Nexus. Siento no haberme acercado a hablar contigo antes. He de decir que tus invocaciones en masa necesitan mejorar mucho. Bromas aparte, gracias, pero la próxima vez invoca un escudo protector para los que tenemos “almas especiales”.

Aunque Ignis quisiera disimular su sufrimiento a su amigo, tanto Nexus como Ignis sabían que el gran Moldeabrasas no iba a seguir mucho más tiempo en este mundo. Que su cuerpo le otorgara unos minutos de resistencia frente al fuego era una bendición. Pero todo cuerpo tiene un límite, incluidos los cuerpos de los hechiceros.

Nexus indicó a los demás Brujos que ayudasen a sus compañeros mientras él se ocupaba de Ignis. Todos obedecieron menos uno que se quedó junto a Nexus observando con curiosidad a Ignis.

-¿No me has escuchado? Ve y ayuda a despertar a los otros Brujos. Tenemos muchas cosas que hacer.


-No obstante tú prefieres quedarte cuidando a este Brujo en concreto. Os conozco perfectamente a los dos. Fuimos… enemigos en una batalla. Recordad, aquella batalla que duró meses y en la que ningún bando conseguía aventajarse del otro.

-¿Tú eres Hex Mal Fario?

-En efecto.

-¿Y a qué vienes? ¿A poner fin a ese conflicto?

-Puede que antes fuésemos enemigos, pero ahora, en nuestra vida como hermanos de sangre, deberíamos dejar a un lado esas viejas rencillas. Simplemente te observo porque es posible que tenga un remedio.

-¿Un maestro de las maldiciones curando a alguien? Eso es tarea imposible…

-Razón no te falta. Pero lo que yo ofrezco no es una cura propiamente dicha. Lo que te pasa, Ignis, es que tu carne esta quemada en su totalidad. Ahora mismo cualquier chispa que conjures sería tu sentencia de muerte. Sin embargo yo puedo atenuar tu magia durante un corto periodo de tiempo. Esto hará que tus quemaduras puedan tratarse con eficacia. Y si a esto le añado un pequeño maleficio para que la carne se te caiga a trozos es posible reparar tu cuerpo. Sólo necesitamos vendas y un ungüento especial… que por suerte llevo siempre conmigo en pequeños tarros dentro de una faltriquera.

-¿Cómo puedes saber tanto de…?

-¿Medicina? Tampoco es para tanto. Conozco todos los maleficios y hechizos malditos existentes en nuestro mundo. También aprendí con el tiempo a conjurar maldiciones de otros Planos. E incluso tengo creaciones propias. Aunque claro, ¿qué pasaría si alguno de mis hechizos se volviera en contra mía? Tras empapar mi mente de miles de maldiciones comencé a indagar en las artes medicinales para curar con rapidez cualquier hechizo o enfermedad que mi cuerpo captara. Al igual que puedo conjurar maleficios, también puedo disiparlos.

-Con razón tus hombres volvían al campo de batalla cada día renovados… Nexus, no nos queda otra alternativa. Si su remedio no puede hacer nada, entonces ya sabes que habrá que esperar…

-Estoy de acuerdo.

Hex abrió su faltriquera y rebuscó en ella mientras Nexus invocaba varias vendas. Hex empapó las vendas con su ungüento y entre los dos vendaron por completo a Ignis a excepción de su cabeza que, gracias a una capucha encantada que confeccionó Ignis para que tuviera resistencia a la magia, no sufrió ninguna quemadura. Lástima que no pudiera hacer lo mismo con su toga porque ya fue tarde, los flujos de maná habían sido sellados cuando empezó a encantarla.

-Bien. ¿Ahora qué hay que hacer? –preguntó impaciente Nexus.

-Ahora necesito que te alejes hasta que no escuches nada de lo que voy a recitar. Cualquiera que pueda escucharlo recibirá mi maldición. Aunque sean susurros, cualquier palabra podría hacerte perder trozos considerables de tu piel.

Nexus caminó hacia atrás lentamente sin apartar la vista de su amigo. Por su parte, Hex, se aproximó al oído de Ignis y empezó a susurrar algo en un lenguaje extraño. No obstante Ignis supo reconocer ese lenguaje, ya que, como buen poderoso hechicero que era, él también conocía algo sobre maldiciones y el idioma de los muertos.

Cuando Hex acabó el recital maldito, Ignis comenzó a convulsionar. Nexus, al verle así, fue corriendo hacia él, pero Hex alzó la mano en señal de que parase. Nexus obedeció y se quedó quieto, impotente. Dos minutos después Ignis dejó de convulsionar. Hex miró a Nexus y le permitió acercarse. Hex pegó su cara al pecho de Ignis para escuchar algún latido.

¡Éxito! Ignis seguía vivo. Ahora sólo quedaba esperar a que la maldición hiciese efecto, tanto la de la piel como la de la inhibición de su magia. Los dos permanecieron en silencio mirando fijamente el cuerpo vendado de Ignis.

Sin embargo algo inesperado sucedió. Ignis empezó a dar pequeños gemidos de dolor. Gemidos que pocos segundos después se convirtieron en enormes gritos de agonía. Su cuerpo empezó a arder de nuevo.

-¿Esto es normal en tu remedio? ¡Dime que sí por lo que más quieras! –dijo entre gritos Ignis.

-Me temo –respondió decepcionado Hex –que no… No sé qué puede haber pasado. ¿Tanta magia ígnea había en tu interior?

Ninguno de los dos Brujos pudo hacer nada. Hex intentó paliar esas llamas inhibiendo aún más la magia de Ignis y Nexus no paraba de invocar portales de los que salía agua. Pero nada… no había nada que apagase esas llamas. El resto de Brujos comenzó a acercarse a esa antorcha humana. Algunos también intentaron apagar el fuego sin éxito alguno.

Finalmente el fuego cesó por sí solo cuando Ignis fue reducido a cenizas. Nexus cayó de rodillas y agarró un par de puñados de su ceniza. No podía creerse que su amigo hubiera muerto por culpa de su estúpido ritual.

-Pobre. Un Brujo débil que casi sobrevive a la conversión. Bueno, sigamos con lo nuestro. ¿Ahora qué tenemos que hacer, Nexus?

-Tú, de momento, cerrar ese pico de arpía que tienes.

Cuando Nexus oyó de nuevo la voz de Ignis abrió completamente sus ojos. La voz provenía de detrás de él. Nexus, aún sin creérselo le preguntó que cómo era posible que estuviera vivo si estaba tocando con sus propias manos las cenizas de su cadáver. Ignis le contestó inmediatamente. Al parecer sí había conseguido algo al convertir su alma en una llama viviente. Si su cuerpo quedaba muy maltrecho durante un largo periodo de tiempo, este se regeneraba de una forma muy peculiar: se quemaba hasta reducirse a cenizas y luego, con el humo de la incineración y su alma llameante, se formaba un cuerpo nuevo. Como un fénix. Tras contarle todo esto a Nexus, los dos se abrazaron.

-… Vaya panda de niños débiles tengo a mi alrededor... –contestó la Bruja de antes al verles abrazarse.

De repente, los aplausos de alguien oculto entre las ramas de un árbol cercano comenzaron a sonar bruscamente. Todos miraron arriba y vieron una silueta vestida con una toga morada sin mangas y una cinta de seda morada en la cabeza en la que estaban sujetos dos cuernos negros y retorcidos de demonio verdaderos.

-Una imagen muy emotiva. Hola hermanita, veo que has sobrevivido al ritual, una lástima… Siento que tengáis que soportar a Inanis –contestó el desconocido mientras bajaba de un salto de la rama del árbol Muerta estaría mejor. Soy Luzbel Lengua Vil y creo que ahora me toca mostraros la senda de un auténtico Brujo.

sábado, 11 de agosto de 2012

Selección natural [1/2]


“Pobre… no sabe lo que le espera”. “Otro más conducido a la desdicha”. “¿Cuántos más van a traer?”. “¡Socorro, yo no merezco estar aquí!”

Frases que retumbaban constantemente en la cabeza de nuestro joven protagonista. Aún la contusión era grave y la luz del lugar le impedía escapar de ese estado grogui. No obstante sabía que algo iba mal… Rezaba para que todas las imágenes que eran capaces de captar sus ojos en fugaces parpadeos y las lejanas voces que recibían sus oídos fueran tan solo un producto de su cerebro… Ojalá fuera un sueño.

-¿Te encuentras mejor? Hemos estado tratando tu magulladura y ahora no tiene tan mal aspecto. ¿Tienes sed? ¿Quieres comer algo?

Era la voz de una chica. El joven abrió los ojos y pudo observar una imagen borrosa de su rostro. Parecía bastante joven, quizá más que él incluso. Cuando los ojos le permitieron ver con más nitidez observó que tenía una tez muy pálida y un pelo lleno de suciedad. Aunque no solo se encontraba en su pelo. Su vestimenta, hecha jirones, no estaba precisamente limpia y sus dedos estaban ennegrecidos con la única distinción de sus nudillos que poseían un color rojizo. Era el aspecto idéntico al de un presidiario de una cárcel donde los cuidados brillaban por su ausencia… ¡Cárcel! En cuanto esa idea llegó a su mente el joven empezó a observar los alrededores. Nada más vislumbró una puerta de rejas echó a correr hacia ella.

-¿Hola? ¿Hay alguien ahí arriba? Por favor, no sé que he hecho para acabar encerrado. Quiero llamar a mis padres. ¿Me escucha alguien? ¡¿Hola?!

-No hay nadie ahí arriba. Solamente bajan para traernos comida, pero de eso hace ya tres horas. Se habrán marchado. Come algo, anda. No desearás estar débil cuando vuelva. – dijo la chica.

-¿Cuándo vuelva quién?

-El Verdugo. – respondió la voz de una silueta camuflada entre las sombras de una de las esquinas de esa prisión. Su voz era ronca, seguramente de alguien más mayor. Y parece que su respuesta le disgustó a la chica, pues se giró hacia él con una mirada amenazadora, como si quisiera impedir que se enterase el joven de la verdad. Sin embargo el viejo continuó. –Así le llamamos por aquí. Cada ocho horas viene a traernos comida y bebida… Pero eso es lo de menos. También viene a comprobar nuestro estado. Si descubre que alguno de nosotros ya está para el arrastre lo agarra y lo prepara para su sentencia. No siempre se lleva a alguien y muy de vez en cuando trae carne fresca como tú. Dentro de lo que cabe estás de suerte chico, los nuevos suelen ser los que más duran. Aun así deberías hacer caso a Lidia y comer algo. Lo peor que puedes hacer en estas circunstancias es estar débil.

El chico cayó de rodillas al suelo con las manos en la cabeza. Entre llantos empezó a gritar que esto no podía estar pasando. En un acto de locura comenzó a golpearse la cabeza contra el suelo. Inmediatamente Lidia le inmovilizó para que cesara y le abrazó para consolarle. Una cosa tenía claro el chico: aquel sitio no era una prisión normal…

Desistió y aceptó comer y beber un poco. Aunque tampoco había gran cosa. El viejo le dijo que la comida que les traían nunca variaba aunque aumentase el número de presos. Afirmó que más de una vez vio a un par de presos pelearse (a veces hasta la muerte) para aumentar la ración que tocaba a cada uno. Siempre era una barra de pan, un cuenco pequeño de sopa sin fideos y una botella de un litro. No daban cubiertos. Y todo eso había que administrarlo en ocho horas entre seis presos que había actualmente. De momento la ración por persona era buena, pero el viejo mencionó que una vez hubo hasta veinte presos en esta celda y varias veces tuvo que permanecer con hambre para que otros más jóvenes comiesen. Eso sin contar los que robaban la comida a los demás. Concluyó diciendo que a pesar de estas nefastas circunstancias su temprana edad y el escaso número de presos podrían alargarle la vida bastante.

-Espera un momento… ¿Cómo que alargar mi vida? ¿No hay ninguna forma de salir de aquí vivo? ¿No hay ningún modo de que perdonen mi condena? ¡Yo no he hecho nada malo!

-Nadie de aquí lo ha hecho. Al contrario. Parece que hemos sido “capturados” por nuestro buen comportamiento. – contestó Lidia. – Es como si quisieran ver cómo actuamos ante nuestro inminente destino. No sé. Cuesta comprenderlo. No hay nada así que hayamos visto antes. Tan macabro, tan siniestro…

-Y respecto a tu pregunta, no hay forma de salir vivo. No buscan nuestra suplica. Yo lo veo como una documentación sobre nuestro comportamiento, y cuando uno está en los límites de la vida… ¡zas! Se lo llevan… Y no, te aseguro que de la forma en el que se los llevan no van a dejarles con vida precisamente.

Esto último lo había dicho un chico que se encontraba sentado en la pared que más manchas de sangre seca tenía. Estaba masticando un mendrugo de pan mientras le contaba esta historia a nuestro protagonista. La luz de la minúscula bombilla oscilante del techo le iluminaba completamente la cara. Ese pesimismo correspondía a su aspecto famélico y demacrado. Pero a pesar de ello luchaba por mantenerse lo más fuerte posible. Parecía que llevaba tiempo aquí ya que su ropa le quedaba demasiado ancha como para ser de su talla. A todos les quedaba un poco holgada la ropa, pero lo suyo era extremadamente distintivo. Tal vez fuera el más veterano de los seis de esa prisión. Sin embargo su cara, cuya apariencia le otorgaba una edad de treinta y pocos años, parecía decir lo contrario. Pero quién sabe. Toda rareza quedaba justificada en esta terrorífica cárcel de la muerte.

-Perdón por mi intromisión en vuestra conversación. Normalmente no hablo con nadie de aquí, pero habrá que dejarse de estupideces viendo lo que nos espera. Supongo que el habla es lo único que nos recuerda que somos seres humanos tal y como están las cosas. Mi nombre es Ángel y disculpa la mala memoria de nuestro viejo. Su nombre es Leo. Los otros dos que están en esa esquina juntos son nuestra pareja preferida. Parece que eso de que “hasta que la muerte os separe” se lo han tomado muy en serio. Son Luna y Raimundo y no creo que estén disfrutando mucho de su luna de miel. Ahora mismo duermen para prepararse para su sueño eterno…

Era obvio que a pesar de que fuera bastante negativo, Ángel guardaba dentro de sí un poco de humor, aunque fuera negro. Ángel siguió con las presentaciones.

- Y por último tenemos a…

-SILENCIO. Él sabrá mi nombre cuando yo lo desee. – tras esa interrupción de dirigió al joven con una mirada penetrante. -¿De verdad te has creído todas esas falacias? Primero. Sí hay una posibilidad de salir con vida. Segundo. No es una simple observación lo que nos hacen, no… Es una especie de prueba. Experimentan para ver nuestros límites y si alcanzas lo que ellos quieren conseguirás hacer realidad mi primera premisa. No obtendrás la misma vida que antes pero habrás burlado la muerte.
El hombre se incorporó y se acercó al joven para darle un apretón de mano. Su aspecto dejaba claro que él también era un veterano en esta prisión, quizá más que el viejo. Y eso que aparentaba ser más joven que él; no mucho pero había diferencia. Mientras nuestro protagonista le devolvía el apretón le pregunto cómo era posible que supiese que había una forma de escapar.

-Ese Verdugo del que te han hablado no es uno de ellos. En absoluto. Él también estuvo encerrado aquí. ¿Cómo lo logró? No tenemos ni idea. Hablaba con todos y tenía miedo, nada destacaba en él, al menos no tenía nada raro que pudiesen percibir nuestro ojos. Simplemente un día se abrieron las rejas y una luz cegadora nos empujó contra la pared con tanta brutalidad que todos perdimos la conciencia. No obstante, antes de perder la mía, pude ver que una silueta se lo llevaba. Una semana después volvió a abrirse la reja y regresó el chico. Nuestra alegría al verle con vida desapareció ipso facto cuando observamos que portaba un garfio en su mano derecha. Nos miró a todos y se aproximó al más debilitado. Le noqueó de un puñetazo y le clavó el garfio en el maxilar inferior atravesándolo completamente. Se lo llevó a rastras a la salida… Minutos más tarde sus gritos retumbaron por toda la habitación… Tal vez la forma de vivir es matar. Yo, aun así, paso. No voy a arrebatarle la vida a terceros para lograr cuánto, ¿diez años más de mi repugnante vida? Desisto, sólo espero mi hora… Y bueno, por si quieres saberlo, soy Isaac.

Dicho esto, Isaac se acercó a Luna y la despertó con leves palmadas. Parecía que todos se preparaban ya para la llegada del Verdugo. Todos se limpiaban la cara con su saliva y adoptaban una pose cómoda. Ninguno quería parecer débil para sufrir su sentencia. Mientras el joven seguía atónito sin creerse nada de lo sucedido hasta ahora, Lidia le agarró por la espalda.

-Será mejor que te vayas preparando.

Comenzaron a oírse pasos en las escaleras. Ya estaba cerca… Todos sentaron en las zonas de la prisión más oscuras. En ese momento las sombras les ayudarían a ocultar sus aspectos destrozados. El Verdugo abrió las rejas y caminó hasta el centro de la prisión. Uno a uno fue mirando a todos los presos, como si de un escáner se tratase. Entonces su mirada se quedó fijada en el chico. Este tragó saliva. No era posible que fuera el siguiente con el escaso tiempo que llevaba allí. El Verdugo se acercó lentamente hacia él sin apartar la mirada de su cara. Se agachó y le sujetó con brusquedad la barbilla obligando al chico a mirarle a los ojos.  El Verdugo tenía su cara totalmente cubierta por una capucha. Sin embargo pudo ver perfectamente sus ojos. Sus pupilas estaban muy dilatadas y el poco iris que tenían sus ojos era de un tono grisáceo. El resto del ojo estaba infestado de venas inflamadas. El chico comenzó a sudar imaginándose las cosas macabras que habría allí arriba…

Pero por suerte parecía que el Verdugo solamente quería ver como se encontraba el nuevo “invitado”. Le soltó la barbilla y sacó de su bolsa la ración de comida y bebida y la depositó en el suelo. Sacó un pequeño termo y llenó el cuenco de la sopa con el insípido caldo. Extrajo, por último, la botella de agua y se la lanzó con rabia a Leo en la cabeza haciéndole una minúscula brecha en la frente.

-¡Hijo de puta, tú antes eras de los nuestros! –le gritó Ángel al Verdugo sin levantarse de su sitio.

Craso error… el Verdugo se giró hacia él y desenfundó un puñal que guardaba en su cinturón. En un abrir y cerrar de ojos lo lanzó contra Ángel sin que pudiera hacer nada para esquivarlo. Afortunadamente su intención no era matarle. El puñal se clavó a pocos milímetros de su cabellera. Se aproximó a Ángel y agarró el puñal. Seguidamente lo deslizó suavemente por su rostro provocándole una delgada raja sanguinolenta. Ángel se mantuvo frío y cerró los ojos. El Verdugo guardó su puñal y le escupió en la cara. Tras ello se marchó de la habitación cerrando estrepitosamente las rejas.

Después de unos minutos de silencio, Leo, que aprovechaba el frío de la botella para bajar la inflamación del golpe, se dirigió al joven.

-No te preocupes chaval, suele hacer estos actos prepotentes a menudo. Por cierto, aún no sabemos tu nombre…

-Perdona, es que aún no he asimilado bien la situación… Mi nombre es Pascal y simplemente quiero… –Pascal  se vio interrumpido por un ruido ensordecedor procedente de una especie de sirena -¡¿Qué demonios es eso?!

-Esa es la señal de que ya es de noche –respondió Isaac –y  que debemos dormir. Ya había perdido la noción del tiempo. Al menos nos permiten dormir ocho horas con tranquilidad. Siempre que puedas conciliar el sueño…

Sin que nadie dijera una sola frase más todos se tumbaron e intentaron dormir. Pascal, aún asustado, se acercó a Lidia.

-Tú pareces la más amable de todos. –susurró Pascal. –¿Recuerdas cómo llegaste aquí? Yo no recuerdo nada… sólo sé que me fui a dormir y al día siguiente desperté en un lugar oscuro. Me adormecieron con algún tipo de sustancia y, finalmente, me levanté aquí…

-Debes descansar. Te recuerdo que aquí tenemos que presentar el mejor aspecto posible para sobrevivir. Pero no, no recuerdo cómo llegué aquí. De eso pueden hacer perfectamente un par de semanas. Lo mejor que puedes hacer es acostumbrarte cuanto antes y asimilarlo. El resto ha perdido la esperanza y esperan sentados su hora. Tú, sin embargo, eres como yo, sigues luchando por encontrar un modo de escapar. Aunque te digo, estando totalmente segura, que no hay modo de salir, yo también tengo la fe de que esto cese de alguna forma y podamos volver a nuestras casas. Pero de momento ya sabes, mantente lo más fresco posible y el Verdugo no dictará tu sentencia. Aprovecha estas ocho horas benditas de pura tranquilidad porque, siento tener que decirte esto, mañana habrá uno menos de nosotros siete aquí…

Pascal contuvo sus ganas de llorar y se fue a una de las esquinas de la prisión para acurrucarse e intentar dormir un poco. Estuvo durante cuarenta y cinco minutos aproximadamente tratando de dejar de pensar en todo ello. Pero parecía tarea imposible… Y cuando al fin logró dormirse siguió sin tener esa tranquilidad que pretendía obtener en dicho descanso. Varias pesadillas le estuvieron atosigando toda la noche. En unas se veía muriendo, en otras, perseguido por el Verdugo… no tenía descanso.

En su última pesadilla escuchó demasiados gritos. Fue entonces cuando se despertó. Ya habían pasado las ocho horas y parecía ser que el Verdugo había vuelto y… había sentenciado a uno de ellos.
Los gritos provenían de Luna. Pero no se la estaba llevando a ella, sino a su marido, Raimundo. El resto de los presos estaban, como el día anterior, ocultos en las sombras sin decir nada, siendo espectadores del puro terror. Luna seguía agarrando la mano de Raimundo entre gritos y llantos sin que el Verdugo pudiera separarlos.

-¿Es que nadie piensa ayudarla? Somos siete contra uno. ¡Podríamos contra él! –gritó impotente Pascal.

-No es cierto chico. –respondió Leo –No sé que le han hecho allí arriba, pero no tiene la fuerza de aquel joven escuálido que era antes. Posee la fuerza de una auténtica bestia. No podemos hacer nada por él. Sólo rezar para que no sufra… mucho.

Finalmente el Verdugo dejó de intentar llevárselo sin usar la fuerza y bruta y sacó una pequeña hacha. Todos empezaron a gritar para que Luna huyera, pero sus propios gritos eran más altos que los del resto. Raimundo también quiso evitarlo intentando que le soltara pero todo era inútil… El Verdugo alzó su hacha, cuyo filo brilló con la luz de la habitación, la bajó rápidamente hacia Luna y todo se silenció. Luna dejó de agarrar a Raimundo instantáneamente. Prácticamente porque no tenía con QUÉ agarrar. El Verdugo le había cortado el brazo. Acto seguido soltó a Raimundo y agarró de los pelos a Luna. Golpeó su cabeza contra el suelo una y otra vez hasta dejar una enorme mancha de sangre, mancha la cual se agrandó aún más con la sangre a borbotones que emanaba de su miembro seccionado. No cesaba de estrellar su cabeza contra el suelo hasta que Pascal no aguantó más y se abalanzó contra él. El Verdugo ágilmente interceptó su placaje y lo agarró, lo levantó y lo lanzó en dirección a la cabeza magullada de Luna. Un crujido se oyó por toda la prisión. El propio peso corporal de Pascal parecía haber dado el golpe de gracia al cráneo de Luna…

Tras estos sucesos, el Verdugo volvió a coger a Raimundo y se lo llevó a la salida mientras este no paraba de balbucear al ver que Luna había muerto delante de él de una manera espeluznante. Pascal seguía sin sentido encima de la cabeza de Luna, pero el crujido hablaba por sí solo. Nadie podría haber sobrevivido a eso.

Ante tal panorama, el resto, boquiabiertos y paralizados, solamente podían ver como el Verdugo se llevaba a Raimundo. Cerró la reja y lo arrastró a golpes hacia arriba. Varios segundos después, gritos estremecedores procedentes de Raimundo inundaron toda la habitación. La única pregunta que se hacían los demás era quién sería el siguiente. Aunque acaban de ver que no era necesario ser juzgado por él para morir. ¿Qué muerte sería más dolorosa?