Un
siniestro silencio de apoderó de todos. Ninguno se atrevía a mover los dos
cuerpos pese a que el charco de sangre, que cada vez se expandía más por el
suelo, hablaba por sí solo… Sin embargo al final Isaac consiguió reunir la
fuerza suficiente para acercarse. Con lentitud alargó su brazo y empujó con
suavidad el cuerpo de Pascal. A Isaac le dieron breves arcadas ante tal imagen.
La cabeza de Luna estaba llena de sangre coagulada al igual que su brazo del
cual asomaban tímidamente unos astillados cúbito y radio.
Pero
entre todo ese panorama Isaac se percató de que el Verdugo había olvidado su
hacha en un rincón de la prisión. Una pequeña luz de esperanza brotó en su
corazón. Lentamente fue hacia ella. Todo en vano. Antes de que pudiera ni
siquiera tocarla con la punta de sus dedos, el Verdugo bajó de nuevo a la
prisión. Ante ese indicio de peligro, Isaac, casi de un salto, regresó a su
posición inicial, en aquella pared que servía de escondite para su agotado
rostro.
El
Verdugo, como siempre en su singular mutismo, se quedó varios segundos de pie
en el centro de la prisión para observar a sus presas. Agarró del cuello de la
camiseta a Pascal y lo levantó. Al ver que no reaccionaba lo tiró al suelo y
puso sus dedos índice y corazón en la carótida de Pascal para buscar su pulso.
Afortunadamente parece ser que tenía. Tras ver que él seguía vivo se acercó a
Luna. La sujetó del cuello de la camiseta también y la levantó. De su pequeña
boca salió un hilo de sangre. A partir de aquí hizo lo mismo que con Pascal. No
obstante esta vez no encontró pulso. El Verdugo sonrío y fue en busca de su
hacha.
Isaac, pensando lo peor, intentó llamar su atención con gritos pero el
Verdugo le ignoraba. Este, al ver que no iba a funcionar, optó por hacer lo que
ninguno se atrevió a hacer nunca; Isaac se levantó y se puso entre Luna y el
Verdugo. El Verdugo le miró de arriba abajo sin mover ningún músculo esperando
la respuesta de ese futuro cadáver. Isaac, lleno de furia, le escupió a la
cara. No se creía lo que acaba de hacer, por primera vez alguien le había
plantado cara, y total, ¿para qué? Puso la mano en su cuello y con la que le
quedaba libre alzó el hacha. Parece que se disponía a ejecutar a otro preso a
su manera.
Sin
embargo Isaac se salvó por la campana, o mejor dicho por la alarma. Era
extraño, ya que nunca había sonada a escasas horas de despertarse ellos. Tal
vez alguien quería evitar la muerte prematura de Isaac o la habían activado por
equivocación… Fuera como fuera Isaac se libró de su decapitación pues el
Verdugo, al oírla, rápidamente le soltó y guardó el hacha. Dio un empujón a
Isaac para que volviera a su pared y aprovechando ese momento de aturdimiento
por el impacto se llevó a Luna a rastras. Pero antes de marcharse arriba se
giró y miró por última vez a Isaac, cogió el brazo cortado de Luna y se lo
lanzó a la cara mientras se reía maliciosamente.
Cuando
ya no se escucharon sus pasos Lidia fue a ver cómo se encontraba Pascal
mientras que Ángel socorría a Isaac. A todo esto, Leo solamente volvió a
acostarse acostumbrado ya a la agresividad del visitante.
-¿Te encuentras bien Pascal? –preguntó Lidia
con preocupación.
-Ugh… creo que esa pregunta sobra… ¡Acaban de
usarme como un jodido arma contra alguien que ni conocía! Todo su cerebro… ¡Su
maldito cráneo incrustado en mi costado! ¡Esto es una locura, no quiero morir
de ninguna de estas formas! Si muero… que sea por voluntad propia…
Pascal
metió la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y extrajo un móvil destrozado
tal vez por el golpe contra la calavera de Luna.
-Perfecto –dijo Pascal en con un ojos de
un autentico demente –un trozo de su
carcasa servirá para cortarme la yugular.
Nada
más escuchar esa frase Ángel se giró mirando su mano. Abrió los ojos
sorprendido. Se arrimó rápidamente a Pascal y le quitó bruscamente de la mano
el teléfono.
-¿¡Por qué no has dicho ante que tenías un
móvil!?
-Oh… no te preocupes. No hay cobertura
alguna, ya habría llamado si hubiera, tranquilo.
-¡No es eso! Esas rejas son de hierro, un
material débil frente a los ácidos. ¿Y sabes lo que tiene tu móvil? Una
batería, una auténtica mina de ácido sulfúrico. Si la aplicamos sobre uno de
los barrotes podremos debilitarlo lo suficiente como para romperlo de un fuerte
golpe. Con un barrote bastará, algo bueno tendría que tener la escasez de
comida.
-¿Cómo sabías eso? –preguntó impresionada Lidia.
-Soy… o más bien era profesor de química.
Pero fui expulsado al herir a un alumno de forma involuntaria en un experimento
que realicé un día en el laboratorio…
-Eso me suena –contestó Leo sin levantar la cabeza del suelo
–a mi me pasó algo así con un chico. Iba conduciendo tranquilamente cuando cerca de
un paso de cebra me entraron ganas de estornudar y bueno… al estornudar no pude
ver que un joven ignoró el semáforo en rojo de los peatones y le atropellé. No
tuvo heridas graves pero nunca me lo perdoné, desde entonces no conduzco.
Isaac y
Lidia quedaron atónitos. A ellos también les había ocurrido algo similar. Isaac
había tenido una pelea una noche que bebió más de la cuenta con un chico más
joven que él. Al parecer le dio tal paliza que acabó ingresado en el hospital.
Lidia, por su parte, tuvo un novio que no la trataba demasiado bien y tuvo que
romper con él. Al cabo de varios meses se lo encontró por la calle y presentaba
una figura totalmente digna de un esqueleto. Por lo visto había sufrido una
enorme depresión por la ruptura.
Pascal,
sin embargo, no había estado en algún suceso parecido. No obstante todos
pensaron que tal vez ese factor común era el que les había llevado a tal lugar. Quizás una secta que se tomase al pie de la letra eso de tener un “expediente
totalmente limpio en la vida” les hubiera encerrado allí. Había un considerable
número de preguntas sin responder que acaban de surgir tras esto. Pero no era
momento de debates sobre conspiraciones, ahora que Ángel había encontrado una
posible salida las fuerzas de todo el grupo debían centrarse en tal objetivo:
escapar.
Para
romper la placa de la batería usaron los huesos que sobresalían del brazo perdido
de Luna, seguro que no lo volvería a necesitar. Vertieron el ácido en el cuenco
y le aplicaron un par de gotas de agua para darle un poco de fluidez con el
objetivo de untarlo mejor en el barrote. Pero justo cuando ya se disponían a
untarlo en la reja la alarma volvió a sonar.
-¿Estarán de coña, verdad? –expresó malhumoradamente Ángel.
Fueron
velozmente a las paredes y aguardaron en silencio. Ángel ocultó detrás de él el
cuenco. Leo se despertó y Pascal intentó disimular su dolor lo mejor posible.
El
Verdugo bajó las escaleras con un poco de dificultad. Llevaba algo en los
brazos demasiado grande como para que fuera el saco de comida. Abrió las rejas
y la tenue luz del lugar mostró su carga. Era nada más y nada menos que otra
captura, otra persona a la cual le acababa de llegar parada final en la vida.
Era otro joven, más que Pascal, parecía un adolescente de entre unos catorce o
diecisiete años, totalmente magullado y con un brecha en la ceja izquierda,
solamente calzaba una zapatilla, el pie que quedaba desnudo estaba totalmente
ensangrentado, tal vez de haber intentando escapar de sus captores, ¿quiénes
serían? Estaba claro que el Verdugo solamente era el que los ejecutaba. No. En
todo este acto macabro debía de haber más involucrados.
En
cuanto dejó caer descuidadamente el cuerpo del chico se marchó sin hacer nada
más. Ni se molestó en mirar a Pascal ahora que se había despertado. Tras cesar
de escucharse sus pasos el grupo se acercó al nuevo invitado. Este abrió los
ojos escasos segundos después de ser depositado en ese suelo polvoriento.
-¿Quie…quiénes sois y dónde me encuentro? La
cabeza me da vueltas. ¿Qué ocurre aquí? No recuerdo absolutamente nada.
-Siento decirte esto pero –respondió Lidia sin rodeos –un extraño te ha encerrado aquí y… lo que
ocurre es que cada poco tiempo viene y elige al más demacrado para… darle fin a
su vida.
-No… no… ¡No! ¡No puede ser verdad! ¡Sacadme
de aquí! ¡Socorro, socorro!
Pascal
le dio un guantazo en la cara al chico para que se calmase. Lo que no se podían
permitir ahora es que volviera a bajar el Verdugo por los gritos de alguien.
Pudiera ser que no tuviera la suficiente paciencia y se llevarse a otro más
para satisfacer las molestias causadas.
-Mira chaval –contestó en voz baja Pascal
–ayer mismo yo vine aquí y sí, entiendo
que es difícil de asimilar esto, pero por suerte para ti hemos encontrado una
forma de escapar. Así que mantente calladito, siéntate por allí lejos sin
molestar demasiado y espera hasta que abramos una maldita salida.

Ante lo
contado por Javier, otra pieza del rompecabezas que corroboraba lo de ese factor
común, Leo insistió en que Pascal intentase recordar algo parecido, pero nada…
-Escuchad, –intervino Ángel –lo del ácido va a tardar bastante. Sería
mejor esperar a la siguiente ronda de comida para tener tiempo de sobra. No
quiero arriesgar y que el Verdugo se tope conmigo a mitad de camino hacia la
libertad. No sé… llamadme asustadizo pero no me gustaría recibir un comité de
bienvenida de su estilo.
-Tienes razón. –afirmó Isaac –será mejor esperar. Así los que aún estén cansados podrán dormir un
poco. Tú, Javier, deberías descansar también, supongo que debe dolerte el
cuerpo bastante.
Todos
excepto Ángel e Isaac intentaron cerrar los ojos durante un par de horas. Ángel
no paraba de mirar el cuenco. Lo que tanto repudiaba, los móviles, por sus
emisiones de ondas perjudiciales para el organismo humano, ahora iban a
salvarle posiblemente la vida. Isaac se mantuvo también despierto para estar
alerta ante cualquier sonido de alarma. Hoy, aunque hubiera sido algo fuera de
lo común, había sonado varías veces la alarma en un periodo muy corto de
tiempo. Nada hacía imposible la posibilidad de que volviese a sonar.
Y la
alarma volvió a sonar. Pero en ese momento era normal. Ya habían pasado cinco
horas desde que llegó Javier, ocho horas sin se contaba desde el desayuno,
aunque el término desayuno era poco correcto, siempre era la misma comida, daba
igual que fuera día, tarde o noche.
Javier,
que estaba nervioso, se acurrucó junto a Lidia. Tal vez sería la primera vez
que viera una condena a muerte, todo dependía del Verdugo, aunque hoy parecía
que se había levantado con sed de sangre. Pero tres muertos en un mismo día.
Imposible… ¿o no?
Como de
costumbre, todos en silencio a la par que el Verdugo caminaba con lentitud al
centro de la sala portando el saco de víveres. Y en cuanto tiró los alimentos
empezó a mirar a los prisioneros. Primero se fijo en Lidia y Javier, los que
mejor aspecto tenían. Rápidamente pasó a fijarse en Pascal y después en Ángel.
Sin embargo, cuando llegó el turno de Isaac el Verdugo se quedo observándole
demasiado tiempo del normal...
Todos
comenzaron a asustarse, pero en ese momento, el que más acongojado estaba era
el propio Isaac. No podía creerse que ahora, que quedaban tan solo minutos para
su huida de la muerte, le tocase a él despedirse de la vida. No podía ser
verdad.
Por
desgracia así fue. Todos agacharon con impotencia al ver como el Verdugo se
aproximaba a Isaac. Este, por su parte no gritó ni lloró, solamente cerró los
ojos y suspiro. No opuso resistencia, él mismo se levantó y agarró de la mano
al Verdugo. Al menos el Verdugo, viendo como había aceptado Isaac su destino,
no se comportó con él de una forma tan salvaje como con el resto de
sentenciado.
Pero
todo dio un giro de ciento ochenta grados cuando Pascal, que quería al menos
despedirse de Isaac con una mirada, vio que la reja estaba abierta. El Verdugo
siempre la dejaba abierta pero hasta ahora Pascal no se había percatado. La
sorpresa le hizo olvidar la situación y comenzó a gritar como un loco para
advertir a los demás sobre su descubrimiento. Aunque ninguno de ellos pareció
sorprenderse y el Verdugo ignoró su griterío. Pero como buen novato en este
juego, Javier, también se sorprendió al ver que tenía ante él la puerta hacia
la libertad.
Lidia
hizo lo imposible por evitar que fuera hacia la salida pero no lo consiguió.
Pascal, por su parte, que ya respetaba la experiencia del resto con respecto a
este encarcelamiento, al ver que ninguno exceptuando Javier corrió hacia la
salida, también se quedó quieto intentando, con gritos, que Javier
retrocediera.
Cuando
Javier pasó cerca del Verdugo, este dio un berrido digno de un animal, como si
de un aviso se tratase, y realmente esa era la finalidad del berrido. Nada más
Javier subió unos cuantos escalones, ya fuera del alcance de la vista de los
otros presos, una explosión ensordecedora invadió los oídos de todos. Pocos
segundos tras la explosión trocitos de carne y gotas de sangre rodaron
escaleras abajo impregnándose en el suelo de la prisión cercano a las rejas. La
única parte entera que quedó de Javier fue la cabeza, la cual viró por las
escaleras y llegó a las piernas de Pascal. La cabeza, aún con un aspecto de
sorpresa, tenía los ojos abiertos y parecía que miraban a Pascal.
Isaac,
para liberar un poco de la rabia que tenía dentro de sí al ver que no podía
hacer nada por evitar su inminente muerte, arremetió contra Pascal con unas
frases:
-Mira lo que has logrado. Mucho decirle al
pobre niño que mantuviera la calma y tú a la mínima de cambio te volviste peor
que él. Muchos intentaron huir aprovechando esta situación y todos acabaron
así. Espero que si logras salir con vida nunca olvides esto, asesino. Lo de
Luna fue inevitable, lo de este pobre chico no.
Pascal
no pudo evitar llorar mientras Isaac caminaba gustosamente hacia su muerte. El Verdugo
cerró las rejas y subió junto a él. Por supuesto, minutos más tarde, los gritos
del sentenciado se escucharon en toda la cárcel.
Los
otros tres pasaron por alto todo lo ocurrido y se pusieron manos a la obra con
el plan de escape. Pascal agarró la cabeza de Javier intentando desviar la
vista de sus ojos sin vida y la depositó con cuidado en una esquina. Ángel, con
la voz temblorosa por la escena de la ejecución del chico, cogió con su
trepidante mano la placa de la batería para emplearla como untador. Con ese
material resistente podría soportar la corrosión del ácido lo suficiente para
otorgarles la libertad que todos soñaban.
El ácido
tardó poco en hacer efecto. Mientras esperaban a que el barrote se debilitase
lo suficiente fueron a comer algo para recuperar fuerzas. Las necesitaban para
una huida exitosa.
Cuando
pasaron cuatro horas se dispusieron a comprobar el estado del barrote. Parece
que ya estaba lo suficiente débil. Ahora necesitaban algo contundente para
romperlo. El único que había traído calzado era el difunto Javier, los demás
iban descalzos, por eso todos descartaron las patadas. Pero había algo que
podía servir: el brazo de Lidia. Al cabo de tanto tiempo ya estaba del color de
los difuntos y tan frío como el hielo. La llave exánime de la libertad.
Desgraciadamente los golpes, los cuales hacían demasiado ruido al chocar contra el barrote
de hierro, llamaron la atención de los de arriba, ya que, por enésima vez sonó
la alarma.
Sobresaltados
todos, corrieron a las paredes. Ángel lanzó el brazo lo más alejado posible del
resto para no levantar sospechas y todos volvieron a permanecer quietos
mientras venía el Verdugo.
Esta
vez apareció con unos extraños contenedores metálicos pequeños. Pero pronto
supieron para qué servían. Eran bombas de un gas somnífero, algo nuevo para
evitar más escapes improvistos. Pascal, que fue el que más aguantó sin entrar
en el mundo de los sueños, vio que el Verdugo, además de enseñar a sus presas
su nuevo “artilugio”, también venía para llevarse a Ángel y, para añadir más
infortunios, el brazo que les servía como herramienta. Sin poder ayudarle,
finalmente cerró los ojos y embarcó en una secuencia de horrendas pesadillas.
El
despertar fue angustioso. Ahora no había brazo con el que romper el barrote y
nadie de los tres estaba dispuesto a arriesgar un contacto físico con dicho
barrote para correr el riesgo de sufrir una corrosión de insoportable dolor.
Pero a Pascal, en un momento de lucidez, le vino a la mente algo que podría
servir y que el Verdugo no se había llevado. La última alternativa de este trío
condenado: emplear la cabeza cortada de Javier… Lidia y Leo se negaron a cogerla,
así que tuvo que ser Pascal el ejecutor de la idea.
Evitando
todo lo posible el contacto visual con sus ojos agarró su cabeza por los pelos
y se acercó a la reja. Pascal empezó con unos golpes lentos y débiles. Y
entonces, de repente, como si un vórtice de sadismo le invadiera, en cuanto vio
salir chorros de sangre de sus orificios y de la parte del cuello, cada vez el
tiempo entre cada golpe fue menor y la fuerza de estos mayor. No podía evitarlo,
ver como toda esa sangre impregnaba su cara le gustaba. Tal vez fuera porque su
cerebro, su cordura, no podía aguantar bien toda esta serie de sucesos, tal vez
era la emoción de que cada vez estaban más cerca de la liberta, o tal vez le
gustaba ver sangrar a ese precoz difunto. En ese momento nadie se paró a pensar
en ello, solamente querían salir de ese macabro lugar de una vez por todas.
Y
finalmente el barrote se rompió. Y por suerte el ruido de su caída no alertó a
nadie de los captores. Uno a uno pasaron fácilmente y subieron un par de
escaleras hasta que Lidia paró a los otros dos.
-¿Y si lo que fuera que le hubiera pasado a
Javier al subir las escaleras también nos ocurre a nosotros? –preguntó con
preocupación ella.
-Lo dudo. –respondió Leo – Ese tipo de vigilancia será para cuando
el Verdugo nos visita. Además, si así fuera, prefiero ese tipo de muerte a la
que nos espera si permanecemos en la prisión. Raimundo, Isaac y muchos más
gritaron de un enorme sufrimiento. Javier no sintió apenas dolor. No tenemos
nada que perder.
Los
tres se armaron de valor y siguieron adelante. Justo cuando les quedaba por
pisar el último escalón se detuvieron. Levantaron una pierna y se dispusieron a
pisarlo lentamente mientras cerraban los ojos. Y entonces… nada, no pasó
absolutamente nada. Sus corazones palpitaron extasiados, ya quedaba menos para
oler la dulce libertad. Corrieron por un enorme pasillo y divisaron una puerta
de la que salían algunos rayos de luz. Aún no se lo creían. Comenzaron a sonreír mientras
corrían veloces hacia ese último obstáculo.
Pero
todas sus ilusiones perecieron al instante cuando abrieron esa puerta. Sus
corduras entraron en colapso cuando vieron ese panorama. Llegaron exactamente a una sala totalmente idéntica a la antigua prisión en la que estaban, por no
decir que era la misma. Miraron atrás y ya no había puerta alguna. Pensaron que
era un mal sueño todo, pero los pellizcos demostraron que era la cruel
realidad. Lidia cayó de rodillas, Leo se echó las manos a la cabeza y Pascal
quedó paralizado mirando la nada.
Así
permanecieron hasta que escucharon nuevamente lo pasos del Verdugo. Abrió las
rejas y lanzó un par de bombas somníferas de las de antes. Los tres sospechaban
algo que posiblemente fuera cierto, sus ejecuciones anticipadas por ese intento
de fuga. Lidia cayó la primera ante el gas, seguida no muy de lejos de Leo. Sin
embargo Pascal se extrañó al fijarse de que el gas no le estaba haciendo efecto
alguno de momento. Y entonces ocurrió lo incomprensible.
-No te asombres Pascal. Es normal que no te
hagan efecto. En realidad tú no estás ahí.
Era la
voz del Verdugo la que le estaba hablando. Pascal seguía sin entender nada,
aunque no duró mucho esa confusión cuando el Verdugo se desencapuchó. Su rostro
era igual que el de Pascal.
-Pascal , tú eres el Verdugo. Yo soy tú. ¿Por
qué piensas que todos tenían algo en común menos tú? A ese chico al que todos
dañaron ERAS TÚ. De eso hace tiempo y te vengaste masacrando a todos. Las
víctimas se cuentan por decenas. Cualquier daño, por minúsculo que fuera, lo
guardaste rencorosamente dentro de ti para matar al culpable. Esta es tu mente
Pascal, la coartada ideada por ti para contarla en los tribunales. Ideaste un
personaje asesino para intentar librarte pero nadie se lo tragó en el juicio.
Te digo esto porque estos son tus últimos momentos de vida Pascal. Ahora mismo
te encuentras en la silla eléctrica a punto de ser ejecutado de una forma mucho
mejor que la de todas tus víctimas. Todo esto está producido por tus últimos
recuerdos: el móvil en el que hiciste tu última llamada, la prisión, la comida
que se sirve en esta cárcel… Eres un asesino Pascal y es hora de que mueras
como tal. Dicen que en tus últimos momentos de vida todos nos volvemos buenos,
pero que hayas extraído de ti tu parte homicida y la hayas puesto en este
personaje inventado no quita que sigas siendo un miserable asesino.
Nada
más terminar ese breve monólogo Pascal volvió a la realidad. Estaba atado en la
silla eléctrica al lado de un policía que ya agarraba con la mano el
interruptor.
-¿Tus últimas palabras? –preguntó el
policía.
-Sí… gracias por este delicioso entretenimiento.
Tras
ello, Pascal fue presa de la más letal electricidad emitida por la silla. Su
cerebro se apagó no sin antes rememorar los últimos recuerdos de sus víctimas.
Decapitados, apuñalados, destripados, asfixiados… y su mente lo había convertido
en un juego para él, la mera diversión
de un joven rencoroso que ahora pertenecía al mismo espectáculo mortífero que
él había iniciado.
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