Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 21 de agosto de 2012

Selección natural [2/2]


Un siniestro silencio de apoderó de todos. Ninguno se atrevía a mover los dos cuerpos pese a que el charco de sangre, que cada vez se expandía más por el suelo, hablaba por sí solo… Sin embargo al final Isaac consiguió reunir la fuerza suficiente para acercarse. Con lentitud alargó su brazo y empujó con suavidad el cuerpo de Pascal. A Isaac le dieron breves arcadas ante tal imagen. La cabeza de Luna estaba llena de sangre coagulada al igual que su brazo del cual asomaban tímidamente unos astillados cúbito y radio.

Pero entre todo ese panorama Isaac se percató de que el Verdugo había olvidado su hacha en un rincón de la prisión. Una pequeña luz de esperanza brotó en su corazón. Lentamente fue hacia ella. Todo en vano. Antes de que pudiera ni siquiera tocarla con la punta de sus dedos, el Verdugo bajó de nuevo a la prisión. Ante ese indicio de peligro, Isaac, casi de un salto, regresó a su posición inicial, en aquella pared que servía de escondite para su agotado rostro.

El Verdugo, como siempre en su singular mutismo, se quedó varios segundos de pie en el centro de la prisión para observar a sus presas. Agarró del cuello de la camiseta a Pascal y lo levantó. Al ver que no reaccionaba lo tiró al suelo y puso sus dedos índice y corazón en la carótida de Pascal para buscar su pulso. Afortunadamente parece ser que tenía. Tras ver que él seguía vivo se acercó a Luna. La sujetó del cuello de la camiseta también y la levantó. De su pequeña boca salió un hilo de sangre. A partir de aquí hizo lo mismo que con Pascal. No obstante esta vez no encontró pulso. El Verdugo sonrío y fue en busca de su hacha.

Isaac, pensando lo peor, intentó llamar su atención con gritos pero el Verdugo le ignoraba. Este, al ver que no iba a funcionar, optó por hacer lo que ninguno se atrevió a hacer nunca; Isaac se levantó y se puso entre Luna y el Verdugo. El Verdugo le miró de arriba abajo sin mover ningún músculo esperando la respuesta de ese futuro cadáver. Isaac, lleno de furia, le escupió a la cara. No se creía lo que acaba de hacer, por primera vez alguien le había plantado cara, y total, ¿para qué? Puso la mano en su cuello y con la que le quedaba libre alzó el hacha. Parece que se disponía a ejecutar a otro preso a su manera.

Sin embargo Isaac se salvó por la campana, o mejor dicho por la alarma. Era extraño, ya que nunca había sonada a escasas horas de despertarse ellos. Tal vez alguien quería evitar la muerte prematura de Isaac o la habían activado por equivocación… Fuera como fuera Isaac se libró de su decapitación pues el Verdugo, al oírla, rápidamente le soltó y guardó el hacha. Dio un empujón a Isaac para que volviera a su pared y aprovechando ese momento de aturdimiento por el impacto se llevó a Luna a rastras. Pero antes de marcharse arriba se giró y miró por última vez a Isaac, cogió el brazo cortado de Luna y se lo lanzó a la cara mientras se reía maliciosamente.

Cuando ya no se escucharon sus pasos Lidia fue a ver cómo se encontraba Pascal mientras que Ángel socorría a Isaac. A todo esto, Leo solamente volvió a acostarse acostumbrado ya a la agresividad del visitante.

-¿Te encuentras bien Pascal? –preguntó Lidia con preocupación.

-Ugh… creo que esa pregunta sobra… ¡Acaban de usarme como un jodido arma contra alguien que ni conocía! Todo su cerebro… ¡Su maldito cráneo incrustado en mi costado! ¡Esto es una locura, no quiero morir de ninguna de estas formas! Si muero… que sea por voluntad propia…

Pascal metió la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y extrajo un móvil destrozado tal vez por el golpe contra la calavera de Luna.

-Perfecto –dijo Pascal en con un ojos de un autentico demente –un trozo de su carcasa servirá para cortarme la yugular.

Nada más escuchar esa frase Ángel se giró mirando su mano. Abrió los ojos sorprendido. Se arrimó rápidamente a Pascal y le quitó bruscamente de la mano el teléfono.

-¿¡Por qué no has dicho ante que tenías un móvil!?

-Oh… no te preocupes. No hay cobertura alguna, ya habría llamado si hubiera, tranquilo.

-¡No es eso! Esas rejas son de hierro, un material débil frente a los ácidos. ¿Y sabes lo que tiene tu móvil? Una batería, una auténtica mina de ácido sulfúrico. Si la aplicamos sobre uno de los barrotes podremos debilitarlo lo suficiente como para romperlo de un fuerte golpe. Con un barrote bastará, algo bueno tendría que tener la escasez de comida.

-¿Cómo sabías eso? –preguntó impresionada Lidia.

-Soy… o más bien era profesor de química. Pero fui expulsado al herir a un alumno de forma involuntaria en un experimento que realicé un día en el laboratorio…

-Eso me suena –contestó Leo sin levantar la cabeza del suelo –a mi me pasó algo así con un chico. Iba conduciendo tranquilamente cuando cerca de un paso de cebra me entraron ganas de estornudar y bueno… al estornudar no pude ver que un joven ignoró el semáforo en rojo de los peatones y le atropellé. No tuvo heridas graves pero nunca me lo perdoné, desde entonces no conduzco.

Isaac y Lidia quedaron atónitos. A ellos también les había ocurrido algo similar. Isaac había tenido una pelea una noche que bebió más de la cuenta con un chico más joven que él. Al parecer le dio tal paliza que acabó ingresado en el hospital. Lidia, por su parte, tuvo un novio que no la trataba demasiado bien y tuvo que romper con él. Al cabo de varios meses se lo encontró por la calle y presentaba una figura totalmente digna de un esqueleto. Por lo visto había sufrido una enorme depresión por la ruptura.

Pascal, sin embargo, no había estado en algún suceso parecido. No obstante todos pensaron que tal vez ese factor común era el que les había llevado a tal lugar. Quizás una secta que se tomase al pie de la letra eso de tener un “expediente totalmente limpio en la vida” les hubiera encerrado allí. Había un considerable número de preguntas sin responder que acaban de surgir tras esto. Pero no era momento de debates sobre conspiraciones, ahora que Ángel había encontrado una posible salida las fuerzas de todo el grupo debían centrarse en tal objetivo: escapar.

Para romper la placa de la batería usaron los huesos que sobresalían del brazo perdido de Luna, seguro que no lo volvería a necesitar. Vertieron el ácido en el cuenco y le aplicaron un par de gotas de agua para darle un poco de fluidez con el objetivo de untarlo mejor en el barrote. Pero justo cuando ya se disponían a untarlo en la reja la alarma volvió a sonar.

-¿Estarán de coña, verdad? –expresó malhumoradamente Ángel.

Fueron velozmente a las paredes y aguardaron en silencio. Ángel ocultó detrás de él el cuenco. Leo se despertó y Pascal intentó disimular su dolor lo mejor posible.

El Verdugo bajó las escaleras con un poco de dificultad. Llevaba algo en los brazos demasiado grande como para que fuera el saco de comida. Abrió las rejas y la tenue luz del lugar mostró su carga. Era nada más y nada menos que otra captura, otra persona a la cual le acababa de llegar parada final en la vida. Era otro joven, más que Pascal, parecía un adolescente de entre unos catorce o diecisiete años, totalmente magullado y con un brecha en la ceja izquierda, solamente calzaba una zapatilla, el pie que quedaba desnudo estaba totalmente ensangrentado, tal vez de haber intentando escapar de sus captores, ¿quiénes serían? Estaba claro que el Verdugo solamente era el que los ejecutaba. No. En todo este acto macabro debía de haber más involucrados.

En cuanto dejó caer descuidadamente el cuerpo del chico se marchó sin hacer nada más. Ni se molestó en mirar a Pascal ahora que se había despertado. Tras cesar de escucharse sus pasos el grupo se acercó al nuevo invitado. Este abrió los ojos escasos segundos después de ser depositado en ese suelo polvoriento.

-¿Quie…quiénes sois y dónde me encuentro? La cabeza me da vueltas. ¿Qué ocurre aquí? No recuerdo absolutamente nada.

-Siento decirte esto pero –respondió Lidia sin rodeos –un extraño te ha encerrado aquí y… lo que ocurre es que cada poco tiempo viene y elige al más demacrado para… darle fin a su vida.

-No… no… ¡No! ¡No puede ser verdad! ¡Sacadme de aquí! ¡Socorro, socorro!

Pascal le dio un guantazo en la cara al chico para que se calmase. Lo que no se podían permitir ahora es que volviera a bajar el Verdugo por los gritos de alguien. Pudiera ser que no tuviera la suficiente paciencia y se llevarse a otro más para satisfacer las molestias causadas.

-Mira chaval –contestó en voz baja Pascal –ayer mismo yo vine aquí y sí, entiendo que es difícil de asimilar esto, pero por suerte para ti hemos encontrado una forma de escapar. Así que mantente calladito, siéntate por allí lejos sin molestar demasiado y espera hasta que abramos una maldita salida.

Mientras tanto Leo, que aún le daba vueltas al tema de ese factor común que tenían casi todos, le preguntó al chico sobre algún incidente que hubiera tenido con algún joven que rondase su edad. Afortunadamente, por decir algo, el chico, el cual también dijo su nombre antes de contarlo, Javier, había tenido un amigo en el colegio, pero cuando los dos llegaron al instituto cada uno fue por caminos diferentes. Javier optó por ir por un camino distinto al de estudiar y comenzó a juntarse con una pandilla que había conseguido mala fama allí. Cuando su amigo ya iba a acabar el instituto, Javier seguía en tercero de la E.S.O. y durante todo ese tiempo el otrora su gran amigo ahora era objeto de burla para su pandilla.

Ante lo contado por Javier, otra pieza del rompecabezas que corroboraba lo de ese factor común, Leo insistió en que Pascal intentase recordar algo parecido, pero nada…

-Escuchad, –intervino Ángel –lo del ácido va a tardar bastante. Sería mejor esperar a la siguiente ronda de comida para tener tiempo de sobra. No quiero arriesgar y que el Verdugo se tope conmigo a mitad de camino hacia la libertad. No sé… llamadme asustadizo pero no me gustaría recibir un comité de bienvenida de su estilo.

-Tienes razón. –afirmó Isaac –será mejor esperar. Así los que aún estén cansados podrán dormir un poco. Tú, Javier, deberías descansar también, supongo que debe dolerte el cuerpo bastante.

Todos excepto Ángel e Isaac intentaron cerrar los ojos durante un par de horas. Ángel no paraba de mirar el cuenco. Lo que tanto repudiaba, los móviles, por sus emisiones de ondas perjudiciales para el organismo humano, ahora iban a salvarle posiblemente la vida. Isaac se mantuvo también despierto para estar alerta ante cualquier sonido de alarma. Hoy, aunque hubiera sido algo fuera de lo común, había sonado varías veces la alarma en un periodo muy corto de tiempo. Nada hacía imposible la posibilidad de que volviese a sonar.

Y la alarma volvió a sonar. Pero en ese momento era normal. Ya habían pasado cinco horas desde que llegó Javier, ocho horas sin se contaba desde el desayuno, aunque el término desayuno era poco correcto, siempre era la misma comida, daba igual que fuera día, tarde o noche.

Javier, que estaba nervioso, se acurrucó junto a Lidia. Tal vez sería la primera vez que viera una condena a muerte, todo dependía del Verdugo, aunque hoy parecía que se había levantado con sed de sangre. Pero tres muertos en un mismo día. Imposible… ¿o no?

Como de costumbre, todos en silencio a la par que el Verdugo caminaba con lentitud al centro de la sala portando el saco de víveres. Y en cuanto tiró los alimentos empezó a mirar a los prisioneros. Primero se fijo en Lidia y Javier, los que mejor aspecto tenían. Rápidamente pasó a fijarse en Pascal y después en Ángel. Sin embargo, cuando llegó el turno de Isaac el Verdugo se quedo observándole demasiado tiempo del normal...

Todos comenzaron a asustarse, pero en ese momento, el que más acongojado estaba era el propio Isaac. No podía creerse que ahora, que quedaban tan solo minutos para su huida de la muerte, le tocase a él despedirse de la vida. No podía ser verdad.

Por desgracia así fue. Todos agacharon con impotencia al ver como el Verdugo se aproximaba a Isaac. Este, por su parte no gritó ni lloró, solamente cerró los ojos y suspiro. No opuso resistencia, él mismo se levantó y agarró de la mano al Verdugo. Al menos el Verdugo, viendo como había aceptado Isaac su destino, no se comportó con él de una forma tan salvaje como con el resto de sentenciado.

Pero todo dio un giro de ciento ochenta grados cuando Pascal, que quería al menos despedirse de Isaac con una mirada, vio que la reja estaba abierta. El Verdugo siempre la dejaba abierta pero hasta ahora Pascal no se había percatado. La sorpresa le hizo olvidar la situación y comenzó a gritar como un loco para advertir a los demás sobre su descubrimiento. Aunque ninguno de ellos pareció sorprenderse y el Verdugo ignoró su griterío. Pero como buen novato en este juego, Javier, también se sorprendió al ver que tenía ante él la puerta hacia la libertad.

Lidia hizo lo imposible por evitar que fuera hacia la salida pero no lo consiguió. Pascal, por su parte, que ya respetaba la experiencia del resto con respecto a este encarcelamiento, al ver que ninguno exceptuando Javier corrió hacia la salida, también se quedó quieto intentando, con gritos, que Javier retrocediera.

Cuando Javier pasó cerca del Verdugo, este dio un berrido digno de un animal, como si de un aviso se tratase, y realmente esa era la finalidad del berrido. Nada más Javier subió unos cuantos escalones, ya fuera del alcance de la vista de los otros presos, una explosión ensordecedora invadió los oídos de todos. Pocos segundos tras la explosión trocitos de carne y gotas de sangre rodaron escaleras abajo impregnándose en el suelo de la prisión cercano a las rejas. La única parte entera que quedó de Javier fue la cabeza, la cual viró por las escaleras y llegó a las piernas de Pascal. La cabeza, aún con un aspecto de sorpresa, tenía los ojos abiertos y parecía que miraban a Pascal.

Isaac, para liberar un poco de la rabia que tenía dentro de sí al ver que no podía hacer nada por evitar su inminente muerte, arremetió contra Pascal con unas frases:

-Mira lo que has logrado. Mucho decirle al pobre niño que mantuviera la calma y tú a la mínima de cambio te volviste peor que él. Muchos intentaron huir aprovechando esta situación y todos acabaron así. Espero que si logras salir con vida nunca olvides esto, asesino. Lo de Luna fue inevitable, lo de este pobre chico no.

Pascal no pudo evitar llorar mientras Isaac caminaba gustosamente hacia su muerte. El Verdugo cerró las rejas y subió junto a él. Por supuesto, minutos más tarde, los gritos del sentenciado se escucharon en toda la cárcel.

Los otros tres pasaron por alto todo lo ocurrido y se pusieron manos a la obra con el plan de escape. Pascal agarró la cabeza de Javier intentando desviar la vista de sus ojos sin vida y la depositó con cuidado en una esquina. Ángel, con la voz temblorosa por la escena de la ejecución del chico, cogió con su trepidante mano la placa de la batería para emplearla como untador. Con ese material resistente podría soportar la corrosión del ácido lo suficiente para otorgarles la libertad que todos soñaban.

El ácido tardó poco en hacer efecto. Mientras esperaban a que el barrote se debilitase lo suficiente fueron a comer algo para recuperar fuerzas. Las necesitaban para una huida exitosa.

Cuando pasaron cuatro horas se dispusieron a comprobar el estado del barrote. Parece que ya estaba lo suficiente débil. Ahora necesitaban algo contundente para romperlo. El único que había traído calzado era el difunto Javier, los demás iban descalzos, por eso todos descartaron las patadas. Pero había algo que podía servir: el brazo de Lidia. Al cabo de tanto tiempo ya estaba del color de los difuntos y tan frío como el hielo. La llave exánime de la libertad.

Desgraciadamente los golpes, los cuales hacían demasiado ruido al chocar contra el barrote de hierro, llamaron la atención de los de arriba, ya que, por enésima vez sonó la alarma.

Sobresaltados todos, corrieron a las paredes. Ángel lanzó el brazo lo más alejado posible del resto para no levantar sospechas y todos volvieron a permanecer quietos mientras venía el Verdugo.

Esta vez apareció con unos extraños contenedores metálicos pequeños. Pero pronto supieron para qué servían. Eran bombas de un gas somnífero, algo nuevo para evitar más escapes improvistos. Pascal, que fue el que más aguantó sin entrar en el mundo de los sueños, vio que el Verdugo, además de enseñar a sus presas su nuevo “artilugio”, también venía para llevarse a Ángel y, para añadir más infortunios, el brazo que les servía como herramienta. Sin poder ayudarle, finalmente cerró los ojos y embarcó en una secuencia de horrendas pesadillas.

El despertar fue angustioso. Ahora no había brazo con el que romper el barrote y nadie de los tres estaba dispuesto a arriesgar un contacto físico con dicho barrote para correr el riesgo de sufrir una corrosión de insoportable dolor. Pero a Pascal, en un momento de lucidez, le vino a la mente algo que podría servir y que el Verdugo no se había llevado. La última alternativa de este trío condenado: emplear la cabeza cortada de Javier… Lidia y Leo se negaron a cogerla, así que tuvo que ser Pascal el ejecutor de la idea.

Evitando todo lo posible el contacto visual con sus ojos agarró su cabeza por los pelos y se acercó a la reja. Pascal empezó con unos golpes lentos y débiles. Y entonces, de repente, como si un vórtice de sadismo le invadiera, en cuanto vio salir chorros de sangre de sus orificios y de la parte del cuello, cada vez el tiempo entre cada golpe fue menor y la fuerza de estos mayor. No podía evitarlo, ver como toda esa sangre impregnaba su cara le gustaba. Tal vez fuera porque su cerebro, su cordura, no podía aguantar bien toda esta serie de sucesos, tal vez era la emoción de que cada vez estaban más cerca de la liberta, o tal vez le gustaba ver sangrar a ese precoz difunto. En ese momento nadie se paró a pensar en ello, solamente querían salir de ese macabro lugar de una vez por todas.

Y finalmente el barrote se rompió. Y por suerte el ruido de su caída no alertó a nadie de los captores. Uno a uno pasaron fácilmente y subieron un par de escaleras hasta que Lidia paró a los otros dos.

-¿Y si lo que fuera que le hubiera pasado a Javier al subir las escaleras también nos ocurre a nosotros? –preguntó con preocupación ella.

-Lo dudo. –respondió  Leo – Ese tipo de vigilancia será para cuando el Verdugo nos visita. Además, si así fuera, prefiero ese tipo de muerte a la que nos espera si permanecemos en la prisión. Raimundo, Isaac y muchos más gritaron de un enorme sufrimiento. Javier no sintió apenas dolor. No tenemos nada que perder.

Los tres se armaron de valor y siguieron adelante. Justo cuando les quedaba por pisar el último escalón se detuvieron. Levantaron una pierna y se dispusieron a pisarlo lentamente mientras cerraban los ojos. Y entonces… nada, no pasó absolutamente nada. Sus corazones palpitaron extasiados, ya quedaba menos para oler la dulce libertad. Corrieron por un enorme pasillo y divisaron una puerta de la que salían algunos rayos de luz. Aún no se lo creían. Comenzaron a sonreír mientras corrían veloces hacia ese último obstáculo.

Pero todas sus ilusiones perecieron al instante cuando abrieron esa puerta. Sus corduras entraron en colapso cuando vieron ese panorama. Llegaron exactamente a una sala totalmente idéntica a la antigua prisión en la que estaban, por no decir que era la misma. Miraron atrás y ya no había puerta alguna. Pensaron que era un mal sueño todo, pero los pellizcos demostraron que era la cruel realidad. Lidia cayó de rodillas, Leo se echó las manos a la cabeza y Pascal quedó paralizado mirando la nada.

Así permanecieron hasta que escucharon nuevamente lo pasos del Verdugo. Abrió las rejas y lanzó un par de bombas somníferas de las de antes. Los tres sospechaban algo que posiblemente fuera cierto, sus ejecuciones anticipadas por ese intento de fuga. Lidia cayó la primera ante el gas, seguida no muy de lejos de Leo. Sin embargo Pascal se extrañó al fijarse de que el gas no le estaba haciendo efecto alguno de momento. Y entonces ocurrió lo incomprensible.

-No te asombres Pascal. Es normal que no te hagan efecto. En realidad tú no estás ahí.

Era la voz del Verdugo la que le estaba hablando. Pascal seguía sin entender nada, aunque no duró mucho esa confusión cuando el Verdugo se desencapuchó. Su rostro era igual que el de Pascal.

-Pascal , tú eres el Verdugo. Yo soy tú. ¿Por qué piensas que todos tenían algo en común menos tú? A ese chico al que todos dañaron ERAS TÚ. De eso hace tiempo y te vengaste masacrando a todos. Las víctimas se cuentan por decenas. Cualquier daño, por minúsculo que fuera, lo guardaste rencorosamente dentro de ti para matar al culpable. Esta es tu mente Pascal, la coartada ideada por ti para contarla en los tribunales. Ideaste un personaje asesino para intentar librarte pero nadie se lo tragó en el juicio. Te digo esto porque estos son tus últimos momentos de vida Pascal. Ahora mismo te encuentras en la silla eléctrica a punto de ser ejecutado de una forma mucho mejor que la de todas tus víctimas. Todo esto está producido por tus últimos recuerdos: el móvil en el que hiciste tu última llamada, la prisión, la comida que se sirve en esta cárcel… Eres un asesino Pascal y es hora de que mueras como tal. Dicen que en tus últimos momentos de vida todos nos volvemos buenos, pero que hayas extraído de ti tu parte homicida y la hayas puesto en este personaje inventado no quita que sigas siendo un miserable asesino.

Nada más terminar ese breve monólogo Pascal volvió a la realidad. Estaba atado en la silla eléctrica al lado de un policía que ya agarraba con la mano el interruptor.

-¿Tus últimas palabras? –preguntó el policía.

-Sí… gracias por este delicioso entretenimiento.

Tras ello, Pascal fue presa de la más letal electricidad emitida por la silla. Su cerebro se apagó no sin antes rememorar los últimos recuerdos de sus víctimas. Decapitados, apuñalados, destripados, asfixiados… y su mente lo había convertido en un juego para él,  la mera diversión de un joven rencoroso que ahora pertenecía al mismo espectáculo mortífero que él había iniciado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario