“Pobre…
no sabe lo que le espera”. “Otro más conducido a la desdicha”. “¿Cuántos más
van a traer?”. “¡Socorro, yo no merezco estar aquí!”
Frases
que retumbaban constantemente en la cabeza de nuestro joven protagonista. Aún
la contusión era grave y la luz del lugar le impedía escapar de ese estado
grogui. No obstante sabía que algo iba mal… Rezaba para que todas las imágenes
que eran capaces de captar sus ojos en fugaces parpadeos y las lejanas voces
que recibían sus oídos fueran tan solo un producto de su cerebro… Ojalá fuera
un sueño.
-¿Te encuentras mejor? Hemos estado tratando
tu magulladura y ahora no tiene tan mal aspecto. ¿Tienes sed? ¿Quieres comer
algo?
Era la
voz de una chica. El joven abrió los ojos y pudo observar una imagen borrosa de
su rostro. Parecía bastante joven, quizá más que él incluso. Cuando los ojos le
permitieron ver con más nitidez observó que tenía una tez muy pálida y un pelo
lleno de suciedad. Aunque no solo se encontraba en su pelo. Su vestimenta,
hecha jirones, no estaba precisamente limpia y sus dedos estaban ennegrecidos
con la única distinción de sus nudillos que poseían un color rojizo. Era el
aspecto idéntico al de un presidiario de una cárcel donde los cuidados
brillaban por su ausencia… ¡Cárcel! En cuanto esa idea llegó a su mente el
joven empezó a observar los alrededores. Nada más vislumbró una puerta de rejas
echó a correr hacia ella.
-¿Hola? ¿Hay alguien ahí arriba? Por favor,
no sé que he hecho para acabar encerrado. Quiero llamar a mis padres. ¿Me
escucha alguien? ¡¿Hola?!
-No hay nadie ahí arriba. Solamente bajan
para traernos comida, pero de eso hace ya tres horas. Se habrán marchado. Come
algo, anda. No desearás estar débil cuando vuelva. – dijo la chica.
-¿Cuándo vuelva quién?
-El Verdugo. – respondió la voz de una silueta camuflada
entre las sombras de una de las esquinas de esa prisión. Su voz era ronca,
seguramente de alguien más mayor. Y parece que su respuesta le disgustó a la
chica, pues se giró hacia él con una mirada amenazadora, como si quisiera
impedir que se enterase el joven de la verdad. Sin embargo el viejo continuó. –Así le llamamos por aquí. Cada ocho horas
viene a traernos comida y bebida… Pero eso es lo de menos. También viene a
comprobar nuestro estado. Si descubre que alguno de nosotros ya está para el
arrastre lo agarra y lo prepara para su sentencia. No siempre se lleva a
alguien y muy de vez en cuando trae carne fresca como tú. Dentro de lo que cabe
estás de suerte chico, los nuevos suelen ser los que más duran. Aun así
deberías hacer caso a Lidia y comer algo. Lo peor que puedes hacer en estas
circunstancias es estar débil.
El
chico cayó de rodillas al suelo con las manos en la cabeza. Entre llantos
empezó a gritar que esto no podía estar pasando. En un acto de locura comenzó a
golpearse la cabeza contra el suelo. Inmediatamente Lidia le inmovilizó para
que cesara y le abrazó para consolarle. Una cosa tenía claro el chico: aquel
sitio no era una prisión normal…
Desistió
y aceptó comer y beber un poco. Aunque tampoco había gran cosa. El viejo le dijo
que la comida que les traían nunca variaba aunque aumentase el número de
presos. Afirmó que más de una vez vio a un par de presos pelearse (a veces
hasta la muerte) para aumentar la ración que tocaba a cada uno. Siempre era una
barra de pan, un cuenco pequeño de sopa sin fideos y una botella de un litro.
No daban cubiertos. Y todo eso había que administrarlo en ocho horas entre seis
presos que había actualmente. De momento la ración por persona era buena, pero
el viejo mencionó que una vez hubo hasta veinte presos en esta celda y varias
veces tuvo que permanecer con hambre para que otros más jóvenes comiesen. Eso
sin contar los que robaban la comida a los demás. Concluyó diciendo que a pesar
de estas nefastas circunstancias su temprana edad y el escaso número de presos
podrían alargarle la vida bastante.

-Nadie de aquí lo ha hecho. Al contrario.
Parece que hemos sido “capturados” por nuestro buen comportamiento. – contestó Lidia. – Es como si quisieran ver cómo actuamos
ante nuestro inminente destino. No sé. Cuesta comprenderlo. No hay nada así que
hayamos visto antes. Tan macabro, tan siniestro…
-Y respecto a tu pregunta, no hay forma de
salir vivo. No buscan nuestra suplica. Yo lo veo como una documentación sobre
nuestro comportamiento, y cuando uno está en los límites de la vida… ¡zas! Se
lo llevan… Y no, te aseguro que de la forma en el que se los llevan no van a
dejarles con vida precisamente.
Esto
último lo había dicho un chico que se encontraba sentado en la pared que más
manchas de sangre seca tenía. Estaba masticando un mendrugo de pan mientras le
contaba esta historia a nuestro protagonista. La luz de la minúscula bombilla
oscilante del techo le iluminaba completamente la cara. Ese pesimismo
correspondía a su aspecto famélico y demacrado. Pero a pesar de ello luchaba
por mantenerse lo más fuerte posible. Parecía que llevaba tiempo aquí ya que su
ropa le quedaba demasiado ancha como para ser de su talla. A todos les quedaba
un poco holgada la ropa, pero lo suyo era extremadamente distintivo. Tal vez
fuera el más veterano de los seis de esa prisión. Sin embargo su cara, cuya
apariencia le otorgaba una edad de treinta y pocos años, parecía decir lo
contrario. Pero quién sabe. Toda rareza quedaba justificada en esta terrorífica
cárcel de la muerte.
-Perdón por mi intromisión en vuestra
conversación. Normalmente no hablo con nadie de aquí, pero habrá que dejarse de
estupideces viendo lo que nos espera. Supongo que el habla es lo único que nos
recuerda que somos seres humanos tal y como están las cosas. Mi nombre es Ángel
y disculpa la mala memoria de nuestro viejo. Su nombre es Leo. Los otros dos
que están en esa esquina juntos son nuestra pareja preferida. Parece que eso de
que “hasta que la muerte os separe” se lo han tomado muy en serio. Son Luna y
Raimundo y no creo que estén disfrutando mucho de su luna de miel. Ahora mismo
duermen para prepararse para su sueño eterno…
Era
obvio que a pesar de que fuera bastante negativo, Ángel guardaba dentro de sí
un poco de humor, aunque fuera negro. Ángel siguió con las presentaciones.
- Y por último tenemos a…
-SILENCIO. Él sabrá mi nombre cuando yo lo
desee. – tras
esa interrupción de dirigió al joven con una mirada penetrante. -¿De verdad te has creído todas esas
falacias? Primero. Sí hay una posibilidad de salir con vida. Segundo. No es una
simple observación lo que nos hacen, no… Es una especie de prueba. Experimentan
para ver nuestros límites y si alcanzas lo que ellos quieren conseguirás hacer
realidad mi primera premisa. No obtendrás la misma vida que antes pero habrás
burlado la muerte.
El
hombre se incorporó y se acercó al joven para darle un apretón de mano. Su
aspecto dejaba claro que él también era un veterano en esta prisión, quizá más
que el viejo. Y eso que aparentaba ser más joven que él; no mucho pero había
diferencia. Mientras nuestro protagonista le devolvía el apretón le pregunto
cómo era posible que supiese que había una forma de escapar.
-Ese Verdugo del que te han hablado no es uno
de ellos. En absoluto. Él también estuvo encerrado aquí. ¿Cómo lo logró? No
tenemos ni idea. Hablaba con todos y tenía miedo, nada destacaba en él, al menos
no tenía nada raro que pudiesen percibir nuestro ojos. Simplemente un día se
abrieron las rejas y una luz cegadora nos empujó contra la pared con tanta
brutalidad que todos perdimos la conciencia. No obstante, antes de perder la
mía, pude ver que una silueta se lo llevaba. Una semana después volvió a
abrirse la reja y regresó el chico. Nuestra alegría al verle con vida
desapareció ipso facto cuando observamos que portaba un garfio en su mano
derecha. Nos miró a todos y se aproximó al más debilitado. Le noqueó de un
puñetazo y le clavó el garfio en el maxilar inferior atravesándolo
completamente. Se lo llevó a rastras a la salida… Minutos más tarde sus gritos
retumbaron por toda la habitación… Tal vez la forma de vivir es matar. Yo, aun
así, paso. No voy a arrebatarle la vida a terceros para lograr cuánto, ¿diez
años más de mi repugnante vida? Desisto, sólo espero mi hora… Y bueno, por si
quieres saberlo, soy Isaac.
Dicho
esto, Isaac se acercó a Luna y la despertó con leves palmadas. Parecía que
todos se preparaban ya para la llegada del Verdugo. Todos se limpiaban la cara
con su saliva y adoptaban una pose cómoda. Ninguno quería parecer débil para
sufrir su sentencia. Mientras el joven seguía atónito sin creerse nada de lo
sucedido hasta ahora, Lidia le agarró por la espalda.
-Será mejor que te vayas preparando.
Comenzaron
a oírse pasos en las escaleras. Ya estaba cerca… Todos sentaron en las zonas de
la prisión más oscuras. En ese momento las sombras les ayudarían a ocultar sus
aspectos destrozados. El Verdugo abrió las rejas y caminó hasta el centro de la
prisión. Uno a uno fue mirando a todos los presos, como si de un escáner se
tratase. Entonces su mirada se quedó fijada en el chico. Este tragó saliva. No
era posible que fuera el siguiente con el escaso tiempo que llevaba allí. El
Verdugo se acercó lentamente hacia él sin apartar la mirada de su cara. Se
agachó y le sujetó con brusquedad la barbilla obligando al chico a mirarle a
los ojos. El Verdugo tenía su cara
totalmente cubierta por una capucha. Sin embargo pudo ver perfectamente sus
ojos. Sus pupilas estaban muy dilatadas y el poco iris que tenían sus ojos era
de un tono grisáceo. El resto del ojo estaba infestado de venas inflamadas. El
chico comenzó a sudar imaginándose las cosas macabras que habría allí arriba…
Pero
por suerte parecía que el Verdugo solamente quería ver como se encontraba el
nuevo “invitado”. Le soltó la barbilla y sacó de su bolsa la ración de comida y
bebida y la depositó en el suelo. Sacó un pequeño termo y llenó el cuenco de la
sopa con el insípido caldo. Extrajo, por último, la botella de agua y se la
lanzó con rabia a Leo en la cabeza haciéndole una minúscula brecha en la
frente.
-¡Hijo de puta, tú antes eras de los
nuestros! –le
gritó Ángel al Verdugo sin levantarse de su sitio.

Después
de unos minutos de silencio, Leo, que aprovechaba el frío de la botella para
bajar la inflamación del golpe, se dirigió al joven.
-No te preocupes chaval, suele hacer estos
actos prepotentes a menudo. Por cierto, aún no sabemos tu nombre…
-Perdona, es que aún no he asimilado bien la
situación… Mi nombre es Pascal y simplemente quiero… –Pascal se vio interrumpido por un ruido ensordecedor
procedente de una especie de sirena
-¡¿Qué demonios es eso?!
-Esa es la señal de que ya es de noche –respondió Isaac –y que
debemos dormir. Ya había perdido la noción del tiempo. Al menos nos permiten
dormir ocho horas con tranquilidad. Siempre que puedas conciliar el sueño…
Sin que
nadie dijera una sola frase más todos se tumbaron e intentaron dormir. Pascal,
aún asustado, se acercó a Lidia.
-Tú pareces la más amable de todos. –susurró Pascal. –¿Recuerdas cómo llegaste aquí? Yo no
recuerdo nada… sólo sé que me fui a dormir y al día siguiente desperté en un
lugar oscuro. Me adormecieron con algún tipo de sustancia y, finalmente, me
levanté aquí…
-Debes descansar. Te recuerdo que aquí
tenemos que presentar el mejor aspecto posible para sobrevivir. Pero no, no
recuerdo cómo llegué aquí. De eso pueden hacer perfectamente un par de semanas.
Lo mejor que puedes hacer es acostumbrarte cuanto antes y asimilarlo. El resto
ha perdido la esperanza y esperan sentados su hora. Tú, sin embargo, eres como
yo, sigues luchando por encontrar un modo de escapar. Aunque te digo, estando
totalmente segura, que no hay modo de salir, yo también tengo la fe de que esto
cese de alguna forma y podamos volver a nuestras casas. Pero de momento ya
sabes, mantente lo más fresco posible y el Verdugo no dictará tu sentencia.
Aprovecha estas ocho horas benditas de pura tranquilidad porque, siento tener
que decirte esto, mañana habrá uno menos de nosotros siete aquí…
Pascal
contuvo sus ganas de llorar y se fue a una de las esquinas de la prisión para
acurrucarse e intentar dormir un poco. Estuvo durante cuarenta y cinco minutos
aproximadamente tratando de dejar de pensar en todo ello. Pero parecía tarea
imposible… Y cuando al fin logró dormirse siguió sin tener esa tranquilidad que
pretendía obtener en dicho descanso. Varias pesadillas le estuvieron atosigando
toda la noche. En unas se veía muriendo, en otras, perseguido por el Verdugo…
no tenía descanso.
En su
última pesadilla escuchó demasiados gritos. Fue entonces cuando se despertó. Ya
habían pasado las ocho horas y parecía ser que el Verdugo había vuelto y… había
sentenciado a uno de ellos.
Los
gritos provenían de Luna. Pero no se la estaba llevando a ella, sino a su
marido, Raimundo. El resto de los presos estaban, como el día anterior, ocultos
en las sombras sin decir nada, siendo espectadores del puro terror. Luna seguía
agarrando la mano de Raimundo entre gritos y llantos sin que el Verdugo pudiera
separarlos.
-¿Es que nadie piensa ayudarla? Somos siete
contra uno. ¡Podríamos contra él! –gritó impotente Pascal.
-No es cierto chico. –respondió Leo –No sé que le han hecho allí arriba, pero no
tiene la fuerza de aquel joven escuálido que era antes. Posee la fuerza de una
auténtica bestia. No podemos hacer nada por él. Sólo rezar para que no sufra…
mucho.

Tras
estos sucesos, el Verdugo volvió a coger a Raimundo y se lo llevó a la salida
mientras este no paraba de balbucear al ver que Luna había muerto delante de él
de una manera espeluznante. Pascal seguía sin sentido encima de la cabeza de
Luna, pero el crujido hablaba por sí solo. Nadie podría haber sobrevivido a
eso.
Ante tal panorama, el resto, boquiabiertos y paralizados, solamente podían ver como el Verdugo se llevaba a Raimundo. Cerró la reja y lo arrastró a golpes hacia arriba. Varios segundos después, gritos estremecedores procedentes de Raimundo inundaron toda la habitación. La única pregunta que se hacían los demás era quién sería el siguiente. Aunque acaban de ver que no era necesario ser juzgado por él para morir. ¿Qué muerte sería más dolorosa?
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