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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 11 de agosto de 2012

Selección natural [1/2]


“Pobre… no sabe lo que le espera”. “Otro más conducido a la desdicha”. “¿Cuántos más van a traer?”. “¡Socorro, yo no merezco estar aquí!”

Frases que retumbaban constantemente en la cabeza de nuestro joven protagonista. Aún la contusión era grave y la luz del lugar le impedía escapar de ese estado grogui. No obstante sabía que algo iba mal… Rezaba para que todas las imágenes que eran capaces de captar sus ojos en fugaces parpadeos y las lejanas voces que recibían sus oídos fueran tan solo un producto de su cerebro… Ojalá fuera un sueño.

-¿Te encuentras mejor? Hemos estado tratando tu magulladura y ahora no tiene tan mal aspecto. ¿Tienes sed? ¿Quieres comer algo?

Era la voz de una chica. El joven abrió los ojos y pudo observar una imagen borrosa de su rostro. Parecía bastante joven, quizá más que él incluso. Cuando los ojos le permitieron ver con más nitidez observó que tenía una tez muy pálida y un pelo lleno de suciedad. Aunque no solo se encontraba en su pelo. Su vestimenta, hecha jirones, no estaba precisamente limpia y sus dedos estaban ennegrecidos con la única distinción de sus nudillos que poseían un color rojizo. Era el aspecto idéntico al de un presidiario de una cárcel donde los cuidados brillaban por su ausencia… ¡Cárcel! En cuanto esa idea llegó a su mente el joven empezó a observar los alrededores. Nada más vislumbró una puerta de rejas echó a correr hacia ella.

-¿Hola? ¿Hay alguien ahí arriba? Por favor, no sé que he hecho para acabar encerrado. Quiero llamar a mis padres. ¿Me escucha alguien? ¡¿Hola?!

-No hay nadie ahí arriba. Solamente bajan para traernos comida, pero de eso hace ya tres horas. Se habrán marchado. Come algo, anda. No desearás estar débil cuando vuelva. – dijo la chica.

-¿Cuándo vuelva quién?

-El Verdugo. – respondió la voz de una silueta camuflada entre las sombras de una de las esquinas de esa prisión. Su voz era ronca, seguramente de alguien más mayor. Y parece que su respuesta le disgustó a la chica, pues se giró hacia él con una mirada amenazadora, como si quisiera impedir que se enterase el joven de la verdad. Sin embargo el viejo continuó. –Así le llamamos por aquí. Cada ocho horas viene a traernos comida y bebida… Pero eso es lo de menos. También viene a comprobar nuestro estado. Si descubre que alguno de nosotros ya está para el arrastre lo agarra y lo prepara para su sentencia. No siempre se lleva a alguien y muy de vez en cuando trae carne fresca como tú. Dentro de lo que cabe estás de suerte chico, los nuevos suelen ser los que más duran. Aun así deberías hacer caso a Lidia y comer algo. Lo peor que puedes hacer en estas circunstancias es estar débil.

El chico cayó de rodillas al suelo con las manos en la cabeza. Entre llantos empezó a gritar que esto no podía estar pasando. En un acto de locura comenzó a golpearse la cabeza contra el suelo. Inmediatamente Lidia le inmovilizó para que cesara y le abrazó para consolarle. Una cosa tenía claro el chico: aquel sitio no era una prisión normal…

Desistió y aceptó comer y beber un poco. Aunque tampoco había gran cosa. El viejo le dijo que la comida que les traían nunca variaba aunque aumentase el número de presos. Afirmó que más de una vez vio a un par de presos pelearse (a veces hasta la muerte) para aumentar la ración que tocaba a cada uno. Siempre era una barra de pan, un cuenco pequeño de sopa sin fideos y una botella de un litro. No daban cubiertos. Y todo eso había que administrarlo en ocho horas entre seis presos que había actualmente. De momento la ración por persona era buena, pero el viejo mencionó que una vez hubo hasta veinte presos en esta celda y varias veces tuvo que permanecer con hambre para que otros más jóvenes comiesen. Eso sin contar los que robaban la comida a los demás. Concluyó diciendo que a pesar de estas nefastas circunstancias su temprana edad y el escaso número de presos podrían alargarle la vida bastante.

-Espera un momento… ¿Cómo que alargar mi vida? ¿No hay ninguna forma de salir de aquí vivo? ¿No hay ningún modo de que perdonen mi condena? ¡Yo no he hecho nada malo!

-Nadie de aquí lo ha hecho. Al contrario. Parece que hemos sido “capturados” por nuestro buen comportamiento. – contestó Lidia. – Es como si quisieran ver cómo actuamos ante nuestro inminente destino. No sé. Cuesta comprenderlo. No hay nada así que hayamos visto antes. Tan macabro, tan siniestro…

-Y respecto a tu pregunta, no hay forma de salir vivo. No buscan nuestra suplica. Yo lo veo como una documentación sobre nuestro comportamiento, y cuando uno está en los límites de la vida… ¡zas! Se lo llevan… Y no, te aseguro que de la forma en el que se los llevan no van a dejarles con vida precisamente.

Esto último lo había dicho un chico que se encontraba sentado en la pared que más manchas de sangre seca tenía. Estaba masticando un mendrugo de pan mientras le contaba esta historia a nuestro protagonista. La luz de la minúscula bombilla oscilante del techo le iluminaba completamente la cara. Ese pesimismo correspondía a su aspecto famélico y demacrado. Pero a pesar de ello luchaba por mantenerse lo más fuerte posible. Parecía que llevaba tiempo aquí ya que su ropa le quedaba demasiado ancha como para ser de su talla. A todos les quedaba un poco holgada la ropa, pero lo suyo era extremadamente distintivo. Tal vez fuera el más veterano de los seis de esa prisión. Sin embargo su cara, cuya apariencia le otorgaba una edad de treinta y pocos años, parecía decir lo contrario. Pero quién sabe. Toda rareza quedaba justificada en esta terrorífica cárcel de la muerte.

-Perdón por mi intromisión en vuestra conversación. Normalmente no hablo con nadie de aquí, pero habrá que dejarse de estupideces viendo lo que nos espera. Supongo que el habla es lo único que nos recuerda que somos seres humanos tal y como están las cosas. Mi nombre es Ángel y disculpa la mala memoria de nuestro viejo. Su nombre es Leo. Los otros dos que están en esa esquina juntos son nuestra pareja preferida. Parece que eso de que “hasta que la muerte os separe” se lo han tomado muy en serio. Son Luna y Raimundo y no creo que estén disfrutando mucho de su luna de miel. Ahora mismo duermen para prepararse para su sueño eterno…

Era obvio que a pesar de que fuera bastante negativo, Ángel guardaba dentro de sí un poco de humor, aunque fuera negro. Ángel siguió con las presentaciones.

- Y por último tenemos a…

-SILENCIO. Él sabrá mi nombre cuando yo lo desee. – tras esa interrupción de dirigió al joven con una mirada penetrante. -¿De verdad te has creído todas esas falacias? Primero. Sí hay una posibilidad de salir con vida. Segundo. No es una simple observación lo que nos hacen, no… Es una especie de prueba. Experimentan para ver nuestros límites y si alcanzas lo que ellos quieren conseguirás hacer realidad mi primera premisa. No obtendrás la misma vida que antes pero habrás burlado la muerte.
El hombre se incorporó y se acercó al joven para darle un apretón de mano. Su aspecto dejaba claro que él también era un veterano en esta prisión, quizá más que el viejo. Y eso que aparentaba ser más joven que él; no mucho pero había diferencia. Mientras nuestro protagonista le devolvía el apretón le pregunto cómo era posible que supiese que había una forma de escapar.

-Ese Verdugo del que te han hablado no es uno de ellos. En absoluto. Él también estuvo encerrado aquí. ¿Cómo lo logró? No tenemos ni idea. Hablaba con todos y tenía miedo, nada destacaba en él, al menos no tenía nada raro que pudiesen percibir nuestro ojos. Simplemente un día se abrieron las rejas y una luz cegadora nos empujó contra la pared con tanta brutalidad que todos perdimos la conciencia. No obstante, antes de perder la mía, pude ver que una silueta se lo llevaba. Una semana después volvió a abrirse la reja y regresó el chico. Nuestra alegría al verle con vida desapareció ipso facto cuando observamos que portaba un garfio en su mano derecha. Nos miró a todos y se aproximó al más debilitado. Le noqueó de un puñetazo y le clavó el garfio en el maxilar inferior atravesándolo completamente. Se lo llevó a rastras a la salida… Minutos más tarde sus gritos retumbaron por toda la habitación… Tal vez la forma de vivir es matar. Yo, aun así, paso. No voy a arrebatarle la vida a terceros para lograr cuánto, ¿diez años más de mi repugnante vida? Desisto, sólo espero mi hora… Y bueno, por si quieres saberlo, soy Isaac.

Dicho esto, Isaac se acercó a Luna y la despertó con leves palmadas. Parecía que todos se preparaban ya para la llegada del Verdugo. Todos se limpiaban la cara con su saliva y adoptaban una pose cómoda. Ninguno quería parecer débil para sufrir su sentencia. Mientras el joven seguía atónito sin creerse nada de lo sucedido hasta ahora, Lidia le agarró por la espalda.

-Será mejor que te vayas preparando.

Comenzaron a oírse pasos en las escaleras. Ya estaba cerca… Todos sentaron en las zonas de la prisión más oscuras. En ese momento las sombras les ayudarían a ocultar sus aspectos destrozados. El Verdugo abrió las rejas y caminó hasta el centro de la prisión. Uno a uno fue mirando a todos los presos, como si de un escáner se tratase. Entonces su mirada se quedó fijada en el chico. Este tragó saliva. No era posible que fuera el siguiente con el escaso tiempo que llevaba allí. El Verdugo se acercó lentamente hacia él sin apartar la mirada de su cara. Se agachó y le sujetó con brusquedad la barbilla obligando al chico a mirarle a los ojos.  El Verdugo tenía su cara totalmente cubierta por una capucha. Sin embargo pudo ver perfectamente sus ojos. Sus pupilas estaban muy dilatadas y el poco iris que tenían sus ojos era de un tono grisáceo. El resto del ojo estaba infestado de venas inflamadas. El chico comenzó a sudar imaginándose las cosas macabras que habría allí arriba…

Pero por suerte parecía que el Verdugo solamente quería ver como se encontraba el nuevo “invitado”. Le soltó la barbilla y sacó de su bolsa la ración de comida y bebida y la depositó en el suelo. Sacó un pequeño termo y llenó el cuenco de la sopa con el insípido caldo. Extrajo, por último, la botella de agua y se la lanzó con rabia a Leo en la cabeza haciéndole una minúscula brecha en la frente.

-¡Hijo de puta, tú antes eras de los nuestros! –le gritó Ángel al Verdugo sin levantarse de su sitio.

Craso error… el Verdugo se giró hacia él y desenfundó un puñal que guardaba en su cinturón. En un abrir y cerrar de ojos lo lanzó contra Ángel sin que pudiera hacer nada para esquivarlo. Afortunadamente su intención no era matarle. El puñal se clavó a pocos milímetros de su cabellera. Se aproximó a Ángel y agarró el puñal. Seguidamente lo deslizó suavemente por su rostro provocándole una delgada raja sanguinolenta. Ángel se mantuvo frío y cerró los ojos. El Verdugo guardó su puñal y le escupió en la cara. Tras ello se marchó de la habitación cerrando estrepitosamente las rejas.

Después de unos minutos de silencio, Leo, que aprovechaba el frío de la botella para bajar la inflamación del golpe, se dirigió al joven.

-No te preocupes chaval, suele hacer estos actos prepotentes a menudo. Por cierto, aún no sabemos tu nombre…

-Perdona, es que aún no he asimilado bien la situación… Mi nombre es Pascal y simplemente quiero… –Pascal  se vio interrumpido por un ruido ensordecedor procedente de una especie de sirena -¡¿Qué demonios es eso?!

-Esa es la señal de que ya es de noche –respondió Isaac –y  que debemos dormir. Ya había perdido la noción del tiempo. Al menos nos permiten dormir ocho horas con tranquilidad. Siempre que puedas conciliar el sueño…

Sin que nadie dijera una sola frase más todos se tumbaron e intentaron dormir. Pascal, aún asustado, se acercó a Lidia.

-Tú pareces la más amable de todos. –susurró Pascal. –¿Recuerdas cómo llegaste aquí? Yo no recuerdo nada… sólo sé que me fui a dormir y al día siguiente desperté en un lugar oscuro. Me adormecieron con algún tipo de sustancia y, finalmente, me levanté aquí…

-Debes descansar. Te recuerdo que aquí tenemos que presentar el mejor aspecto posible para sobrevivir. Pero no, no recuerdo cómo llegué aquí. De eso pueden hacer perfectamente un par de semanas. Lo mejor que puedes hacer es acostumbrarte cuanto antes y asimilarlo. El resto ha perdido la esperanza y esperan sentados su hora. Tú, sin embargo, eres como yo, sigues luchando por encontrar un modo de escapar. Aunque te digo, estando totalmente segura, que no hay modo de salir, yo también tengo la fe de que esto cese de alguna forma y podamos volver a nuestras casas. Pero de momento ya sabes, mantente lo más fresco posible y el Verdugo no dictará tu sentencia. Aprovecha estas ocho horas benditas de pura tranquilidad porque, siento tener que decirte esto, mañana habrá uno menos de nosotros siete aquí…

Pascal contuvo sus ganas de llorar y se fue a una de las esquinas de la prisión para acurrucarse e intentar dormir un poco. Estuvo durante cuarenta y cinco minutos aproximadamente tratando de dejar de pensar en todo ello. Pero parecía tarea imposible… Y cuando al fin logró dormirse siguió sin tener esa tranquilidad que pretendía obtener en dicho descanso. Varias pesadillas le estuvieron atosigando toda la noche. En unas se veía muriendo, en otras, perseguido por el Verdugo… no tenía descanso.

En su última pesadilla escuchó demasiados gritos. Fue entonces cuando se despertó. Ya habían pasado las ocho horas y parecía ser que el Verdugo había vuelto y… había sentenciado a uno de ellos.
Los gritos provenían de Luna. Pero no se la estaba llevando a ella, sino a su marido, Raimundo. El resto de los presos estaban, como el día anterior, ocultos en las sombras sin decir nada, siendo espectadores del puro terror. Luna seguía agarrando la mano de Raimundo entre gritos y llantos sin que el Verdugo pudiera separarlos.

-¿Es que nadie piensa ayudarla? Somos siete contra uno. ¡Podríamos contra él! –gritó impotente Pascal.

-No es cierto chico. –respondió Leo –No sé que le han hecho allí arriba, pero no tiene la fuerza de aquel joven escuálido que era antes. Posee la fuerza de una auténtica bestia. No podemos hacer nada por él. Sólo rezar para que no sufra… mucho.

Finalmente el Verdugo dejó de intentar llevárselo sin usar la fuerza y bruta y sacó una pequeña hacha. Todos empezaron a gritar para que Luna huyera, pero sus propios gritos eran más altos que los del resto. Raimundo también quiso evitarlo intentando que le soltara pero todo era inútil… El Verdugo alzó su hacha, cuyo filo brilló con la luz de la habitación, la bajó rápidamente hacia Luna y todo se silenció. Luna dejó de agarrar a Raimundo instantáneamente. Prácticamente porque no tenía con QUÉ agarrar. El Verdugo le había cortado el brazo. Acto seguido soltó a Raimundo y agarró de los pelos a Luna. Golpeó su cabeza contra el suelo una y otra vez hasta dejar una enorme mancha de sangre, mancha la cual se agrandó aún más con la sangre a borbotones que emanaba de su miembro seccionado. No cesaba de estrellar su cabeza contra el suelo hasta que Pascal no aguantó más y se abalanzó contra él. El Verdugo ágilmente interceptó su placaje y lo agarró, lo levantó y lo lanzó en dirección a la cabeza magullada de Luna. Un crujido se oyó por toda la prisión. El propio peso corporal de Pascal parecía haber dado el golpe de gracia al cráneo de Luna…

Tras estos sucesos, el Verdugo volvió a coger a Raimundo y se lo llevó a la salida mientras este no paraba de balbucear al ver que Luna había muerto delante de él de una manera espeluznante. Pascal seguía sin sentido encima de la cabeza de Luna, pero el crujido hablaba por sí solo. Nadie podría haber sobrevivido a eso.

Ante tal panorama, el resto, boquiabiertos y paralizados, solamente podían ver como el Verdugo se llevaba a Raimundo. Cerró la reja y lo arrastró a golpes hacia arriba. Varios segundos después, gritos estremecedores procedentes de Raimundo inundaron toda la habitación. La única pregunta que se hacían los demás era quién sería el siguiente. Aunque acaban de ver que no era necesario ser juzgado por él para morir. ¿Qué muerte sería más dolorosa?

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