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Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 11 de septiembre de 2012

El legado de Tesla

Nick estaba ansioso por llegar a su casa y verificar lo que ponía en la carta que había encontrado en un baúl que contenía algunas pertenencias de su bisabuelo. Curiosamente la carta iba dirigida para él, y en ella se desvelaba la ubicación de un lugar recóndito en su casa donde habían guardados una serie de inventos ocultos a la humanidad... hasta ahora.

La carta especificaba que bajo una alfombra del sótano había una pequeña compuerta que daba entrada a una sala cuyas extensiones eran bastante superiores a las medidas totales de la casa. El joven Nick Tesla no podía ocultar su impaciencia en la última clase del día y varias veces el profesor le llamó la atención por no estar atento. Pero a él no le importaba, sólo pensaba en ese regalo que su bisabuelo, Nikola, le había dejado en aquel lugar, ¿una máquina del tiempo, un teletransportador, un clonador? Cualquier cosa podría aguardar en ese sitio.

Cuando llegó a casa devoró con rapidez la comida que le había preparado su madre y bajó como una rayo al sótano divisando al instante esa alfombra que separaba el gran secreto de Tesla de él. Una gran nube de polvo se levantó al abrir la compuerta que le impidió respirar con normalidad. Segundos después, cuando la humareda se disipó lo suficiente para reducir la densidad de aquella atmósfera invariable durante décadas, Nick observó maravillado lo que se le presentaba ante sus ojos: una gran cantidad de artilugios metálicos invadían aquella habitación oculta, cientos de herramientas desgastadas por sus innumerables usos reposaban en enormes mesas de madera y una gran pizarra llena de fórmulas y garabatos de máquinas arquetípicas culminaba la primera visión del joven de esa cámara de las maravillas.

Una nota yacíaen la mesa más cercana. Nick la cogió y la leyó. Querido bisnieto, si mis cálculos resultan ciertos y la suerte está de mi parte, tú tendrás ahora, en el nuevo milenio, la suficiente edad e inteligencia para usar estas máquinas. En mi época no serían bien vistas. Espero que en tu tiempo el funcionamiento de mis creaciones no haya sido puesto en marcha por nadie para que de verdad sean un regalo extraordinario. No compartas esto con nadie ni les des un uso tan desmesurado que la gente de tu alrededor sospeche. Lo que tienes ante ti son máquinas que funcionan con la energía eléctrica de los propios electrones que se mueven en la atmósfera, así que no debes preocuparte por el gasto energético. Te concedo esto para facilitar tu vida, ya que si todo ha salido según mis intenciones, tú eres el siguiente después de mí que conoce lo suficiente el campo de las ciencias como para darles un buen uso. En cada máquina encontrarás unas breves instrucciones. Y recuerda, no exprimas al máximo las ventajas que te ofrecen, por tu bien.

Depositó la nota en la mesa y su mirada se dirigió de inmediato al aparato más grande que había. Una caja de placas de metal con dos bobinas tesla, una teñida de rojo y otra de azul. Encima de la caja había un mando con dos botones, también uno rojo y otro azul. La breve nota decía que el botón rojo marcaba la posición del que accionaba el botón y el azul mandaba un rayo a la posición marcada con el suficiente voltaje para matar a una persona de constitución media.

Nick no quiso investigar el resto de inventos. Este ya le había encendido la bombilla de las ideas para lograr algo que se le había pasado por la cabeza un par de veces. Hans, un chico de su clase, pedante como nadie, siempre consiguiendo hacer sombra al resto de alumnos. Había cosechado algo de odio en la Facultad. Aunque el comportamiento indiferente de Nick había hecho que Hans no lo considerase un insignificante como el resto, lo suficiente como para que aceptase una invitación a su casa. Sería demasiado fácil.

Como era de esperar, una petición de ayuda a Hans para que le ayudase con unos problemas de física bastaría para avivar su pedantería. Obviamente aceptó y Hans fue con él a su casa. Nick le dijo que tenía una habitación debajo del sótano insonorizada para poder estudiar tranquilo. Al principio Hans se extrañó con la rara localización de su zona de estudio, pero cuando vio aquella sala la chispa de la envidia se le encendió.

-¿Estas cosas las has hecho tú? preguntó Hans –.

-Bueno... creo que no hace falta recordarte mi apellido.

-Sí, ya... entonces no necesitarías ayuda en estos simples problemas de física teórica.

-La verdad es que no. Quería que me ayudases con un nuevo invento que está en fase de pruebas. Quería los consejos de una mente privilegiada como la tuya. Nada peligroso, te lo prometo. Es aquella máquina, sólo tienes que ponerte a la derecha de la bobina roja y esperar a que la encienda.

-¿Qué se supone que hace? dijo Hans desconfiado –.

-Nada. Sólo interactúa con la energía de tu cuerpo y crea una esfera alrededor tuya. Simple estética, pero lo he probado con animales y es divertido. El único inconveniente es que no puede usarlo la persona que enciende la máquina porque entra en contacto con la energía de la misma. Me llevé un buen calambrazo el día que lo intenté. Y quién mejor que tú para disfrutar de este baile eléctrico.

Sus alabanzas terminaron por convencer a Hans y se situó justo donde le indicó Nick. Este, por su lado, no podía creerse que estuviera a su merced con tan inmensa facilidad. Sin dudarlo pulsó el botón azul y un enorme y luminoso rayó salió directo de la bobina azul al corazón de Hans volatilizando en miles de pedazos sangrientos su caja torácica. Durante las pocas centésimas de segundo en las que Hans se percató de su inevitable muerte, Nick pudo ver una mirada en Hans que nunca antes había visto, una mirada de clemencia, de socorro, una mirada de inferioridad.

Nick Tesla se limpió las escasas gotas de sangre que habían manchado su camiseta y barrió los trozos del difunto Hans a la esquina más lejana de la entrada. Fue curiosa la frialdad con la que hizo todo. Ningún remordimiento tras su primer homicidio, parecía que algún engranaje no iba bien dentro de su maquinaria encefálica. Con su sadismo saciado, dedicó el resto de la tarde a ver los demás aparatos que había preparado Nikola para su uso y disfrute. Aunque su nota discrepaba...

Estaba realmente maravillado con todo lo que había encontrado. En total había diez artilugios cuyos funcionamientos no habían sido ingeniados, a excepción de Nikola Tesla, por nadie a día de hoy. Realmente podría decirse que las funcionalidades podrían darle una severa ventaja en lo referido a la tecnología del nuevo milenio.

Y a pesar de que la nota de su bisabuelo era totalmente clara (no abuses de mis inventos) Nick hizo lo que quiso y más de una vez enseñó a los que le rodeaban las cosas que esa desconocida tecnología podía hacer. Cuando tenía que correr en la clase de gimnasia, Nick llevaba un armazón que alteraba con pequeños calambres la energía de sus moléculas para que pudiera desplazarse a la velocidad de la luz a la vez que un pequeño magnetizador imantaba los átomos de Nick para que tras el desplazamiento no perdiera su estructura molecular.

A la hora de hacer un examen, Nick poseía una microplaca eléctrica que recordaba el recorrido neuronal en un tiempo máximo de 48 horas. Con él, Nick sólo tenía que leer el temario y activar la microplaca para recordar fácilmente lo que había leído. Nunca bajó del 9,5 en las notas. Además, cuando la microplaca no lograba hacerle recordar algo importante, poseía un tubo electromagnético que emitía breves rayos en un radio de diez yardas de forma intermitente que lograban colapsar el cerebro de los que lo veían haciendo que se desmayasen durante varios minutos. Así Nick podía mirar lo que otros ponían en sus exámenes.

Intentó ser un poco discreto, ya que tampoco le hacía mucha gracia la idea de que algún señor de Inteligencia Nacional requisara sus aparatos y mucho peor si se los requisaba y le mataba. Eso sí, podría haber sido bastante más discreto porque ya había gente que hablaba de él en la Facultad. La gente pensaba que, al ser estudiante de física, había diseñado en su tiempo libre algún cachivache electromagnético poco importante.

Pero la cosa llegó a más. Con otro pequeño invento era capaz de enviar oleadas incesantes de electricidad que alteraban a las máquinas que lo sufrían. Con este invento consiguió alterar los cajeros para que le dieran la cantidad de dinero que él decidiera. Parece que Nikola Tesla no había tenido en cuenta un factor importante a la hora de dar a su bisnieto tales maravillas como herencia: la erótica del poder. Cientos de ideas se le ocurrían día a día para poner en práctica con ayuda de aquellos útiles artilugios. Y, respecto a la poca gente que llegaba a sospechar demasiado, Nick los conducía a su habitación fingiendo que les iba a prestar la máquina que ellos eligieran. En realidad la única máquina que probarían sería la misma que dio muerte a Hans. A medida que su ambición aumentaba, la montaña de trozos de cuerpos humanos que dejaba en esa esquina de la habitación también. Cada vez se preocupaba menos de intentar que no vieran en acción los inventos, llegando incluso a salir un día por la televisión mientras ponía en marcha un artefacto que modificaba el clima regional provocando duras tempestades.

Con tal riqueza acumulada, optó por dejar de estudiar y se puso a hacer una lista de los alumnos de la Facultad que no eran de su agrado para probar el séptimo invento. Este consistía en un tubo de bronce lleno de minúsculas bobinas conectadas en serie. Un pequeño gancho abría la corriente creando una energía eléctrica que giraba sin parar en el tubo y que iba en aumento. Si se volvía a tirar del gancho para cerrar la corriente, las bobinas lanzaban un rayo a los aparatos eléctricos más cercanos. Al parecer los efectos en los humanos variaban según el tiempo que se dejaba la corriente abierta. Si se mantenía entre uno y cinco segundos, recibían una pequeña descarga que dejaba sin funcionalidad los aparatos diana y daba un breve calambre a la persona. Si se dejaba de seis a diez segundos, las personas perdían la movilidad durante pocos minutos. Y a partir de los diez segundos en adelante morían.

Cada día siguió al terminar las clases a sus objetivos y los fue matando uno a uno. Si no hubieran llevado sus móviles se hubieran salvado, pero ninguno era excepción. A veces Nick se divertía primero con ellos dejándolos inmóviles viendo cómo suplicaban, pero él no entraba en razones y nunca pactaba con ellos.

Era obvio que haciendo esto en la calle podría haberle visto alguien, pero no era problema teniendo un magnífico artilugio que creaba una atmósfera magnetizada alrededor del poseedor que movía las moléculas del aire para crear un reflejo provocando que cualquiera que se encontrara dentro del campo de acción fuera invisible a los ojos de los de afuera. Los transeúntes sólo podían escuchar los gritos de las víctimas, pero no sabían su procedencia.

Nick había alcanzado un nivel de corrupción insoportable, con una sobredosis inimaginable de poder que le había transformado en una pesadilla viviente para cualquier humano que no fuera de su gusto. La sanguinaria vileza de una sed de sangre que iba en aumento podía verse en sus ojos. Cada vez le costaba más comportarse de forma normal sin hacer uso de esa maquinaria de ciencia ficción.

Aún le quedaban dos artefactos por probar, y con cada uno ya tenía algunas macabras ideas en mente. El octavo artilugio era una esfera de hierro en cuyo interior se encontraban dos imanes rotatorios. Cuando la esfera impactaba contra el suelo con la suficiente fuerza, estos imanes comenzaban a girar velozmente magnetizando el ambiente y provocando que cualquier organismo, sin necesidad de poseer algo de metal, quedase imantado y se adhiriera al objeto metálico más cercano. De este invento hizo uso cuando los cajeros de los bancos no podían escupir más dinero. Fue entonces cuando decidió entrar en el banco y asaltar las cajas fuertes. ¿Y cómo se libraba Nick de quedar imantado? Además de la esfera, había unos guantes de espuelas que contrarrestaban, gracias a leves impulsos electromagnéticos, los efectos de dicha esfera. Él sólo tenía que lanzar la bola, esperar a que la gente se imantara a las paredes, y luego alterar los códigos de las cajas fuertes con el alterador eléctrico de Tesla. Y para rematar la faena, después les colapsaba el cerebro para que recordaran con dificultad todo lo sucedido.

Sin embargo Nick sabía que pronto algo iba a ocurrir, algo intuía que iba a poner fin a todos sus actos. Muy en su interior Nick sabía que el camino que había elegido, el que aquellas maquinas le habían facilitado, no era precisamente el que su bisabuelo Nikola pretendía al darle como herencia todos esos inventos. Pero bueno, él nunca lo sabría, llevaba muerto muchos años.

Se tomó una semana de descanso en la que no hizo uso alguno de ningún artilugio, a pesar de todo, algún resquicio de razón quedaba en su mente y sabía que no podía estar continuamente mostrando al resto de la humanidad esos fenómenos inexplicables. Durante esa semana estuvo reflexionando acerca de la nota que dejó Nikola al lado del último invento. No era como las otras notas donde se explicaba la utilidad, el material y el procedimiento de construcción, no. Esta nota no decía nada sobre el invento, lo único que venía escrito en ella era lo siguiente: Este último regalo no es como los otros, fue mi mejor creación y al contrario que el resto de mis inventos este siempre está en funcionamiento, no necesitas encenderlo, tan sólo cuando llegue el momento apropiado verás lo que es capaz de hacer.

¿Cuándo llegaría ese momento? Era la pregunta que rondó la cabeza de Nick durante esos siete días. Al final optó por olvidar toda esa avalancha de incógnitas y seguir disfrutando de sus otros nueve artefactos.

Pasaron varios meses y ese estilo de vida violento fue decreciendo en Nick, se estaba cansando y cada vez tenía menos motivos y personas por los que comportarse de esa forma tan sañosa. Decidió usar todo el dinero para vivir lujosamente sin necesidad alguna de trabajar. Consiguió una casa la cual tenía una habitación lo suficientemente grande como para guardar allí los diez inventos de Tesla. Y allí vivió tranquilamente dejando en el olvido ese pasado sombrío que no obstante nunca podría arrancar de su interior.

Pero un día una carta de la oficina de correos llegó a su buzón. El mensaje de la carta decía que un paquete debía ser entregado a él justamente en esa fecha. Nick, extrañado, se dirigió lo más rápido que pudo al lugar para reclamar dicho paquete. Justo cuando se lo entregaron un calambre le recorrió toda la espina dorsal destrozando la microplaca de memoria. No le dio mucha importancia, ahora que había abandonado los estudios ese chisme era de poca utilidad. No quiso abrir el paquete hasta llegar a casa, quizá fuera otro invento de Nikola Tesla, ya que databa del año 1903 y se había especificado que se guardase hasta este día para entregárselo a su bisnieto. Se dirigió a un callejón oculto a los ojos de los peatones y activó su chaleco de velocidad.

Sin embargo algo pasó con el funcionamiento del chaleco que hizo que llegase a su casa de mala manera. El magnetizador no había mantenido sus moléculas pegadas lo suficientemente bien para resistir la velocidad de la luz y una pierna salió despedida cuando llegó a su destino. No sintió dolor alguno pues realmente no había recibido ningún corte, pero cuando vio su pierna derecha volando a través del recibidor de su casa se dio cuenta de que si no paraba la hemorragia rápido iba a morir desangrado allí mismo.

Se arrastró a la cocina y agarró varios trapos, se hizo un torniquete en la zona del cuádriceps y espolvoreó sal en un segundo trapo para seguidamente colocarlo en la región cortada de la pierna. Sabía que esto iba a doler, pero ahora mismo la única forma de mantenerse con vida era reduciendo lo máximo posible esa hemorragia.

Cuando observó que la salida de sangre se había reducido considerablemente, se dirigió como pudo al salón para llamar a una ambulancia. Y entonces fue cuando percibió unos destellos eléctricos en la caja. La curiosidad pudo con él y fue hacia ella en vez de hacia el teléfono. Arrancó el papel que la envolvía y cayó al suelo otra nota: No abras esto en un lugar que no sea cercano a mi décimo invento. Sí querido bisnieto, llegó el momento.

La caja misteriosa tenía otra capa de papel de envolver aún más desgastada que la otra. No perdió ningún segundo en distinguir las prioridades del momento. La curiosidad era un buen anestésico. Se incorporó con dificultad y “caminó” a la habitación donde estaban todos los artilugios. Con gran molestia en la pierna alcanzó el décimo invento de su bisabuelo y depositó la caja en la mesa. Esta vez arrancó el papel con más lentitud y cuidado. Lo que tenía delante suya era un cubo de hierro totalmente liso, sin botones ni bobinas tesla ni nada.

Nick no sabía qué debía ocurrir ahora. Impaciente, dio varios golpes bruscos a la caja, entonces de repente la caja vibró y segundos después emitió otra vez esos destellos. Los destellos cada vez eran más fuertes, tanto que uno de ellos empujó un par de metros atrás a Nick. Cuando estos empezaron a impactar repetidamente en el décimo invento, la caja comenzó a levitar y a brillar con la fuerza de una estrella. Nick, cegado y asustado, se arrastró a la puerta para huir. Quizá el décimo invento era una bomba electromagnética y su bisabuelo había tachado esa información.

Mientras le daba la espalda al invento, lo que Nick no pudo ver es que la caja se estaba abriendo a la par que los destellos iban tomando la forma de algo. Las seis placas que formaban la caja finalmente cayeron y los destellos eléctricos siguieron bailando en torno a ese gigantesco paralelepípedo metálico del que se erguía en la parte superior una gran bobina tesla.

Repentinamente, en el momento en el que Nick ya alcanzaba con sus manos el marco de la puerta, los destellos cesaron y una pared lateral del invento se abrió. Con todo ese silencio Nick no pudo evitar girarse para mirar. Lo que vio en ese contenedor le horrorizó. Era el cadáver putrefacto de su bisabuelo. Apenas tenía carne y músculo, era casi en su totalidad hueso y ropa rasgada.

Justo entonces la bobina tesla se encendió y lanzó un rayo enorme en dirección al pecho de Nikola. Este comenzó a convulsionar al recibir tal descarga. Pequeños rayos brotaron de su cuerpo reanimando todo su sistema nervioso. Y Nikola abrió los ojos buscando a su resucitador, Nick, el cual se encontraba paralizado por el miedo.

-No te asustes, hijo, ante ti tienes la mejor máquina que la humanidad haya podido inventar nunca. Con ella los muertos pueden volver a la vida.

-Y... la caja... ¿qué hacía la caja?

-Me disgusta que preguntes eso después de lo ligados que hemos estado...

-¿Qué... qué quieres decir? dijo Nick petrificado por el horror –.

-Todos esos rayos, toda esa electricidad... ¿no te resultó raro lo de “energía infinita”? La energía la proporcionaba MI ESENCIA. Debo confesarlo, te engañé, diseñé otro artefacto más que oculté a la humanidad. Con él pude enlazar mi verdadero ser con la naturaleza, con la electricidad... Todos y cada uno de estos inventos funcionaban gracias a mí, yo estuve presente cada vez que los usabas y lo vi todo. Mi cuerpo murió tiempo atrás pero mi energía siguió viva en el aire... eterna en un fluir incesante. Esa caja sólo contenía imanes, simples imanes que jugaron con tus ojos. Te engañé para que acercaras la caja lo suficiente al resucitador para que el magnetismo pusiera en funcionamiento la vía que necesitaba para que mi esencia eléctrica regresara a mis nervios. Y ahora estoy aquí otra vez, de forma corpórea.

-No... esto no puede ser, eres una aberración, tengo que matarte, nadie puede saber todo lo ocurrido, aunque seas tú, nada ni nadie debe poner en peligro MIS instrumentos.

-¿Tus instrumentos? Puse toda mi fe en ti y te has comportado de una forma deleznable. Adelante, intenta matarme, la electricidad no podrá hacerme nada, solamente darme más fuerza.

-La electricidad puede que no, pero el metal sí.

De un impulso Nick saltó hacia él empuñando un afilado trozo de metal roto clavándoselo en el mediastino. Nikola, viendo su inepta reacción, no pudo contener la risa.

-He de recordarte que mi esencia permaneció muchos años en armonía con las tormentas. No tengo la débil carcasa de carne que tenía antes. Los objetos materiales no me hacen nada, tus ataques no me hieren...

Nick observó su pecho y se dio cuenta de que no había herida alguna, se había cicatrizado instantáneamente mientras alrededor emanaban pequeños rayos. Nikola había conseguido fusionarse con su materia de estudio. Ahora la electricidad y él eran uno sólo. Nick no sabía qué hacer excepto llorar de desesperación.

-Tus lágrimas no van a perdonar todos tus actos. Siento que esto haya tenido que terminar así, quizá si hubieras tomado otro camino algo más concienzudo no estaría ahora vivo de nuevo.

Nikola apuntó con el brazo a su bisnieto mientras se despedía de él. Nick sabía que si no huía rápido de allí moriría, pero le fue imposible ya que Nikola le había imantado contra el suelo por culpa del chaleco que llevaba. De su brazo salieron varios rayos que saltaron hacia su dedo índice fusionándose en una bola eléctrica cuyo tamaño iba en aumento. Cuando el tamaño era el de una pelota, un rayo enorme impactó contra la cabeza de Nick volatilizándola por completo y haciendo que el resto del cuerpo por culpa del enorme golpe fuera irónicamente a parar a la montaña de restos humanos que había amontonado el chico.

Nikola salió de la habitación y se miró en el espejo. Se limpió la suciedad de la ropa y abrió la puerta principal de la casa. Fuera había comenzado a llover. Parecía que se avecinaba una tormenta.

-Edison consiguió que muchos me olvidasen... creo que ya es hora de que mi nombre vuelva a ser recordado... sangre por sangre.

Y, en medio de la tormenta, Nikola se desvaneció.


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