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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 4 de septiembre de 2012

Antropofobia


El sujeto se mostraba completamente paralizado ante la expectativa mirada de aquellos que le vigilaban a través del espejo semiplateado, aquellos que se hacían llamar investigadores científicos, apuntando en sus pequeñas libretas cualquier indicio de actividad cinética de su juguete de experimentos. Tal vez la imagen que se presentaba en estos instantes pudiera inclinar la balanza a favor del encarcelado, no obstante, siempre es necesario profundizar en los asuntos para poder dictar un juicio con absoluta seguridad…

Hace poco menos de un año llegó a duras penas arrastrándose a la periferia del laboratorio este hombre, vestido en unos harapos rasgados y sucios como si hubiera estado días y días errando por estos territorios. Al principio estos científicos le acogieron gustosamente esperando que repusiera fuerzas para retomar el rumbo o llamar a algún conocido para que le recogiese. Pero todo cambió cuando vieron que tenía una desmesurada atracción por la soledad y de hecho llegaron a sospechar que no sabía hablar. No mostraba ni los gestos de los animales, simplemente se quedaba quieto y obedecía.

Los científicos esperaron varios meses para ver si alguien venía a buscarle o veían en las noticias algún informe de desaparición. Nada. Cuando entonces se percataron de que ese hombre era una desconocido para la humanidad y una verdadera incógnita para la investigación optaron por indagar en su misteriosa estaticidad.

A partir de aquí, ya que obviamente tampoco colaboraba en decir su nombre, fue bautizado como Sujeto α, aunque más tarde pasó a llamarse directamente Alpha. Él mismo eligió vivir en una sala de observación en vez de una habitación como el resto de residentes de allí. Por supuesto los científicos no se negaron ya que esto facilitaría mucho el moverle todas las mañanas a las salas. Casi no comía ni bebía y a pesar de ello parecía que su cuerpo no sufría las consecuencias de la desnutrición para nada. Desde luego era un humano digno de ser investigado.

Día a día Alpha fue sometido a una serie de pruebas estándar, las pruebas típicas que se les hacían a todos los animales del laboratorio para sus documentos de investigación. Las pruebas las pasó exitosamente y entonces comenzaron a someterle a otras pruebas más específicas para los seres humanos. Los resultados fueron más que asombrosos. Al parecer su inteligencia sobrepasaba con creces la media global e incluso logró resolver algunos enigmas que los propios científicos del laboratorio no eran capaces de solucionar.

Integrales complejas, acertijos antiguos, símbolos incomprensibles, lenguas muertas imposibles de traducir, cualquier tipo de problema era solventado por su particular cerebro en pocos segundos. ¿Podría ser que estuvieran ante el siguiente eslabón del hombre? ¿Sería un extraterrestre con un cuerpo humanoide? La propia incógnita de qué era había empequeñecido frente a la cuestión de cuáles eran sus límites psíquicos. Desde luego no podían informar a nadie más sobre ello… a excepción de un investigador conocido por sus exitosos estudios con cientos de especies que eran totalmente desconocidas antes de que él indagase en sus hábitats. Se llamaba Alex.

Tardó semanas en llegar al lugar, realmente estaba oculto de cualquier coordenada que figurase en el mapa. Y nada más tener la primera toma de contacto con Alpha se fascinó, con sólo ver sus pupilas totalmente contraídas y su iris verde pálido ya supo que sería todo un desafío encontrar un diagnóstico que se mantuviera en los márgenes de la lógica humana.

Para conocer más a su sujeto decidió pasar con él la primera noche. Ninguno discrepó ante su decisión pero uno de ellos optó por ir a vigilar de vez en cuando la sala para ver el comportamiento de Alpha al tener un “compañero de piso”. En su tercer paseo este observó una oscuridad demasiado abundante dentro de la sala y decidió entrar no sin antes agarrar una pequeña linterna. Abrió la puerta despacio y entró con sigilo. Cuando estaba a escasos centímetros de la puerta agudizó la vista para intentar distinguir algunas siluetas y ciertamente pudo diferenciar algo en medio de toda la sala umbría. Sin embargo no tuvo el valor de aproximarse y encendió la linterna enfocando a ese perfil oscuro. Era el cuerpo de Alex durmiendo… pero eso no fue lo que impactó al científico… al lado de Alex permanecía inamovible en una silla Alpha mostrando una sonrisa de oreja a oreja digna de cualquier desquiciado. Al mirar su espeluznante rostro pudo ver como Alpha tenía sus desalmados ojos clavados en el desafortunado científico. Este, del susto, pulsó sin querer el interruptor de la linterna y la apagó. Con torpeza consiguió volver a encenderla y entonces vio el horror. No sabía cómo lo había hecho sin hacer ruido alguno pero Alpha estaba justamente en frente suya, rostro con rostro y con la misma sonrisa maliciosa. No le dio tiempo alguno a recapacitar cuando se abalanzó sobre él la fatalidad materializada… Un aullido aterrador retumbó en todo el laboratorio y curiosamente Alex pareció no haberlo escuchado, seguía durmiendo plácidamente en la sala que ahora acababa de convertirse en la cripta de esa alma desdichada.

A la mañana siguiente todos fueron corriendo a ver si Alex había presenciado algo que abriese un nuevo camino en la investigación sobre Alpha, pero nada, ni siquiera sabía el origen de aquel extraño ruido de madrugada. Y lo más curioso es que no había rastro alguno de aquel científico incauto, ni sangre, ni carne, ni entrañas, nada… Se había desvanecido de tal forma que todos pensaron que se había marchado a casa, aunque los que tenían contacto telefónico con él no recibían respuesta alguna. Aunque nadie agravó demasiado tal suceso a causa de las nuevas posibilidades con respecto a Alpha. Pudiera ser que el primer día Alex no hubiera obtenido avance alguno en su estudio, pero eso no suprimía la oportunidad de que más adelante su estudio viera una luz.

Alex se pasó todo el día mirándole a través del espejo semiplateado. Algo que no le había contado al resto de investigadores es que durante su letargo dentro de la sala notó una sensación no incómoda pero sí algo extraña. Optó, entonces, por seguir sus estudios un poco más lejos del individuo en cuestión, había que tomar preocupaciones, cualquier error podría poner en peligro todo el trabajo de investigación. Y, al igual que su objeto de estudio, él tampoco comió durante todo el día, y en lo que se refería a la hidratación, poco, un vaso de agua y ya está. Algo le llamaba demasiado la atención de ese humano, era como si no pudiera dejar de observarle, algo en su cabeza le decía que no podía perderse ningún segundo sin mirarle, que podría en un momento realizar algo increíble que pusiera un punto de partida en todo el trabajo. ¿Pero cuándo?

Pasaron días y Alpha no hacía nada fuera de lo normal y a pesar de ello Alex seguía sin cesar de observarle. Había perdido mucho peso y tenía unas oscuras ojeras que ocupaban gran parte de la zona circundante a los globos oculares. Se mantenía solo a base de agua, un vaso o dos al día bebía y nada más. A veces, algunos científicos del laboratorio le proponían una sustitución mientras él comía algo, pero les respondía con un malhumorado no. A veces cuando se le pasaba por la cabeza el desistir, de repente Alpha, como si lo supiera, hacía algún movimiento brusco o clavaba la mirada en el espejo coincidiendo siempre sus ojos con los de Alex como si pudiera ver a través del espejo. Tras esas, no muy fuera de lo común, acciones de Alpha, la idea de rendirse de Alex se esfumaba de su cabeza.

Día a día, hora a hora, minuto a minuto, el cuerpo de Alex gritaba con agobio ayuda, una ayuda que él mismo se negaba a darle. Estaba destrozando su cuerpo y poco le quedaba ya para morir de inanición y a pesar de todo, él seguía pegado al espejo mirando cada acción suya, cada respiración, cada pestañeo, cada paso que daba Alpha él lo veía sin poder evitarlo. Era como una auténtica hipnosis.

Pasaron tres semanas y a Alex ya se le podían ver los vasos sanguíneos a través de la piel y también se le marcaban todos los huesos, era un esqueleto andante. Al menos el resto de investigadores consiguió diluir algunas pastillas nutritivas insípidas en los vasos de agua que le traían para mantenerlo con vida, con poca vida pero lo suficiente para evitar una muerte inminente.

Una noche, cuando se cumplía un año de la llegada de Alpha al laboratorio, el sujeto se levantó por la noche y logró abrir la puerta rompiendo hábilmente el cerrojo. Caminó sin hacer ruido apenas hasta la sala de al lado donde dormía Alex. Con la misma destreza que antes, rompió el cerrojo y entró. Paso a paso, con lentitud, se fue acercando a Alex mostrando la misma sonrisa que le enseñó a su anterior víctima. Cuando estaba junto a Alex se agachó y le giró para observar su cara. Una vez esto, y sin hacer absolutamente nada más, regresó a su sala y se echó a dormir.

Esa misma noche, en el mundo de los sueños, Alex no paraba de soñar con cosas terroríficas, pesadillas horripilantes que le hacían sudar y entumecerse de dolor y sin embargo no podía lograr despertarse para evitarlas. ¿Qué le ocurría? ¿Sería todo obra de la enorme desnutrición que estaba sufriendo o sería algo más… paranormal?

Al despertarse a las diez de la mañana parecía que Alex esta vez no recordaba ninguna de esa serie de pesadillas que había tenido esa noche, pero sabía que algo raro había sucedido y lo primero que se le pasó por la cabeza fue reducir sus horas de sueño para prestar más atención a Alpha. Su cuerpo ya no podía resistir más, iba a haber un momento en el que su cuerpo le obligase a parar sí o sí y si ese día llegaba ya podía despedirse de la investigación para siempre...

Y empezaron los vómitos de sangre y las punzadas en el abdomen. El cuerpo de Alex se estaba consumiendo a sí mismo. En su estado, el resto de investigadores tuvo que tomar la decisión de sedarle e inmovilizarle en una cama hasta restaurar su cuerpo introduciéndole nutrientes por vía intravenosa, no había otro remedio que obligarle. Y así fue como ese día a las dos de la tarde irrumpieron en la sala y se lo llevaron por la fuerza con una inesperada dificultad. Alex había quedado trastornado por la falta de alimento en su cuerpo y había comenzado a comportarse como un animal. Hicieron falta cinco hombres para inmovilizarle y a pesar de ello Alex consiguió arrancarle un ojo a uno y arañarle la cara a otro. Sufría convulsiones y no paraba de lanzar berridos a diestro y siniestro. Algo ocurría, no eran los síntomas comunes en un desnutrido, había otro factor que causaba todo ese comportamiento.

Al final lograron reducirle completamente y lo anestesiaron. Para cuando Alex despertó ya le habían metido la vía en el brazo y se encontraba en una camilla con las muñecas y los tobillos atados. Lo gritos de rabia alarmaron a los dos investigadores que hacían guarda en la puerta de su habitación. Estos dos entraron y miraron la bolsa de suero, estaba vacía, era necesario traer otra. Uno fue en busca de suero y el otro, menos afortunado, se quedó lo más lejos posible de Alex dentro de la habitación. Alex le miraba como una bestia salvaje encerrada en una jaula, lleno de furia e impotencia. Mostraba los dientes como un cánido y daba mordiscos al aire que a veces cortaban sus labios. Su boca, llena de su propia sangre, pedía a gritos, y nunca mejor dicho, probar un bocado de aquel joven asustado.

Al ver que su rabia aumentaba más y más decidió suministrarle una dosis de anestesia. Cogió una jeringuilla del mueble y se acercó con precaución al brazo de Alex. Pero la fatalidad fue súbita cuando vio que el grillete estaba suelto, el chico no tuvo tiempo para reaccionar cuando el brazo de Alex se dirigió veloz a su cuello. Alex apretó sin compasión obstruyéndole cualquier paso de aire, mas su intención no era asfixiarle, siguió apretando hasta que hundió sus dedos en la carne del futuro cadáver. Cuando ya lo tenía agonizando dio un tirón y cayó en la cama. Golpeó entonces su cuello contra el hierro de la camilla con tanta fuerza que tras pocos impactos el cuerpo del joven investigador se separó en su totalidad de su cabeza. Una última hondonada de aire emanó de su tráquea cortada a la par que litros de sangre se esparcían por el blanco suelo de mármol de la habitación otorgando a dicha sala un color un poco más “vivo”.

No pasó mucho tiempo después cuando llegó el otro con la bolsa de suero nueva, la cual se desprendió de sus manos nada más ver tal asoladora imagen. Y, para aun más desgracia, Alex estaba mordisqueando el último grillete que le aprisionaba en esa cama de hospital. Tampoco tuvo tiempo para huir. Alex ya se había abalanzado a la cara de su segunda víctima arrancándole todos y cada uno de sus músculos faciales dejando tras de sí una rojiza calavera.

Ahora la bestia estaba suelta, ¿qué haría ahora? ¿Buscar nuevas víctimas? ¿Escapar de aquel laboratorio? Para nada, volvió a comportarse como cualquier otro humano ajeno a su naturaleza animal y regresó a la sala de observación de Alpha. Se limpió la sangre con una toalla y siguió viendo con la misma curiosidad con la que vino el primer día a Alpha. Este miró al espejo otra vez como si pudiera verle y mostró su apabullante sonrisa. Alex, por su lado, al ver sus amarillentos dientes, decidió devolverle una sonrisa del mismo calibre. Y con esa mueca facial permanecieron ambos hasta que un científico entró en la sala con aire preocupante. Le preguntó a Alex qué había sucedido y este, muy tranquilo, le respondió que ya se encontraba mejor y quería seguir con su investigación. El otro, aliviado, asintió y cerró la puerta dejándole con su nuevo amigo. Para añadir un toque más misterioso a todo, hace falta decir que los dos muertos desaparecieron sin dejar rastro alguno, tal y como lo hizo la víctima de Alpha.

Aún quedaban seis investigadores más en ese laboratorio, excluyendo a Alex y Alpha. Ninguno de ellos volvió a preocuparse por el estado de Alex porque al parecer volvió a comer con normalidad y recuperó un peso aceptable en escasos días. Aunque lo que no podían quitarse de la cabeza era la razón de su enfermizo interés por el Sujeto α ni las desapariciones repentinas de sus tres compañeros. Eso sí, tenían que admitir que ahora lo observaba menos tiempo, tal vez fuera por la poca información importante que recogía cada día del individuo. En general, parecía que todo se había calmado, incluso Alex pidió disculpas a todos y de vez en cuando iba a la sala de heridos a visitar al compañero al que le había arrancado un ojo, en pocos días vendría un helicóptero para llevárselo al hospital más cercano.

Cada vez que se cumplía un mes más contando desde la llegada de Alpha al laboratorio este volvía a repetir el proceso que hizo con Alex esa noche en la que se hizo un año. Sin embargo Alex se levantaba todos los días con normalidad y ya no sufría pesadillas. Cada vez prestaba menos atención a los pocos movimientos que hacía diariamente Alpha.

Pero un día todo cambió cuando Alex vio a través del espejo como un científico entraba en la sala de Alpha portando una jeringuilla con un líquido que tenía el color exacto del somnífero que le inyectaron meses atrás. Algo en su interior surgió, esa bestia interna que había permanecido semanas en un oscuro letargo. Trató de calmarse y esperó a ver la intención del científico. Pese a su intento por controlarse, no pudo evitar liberar su naturaleza sanguinaria al ver como Alpha lloraba de miedo cuando el científico pretendía clavarle la dolorosa aguja en su brazo. No podía permitirlo, algo dentro de él le decía que no tenía que sufrir daño alguno tal asombroso espécimen de humano.

Golpeó el espejo hasta resquebrajarlo avisando así al “agresor” de Alpha de su inmediata llegada. Un golpe final envío cientos de pequeños trozos de cristal directos a la cara de su objetivo. Alex saltó encima de él y lo tiró al suelo impidiendo que se moviera. En ese momento, viendo como Alpha le agradecía el haberle salvado con un leve movimiento de cabeza, Alex cogió un puñado de cristales provocándose cientos de heridas en su mano sin importancia alguna para él pues su propósito era hacérselos tragar a su compañero. Le metió el puño en la boca y soltó todos los trozos de cristal en su lengua obligándole a tragar y masticar. Otra vez los regueros de sangre estuvieron presentes, esta vez en la garganta y el maxilar inferior del científico. No obstante, antes de morir desangrado, pudo pedir ayuda en su busca por lo que pocos minutos después de que Alex se lanzara contra él, otro científico, este portando una pistola, abrió la puerta y disparó indiscriminadamente a cualquier ser viviente (o muriente) de la sala con tal “mala suerte” que una bala alcanzó el corazón de Alpha antes de que Alex consiguiese romperle el cuello con tanta brutalidad que el crujido se escuchó por todo el pasillo que conducía a esa mortífera sala.

Un gemido hueco alertó a Alex de que algo iba mal. Se giró y vio a Alpha de rodillas en el suelo apretando su pecho con unas manos incapaces de taponar la hemorragia. Se moría. Alex soltó un no lleno de impotencia y fue corriendo a socorrerle. Como el propio viento aulló sin poder hacer nada mientras lo acunaba en sus brazos. Y fue entonces cuando al fin Alpha rompió su incomprensible mutismo.

Yo no puedo morir. Fue lo que dijo antes de abandonar este mundo. Alex no estaba para resolver acertijos en ese momento. Era un saco lleno de lágrimas, dolor, sed de sangre, violencia y pura demencia. Se secó las lágrimas y agarró la pistola del difunto. Se dirigió con calma a la cafetería donde se encontraban los otros tres investigadores. Estaban charlando y contando chistes hasta que pararon al ver llegar a Alex con la bata, las manos y la cara completamente llenas de sangre. Se levantaron de las sillas para ayudarle pero ese afán de solidaridad terminó cuando se percataron de que llevaba en su mano derecha una pistola.

Alex no esperó y ejecutó su venganza apresuradamente disparando en la frente a uno de ellos. El del ojo, que yacía acostado en una habitación cercana a la cafetería pudo oír el ruido y ya conjeturaba la posibilidad de que Alex hubiera vuelto a entrar en ese estado salvaje. Se incorporó y agarró un bisturí que había en una mesilla próxima. Volvió a sonar otro disparo. Se asomó despacio y vio en el suelo arrastrándose a uno de sus compañeros. Este, que antes de morir pudo verle asomado, le dijo que corriera a la sala 15 donde había una pistola cargada. No se lo pensó dos veces y corrió raudo aprovechando que Alex estaba ocupando dando el golpe de gracia al tercero y aparentemente para él, último residente en ese laboratorio. Ahora quedaban él y su compañero tuerto.

Este último encontró con facilidad la pistola y salió con cautela al pasillo. Intentó doblar la esquina para echar un vistazo a la cafetería, pero nada más girarse se topó cara a cara con Alex. Un disparó sonó. Después silencio…

Horas más tarde llegó el helicóptero y los tres militares que iban en él entraron al laboratorio. Fueron avisados previamente de la situación y llevaban armamento defensivo, pero desde luego no se esperaban el panorama que les había preparado aquel sádico científico. Cuando llegaron a la cafetería escucharon unos leves gemidos de angustia. Alguien estaba vivo. Se asomaron y vieron a un tuerto agonizante manchado de sangre seca pidiendo ayuda a la nada. Pronto le sacaron de allí y se lo llevaron en helicóptero.

Bueno, has tenido suerte tío, el único superviviente. Por cierto, ¿qué pasó con tu ojo que no me enteré muy bien? Fue la frase de un confiado médico militar, una frase que nunca tendría que haber salido de sus labios, pues la respuesta a esa pregunta no sería bien recibida por los otros dos militares del avión.
Yo mismo me lo arranqué para vivir…

Vuestras mentes no deliran (una lástima). Efectivamente, era Alex. Él disparó y no el otro. Y, sabiendo que pronto vendría un helicóptero en busca de un tuerto, no dudó un segundo en arrancarse el ojo con una cuchara que tenía a mano para que pudiera escapar de allí. Tras arrancárselo lo colocó en la cuenca vacía de su antiguo compañero y fingió ese estado moribundo. Todo había salido tal y como lo pensó.

Cuando terminó de pronunciar la palabra vivir dio una patada al médico y disparó al piloto y al copiloto. Por último abrió la puerta y arrojó los cuerpos al vacío, médico vivo inclusive, haciéndose con el control del helicóptero. Aunque no fue necesario ya que en esos pocos segundos en los que los mandos estaban sueltos el helicóptero había entrado en una pequeña corriente de aire que le conducía hacia una torre eléctrica. Alex no pudo hacer nada para esquivarla y el helicóptero se estrelló seguida de una brusca colisión contra el suelo. Las llamas lo engulleron todo… ¿Todo?



No todo. A varios kilómetros del laboratorio había un centro de investigación medioambiental bastante parecido al laboratorio donde sucedió la masacre. Un hombre que trabaja allí estaba paseando por los alrededores analizando las corrientes de aire y la humedad del ambiente cuando de repente vio moverse algo entre unos arbustos. Se aproximó y vio que era un hombre que se arrastraba con mucho esfuerzo totalmente lleno de magulladuras y con traje militar. El estudiador medioambiental le ayudó a levantarse y lo acompañó al interior del centro.  Por el uniforme supieron que pertenecía al campo militar de la zona así que llamaron para que viniera alguien a recogerle. Tardarían un par de días dijeron. En esas pocas horas que el militar residió allí el investigador que le había encontrado entre los arbustos sintió curiosidad por su comportamiento.
Antes de que los militares perdieran el punto de localización del centro para poder ir a buscar a dicho militar, recibieron un mensaje de radio proveniente del mismo centro. Es fascinante, no habla pero su inteligencia es abrumadora. Si hay que sacarle un defecto sería que no puede ver bien la profundidad del espacio a causa del ojo que le falta. Y el mensaje se cortó.

Yo no puedo morir.

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