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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 30 de noviembre de 2012

El Consejo de los Seis Puñales: Pacto [4]


Aterrizaron en medio de lo que parecía un mercadillo. A pesar de la potencia del conjuro allí la magia pasaba desapercibida y todos ignoraron la llegada de los brujos. Todos se encontraban perdidos en aquel mundo. Todos excepto Luzbel, quien les serviría de guía todo el tiempo que permaneciesen refugiados en el Plano Demoniaco.

Luzbel los llevó a una zona del mercadillo más alejada del tumulto, una zona donde, según él, podrían adquirir provisiones de forma gratuita gracias a unos cuantos favores que le debían.

-Tengo que hablar con un amigo, él se encargará de hacernos invisibles ante las amenazas próximas.

-¿Amenazas? Estamos en otro maldito Plano, aquí nadie nos conoce, nadie nos busca, aquí somos libres.

-No es del todo cierto. Puede que los Humanos se encuentren ahora a una enorme distancia, pero eso no implica que sigamos siendo perseguidos por otros… seres.

-¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso no son sólo ellos los que buscan nuestra cabeza? Nadie más sabe lo ocurrido en nuestro Plano, demasiado reciente en términos temporales.

-Veo que he de recordaros lo que somos… Este mundo tiene una mejor armonía con la magia, mas eso no quita que hayan hechiceros… y hechiceros. Por desgracia poca gente aprecia a los de nuestra índole.

-En pocas palabras –intervino Inanis –los brujos somos los apestados del maná…

-Exacto.

Finalmente llegaron a una tienda que justo haciendo esquina en esa aparentemente inacabable calle del mercadillo. Por el exterior parecía una tienda realmente pequeña, no obstante uno a uno fueron entrado al establecimiento y se asombraron de cuan amplia era por dentro. Al fin y al cabo, era un mercadillo de magia, esta clase de trucos estarían a la orden del día.

Luzbel envió una bola de magia pura hacia una puerta cerrada. Nada más rozar la puerta una gran masa de humo inundó la tienda. Un ser con un aspecto parecido al de los Humanos apareció frente a uno de los escaparates que había. Su piel, completamente arrugada, revelaba una edad cercana a las tres cifras. Vestía una larga toga grisácea por la enorme cantidad de polvo que estaba depositada en ella y en su negro cinturón colgaban dos hoces.

-Camaradas, os presento a Shan, hoja presta; como casi todos los mercaderes del lugar, él es un Segador.

-¿Segador? ¿Es capaz de arrancar almas como el Cuarto Jinete?

-¡Oh, no, no! –dijo Luzbel entre risas –Los verdaderos Segadores son simples comerciantes de maná. Esas hoces que cuelgan en su cintura están bañadas en fuentes mágicas. Los Segadores son hechiceros capaces de ver, oler, saborear e incluso tocar el maná; y no sólo sentirlo como otros tipos de hechiceros. Gracias a estas facultades son capaces de recolectar el maná errante y dar a estos objetos las características mágicas que sus clientes buscan. Aunque es cierto que tienen alguna semejanza con aquel Jinete de la leyenda. Los más poderosos pueden también arrancarle parte de su maná a sus objetivos. Shan puede hacerlo, pero afortunadamente él es amigo, ¿no es así Shan?

-Indudablemente, Shan es amigo de Lengua Vil, y por tanto, sus amigos son los míos. ¿Qué deseáis? Deleitaos la vista con mis productos. No encontraréis nada mejor en la zona.

-Shan, no venimos a comprar. Estamos siendo perseguidos… Han alertado a los Ilusionistas.

-¡Ilusionistas!

Shan se sobresaltó al oír aquello. Agarró una de sus hoces y la clavó en el suelo, acto seguido, agarró la otra y la insertó en el techo de la tienda. Ambas se enlazaron formando una línea negra de maná. Shan cogió la línea y tiró hasta abrir de ella misma un portal que conducía a un lugar secreto de la tienda.

-Adelante, entrad. Tengo todo lo que necesitáis.

-Bonito truco. Esto de la magia cada día me sorprende más…

Entraron en una parte de la tienda que era aún más amplia, al parecer era el almacén. Había miles de objetos, algunos hechizados y otros que estaban en proceso. Nexus supuso que si el Segados les había conducido hasta allí sería porque iba a proporcionarles algo de gran poder. No iba mal encaminado.

El Segador alzó la mano para que dejaran de caminar. Se giró hacia una estantería y abrió las dos puertas levantando una gran cantidad de polvo. Cuando la visión se hizo más nítida mostró antes todos los brujos una superficie aterciopelada donde yacían seis puñales, cada uno de un color distinto y con un efecto mágico diferente.

-Amigos, Shan tiene el orgullo de presentaros a Los Puñales de la Insania.

-No puedo creer lo que ven mis ojos. Esos puñales fueron destruidos, todos los habitantes del Plano Demoniaco lo vimos. ¿Cómo es posible?

-Fueron destruidos, cierto es. Mas lo que pereció no fue otra cosa que los puñales, y no la magia que realmente les otorgó tal fama. Como buen Segador, Shan captó esas esencias liberadas cuidadosamente y talló con esmero unas réplicas exactas. Nadie más conocía la existencia de sus sucesores a excepción de Shan, hasta hoy…

-Si se me permite preguntar, ¿por qué fueron destruidas? ¿Qué tipo de fama se granjearon?

-Los Puñales de la Insania fueron portados por Los Hermanos Penumbra. Eran tres hechiceros que empleaban su magia para saquear y masacrar pueblos enteros. Cada puñal alberga un tipo de magia en su interior; y cada hermano portaba dos. Al principio las magias eran antagónicas, el mayor de los hermanos portaba el puñal del calor y el puñal del frío, el segundo los puñales del manejo de la vida y la muerte y el más pequeño empuñaba el de la creación y la destrucción. A medida que la magia de sus interiores se iba corrompiendo los puñales empezaron a mutar sus magias. Finalmente adoptaron la magia del fuego y las sombras, de la demonología y las maldiciones, de los portales y el vacío…

-Los Hermanos Penumbra, los primeros brujos…

-Así es. Poco a poco sus manás se ennegrecieron y los puñales comenzaron a cobrar vida propia a causa de ese exceso de oscuridad. Un día que fueron a saquear otro desdichado pueblo, los puñales tomaron el control de sus mentes y les indujeron a la locura. Se mataron entre ellos… Con la corrupción exterminada los puñales perdieron la consciencia que obtuvieron. Del campo de batalla solamente se recuperaron dichos puñales. Y desgraciadamente algunos aún pudieron escuchar los ecos demenciales que emanaban de sus hojas. Desde aquel día fueron bautizados como Lo Puñales de la Insania, armas de brujos por antonomasia.

-No digas más. Locura, brujería, muertes… Seguro que si esos puñales hubieran pertenecido a otro tipo de hechicero no habrían sido despedazados.

-Seguramente.

Shan empuñó sus hoces y las pasó lentamente sobre los puñales, las piedras que habían en sus mangos brillaron con fuerza. Cada piedra brillaba del color respectivo a la magia que almacenaba el puñal.

-Shan os dará gustosamente los Puñales de la Insania siempre y cuando no acabéis como los Hermanos Penumbra. Shan os lo ruega, por la amistad que tenemos.

-Puedes confiar en nosotros. No desperdiciaremos nuestras vidas, sería de hipócritas matarnos entre nosotros cuando estamos huyendo de los que reclaman nuestras cabezas.

-De acuerdo pues. Cada puñal representa un tipo de magia del campo de la brujería. Los más hábiles con estas respectivas magias tendrán el orgullo de guardar el puñal que le represente, no obstante, no deberá abusar de su poder para subyugar a otros brujos especializados en su misma magia con menor potencial.

-Fantástico, pero por si nadie se ha dado cuenta, y dejando a un lado honestidades, de aquí hay solamente un tipo de magia que aún no controla nadie a la perfección.

-Hermana, ¿por qué crees que tú eres digna de portar uno de los Puñales de la Insania?

-Si deseas que te lo demuestre puedo hacer desaparecer tu corazón con mover un único dedo.

-No serías capaz…

-¡¿Cómo osas?!

-Dejad de discutir, por favor, supongo que yo misma podría presentarme a candidata.

Entre la multitud de brujos había avanzado una chica muy joven. Vestía un largo vestido negro y un corsé. Miraba a los otros cinco con timidez, como si se arrepintiese de haber hablado. Ninguno de ellos se dignó en responderla, nadie excepto Nexus.

-Ningún otro brujo especializado en el arte de las sombras se ha opuesto a ti. Tal vez no quieran llevar esta carga, tal vez tengan miedo de que el puñal les consuma, o tal vez reconozcan tu superioridad con el manejo de las sombras. ¿Cuál es tu nombre?

-Me llamo Tenebra, Tenebra Corazón de Ébano…

-¡¿Un Corazón de Ébano?! ¡Uno de los de tu calaña mató a muchos de los hechiceros bajo mis órdenes en la Guerra de los Arcanos!


-Supongo que la sombra gana al fuego…

Esa fue la gota que colmó el vaso. Ignorando las advertencias de Nexus y Hex, invocó una enorme roca de lava fundida y se la lanzó con velocidad a Tenebra. Ella simplemente se tapó la cara como acto reflejo.

Ignis creyó que ese simple hechizo la reduciría a cenizas sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Pero estaba equivocado, aunque Tenebra pareciera que se había defendido de esa forma tan inútil no era realmente así. Unos brazos hechos en su totalidad por sombras brotaron de su cuerpo agarrando la roca y devolviéndosela a Ignis con aún más velocidad.

El Moldeabrasas fue carbonizado. Cuando resucitó no pudo hacer nada ante las miradas de burla de Luzbel e Inanis. Había sido derrotado por una bruja que ni comprendía cómo usar la magia. En silencio aplastó sus cenizas y se perdió entre la multitud de brujos. Nexus había quedado sorprendido ante la ágil respuesta de Tenebra contra el hechizo de Ignis. Puede que ni ella misma supiese cómo lo había logrado, pero solamente sería cuestión de avivar ese potencial. Si era capaz de ello sin quererlo, entonces le esperaba un próspero futuro como representante de los brujos de las sombras.

-Siento lo ocurrido con vuestro amigo. No pretendía hacerle daño…

-No pasa nada, por suerte es capaz de resucitar, aunque no podría decir lo mismo de su orgullo. Está bien, si ninguno de vosotros tiene alguna objeción al respecto, será Tenebra quien empuñe el puñal de las sombras.

Nadie dijo nada. Entonces Shan procedió con la entrega. Nexus recibió un puñal en cuyo mango había insertado un zafiro oscuro, era el Puñal Omnipresente, capaz de ser invocado en cualquier lugar y de potenciar todo tipo de portales tanto en amplitud como en duración y distancia. A Luzbel le fue entregado el Puñal Poseído, en su mango brillaba una amatista. Este puñal tenía la capacidad de cancelar la voluntad de la vida demoniaca que se encontrase cerca, así como mejorar la metamorfosis de su portador (al parecer los Lengua Vil no fueron los primeros en sufrir esos “cambios”). Hex recibió el Puñal Agónico, con una esmeralda en su empuñadura, este puñal podía hacer, si el portador lo deseaba, que las maldiciones se pudieran contagiar y, además, aumentar la duración y letalidad. Ignis obtuvo el Puñal Llameante, un puñal con un potente rubí que podía doblar la temperatura de los hechizos ígneos y dice la leyenda que con un gran gasto energético se puede incluso resucitar a las personas. Tenebra empuñó el Puñal Sombrío, una gran obsidiana estaba engarzada en él. Con la capacidad de dominar mejor las sombras de los alrededores y oscurecer hasta los territorios más luminosos, el puñal podría ser el factor que le faltaba a ella para dominar por completo las sombras. Por último, Inanis cogió el Puñal Ignoto. En su mango se encontraba un cuarzo. Otrora el puñal de la destrucción, era capaz de hacer desaparecer cualquier cosa y desvanecer en la nada a cualquier ser vivo, no había memoria capaz de soportar el olvido provocado por su portador.

Una vez entregados los Puñales de la Insania a los respectivos representantes de cada escuela de magia Luzbel reveló el plan que tenía. Quería formar un trato con todos los brujos que se hallaban allí. Para evitar cualquier filtración de información y proteger a los menos poderosos, cada representante se encargaría de los demás brujos especializados en dicha escuela de magia. Los líderes enseñarían a los demás a valerse de ellos mismos durante los siguientes diez años. Tras ese tiempo regresarían al Plano natal para reclamar lo que por naturaleza les pertenecía: los flujos de maná.

Todos aceptaron sin rechistar. Algunos tendrían líderes más comprensibles, otros más arrogantes, pero todos poderosos por igual. Los brujos son conocidos por no entablar demasiadas amistades y las pocas que tienen son por conveniencia, pero ahora mismo habría que sacrificarlo todo, era mera supervivencia, así como Nexus les invocó para no estar solo, así como Luzbel les pidió ayuda porque era un proscrito, así como Ignis e Inanis necesitan compañía de otros para reforzar sus potenciales mágicos, así como Tenebra necesita ayuda para dominar las sombras, así como Hex amplia sus conocimientos con todos ellos. Todos chupan la sangre de todos, pero el beneficio mutuo es muy sustancioso.


Desde aquel día quedó formada una unión ligada más que el intercambio de sangres. Desde aquel día se conocerían como el Consejo de los Seis Puñales, transformados en los seis Brujos más poderosos nada ni nadie podría obstaculizar sus cometidos y regresar con la palabra victoria en sus labios de vuelta a la Tierra. ¿O tal vez sí?

domingo, 18 de noviembre de 2012

Metanoia


Escaso tiempo atrás dejé de ser como era antes. No es nada malo… supongo, tan sólo fue un “cambio”. Todos nos sometemos a varios a lo largo de nuestra vida, aunque tal vez sea cierto que mi cambio fuese algo más singular. Tuve que sacrificar mucho, quizás demasiado. Sí, el precio fue elevado, pero la recompensa fue aún mayor. ¿Me siento bien? Bueno, tiene gracia que no sea capaz de contestar a una pregunta tan sencilla. La razón de este impedimento la hallaréis aquí, en estas líneas. Tiempo tengo de sobra, no acaba nunca. En un mundo cuya trayectoria cronológica es completamente lineal, yo, habitante del lugar, vivo exiliado en una zona paralela a dichos parámetros. Se podría decir, en cierto modo, que mi tiempo es cicloidal: acompaño al resto de viajantes, pero mi vida se repite una y otra vez. ¿Sientes intriga? Está bien, te complaceré.

Sucedió hace un año exactamente contando desde hoy. Ese día me marcó brutalmente, recuerdo cada paso que di, cada palabra que pronuncié… todo, absolutamente todo. Veinticuatro horas marcadas en mi cerebro por siempre.

En esa época tampoco es que mi modus operandi fuera muy distinto al actual, detestaba el día. Nunca llegué a averiguar mi enfermiza ambición por vivir envuelto en oscuridad. No dormía, pero esto no se debía a algo fisiológico, no era insomnio ni nada por el estilo, simplemente hacía en esas horas de plena espectralidad de ébano lo que el resto de humanos hacían diurnamente.

Recuerdo que una de mis grandes aficiones nocturnas era observar la bóveda celeste e imaginar constelaciones nuevas fusionando las ya existentes. Curiosamente las figuras resultantes eran algo “desagradables”; y lo entrecomillo debido a que para mí no lo eran, pero bueno, ya he dejado bastante claro que mi personalidad se salía del margen de la normalidad, algunos lo definirían como… ser un bicho raro. Perdón, a veces desvarío… seguiré con lo que os estaba contando. Las constelaciones que visualizaba estaban íntimamente relacionadas con temas tétricos y pesimistas: guadañas, calaveras, cabezas cortadas… cosas de ese estilo.

En definitiva, me gustaba esa clase de ambiente, tan tranquilo y silencioso… Tenía gracia que de pequeño fuera nictófobo, porque ahora podría decirse que soy más bien un nictófilo. Antes mi libertad era escasa, esperaba a que mi madre se fuera a dormir y entonces a la media hora me levantaba, pero poco podía hacer, deambular por la casa como mucho… Sin embargo, ahora que mi madre está muerta tengo total libertad para ir donde me plazca.

Me despierto a las ocho de la tarde, la oscuridad ya es absoluta. A veces me hago algo de comer y otras no, mi apetito cada día se minimiza más y más. Normalmente si como es algo rápido, frío, como mi alma. Después me visto, siempre de negro, por supuesto, y cuando apenas hay gente en las calles salgo yo.

Los días pasaban y no me cansaba en absoluto de mi rutina, aunque sabía que algo fallaba. Había algo en mi vida que no iba bien. Tal vez fuera perjudicial el estilo de vida nocturno que llevaba. Se dice que por cada quince años de vida que vives así pierdes cinco años de tu vida. Bueno, tampoco llevaba tanto tiempo y por cinco años menos no iba a cambiar esto, la oscuridad tenía un atractivo verdaderamente interesante… Sería capaz de sacrificar todo por convertir también el día en noche. Y esto último era la explicación de que también apreciara más el invierno que el verano, ya sabéis, las noches son más largas.

Una de aquellas noches en las que deambulaba por las oscuras calles de la periferia, sin saber cómo, llegué a un lugar que jamás antes había visitado. No soy dueño de mis pasos cuando me evado en mi música. Quise retroceder y volver por donde había venido, aquel lugar me inspiraba desconfianza. Recordaba el trayecto y a pesar de ello no pude escapar, por extraño que parezca era como si estuviera andando en círculos. Iba por una calle y llegaba de nuevo a dicho lugar, escogía otro camino y lo mismo, intentaba retroceder; ídem.

Cansando de hacer el idiota me quité los cascos y grité con la intención de que alguien pudiese escucharme. Eco y silencio fue la respuesta… Observé los alrededores y me fijé en una puerta metálica que había permanecido oculta en las sombras en una pared de ladrillos desgastados. No tenía ninguna otra opción que la de mirar si tras esa puerta hallaba alguna salida.

La abrí sin dificultad y entré. Una bombilla que parpadeaba iluminaba un largo pasillo. No me gustó en absoluto esa situación. Ya sabéis: luz, oscuridad, luz, oscuridad, luz, oscuridad… No quería que tras apagarse la bombilla y volverse a encender contemplase ante mí una horrenda criatura. En ese momento me percaté de que aún conservaba algo de mi pasada nictofobia.

Afortunadamente, y regresando a la lógica, eso no pasó. Recorrí todo el pasillo y hallé ante mí otra puerta idéntica a la primera. Durante unos instantes pensé que iba a volver a ese lugar, pero no, la puerta dio paso a una extraña habitación totalmente vacía a excepción de una pequeña mesa gris de laboratorio y una silla de metal, todo ello iluminado por abundantes focos que colgaban de un muy distante techo.

Volví a preguntar si había alguien. Y, menos mal, esta vez sí obtuve respuesta. Una mujer apareció detrás de mí agarrándome el hombro. Con su mano me transmitió una energía tan fuerte que caí de rodillas casi inconsciente. Nada más incorporarme me giré pretendiendo golpearla, pero fue en vano. Sin hacer ningún movimiento más que levantar una ceja, la desconocida hizo que volviera a caer al suelo. Comprendiendo mi inferioridad pregunté quién era. Recé para que no fuera una enemiga, aunque visto lo visto…

-Al fin te he encontrado, me ha costado mucho que llegases hasta aquí. –contestó.

-Eso quiere decir que supuestamente te conozco, ¿no?

-Eso no es completamente cierto, pero de algún modo… sí. Nos conocemos.

-¿Qué quieres? –pregunté malhumorado.

-Esa pregunta debería hacértela yo. ¿Qué quieres?

-Claramente quiero salir de aquí…

-No, me refiero a qué quieres en tu vida.

-¿Cómo?

No entendí la pregunta de la extraña, aunque el significado que tenía era de alguien que llevaba bastante tiempo vigilándome. La cosa estaba empezando a ponerse turbia, mi nivel de comprensión estaba en cero.

En pleno mutismo la desconocida anduvo hasta la silla de metal haciéndome señas para que la siguiera. Al llegar a la silla me dijo que me sentase. Sinceramente, ahora pensándolo, era como si algo me manipulase, quiero decir, estaba en un lugar extraño con una mujer que me conocía y yo a ella no y obedecía sus órdenes, difícil de creer, sí.

Una vez sentado, la desconocida se mostró completamente a la luz. Su indumentaria estaba fuera de lo común, por más raro que fuese, llevaba una toga verde, parecía un disfraz de mago. A pesar de lo que estaba viviendo no pude contener la risa, realmente su aspecto era cómico.

-No deberías reírte de estas vestimentas cuando tú también las llevaste.

-Claro, ahora me dirás que vengo de otra dimensión pero no recuerdo nada y estás tú aquí para ayudarme… Si me dices por dónde se sale no habrá ningún problema.

-Veo que no entras a razones…

Tras eso me cerró la boca de golpe. Empezó a mover las manos de un lado para otro dibujando cosas en el aire, de sus dedos emanaron luces verdes dignas de cualquier película de ciencia ficción. Diez segundos exactos después golpeó con ambas extremidades el suelo y un rayo cegador brotó de las palmas de sus manos. Un vórtice se abrió justo delante de mí mostrando la imagen de una persona que se me parecía bastante.

-Dejando a un lado toda esta paranoia de trucos de magia… ese hombre es muy parecido a mí.

-Porque eres tú…

-¿Cómo voy a ser yo? –pregunté con incredulidad –Ese hombre me saca como diez años.

-Trece años exactamente. Ahí te estás viendo con treinta años. Estoy mostrándote tu vida pasada, aquella vida en la que hiciste un pacto para perdurar por siempre. Fue a mí a quien encomendaste la ardua tarea de vigilarte, pero yo no puedo más, mi vida está contada por días… tal vez horas.

-Esto debe ser un sueño, demasiadas cosas raras de golpe, es un sueño, seguro. –me repetía constantemente haciendo caso omiso al extraño.

A punto de entrar en shock me reveló que en esa vida que estaba viendo yo era uno de ellos, un nigromante. Dijo que todos los nigromantes reciben un “regalo” cuando ligan por completo su esencia con la no-vida, cada regalo es distinto y el mío fue el don de la clarividencia. Gracias a ello pude saber con total exactitud el momento de mi muerte. Desafortunadamente iba a perecer de forma prematura, de hecho, contando a partir de los treinta años, sólo me quedaban once meses de vida. Me desveló que la rencarnación existe, así como las almas, por eso antes de que muriera pacté con el mismísimo Señor de los nigromantes un acuerdo para conservar la esencia que se perdía con cada rencarnación para así mantener mis dotes nigrománticas ignorando el número de veces que cambiase de cuerpo. Para finalizar, me dijo que esta sería la última vida mía de la que podría hacerse cargo y que muchas otras veces había intentado hacerme recordar, pero siempre en vano. Ella recibió el don de la longevidad y por eso había durado seis veces más que otro ser humano, pero al final llegó su hora, aunque no envejeciese, su cuerpo tenía un temporizador; si no conseguía que recordase todo aquello el auténtico yo moriría en el olvido.

Antes de que pudiera decir algo siguió contando esa extraña historia de una biografía propia y al mismo tiempo ajena a mí. Fue describiendo una por una todas las vidas por las que mi alma había pasado, exactamente cuatro excluyendo la actual (y verdadera según yo).

Una semana tras la muerte de mi yo nigromante volví a la vida. No la costó mucho encontrarme, pues la esencia estaba intacta y desprendía su fragancia característica. Desgraciadamente no duré mucho en ese cuerpo. Se supone que a los veinte años descubrió que era un maldito necrófilo. He de decir que una sensación de repugnancia recorrió toda mi espina dorsal cuando me confesó aquello. Resulta que en una de mis “citas” sufrí una laceración y una grave infección arraigó en mi herida provocándome al poco tiempo una necrosis mortal que no quise tratar por vergüenza a ir al médico. En veinticuatro horas yací sin vida en mi cama rodeado de las almas de las mujeres de cuyas carcasas yo había abusado…

La segunda vida fue un poco mejor, incluso ella pudo acercarse a mí para tratar de que recordase mis dotes nigrománticas. Pero precisamente aquello fue lo que hizo que mi estilo de vida decayera por completo. Era un hombre de éxito, tenía tres carreras y dominaba cinco idiomas distintos, una vida totalmente perfecta. Hasta que ella hizo acto de presencia y caí en la locura. Investigué acerca de los nigromantes y sin saber cómo llegué a la conclusión de que se nutrían de los corazones humanos para ganar sus energías vitales. A partir de aquí ya lo suponéis, me volví un completo psicópata, maté gente a diestro y siniestro comiéndome sus corazones. Pocos años después, ya con cuarenta y cuatro años, fui condenado a muerte.

Tomando precauciones, en mi tercera vida, primero se hizo amiga mía y esperó varios años hasta revelarme este secreto. Al parecer en esta vida era bastante normal, e incluso no me afectó lo que me dijo, de hecho me reí. Pero la normalidad se esfumó cuando le devolví la misma moneda. Así como ella me reveló aquello yo también la revelé algo: era un hematófago. Había estudiado medicina tan sólo para tener acceso a las bolsas de sangre. Todas las semanas me llevaba una a mi casa y disfrutaba de aquel manjar. Ella quiso que dejara de beber sangre, pues según ella esos actos alejaban mi alma del pacto de mi yo nigromante. No hice caso y continué con mis ingestas semanales especiales. Ella, hastiada, me obligó por la fuerza a hacerlo filtrando su propia sangre en una de las bolsas. Al parecer los nigromantes no pueden mezclar sus sangres una vez han adquirido un don y yo lo llevaba a pesar de las rencarnaciones. Nada más probar gota de aquel líquido carmesí me volatilicé en trozos cárnicos, óseos y viscerales. Tuvo que hacerlo, sería mejor esperar a otra vida.

Pero realmente la cuarta y última no fue a mejor. Con quince años y con treinta intentos de suicidio en mis antecedentes ingresé en una secta en la que decían que me ayudarían a sobrellevar mis más profundas tristezas. Fue tarde cuando la nigromante me halló. Ya había muerto, yo y el resto de desdichados que cayeron en manos de esa macabra secta. Y ahora estoy aquí, en mi quinta nueva vida, un nictófilo en potencia…

Toda esta historia que me había contado tenía un factor común. En todas las vidas, desde la de nigromante hasta esta, había estado marcado por oscuridad y muerte manifestadas en distintos aspectos. Podría ser verdad eso del pacto, después de todo algo tendría que haber sobrevivido a las rencarnaciones… Pero era demasiado irreal todo, era más real la posibilidad de que fuera una loca. ¿Una loca? La locura no es capaz de hacer magia, de hecho NADIE puede hacerla. Tampoco existía la posibilidad de que fuera un sueño. No tenía más alternativa que seguirla la corriente, tal vez así me dejase regresar a casa y olvidar aquella extraña noche.

-Vale, según tú mi alma ha pasado de nigromante a necrófilo, luego a desquiciado caníbal, después a hematófago y suicida depresivo y por último a mí, amante de la oscuridad.

-Es por ello que vengo a avisarte con extrema urgencia. Hasta hace poco tu gusto por la noche era inofensivo, pero ahora, al igual que cuando bebías sangre, estás poniendo en peligro tu alma.

-De acuerdo… ¿y por qué no me matas como en mi tercera vida?


-No tengo escrúpulos para hacerlo, pero ya no puedo… Este síntoma nictófilo es la clara señal de que es tu última oportunidad de prevalecer como tu auténtico tú. Soy la última persona que se acuerda de ti personalmente y mi tiempo se esfuma. ¿Notas que cada día te aferras más a las sombras?

-Me parece que sí.

-Eso es porque tu alma va a morir.

-¿Quieres decir que es mi rencarnación final?

-Hiciste un PACTO. Ya sabes que eso conlleva un quid pro quo. El Señor de los nigromantes selló tu esencia a cambio de otorgarle una fecha de caducidad.

-Y si eso es cierto por qué acepté. ¿Tan ególatra era que preferí dar muerte a mi alma que ser inmortal y no recordar mi pasado?

-Espera, tenías un plan. Si regresabas a tus orígenes entonces contrarrestarías aquella cuenta atrás, por eso, yo, otrora tu mejor amiga y compañera de nigromancia, acepté velar por ti y lograr que de una vez por todas recordases de dónde vienes.

-Entiende que todo esto es… difícil de creer, no obstante, si te creyese, ¿cómo conseguirías devolver la eternidad a mi alma?

-Simplemente tienes que volver a ser un nigromante.

Justo después de eso chascó los dedos y una humareda invadió toda la habitación provocándome una espantosa tos. Cuando se despejó todo me contemplé en mi dormitorio de pie frente a la puerta. ¿Habría sido un sueño? ¿Sería sonámbulo? Ni idea, tenía mucho sueño y estaba amaneciendo, era hora de dormir. Eché abajo las persianas y me acosté.

A la noche siguiente decidí no salir a la calle. En mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo ocurrido, pensé que era un sueño, pero era tan real… De todos modos, si de verdad hubiera pasado algo, entonces la nigromante no me hubiera dejado de esa forma, yo no sabía cómo hacer nigromancia y si de verdad era mi amiga en mi otra vida me habría ayudado.

Cuando el asunto estaba casi olvidado llamaron a la puerta. Eran las cinco de la mañana. Eché un vistazo por la mirilla y no pude ver nada, solamente oscuridad. Volvieron a llamar. Fui a por las llaves para abrir la puerta. Me paré en seco, ¿estaría haciendo bien abriendo? Alguien normal no llama a estas horas. Ese impulso de determinación volvió a mí empujándome a meter la llave… aunque no hizo mucha falta. Detrás de mí apareció la persona que había llamado; efectivamente era la nigromante. Mis dudas fueron finiquitadas en ese momento.

Me explicó que me había abandonado de esa forma para darme unas cuantas horas para asimilar todo, no quería que mi alma enloqueciese como otras veces, era la última oportunidad para resucitar a aquel yo. Y ahora había regresado para cumplir su promesa: hacer que abrazase de nuevo la nigromancia.

Me llevó otra vez a esa oscura calle y entramos a la tenebrosa sala la cual supuse que sería el lugar de entrenamiento. Sinceramente no tenía ni la más mínima idea de cómo se entrena un nigromante. Creí que poseyendo los dones en mi alma tal vez me sería más fácil aprender…

En absoluto. Durante cuatro meses estuvo todas las noches intentando que la nigromancia circulase de nuevo por mis venas. Fue costoso, pero poco a poco lo estaba consiguiendo. Y lo mejor de todo, durante ese tiempo volví a tener a alguien a mi lado. Incluso dejé de encontrar compañía en la triste oscuridad. Esos meses volví a tener una razón… No era fácil ser yo, mis aficiones, y al parecer las de mis otras vidas, se salían de lo normal, tal vez los cuerpos cambien pero las almas no… y entre toda esa oscuridad se ocultaba una marca imborrable de soledad… Era una lástima que dentro de poco también tuviese que decirla adiós.

No sabría explicarlo muy bien, pero lo intentaré. Nunca encontré semejante a mí y asumí tiempo atrás que mi destino era vagar por la vida en soledad… ¿y qué hay más solitaria que la propia noche? Pero entonces ella me encontró, tal vez todo fuera la demencia de una loca, tal vez fuera un sueño o una persona que se mofaba de mí, no lo sabía, pero esos instantes en los que descubrí que no era el único bicho raro, que no estaba solo, eran un potente rayo de luz proyectado contra toda esta mancha sombría de mi interior… Por una vez en mi miserable vida podía responder a los demás que estaba bien, que era feliz, que volvía a vivir… a mi manera…

…Y duró tan poco. Cuando quedaba muy poco para que el verdadero yo retornase del olvido un desconocido irrumpió en la habitación. Yo no sabía quién era, pero parece que la nigromante sí. Al parecer era el Señor de lo nigromantes. Con el que hice el pacto murió hace mucho tiempo, sin embargo, su don era el de reencarnase siempre en él mismo, algo parecido a mi pacto pero sin consecuencias negativas. Todo lo que me había contado sobre él me había hecho pensar en su figura como un ser ambicioso y despiadado a la vez que generoso con los que le satisfacían.

Pero en ningún momento se me pasó por la cabeza que fuera tan vil incluso con otros nigromantes… La razón por la que había aparecido aquí era para parar el entrenamiento. Nos confesó a ambos que si no hubiera sido por mi muerte prematura habría sido elegido Señor de los nigromantes y la posibilidad de volver en otro cuerpo podría revivir esa idea entre los integrantes del Consejo No-muerto. Este Consejo es el encargado de elegir a los Señores que controlan los distintos campos de la Vida y la Muerte.


Nosotros nos encontrábamos en clara desventaja: una moribunda y un inexperto contra el más poderoso de los nigromantes. Haría lo que hiciese falta con tal de que no recobrase mi esencia por completo.

Aunque mi estilo de vida pudiese decir lo contrario, no me llamaba la atención aquello de poner en peligro mi vida. Tampoco sería tan malo dejarle ser el Señor, al fin y al cabo, llevamos más de medio milenio con él y la humanidad no ha sufrido ningún perjuicio.

A pesar de que yo acepté dejar la nigromancia parecía que él quería cerciorarse, y cito textualmente, desgarrando nuestras almas y arrojándolas donde el tiempo muere. No había forma de salir vivo de allí, sin ninguna esperanza de sobrevivir luchásemos o no…

Entonces fue cuando mi maestra, mi amiga, se puso delante de mí para protegerme. ¿Tan importante era para ella como para sacrificar algo más que su vida? Iba a sacrificar su alma, su esencia, su total existencia peligraba. El Señor se burló de su actitud defensiva. Mientras tanto ella, con el brazo que escondía tras su espalda, comenzó a crear un portal para que escapara. Yo me negué a abandonarla, pero me dio un tirón y me metió dentro del portal. Al tiempo que yo viajaba dentro de él pude oír un enorme grito de dolor seguido de una carcajada. No necesitaba ojos para averiguar lo que ocurrió. El Señor de los nigromantes la dio muerte…

Por mi parte yo caí en un lugar totalmente exento de luz y sin embargo me resultaba familiar. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, cosa así de dos o tres segundos, me di cuenta de que me había enviado a esa misma habitación donde me entrenaba pero con un aspecto más sombrío, como si fuera una dimensión o un reino de las sombras.

Pensó que allí estaría a salvo y al principio yo también lo creí, pero entonces apareció de la misma forma que antes ante mí sujetando con su mano derecha el cadáver de mi amiga, aquella que había dado todo su ser para salvarme… Y ahora me tocaba a mí.

Lanzó su cadáver bruscamente y me agarró del cuello para teletransportarme al lugar de antes. Toda esa alegría, esa felicidad… se escapaban de mi cuerpo con cada lágrima, ahora sí que lo había perdido todo, no tenía razón por la que vivir, a nadie le importaría mi muerte, al contrario… a algunos le agradaría incluso…

Sin decir palabra alguna me soltó el cuello y con la misma velocidad con la que nos teletransportamos hundió su mano en mi pecho. Lo pude notar, como sus dedos rodeaban mi corazón, mis ojos se abrieron como platos y la respiración se me entrecortó, no obstante seguía vivo. Él no tiraba, no era su intención arrancarme el corazón, de momento…

-¿Quieres decir unas últimas palabras? –preguntó sonriendo.

-¿Por qué haces esto? Soy uno de los tuyos, si quieres el puesto es tuyo, me negaré cuando me lo propongan… lo juro.

-Podría creerte, pero los nigromantes no somos conocidos precisamente por ser honestos.

-Ya te has llevado un alma, ¡déjame en paz!

-Está bien, te dejaré en paz… ¡descansando en ella!

Tiró y desgarró todos los vasos sanguíneos manchando todo mi pecho de sangre. Allí podía verlo, a escasos metros de mí, mi propio corazón, sujeto por sus repugnantes manos, aún palpitante, mi corazón…

¿Morí? Por supuesto que no. Contraataqué. El Señor se sorprendió al verme minutos después de pie sin cesar de mirarle. Cuando quiso comprobar si seguía vivo le respondí gustosamente.

-¿Querías matarme arrancándome ese órgano? Hace tiempo que ese músculo pasó a ser de carácter vestigial para mí. Inepto, vivo en las sombras, en la oscuridad, hace tiempo que dejé de sentir, de querer… Hubieras podido matarme si me hubieras ejecutado el primero, pero lo poco de humano que quedaba en mi interior lo desmembraste al matarla a… ella. Cuando fui enviado a esa dimensión oscura me di cuenta de que estoy destinado a nutrirme de la mismísima sombra y de nada más. Los pocos segundos que estuve allí sufrí un cambio significativo. Toda luz dentro de mí fue sacrificada para poder sobrevivir. Sí, mi alma no será la misma, pero ahora al fin no sufro por mi desdicha, al contrario que la tuya, mi esencia es invicta. Has hecho un favor extirpándome lo poco que me quedaba de esas debilidades llamadas sentimientos. Ahora he vuelto para cerrar el pacto. Quid pro quo, ¿no es así?

Aún boquiabierto, hice explotar mi corazón manchándole de una sangre al rojo vivo. No lo maté, eso me convertiría en el único candidato para ser Señor de los nigromantes y yo lo repudiaba. Simplemente con mi sangre le dejé una marca que jamás olvidaría… En su piel no, eso es una mera muda, su alma cargaría siempre con la misma desdicha que la mía: la plena soledad. Sabía que era débil y tarde o temprano, envuelto en una indomable locura, él mismo suicidaría su esencia…

Pasaron varias semanas y con la ayuda del libro que ella me regaló pude completar mi camino a la nigromancia. Por fin el auténtico yo había regresado. Ahora podía crear un portal para buscar su cuerpo, el cual había sido arrojado a las sombras en aquella dimensión. Nada más pisar ese lugar algo ocurrió con mi piel, me notaba más a gusto en esos sombrío lares.

Al hallar su cadáver pude entender todo, un papel escrito por su alma antes de abandonar este lugar vio todo lo que ocurrió. Fue una alegría que al menos pudiese evitar que destrozara completamente su alma. Lo que me explicaba en aquella nota es que ahora no estaba del todo vivo, pues la vida necesita interactuar, necesita sentir y ahora, descorazonado, no podía hacer eso. Era la simbiosis perfecta entre vida y muerte, el delimitante de ambos estados. Por eso me encontraba tan cómodo entre sombras, el frío de la muerte y el fluir de la vida.

Desde ese momento supe que tenía una misión en mi “vida”, con mi don potenciado, pudiendo no sólo ver mi futuro sino viajar a otros tiempos y dimensiones, sabía que tenía que ir en busca de almas perdidas, errantes, solitarias, hasta dar lugar con el alma de ella, aquella que durante escasos meses fue una de las pocas personas que me comprendía, y si no era así, me aceptaba.

Supongo que a estas alturas ya os habréis percatado de quién soy yo. Soy Borja Juberías Garzón, la sombra que narra historias que han ocurrido aquí o allá, en tiempos pasados o futuros o incluso en realidades paralelas. En el Olvido no puedo leer el futuro, pero sí buscar... A día de hoy he encontrado muchas almas, pero aún no he dado con la de ella. A pesar de ello nunca pierdo la fe, sé que algún día mi guadaña agarrará su ectoplasma y podré plasmar las aventuras que ha vivido hasta encontrar el camino de vuelta. Hasta entonces sé que queda por delante un trayecto duro entre aullidos de almas perdidas, chillidos de espectros agonizantes, llantos de esencias sollozantes... y entre todas ellas estarás tú. Lo sé, confío en ti.

¿Me siento bien? Bueno, sólo sé que no siento latido alguno en mi pecho…


miércoles, 14 de noviembre de 2012

El Sindicato Fantasma

Para Isabel este día podía haber sido como otro cualquiera, pero, por haber indagado en asuntos que no eran de su incumbencia ahora había perdido su rasgo… ¿humano? Ahora trabajaba para el Sindicato Fantasma.

Ella era una chica normal, se levantaba temprano por las mañanas, desayunaba, iba a la facultad, tomaba apuntes, regresaba a casa, estudiaba y se acostaba. La típica vida monótona de todo estudiante.

Sin embargo, cuando Cronos se lo permitía y acumulaba algo de tiempo libre, su pasión era escribir, pero no cualquier cosa, escribía mensajes, cartas, indirectas en las que criticaba el mundo decadente en el que vivía. Su escritorio estaba a rebosar de folios llenos de apelativos despectivos sobre su sociedad. Aunque, realmente, ese temperamento áspero y agresivo sólo aparecía plasma en sus escritos porque, cuando se encontraba rodeada de gente, parecía la persona más amable y conformistas que jamás hubiera existido. Era como si al coger el bolígrafo un espíritu revolucionario las poseyese y no la dejara en paz hasta que su soledad se fulminase con la aparición de sus amigos o familiares.

Pese a esa máscara que se ponía cuando se exponía a la multitud, había un lugar donde, por muchas personas que hubiera, ella mostraba al exterior su otra faceta: las manifestaciones. No había fecha de manifestación que ella no conociera, todos los días de huelga, todos los lugares, personas y grupos sindicalistas que participaban. No obstante, de entre todos los sindicatos que había, uno de ellos la llamaba mucho la atención por sus actos: el Sindicato Fantasma.

Supongo que ya muchos sabrán qué ocurre al final de esto, básicamente por las primeras líneas del texto, pero bueno, yo no dije que el Sindicato Fantasma del principio fuera el mismo que el del que ella estaba enamorada.

Catorce días, catorce horas, catorce minutos antes de lo sucedido ella se llevó la mejor sorpresa que podía recibir: a causa de un grave accidente pirotécnico en la facultad, las clases iban a ser suspendidas durante dos semanas. ¿Por qué era una alegría para ella? Porque ahora que tenía esos días de libertad podría viajar hasta la sede central del Sindicato Fantasma.

La razón de su enorme obsesión por su sindicato en concreto y no por otros era que este sindicato hacía realmente honor a su nombre. Pocos sabían cuándo hacía acto de presencia y cuando lo hacía se las ingeniaban perfectamente los líderes del sindicato para que no fueran responsables de lo que hacían. En otras palabras, absolutamente todos conocían los trucos del Sindicato Fantasma, pero nunca había pruebas para culpar a ninguno de sus integrantes. De ahí viene lo de fantasma: aparece cuando no te lo esperas, golpea y no deja huella. Y para colmo, sus actos no sólo estaban vigentes en el mundo cárnico, sino también en el universo virtual.

Desde pequeña quiso ser un miembro activo del sindicato. Pero al igual que el Sindicato Fantasma es conocido por pocos, estos pocos no lo tienen fácil a la hora de querer ingresar. De todas formas, eso a Isabel no la intimidaba, pasaría cualquier prueba, soportaría la peor de las disciplinas y haría toda misión que la encomendasen con tal de ser otro Espectro; es así como se les llama a los miembros.

El mismo día que recibió la noticia de que se cancelaban las clases ya comenzó a hacer el equipaje. Tuvo una bronca con sus padres, pero al final cedieron. Así que supuestamente ya tenía todo en orden para partir hacia Madrid, donde se hallaba la sede central.

Bon voyage!

Al llegar le esperaba en la estación un señor encapuchado que sostenía un cartel con su nombre. A pesar de lo extraño que pudiera resultar esto, ella aceptó el transporte que le ofrecía, al fin y al cabo, sería muy probable que el Sindicato Fantasma ya supiera sus intenciones.


El chófer condujo hasta la sede central. Isabel tenía un brillo especial en los ojos, acababa de llegar y ya la habían citado allí. Antes de que el chófer abriese su puerta ella salió disparada hacia el edificio. Subió las escaleras y se topó con una secretaria que precisamente iba a bajar a buscarla. Enseguida la llevó al despacho de uno de los líderes.


Sin dignarse a mirarla, el líder le indicó con la mano que se sentara. Cuando lo hizo abrió uno de los cajones de su mesa, sacó una pistola y la lanzó por la superficie de esta. Isabel no entendía nada, pero no debía dar ningún paso en falso, simplemente se quedó observando el arma en pleno silencio, esperando a que él rompiera el hielo. Y así fue.

-Veo que quieres ingresar aquí. No estoy viendo razón alguna para que te de mi voto.

-No… no comprendo. ¿Qué debo hacer? Estoy dispuesta a afrontar cualquier prueba.

-¿De verdad? Adelante. Agarra la pistola y dispárame.

-¿Có…cómo? –dijo Isabel completamente sorprendida.

-Verás… somos cuatro los que controlamos toda esta… cadena. Supongo que ya intuías que las “pruebas” a las que ibas a ser sometida se saldrían totalmente de lo común. Lo mismo ocurre con nuestros métodos… Así que dispara.

Isabel creyó que se había quedado dormida en el tren. Sabía que ese sindicato estaba envuelto en una bruma de misterios, pero era imposible que para que ella ingresase tuviese que atentar contra uno de sus líderes. No obstante ella había venido a superar cualquier cosa y, al fin y al cabo, tenía el presentimiento de que si él la obligaba a disparar sería porque no sufriría daño alguno. Tras segundos de reflexión agarró la pistola y disparó con determinación apuntando a su pecho.

La pistola no tenía balas. ¿Qué querían probar entonces? Nadie respondió. Después de ver que había tenido las agallas suficientes para apretar el gatillo el líder hizo un gesto para que se la llevaran. Sin aún comprender del todo lo que estaba pasando fue llevada a otra sala. Allí se encontraba, en un despacho casi idéntico al anterior, una mujer. Isabel también la reconoció enseguida, otro líder.

Con el mismo silencio que el anterior, la mujer indicó que se sentase. Ella no sacó objeto alguno de su mesa, simplemente abrió las cortinas permitiendo que entrase la luz del sol, se dirigió a la puerta y se fue dejando a Isabel sola en la habitación. Ella, por su parte, siguió sentaba esperando a que volviera a entrar. Pero pasaron varios minutos y no volvía. La habitación empezó a estar incómodamente cálida, empezó a sudar. Para colmo, la calefacción estaba encendida, se había convertido eso en un horno. A pesar todo ese sofocante calor, no cerró las cortinas ni abrió las ventanas ni apagó la calefacción, dejó todo tal y como lo había dejado la mujer.

Al cabo de diez insoportables minutos volvió a entrar, cerró las cortinas, apagó la calefacción e hizo un gesto para que se fuera. Cada vez había más confusión dentro de su cabeza. De nuevo fue guiada hasta otro despacho. En este se hallaba otra mujer, otra líder del Sindicato Fantasma. Sin embargo esta parecía que no iba a hacer otra prueba extraña. Consigo llevaba unas insignias que eran otorgadas a todo aquel que lograba ser Espectro. Tal vez había pasado las pruebas con éxito y ahora iba a ser nombrada miembro activo del sindicato. Aunque… aún faltaba la “presentación” del cuarto líder.
Efectivamente esas insignias eran para ella. La líder se levantó de su asiento y sentó bruscamente a Isabel presionando su hombro izquierdo. A continuación agarró cuatro insignias y las fue clavando una a una mientras pronunciaba algo. ¿Clavándolas en la ropa? No, en su carne. Contuvo el dolor y trató de no mostrar algún síntoma de que era una molestia. Esto sería otra prueba, seguro.

A la primera insignia le acompañó la palabra sacrificio, tenía el símbolo de una cruz. La segunda insignia, simbolizada con un copo de nieve, fue seguida de la palabra frialdad. El tercer vocablo, perseverancia, fue precedido por un insignia con una mano inscrita. La última de las insignias fue la más dolorosa. La líder paró un momento para observar la cara de Isabel, al ver que no enseñaba dolor alguno sonrió y clavó esta última con saña mientras gritaba “fidelidad”. Si alguien se pregunta qué había simbolizado en la cuarta insignia era una gota de sangre.

Blanco, azul, amarillo y rojo: los colores de la bandera del Sindicato Fantasma. Pero Isabel no estaba pensando en esto, tal dolor sintió con el último pinchazo que se le cortó la respiración. Al menos sabía que iba mejorando, por la puerta apareció el último de los cuatro. Justamente él entraba, la otra líder, la que había puesto en su piel las insignias, se marchó. En la habitación quedaron ellos dos, él se sentó y observó sus ojos. Isabel trató de aguantar el dolor lo máximo que pudo, pero ese último pinchazo estaba justamente en un nervio, no pudo aguantar mucho. Cuando hizo una mueca de dolor el hombre habló.

-Dime la razón por la que has soportado las barbaridades de mis tres compañeros y aliviaré tu dolor.

-Vengo a… formar parte de vuestro… sindicato. Soporto esto por vosotros…

-Sumisión… -susurró el hombre.

Se levantó de la silla y le arrancó las cuatro insignias.

-¿Por qué las quita? ¿No seré nombrada Espectro?

-Por supuesto que sí, solo que estas insignias ya no harán falta… Puedes marcharte. Dentro de dos semanas a esta misma hora quiero que estés aquí, no tolero los retrasos.

-Está bien. Entonces, ¿ya está, soy un Espectro?

-De momento preséntate a esa cita y ya hablaremos.

-¡De acuerdo!

Isabel aún no podía creérselo. Después de tanto tiempo, de tanto esfuerzo y tras soportar aquellas… pruebas, había logrado ser un Espectro. Bueno, teóricamente aún no lo era, pero estaba segura de que fuera lo que fuera lo que la esperara no sería peor que el día de hoy. Se marchó del lugar con una amplia sonrisa. El chófer, que aún aguardaba en la salida, la llevó a su hotel. Aquella noche casi no pudo pegar ojo, los nervios estaban consumiéndola por dentro. Solamente quedaban días para cumplir su sueño más anhelado.

Los días avanzaron rápido. Era su última noche de puro nerviosismo y, así como el primer día, esa noche tampoco durmió mucho, tres horas después consiguió conciliar el sueño... 

El despertador sonó, eran las diez. Tenía media hora de trayecto así que debía darse prisa y prepararse. Pero, de repente, sonó el teléfono. Isabel lo descolgó y preguntó quién era. “En veinte minutos pasaré a recogerla”. Era la voz del chófer. Isabel quiso saber cómo había obtenido su número pero desafortunadamente ya había colgado.

¿Cómo era posible que supieran tanta información de ella? ¿Eran normales aquellas pruebas? ¿Qué estarían preparando los líderes para ella? ¿Había hecho bien en venir? Preguntas que rondaban sin cesar en su cabeza. Desde luego sabía que el Sindicato Fantasma era conocido por ser “el raro del grupo”, pero no pensaba que llegasen a tanto. Más que un grupo sindicalista parecía una secta.

Todas esas paranoias se evaporaron al llegar a la sede. Sus ansias de ser un Espectro resurgieron. Anduvo hasta el despacho principal, donde se ubicaban los cuatro líderes y tocó la puerta. No obtuvo respuesta. Volvió a aporrearla. Nada. Probó a ver si estaba abierta y efectivamente lo estaba. Pidiendo permiso por adelantado la abrió y entró. Ante ella se encontraban los cuatro líderes sentados tras una enorme mesa. Y encima de la mesa, una imagen desconcertante para ella, una persona en ropa interior atada de pies y manos.

-¡¿Qué es esto?! –gritó Isabel.

-Esta es la última prueba. La catarsis. –respondieron al unísono.

-Vale, esto se pasa de siniestro.

Isabel quiso salir pero la puerta había sido cerrada con llave desde fuera. Tendría que afrontar aquello que dijeran. Se giró hacia ellos de nuevo, tragó saliva y se acercó.

-Está bien, ¿qué debo hacer?

-Este sujeto que hay tendido en la mesa –dijo el de la prueba de la pistola –es  el enemigo. Nadie aquí puede considerarse un Espectro si no actúa como tal. Por eso, si quieres que mis hermanos y yo te consideremos digna de llevar ese nombre deberás depurarte.

-¿Hermanos? ¿Depurarme? ¿De qué va todo esto?

-Es sencillo. –contestó la que clavó las insignias en su tórax –Tenemos que cerciorarnos de que las palabras que dicté ayer no eran simples falacias. Compórtate como un Espectro y… mata a este hombre.

La chica no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Todo el amor que sentía por el Sindicato Fantasma se había descuartizado por completo en ese instante. Quiso negarse a hacerlo, no quería matar a alguien, aunque fuera el enemigo más acérrimo del sindicato, ¿qué clase de iniciación era esa? Así no se depura alguien, así se corrompe alguien…

-No voy a hacerlo.

En cuanto soltó esa frase un dolor enorme en el pecho empezó a aparecer en ella. No se lo explicaba. Puede que fuera de los pinchazos de ayer, algún derrame o algo. Bueno, no andaba lejos. La mujer le explico que ese dolor se debía al incumplimiento de una de sus obligaciones: fidelidad.

-Esto no es fidelidad… ¡es sumisión!

-Exacto. –habló el último que se presentó ante ella –Fidelidad… sumisión… poca diferencia hay. Un espectro se compone de cuatro factores, el sacrificio, apartar su vida y cambiarla por este trabajo; la frialdad, nada de sentimiento a la hora de actuar, aquí se piden autómatas; la perseverancia, pase lo que pase siempre lucharás por la causa; y la fidelidad, no cuestiones nunca nuestras órdenes. Y ahora, mátalo.

-¡¿Pero qué clase de asquerosa secta sois vosotros?!

El pinchazo de la fidelidad volvió a provocarla dolor. Estaba claro, no podría salir de allí si no cumplía aquella misión… Se arrastró hasta la mesa y miró al sujeto marcado para morir, al menos se encontraba inconsciente. A su lado había varios instrumentos para su ejecución. Isabel cogió el más apropiado para que no sufriera: una pistola. Cuando estaba a punto de disparar a su cráneo el pecho volvió a dolerle.

-No, no, no. Ese no es el estilo de un Espectro. Recuerda, frialdad.

Isabel estaba a rebosar de impotencia. Esta vez el dolor no se calmaba. Escogiera el instrumento que escogiera siempre sentía dolor en el pecho. Si se trataba de cumplir con el hecho de tener la sangre fría debería asesinarlo de la forma más lenta y dolorosa. Eso saciaría a los cuatro líderes y podría escapar de allí.
Buscó entre todos los instrumentos y halló una fresadora. Nada más agarrarla observó como los cuatro sonreían. Ahora entendían por qué había tan pocos Espectros. Enchufó la máquina y la encendió. Desgraciadamente, antes de que pudiera matarlo el hombre se despertó.

-Por favor, estoy dispuesta a matarle, pero no puedo hacerlo si está consciente. –les suplicó.

Un dolor extremadamente fuerte apareció en su pecho junto con el que ya tenía por la frialdad. No hizo falta que los cuatro dijera de qué se trataba. Con el absoluto silencio al pedir que le durmieran ya supo que ese dolor provenía del sello de la perseverancia. Debía continuar con la faena…

Acercó la fresadora a su corazón para al menos causarle el menor dolor. Imposible, otra vez el dolor de la frialdad acrecentó. Sin poder pausar y entre lágrimas, colocó la fresadora en las rodillas de su víctima. Los gritos y la sangre empezaron a fluir en aquella habitación. El hombre se retorcía de dolor y la pedía que parase, pero no podía, su vida o la suya. Cuando llegó a la rótula ascendió para fresar la zona femoral y precisamente allí se encontraba una de las arterias más gruesas, con más sangre transportada. La cara de Isabel se tiñó de rojo completamente. Suplicaba sin cesar que al menos se desmayara de aquel inmenso dolor, pero no, el pobre hombre seguía gritando.

Tras cinco minutos toda la piel y el músculo del hombre había sido fresada. Las vísceras y los tendones colgaban de aquel cuerpo ensangrentado. Isabel procedió a fresar su cabeza cuando entonces el dolor de la frialdad volvió a aumentar. Supuso que era hora de cambiar de… instrumento. Fue tanteando con la mano hasta que el dolor se volvió insignificante cuando esta se posó sobre unas pinzas. Parece que era hora de arrancar órganos.

Miró la cara del hombre y observó como se distinguían sus lágrimas entre toda la sangre. Algo en el interior de Isabel surgió. No, no era dolor, era una voz que la indicó que le arrancase los ojos. Después de todo, sin ver una cara sollozante el trabajo sería más fácil. Sin pensárselo dos veces arremetió contra él y le cortó los nervios ópticos. Lo siguiente sería silenciar esos gritos. Agarró un tubo de cobre y se lo clavó en la tráquea. Un enorme chorro de sangre brotó impregnando toda la ropa de Isabel de rojo carmesí. Segundos después, tras un sonido ahogado de gritos y sangre, todo cesó. Su voz había fallecido.

Continuó con la “operación” extrayéndole los intestinos. Al principio usó las pinzas, pero, cansada de esa lentitud, las tiró al suelo y con las manos fue tirando hasta arrancarle el tubo digestivo por completo. Había más sangre en su cara y sus prendas que en el aparato circulatorio del hombre. Lo logró, ya estaba muerto.

Dejó de sentir dolor alguno. Sin embargo, algo había aflorado en su interior, un “yo” que ni ella reconocía. Quiso seguir torturando a ese hombre. Ahora entendía lo de purificarse. Los cuatro líderes llevaban tiempo hablando, eso era señal de que la prueba había acabado y a pesar de ello Isabel quería seguir usando instrumentos en aquel cuerpo, quería más sangre, más violencia…

Ya se había percatado de que aquello no era un grupo sindicalista propiamente dicho, no sabía la razón de llevar aquella etiqueta, tal vez para llamar la atención de revolucionarios como ella. Realmente lo que parece que hacían era “quitar del medio los obstáculos”. Nunca se le habría pasado por la cabeza actuar de esa forma tan… agresiva. ¡Claro! Ya lo entendía, todas sus cartas, sus mensajes, sus escritos. Toda esa agresividad pertenecía a aquella pequeña sádica que acababa de surgir en su interior. Ellos habrían leído todo eso y simplemente quisieron hacerlo aparecer en todos los ámbitos, no sólo en el papel. Ellos provocaron el incendio en el Instituto, por eso tuvo tan pocos impedimentos para viajar, por eso sabían tanto de ella. Solamente estaban sacando la máquina de matar que había dentro de ella.

Ahora todo encajaba. Tal vez sería una vida de plena fidelidad al Sindicato Fantasma, pero merecería la pena. Quiso ocultar su verdadera naturaleza incluso a ella misma. Inconscientemente sabía lo que significaba ser un Espectro, todo ese sacrificio. Desde la primera prueba no falló e hizo todo sin echarse atrás. Y durante todo el trayecto pensó todo con calma, calculó todo para que no hubiera error alguno, alejándose de la emoción supo qué hacer y cuándo. Fidelidad, sacrificio, perseverancia, frialdad. Ya obtuvo esos dones incluso antes de llegar a Madrid. Mirándolo desde un punto de vista, aquellas cuatro personas no estaban locas, tan sólo entrenaban a aquellos perdidos que no eran capaces de darse cuenta de sus verdaderos instintos. La sangre fue su despertador y las vísceras las tijeras que rompieron sus vendas. Había aparecido una nueva Isabel, acababa de unirse un nuevo Espectro.

Mientras los cuatro líderes la felicitaban ella arrancó de cuajo el corazón del cuerpo y lo estrujó sin piedad hasta dejar una masa amorfa de músculo. Los cuatro se levantaron y caminaron hacia ella otorgando, ahora sí, las insignias que llevaban los Espectros.

-Ya no sentirás más dolor. Ponlas en tu uniforme en el lugar que te apetezca. Esperamos que seas igual de eficaz en tus siguientes objetivos. Queremos, sobre todo, que este trabajo sea de tu agrado.

Isabel no pudo contener la risa, no era una risa normal, realmente asustaba, era una risa maliciosa, como si estuviera endemoniada. Tras unas cuantas espeluznantes carcajadas respondió a los líderes.

-Yo no considero trabajo algo tan placentero…


jueves, 1 de noviembre de 2012

Especial Halloween: Blind Maiden


Hace más de una semana que todo comenzó. Hasta entonces era un chico normal, como otro cualquiera del montón. Y hubiera preferido que todo hubiera quedado así, pero no… mi pasión por las leyendas urbanas me llevó a la ruina. Tuve que haberlo sabido, tuve que haberlo evitado… Debí tirar el ordenador a la basura cuando sabía perfectamente que esto podría pasar. Inepto…
Hay una leyenda que dice que si justo a las cero horas del día 24 de junio, en San Juan, te miras fijamente en un espejo, puedes ver en el reflejo de tus ojos cómo vas a morir… Y así fue, yo miré y lo vi, sí… Me contemplé a mi mismo en el ordenador… sin vida… aún fresco… una cosecha reciente.

No obstante, que me gustaran las leyendas urbanas no quería decir que me las creyese, por supuesto, y precisamente por ese escepticismo me condené. Ya lo decía mi madre: yo no creo pero mejor dejarlo como está.  Si al menos hubiera hecho caso al reflejo de mis ojos… ahora no estaría narrando esto atrapado en este lugar…

Empezaré desde el principio, como ya dije antes, de esto hace ya más de una semana. Era por la noche, no tenía nada que hacer y me puse a buscar nuevas leyendas urbanas. De entre todas las que vi una de ellas me impactó realmente. El que narraba la historia, supuestamente un testigo superviviente de aquel horror, contaba la leyenda de una manera tremendamente espeluznante. Se trataba de la leyenda de Blind Maiden, la Doncella Ciega. Uno de los rasgos que más me atrajo de esta leyenda es que la historia sucedía en Internet. Eso me dio seguridad, ya que no puede pasar nada paranormal en las redes y si así fuera se apaga el ordenador y listo. Otras leyendas son peores, como aquella de que si en Nochebuena, a medianoche, vas a un espejo y tienes toda la habitación a oscuras a excepción de un par de velas, ves la cara del Diablo observándote. Esta última confieso que estuve a punto de comprobarla, pero mis padres a esa hora me obligaban a quedarme a hablar con la familia en la mesa… lástima.

Bueno, al grano, aunque tengo todo el tiempo del mundo… Resulta que la leyenda de Blind Maiden cuenta que hay una página web en Internet que está maldita. La dirección prefiero no decirla, no quiero que otra persona venga a… este lugar… Se dice que si entras a esa página una noche sin luna podrás acceder a un lugar lleno de fotografías horripilantes. No soy capaz de describir cómo eran aquellas imágenes, realmente ningún adjetivo de nuestro idioma sería capaz de definir aquello… Sólo puedo decir que aparecía un sinfín de fotos de personas muertas y todas con un factor común: no tenían ojos… Lo único que había en sus cuencas era una oscuridad abismal, miradas perdidas, de un sufrimiento insoportable, una agonía que aún perduraba en sus rostros inertes.

Si conseguías aguantar toda esa avalancha de cadáveres olvidados en la pantalla veías una pregunta: “¿Te gustaría participar en una experiencia de horror absoluto?” Si tenías las suficientes agallas para aceptar el desafío entrabas en una zona de la página donde podías observar tu propia casa. Las primeras imágenes son de las partes de tu casa más distantes a ti. Entonces verás como por esos lugares se arrastra una silueta femenina. Seguidamente verás imágenes de zonas de la casa más próximas y, por supuesto, caminando en ellas aquel macabro ser. Finalmente, la última imagen será el terror definitivo: te observarás a ti mismo en el ordenador y esa sombra deslizándose a tus espaldas.

Cuando te gires verás una hermosa mujer, pero eso es solo mera apariencia, nada más ella se acerque su rostro cambiará completamente. No verás nada en sus ojos, solamente vació, no veras nariz alguna, tan solo dos agujeros oscuros dignos de la calavera más tétrica, no veras unos dientes perfectos, sólo colmillos aterradores, no verás una piel delicada, estará manchada por la sangre de otros desafortunados, y por último, no verás unas delicadas manos, únicamente unas afiladas garras, garras las cuales irán directas a tus ojos para arrancártelos. Y, entonces, serás otra víctima más que quedará grabada en esa página.

Obviamente hay más requisitos que el de ser una noche sin luna. Tienen que ser justamente las doce en punto, debes estar solo y, cómo no, estar a oscuras. Personalmente, en el momento en el que leí esto no pude contener la risa… así, con esas condiciones, con cualquier ruido te asustas y más aun en plena oscuridad y predispuesto a ver un espectro errante, toda sombra que veas será procesada por tu cerebro para interpretarla como la imagen de un humanoide… ¡Menuda tontería! Ojalá pudiera retirar esas palabras y volver atrás en el tiempo, ojalá…

Una noche que mis padres decidieron salir se me pasó por la cabeza el ver si era cierto lo de aquella página. Por supuesto intenté entrar muchas veces antes, pero extrañamente no salía nada, como si la página no existiera. Sin embargo esa noche, cerciorándome de que no había luna y eran las doce, volví a intentarlo. Al principio la página tardó en cargar, no sabía la razón, acaba de estar en Internet y no hubo problema. Estuve esperando y seguía cargando. No había Internet… Reinicié el router y escribí nuevamente la dirección web. Se fue la luz… No podía creer la mala suerte que estaba teniendo. ¿Mala suerte? Era como si algo no quisiera que entrara ahí.

Finalmente, con todo en orden, logré entrar. La página a la que llegué no se parecía para nada en la de las otras veces. Realmente había accedido a la página de la leyenda urbana. ¿Estaba asustado? No. ¿Era extraño? Para qué negarlo.

Era una página negra. Y no había ninguna foto de cadáveres. Aguardé varios minutos observando aquel vacío virtual. Un escalofrío recorrió mi espalda. Y entonces vi movimiento en la pantalla. Ante mi apareció repentinamente la imagen de una mujer de cabellos de ébano  mirándome fijamente… y con los ojos arrancados. De mis auriculares salieron alaridos de varias personas, como si estuvieran matando a cientos de personas. Jamás pensé que el miedo pudiese paralizarte hasta tales extremos, no sabía que hacer, hasta lo más lógico, apagar el ordenador, no se me pasó por la cabeza. Sólo podía cerrar los ojos y suplicar que eso acabase. Al final, a punto de sufrir un infarto, mi mano recuperó la cordura y apagó el ordenador. Pese a ello no logré moverme más, permanecí inmóvil en la silla mirando la pantalla apagada y recordando ese ser que me miraba a través de la pantalla. Tras quince minutos más o menos volví en mí y me fui a la cama a intentar conciliar el sueño.

Esa noche me vi envuelto en terribles pesadillas, pero no me atrevía ni a moverme de la cama, ni siquiera a abrir los ojos. Notaba algo raro, como si alguien estuviera en mi habitación observándome. Escuchaba pasos en el suelo, crujidos, su propio respirar, había realmente algo allí y estaba cerca de mí… muy cerca.

Al día siguiente me desperté muy temprano buscando por toda la habitación la presencia de la noche anterior. Quizás estuviera delirando. Tal vez fuera una pesadilla muy realista. En absoluto… Sí hubo alguien esa noche. Mirando en los cristales de mi ventana observé varias huellas de mano por todo el vidrio. Unas manos realmente grandes, no eran mías ni de mis padres. Alguien estuvo, ¿pero quién… o qué?

Ese mismo día, después de comer, decidí entrar a la página. Podría ser que escribiera algo mal en la dirección y hubiera entrado en una página web hecha por algún desalmado para asustar a los demás. Si fuera así, el resto de cosas se justificaría automáticamente con el miedo, el cerebro a veces nos hace auténticas jugarretas.

Comprobé escrupulosamente que todos los dígitos estaban correctos e hice click. Aparecí en la misma página, la del fondo negro. No me lo explicaba, se suponía que no era de noche, no estaba cumpliendo ningún requisito y podía entrar, ¿cómo era posible esto?

Permanecí en la página para ver si aparecía de nuevo la imagen de esa mujer y los gritos espeluznantes. Nada. Aun esperando casi media hora no ocurrió nada, tan solo se veía un fondo negro. Sumamente extraño todo. Por un lado podía entrar sin cumplir ninguna condición, por otro lado no lograba avanzar en la página. ¿Habría hecho algo cerrando el ordenador y dejando aquella “maldición” a la mitad?

Tenía que encontrar más información acerca de Blind Maiden. A lo mejor hice algo mal y la visita nocturna fue causa de ello. No sé, si me dan a elegir entre morir o dormir todas las noches “acompañado” elijo sin pensármelo ni un segundo la primera opción. Lo que viví esas horas fue horripilante, los segundos pasaban lentamente y yo ahí, indefenso, sin poder hacer nada, incluso suplicando que me ejecutase ya y dejara de jugar. No debí haber jugado con esas cosas. He llamado a algo a lo que no puedo enfrentarme, a algo que va a despedazar algo más que mi cuerpo. Necesitaba ayuda… Nadie me creería…

Busqué y busqué pero no hallaba nada que se asemejase a mi situación. Se hizo tarde y ya era hora de dormir. Hacía muchos años que no tenía tanto miedo a la oscuridad. Me tomé unas pastillas para dormir mejor y me acosté. Y otra vez igual: pesadillas espantosas y el presentimiento de que alguien me estaba vigilando. Hubo un momento en el que no sabía si era mejor estar despierto y soportar el aliento de ese ente o estar dormido y observar aquellos horrores. Algo había salido mal, pero que muy mal…

Por la mañana fui a la biblioteca a buscar más información sobre el asunto. Pregunté al bibliotecario y afortunadamente me enseñó un libro repleto de información de leyendas urbanas. La leyenda de Blind Maiden era bastante moderna, pero es que no tenía otra alternativa… Me senté y empecé a buscar desesperadamente por la letra B. Nada. Miré en D de doncella y tampoco. Tal vez en C de ciega o M de maiden… o en I de Internet… nada de nada. Maldito eternamente, quizás peor que los que murieron por ella…

Y entonces la salvación apareció a mis espaldas. Un señor bastante mayor me preguntó qué leyenda urbana estaba buscando. Cuando le dije todo lo ocurrido él se compadeció enormemente de mí. No entendí el motivo de su reacción, hasta que me respondió…

“Has cometido un error muy grave al no informarte de todos los requisitos. Hay leyendas urbanas que permiten saltarse algunas normas, hay otras que si no cumples algo no se manifiestan, pero luego están las peores, las más vengativas, un ejemplo es esa doncella ciega. Si te saltas alguno de esos requerimientos, normalmente los que son menos conocidos, recae sobre ti algo peor que la muerte: la condena. Cumpliste todo, pero por lo que me cuentas no entraste exactamente a las doce de la noche. Y fue un error gravísimo interrumpir el ritual. Internet está enlazado en nuestras vidas, pertenece a nosotros. Aunque tú no lo veas, cuando la pantalla se ilumina ante ti se crea un vínculo. Tú captas información y la envías, estáis en completa armonía. Tuviste que haber esperado a que la imagen desapareciese. Cerrar los ojos y taparse los oídos hubiera bastado para evitar esa inducción a la locura, pero NUNCA haber desconectado el ordenador… Interrumpiste el vínculo entre ella y tú. Ahora hay una parte en tu alma que te atormenta y sale todas las noches a destrozar tus sueños. Y esto no parará hasta que reinicies el ritual. Morir o no vivir, eso es tarea tuya.”

Por un lado me alivió mucho lo que me dijo, pero por otro no. Vale, había solución, pero había dos malas noticias: sólo se puede acceder correctamente a la página los jueves y por tanto tendría que pasar cinco noches más con esa condena (para colmo el jueves era el día justo después de Halloween) y la peor noticia era que debería soportar todo lo que viera y escuchase allí.


La maldita relatividad no colaboraba en esos momentos. Los días pasaban rápidamente y las noches todo lo contrario. Quería exprimir al máximo esos cinco días, algo dentro de mí creía que iba a salir mal, e incluso me despedí de todos mis amigos, a pesar de que sus respuestas fueron meras carcajadas. Respecto a mis padres tan sólo hice una nota de despedida que colocaría en el bolsillo del pantalón que iba a llevar puesto el día que todo se sabría… Me pregunto cómo estarán ahora todos, ¿habrán visto ya mi habitación? Realmente no he contado el tiempo que llevo aquí…

Y llegó el día. Me encontraba realmente agotado, casi no pude dormir, y no sabía decir con exactitud, pero creo que también la demencia estaba arraigando dentro de mí. Mis padres estaban empezando a preocuparse de mi estado somnoliento, presentaba unas ojeras realmente considerables y me costó mucho convencerles para que salieran esa noche. Habría hecho cualquier cosa para quedarme solo ese jueves, no soportaría otra semana de terror nocturno.

Faltaban diez minutos para las doce y ya estaba todo preparado. Había desenchufado todos los aparatos de casa para evitar que saltaran los plomos, el router acababa de ser encendido, me encontraba solo, toda la casa estaba a oscuras y la dirección web ya estaba escrita en el buscador. Solamente tenía que hacer click cuando fueran las doce. Pero entonces me percaté de algo: había luna. No podía creérmelo, no era cuestión de esperar una semana, sino un mes hasta que la dichosa luna decidiera volver a estar nueva. No tenía alternativa, habría que probar así. Mirándolo detenidamente, tampoco es que se viera mucha luna, acababa de entrar en estado creciente. Las palabras del viejo regresaron a mi cabeza, morir o no vivir, tendría que arriesgar. Pensé que la doncella ciega no sería tan meticulosa, al fin y al cabo estaba ofreciéndola mi alma.

Las doce en punto. Suspiré y entré. Ahí estaba de nuevo la pantalla negra. Empecé a temblar y a arrepentirme de haber entrado. Pero algo recorrió mi espalda, esta vez no fue un escalofrío, fue valor, estaba enfrentándome a algo peor que la muerte, tenía que ser valiente, después incluso me reiría de esta situación o me serviría de buen material para contar a mis amigos alguna historia de terror. Era el momento de mostrar a esa doncella que apreciaba la vida y haría lo que fuera por recuperarla. Abrí los ojos y me puse los auriculares. Al poco tiempo apareció la cara y los alaridos. Permanecí sin temblar retando con la mirada aquella fotografía. Lo logré. Al cabo de un minuto los gritos desaparecieron al igual que la imagen. Pero fue a peor… más gritos e imágenes de un terror que se salía de la escala humana se sucedieron, cada una peor que la anterior.

Tras perder completamente el sueño acumulado a causa de lo que estaba escuchando y viendo apareció la pregunta que libraría mi alma de esta condena: ¿Te gustaría participar en una experiencia de horror absoluto? Según me dijo el señor, tras esta pregunta la condena de mi alma se desvanecería y sólo tendría que negarme.

Pero ya sabéis que no fue así. Sin explicación alguna el cursor de mi ordenador comenzó a moverse. Se dirigía lentamente hacia la ventana para aceptar el desafío. Con rapidez desenchufé el ratón, pero el cursor seguía. No comprendía nada de lo que estaba sucediendo. ¡A nadie le pasaba eso cuando llegaba hasta aquí! O aceptaba o rechazaba. No sabía qué hacer, todo el valor que había reunido para ver las imágenes se había debilitado y ahora había desaparecido por completo. Paralizado por el miedo… otra vez…

Tuve que contemplar con horror como el cursor se posaba en la ventana. A partir de ahí lo primero que vi fue una imagen de la puerta principal de mi casa. El plan estúpido de huir de la casa acababa de morir mientras veía como se arrastraba la doncella por la puerta. Eso… eso era todo menos humano. Después fotos del pasillo. Me quité los auriculares y ya escuchaba los pasos y los crujidos. La situación que estaba viviendo también era indescriptible. Fue la peor forma de dejar mi escepticismo a un lado…

Por último la imagen de mi habitación surgió. Allí me vi, de espaldas, temblando. No era capaz de girarme, no hay cosa peor que observar el marco de tu puerta y ver como lentamente un rostro asoma de ella, a pesar de que sea el rostro más bello que jamás haya existido… Todos sabemos en qué se transformaría aquella cara.

Noté de nuevo su aliento, exactamente lo mismo que por las noches. Admito que haber estado condenado una semana palió bastante esa situación final. O eso creo. Me giré lentamente con los ojos llorosos. Antes de ver mi muerte saqué la nota de mi pantalón y la deposité en el escritorio con cuidado y lo suficientemente lejos para que no se manchara de mi sangre.

La dulce figura de la doncella empezó a transformarse. Mi cerebro colapsó, ni siquiera reaccioné cuando sus garras se lanzaron contra mis ojos, ni un mísero reflejo. La conexión de mi sistema nervioso se había apagado debida al horror. Fue lo mejor, es bueno eso de que los últimos segundos antes de morir no los recuerdes, debe de haber un sufrimiento peor que cualquier tortura.

Sin embargo fui consciente de lo posterior. La doncella caminó de nuevo hacia la puerta principal con las garras llenas de mi sangre. Mis ojos estaban al lado de mis pies bañados en un charco de tal líquido. Aún respiraba cuando me los arrebató, tal vez el último suspiro. Pero cuando en esa habitación dejó de haber vida alguna el ordenador se apagó llevándose consigo una parte de mí.

Ahora ya sabéis dónde me encuentro. Ahora ya sabéis a quiénes pertenecían esas imágenes. Y ahora que conocéis mi historia espero que seáis más precavidos que yo. No se está bien aquí. Dije que preferiría morir antes que pasar más noches de terror. Lo retiro. Solamente puedo ver el exterior cuando la doncella logra que otro desdichado entre a la página. Yo no hice caso a los avisos que me obstaculizaron este destino. Espero que vosotros hagáis caso a alguien que lo ha vivido en primera persona.
Pero si algún día osas retar a tu escepticismo, mi nombre es Lucas Molina Hernández y estaré encantado de observarte a través de la oscuridad abismal de lo que antes eran mis ojos. Buena suerte.