Ella
era una chica normal, se levantaba temprano por las mañanas, desayunaba, iba a
la facultad, tomaba apuntes, regresaba a casa, estudiaba y se acostaba. La
típica vida monótona de todo estudiante.
Sin
embargo, cuando Cronos se lo permitía y acumulaba algo de tiempo libre, su
pasión era escribir, pero no cualquier cosa, escribía mensajes, cartas,
indirectas en las que criticaba el mundo decadente en el que vivía. Su
escritorio estaba a rebosar de folios llenos de apelativos despectivos sobre su
sociedad. Aunque, realmente, ese temperamento áspero y agresivo sólo aparecía
plasma en sus escritos porque, cuando se encontraba rodeada de gente, parecía
la persona más amable y conformistas que jamás hubiera existido. Era como si al
coger el bolígrafo un espíritu revolucionario las poseyese y no la dejara en
paz hasta que su soledad se fulminase con la aparición de sus amigos o
familiares.
Pese a
esa máscara que se ponía cuando se exponía a la multitud, había un lugar donde,
por muchas personas que hubiera, ella mostraba al exterior su otra faceta: las
manifestaciones. No había fecha de manifestación que ella no conociera, todos
los días de huelga, todos los lugares, personas y grupos sindicalistas que
participaban. No obstante, de entre todos los sindicatos que había, uno de
ellos la llamaba mucho la atención por sus actos: el Sindicato Fantasma.
Supongo
que ya muchos sabrán qué ocurre al final de esto, básicamente por las primeras líneas del texto, pero bueno, yo no dije que el Sindicato Fantasma del principio fuera
el mismo que el del que ella estaba enamorada.
Catorce
días, catorce horas, catorce minutos antes de lo sucedido ella se llevó la
mejor sorpresa que podía recibir: a causa de un grave accidente pirotécnico en
la facultad, las clases iban a ser suspendidas durante dos semanas. ¿Por qué
era una alegría para ella? Porque ahora que tenía esos días de libertad podría
viajar hasta la sede central del Sindicato Fantasma.
La
razón de su enorme obsesión por su sindicato en concreto y no por otros era que
este sindicato hacía realmente honor a su nombre. Pocos sabían cuándo hacía
acto de presencia y cuando lo hacía se las ingeniaban perfectamente los líderes
del sindicato para que no fueran responsables de lo que hacían. En otras
palabras, absolutamente todos conocían los trucos del Sindicato Fantasma, pero
nunca había pruebas para culpar a ninguno de sus integrantes. De ahí viene lo
de fantasma: aparece cuando no te lo esperas, golpea y no deja huella. Y para
colmo, sus actos no sólo estaban vigentes en el mundo cárnico, sino también en
el universo virtual.
Desde
pequeña quiso ser un miembro activo del sindicato. Pero al igual que el
Sindicato Fantasma es conocido por pocos, estos pocos no lo tienen fácil a la
hora de querer ingresar. De todas formas, eso a Isabel no la intimidaba,
pasaría cualquier prueba, soportaría la peor de las disciplinas y haría toda
misión que la encomendasen con tal de ser otro Espectro; es así como se les llama
a los miembros.
El
mismo día que recibió la noticia de que se cancelaban las clases ya comenzó a
hacer el equipaje. Tuvo una bronca con sus padres, pero al final cedieron. Así
que supuestamente ya tenía todo en orden para partir hacia Madrid, donde se
hallaba la sede central.
Bon
voyage!
Al llegar le esperaba en la estación un señor encapuchado que sostenía un cartel con su nombre. A pesar de lo extraño que pudiera resultar esto, ella aceptó el transporte que le ofrecía, al fin y al cabo, sería muy probable que el Sindicato Fantasma ya supiera sus intenciones.
El
chófer condujo hasta la sede central. Isabel tenía un brillo especial en los
ojos, acababa de llegar y ya la habían citado allí. Antes de que el chófer
abriese su puerta ella salió disparada hacia el edificio. Subió las escaleras y
se topó con una secretaria que precisamente iba a bajar a buscarla. Enseguida
la llevó al despacho de uno de los líderes.
Sin
dignarse a mirarla, el líder le indicó con la mano que se sentara. Cuando lo
hizo abrió uno de los cajones de su mesa, sacó una pistola y la lanzó por la
superficie de esta. Isabel no entendía nada, pero no debía dar ningún paso en
falso, simplemente se quedó observando el arma en pleno silencio, esperando a
que él rompiera el hielo. Y así fue.
-Veo que quieres ingresar aquí. No estoy
viendo razón alguna para que te de mi voto.
-No… no comprendo. ¿Qué debo hacer? Estoy
dispuesta a afrontar cualquier prueba.
-¿De verdad? Adelante. Agarra la pistola y
dispárame.
-¿Có…cómo? –dijo Isabel completamente sorprendida.
-Verás… somos cuatro los que controlamos toda
esta… cadena. Supongo que ya intuías que las “pruebas” a las que ibas a ser
sometida se saldrían totalmente de lo común. Lo mismo ocurre con nuestros
métodos… Así que dispara.
Isabel
creyó que se había quedado dormida en el tren. Sabía que ese sindicato estaba
envuelto en una bruma de misterios, pero era imposible que para que ella
ingresase tuviese que atentar contra uno de sus líderes. No obstante ella había
venido a superar cualquier cosa y, al fin y al cabo, tenía el presentimiento de
que si él la obligaba a disparar sería porque no sufriría daño alguno. Tras
segundos de reflexión agarró la pistola y disparó con determinación apuntando a
su pecho.
La
pistola no tenía balas. ¿Qué querían probar entonces? Nadie respondió. Después
de ver que había tenido las agallas suficientes para apretar el gatillo el
líder hizo un gesto para que se la llevaran. Sin aún comprender del todo lo que
estaba pasando fue llevada a otra sala. Allí se encontraba, en un despacho casi
idéntico al anterior, una mujer. Isabel también la reconoció enseguida, otro
líder.
Con el
mismo silencio que el anterior, la mujer indicó que se sentase. Ella no sacó
objeto alguno de su mesa, simplemente abrió las cortinas permitiendo que
entrase la luz del sol, se dirigió a la puerta y se fue dejando a Isabel sola
en la habitación. Ella, por su parte, siguió sentaba esperando a que volviera a
entrar. Pero pasaron varios minutos y no volvía. La habitación empezó a estar
incómodamente cálida, empezó a sudar. Para colmo, la calefacción estaba
encendida, se había convertido eso en un horno. A pesar todo ese sofocante
calor, no cerró las cortinas ni abrió las ventanas ni apagó la calefacción,
dejó todo tal y como lo había dejado la mujer.

Efectivamente
esas insignias eran para ella. La líder se levantó de su asiento y sentó
bruscamente a Isabel presionando su hombro izquierdo. A continuación agarró
cuatro insignias y las fue clavando una a una mientras pronunciaba algo. ¿Clavándolas
en la ropa? No, en su carne. Contuvo el dolor y trató de no mostrar algún
síntoma de que era una molestia. Esto sería otra prueba, seguro.
A la
primera insignia le acompañó la palabra sacrificio, tenía el símbolo de una
cruz. La segunda insignia, simbolizada con un copo de nieve, fue seguida de la
palabra frialdad. El tercer vocablo, perseverancia, fue precedido por un insignia
con una mano inscrita. La última de las insignias fue la más dolorosa. La líder
paró un momento para observar la cara de Isabel, al ver que no enseñaba dolor alguno
sonrió y clavó esta última con saña mientras gritaba “fidelidad”. Si alguien se
pregunta qué había simbolizado en la cuarta insignia era una gota de sangre.
Blanco,
azul, amarillo y rojo: los colores de la bandera del Sindicato Fantasma. Pero
Isabel no estaba pensando en esto, tal dolor sintió con el último pinchazo que
se le cortó la respiración. Al menos sabía que iba mejorando, por la puerta
apareció el último de los cuatro. Justamente él entraba, la otra líder, la que
había puesto en su piel las insignias, se marchó. En la habitación quedaron
ellos dos, él se sentó y observó sus ojos. Isabel trató de aguantar el dolor lo
máximo que pudo, pero ese último pinchazo estaba justamente en un nervio, no
pudo aguantar mucho. Cuando hizo una mueca de dolor el hombre habló.
-Dime la razón por la que has soportado las
barbaridades de mis tres compañeros y aliviaré tu dolor.
-Vengo a… formar parte de vuestro… sindicato.
Soporto esto por vosotros…
-Sumisión… -susurró el hombre.
Se
levantó de la silla y le arrancó las cuatro insignias.
-¿Por qué las quita? ¿No seré nombrada
Espectro?
-Por supuesto que sí, solo que estas
insignias ya no harán falta… Puedes marcharte. Dentro de dos semanas a esta misma hora quiero que estés aquí, no tolero los retrasos.
-Está bien. Entonces, ¿ya está, soy un
Espectro?
-De momento preséntate a esa cita y ya hablaremos.
-¡De acuerdo!
Isabel
aún no podía creérselo. Después de tanto tiempo, de tanto esfuerzo y tras
soportar aquellas… pruebas, había logrado ser un Espectro. Bueno, teóricamente
aún no lo era, pero estaba segura de que fuera lo que fuera lo que la esperara no sería peor que el día de hoy. Se marchó del lugar con una amplia
sonrisa. El chófer, que aún aguardaba en la salida, la llevó a su hotel.
Aquella noche casi no pudo pegar ojo, los nervios estaban consumiéndola por
dentro. Solamente quedaban días para cumplir su sueño más anhelado.
Los días avanzaron rápido. Era su última noche de puro nerviosismo y, así como el primer día, esa noche tampoco durmió mucho, tres horas después consiguió conciliar el sueño...
El despertador sonó, eran las diez. Tenía media hora de trayecto así que debía darse prisa y prepararse. Pero, de repente, sonó el teléfono. Isabel lo descolgó y preguntó quién era. “En veinte minutos pasaré a recogerla”. Era la voz del chófer. Isabel quiso saber cómo había obtenido su número pero desafortunadamente ya había colgado.
El despertador sonó, eran las diez. Tenía media hora de trayecto así que debía darse prisa y prepararse. Pero, de repente, sonó el teléfono. Isabel lo descolgó y preguntó quién era. “En veinte minutos pasaré a recogerla”. Era la voz del chófer. Isabel quiso saber cómo había obtenido su número pero desafortunadamente ya había colgado.
¿Cómo
era posible que supieran tanta información de ella? ¿Eran normales aquellas
pruebas? ¿Qué estarían preparando los líderes para ella? ¿Había hecho bien en
venir? Preguntas que rondaban sin cesar en su cabeza. Desde luego sabía que el
Sindicato Fantasma era conocido por ser “el raro del grupo”, pero no pensaba
que llegasen a tanto. Más que un grupo sindicalista parecía una secta.
Todas
esas paranoias se evaporaron al llegar a la sede. Sus ansias de ser un Espectro
resurgieron. Anduvo hasta el despacho principal, donde se ubicaban los cuatro
líderes y tocó la puerta. No obtuvo respuesta. Volvió a aporrearla. Nada. Probó
a ver si estaba abierta y efectivamente lo estaba. Pidiendo permiso por
adelantado la abrió y entró. Ante ella se encontraban los cuatro líderes
sentados tras una enorme mesa. Y encima de la mesa, una imagen desconcertante
para ella, una persona en ropa interior atada de pies y manos.
-¡¿Qué es esto?! –gritó Isabel.
-Esta es la última prueba. La catarsis. –respondieron al unísono.
-Vale, esto se pasa de siniestro.
Isabel quiso salir pero la puerta había sido cerrada con llave desde fuera. Tendría que afrontar aquello que dijeran. Se giró hacia ellos de nuevo, tragó saliva y se acercó.
-Está bien, ¿qué debo hacer?
-Este sujeto que hay tendido en la mesa –dijo el de la prueba de la
pistola –es el enemigo. Nadie aquí puede considerarse un
Espectro si no actúa como tal. Por eso, si quieres que mis hermanos y yo te
consideremos digna de llevar ese nombre deberás depurarte.
-¿Hermanos? ¿Depurarme? ¿De qué va todo esto?
-Es sencillo. –contestó la que clavó las insignias en su
tórax –Tenemos que cerciorarnos de que
las palabras que dicté ayer no eran simples falacias. Compórtate como un
Espectro y… mata a este hombre.
La
chica no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Todo el amor que sentía por
el Sindicato Fantasma se había descuartizado por completo en ese instante.
Quiso negarse a hacerlo, no quería matar a alguien, aunque fuera el enemigo más
acérrimo del sindicato, ¿qué clase de iniciación era esa? Así no se depura
alguien, así se corrompe alguien…
-No voy a hacerlo.
En
cuanto soltó esa frase un dolor enorme en el pecho empezó a aparecer en ella.
No se lo explicaba. Puede que fuera de los pinchazos de ayer, algún derrame o
algo. Bueno, no andaba lejos. La mujer le explico que ese dolor se debía al
incumplimiento de una de sus obligaciones: fidelidad.
-Esto no es fidelidad… ¡es sumisión!
-Exacto. –habló el último que se presentó ante ella –Fidelidad… sumisión… poca diferencia hay.
Un espectro se compone de cuatro factores, el sacrificio, apartar su vida y
cambiarla por este trabajo; la frialdad, nada de sentimiento a la hora de
actuar, aquí se piden autómatas; la perseverancia, pase lo que pase siempre
lucharás por la causa; y la fidelidad, no cuestiones nunca nuestras órdenes. Y
ahora, mátalo.
-¡¿Pero qué clase de asquerosa secta sois
vosotros?!
El
pinchazo de la fidelidad volvió a provocarla dolor. Estaba claro, no podría
salir de allí si no cumplía aquella misión… Se arrastró hasta la mesa y miró al
sujeto marcado para morir, al menos se encontraba inconsciente. A su lado había
varios instrumentos para su ejecución. Isabel cogió el más apropiado para que
no sufriera: una pistola. Cuando estaba a punto de disparar a su cráneo el
pecho volvió a dolerle.
-No, no, no. Ese no es el estilo de un
Espectro. Recuerda, frialdad.
Isabel
estaba a rebosar de impotencia. Esta vez el dolor no se calmaba. Escogiera el
instrumento que escogiera siempre sentía dolor en el pecho. Si se trataba de
cumplir con el hecho de tener la sangre fría debería asesinarlo de la forma más
lenta y dolorosa. Eso saciaría a los cuatro líderes y podría escapar de allí.
Buscó
entre todos los instrumentos y halló una fresadora. Nada más agarrarla observó
como los cuatro sonreían. Ahora entendían por qué había tan pocos Espectros.
Enchufó la máquina y la encendió. Desgraciadamente, antes de que pudiera
matarlo el hombre se despertó.
-Por favor, estoy dispuesta a matarle, pero
no puedo hacerlo si está consciente. –les suplicó.
Un
dolor extremadamente fuerte apareció en su pecho junto con el que ya tenía por
la frialdad. No hizo falta que los cuatro dijera de qué se trataba. Con el
absoluto silencio al pedir que le durmieran ya supo que ese dolor provenía del
sello de la perseverancia. Debía continuar con la faena…
Acercó
la fresadora a su corazón para al menos causarle el menor dolor. Imposible,
otra vez el dolor de la frialdad acrecentó. Sin poder pausar y entre lágrimas,
colocó la fresadora en las rodillas de su víctima. Los gritos y la sangre
empezaron a fluir en aquella habitación. El hombre se retorcía de dolor y la pedía que parase, pero no podía, su vida o la suya. Cuando llegó a la
rótula ascendió para fresar la zona femoral y precisamente allí se encontraba
una de las arterias más gruesas, con más sangre transportada. La cara de Isabel
se tiñó de rojo completamente. Suplicaba sin cesar que al menos se desmayara de
aquel inmenso dolor, pero no, el pobre hombre seguía gritando.
Tras
cinco minutos toda la piel y el músculo del hombre había sido fresada. Las
vísceras y los tendones colgaban de aquel cuerpo ensangrentado. Isabel procedió
a fresar su cabeza cuando entonces el dolor de la frialdad volvió a aumentar.
Supuso que era hora de cambiar de… instrumento. Fue tanteando con la mano
hasta que el dolor se volvió insignificante cuando esta se posó sobre unas
pinzas. Parece que era hora de arrancar órganos.
Miró la
cara del hombre y observó como se distinguían sus lágrimas entre toda la
sangre. Algo en el interior de Isabel surgió. No, no era dolor, era una voz que
la indicó que le arrancase los ojos. Después de todo, sin ver una cara
sollozante el trabajo sería más fácil. Sin pensárselo dos veces arremetió
contra él y le cortó los nervios ópticos. Lo siguiente sería silenciar esos
gritos. Agarró un tubo de cobre y se lo clavó en la tráquea. Un enorme chorro
de sangre brotó impregnando toda la ropa de Isabel de rojo carmesí. Segundos
después, tras un sonido ahogado de gritos y sangre, todo cesó. Su voz había
fallecido.
Continuó
con la “operación” extrayéndole los intestinos. Al principio usó las pinzas,
pero, cansada de esa lentitud, las tiró al suelo y con las manos fue tirando hasta
arrancarle el tubo digestivo por completo. Había más sangre en su cara y sus
prendas que en el aparato circulatorio del hombre. Lo logró, ya estaba muerto.
Dejó de
sentir dolor alguno. Sin embargo, algo había aflorado en su interior, un “yo”
que ni ella reconocía. Quiso seguir torturando a ese hombre. Ahora entendía lo
de purificarse. Los cuatro líderes llevaban tiempo hablando, eso era señal de
que la prueba había acabado y a pesar de ello Isabel quería seguir usando
instrumentos en aquel cuerpo, quería más sangre, más violencia…
Ya se
había percatado de que aquello no era un grupo sindicalista propiamente dicho,
no sabía la razón de llevar aquella etiqueta, tal vez para llamar la atención
de revolucionarios como ella. Realmente lo que parece que hacían era “quitar
del medio los obstáculos”. Nunca se le habría pasado por la cabeza actuar de
esa forma tan… agresiva. ¡Claro! Ya lo entendía, todas sus cartas, sus
mensajes, sus escritos. Toda esa agresividad pertenecía a aquella pequeña
sádica que acababa de surgir en su interior. Ellos habrían leído todo eso y
simplemente quisieron hacerlo aparecer en todos los ámbitos, no sólo en el
papel. Ellos provocaron el incendio en el Instituto, por eso tuvo tan pocos
impedimentos para viajar, por eso sabían tanto de ella. Solamente estaban
sacando la máquina de matar que había dentro de ella.
Ahora
todo encajaba. Tal vez sería una vida de plena fidelidad al Sindicato Fantasma,
pero merecería la pena. Quiso ocultar su verdadera naturaleza incluso a ella
misma. Inconscientemente sabía lo que significaba ser un Espectro, todo ese
sacrificio. Desde la primera prueba no falló e hizo todo sin echarse atrás. Y
durante todo el trayecto pensó todo con calma, calculó todo para que no hubiera
error alguno, alejándose de la emoción supo qué hacer y cuándo. Fidelidad,
sacrificio, perseverancia, frialdad. Ya obtuvo esos dones incluso antes de
llegar a Madrid. Mirándolo desde un punto de vista, aquellas cuatro personas no
estaban locas, tan sólo entrenaban a aquellos perdidos que no eran capaces de
darse cuenta de sus verdaderos instintos. La sangre fue su despertador y las
vísceras las tijeras que rompieron sus vendas. Había aparecido una nueva
Isabel, acababa de unirse un nuevo Espectro.

-Ya no sentirás más dolor. Ponlas en tu
uniforme en el lugar que te apetezca. Esperamos que seas igual de eficaz en tus
siguientes objetivos. Queremos, sobre todo, que este trabajo sea de tu agrado.
Isabel
no pudo contener la risa, no era una risa normal, realmente asustaba, era una
risa maliciosa, como si estuviera endemoniada. Tras unas cuantas espeluznantes
carcajadas respondió a los líderes.
-Yo no considero trabajo algo tan placentero…
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