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28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 29 de abril de 2013

Carta de suicidio

Dicen que el valiente es aquel que afronta el miedo, que lo vence, lo derrota, lo comprende, y, entonces, acaba con sus temores… Dicen que huir de las cosas, escapar, es un acto de cobardía… Y yo me pregunto, ¿escapar de la muerte no lo es? Todos pensamos que el acto deleznable es arrancarse la vida por uno mismo. Bueno… no puedo quitarles la razón, pero apuesto a que millones de personas en el mundo tampoco tienen ganas de vivir, odian su existencia, y sin embargo no se atreven a quitarse la vida porque tienen miedo. Es entonces cuando os pregunto. ¿Quién, ahora, es el cobarde?

Yo, sin embargo, y por suerte, nunca tuve miedo a la muerte. Sí, bueno, quizás este factor agravara aún más mis instintos suicidas, pero…  creo que también me ayudó para marcharme rápido de este lugar. Bueno, relativamente.

A lo largo de mi vida, de la cual, de cierto modo, no puedo quejarme, no ha pasado mucha gente, pero los que han pasado se han quedado grabados en mi cerebro. Al principio, pues como todo el mundo, vivía y me gustaba, se estaba bien aquí… durante los primeros cinco años…

Luego la cosa cambió por completo. Fue llegar a integrarme en eso que llaman sociedad y enseguida perdí mis energías… Comprendí tres cosas, cada una distinta a la otra: la gente es cruel, mi vida no llegará muy lejos, y estoy hecho para el sufrimiento.

Nunca llegué a averiguar cuál de las tres era la correcta. Quizás todas fueran ciertas, aunque de la primera no estoy muy seguro. No me gusta echar la culpa a los demás de mis errores. Tal vez podría haber hecho algo, pero también tengo que admitir que la gente se comporta como animales, aunque al fin y al cabo eso somos: animales, a pesar de que intentemos olvidar nuestras raíces, siempre fuimos, somos y seremos mamíferos, no estamos en un reino distinto al del Reino Animalia.

Y fue justamente esta última reflexión la que me hizo alejarme de los demás… Nunca quise abrazar la soledad, pero era la única que me entendía y la única que no preguntaba nada… Y sí, dicen que la única forma de vencer la soledad es siendo tú el que hablas con la gente… No obstante, para qué hacer eso sabiendo las respuestas. Sí, siempre pasaba igual, ocurrían dos cosas, o directamente era ignorado o se me aceptaba por pena.

Pena… otra cosa que nunca llegué a comprender… ¿Cuál era la razón de que diera pena? Aunque, bueno, podría entenderlo, no es que mi vida fuera una maravilla. Creo que sí, realmente daba pena. A los dos años sufrí una terrible invaginación en mis intestinos, básicamente se me dieron la vuelta las tripas y tuve que enfrentarme a una operación de vida o muerte… con pocas posibilidades de sobrevivir, qué chiste...Y a los tres años mi padre murió. A penas tengo recuerdos de él, por no decir ninguno. Nunca crecí con un padre y para mí no es ningún drama, creo que prefiero su muerte a esa edad para no recordar nada de él que una muerte más tardía en la que sí podría echarle de menos con más ganas.

Pero bueno, creo que ya es una tontería contar las penurias que no quise contar en vida, al fin y al cabo, creo que siendo esto una “despedida” ya hay demasiada tristeza de por medio. Simplemente vengo a explicar la razón de mi, según todos, acto cobarde…

Como iba diciendo, todo empezó a la temprana edad de cinco años. Comprendiendo que no tendría otra compañía que la amarga soledad y dándome cuenta de que los de mi alrededor eran meras bestias, decidí empezar a comportarme como tal, pero no como los animales que ellos emulaban, sino como un ave, un búho. A partir de ese momento me puse a observar todo lo que había a mi alrededor, sin perder ningún detalle.

En cierto modo, creo que fue precisamente eso lo que potenció un poco mi inteligencia. Sí, desarrollé una retentiva apabullante. La propia monotonía colaboraba, pues empecé a percatarme, tras un año en el colegio, de que todos seguían patrones… Al final, parecía ser que, la aleatoriedad, el libre albedrío, no existía. Era cierto que de vez en cuando ellos presentaban comportamientos extraños, que se salían de lo normal, pero incluso aquellas inesperadas reacciones entraban dentro de sus patrones, pues solían repetirse cada cierto tiempo, y siempre en los mismos intervalos.

Puede que esto que esté contando suene extraño, ni yo mismo me lo creería ahora con la edad que tengo. ¿Un niño de cinco años actuando como un observador, una especie de detective antropólogo? Imposible, si ni siquiera me sabía la tabla del nueve. Sí, puedo entenderlo si nadie me cree, pero yo era así. Entrenaba más mi visión que mi habla, siempre callado, siempre observando… Creo que haberme quedado ciego hubiera sido mi auténtica ruina, aunque bueno, yo mismo he acabado arruinándome, me parece que no hubiera sido para tanto.

Toda mi etapa de Primaria podría resumirse con puntos suspensivos… Silencio y ya está. El único que “hablaba” era mi cerebro, aunque estaba bastante ocupado con los estudios. Desde que fui consciente de que en las clases calificaban tu comportamiento con meros números, me obsesioné de forma enfermiza con estudiar y sacar buenas notas. El estrés llegó como invitado de honor a mi organismo. No podía parar, siempre había algo nuevo que estudiar, no podía defraudar a nadie… no debía suspender.

Defraudar… otro fallo de mi efímera vida. Aunque no mantuviera muchas conversaciones ni me relacionara con los demás, dentro de mí había algo, no sé qué, que me obligaba a estar bien con todos, no podía defraudarles, fuera quien fuera, tenía que mantener felices a todos. A todos menos a mí mismo. Irónico…

Mi vida fue avanzando y llegué a la adolescencia… Creo que esta etapa fue bastante extraña. Al menos en Primaria entendía el comportamiento animal, pues aún éramos niños, compartíamos más con los homínidos que con los humanos. Pero me llevé una “grata” sorpresa al ver que había sido trasladado de un zoo a otro peor. Ahora las bestias estaban en celo y eran sañosas.

Yo, por mi parte, seguía siendo el búho de siempre, sólo que ahora las bestias me habían divisado. Cuatro terribles años en los que me refugiaba en las hojas de los árboles, en las páginas de las bibliotecas, siempre enfrascado en los estudios, el único aliciente que me hacía seguir hacia delante.

Sin embargo en Bachillerato comencé a decaer… Tal vez sobrestimé demasiado a mi cerebro y no le di mucha importancia al cambio de nivel que había entre Secundaria y esto. Mis notas bajaron considerablemente, hasta el punto de que incluso tuve mis primeros suspensos, hasta mi primer cero en un examen… Y ahora que perdía la inteligencia, ¿qué me quedaba?

Por suerte, empleé toda la memoria fotográfica que mis globos oculares habían desarrollado para hallar una nueva forma de estudio. Antes lo que hacía era aprenderme todas y cada una de las palabras que figuraban en los libros. Ahora, sabiendo que estudiar así podría triturar mi encéfalo, comencé a hacer lo mismo que hacía con la raza humana y su entorno: no leía las páginas, las observaba. Y funcionó. Mi memoria volvió a activar los engranajes.

Pensaba que volviendo a recuperar mi inteligencia volvería a apreciar un poco la vida, pero no me daba cuenta de que lo único que estaba haciendo era aguardar, esperar a que alguien, otro observador quizás, se cruzara con mi mirada y que viera que no todos estábamos regidos por patrones insustanciales e insípidos.

Desgraciadamente nunca llegó a ocurrir eso, toda persona que entraba en contacto conmigo era idéntica. Llegué a un punto en el que incluso me anticipaba a los actos de los demás, dijera o hiciera lo que fuese ya sabía cómo la otra persona iba a actuar, cómo iba a responder, dejé de llevarme sorpresas.

Puede que eso de ya saber cómo respondían las personas fuera algo positivo, pero hacedme caso, nunca anheléis eso, es lo peor que le puede pasar a alguien, es mejor que las sorpresas sigan existiendo… Me cansé de mí mismo, me cansé de vivir. Si la vida era pura monotonía, ¿por qué tenía que seguir existiendo más o menos setenta años más? De momento podría seguir aguantando, aún me quedaban cuatro años en la Universidad y tal vez podría alargar el tiempo de estudio con los Máster y el doctorado, pero, ¿y luego? Siempre me había visto como alguien que estudiaba, que analizaba, yo no podía apartarme de mis libros, sería como quitarle el respirador a un comatoso…

Y hablando de analizar, me parece que analizando esto parece que la soledad había alcanzado hasta mi médula espinal. Por supuesto que no, también tuve amigos durante mi vida, y muy buenos amigos, por cierto, pero los justos y necesarios. Os recuerdo que la idea de cerrar el telón en mi función siempre había estado vigente en mi cabeza. No quería caer extremadamente bien a nadie, pues luego podría ser una amarga aflicción el que se enterasen de mi defunción.

Sí, tuve que volverme antipático, cerrado, tímido, introvertido. Ansiaba con ganas entablar amistades, pero no podía, no quería que nadie hablara con un moribundo. Sonreía, me reía, fingía ser feliz, pero esa sonrisa era una simple mueca invertida de lo que de verdad sentía.

Y empezaron los cortes en los brazos, preparando a mi cuerpo para el corte final, el corte real. Nunca tuve agallas de acabar con mi vida de otra forma, en ese aspecto hasta yo me considero cobarde. He visto gente suicidarse tirándose desde una azotea, ahogándose, electrocutándose, seccionándose la garganta, apuñalándose, ahorcándose… Esos sí que tenían valor, les daba igual cómo morir, simplemente querían hacerlo. Un día intenté hacerlo con pastillas, pero mi estómago, maldito traidor, rechazó las drogas y me hizo vomitar… Al menos fui afortunado, ya que mi madre no se encontraba en casa en ese momento. Nadie sabía nada acerca del asunto, ni siquiera veían los cortes, y si los veían yo afirmaba con total seguridad que habían sido accidentes, sin querer… Qué fáciles eráis de engañar… Me pregunto si me hubierais descubierto si hubieseis sido tan observadores como yo…

En definitiva, lo que vengo a decir en estas últimas palabras que he plasmado en este papel, es que, durante mi breve estancia en este lugar con vosotros, he comprendido que por mucho que hayáis intentando huir de vuestros comportamientos animales, estos se han quedado impregnados en vuestros cromosomas. Me fascina el miedo con el que miráis este aspecto… No queréis el desorden, necesitáis el control, y nunca lo tendréis… Os aseguráis de mirar cada cierto tiempo vuestros relojes para pensar que podéis manejar el tiempo, de vez en cuando esbozáis una sonrisa para convenceros a vosotros mismos de que todo va bien, renegáis la hipocresía que alberga en vuestras esencias para haceros pensar que sois buenas personas, planificáis con una enorme anterioridad todo lo que pretendéis hacer para así aseguraros un futuro esquematizado…

Nada más lejos de la realidad. Vuestro comportamiento ha sido precisamente el que os ha llevado a seguir una vida cíclica donde todo se repite. Os aterra el caos, en cuanto algo se sale de vuestras expectativas comenzáis a temblar y no sabéis cómo actuar. ¿Y me llamáis a mí cobarde por haberme suicidado? A mí no me gustaba la vida y me he ido de ella, pero vosotros seguí aquí, en vidas que os atemoriza descubrir, miráis a otro lado y creáis una realidad alternativa donde impera el orden.

Cada una de las locuras que hice, cada bobada que mis labios soltaron, cada lágrima que derramé, todos los comportamientos que manifestaba en público no eran otra cosa que pruebas para vosotros, para ver si vuestros ojos se abrían y observabais el descontrol de la forma que yo lo hacía. Sin embargo el cambio de visión era imposible, y era de esperar… estáis tan aferrados a la reiteración y a la rigurosidad que vuestros dedos se han fusionado con los barrotes de las celdas que os encierran, y os es inevitable escapar.

Pero yo seguiré siendo el débil por haberme liberado.

…Intenté quedarme, contagiarme un poco de vosotros y adoptar una faceta falsa con la intención de que mi cerebro cayera en la convicción… Lo intenté de verdad, pero mi cuerpo no resistía aquello y me quedé al borde de la locura. Como acto de venganza mi materia gris respondió: no podía sonreír, me hallaba en una terrible depresión, así que mis manos trazaron con un cuchillo un par de cortes en las comisuras de mis labios que emulaban la sonrisa que yo tanto anhelaba…

No seré yo el que diga que mi vida fue totalmente repugnante, sé perfectamente que otros muchos, los cuales aún se albergan en este lugar, tienen vidas peores. Además, no todo fueron penurias, pues hubo algunos ratos en los que mi faceta de observador detectaba comportamientos en personas que realmente me resultaban curiosos. Creo que a veces empleaba este “don” para usar el mundo como un escenario, donde la mayor parte del tiempo yo era el actor estrella, el que ofrecía al público lo que pedía; y otras veces era yo el que se sentaba a disfrutar del espectáculo en el que vosotros mismos, con vuestra motricidad, eráis capaces de crear chistes…

Siempre me atrajo la filosofía y la psicología y sé que, ahora, al terminar la carta, lo único que se pensará de mí es que era alguien con un déficit de atención considerable que se creía especial o superior a otros y que, cansado, decidió suicidarse. Me alegro de que hayas querido analizar mi personalidad a través de unos cuantos párrafos, has intentado comportarte como yo, pero entre tú y yo hay una gran diferencia, recuérdalo: tu visión de la vida está distorsionada. Y aun así, creyendo que conoces con seguridad la verdadera naturaleza de la vida, también habrías fallado… Ni siquiera marchándome para siempre sería capaz de cometer un acto tan incauto como el de revelar mi auténtico yo… Ya sabes, yo al público siempre le daré lo que me pide, incluso después de muerto.

¿Soy un cobarde al fin y al cabo? Bueno, yo logré vencer mis miedos, aunque haya sido de una manera radical, pero tú, mientras permanezcas aquí, tendrás que seguir evadiendo esa voz interna que no para de gritarte un terrible imperativo que por siempre estará reverberando en tu mente…

Hazlo.

domingo, 21 de abril de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #5

Tiempo ha pasado… Poco… Pero ya sabes cómo funciona la relatividad… Creo que de todas las veces que he esperado tu visita esta ha sido la más anhelada… Me ha parecido una eternidad la espera… Sé que la última vez que nos vimos mi saludo fue totalmente arisco. Se me había subido el poder a la cabeza, el tratar con un recolector de almas, el tener la oportunidad de contar mis vivencias a los muertos, mi crueldad, mis trastornos psicóticos, sangre, terror, entrañas…

Tengo miedo.

Borja, hoy no vengo precisamente a contarte otra parte de mi vida solamente para que escuches, necesito que prestes suma atención… hoy quiero pedirte ayuda… Desde que estás aquí entiendo que el umbral de lo lógico está un poco más alta, pero créeme, he visto cosas… cosas que desmembrarían la mente del más escéptico… Sé que los muertos no acaban en el olvido, sé que pueden existir manifestaciones ectoplasmáticas dignas delos más temibles monstruos, sé que el propio ser humano puede establecer nuevos niveles en eso que llaman demencia. Todo eso ya lo sé gracias a ti.

Pero… Una semana después de lo que ocurrió, cuando estuve a punto de morir y Samanta me salvó, pude contemplar con mis propios ojos que aún hay cosas que pueden seguir catalogándose como sobrenaturales… Borja, antes de que te lo cuente, intenta mantener esta pregunta en la cabeza…

¿Hasta dónde puede llegar alguien a controlar su cuerpo?

Como ya te dije, siete días después de aquello, todo comenzó. Había avanzado mucho con los cadáveres, de hecho, ya no tenía restos de ellos por mi casa, y en lo que respecta a mi otro yo, había sido una buena semana, tal vez fuera porque mi verdadero ser estaba recuperando el control, o porque mi maldad estaba centrada en Samanta, pero fuera como fuera durante ese intervalo de tiempo no había vuelto a matar.

Sí, puede que suene extraño, un chico adicto al dolor, al sufrimiento y a la sangre se alegra de no asesinar a nadie. Vale, creo que incluso ahora yo mismo me extraño, pero te recuerdo que yo no fui así siempre. Quizás en Nochevieja no maté a nadie, simplemente dejé esa faceta mía en un profundo letargo… quizás se está despertando… Ojalá sea así.

Era ya miércoles, por la noche. Estaba cenando y veía en la televisión las noticias apaciblemente. No tenía temor alguno por ninguno de mis homicidios, ni siquiera aún parecía que estuvieran buscando los cuerpos. Eso era algo que no comprendía bien, podría darse el caso de que Santiago no tuviera a nadie, pero ¿y las parejas que ejecuté? Cada vez me cuestionaba más la eficacia de este país respecto a los crímenes… Me proporcionaron las armas necesarias, tuve el aislamiento y la intimidad suficientes para cazar con total soltura, y las creencias de que un chaval de mi edad no sería capaz de masacrar a tantos inocentes hacían que no hubiera sospecha alguna que me señalara como culpable. Dicen de otros países en los que los crímenes están a la orden del día, pero creo que este también es un buen ejemplo… ¡Ni siquiera me escondo! Estoy en mi casa, a veces dejo algunos restos de sangre, arrastro los cuerpos del centro de la ciudad hasta mi casa, unos cuantos metros de trayecto… Pero parece que ni queriendo consiguen dar conmigo… ¡y menos aún con los cuerpos troceados!

En fin, proseguiré… El caso era que justo cuando ya estaba recogiendo la mesa para descansar un rato en el sofá, llamaron al timbre… Hasta ahora nunca me había sobresaltado por un sonido tan nimio como es el del timbre de una casa, pero desde aquello… En cuanto el sonido llegó a mis tímpanos y fue procesado por mi cerebro, imagen a imagen reviví mi cuasi defunción…

Incluso al ir a observar por la mirilla, una acción tan simple, ya pude notar como comenzaba a sudar, como temblaba todo mi cuerpo y el pulso se aceleraba. Aunque afortunadamente ese estadío de temor se me pasó enseguida…

Era Samanta, parecía preocupada por algo, tenía una respiración acelerada y estaba apoyada en la pared opuesta a mi puerta. Abrí la puerta enseguida y en cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí, se quitó el abrigo y me mostró una enorme mancha de sangre impregnada en toda su región epigástrica. A juzgar por el tamaño de la mancha, o había desangrado a alguien o había recibido una herida bastante profunda.

Por desgracia fue lo segundo, se levantó la parte inferior de la camiseta y pude ver una profunda y larga incisión. Como si hubiera sido apuñalada por una espada… por una katana. Aun así la herida no atravesaba todo su torso, de hecho ni siquiera había llegado a incidir en ninguna víscera, pero la pérdida de sangre era considerable.

Me quedé boquiabierto, volví a mirarla a los ojos y entonces ella, con una pequeña, me transmitió un no resisto más. Y tras eso, ella perdió el conocimiento. Logré sujetarla antes de que se cayera al suelo, y lentamente la dejé tumbada en el sofá. Corriendo fui a por gasas y a por agua oxigenada, además de betadine, algodón, vendas y esparadrapo.

Limpié primero los alrededores de la herida y luego extraje un poco se sangre de la misma para evitar coágulos. No era un experto en medicina, pero mi primer año de Enfermería tal vez ayudaría en este momento… Que por cierto, ese es otro tema a tratar, he dejado los estudios por los homicidios, una parte de mí se repugna a sí misma… Pero bueno, al grano. Eché un buen chorro de agua oxigenada y, a pesar de que estaba inconsciente, creo que le dolió bastante, se revolvió un poco y casi se cae del sofá. Seguidamente cerré la herida, tras embadurnarla con betadine, con una gasa y esparadrapo. Ahora era lo peor, vendarla, rodear su cuerpo, moverla… y no quería verla sufrir… ¿O sí?

Ahí estuvo mi maldad, me paré en seco y observé la zona de la herida. Algo me impulsaba a aprovechar el momento y rematarla… Ya sabes, no era amor, era curiosidad por matar a alguien como yo…

¡Pero no! Resistí. Cerré los ojos y dejé la mente en blanco, sólo permaneció el objetivo de sanarla. Y en cuanto la vendé y me aseguré de que la hemorragia había cesado, me fui corriendo al baño a vomitar. Mi yo oscuro había estado todo el rato golpeándome desde el interior, me mareaba, sentía náuseas. Y pensaba que alejarme de ella evitaría su resurgimiento, pero era al contrario, parece que si aumentaba las distancias, si su rostro se me olvidaba, entonces mi bondad perecía… Tendría que arriesgarme y regresar al salón para estar con ella…

Mientras velaba por ella, a pesar de que mi rostro podía aparentar tranquilidad, dentro de mí, como de costumbre, se libraba un terrible duelo entre mis dos mitades. Yo quería convencer al mal, al fin y al cabo hace una semana habíamos colaborado para sobrevivir, eso quería decir que no era destructivo del todo, pero parecía que tanto tiempo sin saciar su sed de sangre le había vuelto más violento y ante mí se mostraba una víctima indefensa, ideal para su apetito.

Puede parecer que lo que cuento ocurría sólo en mi mente… Más quisiera… Notaba los golpes por todo mi cuerpo, como si estuviera lleno de insectos desdichados. Ascendió por mi espina dorsal e invadió mis ojos, quería verla. Me negué y cerré los párpados con fuerza, aunque no hizo otra cosa que enfurecerle más. Los ojos se me humedecieron y empecé a llorar, gotas resbalaron lentamente por mi rostro. Pensé que eran eso, lágrimas, pero cuando me limpié la cara con la mano, vi las manchas, no lloraba una solución salina, era sangre…

Me parece que mi maldad estaba dispuesta a demacrarme si no permitía que cometiera otro homicidio… Me caía bien Samanta, pero al fin y al cabo ya había sentenciado mi destino, es posible que tuviera que agradecerla el que me salvara la vida, pero aun así… yo era el que era. Tenía que matar…



¿Y su herida? ¿Acaso no quería saber quién se la había hecho? Era probable que su agresor también fuera en mi busca… Aunque pensándolo mejor no importaba eso, también caería ante mí. Después de todo lo único que necesitaba era un poco más de entrenamiento.


¡Muy bien! ¡Tú ganas!

Así que fui a la cocina, tras cerciorarme de que ella seguía inconsciente, y agarré el cuchillo más afilado. Al menos había conseguido evitar que mi otro yo controlase mi cuerpo, no quería que se ensañase con ella, si había que matarla sería mejor que fuera yo mismo, a pesar de que en ninguno de mis asesinatos había estado mi bondad controlando mi cuerpo. En cierto sentido, este iba a ser mi primer homicidio.

Sin embargo, al llegar de nuevo al salón, no estaba en el sofá, parecía que se había escondido. Mi maldad retumbó otra vez, se estaba impacientando. Empecé a buscar por toda la casa, pero no la veía y era imposible que se hubiera ido, la puerta principal, al cerrarla, hacía bastante ruido. ¿Dónde se encontraba? Ahora debía darme prisa antes de que mi “hermano” decidiera hacerlo por su cuenta.

(Des)Afortunadamente al irme de una de las habitaciones, en la que pensaba que Samanta no se hallaba, ella se lanzó contra mí, me inmovilizó por la espalda e hizo que tirara el cuchillo al suelo. Por suerte, aún estaba yo a los mandos de mi cuerpo, así que no me resistí. Me alegró que ella supiera de mis intenciones, aunque no entendía cómo había logrado darse cuenta. Seguramente ahora ella me ejecutaría… El rostro sin remordimientos que vi cuando partió por la mitad a Santiago corroboraba mis sospechas. Al menos había alargado mi mísera vida una semana más. Es más de lo que otro condenado a muerte podría lograr. No podía quejarme… La commedia è finita.

No obstante, volví a equivocarme con la fecha de mi muerte. Me había paralizado para calmar mi inestabilidad, desde el principio sabía que entrar en mi casa era un verdadero riesgo para su vida, y había fingido su desmayo. Por eso se revolvió cuando desinfecté la herida, nadie inconsciente lo hubiera notado.

Entonces fue cuando me giró y me abrazó. Era tan reconfortante… No sé si lo había hecho porque sabía el efecto que aquello tendría en mí, pero desde luego ese acto afectivo le había propiciado un buen K.O. a mi lado malévolo. Durante unas cuantas horas me dejaría en paz y podría conversar en calma con ella.

Y así fue. Tras unos fantásticos segundos abrazados, ella se humedeció los dedos de su mano con su saliva y me limpió los restos de sangre que aún perduraban en mi faz. Después nos dirigimos al salón, me había dicho que tenía algo importante que contarme sobre su agresor. Y, justo antes de que la preguntara si se lo había hecho algún conocido de Santiago, ella respondió anticipadamente; no era un conocido el agresor, sino el mismísimo Santiago…

Al principio me quedé de piedra. Fue cortado por la mitad, yo mismo presencié su pérdida masiva de sangre, le vi morir desangrado, su propia piel, ante mí, palideció. ¿Cómo era posible todo aquello?

Ella me lo explicó con calma. Dijo que su padre, Mike, trabajaba para una empresa que recientemente quebró: Blood Services. Resulta que esta empresa usaba sangre como dinero, y uno de los mejores compañeros de trabajo de su padre, se rebeló. Este compañero suyo era ni más ni menos que Santiago. Mike arriesgó su vida por él, le ayudó, pero sabiendo que Blood Services podría enterarse y matarle, decidió ingresar a Samanta en la compañía para trabajar como Flebotomista, aquellos que quitaban la sangre a los demás. Enseguida hizo unos cuantos trabajos y, gracias a las enseñanzas que le daba su padre, salió exitosa de todos ellos. Por eso no se inmutó cuando la vi matar a Santiago, ya tenía un buen historial de asesinatos… como yo…

Prosiguió. Al final la predicción de su padre se cumplió, le mataron. Samanta, al borde de la demencia, manifestó toda su ira con los nuevos objetivos que la ordenaban ejecutar. Pero, en la sombra, sabiendo que el cometido de Santiago era acabar con el jefe de la empresa, ella colaboró con él. Ella le entregó, en anonimato, la tarjeta del jefe para que Santiago cumpliera con su traición. Finalmente, transformado el jefe en un Ignoto, es decir, aquellos que no son conocidos por nadie, Santiago pereció en un accidente de coche, en el cual también iba el jefe, pero parece que consiguió saltar y escapar. Sin embargo, inmediatamente su perfil se actualizó en Blood Services y Samanta se ofreció voluntaria para capturar su sangre. Viajó rauda al lugar y lo encontró arrastrándose por un descampado. Lo torturó durante un par de horas hasta que le drenó el cien por cien de su jugo carmesí. Una vez hecho el trabajo, con la empresa al borde de la destrucción, Samanta se aproximó a la carretera donde vio marcas de llantas. Las siguió y vio el coche de Santiago. Su cuerpo estaba en el suelo, rodeado de un amasijo de hierros… Aunque también había otra persona al lado del cadáver, alguien que ella no logró identificar.

Ya empezaba a comprender todo. Cuando me dijo que esa persona hizo que el exánime Santiago se levantara, entonces entendí la razón de que no hubiera muerto al ser partido en dos. Samanta no se atrevió a acercarse más y se fue de aquel lugar. Meses después, la empresa ya abandonada, ella regresó para mirar en uno de los ordenadores del lugar el perfil de Santiago. Según los informes, él seguía vivo, y ponía hasta su ubicación. Al principio estaba contenta de que al menos el gran amigo de su padre hubiera conseguido salvarse de aquella empresa atroz, pero luego, al observarle desde lejos, sin que Santiago se percatara, ella se dio cuenta de que actuaba de una forma extraña. No sabía muy bien por qué, pero ahora veía el mal en cualquier sitio. Y, por desgracia, uno de los objetivos era yo. Él era la única persona que fue testigo de mi tercera víctima, aquel solitario nocturno. Desde entonces, sigue todos mis pasos, y Samanta se enteró. Por eso ella quiso llamar mi atención y hablar conmigo. Quiere protegerme. Cuando le cortó por la mitad y fue a tirar el cadáver a un lago, ella pudo ver como su cuerpo había unido las dos mitades, ahora Santiago no podía morir. Samanta logró huir, pues, aunque las dos partes de él se hubieran unido, aún permanecía inconsciente. Pero días después le buscó para hablar con él. La única respuesta que obtuvo fue un ataque en el que le arrebató la katana a Samanta e intentó empalarla…

Y ahora ha venido a mi casa, para advertirme de que hay que prepararse para su llegada. Sabe que no vendrá ni hoy ni mañana, pero llegará pronto y es imposible escapar, Santiago conoce todo acerca de nosotros dos.

Es por esta razón por la que tengo miedo, Borja. Ahora es de noche, Samanta duerme y no sabe nada de mi temor, pero yo nunca me he enfrentado a alguien que no puede morir. ¿Cómo podremos vencerle? La incertidumbre recorre mis vasos sanguíneos y la sangre se me espesa por la alta concentración de dudas… Pero de entre todas esas preguntas, hay una que es la que más me llama la atención, y eso se lo agradezco a mi otro yo.

¿Por qué Samanta ayudaría a un asesino?


domingo, 14 de abril de 2013

No mires por la ventana

Cuatro de la mañana y aún no podía dormir. Estaba tumbado en mi cama, observando el techo de mi habitación. Las farolas de la calle estaba fundidas, había total oscuridad, pero mis ojos llevaban mucho tiempo abiertos, ya se habían acostumbrado a esa escasa iluminación… Ahí permanecía, sin mover ningún músculo más que el de los parpados y los respiratorios… El sonido del aire cruzando mi tronco bronquial era lo único que interrumpía el silencio. Era extraño… Normalmente siempre se escuchaba el típico ruido de algún crujido, de un gato callejero, de algún errante perdido por las calles, siempre había algún ruido, por mínimo que fuera. Dicen que el silencio relaja, pero a mí esa situación me estaba poniendo realmente nervioso…

Y mi mente no colaboraba, por el día a mi cerebro le costaba una gran cantidad de energía arrancar, pero por la noche entraba en hiperactividad y no hacía otra cosa que no fuera maquinar cientos de ideas absurdas…  Suerte, al menos, que era sábado por la noche. Bueno, técnicamente ya era domingo, pero la cosa era que mañana no tenía que madrugar. No obstante, a pesar del estado insomne… yo quería dormir…

Cansado de esperar a que mi cerebro decidiera de una vez por todas quedarse en stand by, decidí levantarme e ir a la cocina a tomarme un vaso de leche caliente. Dicen que eso ayuda a dormir… o eso creo.

El suelo estaba verdaderamente frío, y eso que ya estábamos casi en verano, así que me puse las zapatillas de estar por casa y caminé despacio y con cuidado para no despertar a mi madre. Llegué a la puerta del pasillo y la deslicé suavemente. Mientras iba de camino a la cocina pude observar un leve destello que cruzó la rendija de la puerta principal, la que daba a las escaleras de mi edificio. Fue como la luz de un escáner, de derecha a izquierda y el doble de rápido. Quizás el movimiento de la luz me lo habría imaginado, puesto que ahora mis ojos se manejaban mejor entre la penumbra, pero de lo que sí estaba seguro era de que tras esa puerta había luz… Y si algún vecino había encendido las luces para bajar o subir las escaleras, ¿cómo es que no se escuchaban sus pasos?

Pasé del asunto y continué hasta la cocina. Saqué mi taza blanca del armario superior y abrí la nevera. No recordaba que tuviera tanta potencia la pequeña bombilla del frigorífico… Me dolieron incluso los ojos al contraerse tan rápido mis pupilas frente a esa luminiscencia… Saqué el brik de leche semidesnatada y vertí leche casi hasta el borde la taza. La metí en el microondas y esperé dos minutos a que se calentara.

Mientras esperaba me puse a dar vueltas por el pasillo. Regularmente, cuando me levanto por las noches y voy a algún sitio de la casa, me traigo conmigo mi linterna, pero llevaba varios días sin pilas y se nos había olvidado comprar más, así que tendría que resignarme y evitar que mi cerebro empezara a infundirme miedo.

Mirando tras la ventana de la cocina comprobé que aún no funcionaban las farolas. Y, sin embargo… los coches proyectaban sombras… algo más al fondo de la calle estaba emitiendo luz. Luces extrañas… estaba empezando a cansarme ya de ese asunto, aunque tenga un poco de nictofobia tengo que admitir que, cuanta más luz procesen mis ojos en estos momentos, más me costará luego conciliar el sueño.

Pero mis ojos, instintivamente, se dirigieron al foco de luz durante unos breves segundos. Contemplé, entonces, el horror. En un acto reflejo enseguida me tiré al suelo para que mi figura no estuviera visible tras la ventana. Lo que vi sí se salía de lo normal. Comprendo que un objeto sea el culpable de iluminar algo… una linterna, un móvil, una pantalla, un led… pero, ¿cómo era posible que acabara de ver una silueta humanoide formada totalmente por luz? Y lo peor de todo no era eso, no sé qué era exactamente, pero donde se supone que se hallaba su cabeza pude ver dos agujeros negros, los cuales seguramente serían sus ojos… 

No sé cómo pude verlos a esa distancia, era como si, durante los milisegundos en los que mi mirada se cruzó con ellos, estos absorbieran toda mi visión… eran como dos vórtices oscuros incrustados en una masa lumínica.

Bueno… recurriendo al raciocinio estaba claro que la única explicación a eso era un sueño, o más bien una pesadilla. Y ya sabemos todos que en este tipo de pesadillas la única forma de despertar es muriendo. A pesar de que fuera un sueño no me iba mucho eso de actuar como un kamikaze, así que no me quedaba otra que esperar y aguantar hasta que mi verdadero yo despertase. Creo que era la primera vez que deseaba que el móvil activara su alarma o, en su defecto, que mi madre me levantara con el ruido de la aspiradora.

Socorro…

Ahora tendría que sobrevivir. Estaba claro que si ese… ente había absorbido mi visión era porque él también había mantenido contacto visual… ¡El microondas! Esa maldita luz del microondas iba a llamar la atención del ente. Tuve que arrastrarme por el suelo y alzar el brazo todo lo que pude para evitar dentro de lo posible que gran parte de mi silueta se quedara expuesta a su mirada. Estiré todo lo que pude y logré pulsar el botón del electrodoméstico para pararlo. Desafortunadamente, por el esfuerzo, me dio un tirón en el brazo. Tuve que aguantar el dolor y cerrar la boca… Ahora comprendía por qué decían que era necesario gritar cuando sufrías por algo, ¡qué diferencia! Era casi inevitable gritar frente a tal dolor…

¿Dolor? Un momento… se supone que en los sueños no puedes sentir nada. Y si ahora mismo mis nervios habían superado el umbral… significaba entonces que… no estaba dormido. Genial, una pesadilla real. ¿Y ahora cómo podía explicarse lo de aquella aberración? ¿Un hombre adornado con luces de navidad, un cartel luminoso con forma de humano, un efecto óptico?

No importaba mucho eso, aunque fuera una bombilla gigante no tenía ganas de volver a asomarme a la ventana. Así que me incorporé lentamente cerciorándome de que estaba en completa oscuridad, extraje la taza del microondas y me bebí la leche de un solo trago. Dejé la taza en el fregadero y volví a mi habitación.

Sin embargo no tuve en cuenta un minúsculo detalle: la ventana de mi habitación estaba frente a mi puerta. Nada más abrirla, inevitablemente, de nuevo, mis ojos se clavaron en esa luz, y otra vez su mirada vacía…

Salté a la cama temblando de terror, no sin antes cerrar la puerta de mi habitación. Me cubrí entero con las sábanas, a pesar de que tras un par de minutos comencé a sudar sin parar, y cerré los ojos con fuerza. El silencio aún perpetuaba, exceptuando el sonido de mi respiración acelerada y los movimientos involuntarios de mis extremidades debido a la ansiedad.

Quería dormirme y olvidarlo todo. Saqué un brazo de las sábanas y tanteé mi mesilla de noche hasta dar con mi móvil. Rápidamente lo agarré y escondí el brazo nuevamente bajo la manta. Miré la hora y eran las cuatro y media de la mañana… hasta dentro de una hora y media no amanecería. Menuda tortura… Al menos me quedaba la seguridad de que “aquello” no podía entrar en mi casa, al fin y al cabo teníamos una puerta blindada y por mucha luz que pudiera irradiar no sería capaz de entrar y hacer eso que pretendiera hacer…

Tras diez minutos, un poco más calmado, decidí sacar la cabeza de aquel horno. Ahora, por haber tenido tanto tiempo los ojos cerrados, debería esperar para que se adaptaran a la oscuridad. Pero creo que no hizo falta mucho tiempo para distinguir los objetos que me rodeaban… Una luz, exactamente como la de antes, la de la puerta principal, emanaba bajo la puerta de mi habitación. ¡Imposible! ¿Es que acaso ese ente estaba justo tras la puerta? ¿Cómo habría logrado entrar? Pero la mejor pregunta era: ¿si había conseguido traspasar la blindada, por qué no traspasaba esta y me mataba de una vez por todas?

Volví a esconder mi cabeza entre las sábanas y esperé a que se marchara. Si era él el mismo causante de la luz “escaneadora” de antes, entonces con el tiempo se marcharía… ¿verdad? Esperé con la cabeza al borde del colchón, abriendo una pequeña fisura en las sábanas para que mi ojo izquierdo pudiese observar el reflejo lumínico que el ente proyectaba en el suelo de mi habitación.

Por suerte, no pasó mucho tiempo cuando él, o al menos la luz que emitía, se fue. Para comprobar al cien por cien su ida me dejé caer despacio al suelo y me arrastré hasta la reja inferior de la puerta. Intenté mirar a través pero me era imposible. La única forma sería abriendo la puerta y… enfrentarme a lo desconocido.

Por el momento, al asomarme un poco al pasillo, todo parecía normal, así que continué hasta el salón principal y tampoco vi nada. A excepción de un cuadrado de luz que estaba en la pared próxima a la entrada de la cocina. Al principio creí que él se hallaba allí, pero la potencia era muy débil, esa luz debería provenir de más lejos. ¿Ya le habría dado tiempo a volver a su punto de inicio? Parecía rápido…

El silencio enfrió el ambiente, había una atmósfera tenebrosa, se notaba que él había pasado por aquí y esto era la prueba de que no toda la luz es símbolo de esperanza y paz. Ese individuo traía consigo la pura muerte y el olvido. Lo más extraño era que aún no había sido atrapado. Quizás mis métodos de supervivencia eran buenos…

No, seguro que estaba jugando conmigo.

Caminé agachado y agarré con mis manos el borde inferior del marco de la ventana de la cocina. Me asomé con lentitud hasta que mis ojos quedaron expuestos al panorama. Era imposible no verle, ahí estaba, justo en el mismo sitio que antes y, por desgracia, sus ojos me divisaron… Parecía imposible espiarle sin que me advirtiera.

Fueron unos breves instantes, pero algo en mi interior me decía que corriera de nuevo a la “seguridad” de mi cama. No estaba para tonterías, si mis instintos me advertían de peligro estaba claro que les iba a hacer caso.

Anduve deprisa pero con la fragilidad necesaria para hacer el menor ruido posible. Podría haber despertado a mi madre, pero estaba totalmente seguro de que no me creería, y no quería poner en riesgo su vida. Si tenía que afrontar en solitario esta amenaza sobrenatural yo lo haría encantado. De momento mi madre estaba segura en su habitación… durmiendo… Qué afortunada…

Por mi parte, como una centella, me tapé con las sábanas, pero esta vez me tumbé al revés, con los pies en el cabecero, así podría tener más controlada la puerta sin tener que levantar demasiado la manta para poder observar mi entorno. Todo estaba perfecto, apenas quedaba mi cara descubierta, sólo estaban fuera mi ojo derecho y poco más. Pero pensar minuciosamente en cómo colocarme en la cama para protegerme hizo que me olvidara de algo crucial: cerrar la puerta.

Sin pensar en nada más salté de la cama hasta la puerta para cerrarla. Y si hubiera llegado a tardar un segundo más creo que hubiera muerto… Justo al cerrar, la luz apareció iluminándome los pies. Esta vez, viendo el ente que estaba tras la puerta, no se quedó quieto esperando, sino que empezó a intentar girar el pomo y a dar empujones… Era fuerte, pero yo también estaba recibiendo fuerzas gracias a las cantidades ingentes de adrenalina y noradrenalina que mi cuerpo estaba segregando. Al menos ahora podía usar el miedo como herramienta y no como obstáculo.

Cada vez los golpes eran más fuertes, era raro que mi madre no se despertara, pero estaba en tal nivel de paranormalidad que ya era capaz de creerme todo lo que sucediera. Seguí haciendo presión para evitar la apertura. Solamente estaban pasando segundos, pero a mí me parecían infinitos minutos, una eternidad en la que echaba un pulso con mi propio destino. Simples centímetros me separaban de mi defunción. Cualquier movimiento en falso cambiaría las tornas del juego… De verdad, era una situación que no recomendaría ni al peor de mis enemigos…

Pero al final cedió y se marchó, todo se volvió oscuro de nuevo… Era la primera vez que agradecía estar rodeado de silencio, sombras y tranquilidad. Apoyé la cabeza contra la madera de la puerta para descansar un momento. Y cuando digo un momento es un momento…

El crujido de un cristal hizo sobresaltarme. Provenía de mi ventana. Sin embargo no había peligro, no había luz que me advirtiera de la presencia del ente, así que sería otra cosa… Confiado me giré y entonces pude verle, era la cosa más horripilante que había visto, pude notar el colapso de mi cerebro, no era capaz de procesar esa imagen… Una especie de humano anoréxico sin ojos, con tan solo cuencas, y una enorme boca, estaba agarrado a mi ventana, como si fuera una araña. En cuanto me vio abrió más la boca y emitió un grito agudo y ensordecedor. Me apresuré a bloquear la ventana para que no entrara, aunque, a juzgar por su aspecto amenazador, me extrañaría que no fuera capaz de romper el cristal…

¿Y ahora qué?

Me quedé quieto, sin poder parar de mirarle, seguía gritando pero no hacía nada por entrar… No entendía por qué no venía ya a matarme, estaba claro que hacía tiempo que había perdido el juego. Y sin embargo lo único que hacía esa aberración era gritar… Incluso hubo un momento en el que sus gritos se volvieron completamente mudos, solamente se abría su boca y fruncía el ceño mostrando una agresividad digna de la más fiera de las bestias.

Mi organismo había superado con creces el nivel permitido de terror, ya ni siquiera temblaba, lo único que hacía era quedarme quieto observando mi perdición, yo no le llamaría rendición, pero si así lo deseáis…
Después de un rato, percatándome de que nunca iba a acceder a través de la ventana, opté por irme a dormir. Algo bueno podía sacar de esta situación, tanta tensión me había dejado agotado y por fin tenía algo de sueño. Me tumbé e intenté olvidar todo aquello. Me puse de espaldas a la ventana, mirando la pared, así sería más fácil huir de aquí y entrar al mundo de los sueños… Sí, quería descansar… Cerré los ojos y enseguida el sueño me venció.

No obstante no duré mucho tiempo así. Me desperté tras un rato. Algunos rayos de sol ya iluminaban el cielo, así que a juzgar por la intensidad más o menos serían las seis de la mañana. Aún estaba bastante oscuro, pero se podían diferenciar en cierta medida los objetos. Fui a girarme en la cama para estar más cómodo, pero una sombra que observé en la pared evitó que lo hiciera. No recuerdo que a estas horas hubiera una sombra ahí, varias veces me fui a dormir o me desperté sobre las seis de la mañana y nunca vi aquello. Conocía hace tiempo a qué hora y dónde se proyectaban cada una de ellas en mi habitación para así evitar miedos innecesarios. Y la mayor razón de que desconfiara de esa sombra era precisamente que tenía forma humana.

Estaba claro quién era… Al final había conseguido acceder a mi habitación. Pero a pesar de ello no me había matado… Tal vez no pudiera atacar a la gente dormida. Después de todo, seguramente no sería la primera vez que este ente se paseaba por estos lares, posiblemente no tendría poder alguno con los que dormían, él necesitaría víctimas despiertas, para lo que fuera que hiciese…

No me quedaba otra, entonces, que fingir que dormía… Al menos podía observar mientras tanto su sombra para saber en todo momento acerca de sus movimientos. En este instante tenía ventaja sobre él. Ahora sólo me quedaba controlar el miedo y no hacer ningún movimiento brusco, cualquier cosa que le hiciera dudar de mi letargo podría desencadenar mi muerte.

Creo que esa fue la peor hora de mi vida… Cuando el reloj marcó las siete, con ya una considerable iluminación solar, aquel ente decidió abandonar la casa, pude escuchar incluso la puerta principal cerrándose. Se iba, se marchaba, había sobrevivido, había ganado a un ser digno de la más oscura pesadilla. No daba crédito a lo que había pasado.

Pero toda mi alegría se hizo pedazos al levantarme de la cama para hacerme el desayuno. En la pared más cercana a mi puerta había un mensaje escrito con lo que parecía algún tipo de tinte rojo…

Sabía que estabas despierto.

La sangre se me congeló. Ahora sí que los niveles de la ilógica habían reventado… No sabía qué hacer así que fui a la habitación de mi madre para enseñarle el mensaje de la criatura. Tal vez ella me hubiera creído… Y digo hubiera porque lo que pude ver en su habitación fue lo que me hizo descubrir la procedencia de esa “tinta”.  El cuerpo de mi madre estaba decapitado y su cabeza se postraba al filo de la cama, justo con la cara en dirección a la puerta para que fuera lo primero que viera al entrar, como un último contacto visual entre madre e hijo…

Mamá…

El shock fue terrible, permanecí de rodillas llorando sin parar, sin aún creer que el cuerpo sin cabeza que había en esa habitación era el de mi madre. Mi teoría de que no atacaba a los durmientes acababa de ser derrocada. Ese maldito sólo jugaba conmigo. Primero fue mi madre y luego sería yo… No quería morir así, no de esa forma… Tenía que hacer algo…

Y aquí estoy yo ahora. Fui a comprar decenas de tablones de madera. He tapiado todas las ventanas de forma que no se pueda ver nada. No hay manera de que ese ente vuelva a verme. También he comprado varias pastillas, unas para el sueño y otras para mantenerme despierto, las voy tomando según me convenga. Tengo un desorden importante en mis ciclos circadianos, pero todo sea por sobrevivir. Además, la falta de luz solar ya está haciendo efecto en mi piel y en mi organismo en sí. Me encuentro débil y cansado… Mi cuerpo está cediendo…

Creo que de una manera o de otra al final acabaré muerto por su culpa.