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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 29 de abril de 2013

Carta de suicidio

Dicen que el valiente es aquel que afronta el miedo, que lo vence, lo derrota, lo comprende, y, entonces, acaba con sus temores… Dicen que huir de las cosas, escapar, es un acto de cobardía… Y yo me pregunto, ¿escapar de la muerte no lo es? Todos pensamos que el acto deleznable es arrancarse la vida por uno mismo. Bueno… no puedo quitarles la razón, pero apuesto a que millones de personas en el mundo tampoco tienen ganas de vivir, odian su existencia, y sin embargo no se atreven a quitarse la vida porque tienen miedo. Es entonces cuando os pregunto. ¿Quién, ahora, es el cobarde?

Yo, sin embargo, y por suerte, nunca tuve miedo a la muerte. Sí, bueno, quizás este factor agravara aún más mis instintos suicidas, pero…  creo que también me ayudó para marcharme rápido de este lugar. Bueno, relativamente.

A lo largo de mi vida, de la cual, de cierto modo, no puedo quejarme, no ha pasado mucha gente, pero los que han pasado se han quedado grabados en mi cerebro. Al principio, pues como todo el mundo, vivía y me gustaba, se estaba bien aquí… durante los primeros cinco años…

Luego la cosa cambió por completo. Fue llegar a integrarme en eso que llaman sociedad y enseguida perdí mis energías… Comprendí tres cosas, cada una distinta a la otra: la gente es cruel, mi vida no llegará muy lejos, y estoy hecho para el sufrimiento.

Nunca llegué a averiguar cuál de las tres era la correcta. Quizás todas fueran ciertas, aunque de la primera no estoy muy seguro. No me gusta echar la culpa a los demás de mis errores. Tal vez podría haber hecho algo, pero también tengo que admitir que la gente se comporta como animales, aunque al fin y al cabo eso somos: animales, a pesar de que intentemos olvidar nuestras raíces, siempre fuimos, somos y seremos mamíferos, no estamos en un reino distinto al del Reino Animalia.

Y fue justamente esta última reflexión la que me hizo alejarme de los demás… Nunca quise abrazar la soledad, pero era la única que me entendía y la única que no preguntaba nada… Y sí, dicen que la única forma de vencer la soledad es siendo tú el que hablas con la gente… No obstante, para qué hacer eso sabiendo las respuestas. Sí, siempre pasaba igual, ocurrían dos cosas, o directamente era ignorado o se me aceptaba por pena.

Pena… otra cosa que nunca llegué a comprender… ¿Cuál era la razón de que diera pena? Aunque, bueno, podría entenderlo, no es que mi vida fuera una maravilla. Creo que sí, realmente daba pena. A los dos años sufrí una terrible invaginación en mis intestinos, básicamente se me dieron la vuelta las tripas y tuve que enfrentarme a una operación de vida o muerte… con pocas posibilidades de sobrevivir, qué chiste...Y a los tres años mi padre murió. A penas tengo recuerdos de él, por no decir ninguno. Nunca crecí con un padre y para mí no es ningún drama, creo que prefiero su muerte a esa edad para no recordar nada de él que una muerte más tardía en la que sí podría echarle de menos con más ganas.

Pero bueno, creo que ya es una tontería contar las penurias que no quise contar en vida, al fin y al cabo, creo que siendo esto una “despedida” ya hay demasiada tristeza de por medio. Simplemente vengo a explicar la razón de mi, según todos, acto cobarde…

Como iba diciendo, todo empezó a la temprana edad de cinco años. Comprendiendo que no tendría otra compañía que la amarga soledad y dándome cuenta de que los de mi alrededor eran meras bestias, decidí empezar a comportarme como tal, pero no como los animales que ellos emulaban, sino como un ave, un búho. A partir de ese momento me puse a observar todo lo que había a mi alrededor, sin perder ningún detalle.

En cierto modo, creo que fue precisamente eso lo que potenció un poco mi inteligencia. Sí, desarrollé una retentiva apabullante. La propia monotonía colaboraba, pues empecé a percatarme, tras un año en el colegio, de que todos seguían patrones… Al final, parecía ser que, la aleatoriedad, el libre albedrío, no existía. Era cierto que de vez en cuando ellos presentaban comportamientos extraños, que se salían de lo normal, pero incluso aquellas inesperadas reacciones entraban dentro de sus patrones, pues solían repetirse cada cierto tiempo, y siempre en los mismos intervalos.

Puede que esto que esté contando suene extraño, ni yo mismo me lo creería ahora con la edad que tengo. ¿Un niño de cinco años actuando como un observador, una especie de detective antropólogo? Imposible, si ni siquiera me sabía la tabla del nueve. Sí, puedo entenderlo si nadie me cree, pero yo era así. Entrenaba más mi visión que mi habla, siempre callado, siempre observando… Creo que haberme quedado ciego hubiera sido mi auténtica ruina, aunque bueno, yo mismo he acabado arruinándome, me parece que no hubiera sido para tanto.

Toda mi etapa de Primaria podría resumirse con puntos suspensivos… Silencio y ya está. El único que “hablaba” era mi cerebro, aunque estaba bastante ocupado con los estudios. Desde que fui consciente de que en las clases calificaban tu comportamiento con meros números, me obsesioné de forma enfermiza con estudiar y sacar buenas notas. El estrés llegó como invitado de honor a mi organismo. No podía parar, siempre había algo nuevo que estudiar, no podía defraudar a nadie… no debía suspender.

Defraudar… otro fallo de mi efímera vida. Aunque no mantuviera muchas conversaciones ni me relacionara con los demás, dentro de mí había algo, no sé qué, que me obligaba a estar bien con todos, no podía defraudarles, fuera quien fuera, tenía que mantener felices a todos. A todos menos a mí mismo. Irónico…

Mi vida fue avanzando y llegué a la adolescencia… Creo que esta etapa fue bastante extraña. Al menos en Primaria entendía el comportamiento animal, pues aún éramos niños, compartíamos más con los homínidos que con los humanos. Pero me llevé una “grata” sorpresa al ver que había sido trasladado de un zoo a otro peor. Ahora las bestias estaban en celo y eran sañosas.

Yo, por mi parte, seguía siendo el búho de siempre, sólo que ahora las bestias me habían divisado. Cuatro terribles años en los que me refugiaba en las hojas de los árboles, en las páginas de las bibliotecas, siempre enfrascado en los estudios, el único aliciente que me hacía seguir hacia delante.

Sin embargo en Bachillerato comencé a decaer… Tal vez sobrestimé demasiado a mi cerebro y no le di mucha importancia al cambio de nivel que había entre Secundaria y esto. Mis notas bajaron considerablemente, hasta el punto de que incluso tuve mis primeros suspensos, hasta mi primer cero en un examen… Y ahora que perdía la inteligencia, ¿qué me quedaba?

Por suerte, empleé toda la memoria fotográfica que mis globos oculares habían desarrollado para hallar una nueva forma de estudio. Antes lo que hacía era aprenderme todas y cada una de las palabras que figuraban en los libros. Ahora, sabiendo que estudiar así podría triturar mi encéfalo, comencé a hacer lo mismo que hacía con la raza humana y su entorno: no leía las páginas, las observaba. Y funcionó. Mi memoria volvió a activar los engranajes.

Pensaba que volviendo a recuperar mi inteligencia volvería a apreciar un poco la vida, pero no me daba cuenta de que lo único que estaba haciendo era aguardar, esperar a que alguien, otro observador quizás, se cruzara con mi mirada y que viera que no todos estábamos regidos por patrones insustanciales e insípidos.

Desgraciadamente nunca llegó a ocurrir eso, toda persona que entraba en contacto conmigo era idéntica. Llegué a un punto en el que incluso me anticipaba a los actos de los demás, dijera o hiciera lo que fuese ya sabía cómo la otra persona iba a actuar, cómo iba a responder, dejé de llevarme sorpresas.

Puede que eso de ya saber cómo respondían las personas fuera algo positivo, pero hacedme caso, nunca anheléis eso, es lo peor que le puede pasar a alguien, es mejor que las sorpresas sigan existiendo… Me cansé de mí mismo, me cansé de vivir. Si la vida era pura monotonía, ¿por qué tenía que seguir existiendo más o menos setenta años más? De momento podría seguir aguantando, aún me quedaban cuatro años en la Universidad y tal vez podría alargar el tiempo de estudio con los Máster y el doctorado, pero, ¿y luego? Siempre me había visto como alguien que estudiaba, que analizaba, yo no podía apartarme de mis libros, sería como quitarle el respirador a un comatoso…

Y hablando de analizar, me parece que analizando esto parece que la soledad había alcanzado hasta mi médula espinal. Por supuesto que no, también tuve amigos durante mi vida, y muy buenos amigos, por cierto, pero los justos y necesarios. Os recuerdo que la idea de cerrar el telón en mi función siempre había estado vigente en mi cabeza. No quería caer extremadamente bien a nadie, pues luego podría ser una amarga aflicción el que se enterasen de mi defunción.

Sí, tuve que volverme antipático, cerrado, tímido, introvertido. Ansiaba con ganas entablar amistades, pero no podía, no quería que nadie hablara con un moribundo. Sonreía, me reía, fingía ser feliz, pero esa sonrisa era una simple mueca invertida de lo que de verdad sentía.

Y empezaron los cortes en los brazos, preparando a mi cuerpo para el corte final, el corte real. Nunca tuve agallas de acabar con mi vida de otra forma, en ese aspecto hasta yo me considero cobarde. He visto gente suicidarse tirándose desde una azotea, ahogándose, electrocutándose, seccionándose la garganta, apuñalándose, ahorcándose… Esos sí que tenían valor, les daba igual cómo morir, simplemente querían hacerlo. Un día intenté hacerlo con pastillas, pero mi estómago, maldito traidor, rechazó las drogas y me hizo vomitar… Al menos fui afortunado, ya que mi madre no se encontraba en casa en ese momento. Nadie sabía nada acerca del asunto, ni siquiera veían los cortes, y si los veían yo afirmaba con total seguridad que habían sido accidentes, sin querer… Qué fáciles eráis de engañar… Me pregunto si me hubierais descubierto si hubieseis sido tan observadores como yo…

En definitiva, lo que vengo a decir en estas últimas palabras que he plasmado en este papel, es que, durante mi breve estancia en este lugar con vosotros, he comprendido que por mucho que hayáis intentando huir de vuestros comportamientos animales, estos se han quedado impregnados en vuestros cromosomas. Me fascina el miedo con el que miráis este aspecto… No queréis el desorden, necesitáis el control, y nunca lo tendréis… Os aseguráis de mirar cada cierto tiempo vuestros relojes para pensar que podéis manejar el tiempo, de vez en cuando esbozáis una sonrisa para convenceros a vosotros mismos de que todo va bien, renegáis la hipocresía que alberga en vuestras esencias para haceros pensar que sois buenas personas, planificáis con una enorme anterioridad todo lo que pretendéis hacer para así aseguraros un futuro esquematizado…

Nada más lejos de la realidad. Vuestro comportamiento ha sido precisamente el que os ha llevado a seguir una vida cíclica donde todo se repite. Os aterra el caos, en cuanto algo se sale de vuestras expectativas comenzáis a temblar y no sabéis cómo actuar. ¿Y me llamáis a mí cobarde por haberme suicidado? A mí no me gustaba la vida y me he ido de ella, pero vosotros seguí aquí, en vidas que os atemoriza descubrir, miráis a otro lado y creáis una realidad alternativa donde impera el orden.

Cada una de las locuras que hice, cada bobada que mis labios soltaron, cada lágrima que derramé, todos los comportamientos que manifestaba en público no eran otra cosa que pruebas para vosotros, para ver si vuestros ojos se abrían y observabais el descontrol de la forma que yo lo hacía. Sin embargo el cambio de visión era imposible, y era de esperar… estáis tan aferrados a la reiteración y a la rigurosidad que vuestros dedos se han fusionado con los barrotes de las celdas que os encierran, y os es inevitable escapar.

Pero yo seguiré siendo el débil por haberme liberado.

…Intenté quedarme, contagiarme un poco de vosotros y adoptar una faceta falsa con la intención de que mi cerebro cayera en la convicción… Lo intenté de verdad, pero mi cuerpo no resistía aquello y me quedé al borde de la locura. Como acto de venganza mi materia gris respondió: no podía sonreír, me hallaba en una terrible depresión, así que mis manos trazaron con un cuchillo un par de cortes en las comisuras de mis labios que emulaban la sonrisa que yo tanto anhelaba…

No seré yo el que diga que mi vida fue totalmente repugnante, sé perfectamente que otros muchos, los cuales aún se albergan en este lugar, tienen vidas peores. Además, no todo fueron penurias, pues hubo algunos ratos en los que mi faceta de observador detectaba comportamientos en personas que realmente me resultaban curiosos. Creo que a veces empleaba este “don” para usar el mundo como un escenario, donde la mayor parte del tiempo yo era el actor estrella, el que ofrecía al público lo que pedía; y otras veces era yo el que se sentaba a disfrutar del espectáculo en el que vosotros mismos, con vuestra motricidad, eráis capaces de crear chistes…

Siempre me atrajo la filosofía y la psicología y sé que, ahora, al terminar la carta, lo único que se pensará de mí es que era alguien con un déficit de atención considerable que se creía especial o superior a otros y que, cansado, decidió suicidarse. Me alegro de que hayas querido analizar mi personalidad a través de unos cuantos párrafos, has intentado comportarte como yo, pero entre tú y yo hay una gran diferencia, recuérdalo: tu visión de la vida está distorsionada. Y aun así, creyendo que conoces con seguridad la verdadera naturaleza de la vida, también habrías fallado… Ni siquiera marchándome para siempre sería capaz de cometer un acto tan incauto como el de revelar mi auténtico yo… Ya sabes, yo al público siempre le daré lo que me pide, incluso después de muerto.

¿Soy un cobarde al fin y al cabo? Bueno, yo logré vencer mis miedos, aunque haya sido de una manera radical, pero tú, mientras permanezcas aquí, tendrás que seguir evadiendo esa voz interna que no para de gritarte un terrible imperativo que por siempre estará reverberando en tu mente…

Hazlo.

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