
Yo, sin
embargo, y por suerte, nunca tuve miedo a la muerte. Sí, bueno, quizás este
factor agravara aún más mis instintos suicidas, pero… creo que también me ayudó para marcharme
rápido de este lugar. Bueno, relativamente.
A lo largo
de mi vida, de la cual, de cierto modo, no puedo quejarme, no ha pasado mucha
gente, pero los que han pasado se han quedado grabados en mi cerebro. Al
principio, pues como todo el mundo, vivía y me gustaba, se estaba bien aquí…
durante los primeros cinco años…
Luego
la cosa cambió por completo. Fue llegar a integrarme en eso que llaman sociedad
y enseguida perdí mis energías… Comprendí tres cosas, cada una distinta a la
otra: la gente es cruel, mi vida no llegará muy lejos, y estoy hecho para el
sufrimiento.
Nunca
llegué a averiguar cuál de las tres era la correcta. Quizás todas fueran
ciertas, aunque de la primera no estoy muy seguro. No me gusta echar la culpa a
los demás de mis errores. Tal vez podría haber hecho algo, pero también tengo
que admitir que la gente se comporta como animales, aunque al fin y al cabo eso
somos: animales, a pesar de que intentemos olvidar nuestras raíces, siempre
fuimos, somos y seremos mamíferos, no estamos en un reino distinto al del Reino
Animalia.
Y fue
justamente esta última reflexión la que me hizo alejarme de los demás… Nunca
quise abrazar la soledad, pero era la única que me entendía y la única que no
preguntaba nada… Y sí, dicen que la única forma de vencer la soledad es siendo
tú el que hablas con la gente… No obstante, para qué hacer eso sabiendo las
respuestas. Sí, siempre pasaba igual, ocurrían dos cosas, o directamente era
ignorado o se me aceptaba por pena.
Pena…
otra cosa que nunca llegué a comprender… ¿Cuál era la razón de que diera pena?
Aunque, bueno, podría entenderlo, no es que mi vida fuera una maravilla. Creo
que sí, realmente daba pena. A los dos años sufrí una terrible invaginación en
mis intestinos, básicamente se me dieron la vuelta las tripas y tuve que
enfrentarme a una operación de vida o muerte… con pocas posibilidades de
sobrevivir, qué chiste...Y a los tres años mi padre murió. A penas tengo
recuerdos de él, por no decir ninguno. Nunca crecí con un padre y para mí no es
ningún drama, creo que prefiero su muerte a esa edad para no recordar nada de
él que una muerte más tardía en la que sí podría echarle de menos con más
ganas.
Pero
bueno, creo que ya es una tontería contar las penurias que no quise contar en
vida, al fin y al cabo, creo que siendo esto una “despedida” ya hay demasiada tristeza
de por medio. Simplemente vengo a explicar la razón de mi, según todos, acto
cobarde…
Como
iba diciendo, todo empezó a la temprana edad de cinco años. Comprendiendo que
no tendría otra compañía que la amarga soledad y dándome cuenta de que los de
mi alrededor eran meras bestias, decidí empezar a comportarme como tal, pero no
como los animales que ellos emulaban, sino como un ave, un búho. A partir de
ese momento me puse a observar todo lo que había a mi alrededor, sin perder
ningún detalle.
En
cierto modo, creo que fue precisamente eso lo que potenció un poco mi
inteligencia. Sí, desarrollé una retentiva apabullante. La propia monotonía
colaboraba, pues empecé a percatarme, tras un año en el colegio, de que todos
seguían patrones… Al final, parecía ser que, la aleatoriedad, el libre
albedrío, no existía. Era cierto que de vez en cuando ellos presentaban
comportamientos extraños, que se salían de lo normal, pero incluso aquellas
inesperadas reacciones entraban dentro de sus patrones, pues solían repetirse
cada cierto tiempo, y siempre en los mismos intervalos.
Puede
que esto que esté contando suene extraño, ni yo mismo me lo creería ahora con
la edad que tengo. ¿Un niño de cinco años actuando como un observador, una
especie de detective antropólogo? Imposible, si ni siquiera me sabía la tabla
del nueve. Sí, puedo entenderlo si nadie me cree, pero yo era así. Entrenaba
más mi visión que mi habla, siempre callado, siempre observando… Creo que
haberme quedado ciego hubiera sido mi auténtica ruina, aunque bueno, yo mismo
he acabado arruinándome, me parece que no hubiera sido para tanto.
Toda mi
etapa de Primaria podría resumirse con puntos suspensivos… Silencio y ya está.
El único que “hablaba” era mi cerebro, aunque estaba bastante ocupado con los
estudios. Desde que fui consciente de que en las clases calificaban tu
comportamiento con meros números, me obsesioné de forma enfermiza con estudiar
y sacar buenas notas. El estrés llegó como invitado de honor a mi organismo. No
podía parar, siempre había algo nuevo que estudiar, no podía defraudar a nadie…
no debía suspender.
Defraudar…
otro fallo de mi efímera vida. Aunque no mantuviera muchas conversaciones ni me
relacionara con los demás, dentro de mí había algo, no sé qué, que me obligaba
a estar bien con todos, no podía defraudarles, fuera quien fuera, tenía que
mantener felices a todos. A todos menos a mí mismo. Irónico…
Mi vida
fue avanzando y llegué a la adolescencia… Creo que esta etapa fue bastante
extraña. Al menos en Primaria entendía el comportamiento animal, pues aún
éramos niños, compartíamos más con los homínidos que con los humanos. Pero me
llevé una “grata” sorpresa al ver que había sido trasladado de un zoo a otro
peor. Ahora las bestias estaban en celo y eran sañosas.
Yo, por
mi parte, seguía siendo el búho de siempre, sólo que ahora las bestias me
habían divisado. Cuatro terribles años en los que me refugiaba en las hojas de
los árboles, en las páginas de las bibliotecas, siempre enfrascado en los estudios,
el único aliciente que me hacía seguir hacia delante.
Sin
embargo en Bachillerato comencé a decaer… Tal vez sobrestimé demasiado a mi
cerebro y no le di mucha importancia al cambio de nivel que había entre
Secundaria y esto. Mis notas bajaron considerablemente, hasta el punto de que
incluso tuve mis primeros suspensos, hasta mi primer cero en un examen… Y ahora
que perdía la inteligencia, ¿qué me quedaba?

Pensaba
que volviendo a recuperar mi inteligencia volvería a apreciar un poco la vida,
pero no me daba cuenta de que lo único que estaba haciendo era aguardar,
esperar a que alguien, otro observador quizás, se cruzara con mi mirada y que
viera que no todos estábamos regidos por patrones insustanciales e insípidos.
Desgraciadamente
nunca llegó a ocurrir eso, toda persona que entraba en contacto conmigo era
idéntica. Llegué a un punto en el que incluso me anticipaba a los actos de los
demás, dijera o hiciera lo que fuese ya sabía cómo la otra persona iba a actuar,
cómo iba a responder, dejé de llevarme sorpresas.
Puede
que eso de ya saber cómo respondían las personas fuera algo positivo, pero
hacedme caso, nunca anheléis eso, es lo peor que le puede pasar a alguien, es
mejor que las sorpresas sigan existiendo… Me cansé de mí mismo, me cansé de
vivir. Si la vida era pura monotonía, ¿por qué tenía que seguir existiendo más
o menos setenta años más? De momento podría seguir aguantando, aún me quedaban
cuatro años en la Universidad y tal vez podría alargar el tiempo de estudio con
los Máster y el doctorado, pero, ¿y luego? Siempre me había visto como alguien
que estudiaba, que analizaba, yo no podía apartarme de mis libros, sería como
quitarle el respirador a un comatoso…
Y hablando
de analizar, me parece que analizando esto parece que la soledad había
alcanzado hasta mi médula espinal. Por supuesto que no, también tuve amigos
durante mi vida, y muy buenos amigos, por cierto, pero los justos y necesarios.
Os recuerdo que la idea de cerrar el telón en mi función siempre había estado
vigente en mi cabeza. No quería caer extremadamente bien a nadie, pues luego
podría ser una amarga aflicción el que se enterasen de mi defunción.
Sí,
tuve que volverme antipático, cerrado, tímido, introvertido. Ansiaba con ganas
entablar amistades, pero no podía, no quería que nadie hablara con un
moribundo. Sonreía, me reía, fingía ser feliz, pero esa sonrisa era una simple
mueca invertida de lo que de verdad sentía.
Y
empezaron los cortes en los brazos, preparando a mi cuerpo para el corte final,
el corte real. Nunca tuve agallas de acabar con mi vida de otra forma, en ese
aspecto hasta yo me considero cobarde. He visto gente suicidarse tirándose
desde una azotea, ahogándose, electrocutándose, seccionándose la garganta,
apuñalándose, ahorcándose… Esos sí que tenían valor, les daba igual cómo morir,
simplemente querían hacerlo. Un día intenté hacerlo con pastillas, pero mi
estómago, maldito traidor, rechazó las drogas y me hizo vomitar… Al menos fui
afortunado, ya que mi madre no se encontraba en casa en ese momento. Nadie
sabía nada acerca del asunto, ni siquiera veían los cortes, y si los veían yo
afirmaba con total seguridad que habían sido accidentes, sin querer… Qué
fáciles eráis de engañar… Me pregunto si me hubierais descubierto si hubieseis
sido tan observadores como yo…
En
definitiva, lo que vengo a decir en estas últimas palabras que he plasmado en
este papel, es que, durante mi breve estancia en este lugar con vosotros, he
comprendido que por mucho que hayáis intentando huir de vuestros
comportamientos animales, estos se han quedado impregnados en vuestros
cromosomas. Me fascina el miedo con el que miráis este aspecto… No queréis el
desorden, necesitáis el control, y nunca lo tendréis… Os aseguráis de mirar
cada cierto tiempo vuestros relojes para pensar que podéis manejar el tiempo,
de vez en cuando esbozáis una sonrisa para convenceros a vosotros mismos de que
todo va bien, renegáis la hipocresía que alberga en vuestras esencias para
haceros pensar que sois buenas personas, planificáis con una enorme
anterioridad todo lo que pretendéis hacer para así aseguraros un futuro
esquematizado…
Nada
más lejos de la realidad. Vuestro comportamiento ha sido precisamente el que os
ha llevado a seguir una vida cíclica donde todo se repite. Os aterra el caos,
en cuanto algo se sale de vuestras expectativas comenzáis a temblar y no sabéis
cómo actuar. ¿Y me llamáis a mí cobarde por haberme suicidado? A mí no me
gustaba la vida y me he ido de ella, pero vosotros seguí aquí, en vidas que os
atemoriza descubrir, miráis a otro lado y creáis una realidad alternativa donde
impera el orden.
Cada
una de las locuras que hice, cada bobada que mis labios soltaron, cada lágrima
que derramé, todos los comportamientos que manifestaba en público no eran otra
cosa que pruebas para vosotros, para ver si vuestros ojos se abrían y
observabais el descontrol de la forma que yo lo hacía. Sin embargo el cambio de visión era imposible, y era de esperar… estáis tan aferrados a la reiteración y a la rigurosidad que vuestros dedos se han fusionado con los barrotes de las
celdas que os encierran, y os es inevitable escapar.
Pero yo
seguiré siendo el débil por haberme liberado.
…Intenté
quedarme, contagiarme un poco de vosotros y adoptar una faceta falsa con la
intención de que mi cerebro cayera en la convicción… Lo intenté de verdad, pero
mi cuerpo no resistía aquello y me quedé al borde de la locura. Como acto de
venganza mi materia gris respondió: no podía sonreír, me hallaba en una terrible
depresión, así que mis manos trazaron con un cuchillo un par de cortes en las
comisuras de mis labios que emulaban la sonrisa que yo tanto anhelaba…
No seré
yo el que diga que mi vida fue totalmente repugnante, sé perfectamente que
otros muchos, los cuales aún se albergan en este lugar, tienen vidas peores. Además,
no todo fueron penurias, pues hubo algunos ratos en los que mi faceta de
observador detectaba comportamientos en personas que realmente me resultaban
curiosos. Creo que a veces empleaba este “don” para usar el mundo como un
escenario, donde la mayor parte del tiempo yo era el actor estrella, el que
ofrecía al público lo que pedía; y otras veces era yo el que se sentaba a
disfrutar del espectáculo en el que vosotros mismos, con vuestra motricidad,
eráis capaces de crear chistes…
Siempre
me atrajo la filosofía y la psicología y sé que, ahora, al terminar la carta,
lo único que se pensará de mí es que era alguien con un déficit de atención
considerable que se creía especial o superior a otros y que, cansado, decidió
suicidarse. Me alegro de que hayas querido analizar mi personalidad a través de
unos cuantos párrafos, has intentado comportarte como yo, pero entre tú y yo
hay una gran diferencia, recuérdalo: tu visión de la vida está distorsionada. Y
aun así, creyendo que conoces con seguridad la verdadera naturaleza de la vida,
también habrías fallado… Ni siquiera marchándome para siempre sería capaz de
cometer un acto tan incauto como el de revelar mi auténtico yo… Ya sabes, yo al
público siempre le daré lo que me pide, incluso después de muerto.
¿Soy un
cobarde al fin y al cabo? Bueno, yo logré vencer mis miedos, aunque haya sido
de una manera radical, pero tú, mientras permanezcas aquí, tendrás que seguir
evadiendo esa voz interna que no para de gritarte un terrible imperativo que
por siempre estará reverberando en tu mente…
Hazlo.
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