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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 21 de abril de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #5

Tiempo ha pasado… Poco… Pero ya sabes cómo funciona la relatividad… Creo que de todas las veces que he esperado tu visita esta ha sido la más anhelada… Me ha parecido una eternidad la espera… Sé que la última vez que nos vimos mi saludo fue totalmente arisco. Se me había subido el poder a la cabeza, el tratar con un recolector de almas, el tener la oportunidad de contar mis vivencias a los muertos, mi crueldad, mis trastornos psicóticos, sangre, terror, entrañas…

Tengo miedo.

Borja, hoy no vengo precisamente a contarte otra parte de mi vida solamente para que escuches, necesito que prestes suma atención… hoy quiero pedirte ayuda… Desde que estás aquí entiendo que el umbral de lo lógico está un poco más alta, pero créeme, he visto cosas… cosas que desmembrarían la mente del más escéptico… Sé que los muertos no acaban en el olvido, sé que pueden existir manifestaciones ectoplasmáticas dignas delos más temibles monstruos, sé que el propio ser humano puede establecer nuevos niveles en eso que llaman demencia. Todo eso ya lo sé gracias a ti.

Pero… Una semana después de lo que ocurrió, cuando estuve a punto de morir y Samanta me salvó, pude contemplar con mis propios ojos que aún hay cosas que pueden seguir catalogándose como sobrenaturales… Borja, antes de que te lo cuente, intenta mantener esta pregunta en la cabeza…

¿Hasta dónde puede llegar alguien a controlar su cuerpo?

Como ya te dije, siete días después de aquello, todo comenzó. Había avanzado mucho con los cadáveres, de hecho, ya no tenía restos de ellos por mi casa, y en lo que respecta a mi otro yo, había sido una buena semana, tal vez fuera porque mi verdadero ser estaba recuperando el control, o porque mi maldad estaba centrada en Samanta, pero fuera como fuera durante ese intervalo de tiempo no había vuelto a matar.

Sí, puede que suene extraño, un chico adicto al dolor, al sufrimiento y a la sangre se alegra de no asesinar a nadie. Vale, creo que incluso ahora yo mismo me extraño, pero te recuerdo que yo no fui así siempre. Quizás en Nochevieja no maté a nadie, simplemente dejé esa faceta mía en un profundo letargo… quizás se está despertando… Ojalá sea así.

Era ya miércoles, por la noche. Estaba cenando y veía en la televisión las noticias apaciblemente. No tenía temor alguno por ninguno de mis homicidios, ni siquiera aún parecía que estuvieran buscando los cuerpos. Eso era algo que no comprendía bien, podría darse el caso de que Santiago no tuviera a nadie, pero ¿y las parejas que ejecuté? Cada vez me cuestionaba más la eficacia de este país respecto a los crímenes… Me proporcionaron las armas necesarias, tuve el aislamiento y la intimidad suficientes para cazar con total soltura, y las creencias de que un chaval de mi edad no sería capaz de masacrar a tantos inocentes hacían que no hubiera sospecha alguna que me señalara como culpable. Dicen de otros países en los que los crímenes están a la orden del día, pero creo que este también es un buen ejemplo… ¡Ni siquiera me escondo! Estoy en mi casa, a veces dejo algunos restos de sangre, arrastro los cuerpos del centro de la ciudad hasta mi casa, unos cuantos metros de trayecto… Pero parece que ni queriendo consiguen dar conmigo… ¡y menos aún con los cuerpos troceados!

En fin, proseguiré… El caso era que justo cuando ya estaba recogiendo la mesa para descansar un rato en el sofá, llamaron al timbre… Hasta ahora nunca me había sobresaltado por un sonido tan nimio como es el del timbre de una casa, pero desde aquello… En cuanto el sonido llegó a mis tímpanos y fue procesado por mi cerebro, imagen a imagen reviví mi cuasi defunción…

Incluso al ir a observar por la mirilla, una acción tan simple, ya pude notar como comenzaba a sudar, como temblaba todo mi cuerpo y el pulso se aceleraba. Aunque afortunadamente ese estadío de temor se me pasó enseguida…

Era Samanta, parecía preocupada por algo, tenía una respiración acelerada y estaba apoyada en la pared opuesta a mi puerta. Abrí la puerta enseguida y en cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí, se quitó el abrigo y me mostró una enorme mancha de sangre impregnada en toda su región epigástrica. A juzgar por el tamaño de la mancha, o había desangrado a alguien o había recibido una herida bastante profunda.

Por desgracia fue lo segundo, se levantó la parte inferior de la camiseta y pude ver una profunda y larga incisión. Como si hubiera sido apuñalada por una espada… por una katana. Aun así la herida no atravesaba todo su torso, de hecho ni siquiera había llegado a incidir en ninguna víscera, pero la pérdida de sangre era considerable.

Me quedé boquiabierto, volví a mirarla a los ojos y entonces ella, con una pequeña, me transmitió un no resisto más. Y tras eso, ella perdió el conocimiento. Logré sujetarla antes de que se cayera al suelo, y lentamente la dejé tumbada en el sofá. Corriendo fui a por gasas y a por agua oxigenada, además de betadine, algodón, vendas y esparadrapo.

Limpié primero los alrededores de la herida y luego extraje un poco se sangre de la misma para evitar coágulos. No era un experto en medicina, pero mi primer año de Enfermería tal vez ayudaría en este momento… Que por cierto, ese es otro tema a tratar, he dejado los estudios por los homicidios, una parte de mí se repugna a sí misma… Pero bueno, al grano. Eché un buen chorro de agua oxigenada y, a pesar de que estaba inconsciente, creo que le dolió bastante, se revolvió un poco y casi se cae del sofá. Seguidamente cerré la herida, tras embadurnarla con betadine, con una gasa y esparadrapo. Ahora era lo peor, vendarla, rodear su cuerpo, moverla… y no quería verla sufrir… ¿O sí?

Ahí estuvo mi maldad, me paré en seco y observé la zona de la herida. Algo me impulsaba a aprovechar el momento y rematarla… Ya sabes, no era amor, era curiosidad por matar a alguien como yo…

¡Pero no! Resistí. Cerré los ojos y dejé la mente en blanco, sólo permaneció el objetivo de sanarla. Y en cuanto la vendé y me aseguré de que la hemorragia había cesado, me fui corriendo al baño a vomitar. Mi yo oscuro había estado todo el rato golpeándome desde el interior, me mareaba, sentía náuseas. Y pensaba que alejarme de ella evitaría su resurgimiento, pero era al contrario, parece que si aumentaba las distancias, si su rostro se me olvidaba, entonces mi bondad perecía… Tendría que arriesgarme y regresar al salón para estar con ella…

Mientras velaba por ella, a pesar de que mi rostro podía aparentar tranquilidad, dentro de mí, como de costumbre, se libraba un terrible duelo entre mis dos mitades. Yo quería convencer al mal, al fin y al cabo hace una semana habíamos colaborado para sobrevivir, eso quería decir que no era destructivo del todo, pero parecía que tanto tiempo sin saciar su sed de sangre le había vuelto más violento y ante mí se mostraba una víctima indefensa, ideal para su apetito.

Puede parecer que lo que cuento ocurría sólo en mi mente… Más quisiera… Notaba los golpes por todo mi cuerpo, como si estuviera lleno de insectos desdichados. Ascendió por mi espina dorsal e invadió mis ojos, quería verla. Me negué y cerré los párpados con fuerza, aunque no hizo otra cosa que enfurecerle más. Los ojos se me humedecieron y empecé a llorar, gotas resbalaron lentamente por mi rostro. Pensé que eran eso, lágrimas, pero cuando me limpié la cara con la mano, vi las manchas, no lloraba una solución salina, era sangre…

Me parece que mi maldad estaba dispuesta a demacrarme si no permitía que cometiera otro homicidio… Me caía bien Samanta, pero al fin y al cabo ya había sentenciado mi destino, es posible que tuviera que agradecerla el que me salvara la vida, pero aun así… yo era el que era. Tenía que matar…



¿Y su herida? ¿Acaso no quería saber quién se la había hecho? Era probable que su agresor también fuera en mi busca… Aunque pensándolo mejor no importaba eso, también caería ante mí. Después de todo lo único que necesitaba era un poco más de entrenamiento.


¡Muy bien! ¡Tú ganas!

Así que fui a la cocina, tras cerciorarme de que ella seguía inconsciente, y agarré el cuchillo más afilado. Al menos había conseguido evitar que mi otro yo controlase mi cuerpo, no quería que se ensañase con ella, si había que matarla sería mejor que fuera yo mismo, a pesar de que en ninguno de mis asesinatos había estado mi bondad controlando mi cuerpo. En cierto sentido, este iba a ser mi primer homicidio.

Sin embargo, al llegar de nuevo al salón, no estaba en el sofá, parecía que se había escondido. Mi maldad retumbó otra vez, se estaba impacientando. Empecé a buscar por toda la casa, pero no la veía y era imposible que se hubiera ido, la puerta principal, al cerrarla, hacía bastante ruido. ¿Dónde se encontraba? Ahora debía darme prisa antes de que mi “hermano” decidiera hacerlo por su cuenta.

(Des)Afortunadamente al irme de una de las habitaciones, en la que pensaba que Samanta no se hallaba, ella se lanzó contra mí, me inmovilizó por la espalda e hizo que tirara el cuchillo al suelo. Por suerte, aún estaba yo a los mandos de mi cuerpo, así que no me resistí. Me alegró que ella supiera de mis intenciones, aunque no entendía cómo había logrado darse cuenta. Seguramente ahora ella me ejecutaría… El rostro sin remordimientos que vi cuando partió por la mitad a Santiago corroboraba mis sospechas. Al menos había alargado mi mísera vida una semana más. Es más de lo que otro condenado a muerte podría lograr. No podía quejarme… La commedia è finita.

No obstante, volví a equivocarme con la fecha de mi muerte. Me había paralizado para calmar mi inestabilidad, desde el principio sabía que entrar en mi casa era un verdadero riesgo para su vida, y había fingido su desmayo. Por eso se revolvió cuando desinfecté la herida, nadie inconsciente lo hubiera notado.

Entonces fue cuando me giró y me abrazó. Era tan reconfortante… No sé si lo había hecho porque sabía el efecto que aquello tendría en mí, pero desde luego ese acto afectivo le había propiciado un buen K.O. a mi lado malévolo. Durante unas cuantas horas me dejaría en paz y podría conversar en calma con ella.

Y así fue. Tras unos fantásticos segundos abrazados, ella se humedeció los dedos de su mano con su saliva y me limpió los restos de sangre que aún perduraban en mi faz. Después nos dirigimos al salón, me había dicho que tenía algo importante que contarme sobre su agresor. Y, justo antes de que la preguntara si se lo había hecho algún conocido de Santiago, ella respondió anticipadamente; no era un conocido el agresor, sino el mismísimo Santiago…

Al principio me quedé de piedra. Fue cortado por la mitad, yo mismo presencié su pérdida masiva de sangre, le vi morir desangrado, su propia piel, ante mí, palideció. ¿Cómo era posible todo aquello?

Ella me lo explicó con calma. Dijo que su padre, Mike, trabajaba para una empresa que recientemente quebró: Blood Services. Resulta que esta empresa usaba sangre como dinero, y uno de los mejores compañeros de trabajo de su padre, se rebeló. Este compañero suyo era ni más ni menos que Santiago. Mike arriesgó su vida por él, le ayudó, pero sabiendo que Blood Services podría enterarse y matarle, decidió ingresar a Samanta en la compañía para trabajar como Flebotomista, aquellos que quitaban la sangre a los demás. Enseguida hizo unos cuantos trabajos y, gracias a las enseñanzas que le daba su padre, salió exitosa de todos ellos. Por eso no se inmutó cuando la vi matar a Santiago, ya tenía un buen historial de asesinatos… como yo…

Prosiguió. Al final la predicción de su padre se cumplió, le mataron. Samanta, al borde de la demencia, manifestó toda su ira con los nuevos objetivos que la ordenaban ejecutar. Pero, en la sombra, sabiendo que el cometido de Santiago era acabar con el jefe de la empresa, ella colaboró con él. Ella le entregó, en anonimato, la tarjeta del jefe para que Santiago cumpliera con su traición. Finalmente, transformado el jefe en un Ignoto, es decir, aquellos que no son conocidos por nadie, Santiago pereció en un accidente de coche, en el cual también iba el jefe, pero parece que consiguió saltar y escapar. Sin embargo, inmediatamente su perfil se actualizó en Blood Services y Samanta se ofreció voluntaria para capturar su sangre. Viajó rauda al lugar y lo encontró arrastrándose por un descampado. Lo torturó durante un par de horas hasta que le drenó el cien por cien de su jugo carmesí. Una vez hecho el trabajo, con la empresa al borde de la destrucción, Samanta se aproximó a la carretera donde vio marcas de llantas. Las siguió y vio el coche de Santiago. Su cuerpo estaba en el suelo, rodeado de un amasijo de hierros… Aunque también había otra persona al lado del cadáver, alguien que ella no logró identificar.

Ya empezaba a comprender todo. Cuando me dijo que esa persona hizo que el exánime Santiago se levantara, entonces entendí la razón de que no hubiera muerto al ser partido en dos. Samanta no se atrevió a acercarse más y se fue de aquel lugar. Meses después, la empresa ya abandonada, ella regresó para mirar en uno de los ordenadores del lugar el perfil de Santiago. Según los informes, él seguía vivo, y ponía hasta su ubicación. Al principio estaba contenta de que al menos el gran amigo de su padre hubiera conseguido salvarse de aquella empresa atroz, pero luego, al observarle desde lejos, sin que Santiago se percatara, ella se dio cuenta de que actuaba de una forma extraña. No sabía muy bien por qué, pero ahora veía el mal en cualquier sitio. Y, por desgracia, uno de los objetivos era yo. Él era la única persona que fue testigo de mi tercera víctima, aquel solitario nocturno. Desde entonces, sigue todos mis pasos, y Samanta se enteró. Por eso ella quiso llamar mi atención y hablar conmigo. Quiere protegerme. Cuando le cortó por la mitad y fue a tirar el cadáver a un lago, ella pudo ver como su cuerpo había unido las dos mitades, ahora Santiago no podía morir. Samanta logró huir, pues, aunque las dos partes de él se hubieran unido, aún permanecía inconsciente. Pero días después le buscó para hablar con él. La única respuesta que obtuvo fue un ataque en el que le arrebató la katana a Samanta e intentó empalarla…

Y ahora ha venido a mi casa, para advertirme de que hay que prepararse para su llegada. Sabe que no vendrá ni hoy ni mañana, pero llegará pronto y es imposible escapar, Santiago conoce todo acerca de nosotros dos.

Es por esta razón por la que tengo miedo, Borja. Ahora es de noche, Samanta duerme y no sabe nada de mi temor, pero yo nunca me he enfrentado a alguien que no puede morir. ¿Cómo podremos vencerle? La incertidumbre recorre mis vasos sanguíneos y la sangre se me espesa por la alta concentración de dudas… Pero de entre todas esas preguntas, hay una que es la que más me llama la atención, y eso se lo agradezco a mi otro yo.

¿Por qué Samanta ayudaría a un asesino?


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