
Pero lo que vengo a decir es algo sobre lo que reflexioné de
vuelta a casa. No soy una persona a la que le guste manifestar su interior, no
quiero decir que sea poco expresivo, sino que sé disfrazar mi rostro. Creo que
ya es bastante gris el mundo como para que otro caminante esboce una mueca
taciturna.
A lo largo del trayecto me crucé con una gran cantidad de
personas. Yo pensaba: ellos solamente ven a un chico con su cartera regresando
de las clases. Ninguno podría imaginarse que ahora sobre mis hombros yacía una
terrible carga, pensando constantemente en el gran riesgo de que la vida de mi
madre se hubiera acortado drásticamente. ¿Quién se haría a la idea de aquello?
Absolutamente nadie.
Sin embargo, no vengo aquí para descalificar a los demás por
despreocupados, es obvio que no precisaban de los medios necesarios para
enterarse de mi infortunio, además, tampoco hay que hacer un mundo de ello. No he
sido la primera persona que ha recibido esta noticia ni mucho menos seré la
última.
Yendo un poco más al grano, intento transmitir una alerta,
pues se está perdiendo en el olvido algo tan importante como es la abnegación. Ponte
en mi situación, da un paseo por la calle y observa los rostros de los demás.
Los verás muy variopintos, por supuesto, pero no estoy pidiendo que te fijes en
el rostro externo…
¿Y si aquel que chocó aparatosamente contigo y apenas tuvo
tiempo de disculparse iba con prisas debido a una emergencia? ¿Y si aquella
conocida que iba cabizbaja y no te saludó acababa de enterarse de que un amigo
había sufrido un accidente? ¿Y si ese joven con cara de pocos amigos se
encuentra hastiado por una cruda situación que está viviendo? ¿Y si el frutero
de la esquina hoy no te ha podido hacer una rebaja porque este mes iba apurado
con los gastos? ¿Y si…?
¿Entiendes a lo que quiero llegar? Somos comprensivos ante
nuestra aflicción y siempre encontramos una razón para tenerla, pero no sabemos
extrapolar estos sentimientos hacia los demás. No nos vemos capaces de ponernos
en la situación del ajeno. “Si a mí me pasa eso yo no lo pagaría con el resto”.
Pero no se trata de pagarlo contigo mismo o con los que te rodean. Tendrás
derecho a juzgar cuando te encuentres en sus situaciones, y si se da el caso de
que ya has pasado por algunas similares y no te has comportado de tal forma,
enhorabuena, pero debes comprender que no todos manifiestan la desdicha de la
misma forma.
Esto no es para justificar la mala actitud ni el trato
arisco. Simplemente quiero hacer entender que todos a lo largo de nuestra vida
hemos pasado, estamos pasando y pasaremos situaciones desagradables que nos
cieguen la mente y nos hagan perder toda esperanza. Estos momentos son
inevitables y seguro que cada día te habrás cruzado con más de una persona cuya
cabeza esté dándole vueltas a un asunto de tal índole.
Sería conveniente cambiar el espejo que hemos construido
delante nuestra por un mero cristal, donde, al visualizar a alguien, los
prejuicios queden atrapados en esta barrera y solamente llegue un impoluto
contacto visual.
¿Cuándo fue la última vez que viste a algún desconocido con
una faceta melancólica y le preguntaste qué le ocurría? Permíteme pecar de
sabelotodo y afirmar que de eso ha pasado ya muchísimo tiempo…

Las lágrimas invisibles, insonoras, son, irónicamente, las
que más te arañan por dentro y tratan de salir a toda costa, sin embargo hay
gente que las retiene, convencida de que nadie se va a preocupar por lo que le
ocurre y es una nimiedad revelar su verdadero estado de ánimo.
Es precisamente esta gente la que pasa a tu lado en las
calles, se van descomponiendo poco a poco, buscan ayuda con gritos mudos y sus
emociones te extienden los brazos para que le sostengas. Sus mentes se van
atrofiando y por dentro lentamente su interior comienza a llenarse hasta rebosar
de penurias. Pero seguiremos convencidos de que sólo aquel que solicita
ayuda es el que realmente la necesita…
Otro aspecto que me gustaría remarcar también está relacionado
con la enfermedad de mi madre, así como con el primer punto. Me refiero también
a la ayuda al prójimo, aunque visto de una manera peculiar.
¿Es el cáncer la peor patología que puede sufrir una
persona? Por supuesto que no, y la ciencia ha avanzado lo suficiente como para
solventar a bastantes pacientes que lo padecían. Pero me resulta curiosa la
gran cantidad de gente a la que esta noticia, la de que mi madre tiene un
tumor, le ha levantado una preocupación sintética.
Y digo sintética porque no es real. No. Mi madre siempre ha
presentado en su historial una pluripatología bastante aterradora:
fibromialgia, cansancio crónico, depresión cerebral, asma bronquial idiopática,
regurgitación en la válvula mitral, ansiedad y distrés crónicos, elevado riesgo
de úlcera y artrosis.
No obstante, nada más ser diagnosticada de cáncer, los demás
se volvieron tremendamente compasivos con ella. Al enterarse de la noticia sus
caras se tornaban incrédulas y apenadas. ¿Por qué, se ha muerto acaso? Ella no
llora, no dramatiza, ¿por qué has de hacerlo tú? Es bien simple.
Nos encanta todo aquello que tenga un carácter morboso. Sí,
somos así y reaccionamos ante lo que el marketing ha inculcado en nuestros
conocimientos. No distinguimos lo trivial de lo fatal, así que los sistemas
mediáticos nos “echan una mano”.
Mi madre ha llorado día a día al ver sus fuerzas flaquear
por la fibromialgia y la artrosis. Se ha sentido una inútil y tiene el temor de
convertirse en una carga para sus hijos dentro de unos años. Sin embargo, estas
dos enfermedades no las tiene gente de interés, ni han hecho programas
televisivos sobre ellas. No son importantes, no hay demagogia que exprimir.
Nadie me preguntó cómo se encontraba mi madre antes de
sufrir la neoplasia. En cambio, ahora, es como si la palabra cáncer rasgara el
tejido cerebral del oyente y entrara en colapso con la única respuesta de un
compasivo “me tienes aquí para lo que necesites”. Mil puertas se han abierto a
una persona que es considerada una moribunda y ha recibido una llave que la
permite adentrarse en la pura libertad de acciones. No la contradigas, tiene
cáncer…
Pero, ¿qué tiene que ver esto con el primer punto que he
tratado? Es sencillo. Revisa todos los sentimientos que has tenido durante la
lectura. Puedo apostar a que has prestado más atención a mi narración en cuanto
he nombrado la palabra cáncer. Y eso que ni siquiera soy yo el que sufre el
susodicho tumor. Seguro que has sentido pena y te has tomado más en serio toda
la sarta de paranoias que estoy escupiendo. Probablemente hasta hayas pensado
que pronto mi madre morirá. Hasta posiblemente pueda confirmar que en los
últimos párrafos me has criticado duramente al mostrarte que no considero el
cáncer tan grave como lo quieren pintar.
Muy bien, una vez hecha la revisión, ahora imagina que el
vecino al que ves todos los días tiene un tipo de alergia. Parece algo simple a
primera vista, ¿no crees? ¿Y si te digo que es alérgico a todo tipo de
alimentos? Creo que ya lo ves de otra forma, te lo imaginas todos los días
teniendo que introducirse una solución en suero de nutrientes por una vía. Si
se le ocurriera probar un solo bocado de comida correría el riesgo de morir por
un shock anafiláctico, y no estoy exagerando.
El cáncer, aunque agresivo, tiene tratamiento, pero este
vecino hipotético no tiene otra solución que evitar comer de la manera tradicional.
Sin embargo, reitero, ¿qué palabra impresiona más: tumor o alergia?
Este es otro factor clave que nos impide dignarnos siquiera
a preguntar al de al lado qué tal le va el día. Nos encerramos en un listado,
de mayor a menor importancia, de los problemas y solamente entendemos como
relevantes los que se encuentren en el ranking. No consideramos variables, y
mucho menos se nos ocurre pensar que todo problema, por pequeño que sea, sigue
siendo un problema para la persona que lo sobrelleva.

Que la Tierra no gira a tu alrededor y, por desgracia, no tenemos
la facultad de realizar metempsicosis. Uno llorará por haber perdido un lápiz,
otro se mantendrá impasible por haber perdido un familiar. Así que, una vez
seas consciente de que no eres el protagonista número uno de esta tragicomedia,
únicamente te faltará una última cosa por albergar en tu ser:
El dolor, imaginario o no, leve o intenso, físico o
psíquico, agudo o crónico, provocado o espontáneo, sigue siendo dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario