
-Despierta, mi dulce niño.
Fue la siguiente información que recibí. Una melosa voz
femenina, casi como un susurro relajante. La persona que me hubiera hablado
estaba a escasos centímetros de mí, tal vez con la cara pegada a la mía. Aún no
podía abrir los ojos, y ni por asomo mis habilidades lógicas todavía me habían
hecho relacionar el cubo de agua con aquella desconocida.
Una bocanada de aire me condujo a la realidad. Ya estaba
activo por completo. Y, como era de esperar, un rostro sonriente le dio la
bienvenida a mi sentido de la vista. Su cabello era liso y negro, el único
maquillaje que tenía reposaba sobre sus labios en forma de carmín de ébano, y
su piel me hacía imaginar que tenía aproximadamente veinte años, por lo que
rondaba mi edad. Estaba de cuclillas, mirándome detenidamente a la espera de
cualquier respuesta por mi parte.
La ignoré, tenía mayores preocupaciones en ese instante,
como determinar dónde me encontraba y por qué apenas podía movilizar mi cuerpo…
Primero empecé girando la cabeza a un lado y a otro, percatándome de que estaba
en un habitáculo poco iluminado y bastante harapiento, tal vez un sótano. Lo
segundo fue observar mi cuerpo, lo cual me hizo comprender que estaba de
rodillas, con una burda cuerda atando mis pies. Con respecto a mis brazos,
estos rodeaban una delgada viga de madera que se situaba justo detrás de mí,
concluyendo el rodeo con mis manos unidas por una cuerda con posiblemente las
mismas características que la de mis miembros inferiores.
-¿Por qué estoy aquí?
¿Qué ocurre?
Era el momento preciso para recopilar información fuera de
mi alcance, y para ello no tenía otra alternativa que entablar conversación con
esa extraña chica. ¿Sería amiga o enemiga? Aunque el mal despertar que
supuestamente me había provocado ella no auguraba nada esperanzador.
-Todo a su tiempo,
pequeño. Primero quiero ponerte al día.
¿Por qué esas coletillas afectivas? Mi niño. Pequeño. ¿Qué
le daba la libertad de hablarme así? No la conocía para nada. ¿Quizá fuera su
forma de dirigirse a las personas? Algunas veces me he topado con gente así, y
siempre me han puesto de los nervios. No soporto cariños sinsentido e
inmerecidos… Pero si dejar que se dirigiera hacia mí de tal forma me iba a
permitir salir airoso de tal situación, sería mejor seguir la corriente.
-Está bien
–asentí–. Cuéntamelo todo, por favor.
Me dio un beso en la frente y posó su índice y su corazón izquierdos en mis labios. Retiró su
boca y volvió a mirarme como la persona que admira una obra de arte en un
museo… Puede que cualquier otro individuo se sintiera halagado, pero yo no pude
evitar mostrar una expresión de auténtico desconcierto. O una de dos, o había
sufrido amnesia y no la recordaba o verdaderamente no la conocía. Y, si la
opción correcta era la segunda, habría de prepararme para cualquier reacción
que ella tuviera.
-Comencé hace tres
años –respondió mientras poco a poco se iba poniendo de pie–.Te vi por primera vez en el autobús, yendo
hacia la Universidad con tu recién estrenada bandolera de cuero. Me fascinó
cómo examinabas cada dos por tres a la misma, procurando que quedase impoluta y
no tuviera ningún desperfecto. Después te bajaste en la zona universitaria de
las Facultades de ciencias… Sí, eras un chico de ciencias, eso fue lo que me
llamó la atención definitivamente.
-Bueno, sí, estoy en
tercero de…
-De Psicología, lo sé.
¿O piensas que la cosa quedó en miradas furtivas en un mero medio de transporte
público?
-¿Qué quieres decir?
-Me empapé de tu vida
diaria, empecé a saber los días que salías a comprar, los que dabas paseos y
los que te quedabas encerrado en casa. Estos días en los que te mantenías en tu
hogar eran los más complicados para observarte, pero me las arreglaba para ver casi
todos tus movimientos a través de las ventanas…
-¿Me… me acosabas?
-¿Cómo puedes llamarle
acoso a las incesantes citas que teníamos? Cada prenda que te ponías llegaba a
tocar el fondo de mi ser. Siempre fantaseaba con lo que te pondrías a la mañana
siguiente y la mayoría de las veces me complacías haciendo que acertara en mis
deseos indumentarios. Esas corbatas pintorescas, esas zapatillas informales,
esas camisetas oscuras… ¿Sabes la de veces que me he imaginado, ya echada en mi
cama de noche, arrancándote la ropa y llevándote hasta lo más íntimo de mi ser?
Eres el causante de que mojara cientos de veces las sábanas.
-Vale, esto se nos
está yendo de las manos… Por favor, desátame y podremos hablar mejor del tema.
-No… no puedo hacer
eso, mi cielo. Porque te opondrías y te defenderías cuando llegara la hora
mágica en la que fusionemos nuestras almas.
Haciendo caso omiso a mis reiterantes promesas de que no me
negaría fuera lo que fuera, ella hizo que me callara al desabrocharse sus vaqueros
y dejar a la vista una refinada lencería negra.
-No –respondí con
tono nervioso, tratando de no prestar atención a su esbelta figura y su
sugerente ropa interior y luchando contra mis inoportunos y poco agradables instintos primarios–. Quiero decir… No es necesario, es febrero
y no quiero que te resfríes por estas temperaturas bajas.
-Cariño, da igual que
nos encontremos en el cero absoluto, porque es verte y padezco de un
incontrolable calor. ¿Me ayudarías a aplacar estos ardores?
Era incomprensible pero efectivamente había vuelto a obviar
mis peticiones y se estaba abriendo la blusa. Desabrochó los dos botones de la
parte superior y los dos de la parte inferior, dejando el del medio intacto.
Con ello se aseguró de que captara el mensaje visual de que no llevaba
sujetador.
Cuando se fijó en que mi estado de nerviosismo acrecentaba
por momento, me lanzó una sonrisa pícara y me dio la espalda. En ese instante
se la quitó por completo y dejó su torso al desnudo. Ahora, quieta, retozando
con sus manos en su piel, parecía esperar una respuesta. Y yo, con mi
ingenuidad irrevocable, creyendo que aún podría salir ileso de la situación,
proseguí con mis absurdas frases.
-Bo… bonita espalda.
¿Podría verla más de cerca? Es que estas ataduras me impiden hacerlo…
Rió. Estaba claro que en lo referente a tratar de escapar yo
no era nada sutil. De hecho, estaba empeorando las cosas y dirigiéndolas por
uno de los caminos que menos deseaba… Ella se había dado la vuelta, dejando
expuestos sus pechos.
A paso lento, exhibiendo cada movimiento de su silueta para
mí, se situó a pocos metros a mi izquierda y acarició la cuerda de mis pies. Me
miró y me susurró al oído que si de verdad anhelaba tanto liberarme de aquello.
Confuso, asentí con la cabeza. ¿Sería esta mi oportunidad?
Ella alcanzó un cúter de una mesa repleta de herramientas y
se dispuso a cortar mis grilletes improvisados. Nada más liberó mis piernas me
puse en una postura más cómoda, estirándolas. No obstante, mi calma duró poco
cuando me percaté de que volvía a dejar el cúter donde estaba, sin cortar la
otra cuerda.
-Oye… amiga –dije
al recordar que ni siquiera sabía su nombre–.
Creo que te has olvidado de la otra parte. Mis muñecas están un poco doloridas,
ya sabes.
-Oh, así que quieres
movilizar de nuevo tus manos, ¿eh? Algo me dice que si hiciera eso te lanzarías
directamente a palpar ciertas posesiones mías –haciendo una evidente
referencia a sus senos, que de hecho hasta colocó sus manos en ellos–. Sé paciente, si lo que quieres es desatar
tu bestia interior, yo satisfaré tus deseos más oscuros cuando el momento
pertinente llegue. Pero aún toca aguardar.
Agaché la cabeza, defraudado. ¿Qué historia se había montado
en su cerebro? ¿Cómo iba a asaltarla sexualmente si ni la conocía? ¿Por qué me
estaba haciendo esto? Entiendo que las personas podemos ir por la calle y de
repente quedarnos embaucados ante cierto individuo o individua, pese a que me
resultara extraño que a ella le hubiera sucedido conmigo, pero, de eso a seguir
con pura obsesión las actividades cotidianas de alguien, hay un tramo más
grande incluso que el tamaño de sus…
Agh…, ya estaba actuando como un insignificante descerebrado
de esos que tanto critico. Me era imposible no mostrar cierta atención a su
imagen. Tal vez influyera algo que esa era la primera vez que veía una mujer
semidesnuda en vivo y en directo, pero aun así tenía que mantenerme frío como
un témpano, porque definitivamente estaba usando su cuerpo como un arma para
atolondrarme y caer en la perdición, y no lo iba a lograr, ya que lucharía
hasta que no me quedasen fuerzas.
-Te veo pensativo…
¿Ocurre algo? ¿Tanto deseas sentir su tacto?
¡Y eso no ayudaba en absoluto! ¿Y ahora qué debía responder?
Si contestaba afirmativamente, siendo yo su… ¿amor platónico? Me liberaría y
fingiendo un poco saldría ileso, pero también podría pensar que era un grotesco
troglodita en cuyo cráneo sólo estaba almacenada la palabra sexo. Por el
contrario, si me negaba, podría enojarla hasta saber qué punto… o podría
considerar que, metidos en su mente fantasiosa, la quería por algo más que puro
amor carnal.
-No deseo únicamente
eso, quiero sentir cada centímetro de tu piel.
Opté por una respuesta neutra y crucé los dedos para que
surtiera efecto. Con ese falso mensaje acorde al escenario obsesivo que había
confeccionado, lo “mejor” que podía sucederme es que me obligara a… tocarlas.
¿Y lo peor? Que podría ser el día en el que perdiera la virginidad de una forma
tan forzada que se destrozaría el factor mágico que se supone que tiene tal experiencia.
Sin embargo, no respondió. Sólo se limitó a pegarse más y
más, aproximando sus pechos justo delante de mi cara. Y yo, en una situación
indescriptiblemente violenta, lo poco que podía hacer era apartar la mirada.
Pero por mucho que girase la cabeza a un lado o a otro, ella se acercaba para
que aparecieran en mi campo de visión… Fueron los segundos más largos e
incómodos de mi vida… aunque lo que vino después no fue mejor que se dijera.
Se alejó un par de centímetros y me miró fijamente. Mostraba
preocupación y arqueaba las cejas en señal de que algo no cuadraba para ella…
Yo me ponía en lo peor, mi comportamiento al evitar el contacto visual con su
agradable contorno no encajaba con lo que la había dicho acerca de usar manos
para acariciar su cuerpo, así que probablemente estaría maquinando algún tipo
de castigo por mentir.
-¿Por qué no me has
dicho nada sobre esta herida que tengo entre los pechos y sobre dónde estamos?
¿Nada de eso te es interesante?
Me había equivocado en todo. Había pasado por alto eso y se
había centrado en dos aspectos bastante cruciales de los cuales en cualquier
otra situación menos acalorada habría prestado atención. ¿Cómo podía haberlos
ignorado, acaso seguía somnoliento y la helada agua no había sido eficaz para
activar el cien por cien de mi vigilia? Es que, de hecho, rememorando los
infernales minutos que llevaba ahí, ni había detectado la cicatriz que
comentaba… Parecía que, aunque quisiera negarlo, sus dos “posesiones” atraían
mi mirada. Tenía que remediarlo.
-Es de noche y estamos
en el sótano de mi casa, a unas pocas calles de la tuya –contestó sin
darme tiempo si quiera a lanzar la pregunta que recopilaría esa misma
información–. Respecto a lo otro… Bueno,
una imagen vale más que mil palabras…
Miró su reloj mientras deslizaba descendentemente el dedo
índice de su mano izquierda a lo largo de la cicatriz.
-Además –añadió–, ya se aproxima la hora de… revelártelo.
¿Revelar? ¿El qué? Esto se ponía peor con cada segundo que transcurría.
¿Qué iría a traer? ¿Una sierra, un cuchillo, una pistola? Había ido hacia la
zona ciega del sótano y solamente podía escuchar que se abría con un singular
chirrido un cajón o algo similar.
Los pasos resonaron de nuevo y se acercaban. Fuera lo que
fuera que hubiera extraído no iba a tardar mucho en serme enseñado… o
empleado… Rezaba para que, si mi
retorcida imaginación acertaba, al menos fuera rápido y poco doloroso. Al fin y
al cabo, nadie haría daño al amor de sus sueños, ¿no?
Una bandeja. Y sobre ella una corazón ensangrentado. Las
tripas se me revolvieron. Gracias a todo lo que había estudiado sobre el
interior del ser humano sabía que, por el tamaño, ese corazón le había sido
arrancado a una persona. No obstante, quería asegurarme.
-¡En absoluto! ¿Y por qué dices que es de cerdo?
Desgraciadamente mis sospechas se confirmaban.
-¿En… entonces a quién
le pertenece?
-Adivina, cielo, la
razón de que tenga esta cicatriz.
No podía ser, era fisiológicamente imposible que se hubiera
extirpado ese órgano en concreto. ¡Era un órgano vital! Definitivamente me
estaba engañando. Era la artimaña de una desesperada por atemorizar a su amado
y tenerlo a su merced. Y tendría que jugar.
-¿Y por qué te lo has
extraído?
-Oh, ¿así de fácil?
¿Te digo que es mío y ya te lo crees? ¿No se te hace raro que siga con vida? ¿¡O
es que me estás siguiendo la corriente como a una mera loca!?
Su rostro cambió de ternura a inquina en cuestión de
centésimas de segundo. ¿Pero cómo quería que me tragara una inverosimilitud
como esa? La única manera de que un ser siga con vida teniendo su mediastino
vacío es con una máquina, y lo único ajeno a su cuerpo que ella tenía era unas
pocas suturas.
-De acuerdo –confesé–. Pero ponte en mi lugar. Soy un chico de
ciencias, para mí es imposible considerar que tu organismo sigue activo sin una
bomba que distribuya tu sangre por todas tus células.
-Sí, es verdad –respondió
algo más calmada, entrando a razones–.
Creo que mi reacción ha sido exagerada. Habías fingido que te lo creías porque me
aprecias… cuando en cambio, dentro de ti, estabas poniendo en cuestión la
realidad que se presenta ante ti… Supongo que las personas escépticas sois así,
pero toda duda se te quitará si te muestro una prueba irrefutable, ¿no?
-Pues sí, pero…
-No se hable más.
Depositó la bandeja en el suelo y agarró el mismo cúter que
empleó antes para cortar una de mis cuerdas. Tras ello, con unos hábiles
movimientos de muñeca, seccionó todas las costuras de su cicatriz, corriendo un
ínfimo reguero de sangre que seguía la línea de su vientre hasta el ombligo.
Llevó sus manos a los bordes de la sangrante herida y con un
tirón brusco la abrió. Jamás olvidaré el desagradable sonido que eso originó…
Lo siguiente fue arrodillarse justo delante de mí e indicarme que acercara un
ojo e inspeccionara la cavidad en busca de su corazón.
Rechacé la oferta afirmando que era suficiente con la prueba
visual de que sólo podía observarse una parte del pulmón izquierdo y las
costillas. Sin embargo, considerando que aún manifestaba algo de incredulidad,
metió su mano derecha en la herida y, posteriormente, con la mano libre agarró
mi nuca y pegó mi cara a su pecho.
Fue… una de las sensaciones más extrañas que jamás tuve. Mis
mejillas estaban bastante cómodas entre su voluptuosidad, pero mi ojo
izquierdo, abierto por el propio espanto y medianamente dentro de la caja
torácica de ella, al igual que mi boca, que no paraba de notar el sabor y el
aroma a sangre respectivamente, provocaban que quisiera abandonar esa situación
lo antes posible.
-¿Lo ves?
Completamente vacío.
Por fortuna, un par de segundos más tarde, todo volvió a la
normalidad, salvo por el regusto a hierro que mi lengua se había llevado como souvenir.
De todas formas, la peor parte se la había llevado mi cerebro, que había
quedado perplejo al corroborar que efectivamente no había corazón alguno en ese
cuerpo.
-Te preguntarás dos
cosas en estos momentos –continuó ella, captando mi completa atención pese
al shock–. La primera es que cómo puede
seguir fluyendo la sangre. Y la segunda, pero la más importante, es que cómo
puedo seguir viva… Lo mejor es que ambas cuestiones tienen una sola respuesta.
¿Quieres saberla?
-Cla… claro que sí.
-Es el amor que siento
por ti.
En cualquier otra situación habría soltado una carcajada,
pero a estas alturas ya creía lo que fuera. Es más, de entre todas las
respuestas, esta era una de las más verosímiles. Sólo había que verla,
completamente descolocada y con el único objetivo de que su enamoramiento fuera
correspondido, aunque con unas tácticas de flirteo poco indicadas. Al fin y al
cabo, el amor es como una fuerza física, ¿por qué no podría darse el caso de
evitar el óbito de la persona enamorada? En cambio, todavía quedaba una
incógnita…
-Aun así, eso no
explica por qué te lo has arrancado –indiqué–. Creo plenamente en ti, ya me he dado cuenta que no serías capaz de
mentirme, así que es cierto que el amor te mantiene con vida, ¿pero por qué
arriesgarlo todo para poner tu corazón en un bandeja?
-No te acuerdas de lo
que te pregunté antes de que te desplomaras en la calle por la acción del
cloroformo que te obligué a inhalar, ¿cierto?
-Así que así fue como
me trajiste aquí.
-Te lo recordaré –dijo
ella, obviando mi reproche–. ¿Qué dos
objetos, al unirse, crean la forma de un corazón tal y como se dibuja?
-¿Dos gotas?
-Podría ser –afirmó
sonriendo–. Pero la auténtica silueta
está basada en dos corazones, de los de verdad, unidos.
-Vaya, jamás me habría
percatado de ello… Aunque debo preguntar, ¿qué tiene que ver eso con raptarme e
inmovilizarme en tu sótano?
-Ah… Esa actitud
inocente a la par que ácida es una de las maravillosas cosas que me vuelven loca de ti –respondió
mordiéndose lascivamente los labios–.
Sin decir ni una palabra más, con un movimiento
increíblemente veloz y sobrehumanamente fuerte, hundió su mano izquierda entre
mis costillas y me arrancó de cuajo mi preciado músculo latente.
No tuve tiempo para reaccionar, ni para pestañear incluso.
En un abrir y cerrar de ojos tenía mi corazón entre sus manos, acariciándolo
con lujuria. Todavía bombeaba, pese a haber perdido toda conexión con sus
vasos. Mientras, yo, no paraba de percibir mi abdomen mojándose más y más de un
líquido algo cálido. Sangre. Era mi fin. No pasaría mucho tiempo hasta que me
desangrara…
Aun así, permanecí activo, todavía boquiabierto y sin habla
por tan tremebunda acción por parte de la chica, durante medio minuto. Y le precedieron
los sesenta segundos, y el minuto y medio. Y yo seguía sin ni siquiera desmayarme…
-A lo largo de la
velada has empezado a tener sentimientos hacia mí –me explicó, liberándome
de ese infernal desconcierto–. De lo
contrario habrías fallecido. ¿Lo entiendes ahora? Estamos hechos el uno para el
otro, para amarnos…
-Para divertirnos…
¿Qué acababa de decir? Era como si mi boca se hubiera movido
sola y mi árbol bronquial hubiera expulsado aire para articular palabras sin
pedirme permiso. ¿Qué tipo de hipnosis era esta?
-Para complacernos…
-Para consolarnos…

Con cada costura, una nueva palabra se atrevía a traspasar
mis cuerdas vocales sin que pudiera hacer algo al respecto. Con cada palabra,
una respuesta de ella. Con cada respuesta, más ardor tenía el ambiente y yo
empezaba a dejarme llevar.
Y antes de que perdiera la cordura por completo y ese
extraño hechizo, tal vez amor, me expulsara de mi propio ser, la chica me
concedió una última mirada risueña al compás del último nudo de la sutura y con
el aderezo de una sentencia que diera el colofón.
-…por siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario