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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 17 de marzo de 2015

Especial San Patricio: IRA

¿Te atreverías a adentrarte en uno de los mayores secretos que la humanidad ha querido guardar herméticamente? ¿Que por qué se oculta? Pues porque, si llegara a saberse la verdad a nivel global, podría originarse una auténtica hecatombe. Pero tranquilo, aunque aceptes recibir esta información no correrás más peligro que el riesgo de no contener tu boca y contárselo a otros. Yo no soy de los que matan por revelar un secreto. Ahora bien, ten cuidado con el tesoro que voy a concederte, y mantenlo a buen recaudo. Ah, y a ser posible, llévatelo a la tumba sin que nadie más lo sepa…

Todo empezó en Dublín, en una fría noche de noviembre del 1913. En plena oscuridad nocturna, en un callejón gélido, un individuo, oculto en su harapienta gabardina marrón, corría nervioso, como huyendo de algo. Su respiración se entrecortaba, señalando su estado agudo de cansancio.

Gotas de sudor, y una mirada de puro terror, manifestaban que había hallado algo desolador, pero que en su descubrimiento alguien se había percatado de ello y ahora le perseguía para que el secreto volviera de vuelta su más absoluto silencio.

Corría sin parar hasta que llegó al final de su trayecto, impidiéndole el paso un alto muro de ladrillos. Se paró en seco y golpeó la pared con rabia. Se giró y divisó a la silueta que le pisaba los talones en el otro extremo del callejón, sin moverse.

Miró rápidamente a un lado y a otro. Sólo había cubos de basura y paredes repletas de humedad. Pegó su espalda a la pared enladrillada y miró hacia arriba. El muro era demasiado alto como para saltarlo, ni aunque cogiera la más potente de las carrerillas. Estaba perdido…

Su captor, fijándose en que su presa ya no tenía escapatoria, esprintó hacia su localización con una velocidad sobrehumana, moviéndole la cegadora voracidad típica de cualquier depredador. Por su parte, la futura víctima cerró sus puños, dispuesto a luchar por su vida hasta el final.

Pero en el último segundo, cuando los hambrientos colmillos estaban a punto de saborear la garganta de su captura, una masa se abalanzó contra él y lo aplastó contra la pared lateral, desmoronando su carnívoro plan.

-¿Estás bien?

Su salvador se sacudió la ropa y le tendió la mano mostrando que podía confiar en él. Había saltado desde la azotea, dispuesto a salvarle la vida, sin temer en absoluta a aquella bestia impía.

Cuando comprobó que quien había ayudado se encontraba completamente íntegro, más allá del ataque de pánico, volvió a sus quehaceres y le rebanó el cuello al ser con un cuchillo militar que guardaba en su bota izquierda.

Volvió a girarse hacia su camarada y vio su rostro descompuesto, como si estuviera asustado creyendo que un monstruo había sido sustituido simplemente por otro. Así que tendría que dar alguna otra explicación si no quería desconectar su cerebro de la lógica.

-Puedes llamarme Patrick Pearse, un placer conocerte. Soy cofundador de la Óglaigh na hÉireann. Te vi espiar a estos… seres en un pequeño descampado. Por suerte yo también les estaba vigilando y pude seguiros a ti y a esta sagaz e infame bestia hasta aquí. Un alivio, ¿no crees?

El hombre seguía sin habla, algo normal cuando se estaba dando cuenta de que parecía existir una organización exclusivamente centrada en recopilar información de esos seres. Y sabiendo Patrick que esa fiebre de dudas no se iba a disipar en él así como así, decidió animarle a que le siguiera para llevarle a una de las guaridas de la organización, para así hablar en frío y con algo más de calma del mundo que había descubierto esa noche.

-Les llamamos Oíche Glas –dijo Patrick para romper el hielo durante la caminata–. Un nombre apropiado ¿no crees? Sus sangres son verdes, y sólo atacan de noche. Son una mezcla realista entre vampiros y licántropos, con la excepción de que no se requiere ninguna técnica especial para asesinarles… Por el día son como tú y como yo, hacen su vida normal. Pero por la noche entran en un letargo y la sed de violencia les invade.

Patrick espero a que el hombre preguntase algo. Aunque, por mucha información desconcertante que le diera, seguía manteniéndose callado. Tal vez debería empezar por los protocolos típicos que se emplean cuando se conoce a alguien.

-Bueno… ¿y cuál es tu nombre?

-Éamonn. Éamonn Ceannt.

Por fin se había dignado a decir unas pocas palabras. A partir de ahí, la conversación se redirigió a un diálogo exento de temas que concerniesen a los Oíche Glas o a Óglaigh na hÉireann. Todo en pro de crear un fuerte lazo de unión para que reclutarle para la causa. Cualquier hombre o mujer era bien recibido.

Diez minutos de ameno andar después, los dos hombres llegaron a la puerta de una casa que a primera vista parecía descuidada hasta el punto de estar abandonada por sus residentes. Patrick llamó cuatro veces a la puerta, ni una más ni una menos, y una voz surgió del interior.

-¿Quién osa revolver las entrañas de la nación?

-Sólo yo, nadie más, pero para purgarla de su infección.

La puerta quedó desbloqueada y Patrick pudo girar el pomo para abrirla. Antes de entrar asomó la cabeza y avisó de que traía a un camarada con él, añadiendo que “estaba limpio”. Tras ello, se volvió hacia Éamonn y le hizo una señal con la mano para que le siguiera por dentro de la vivienda.

Dentro no había nadie, y la apariencia desatendida de la casa no cambiaba en el interior. Sólo había una persona en el recibidor, posiblemente la misma que guardaba la entrada. En una pose erguida, y con un saludo militar, se presentó.

-Saludos. Mi nombre es Michael Collins, uno de los cofundadores de Óglaigh na hÉireann, un placer conocerte. ¿Tu nombre es…?

-Soy Éamonn Ceannt, señor. E igualmente, un placer.

-Consiguió salir ileso del ataque de un Oíche –explicó Patrick–. Su cabeza ahora tiene que ser un mar de dudas y no podía dejarle allí. No prometo nada, sólo le traigo para explicarle la situación. Tal vez después acepte unírsenos.

-De acuerdo –respondió Michael–­. Venid por aquí, os llevaré al “concejo”.

Por como había hecho con sus manos el entrecomillado, Éamonn supuso que sería otro habitáculo de estética similar que habían considerado bautizar como una sala de operaciones. Había de ser sincero consigo mismo, si esto era una organización, o bien era clandestina o bien escaseaban de fondos… O ambas cosas.

Llegaron a la sala colindante. Como era de esperar, no había nada bastante llamativo más allá de una gran mesa de madera bien pulimentada y unas cuantas sillas desperdigadas de aspecto heterogéneo. En la superficie del susodicho mueble una gran cantidad de papeles, algunos escritos y otros en blanco, y una enorme pizarra cuya superficie blanquecina denotaba sus repetidos e incesantes usos de la tiza a lo largo de una buena temporada.

Michael y Patrick tomaron asiento. Mientras, Éamonn, estático, se mantuvo en la entrada a la espera de una invitación para sentarse. En cuanto la recibió se colocó al lado de su salvador. Estaba nervioso, no sabía si había hecho la elección correcta al acompañarle hasta esta guarida y si hubiera sido más correcto seguir caminos distintos, pero le debía un gran favor por salvarle la vida, aunque, tal y como iba el curso de las cosas, parecía cada vez más viable que tuviera que saldar su deuda ingresando como miembro de Óglaigh na hÉireann.

-Esta es la situación –comenzó Michael–. Desde hace un lustro más o menos, sin saber la causa principal, comenzaron a aparecer estas criaturas. Desconocemos si los sujetos existían desde antes y lo que sufrían era una conversión por algún parásito o bien aparecieron en su totalidad con cuerpos humanos. Toda esta información es irrelevante de momento. Ahora prima actuar.

-¿Y qué tenéis pensado hacer?

-Me gusta tu iniciativa –afirmó al escuchar la pregunta de Éamonn–. Ahí es donde quería llegar. Habiendo venido acompañado de mi camarada y habiendo sobrevivido a un Oíche, creo que ya sabes cuál es la única manera de detenerles: dándoles muerte.

-Pero son demasiado agresivos, raudos y sólo paran al fenecer, no por el dolor –indicó–. Por eso mismo estaba tratando de huir de un… Oíche Glas. Vi a tres de ellos desgarrando las tripas de un cuerpo ya inerte con la misma facilidad con la que yo desgarro un filete. ¿Acaso sois suficientes para manteneros en pie incluso con las más que inevitables bajas que sufriréis?

-Nos superan sobremanera en número –le explicó Patrick–.Pero, como ya te dije, por el día no se diferencian en absoluto de cualquier otro ser humano. Hacen que trabajan, que viven sus felices vidas, incluso llegan a relacionarse con personas normales y corrientes, quizá para luego por la noche devorarlas.

-La clave está en la ofensiva diurna –prosiguió Michael–. Ellos son conscientes de los monstruos en los que se transforman por la noche. Aunque uno de ellos ansíe eviscerarte, si es de día, hasta te ayudará con las bolsas de la compra. ¿Y por qué hacen esto? Porque no hay mejor forma de simpatizar con tus presas que fingiendo que te alías con ellas. Y aquí viene el punto débil de nuestro plan. A pesar de que durante las horas de sol no tienen más fuerza y agilidad que el hombre o la mujer promedio, matar a un Oíche cuando actúa como un ser corriente hará saltar la alarma pública de que se ha cometido un despiadado asesinato.

-Así está el percal –concluyó Patrick–. De noche, con sus aspectos huesudos y similares a un perro callejero, no será problema realizar matanzas, pero, tal y como has insinuado, muchos de los nuestros caerán en combate. Sin embargo, por el día, el número de posibles pérdidas por parte de nuestro bando se aproximaría casi al cero, pagando el precio de ser señalados como genocidas.


-¿Y no hay algún tipo de solución intermedia? Algo como dejar que cobren su real apariencia pero que estén tan débiles como para suponer una amenaza y que así sea fácil masacrarles.

-No, Éamonn –negó Michael–. Ya hemos sopesado todas las variables y les hemos estudiado todo lo posible. La única debilidad que tienen es que por alguna extraña razón tratan de vivir la misma rutina que nosotros cuando la civilización despierta.


El hombre agachó la cabeza. Él tenía razón, había vivido hace unas pocas horas la bestialidad con la que se comportaban esas aberraciones por la noche. En cambio, por el día, Óglaigh na hÉireann contaba incluso con el factor sorpresa, ya que no se esperarían que la mismísima organización que va tras ellos atacase de manera tan repentina en un entorno repleto de testigos.

-¿Y por qué, precisamente vosotros, queréis hacer todo esto?

Su última pregunta evocó una expresión de máxima seriedad en los dos cofundadores. Por lo visto el motivo de formar todo esto no era algo ocioso como podría ser un juego de caza. Era una razón de peso.

-Irlanda, nuestra nación corre peligro –respondió Patrick–. Cada mes su número aumenta exponencialmente. Van a hacerse con el poder de nuestro país, y no podemos permitirlo. Por desgracia, el Gobierno y demás fuerzas pertinentes no creerían una amenaza como esta hasta que fuera demasiado tarde. ¿Quién sabe cuándo llegará el momento en el que sean tantos que ni necesiten hacer pensar que diurnamente son gente mediocre? Vamos a contrarreloj y nadie va a hacer nada. Queremos salvar a Irlanda.

-Entiendo vuestra posición… pero el riesgo es gigantesco… Os verán asesinar “personas inocentes” y os acusarán, en el peor de los casos, de terrorismo. ¿De verdad aceptáis esta condición de… mártires con tal de ayudar a nuestra patria?

Los dos se levantaron bruscamente de sus respectivas sillas dando un sonoro golpe a la mesa.

-¡Por supuesto que sí!

El unísono de sus respuestas creó la suficiente motivación como para que Éamonn quisiera también de una vez por todas formar parte de la causa, incluso sabiendo que el precio por salvar a Irlanda no era el riesgo de morir, sino el de ser tachado por las mismas gentes de su país como un atroz asesino.
-Acepto entrar en vuestras filas.

Fue la respuesta que dio inicio a una eufórica mansalva de información para poner completamente al día al nuevo integrante, desde el número de miembros que actualmente tenían hasta los más recónditos saberes que poseían del enemigo, pasando por todas las operaciones a realizar que resultaban viables por su ínfimo riesgo.

Actuarían en las próximas semanas, una vez se dieran los últimos retoques a los planes y todos y todas las integrantes se conocieran mutuamente. Y ambas cosas fueron concluidas antes de lo esperado. Éamonn estaba nervioso, había asimilado llevar consigo una fatídica carga que nadie nunca podría aliviar. Aún estaba a tiempo de echarse atrás, tal y como le reiteraban de vez en cuando Patrick y Michael. Ambos le habían cogido aprecio y sabían que en poco tiempo no habría vuelta atrás para el caos mediático que provocarían.

Pero él se negaba. No lo hacía por venganza e impotencia por no haber podido hacer nada aquella noche, no. Tenía la misma razón que el resto, lo suyo no era un fanatismo empedernido con el continente, sino un amor protector con su contenido. Quería salvar a sus gentes, quería ser un irlandés digno aunque sólo le estimasen sus camaradas.

Y el día llegó. El Sol relucía y habían acudido a un zona repleta de Oíches. La noche anterior se hicieron los últimos retoques. Habían terminado todos los escritos donde yacería una historia alienada en la que irrumpirían en decenas de sitios causando temor y discordia y no salvación. Porque, si había de tergiversarse la verdad, quién mejor que ellos y ellas, miembros de Óglaigh na hÉireann, para acordar las mismas mentiras que serían lanzadas sobre sus almas.

Se esparcieron folletos y se inventaron lemas. Todo para enmascarar la cruel realidad que podría retorcer en la insania al más escéptico de los ciudadanos. No se dejó ningún cabo sin atar. Se había hasta meditado las posibles vías qué podrían trazar sus acciones en el futuro y cada una de ellas llevaba por el mismo sendero: jamás serían reconocidos como los luchadores y las luchadoras en los que hoy se iban a convertir. Era mejor así, en el oscuro silencio, ya que a veces lo sobrenatural puede resultar desagradable.

Patrick hizo una señal con su mano para que aguardaran. No podían cometer un paso en falso y matar a un inocente. Quizá la atrocidad con la que se comportasen con los Oíches haría entrar en pánico a personas que no lo merecerían, pero era un mal menor con un error fatal durante la matanza o, peor aún, morir tras reiterantes dentelladas  por la pasividad de la organización en el momento indicado y óptimo.

Michael a su lado izquierdo. Éamonn en el derecho. El resto conglomerados detrás. Portando armas para defenderse y armadura ligera para prevenir un contraataque. Algunos con pasamontañas en sus manos para colocárselos en el segundo final. Otros con uniformes militares. Pero todos con tres colores en mente: el verde, el blanco y el naranja.

Su mano descendió y la pólvora estalló. Gritos de furia sirvieron para desconcentrar a sus objetivos. Y, como era de esperar, estos ni se transformaron ni se opusieron apenas a la ofensiva. La mayoría fueron cayendo fácilmente.

En cuestión de minutos la zona se volvió un manantial de sangre. Y entre todo el caos estaba Éamonn, quien aún no había asesinado a nadie, pues había permanecido congelado por la terrible realidad de la que acababa de concienciarse: tenía que matar. ¿Pero cómo iba a hacerlo cuando sus víctimas sollozaban, daban alaridos y suplicaban? Eran todo lo contrario al comportamiento que tenían por las noches. ¿Por qué no se defendían? ¿Acaso preferían seguir con la treta, dando sus vidas a cambio, para que tomasen como a los malos de la película a Óglaigh na hÉireann?

La imagen de la bandera de su país portada por un compañero suyo, manchada con sangre, ondeando, le dio la respuesta. No era más que un juego entre mártires. Los Oíches sacrificaban toda posibilidad de defenderse con tal de que las mismas personas a las que íbamos a defender se lanzaran contra nosotros y nos acusaran de atrocidades inmerecidas. En cuanto a nosotros y nosotras, callábamos la verdad con tal de liberar a Irlanda.

Éamonn contempló su pistola. ¿Sería lo correcto? Miro delante de él y vio un blanco perfecto. Parecía que estaba en shock y nadie aún había ido para darle muerte. Quizá debería meditar sobre el homicidio y simplemente dejar que otro lo ejecutase.

Sin embargo esa idea se desvaneció de su cabeza cuando vio que el chico tenía una mancha blanquecina e su coronilla… Eso le hizo recordar que uno de los Oíches que descubrió la noche que casi pierde la vida tenía un singular lunar blanco en la región craneal superior. ¿Acaso pudiera ser…?

No se lo pensó dos veces. Por mucho que ahora pareciesen inocentes, en realidad eran unos sádicos misántropos. Y por ello debían pagar. Así que apuntó con su arma a su frente. Sus miradas entraron en contacto. La bestia hizo una sutil mueca risueña, como si le animara a hacerlo para manchar su nombre. Pero era precisamente lo que necesitaba para apretar el gatillo. Y cuando la bala impactó en su placa frontal y esparció los sesos en el pavimento, la energía que le causó el saber que acababa de poner su primer granito de arena en la causa, hizo que no pudiese contenerse a la hora de gritar a los cuatros vientos una frase que retumbó por las calles e inspiró al resto de sus camaradas.

-Beidh muid a shábháil Éire!


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