Noticias desde la Oscuridad

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28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Pequeño diario de una pequeña alma #1

Jamás pensé que sería escuchado por alguien, pero ante mí se ha presentado un señor... Bueno, si él no me hubiera hablado nunca habría pensado que era algo vivo... está formado por sombras y, a pesar de la aparente "maldad" que puede manifestar, cuando me propuso el liberar de mi interior todo lo que he callado durante años no pude negarme. Puede ser el ente más oscuro del Universo, pero yo veo en él luz y fue eso lo que me hizo aceptar su propuesta, yo le entiendo, pues podría decirse que yo también soy así, un falso que no tiene el valor de expresar lo que siente, lo que piensa... y se comporta como algo que no es ante los conocidos. Supongo que me será más fácil decirlo aquí, a veces nos cuesta menos confesar lo que sentimos a extraños que a personas que vemos diariamente. Tiene gracia...

Por dónde empezar... son tantas cosas...

Supongo que os preguntareis la razón por la que no hablo esto con mi familia o amigos. Es bien sencillo realmente. Como ya dije, hay un montón de cosas que afligen mi pequeño corazón, el cual cada día pienso que es inexistente dentro de mí. Pues bien, la razón de ello es que si de verdad alguien decidiera escucharme podría tirarse días y días atendiendo a un insignificante pseudoviviente como soy yo... Serían tantas cargas, tanta negatividad, tantas lágrimas... Y NO. Yo no quiero compartir con nadie más toda esta tristeza, no quiero destrozar el día a nadie, no quiero que nadie cambie su sonrisa por una lágrima, si he de llevarme toda esta aflicción conmigo a la tumba, que así sea... porque ya he asumido que mi supuesto corazón no tiene reparación. Estoy destrozado...

¿Veis a lo que me refiero? No puedo decir una frase en la que no suelte algo triste y pesimista. Si yo tuviera un amigo así estoy seguro que acabaría cansándome (o no, a mí no hay cosa que más me guste que escuchar los problemas de los demás, aunque a lo mejor lo hago para estar bien conmigo mismo sabiendo que no soy el único... esta es una de las miles de incógnitas sobre mí que aún no he resuelto).

Supongo que esto podrá ayudarme, según este señor, esta sombra, este amigo, si me guardo estas cosas podría empeorar. ¿Más? No creo, lo único que podría agravar esto sería la muerte de mi madre o tal vez la de otra persona, aquella que día a día también me mantiene con vida y que... en fin, desvarío. Lo siento.

Quisiera antes de comenzar con todo presentarme. Soy Bruno Jiménez García, tengo 17 años y es para mí un honor ser el primer vivo al que la sombra permite hablar en su "hogar". Aunque por un lado me incomoda saber que mi tristeza es mayor que la de algunas almas que él cosecha. No sé, supuse que el factor de la vida nos hacía mejores frente a los muertos, aunque admito que mi vida no puede caracterizarse como tal, tampoco es que tenga muchas ganas de vivir que digamos, alguna que otra razón y obligación y poco más. Ya hablaré de todo esto con más detenimiento, ya mencioné que aquel que se siente a escuchar podría tirarse horas y horas.

Ante todo he de decir que las visitas del señor tendrán una frecuencia variable, ya hace bastante con arriesgar su esencia viniendo a esta dimensión como para que le diga cuándo ha de venir. Vendrá cuando quiera y yo estaré dispuesto a la hora que sea a transmitirle todo esto. Me gusta esta combinación de muerte y vida entre ambos y me fascina que un cosechador de espectros como él esté interesado en los llantos de un vivo y más aun siendo un niño como yo. ¿Quién sabe? A lo mejor los problemas de muertos y vivos no son tan distintos. Sería interesante contrastar lo que yo diga con lo que él ha recolectado de las almas. Lástima que no me permita leerlo...

Creo que con la presentación será suficiente por hoy. Además, estoy un poco cansado y la visita de la sombra ha sido lo suficientemente reconfortante como para alumbrar un poco este amargo cardio.

Pronto volverá, lo sé. Y espero que no os fastidie el día con mis estupideces cuando vuelva a expresar todo lo que hay dentro de mí... Es irónico que yo mismo acepte que son memeces, pero aun así son demasiado dolorosas, me producen un dolor constante y espantoso del que no puedo acostumbrarme, tan solo puedo aprender a convivir con él. Puede que a lo mejor cuando acabe todo esto me encuentre mejor... o simplemente no me encuentre, ya se verá...

martes, 25 de diciembre de 2012

Especial Navidad: Carbón


Para Héctor hoy era el día que más espera durante todo el año. Comenzaba la Navidad y estaba ansioso por recibir sus regalos. Al menos, para paliar sus ansias, sus abuelos le habían traído del pueblo algunos petardos para que saliera a divertirse con sus amigos, Sebas, Rafa y Fidel tras la cena de Nochebuena.

Engulló la comida y pidió permiso a sus padres para salir antes de que todos acabaran, ellos, sonrientes ante la impaciencia de su hijo, le permitieron salir. Estaba contento de poder estrenar un regalo antes del 25 de diciembre. Además sería la travesura perfecta para despertar y molestar al vecindario, esperaba que Papá Noel no lo tomase en cuenta, se había portado como un angelito durante todo el año.

Llamó al portal de sus amigos y todos pudieron bajar. Se pusieron en mitad de una carretera por la que casi nunca pasaban coches y sacaron los mecheros. Nada más sonaron las 22:00, hora en la que la mayoría de las familias estaban o en el postre o reposando, iniciaron el alboroto.

Cada explosión parecía más fuerte que la anterior y cada carcajada se hacía más ruidosa frente a los quejidos del vecindario. Sólo escuchaban los gritos de los vecinos, pero nadie salía afuera para remediarlo. A excepción de un joven estudiante que salió a su portal para implorar que pararan de tirar petardos. Pese a su buena actitud la única respuesta que obtuvo fue el impacto de un petardo en la cara que, por fortuna, explotó cinco segundos después cuando estaba en el suelo y el daño a su piel era imposible… aunque si hubieran tardado un poco más en lanzárselo habrían podido hacer daño a alguien.

El estudiante, sorprendido ante el comportamiento de unos niños a los que casi les doblaba la edad, simplemente cerró la boca y volvió a meterse en su edificio. Por su parte, los chicos, viendo que habían salido victoriosos, siguieron riéndose a carcajada limpia sin parar de encender petardos.

Pasó una hora y el contenedor de petardos aún tenía munición suficiente para continuar durante veinte minutos. Sin embargo, Sebas, el más tímido, les dijo a los demás que era suficiente por hoy, que dentro de poco la gente iría a dormir y podrían buscarse verdaderos problemas.

Los otros tres entraron a razones y decidieron posponer la diversión para mañana. Así que Héctor se despidió de sus amigos y regresó a su casa. Mientras subía las escaleras se fijó en que había un silencio fuera de lo normal. Aunque fueran las once de la noche era imposible que ya se hubieran ido todos a dormir y menos estando él fuera de casa. Quizás estuvieran tranquilos viendo el televisor. Pero es que ni siquiera escuchaba el volumen del electrodoméstico. A lo mejor estaban enfadados por el ruido que habían causado y estaban esperándole para echarle una enorme regañina. La respuesta, fuera como fuera, la obtendría tras quince escalones.

Sacó la llave de su bolsillo y con cuidado abrió la puerta. El pasillo estaba totalmente oscuro y al parecer el salón principal también. Preguntó si había alguien, pero no obtuvo respuesta. Agarró del mueble de la entrada la linterna que se encontraba en el primer cajón. La encendió y avanzó despacio. Posiblemente se habrían ido a dormir, no quería hacer ruido chocándose contra algo. Llegó hasta su habitación y se echó en la cama. Encendió la videoconsola y se puso a jugar hasta que el sueño, dos horas después, le venció.


A la mañana siguiente Héctor se despertó debido a la iluminación de un enorme foco que apuntaba a su cara. No recordaba que la lámpara de su habitación tuviese tal potencial. Se frotó los ojos y cuando se acostumbró a la luz observó que se encontraba en un sitio desconocido, en absoluto era un lugar de su casa. ¿Sería sonámbulo, sería una broma de su familia o amigos? No comprendía nada.

De repente sonó por toda la habitación una voz extraña, de hombre, de alguien que jamás antes había escuchado. Se fijó que la voz salía de cuatro altavoces que se encontraban en las esquinas del techo. Pero lo más impactante es que dicha voz se dirigía a él.

-Buenos días Héctor. Espero que no haya dificultado tu sueño mientras te traía aquí. Fue una gran ayuda por tu parte que no te molestaras en mirar si tus padres dormían en su habitación. Me facilitaste mucho el trabajo de traerte aquí sin problema alguno. Supongo que estarás confuso. Eso está bien. Repón energías con el desayuno que tienes a tu izquierda, en cinco minutos volveré a hablarte… y entonces las cosas se pondrán serias.

Héctor se había quedado pálido, había sido secuestrado. Lo único que podía hacer ahora era obedecer sus órdenes para evitar que le matara. Se acercó al plato y comió un par de tostadas con mantequilla. Le costaba comer con la cara llena de lágrimas. Su cuerpo temblaba y le costaba respirar, aún no encajaba la situación, y es que para un niño de once años era algo inimaginable. Se tiró de los pelos y se pellizcó hasta provocarse dolor para ver si era un sueño. Pero desgraciadamente su situación era la pura y cruda realidad. Estaba atrapado.

-Bien. Veo que ya has llenado tu estómago… y vaciado tus lacrimales. Quiero hacer esto lo más fácil para ti, así que sigue mis indicaciones y saldrás de aquí con vida…

-¿Puedes escucharme, señor? –preguntó asustado Héctor.

-Así es, pero no voy a contestar a preguntas, simplemente escucharé lo que necesite escuchar. Ahórrate las suplicas y los llantos entonces. Solamente quiero que me contestes cuando yo pregunte algo. ¿Me has entendido?

-S…sí.

-Excelente. Dentro de tres minutos la puerta que tienes a tu derecha se abrirá y ante ti se mostraran cuatro puertas. No obstante esto no quiere decir que sólo tengas que pasar una. Tú decides el orden, tú decides quién sufrirá más…

-¿Sufrir? –dijo Héctor interrumpiéndole.

-¡Silencio! –respondió secamente el desconocido –Como iba diciendo… cada puerta encierra dentro a gente que conoces, muy cercana a ti. Y es precisamente el orden que elijas el que hará que unos sufran más dolor que otros… siendo los de la cuarta puerta los que más sufran y los de la primera los que queden intactos. Toda información que sea necesaria la hallarás dentro de las salas, aunque sí podrás ver antes de entrar las fotos de los que están dentro.

Sin decir nada más, la emisión se cortó. Héctor le exigió ayuda, pero no sonaron de nuevo los altavoces. Estaba solo y si lo que el extraño le había dicho era verdad, entonces de él dependía la vida de gente, no quería causar daño a nadie, pero sabía que aquellos que se hallasen en la cuarta puerta de su elección no podrían perdonárselo. Héctor se convertiría en un verdugo impuesto.

Recogió los restos del desayuno para dárselos a los de la primera puerta. Quizás los liberados podrían abrir otras puertas y así evitar el dolor… No, no podría ser tan fácil, el extraño no podría haber cometido tal gravísimo fallo. Estaba claro que si conocía a todos los capturados sus familiares podrían encontrarse allí, ellos serían los primeros en ser salvados, sin duda alguna.

Y la puerta se abrió. Corrió hacia la salida y observó las cuatro puertas metálicas. Cada una tenía una letra pintada con… ¿sangre? Imposible, sería pintura roja… Y al lado de la puerta que estaba más a la izquierda estaba una mesa metálica en cuya superficie había cuatro sobres. Cada sobre tenía un número escrito también en rojo.

Abrió uno al azar, el que tenía el número 12. Se alegró al ver que contenía fotos de sus padres y de sus abuelos maternos. Ahora quedaba lo más difícil al parecer: averiguar en qué puerta se encontraban. No sabía la razón por la que en los sobres había números cuando en las puertas solamente veía letras. Se acercó a una de las puertas y apoyó su oreja en la superficie para intentar escuchar algo. Pero entonces el sonido de un altavoz le sobresaltó.

-Así no vas a conseguir nada, Héctor. Y por cierto, veo que ya has descubierto que no iba a ser tan fácil como ver la foto e ir directo a la habitación donde se hallan. Eso sería regalar la libertad a todos, algún precio se tendrá que pagar, ¿no es así?

-¡Me mentiste! ¡Dijiste que yo podía elegir!

-Y puedes elegir. No te estoy obligando a escoger una puerta, puedes abrir la que quiera, pero cuando abras una las otras tres automáticamente se bloquearán y el mecanismo de dolor empezará a dañar a tus seres queridos. Es por ello que no sólo debes darte prisa en abrir las puertas, sino en liberar a los capturados lo antes posible. Buena suerte, quién sabe, a lo mejor tienes suerte y la primera que abres son tus padres, aunque no son sólo ellos los que querrás salvar, supongo. ¿Por qué no le echas un vistazo a los otros sobres antes de decidir una puerta?

Y el altavoz se silenció nuevamente. Héctor, por su parte, decidió hacerle caso e investigar que fotos se escondían en los otros sobres. En el sobre con el número 1 estaban las fotos de Sebas y sus primos. En el sobre del número 16 vio las imágenes de Fidel, Rafa y sus abuelos paternos. Por último, del sobre con el 13 pintado, extrajo las fotos de sus tíos. Cuatro… en todas las habitaciones se encontraban cuatro víctimas…

Y entonces llegó el momento de elegir. Cerró los ojos y lanzó la foto de sus padres al aire. Lentamente fue cayendo hasta pararse próxima a la puerta que tenía dibujada la letra O. No había otra forma, como dijo el extraño, tendría que confiar en su suerte. Recogió la foto, la guardó en el sobre, suspiró, levantó el brazo hasta el picaporte y abrió la puerta. Enseguida un sonó un click en las otras tres puertas. El mecanismo había comenzado, no tenía tiempo para arrepentimientos ni reflexiones. Si sus padres no se encontraban en esa habitación cualquier pausa tonta les haría sufrir. Iba a contrarreloj.

Las luces de la habitación se encendieron cegando durante un instante a Héctor. Pese a la pérdida repentina de visión supo enseguida, a causa de los gritos, quiénes eran los residentes. Por desgracia no eran sus padres, era la habitación donde se encontraban sus abuelos paternos, Fidel y Rafa. Los cuatro estaban atados a una gran cuerda que colgaba del techo y bajo sus pies se encontraban unas enormes aspas que de momento no giraban.

Nada más avanzó un poco la puerta se cerró y el desconocido volvió a hablar. Esta vez podía averiguarse por su tono cruel que lo que le iba a decir a Héctor no era un simple “coge la llave y rescátales”, en absoluto, el click de la puerta confirmaba que ahora Héctor tendría que “jugar”.

-Muy bien Héctor. Siento que no haya sido la puerta que querías abrir primero, pero creo que tampoco te gustaría verles sufrir a ellos. Nada más deje de hablar las aspas comenzarán a girar, así que estate atento. ¿De acuerdo? Ok. Lo que debes hacer es bien sencillo. La puerta que les ata descenderá lentamente hasta las aspas. Al cabo de dos minutos destrozará sus torsos, mientras que cuando pase un minuto las aspas estarán tan solo rozando sus pies. Es una suerte que los cuatro tengan más o menos la misma altura, ¿no crees Héctor? Tú lo único que tienes que hacer es subir por esas escaleras y apretar el botón adecuado. Eso hará que la cuerda se balancee y les permita agarrarse a la barandilla. Eso sí, son ellos los que deben agarrarse, si no lo consiguen me temo que tendrás que pulsar de nuevo el botón… Y digo me temo porque no te va a gustar para nada lo que hace dicho interruptor… o eso creo. Bueno, prepárate, las aspas se activarán en cinco segundos.

Nada más escuchó el mecanismo corrió hacia donde estaba el botón. Había cuatro botones, cada uno con la foto de uno de los atados. Héctor analizó toda la situación y supuso que el pulsar uno haría que sufriera algún tipo de daño el retratado. Si eso era cierto tendrían que pulsar el botón que tuviera la foto del que menos apreciara… y ese fue Fidel.

Avisó para que se agarraran nada más se moviera la cuerda, pulsó y entonces… el horror se reflejó en las caras de todos. Fidel fue automáticamente desatado provocando su veloz caída hacia las aspas. No tuvo tiempo ni para gritar. Y fue tan grande el shock que ninguno de los otros tres pudo agarrarse a la barandilla…

Cuando Héctor volvió en sí se llenó de impotencia al ver que ninguno había logrado sujetarse. Eso significaba matar a alguien más… aunque a lo mejor apretar de nuevo el botón de Fidel hacía que se moviera la cuerda una vez más.

Desafortunadamente eso no fue así. Sabiendo que iba a contrarreloj no podía pararse a pensar mucho en quién triturar ahora. Ordenó con más fuerza que se agarraran ignorando las suplicas. Apretó el botón de Rafa y este se hizo picadillo en cuestión de segundos. Mientras sus abuelos, llenos de sangre, lloraban, Héctor les gritaba una y otra vez para que se agarraran. Sin embargo sus brazos estaban cansados y volvieron al punto de partida…

Ahora sí se encontraba en una situación difícil. ¿Ejecutar a su abuelo o a su abuela? Habían pasado cuarenta segundos y aún había algo de tiempo antes de que las aspas les atrapasen. Pero justo cuando Héctor se encontraba en esa dura decisión la voz de su abuelo le llamó.

-Hijo. Aprieta los dos botones.

-¡Qué dices abuelo! Al menos quiero salvar… a uno de los dos… Por favor…

-No, hijo, no. Ni yo sería capaz de verla morir ni ella podría verme morir. Aprieta los dos botones.

-Pero…

-Héctor, -contestó su abuela –lo has intentado. No fuimos los suficientemente ágiles para sobrevivir y sabemos que hay otras personas a las que salvar. Nosotros ya hemos vivido mucho y aun así preferiste salvarnos antes que a tus dos jóvenes amigos. Agradecemos ese acto, de verdad, pero ya no hay nada que hacer. Apriétalos, Héctor, mi vida.

Héctor, enrabietado, agachó la cabeza y apretó los botones. El ruido quebradizo de los huesos y el cortar de la carne le estremeció. Se marchó llorando hacia la salida, que había sido desbloqueada nuevamente, y empleó el mismo método para elegir la nueva habitación. Esta vez la foto paró cerca de la puerta A. A lo mejor en esta sí estaban. El sobre de la foto estaba el primero y esa letra es la primera del abecedario, era una buena señal, seguro.

Pese a su intuición eso no fue así. Ante él se mostraban cuatro sillas plegables y en ellas estaban sentados Sebas y sus tres primos. A primera vista el “juego” parecía más simple que el anterior, no había nada cortante alrededor ni nada amenazante de ese mismo estilo. Aunque la gran distancia que había entre cada silla era sospechoso… tendría que esperar a que el extraño hablase.

-Bienvenido a la sala A. Siento lo de antes… y siento mentir. Está bien, al grano. Hay cuatro sillas y cuatro palancas detrás de ti que abrirán sus grilletes para que puedan levantarse, pero cuidado, deben levantarse en un orden que espero que te sea fácil. No pueden hablar ellos, de hecho, bajo las sillas hay un sensor de sonido, si percibe algo muy fuerte la sorpresa será anticipada, así que no hables con ellos… por su bien. El orden es bien simple: la edad. La diversión es que no voy a decirte si de menor a mayor o viceversa. Habrá que ir probando, ¿qué me dices Héctor, te animas?

Al menos esta vez el único tiempo que corría era el de la vida de los de las otras dos habitaciones. Como antes, en cada palanca había una foto de cada amarrado. Por suerte sabía la edad de cada uno así que como mucho moriría uno, no le motivaba aquello, pero mejor un muerto que cuatro. El más joven era su primo Manuel de 3 años. Activó su palanca y no ocurrió nada. Eso quería decir que iba en el orden correcto, de menor a mayor. Empezó a llamar a Manuel para que se alejara de las sillas, pero él le hacía caso omiso y quería estar con Víctor, el mayor de los primos. Víctor al ver que Héctor llamaba la atención de Manuel con preocupación se puso a hacer lo mismo susurrando a Manuel para que se alejara de él. Manuel se tomó eso como un rechazo por parte de Víctor y se puso a llorar.

Fue imposible calmarle… los sensores detectaron el ruido y pusieron en marcha el mecanismo. Las sillas se plegaron poco a poco provocando enormes chasquidos en los huesos de Sebas, Víctor y Marta. Y lo peor de todo fue que Manuel, viendo como Víctor chillaba de dolor, metió las manos en medio para intentar sacarle, pero sólo consiguió atascar sus brazos en la silla. La presión ejercida por las sillas era horrible, estaban reforzadas con hierro y se comportaban como una auténtica máquina aplastadora. Resultado: tres niños con los órganos hechos puré y uno sin brazos y desangrado.

Al desbloquearse la puerta Héctor salió de allí vomitando a causa de esa imagen. Aprovechando que ahora el tiempo no corría pudo ponerse a llorar sin preocupación alguna de que sus padres estuvieran sufriendo. Había visto morir a sus abuelos paternos… sus tres mejores amigos… sus tres sobrinos. ¿Vería también morir a sus padres? Ahora tenía un 50% de probabilidad de verles, no podría tener tanta mala suerte, no en ese momento…

Una vez calmado decidió esta vez guiarse por su intuición y no lanzando la foto. Optó por entrar en la puerta M, era la inicial del nombre de sus padres: Mariano y Melisa, seguro que era una señal.

Negativo… Entró a la habitación de sus tíos. La esperanza fue derrotada por la desesperación, cayó de rodillas y esperó hiperventilando que la voz hablase, aunque ya de por sí el panorama no le agradaba demasiado. Cada uno de ellos llevaba en el cuello un instrumento de tortura que había estudiado en el colegio: el garrote vil.

-Una pena lo de tu primo, ahora estará más callado… Creo que ya sabes reconocer este instrumento. En cuanto cese de hablar las manivelas comenzaran a girar y el collar les apretarás más y más hasta que sus bulbos raquídeos cedan. Al cabo de veinte segundo habrán muerto, no obstante las manivelas están lo suficientemente flojas como para que puedas controlarlas y evitar que el collar siga presionando. Además, tras cuarenta segundos el mecanismo se parará.  ¡Buena suerte!

Las manivelas se pusieron manos a la obra. Héctor fue rápidamente al tío Antón, el que tenía más cercano. Agarró la manivela y paró el garrote vil. Enseguida el quejido de su tía Maite hizo que dejase de ayudar a Antón y la socorriera. Diez segundos pasaron y el crujido del cuello de su otro tío, Javier, le hizo soltar el garrote de Maite, pero, ¿no iba ayudar a Angélica? No podía salvarlos a todos y tampoco quería salvar a ninguno, no quería favoritismo… Se rindió… soltó la manivela y se quedó sentado en la puerta mirando la nada escuchando el crujir del cuello de sus cuatro tíos a la vez que intentaban gritarle y sobornarle. No duraron mucho, lo último fue un suspiro atragantado que daba la bienvenida al completo silencio.

Héctor, mudo, se incorporó y se dirigió directamente a la puerta donde estaban sus padres, la puerta L. Agarró su foto y la guardó en su bolsillo. Abrió la puerta y la luz le permitió ver la imagen más terrorífica de su vida… Había llegado tarde, al final de la habitación estaban sus padres y sus abuelos maternos flotando en un estanque ensangrentado. No se lo explicaba, el desconocido dijo que todos tenían la oportunidad de vivir y no ha sido así. Héctor, furioso, ordenó que le explicara la razón de esto y el extraño gustosamente apareció.

-Te repito que esto es cuestión de suerte. Cada habitación tenía un “tiempo de dolor” si no era elegida. Ese dolor consistía en que se adelantasen un poco a tu llegada los mecanismos. Siento que hubieras escogido este el último, porque era el peor que podía dejar para el final. El estanque antes solamente contenía agua, pero poco a poco se fue llenando de ácido clorhídrico. No se ha vaciado el contenedor del ácido por completo, realmente mi intención era dejar solo sus huesos, pero ha sido suficiente como para desintegrar sus pieles y parte de la carne superficial. El resto ha sido una cruel hemorragia masiva por todo el cuerpo.

Héctor casi no prestaba atención desde que escuchó “tiempo de dolor”. Fue su culpa, las caras descarnadas de sus padres le miraban culpándole de su asesinato. Con once años era el culpable de dieciséis homicidios despiadados. Mareado y sin fuerzas se desmayó a la vez que escuchaba reírse sin parar al desconocido… ¿Qué pasaría ahora?

Despertó atado a una silla en frente de una silueta. Tenía la boca seca y se encontraba mucho más débil que antes. Observó los alrededores y se percató de que estaba en la sala donde despertó la otra vez. Durante un momento creyó que todo había sido un sueño, pero el olor a sangre le devolvió a la realidad.

-¡Oh! Ya despiertas. Me alegro.

Esa silueta que tenía delante no era ni más ni menos que aquel que hablaba constantemente por los altavoces, el verdadero causante de todo.

-He seguido tu juego, déjame libre… por favor. –suplicó Héctor.

-Ojalá fuera tan fácil… de verdad, pero tengo que confesarte que no has sabido jugar muy bien… y eso conlleva una penalización…

-¿Qué quieres decir? Hice todo lo que pediste. ¡Era imposible salvarlos a todos!

-¿Tú crees? Muy bien. Recapitulemos. En la sala de las aspas no era necesario pulsar así por las buenas. ¿No hubiera sido más fácil que se balancearan ellos mismos y los fueras soltando uno a uno? No tenían las extremidades atadas y caerían a salvo al suelo e incluso sin necesidad de agarrarse a la barandilla. Quizás con Fidel no pudiste pensarlo, pero después no había excusa… En la sala del silencio el miedo te hizo una jugarreta. En vez de llamar la atención de Manuel podrías haber seguido activando las palancas. De hecho, aunque estuvieran plegándose, la liberación era posible, ¿o dije en algún momento que las palancas se desconectarían al activarse el mecanismo? Tercero, en la sala del garrote vil no había razón alguna por la que sólo pudieses parar la manivela. Yo lo dije, estaban flojas, podrías haberlas girado hacia el otro lado para ganar segundos y si nos ponemos positivos podrías haber aflojado la correa lo suficiente como para liberar a alguno… En fin, muertes en vano. Y por último, tus queridos padres, ellos no tenían oportunidad si les dejabas los últimos o penúltimos. Pero si hubieras pensado un poco hubieras adivinado que los números de los sobres eran el puesto que ocupaba la letra de la puerta en el abecedario. L= 12. Simplemente eso y era pulsar un botón para vaciar el estanque…

Héctor se había quedado boquiabierto, deseaba con todas sus fuerzas retroceder en el tiempo y haber pensado con más frialdad. Hubiera reducido el número de cadáveres a cero. Aunque nadie puede ser así de frío en dicha situación… a excepción de aquel… sádico.

-Y… ¿qué penalización voy a… sufrir? –preguntó acongojado Héctor.

El desconocido no respondió, simplemente sonrío. Sacó de un cajón un petardo que precisamente pertenecía a la bolsa del niño. Cortó un poco de cinta aislante y se acercó a él. Encendió el petardo, se lo metió en la boca y se la tapó con la cinta. Héctor hizo todo lo posible por apagar la mecha con la lengua y con la saliva, pero no lograba nada.

-Pensé que tu comportamiento era bueno, pero he estado equivocado, espero que esto te sirva de lección. Has sido un niño M-A-L-O.

El petardo reventó y le volatilizó la mandíbula a Héctor. El extraño se alejó para que no le salpicara la sangre, la carne y las virutas de huesos. Héctor intentaba hablar pero, entre que no tenía lengua y la sangre le emanaba a borbotones, le era imposible… Pocos segundos después murió.

El desconocido cerró los ojos del cadáver de Héctor y apagó las luces de la sala, se fue a la puerta y justo antes de cerrar dijo una breve frase.

-Espero que ahora pueda estudiar tranquilo.

viernes, 21 de diciembre de 2012

2012


Era un día bastante peculiar para todos los habitantes de este planeta. Sí, hoy era el supuesto día en el que se acababa todo, el día en el que la nada subiría al trono y nos echarían a patadas de aquel lugar llamado existencia, hoy era el día en el que los mayas afirmaron que por culpa de la alineación de los planetas la Tierra moriría. Hoy es 21 de diciembre de 2012.

Muchos de estos habitantes pensaron que aquella predicción iba a suceder realmente, otros, posiblemente la gran mayoría, con algo más de sentido común, sabían que eso eran puras leyendas que carecían de veracidad alguna. De entre todos estos escépticos estaba Abel, un  chico de veinte años que desde el día en el que fue informado de aquella fatídica fecha no paraba de hacer bromas respecto a ello. Constantemente hacía referencias al 2012, al día 21, e incluso a veces inventaba cosas que ni los supuestos mayas habían dictado. Todo por el simple deleite de la rabia y el pavor ajeno.

Afortunadamente las personas de su alrededor, por norma, tampoco es que se hubieran tragado aquello del Fin del Mundo. No obstante, tanto para los creyentes como para los que no, una atmósfera de intranquilidad y paranoia se hacía más densa conforme avanzaban los días y se acercaba la fecha clave.

De todos modos, fuera broma o no, aquellas terribles noticias hicieron más cosas que el peor de los psicópatas. Y aunque la ciencia replicase una y otra vez que no iba a pasar nada catastrófico el 21 de diciembre, la gente no era capaz de dormir cómoda sabiendo que había una probabilidad, aunque fuera ínfima, de que la Tierra tuviera una fecha de caducidad tan prematura…

Las semanas pasaban y las noticias respecto a ello estaban a la orden del día. No había humano alguno que no supiera la existencia de ese calendario fatal. Algunos se lo tomaban a risa, como Abel, pero otros lo único que veían era una pesadilla materializada. A veces las creencias son más fuertes que la realidad pura y dura, por lástima…

Ya únicamente quedaban tres días para que llegase el 21 del 12. Podía verse, en comparación con el año anterior, que la actitud de las personas se había atrofiado drásticamente. Tal vez era el efecto de la alineación de los planetas de nuestro Sistema Solar, único hecho predicho que empíricamente se comprobó, tal vez fuera el miedo al “y si” de la fecha o tal vez fuera el simple paso del tiempo, ya sabéis, el avance es una droga.

No se sabía con total certeza lo que estaba pasando, pero si pudiésemos afirmar que en el 2012 el mundo se acababa, viendo todos los estragos de los últimos meses, seguramente más de uno suplicaría que se exterminara esta raza homo sapiens corrupta.

Suicidios, asesinatos, agresiones, robos y otras injusticias ocupaban siempre las portadas de todos los periódicos. ¿Estaría empezando la gente a cometer esas locuras que hipotetizamos cuando preguntamos “qué harías si te quedase poco tiempo de vida”? Nadie sabía nada. Mientras media humanidad se burlaba del Final la otra mitad se lo tomaba en serio y escribía en sus listas de quehaceres sus últimas voluntades.

Pero entre toda esta incertidumbre y locura había algo que sí estaba claro, podría no haber fin del mundo propiamente dicho, mas lo que sí que estaba ocurriendo era otro tipo de final, no corpóreo sino metafórico, quiero decir, puede que no se acercase el Fin del Mundo, pero se estaba potenciado el final de la armonía con la que supuestamente nacemos y con la que yacemos en plena concordia con el resto de vecinos en este globo.

No… eso ya no existía. Y no podría definirse como el auge de nuestro instinto nato, el animal, pues ni el resto de animales se comporta así con los prójimos. Habría que esperar a dicha fecha para averiguar la, quizás, verdadera naturaleza del homo sapiens: ¿un ser social o egocéntrico?

Pero volviendo a la (escasa) vida de Abel; quedando aproximadamente 72 horas para la última hecatombe, el chico se fabricó una camiseta que encajaba a la perfección con el tema del viernes: de color negro y con una frase escrita con letras rojas ¡VAMOS A MORIR TODOS! Estaba realmente nervioso, quería que llegase el día ya para exhibir aquella macabra prensa, tal vez algunas personas con las que se cruzara enloquecieran. Abel sabía que no había Apocalipsis, pero él quería causar el suyo propio, quería crear una estampida de dementes y alimentarse de sus comportamientos paranoides.

Al día siguiente en la calle podían encontrarse predicadores que seguramente no se creían ninguna de las palabras que sus bocas escupían. Había habido cantidad de fechas anteriores en las que se afirmaba una y otra vez que el Fin del Mundo se avecinaba, pero esta tenía un gusto especial, el apoyo a la idea de fuentes pseudocientíficas, la gran espera, y la propia estupidez nata de los hombres propulsaron la creencia para convertirse en lo más parecido a una tautología que jamás otra falacia había alcanzado.

Sí, estaba claro, no hacía falta un Apocalipsis porque ya se estaba sufriendo uno; era mentira que ocurriera en un intervalo tan corto de tiempo pues el verdadero estaba sucediendo durante años. La burla y el terror eran dos hermanos que danzaban juntos alrededor del ser humano en estos tiempos, ¿a quién seguir los pasos de baile? He ahí la cuestión…

Abel no paraba de mirar las noticias, se habían convertido en su programa de humor favorito estos días. Había gente que estaba construyendo búnkeres para sobrevivir, ¿qué tiene de interesante hallarse solo en un planeta en ruinas? Otros se habían suicidado para no vivir aquello. ¿Acaso no sentían intriga por cómo la Tierra iba a fallecer? Algunos incluso habían realizado actos horrendos a terceros…. Nuestro planeta necesitaba un psicólogo. Bueno, no, más bien inyectarse una antiviral.

Y finalmente sonó el despertador de nuestro protagonista. Ya era 21. Abel no estaba muy acostumbrado a los madrugones, pero el día de hoy lo merecía. Se había despertado nada más y nada menos que a las seis de la mañana. Supuestamente el Final coincidiría con el solsticiode invierno, así que tenía seis horas aún para reírse de los crédulos.

Como un neutrino se vistió, por supuesto con su apreciada camiseta, desayunó y salió a la calle a observar el panorama de un día que para muchos era la más oscura de las noches. Al principio había poca gente en la calle, era demasiado temprano, sólo encontró varios madrugadores que iban cansados a sus trabajos y algún que otro niño que iba al colegio que, eso sí, se quedó embobado al leer lo que la camiseta de Abel decía.

Decidió ir al centro, un lugar más concurrido donde estaba seguro que en una hora más o menos, aquel sitio se llenaría de gente. Hoy era el día que tanto había esperado, y si al final el mundo se acababa realmente él podría morir a gusto sabiendo que durante un día tuvo la mejor camiseta, la más acertada para aquella fatídica ocasión.

Al llegar al centro notó que las personas tenían un comportamiento más extraño del habitual. Podía palparse con las manos la alteración que emanaba de ellos. ¿El solsticio y la alineación estaban afectándoles de verdad?

Abel no cesaba de mirar su reloj. Tras una larga espera y sentado en un banco tomando unas pipas para matar el tiempo ya marcaron las 12 horas. Se levantó y, aprovechando que el centro ya se encontraba totalmente lleno, volvió a dar vueltas por los alrededores.

Como era de esperar, no estaba ocurriendo nada paranormal, era otro día normal y corriente, lo único destacable que se pudiera señalar era que era el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad.

Tic, tac, tic, tac… Y llegaron las dos de la tarde y nada. Obvio, no es posible predecir una catástrofe de tal calibre. Abel tenía que admitir que se encontraba aliviado, el bizarro humor negro que tenía no le salvaba de la sospecha que rondaba la cabeza de todos los habitantes. Y aunque no lo manifestara al exterior, estaba agradecido de que ese Fin fuera otra predicción falsa. Podían vivir, al menos otro día más. Sí, la pesadilla paranoide había terminado, el solsticio había llegado, los planetas se habían alineado y no había indicio alguno de algo parecido a eso que llaman Apocalipsis.

Regresó  a casa y se fue a la cama. Madrugar tanto le había pasado factura y ahora el sueño estaba comiéndole por dentro. Necesitaba descansar si quería salir esa noche, de lo contrario parecería un zombi digno de aquel Fin del Mundo fallido.

La voz de su madre le despertó. Ya eran la diez de la noche, no podía creérselo, no esperaba dormir tanto…. Aunque más le valía despertarse… Su madre estaba gritando de terror; ruido en la calle, más gritos de otras personas y una oscuridad demasiado densa a pesar del horario. Abel se levantó sobresaltado casi al borde del infarto. Miró la ventana y observó en el cielo estrellas fugaces. ¿Precioso? No. Se veían demasiado cerca, no rozaban la atmósfera, penetraban en ella y más de un meteoro ya había impactado en la periferia.

Al parecer el Fin del Mundo sí iba a ocurrir. Solamente fue un error de cálculo por parte de los mayas en el tiempo… Y, entonces, ¿qué había que hacer ahora? Correr. ¿A dónde? Nadie lo sabía, pero había que correr. Efectivamente, el lado animal se rebelaba contra el humano. Naturaleza contra seres humanos, y la única contienda que tenía posibilidades de ganar el segundo era la de la lucha por la supervivencia. Ahora el destino no se decidía por riqueza, belleza o inteligencia, ahora era mero instinto el que guiaría sus pasos a la par que la fortuna cegaba sus ojos.

Abel fue en busca de su madre. Su casa había recibido el impacto de una de esas rocas y ella había quedado atrapada entre los escombros, el golpe había seccionado su pierna izquierda, justo lacerando la femoral, estaba perdiendo mucha sangre, se moría. Abel no supo cómo reaccionar ante tal imagen, nadie más estaba allí para ayudarle y él no tenía la suficiente fuerza como para sacarla de allí. Tenía que pedir ayuda, pero a quién si estaba todo el mundo huyendo de esa caótica destrucción.

Intentó una y otra vez sacarla de esa situación tirando de ella, pero era en vano, no había manera humana de extraerla de allí. No podía hacer nada para liberarla, no obstante tenía que para la hemorragia de su femoral, eso podría darle tiempo  para buscar ayuda.

Corrió a por el botiquín y sacó un par de vendas y agua oxigenada.  No sabía muy bien cuál era el protocolo a seguir cuando se enfrenta uno a una hemorragia de ese horrendo calibre. Simplemente recurrió a los auxilios básicos de las heridas, cambiando las tiritas por las vendas.

Desgraciadamente, cuando regresó a la localización de su madre, en el salón, ella ya había muerto desangrada. Abel tenía la cara completamente pálida y los ojos abiertos como platos, no tenía reacción alguna, tan sólo se quedó allí, firme, observándola. Y al cabo de varios minutos se puso de rodillas junto a ella para llorar desconsoladamente. Acababa de perder el último familiar cercano que le quedaba, más aun, acababa de perder a su madre, aquella persona que le dio la vida, y él no había hecho nada para ayudarla, ni siquiera darle una buena muerte; tuvo que sufrir mucho, fue verdaderamente una muerte lenta y dolorosa, al menos con los dos primeros litros de sangre derramados.

Tras quince minutos llorando junto a su madre, se armó de valentía y optó por salir a la calle, al fin y al cabo lo que ahora yacía bajo esos escombros era únicamente un cadáver, nada vivo… Él tenía que luchar por su cuenta, evitar la muerte fuera como fuera y ahí, en su casa, la seguridad brillaba por su ausencia.

Nada más salir al portal la explosión de varios coches le hizo sobresaltarse. Las calles estaban manchadas de puro caos. Abel pensó en un lugar al que ir, debía buscar un sitio que pudiera protegerle de la catástrofe. Pero claro, la pregunta del millón: ¿el Fin del Mundo consistía en una lluvia de meteoritos o habría algo más? Mucha gente decía que iba a ser un tsunami, otros que serían erupciones volcánicas, una era glaciar, etc. Aunque todos coincidían en una cosa: iban a haber varios factores. Abel tendría que arriesgar y apostar, tampoco le hacía gracia la idea de lograr sobrevivir pero darse cuenta de que era la única persona viva en la Tierra.

Suicidarse tampoco era algo que rondara su cabeza. Nunca se sabe lo que puede pasar, quería luchar hasta el final, aunque eso significase perder alguna que otra extremidad o la vista o algo por el estilo. La vida conllevaba un sacrificio, ahora se daba cuenta de que este don no nos lo regalan, tiene un precio, y además muy caro.

Pensó en ir al centro, ya que a lo mejor las fuerzas militares estaban evacuando a las personas para llevarlas a un búnker o a alguna fortaleza que les protegiese. Se supone que esa es su obligación, ¿no? Ellos deben proteger al ciudadano, pero claro, en esta situación, como ya se ha dicho antes, la actitud humana es reemplazada por el puro instinto de nuestros antepasados.

Debería ir, no perdía nada, y si finalmente allí no encontraba nada que no fuera destrucción entonces tenía un plan B: huir al norte de su ciudad. Abel estuvo de visita hace tiempo y se enteró de que las condiciones geográficas la convierten en un lugar bastante exento de fenómenos naturales tales como terremotos, maremotos e incluso tormentas debido al buen clima del lugar que contrasta los vientos de la montaña con los próximos a la costa.

La meta ya había sido decidida, ahora faltaba lo más difícil, avanzar en un trayecto propio del mismísimo Infierno. ¿Sobreviviría? Bueno. En su gran parte Abel ya estaba muerto.

Corrió raudo por las calles prestando atención a los más mínimos indicios de movimiento. Cualquier chispa, cualquier temblor de una viga, cualquier cosa podría provocarle la muerte. Ni siquiera podía pararse a ayudar a aquellos que pedían auxilio sin cesar, aquellos que morirían aplastados, asfixiados, carbonizados… aquellos a los que dejaría morir… tal y como hizo con su madre.

En la lejanía ya podía divisar el centro de la ciudad. Lo mejor de todo era que sus sospechas eran ciertas, había un convoy militar que les iba a sacar de allí. Ya quedaban pocos minutos para escapar de aquella pesadilla. Su cuerpo dio un último esfuerzo para esprintar por la última calle que quedaba.

Al llegar, los militares le asistieron y apuntaron su nombre. En cuestión de media hora saldrían de allí, cuando todos los supervivientes se hallasen en el centro de evacuación. Abel había abandonado toda la tristeza que le abordaba y estaba lleno de júbilo, estaba orgulloso de que en un futuro pudiese decir que había sobrevivido a la Muerte del Todo.

No obstante, en el momento que ya estaba a punto de partir, una gran masa de niebla inundó el centro de la ciudad haciendo que fuera imposible la vista a más de escasos metros. Abel, preocupado, gritó y caminó a ciegas en busca de algún militar que le pusiera a salvo. Pero nadie contestaba. Gritó y gritó, pero lo único que recibía era la fría humedad de aquella niebla.

Finalmente, cuando la niebla se despejó, el chico pudo distinguir poco a poco el panorama que le rodeaba. No, al parecer que la niebla se disipara no era indicio precisamente de algo positivo: todas y cada una de las personas que se encontraban allí, a excepción de Abel, habían perdido su carne, es decir, de ellos lo único que quedaba eran sus esqueletos, la niebla les había devorado, pero, ¿y por qué a Abel no?

Él no tenía tiempo para reflexionar sobre aquello, si el plan de escapar mediante una evacuación no había salido bien, ahora tenía que seguir su plan alternativo… siempre y cuando hubiera un camino que pudiera tomar, cosa que cada vez se volvía más improbable.

Pese a todo, la posibilidad de que el plan B fuera un éxito se estaba tambaleando, pues, si el núcleo de salvamento había sido aniquilado de tal forma, un simple pueblecito norteño no tenía nada que hacer frente a todo lo que se avecinaba. Pero tenía que arriesgar, no podía quedarse sentando esperando a que el fuego lo engullera. Aún le quedaba media hora de trayecto y eso suponiendo que no habría obstáculo alguno que le retrasara.

Y lo hubo. Una enorme grieta le separaba del único camino que conducía al norte. ¿Y ahora cómo cruzaría? Trató de ir por los laterales para ver si en algún momento se estrechaba y así podía saltarla. Por desgracia a la derecha había otra masa de niebla; sí, en su último contacto con ella tuvo suerte, pero a lo mejor ahora no le concedía una segunda oportunidad. Y por el lado izquierdo había un enorme edificio desplomado.

Sin embargo se fijó en que metros antes del edificio había una viga que unía ambos lados de la fisura, era muy estrecha, pero lo suficientemente gruesa como para que Abel cruzase. Fue hacia allí y subió con dificultad hasta la viga. Nada más se situó encima del vacío, comenzó a marearse, sufría de vértigo y la idea de precipitarse a la lava no le hacía gracia. Lentamente fue avanzando y con cada paso que daba se relajaba más. Desafortunadamente esa confianza se marchó cuando iba por la mitad de la viga y un temblor hizo que se desestabilizara. Consiguió agarrarse y no caer, pero si no se daba prisa otro temblor podría tirar la viga.

Y así ocurrió. Cada vez los temblores se sucedían de forma más frecuente y con una magnitud mayor. No podía agarrarse con los brazos a la viga, Abel debía incorporarse y correr, tenía que confiar en sus canales semicirculares y en su cerebelo. Otro temblor impidió que se incorporara. Este último provocó un enorme sonido rocoso, lo cual alertó al chico para que lo apostara todo y se pusiera de pie. Corrió como nunca hasta el final. Vibró de nuevo el suelo, esta vez moviendo la viga y haciendo que el extremo contrario descendiera. A punto de caer logró agarrarse al otro lado de la grieta y evitar caer a la lava junto a la viga.

Ante él ya se mostraba un camino llano, solamente cinco minutos de caminata le separaban del supuesto territorio intocable. Anduvo con tranquilidad para recuperarse del miedo y el estrés de antes. Por extraño que pareciera, el caos lo había dejado atrás, parecía que ese lugar verdaderamente estaba intacto, como si fuera inmune al Fin del Mundo. Había que admitir que era raro, pero a Abel no le importaba, sólo ansiaba llegar, ver que todo iba bien y descansar, dormir, olvidar…

Llegó incluso antes de lo que creía. Lo primero que vio fue un enorme cementerio. Él no vio eso cuando estuvo allí, tal vez lo hubieran puesto hace poco tiempo o puede que no se acordara. De todos modos eso daba igual, ahora tenía que encontrar a alguien. Al menos, viendo el estado del lugar, eso de que ningún fenómeno natural era capaz de poner un pie en dicho territorio parecía bien cierto.

Para llegar a las casas tuvo que cruzar el cementerio. Había algo en el ambiente que le incomodaba, tenía frío, algo incongruente y que contrastaba con aquella atmósfera ceniza. Además, notaba como si le estuvieran observando, podía notar la compañía de alguien. Miró a todos lados pero no veía a nadie. Gritó y nadie le respondió. No pensó que fuera una broma tal y como estaban las cosas, seguramente fuera obra de su imaginación.

Justo antes de cruzar por completo el cementerio, una lápida del final le llamo la atención. En ella estaban grabados los cuatro ases de la baraja francesa, justamente lo que Abel siempre dibujaba en su tiempo libre. Quiso saber quién compartía con él aquella afición con las cartas. Pero lo que leyó le dejó petrificado.

Abel Garrido Rojas 1992-2012. Aquí yace un gran hijo, un gran hermano y un gran amigo. Que su recuerdo nunca muera y que su sonrisa perdure grabada por siempre en los corazones de los suyos.

No comprendía absolutamente nada. Demasiadas coincidencias. El grabado, el nombre, los apellidos, la edad, el lugar… Como un poseso excavó la tierra a sus pies para comprobarlo. Estaba profanando un cadáver, pero la situación lo justificaba. Tras quitar todo el montón de tierra abrió la tapa del féretro y dentro no encontró nada a excepción de su querida camiseta…

Era él.

Antes de cerrar los ojos recordó todo. Cuando salió a la calle por la mañana fue atropellado por un coche, el impacto fue tan fuerte que rompió su médula espinal y murió al instante sin dolor alguno… Todo eso del Apocalipsis era tan solo un sueño post mortem antes de que se diera cuenta de su verdadero estado vital.

Podría decirse que finalmente no sucedió nada catastrófico, tan solo una muerte, algo que día a día ocurre en cientos de lugares. Aunque si reflexionáis un poco, realmente sí hubo un Fin del Mundo, ya que no hay mayor Final que el que ocurre cuando tú mueres. Así que después de todo el chico tenía razón: hoy era el Fin de los Tiempos.

Su tiempo.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Cotard


Amarga aflicción
que condenas nuestras almas al olvido,
yo quisiera pedirte opinión
¿qué he de hacer conmigo?

Hace tiempo que busco respuesta
porque cada vez lo veo más turbio.
Esta amarga vida mía
de sangre cada día ensucio.

Mas si fuera necesario
cualquier sacrificio yo haría
para librarme de esta condena…
¿qué es lo que hacer debería?

He indagado en incontables libros,
pero nada se acerca a esto…
Y admito que por un lado me gusta,
pero por otro lo detesto.

Con palabras no puedo describir
aquello de lo que me aquejo.
Pido ayuda a gritos, de verdad,
aunque nadie me da consejo.

 Escapar me es imposible
y cura alguna no puedo hallar.
Ni al peor de mis enemigos
jamás esto le podría desear…

¿Y qué es eso que ahora huelo?
Ah, vale, creo que ya me acuerdo,
es el hedor a podredumbre
digno de alguien como yo, muerto.

¿Y qué es eso que noto ahora?
Oh, cierto, ya logro recordar,
es el frío abrazo de la Parca,
don de los que no pueden respirar.

Si al menos el dolor no se propagara,
si al menos a otros yo no dañara,
si estos instintos viscerales no acatara,
si no caminase y en paz yo descansara…

No recuerdo cuando empezó,
tan sólo sé que desperté un día,
y pude sentirlo, el mismo no era,
supe que constantes vitales no tenía.



 Desde entonces tengo algo,
una necesidad vital de matar,
para así hacer sentir al prójimo
lo que siento yo cada día al despertar.

Pulmones que de aire no se llenan
un corazón que se olvidó de palpitar,
una fisiología que se guía por el nihilismo
de los habitantes del más allá.

¡Ojalá mi cerebro respondiera
a los deseos de este desdichado!
Sin embargo no hay sinapsis que valga;
embriagado por la muerte me hallo…

La incertidumbre es mi diosa,
la no-muerte mi yugo,
mi carcasa es la víctima
y el tiempo mi verdugo.

Y es que en cierto sentido
todo esto tiene su gracia,
ahora sigo las pautas
 de una exánime idiosincrasia.

 Porque antes amaba la vida,
no había cosa que apreciase más
que la armonía y la felicidad
que me han arrebatado sin preguntar.

¿Acaso es lo que me merezco,
qué hice mal en el pasado?
No puedo comprender nada,
la locura en mí ha arraigado.

Sí, necesito matar más,
no quiero ser el único,
me da miedo estar solo
en este estadío tóxico.

Nada de lo que os narro
tiene sentido alguno,
sólo los que cruzamos la línea
podemos comprender dicho mundo.

Los cadáveres se amontonan
en las esquinas de mi habitación.
Aún no he logrado que ninguno ande
y ni mucho menos oír su respiración.


 ¿Y si quizás soy un afortunado?
Uno que evadió la desdicha
de esos que la vida abandonan
debido a que la Parca se encapricha.

¿¡Qué diantres estoy diciendo!?
Esto no se puede llamar suerte,
me asemejo más a un péndulo
que oscila entre la vida y la muerte.

Ir a un psicólogo, hecho.
E incluso visité al matasanos.
Pero no tuve alivio alguno…
ni matándolos con mis propias manos.

Lo que antes era la rutina
de trabajar para vivir, 
ahora es la cruel monotonía
de masacrar para morir.

Pues supongo que
si esto es otra oportunidad,
mis repugnantes actos
a la tumba me devolverán.

 Estoy seguro, sí,
más sangre he de derramar.
Dios, Anubis, Caronte,
alguien,  ¡dadme muerte ya!

Juro que no pararé,
no voy a cesar jamás.
Esto no lo considero vida,
sólo anhelo descansar en paz.

Sinceramente, ¿qué me ocurre?
Ayer mismo maté a un crío
y no sentí ningún remordimiento,
tan solo simple vacío.

Mi interior es así como está.
Una oscuridad indescriptible
se alberga en mí
dotándome de una vileza tangible.

Y es que ya ni distingo
entre bien, mal, moral y amoral,
pues hago caso omiso
a esas pautas de la sociedad.


 No, mi nueva naturaleza
hace que me guie por la intuición
de aquel que considera
el grito ajeno una hermosa canción.

Y por las noches lloro
acurrucado en mi cama,
sin que nadie quiera consolar
a este ser sin alma.

El carmesí de la sangre,
el gris de la amargura,
el rojo de la ira
y el blanco de la locura.

Días y noches pasan
sin que me percate
¿pero cuánto mal he de causar
para que me aclimate?

La respuesta se halla en la sangre,
¡de tal líquido yo carezco!
Deberé seguir matando;
sí, de crueldad yo padezco.

 Pero tengo que elegir
entre vagar por dos mundos
o salvarme a un precio:
ir sembrando difuntos.

Te reto a ti
a que te pongas en mi lugar,
¿o piensas que para mí
es tan fácil asesinar?

Ancianos, jóvenes, niños…
de sus sangres mi cara manchada,
¿creéis que quiero hacerlo,
pensáis que no sufro nada?

Ya lo dije, antes era bueno,
pero ahora poseo una maldición.
¡De verdad que no quiero dañarles!
Mas no me queda otra opción…

Porque ayer era luz,
y hoy soy oscuridad.
La vida me dio la espalda
y entonces hallé la soledad.


 Y me pregunto:
si en el espejo únicamente,
veo un pútrido cadáver,
 ¿por qué de mí no huye la gente?

Soy un monstruo
que de sí mismo quiere huir.
Soy un quiero y no puedo
en lo que respecta a morir…

Tanta gente a mi alrededor,
yo no paro de gritar auxilio.
Todo en vano, para nada,
sólo logro dar secos aullidos.

¡Qué digo, claro que no me oyen!
En mi habitación todos somos muertos,
hasta la fortuna que pensé que tenía
 ya la están rondando los cuervos.

Soy una carga para este mundo,
 pues cada día que sigo aquí,
mi único cometido es hacer dolor
y de verdad que desprecio ser así.

 ¿Qué fue de aquel chico sonriente,
de aquel joven despierto,
de ese hombre con futuro?
¡Están todos muertos!

Me convertí en lo que asqueaba,
en eso que yo siempre criticaba:
un ente errante y nocivo
que hasta ver llorar al vecino no para.

Me miro a los ojos,
y aunque ya no tengo vida
puedo detectar algo
en el fondo de mis pupilas.

¿Puede ser la salvación,
podría ser mi redención,
quizá sea aquello borroso
lo que ponga fin a esta maldición?

Tengo que profundizar en ello,
no puedo tomármelo a la ligera,
con cuidado deberé tratar aquello
que puede concluir mi condena.


Tanto tiempo deseando el final,
Pues no hay nada peor que un ser,
que aun estando muerto vive
y no puede fallecer.

Mi triste existencia causó dolor en otros.
¿Lo siento? No lo sé.
Porque admito que este tiempo
algo pude ver:

Antes de que mi maldad actuase,
muchos de los que yacían en mis manos,
no hacía falta que se les ejecutase
ya que tiempo atrás dejaron de ser humanos.

Quiero decir que ahora
que hallé una cura,
siento que recobro
un poco de cordura.

Porque mi comportamiento
con la muerte se justifica
mientras que el de ellos
a la propia lógica finiquita.

 Y ahora no sé qué debo hacer.
Averigüé que la clave es la decapitación.
¿Pero para ellos qué,
cuál es su salvación?

Miro los cúmulos de fiambres
y entonces me doy cuenta,
 que en vida y en muerte
tienen el mismo vacío en sus cuencas.

¿Quizás finalmente esto fuera un don,
sí, una oportunidad
para alejar de la línea de la vida
tanta miseria y maldad?

Está bien, me quedaré,
ya no tengo nada que perder,
castigar a estas falsas víctimas
será entonces mi menester.

Porque por desgracia
entre estadíos pudieron optar,
y sin embargo yo no pude elegir,
esto es el Síndrome de Cotard…