
Engulló
la comida y pidió permiso a sus padres para salir antes de que todos acabaran,
ellos, sonrientes ante la impaciencia de su hijo, le permitieron salir. Estaba
contento de poder estrenar un regalo antes del 25 de diciembre. Además sería la
travesura perfecta para despertar y molestar al vecindario, esperaba que Papá Noel no lo tomase en cuenta, se había portado como un angelito durante todo el
año.
Llamó
al portal de sus amigos y todos pudieron bajar. Se pusieron en mitad de una
carretera por la que casi nunca pasaban coches y sacaron los mecheros. Nada más
sonaron las 22:00, hora en la que la mayoría de las familias estaban o en el
postre o reposando, iniciaron el alboroto.
Cada
explosión parecía más fuerte que la anterior y cada carcajada se hacía más
ruidosa frente a los quejidos del vecindario. Sólo escuchaban los gritos de los
vecinos, pero nadie salía afuera para remediarlo. A excepción de un joven
estudiante que salió a su portal para implorar que pararan de tirar petardos.
Pese a su buena actitud la única respuesta que obtuvo fue el impacto de un
petardo en la cara que, por fortuna, explotó cinco segundos después cuando
estaba en el suelo y el daño a su piel era imposible… aunque si hubieran
tardado un poco más en lanzárselo habrían podido hacer daño a alguien.
El
estudiante, sorprendido ante el comportamiento de unos niños a los que casi les
doblaba la edad, simplemente cerró la boca y volvió a meterse en su edificio.
Por su parte, los chicos, viendo que habían salido victoriosos, siguieron
riéndose a carcajada limpia sin parar de encender petardos.
Pasó
una hora y el contenedor de petardos aún tenía munición suficiente para
continuar durante veinte minutos. Sin embargo, Sebas, el más tímido, les dijo a
los demás que era suficiente por hoy, que dentro de poco la gente iría a dormir
y podrían buscarse verdaderos problemas.
Los
otros tres entraron a razones y decidieron posponer la diversión para mañana.
Así que Héctor se despidió de sus amigos y regresó a su casa. Mientras subía
las escaleras se fijó en que había un silencio fuera de lo normal. Aunque
fueran las once de la noche era imposible que ya se hubieran ido todos a dormir
y menos estando él fuera de casa. Quizás estuvieran tranquilos viendo el
televisor. Pero es que ni siquiera escuchaba el volumen del electrodoméstico. A
lo mejor estaban enfadados por el ruido que habían causado y estaban
esperándole para echarle una enorme regañina. La respuesta, fuera como fuera,
la obtendría tras quince escalones.
Sacó la
llave de su bolsillo y con cuidado abrió la puerta. El pasillo estaba
totalmente oscuro y al parecer el salón principal también. Preguntó si había
alguien, pero no obtuvo respuesta. Agarró del mueble de la entrada la linterna
que se encontraba en el primer cajón. La encendió y avanzó despacio.
Posiblemente se habrían ido a dormir, no quería hacer ruido chocándose contra
algo. Llegó hasta su habitación y se echó en la cama. Encendió la videoconsola
y se puso a jugar hasta que el sueño, dos horas después, le venció.
A la
mañana siguiente Héctor se despertó debido a la iluminación de un enorme foco
que apuntaba a su cara. No recordaba que la lámpara de su habitación tuviese
tal potencial. Se frotó los ojos y cuando se acostumbró a la luz observó que se
encontraba en un sitio desconocido, en absoluto era un lugar de su casa. ¿Sería
sonámbulo, sería una broma de su familia o amigos? No comprendía nada.
De
repente sonó por toda la habitación una voz extraña, de hombre, de alguien que
jamás antes había escuchado. Se fijó que la voz salía de cuatro altavoces que
se encontraban en las esquinas del techo. Pero lo más impactante es que dicha
voz se dirigía a él.
-Buenos días Héctor. Espero que no haya
dificultado tu sueño mientras te traía aquí. Fue una gran ayuda por tu parte
que no te molestaras en mirar si tus padres dormían en su habitación. Me
facilitaste mucho el trabajo de traerte aquí sin problema alguno. Supongo que
estarás confuso. Eso está bien. Repón energías con el desayuno que tienes a tu
izquierda, en cinco minutos volveré a hablarte… y entonces las cosas se pondrán
serias.
Héctor se
había quedado pálido, había sido secuestrado. Lo único que podía hacer ahora
era obedecer sus órdenes para evitar que le matara. Se acercó al plato y comió
un par de tostadas con mantequilla. Le costaba comer con la cara llena de
lágrimas. Su cuerpo temblaba y le costaba respirar, aún no encajaba la
situación, y es que para un niño de once años era algo inimaginable. Se tiró de
los pelos y se pellizcó hasta provocarse dolor para ver si era un sueño. Pero
desgraciadamente su situación era la pura y cruda realidad. Estaba atrapado.
-Bien. Veo que ya has llenado tu estómago… y
vaciado tus lacrimales. Quiero hacer esto lo más fácil para ti, así que sigue
mis indicaciones y saldrás de aquí con vida…
-¿Puedes escucharme, señor? –preguntó asustado Héctor.
-Así es, pero no voy a contestar a preguntas,
simplemente escucharé lo que necesite escuchar. Ahórrate las suplicas y los
llantos entonces. Solamente quiero que me contestes cuando yo pregunte algo.
¿Me has entendido?
-S…sí.
-Excelente. Dentro de tres minutos la puerta
que tienes a tu derecha se abrirá y ante ti se mostraran cuatro puertas. No
obstante esto no quiere decir que sólo tengas que pasar una. Tú decides el
orden, tú decides quién sufrirá más…
-¿Sufrir? –dijo Héctor interrumpiéndole.
-¡Silencio! –respondió secamente el desconocido –Como iba diciendo… cada puerta encierra
dentro a gente que conoces, muy cercana a ti. Y es precisamente el orden que
elijas el que hará que unos sufran más dolor que otros… siendo los de la cuarta
puerta los que más sufran y los de la primera los que queden intactos. Toda
información que sea necesaria la hallarás dentro de las salas, aunque sí podrás
ver antes de entrar las fotos de los que están dentro.
Sin
decir nada más, la emisión se cortó. Héctor le exigió ayuda, pero no sonaron de
nuevo los altavoces. Estaba solo y si lo que el extraño le había dicho era
verdad, entonces de él dependía la vida de gente, no quería causar daño a
nadie, pero sabía que aquellos que se hallasen en la cuarta puerta de su
elección no podrían perdonárselo. Héctor se convertiría en un verdugo impuesto.

Y la
puerta se abrió. Corrió hacia la salida y observó las cuatro puertas metálicas.
Cada una tenía una letra pintada con… ¿sangre? Imposible, sería pintura roja… Y
al lado de la puerta que estaba más a la izquierda estaba una mesa metálica en
cuya superficie había cuatro sobres. Cada sobre tenía un número escrito también
en rojo.
Abrió
uno al azar, el que tenía el número 12. Se alegró al ver que contenía fotos de
sus padres y de sus abuelos maternos. Ahora quedaba lo más difícil al parecer:
averiguar en qué puerta se encontraban. No sabía la razón por la que en los
sobres había números cuando en las puertas solamente veía letras. Se acercó a
una de las puertas y apoyó su oreja en la superficie para intentar escuchar
algo. Pero entonces el sonido de un altavoz le sobresaltó.
-Así no vas a conseguir nada, Héctor. Y por
cierto, veo que ya has descubierto que no iba a ser tan fácil como ver la foto
e ir directo a la habitación donde se hallan. Eso sería regalar la libertad a
todos, algún precio se tendrá que pagar, ¿no es así?
-¡Me mentiste! ¡Dijiste que yo podía elegir!
-Y puedes elegir. No te estoy obligando a
escoger una puerta, puedes abrir la que quiera, pero cuando abras una las otras
tres automáticamente se bloquearán y el mecanismo de dolor empezará a dañar a
tus seres queridos. Es por ello que no sólo debes darte prisa en abrir las
puertas, sino en liberar a los capturados lo antes posible. Buena suerte, quién
sabe, a lo mejor tienes suerte y la primera que abres son tus padres, aunque no
son sólo ellos los que querrás salvar, supongo. ¿Por qué no le echas un vistazo
a los otros sobres antes de decidir una puerta?
Y el altavoz
se silenció nuevamente. Héctor, por su parte, decidió hacerle caso e investigar
que fotos se escondían en los otros sobres. En el sobre con el número 1 estaban
las fotos de Sebas y sus primos. En el sobre del número 16 vio las imágenes
de Fidel, Rafa y sus abuelos paternos. Por último, del sobre con el 13 pintado,
extrajo las fotos de sus tíos. Cuatro… en todas las habitaciones se encontraban
cuatro víctimas…
Y
entonces llegó el momento de elegir. Cerró los ojos y lanzó la foto de sus
padres al aire. Lentamente fue cayendo hasta pararse próxima a la puerta que
tenía dibujada la letra O. No había otra forma, como dijo el extraño, tendría
que confiar en su suerte. Recogió la foto, la guardó en el sobre, suspiró,
levantó el brazo hasta el picaporte y abrió la puerta. Enseguida un sonó un
click en las otras tres puertas. El mecanismo había comenzado, no tenía tiempo
para arrepentimientos ni reflexiones. Si sus padres no se encontraban en esa habitación
cualquier pausa tonta les haría sufrir. Iba a contrarreloj.
Las
luces de la habitación se encendieron cegando durante un instante a Héctor.
Pese a la pérdida repentina de visión supo enseguida, a causa de los gritos,
quiénes eran los residentes. Por desgracia no eran sus padres, era la
habitación donde se encontraban sus abuelos paternos, Fidel y Rafa. Los cuatro
estaban atados a una gran cuerda que colgaba del techo y bajo sus pies se
encontraban unas enormes aspas que de momento no giraban.
Nada
más avanzó un poco la puerta se cerró y el desconocido volvió a hablar. Esta
vez podía averiguarse por su tono cruel que lo que le iba a decir a Héctor no
era un simple “coge la llave y rescátales”, en absoluto, el click de la puerta
confirmaba que ahora Héctor tendría que “jugar”.
-Muy bien Héctor. Siento que no haya sido la
puerta que querías abrir primero, pero creo que tampoco te gustaría verles
sufrir a ellos. Nada más deje de hablar las aspas comenzarán a girar, así que
estate atento. ¿De acuerdo? Ok. Lo que debes hacer es bien sencillo. La puerta
que les ata descenderá lentamente hasta las aspas. Al cabo de dos minutos
destrozará sus torsos, mientras que cuando pase un minuto las aspas estarán tan
solo rozando sus pies. Es una suerte que los cuatro tengan más o menos la misma
altura, ¿no crees Héctor? Tú lo único que tienes que hacer es subir por esas
escaleras y apretar el botón adecuado. Eso hará que la cuerda se balancee y les
permita agarrarse a la barandilla. Eso sí, son ellos los que deben agarrarse,
si no lo consiguen me temo que tendrás que pulsar de nuevo el botón… Y digo me
temo porque no te va a gustar para nada lo que hace dicho interruptor… o eso
creo. Bueno, prepárate, las aspas se activarán en cinco segundos.
Nada
más escuchó el mecanismo corrió hacia donde estaba el botón. Había cuatro
botones, cada uno con la foto de uno de los atados. Héctor analizó toda la
situación y supuso que el pulsar uno haría que sufriera algún tipo de daño el
retratado. Si eso era cierto tendrían que pulsar el botón que tuviera la foto
del que menos apreciara… y ese fue Fidel.
Avisó
para que se agarraran nada más se moviera la cuerda, pulsó y entonces… el horror
se reflejó en las caras de todos. Fidel fue automáticamente desatado provocando
su veloz caída hacia las aspas. No tuvo tiempo ni para gritar. Y fue tan grande
el shock que ninguno de los otros tres pudo agarrarse a la barandilla…
Cuando
Héctor volvió en sí se llenó de impotencia al ver que ninguno había logrado
sujetarse. Eso significaba matar a alguien más… aunque a lo mejor apretar de
nuevo el botón de Fidel hacía que se moviera la cuerda una vez más.
Desafortunadamente
eso no fue así. Sabiendo que iba a contrarreloj no podía pararse a pensar mucho
en quién triturar ahora. Ordenó con más fuerza que se agarraran ignorando las
suplicas. Apretó el botón de Rafa y este se hizo picadillo en cuestión de
segundos. Mientras sus abuelos, llenos de sangre, lloraban, Héctor les gritaba
una y otra vez para que se agarraran. Sin embargo sus brazos estaban cansados y
volvieron al punto de partida…
Ahora
sí se encontraba en una situación difícil. ¿Ejecutar a su abuelo o a su abuela?
Habían pasado cuarenta segundos y aún había algo de tiempo antes de que las
aspas les atrapasen. Pero justo cuando Héctor se encontraba en esa dura
decisión la voz de su abuelo le llamó.
-Hijo. Aprieta los dos botones.
-¡Qué dices abuelo! Al menos quiero salvar… a
uno de los dos… Por favor…
-No, hijo, no. Ni yo sería capaz de verla
morir ni ella podría verme morir. Aprieta los dos botones.
-Pero…
-Héctor, -contestó su abuela –lo has intentado. No fuimos los suficientemente ágiles para sobrevivir
y sabemos que hay otras personas a las que salvar. Nosotros ya hemos vivido
mucho y aun así preferiste salvarnos antes que a tus dos jóvenes amigos.
Agradecemos ese acto, de verdad, pero ya no hay nada que hacer. Apriétalos,
Héctor, mi vida.
Héctor,
enrabietado, agachó la cabeza y apretó los botones. El ruido quebradizo de los
huesos y el cortar de la carne le estremeció. Se marchó llorando hacia la
salida, que había sido desbloqueada nuevamente, y empleó el mismo método para
elegir la nueva habitación. Esta vez la foto paró cerca de la puerta A. A lo
mejor en esta sí estaban. El sobre de la foto estaba el primero y esa letra es
la primera del abecedario, era una buena señal, seguro.
Pese a
su intuición eso no fue así. Ante él se mostraban cuatro sillas plegables y en
ellas estaban sentados Sebas y sus tres primos. A primera vista el “juego” parecía
más simple que el anterior, no había nada cortante alrededor ni nada amenazante
de ese mismo estilo. Aunque la gran distancia que había entre cada silla era
sospechoso… tendría que esperar a que el extraño hablase.
-Bienvenido a la sala A. Siento lo de antes…
y siento mentir. Está bien, al grano. Hay cuatro sillas y cuatro palancas
detrás de ti que abrirán sus grilletes para que puedan levantarse, pero
cuidado, deben levantarse en un orden que espero que te sea fácil. No pueden
hablar ellos, de hecho, bajo las sillas hay un sensor de sonido, si percibe
algo muy fuerte la sorpresa será anticipada, así que no hables con ellos… por su
bien. El orden es bien simple: la edad. La diversión es que no voy a decirte si
de menor a mayor o viceversa. Habrá que ir probando, ¿qué me dices Héctor, te
animas?
Al
menos esta vez el único tiempo que corría era el de la vida de los de las otras
dos habitaciones. Como antes, en cada palanca había una foto de cada amarrado.
Por suerte sabía la edad de cada uno así que como mucho moriría uno, no le
motivaba aquello, pero mejor un muerto que cuatro. El más joven era su primo Manuel de 3 años. Activó su palanca y no ocurrió nada. Eso quería decir que iba
en el orden correcto, de menor a mayor. Empezó a llamar a Manuel para que se
alejara de las sillas, pero él le hacía caso omiso y quería estar con Víctor,
el mayor de los primos. Víctor al ver que Héctor llamaba la atención de
Manuel con preocupación se puso a hacer lo mismo susurrando a Manuel para que
se alejara de él. Manuel se tomó eso como un rechazo por parte de Víctor y se
puso a llorar.
Fue
imposible calmarle… los sensores detectaron el ruido y pusieron en marcha el
mecanismo. Las sillas se plegaron poco a poco provocando enormes chasquidos en
los huesos de Sebas, Víctor y Marta. Y lo peor de todo fue que Manuel, viendo
como Víctor chillaba de dolor, metió las manos en medio para intentar sacarle,
pero sólo consiguió atascar sus brazos en la silla. La presión ejercida por las
sillas era horrible, estaban reforzadas con hierro y se comportaban como una
auténtica máquina aplastadora. Resultado: tres niños con los órganos hechos
puré y uno sin brazos y desangrado.
Al
desbloquearse la puerta Héctor salió de allí vomitando a causa de esa imagen.
Aprovechando que ahora el tiempo no corría pudo ponerse a llorar sin
preocupación alguna de que sus padres estuvieran sufriendo. Había visto morir a
sus abuelos paternos… sus tres mejores amigos… sus tres sobrinos. ¿Vería
también morir a sus padres? Ahora tenía un 50% de probabilidad de verles, no
podría tener tanta mala suerte, no en ese momento…
Una vez
calmado decidió esta vez guiarse por su intuición y no lanzando la foto. Optó
por entrar en la puerta M, era la inicial del nombre de sus padres: Mariano y
Melisa, seguro que era una señal.
Negativo…
Entró a la habitación de sus tíos. La esperanza fue derrotada por la
desesperación, cayó de rodillas y esperó hiperventilando que la voz hablase,
aunque ya de por sí el panorama no le agradaba demasiado. Cada uno de ellos
llevaba en el cuello un instrumento de tortura que había estudiado en el
colegio: el garrote vil.
-Una pena lo de tu primo, ahora estará más
callado… Creo que ya sabes reconocer este instrumento. En cuanto cese de hablar
las manivelas comenzaran a girar y el collar les apretarás más y más hasta que
sus bulbos raquídeos cedan. Al cabo de veinte segundo habrán muerto, no
obstante las manivelas están lo suficientemente flojas como para que puedas
controlarlas y evitar que el collar siga presionando. Además, tras cuarenta
segundos el mecanismo se parará. ¡Buena
suerte!
Las
manivelas se pusieron manos a la obra. Héctor fue rápidamente al tío Antón, el
que tenía más cercano. Agarró la manivela y paró el garrote vil. Enseguida el
quejido de su tía Maite hizo que dejase de ayudar a Antón y la socorriera. Diez
segundos pasaron y el crujido del cuello de su otro tío, Javier, le hizo soltar
el garrote de Maite, pero, ¿no iba ayudar a Angélica? No podía salvarlos a
todos y tampoco quería salvar a ninguno, no quería favoritismo… Se rindió…
soltó la manivela y se quedó sentado en la puerta mirando la nada escuchando el
crujir del cuello de sus cuatro tíos a la vez que intentaban gritarle y
sobornarle. No duraron mucho, lo último fue un suspiro atragantado que daba la
bienvenida al completo silencio.
Héctor,
mudo, se incorporó y se dirigió directamente a la puerta donde estaban sus
padres, la puerta L. Agarró su foto y la guardó en su bolsillo. Abrió la puerta
y la luz le permitió ver la imagen más terrorífica de su vida… Había llegado
tarde, al final de la habitación estaban sus padres y sus abuelos maternos
flotando en un estanque ensangrentado. No se lo explicaba, el desconocido dijo
que todos tenían la oportunidad de vivir y no ha sido así. Héctor, furioso,
ordenó que le explicara la razón de esto y el extraño gustosamente apareció.
-Te repito que esto es cuestión de suerte.
Cada habitación tenía un “tiempo de dolor” si no era elegida. Ese dolor
consistía en que se adelantasen un poco a tu llegada los mecanismos. Siento que
hubieras escogido este el último, porque era el peor que podía dejar para el
final. El estanque antes solamente contenía agua, pero poco a poco se fue
llenando de ácido clorhídrico. No se ha vaciado el contenedor del ácido por
completo, realmente mi intención era dejar solo sus huesos, pero ha sido
suficiente como para desintegrar sus pieles y parte de la carne superficial. El
resto ha sido una cruel hemorragia masiva por todo el cuerpo.
Héctor
casi no prestaba atención desde que escuchó “tiempo de dolor”. Fue su culpa,
las caras descarnadas de sus padres le miraban culpándole de su asesinato. Con
once años era el culpable de dieciséis homicidios despiadados. Mareado y sin
fuerzas se desmayó a la vez que escuchaba reírse sin parar al desconocido… ¿Qué
pasaría ahora?
Despertó
atado a una silla en frente de una silueta. Tenía la boca seca y se encontraba
mucho más débil que antes. Observó los alrededores y se percató de que estaba
en la sala donde despertó la otra vez. Durante un momento creyó que todo había
sido un sueño, pero el olor a sangre le devolvió a la realidad.
-¡Oh! Ya despiertas. Me alegro.
Esa
silueta que tenía delante no era ni más ni menos que aquel que hablaba constantemente
por los altavoces, el verdadero causante de todo.
-He seguido tu juego, déjame libre… por
favor. –suplicó
Héctor.
-Ojalá fuera tan fácil… de verdad, pero tengo
que confesarte que no has sabido jugar muy bien… y eso conlleva una penalización…
-¿Qué quieres decir? Hice todo lo que
pediste. ¡Era imposible salvarlos a todos!
-¿Tú crees? Muy bien. Recapitulemos. En la
sala de las aspas no era necesario pulsar así por las buenas. ¿No hubiera sido
más fácil que se balancearan ellos mismos y los fueras soltando uno a uno? No tenían las extremidades atadas y caerían a salvo al suelo e incluso sin necesidad de agarrarse
a la barandilla. Quizás con Fidel no pudiste pensarlo, pero después no había
excusa… En la sala del silencio el miedo te hizo una jugarreta. En vez de
llamar la atención de Manuel podrías haber seguido activando las palancas. De
hecho, aunque estuvieran plegándose, la liberación era posible, ¿o dije en
algún momento que las palancas se desconectarían al activarse el mecanismo? Tercero,
en la sala del garrote vil no había razón alguna por la que sólo pudieses parar
la manivela. Yo lo dije, estaban flojas, podrías haberlas girado hacia el otro
lado para ganar segundos y si nos ponemos positivos podrías haber aflojado la
correa lo suficiente como para liberar a alguno… En fin, muertes en vano. Y por
último, tus queridos padres, ellos no tenían oportunidad si les dejabas los
últimos o penúltimos. Pero si hubieras pensado un poco hubieras adivinado que
los números de los sobres eran el puesto que ocupaba la letra de la puerta en
el abecedario. L= 12. Simplemente eso y era pulsar un botón para vaciar el
estanque…
Héctor
se había quedado boquiabierto, deseaba con todas sus fuerzas retroceder en el
tiempo y haber pensado con más frialdad. Hubiera reducido el número de
cadáveres a cero. Aunque nadie puede ser así de frío en dicha situación… a
excepción de aquel… sádico.
-Y… ¿qué penalización voy a… sufrir? –preguntó acongojado Héctor.
El
desconocido no respondió, simplemente sonrío. Sacó de un cajón un petardo que
precisamente pertenecía a la bolsa del niño. Cortó un poco de cinta aislante y
se acercó a él. Encendió el petardo, se lo metió en la boca y se la tapó con la
cinta. Héctor hizo todo lo posible por apagar la mecha con la lengua y con la
saliva, pero no lograba nada.
-Pensé que tu comportamiento era bueno, pero
he estado equivocado, espero que esto te sirva de lección. Has sido un niño
M-A-L-O.

El
desconocido cerró los ojos del cadáver de Héctor y apagó las luces de la sala,
se fue a la puerta y justo antes de cerrar dijo una breve frase.
-Espero que ahora pueda estudiar tranquilo.
-Espero que ahora pueda estudiar tranquilo.
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