Cuando
el mundo parecía que se había recuperado de la paliza mortal que la humanidad
le había propiciado, cuando podía divisarse una luz próspera al final del túnel
de la amargura, cuando todos pensaron que la tempestad había cesado… los cuatro
vinieron…
Era una
preciosa tarde de otoño. Silvana había
salido a la calle a dar un paseo. Durante su caminata fue viendo que los perros
y pájaros con los que se cruzaba actuaban de formas extrañas, alterados, como
si se avecinase una fuerte tormenta. Aunque mirando el cielo no es que hubieran
precisamente muchas nubes.
Silvana dobló la esquina y vio a un cúmulo de gente en la entrada de un bar. La curiosidad pudo con ella y fue hacia allí. Todos estaban mirando la pantalla del televisor, estaban las noticias de las seis con un informativo de última hora: un meteorito de gran calibre había impactado en las costas francesas del norte sin que los satélites hubieran detectado ningún tipo de cuerpo extraño que se acercara a la atmósfera, como si el meteorito hubiese aparecido de la nada. Asimismo, el impacto había provocado una gigantesca ola que se dirigía a la costa cantábrica y a Gran Bretaña. Francia había sido completamente arrasada por la ola ígnea.
Silvana dobló la esquina y vio a un cúmulo de gente en la entrada de un bar. La curiosidad pudo con ella y fue hacia allí. Todos estaban mirando la pantalla del televisor, estaban las noticias de las seis con un informativo de última hora: un meteorito de gran calibre había impactado en las costas francesas del norte sin que los satélites hubieran detectado ningún tipo de cuerpo extraño que se acercara a la atmósfera, como si el meteorito hubiese aparecido de la nada. Asimismo, el impacto había provocado una gigantesca ola que se dirigía a la costa cantábrica y a Gran Bretaña. Francia había sido completamente arrasada por la ola ígnea.
Nadie
entendía cómo había ocurrido tal catástrofe. Tan cerca de allí y no se pudo ver
en el cielo y tampoco se sintió el impacto. Silvana supuso que a lo mejor el
comportamiento de aquellos animales era debido a esto. ¿Cuántas personas
habrían muerto? Casi toda Francia había desaparecido del mapa envuelta en
escombros y cenizas… Que descansen en paz.
Pero
esos segundos de silencio duraron poco… Los gritos de algunos transeúntes
llamaron la atención de Silvana. Todos miraron al cielo y observaron con terror
como una roca de fuego volaba sobre ellos. Por suerte pasó de largo, aunque no
tendrían esa misma fortuna los norteños del lugar.
Alzaron
la vista de nuevo y divisaron otro meteorito… y otro, y otro más. Una lluvia
infernal se aproximaba a la Tierra y ellos sólo podían aguardar con impotencia.
La gente comenzó a ponerse a cubierto pisoteando a los que se cruzaban por su
camino. El olor a miedo había despertado la parte animal de aquellos homínidos.
Silvana no paraba de recibir empujones y cayó al suelo. Continuó recibiendo
pisotones de los demás impidiendo que se pudiera incorporar. No obstante en ese
momento fue lo mejor que la podrá haber pasado. Una explosión hizo volar un
grueso alambre a escasos metros del suelo que decapitó a todos los que huían en
aquella calle. Solamente los que yacían en el suelo se habían salvado de ese
atroz accidente.
Con
pavor a que volviera a ocurrir algo así y tras ver su primera masacre, Silvana
se incorporó y salió corriendo hacia su casa como una centella para avisar a
sus padres. Mientras corría tuvo que soportar terribles visiones: personas
gritando, muertos, sangre, vísceras, carne chamuscada. Todo esto debía ser un
sueño…
Una de
aquellas imágenes la dejó conmocionada. Un niño de unos siete años había sido
cortado por la mitad y la parte superior se arrastraba dejando tras de sí un
enorme río de sangre. Lo peor de todo es que la razón por la que se arrastraba
era para morir al lado de su madre, bueno, mejor dicho lo que quedaba de ella,
es decir, un brazo y su cabeza…
Su
cuerpo seguía corriendo, pero su cabeza aún estaba fijando la mirada en aquel
desdichado niño. Debido a que la chica no miraba al frente chocó contra algo
corpulento. Giró su cabeza y vio que era un hombre alto encapuchado y vestido
con una túnica roja, además portaba una enorme tizona.
-¿Por qué corres pequeña? No hay donde huir. –dijo el encapuchado carmesí.
-¿Quién eres… y… por qué llevas esa espada? –preguntó aterrada.
-No creo que importe mucho revelar nuestras
identidades el último día…
-¿Nuestras? ¿Último día? ¿Qué quieres decir?
-Soy Guerra.
Silvana
se quedó completamente pálida. Era imposible que se refiriese a Guerra, uno de
esos famosos jinetes… Y si eso resultaba cierto, entonces con último día se
refería a que el Apocalipsis había comenzado. Fuera como fuera, lo que tenía
ante ella era un hombre con un arma, tenía que alejarse de él. Salió corriendo
en dirección opuesta, pero al dar la vuelta a la manzana lo volvió a ver, ahora
a lomos de su caballo. No había duda, era el Segundo Jinete.
-Lo siento mucho pequeña, pero mi deber es
mataros, no hay alternativa más que la muerte.
Cerró
los ojos esperando el golpe de gracia. Sin embargo el único golpe que tuvo fue
uno de suerte. Otro extraño se abalanzó contra Guerra. Sabiendo ya de qué
trataba el asunto, Silvana pudo identificarle enseguida, puesto que había
atacado a Guerra con una guadaña. Efectivamente, era Muerte.
-Tú lo has dicho hermano, la otra alternativa
soy yo. Ella te vio a ti, de acuerdo, pero yo la estaba persiguiendo antes que
tú. Ella es mía.
Acababa
de entender que Muerte había evitado su ejecución no por ir en contra del
Apocalipsis, sino porque parecía que estaban compitiendo para ver quién
asesinaba más humanos. A pesar de ello, aprovechó esa oportunidad de disputa
entre ambos depredadores y volvió a huir. La cuestión era dónde huir. Francia
había sido exterminada por los Cuatro en pocos segundos, si el próximo objetivo
era España no tendría tiempo de hacer nada excepto esconderse y suplicar para
que la Diosa Fortuna la mantuviera con vida. ¿Y sus padres? ¿Y sus amigos? La
incertidumbre la carcomía por dentro.
El
relinche de un caballo la hizo parar en seco y darse la vuelta. Seguramente más
adelante estaría otro Jinete. Pero no, era todo una trampa, justo detrás suya
estaba otro de ellos, y viendo que llevaba en su mano una balanza supuso que
era Hambre. Quiso correr pero Hambre la había agarrado con extrema fuerza su
brazo.
-Disculpa a mis hermanos, ignoran el buen
trato hacia el prójimo.
-¿Vas… a matarme?
-Témome que sí, querida.
Con
toda esperanza destruida, Silvana rompió a llorar. Hambre decidió soltarla,
pero ella no huyó, tan solo se quedó acurrucada en el suelo lamentando su
prematura ejecución. Quedaba tanto por hacer, había tantas cosas que aún no
había experimentado. Y ahora todo llegaba a su fin, el “antropoteatro” cerraba
el telón.
Mientras
lloraba algo sucedió. Todo el ruido de destrucción y muerte cesó. Únicamente se
escuchaba su llanto. Muerte y Guerra pararon la riña y fueron a ver qué
ocurría. También apareció de la nada el último Jinete, la fémina Victoria.
-¿A qué se debe tanta aflicción? ¿Te asusta
la muerte? –preguntó
Victoria intrigada.
-No… -contestó secándose las lágrimas –no me asusta morir. Lo que me asusta es la
tremenda injusticia que se está cometiendo. ¿Quién ha dictaminado que nos ha
llegado la hora?
-El Séptimo Sello se ha roto. –respondió Muerte bruscamente.
-Yo os admiraba, os consideraba los
guardianes de nuestro mundo. Pero me he dado cuenta a esta temprana edad que
los ídolos se construyeron sobre piedra para poder ser destruidos. ¿Hacéis caso
a una moneda? Por siete insignificantes monedas resquebrajadas vais a
exterminar a mi raza… y no sólo eso, también destruiréis toda la vida del
planeta.
-Un mortal como tú jamás llegará a entender
la razón de nuestros actos. El Tribunal de los Reinos nos manda iniciar el
Apocalipsis. –afirmó
Guerra.
-Así que es eso… vosotros también tenéis
hilos atados en vuestros brazos y piernas.
-¿Qué insinúas, niña? –cuestionó malhumorado Guerra.
-Nada. Simplemente creí que existía el libre
albedrío más allá de mi mundo, donde había seres de mentes más avanzadas, más
acordes con aquel adjetivo que nosotros inventamos y nunca ponemos en práctica:
humanos. Pero no, vosotros también sois títeres de alguien superior y apuesto
mi alma a que ese Tribunal también tiene a un titiritero.
-Estoy harto de escuchar a esta alimaña…
Muerte
alzó su guadaña y se dispuso a decapitarla. Pero antes de que la hoja rozase el
cuello de Silvana, Victoria disparó una flecha que se clavó en la mano de
muerte provocando que soltase la guadaña.
-¿Qué se supone que estás haciendo Victoria,
te rebelas?
-Se te ha subido el poder a la cabeza,
hermano. ¿De verdad la has escuchado? ¿Y si tiene razón? Cuando nos crearon sí
dependíamos de aquel Tribunal, y llevamos saldando nuestra cuenta desde hace
siglos. El poder que nos otorgaron sobre los Reinos ya ha cobrado su deuda. ¿No
crees que ya va siendo hora de dejar de comportarnos como sumisos ante ellos?
Simplemente te pregunto: ¿alguna vez el Tribunal nos ha dicho la razón por la
que la Tierra ha de ser destruida?
Los
Cuatro Jinetes permanecieron en silencio mientras la mirada expectante de
Silvana estaba clavada en ellos. Todos reflexionaban acerca de aquel asunto,
porque era verdad, estaban actuando como simples autómatas, una descripción que
no se albergaba en ningún lugar de aquellos jinetes de leyenda, no eran ellos,
verdaderamente se habían convertido en muñecos de una pura dictadura. El
Tribunal de los Reinos tenía que contestar a algunas preguntas. Ante ese
incómodo silencio Silvana quiso saber algo.
-Siento molestaros, pero… ¿me dejáis libre?
-Pequeña, creo que hablo por nosotros cuatro
cuando te digo que el Apocalipsis ha concluido. -respondió gustosamente Hambre.
No
obstante, el acuerdo al que llegaron los Cuatro no hizo más que empeorar la
situación. El suelo se abrió ante ellos emitiendo flujos de lava. Una enorme
grieta permitió el ascenso de un ente envuelto en magma. Literalmente estaba
volando, y cuando salió a la superficie se interpuso entre los Cuatro y
Silvana. Nada más la lava descendió por su cuerpo destapando su rostro los
Jinetes reconocieron al ente: era un Juez del Tribunal de los Reinos.
-Así que… vais a desobedecer las órdenes del
Tribunal. Muy bien, que os neguéis a seguir con el objetivo no quiere decir que
el Apocalipsis vaya a concluir. Hace mucho tiempo que teníamos una alternativa
a esto por si vuestras mentes eran manipuladas por estas criaturas.
-¡No han sido manipuladas por nadie excepto
por vosotros! –gritó
Victoria –no vamos a permitir que el
Apocalipsis siga su curso, ellos no se merecen esto, no son responsables de lo
que sucedió allá arriba, sólo usáis la Tierra como desahogo.
-¿Y lo vais a evitar vosotros? ¡No estáis ni
vivos! Simplemente sois unos organismos sintéticos que se crearon para guardar
los Reinos.
-Exacto. Y eso es lo que vamos a hacer.
Guardar la Tierra de estos repugnantes actos. –contestó Muerte.
-Me parece que no sabéis a quiénes os estáis
enfrentando… Con chascar un dedo puedo arrebataros ese intento fallido de vida
que se os otorgó, puedo arrancaros de cuajo vuestros poderes y no seréis más
que un poco de carne y huesos mal unidos.
-Razón no le falta –dijo Hambre en voz baja –no tenemos posibilidad alguna frente a los
Jueces… Pueden destruirnos cundo les venga en gana. Esto es el acabose.
-Fantástico, estáis recapacitando… -declaró el Juez al ver que las ganas
revolucionarias de los Cuatro se esfumaban –espero
que no haya ningún retraso más con respecto al trabajo. Comenzad matando a ese
ser.
Los
Cuatro Jinetes se giraron en dirección a Silvana. Sus rostros habían cambiado,
con expresión de rendidos la miraron, no hacía falta el habla para que ella
comprendiese que debían seguir con el proceso del Apocalipsis.

El
Juez, por su lado, con los ojos totalmente abiertos, suspiró y levantó sus
manos a la misma vez que pronunciaba unas palabras en un lenguaje
incomprensible. Guerra se dio la vuelta
y mandó a la chica que huyera de allí. Silvana no quería, pero los otros tres
la gritaron para que saliera corriendo. Estaba harta de correr como una
cobarde. Pero debía conformarse, si los Cuatro la estaban advirtiendo sería por
algo, una simple mortal solamente obstaculizaría las cosas en aquel momento.
Corrió
al portal más cercano y observó la escena. El Juez empezó a moverse a una
velocidad vertiginosa, ninguno de los Cuatro podía desviar sus ataques… En
pocos segundos habían sido completamente reducidos. Fue entonces cuando puso
sus manos sobre el pecho de cada uno. Silvana no entendía por qué estaba
haciendo aquello, pero por esas extrañas esencias humeantes que emanaban de sus
pechos supuso que les estaba robando la vida. Era tontería quedarse quieta, si
no hacía nada el Apocalipsis seguiría su curso y moriría igualmente, al menos
quería una oportunidad para sobrevivir.
Aprovechando
que el Juez no estaba muy atento al entorno, Silvana corrió hacia él y le
embistió. El Juez dio un grito de rabia y cargó contra ella lanzándola varios
metros hacia arriba. El tremendo aullido de dolor que soltó provocó que los
Cuatro reaccionaran y se levantaran. Agarraron sus armas de nuevo y
arremetieron contra el Juez. Victoria cogió a Silvana antes de que cayera al
suelo. Agradeció su ayuda pero pidió de nuevo que se alejase.
-No quiero irme, prefiero arriesgar mi vida
para salvar la de millones que esconderme como una cobarde y observar como los
demás caen.
-Jamás conocí un humano como tú… -confesó asombraba Victoria.
-Realmente soy del montón, pero nosotros nos
caracterizamos por algo. Podemos parecer los más perezosos, los más débiles,
los más inservibles en todo este ciclo vital. Pero también tenemos miedo y es
precisamente ese miedo el que nos transforma… el miedo a perder a nuestros
seres queridos, el miedo a lo desconocido, el miedo al final… el miedo en
general, es eso lo que nos vuelve héroes aunque suene contradictorio. Porque
cuando no quieres perder algo, el miedo deja de ser un paralizador y se
convierte en el mayor aliciente que jamás ha existido. Sí, tengo miedo, pero no
soy una cobarde, el miedo me hace humana y luchadora…
Victoria
se había quedado sin palabras. Nunca pensó que un ser inferior a ellos pudiese
reunir el valor para afrontar algo que ni los más poderosos se replantearían.
Al parecer el adjetivo mortal no tenía que ser siempre algo negativo,
precisamente esa posibilidad de morir era lo que les otorgaba tamaña fuerza.
Increíble. La Jinete asintió con la cabeza y la cogió de la mano. Ambas se unieron
a la pelea.
La
oscuridad desaparecía poco a poco permitiendo al Sol iluminar las calles. Los
Cuatro tenían que volver al sitio del que procedían. Todo acababa de empezar,
había muchas cosas que debían remediar y otras muchas que cambiar en el
Tribunal. Sus monturas ya estaban listas para emprender el viaje, sin embargo,
antes de ello, habían llevado el cuerpo de la chica al parque más cercano y la
habían enterrado para que estuviera por siempre en sinergia con el mundo por el
que tanto había luchado. Justo en el montón de tierra donde su cuerpo reposaba, los Cuatro Jinetes habían escrito una breve frase, la única marca de otro mundo
en este, el mortal:
Al fin
parecía que había esperanza. Los golpes que recibía y las heridas que le hacían
al Juez lo corroboraban. Si mataban a uno de los Jueces entonces tendrían en
cuenta el poder de aquellos que fueron manejados, quedaba poco para cumplir esa
idea. Cada gota sangre que resbalaba por la piel del Juez les acercaba más a la
liberación del Apocalipsis.
Desgraciadamente
el Juez solamente estaba jugando con ellos. Cuando vio que era suficiente
golpeó con los pies el suelo y lanzó por los aires a todos. Antes de caer alzó
las manos y los hizo levitar. Continuó entonces con el ritual y finalmente le
arrebató los poderes a los Jinetes. Ninguno de ellos pudo hacer nada para
eludir tal robo. Tras ello los lanzó bruscamente contra el suelo y anduvo
despacio hacia Silvana.
Ella
pidió ayuda a los Cuatro, pero se habían quedado sin fuerzas y la única acción
que recibía de ellos era el susurro de “no podemos hacer nada, todo está perdido”. Sin el poder que les había sido otorgado la
valentía se había esfumado de sus cuerpos. Silvana se había dañado uno de sus
fémures al caer y no podía incorporarse. Gritaba sin parar pidiendo auxilio,
pero no recibía respuesta a excepción de rendición. El Juez llegó a donde
estaba Silvana, se agachó la miró y sonrió.
-Has luchado bien por tu mundo, pero eso no
va a evitar lo irremediable. Intentaré al menos matarte de una forma no muy
dolorosa, aunque… mis métodos son conocidos por el gran daño que causo.
De sus
dedos brotaron rayos que atravesaron el cuerpo de ella al completo. Seguía
pidiendo ayuda como podía. Nada… Ya estaba su cara envuelta en lágrimas y
sangre y los Jinetes seguían con la mirada perdida. Cinco segundos después Silvana cayó
al suelo sin apenas respiración. El ruido del impacto hizo que los Cuatro se
giraran hacia ella. Tan sólo susurraron un “lo siento, no había nada que hacer”.
El Juez se apartó de ella y se marchó para acabar lo que sus títeres no
pudieron acabar.
-Pensáis que sin esos poderes no seréis
capaces de plantarle cara… pero eso es mera ficción… simple teatro… como los
hilos que os manejaban… no hay que perder la esperanza…. no hay que huir del
miedo… hay que… domarlo…
Y
Silvana exhaló su último aliento.
Pero su
muerte no fue en vano. Algo floreció en el interior de los Cuatro, una energía
reprimida que la ignorancia virtualizada por los Jueces les había hecho
olvidar. Tanto tiempo con sus falsos corazones latiendo les había dado lo que
necesitaban. Silvana llevaba razón, esa esencia que les había arrebatado el
Juez no era más que un bonito juego de colores gaseosos. ¿Acaso habían olvidado
quiénes eran? Eran los Cuatro Jinetes, Victoria, Guerra, Hambre y Muerte. Invocaron
a sus caballos y se precipitaron contra el Juez.
-¡Oh! Veo que habéis recuperado fuerzas.
Deberíais haberlas guardado para seguir con vida, pero ahora me veo en la
obligación de arrancároslas también. Una pena.
El Juez
realizó nuevamente el ritual. No obstante esta vez se quedó boquiabierto al
comprobar que no caían ante su ilusión.
-¡¿Cómo es posible?! –gritó enrabietado el Juez.
-Esa inocente que has matado nos ha enseñado
que no siempre los grandes tienen el verdadero poder. –contestaron al unísono, como si
fueran un mismo organismo –nos ha hecho
darnos cuenta de que vosotros nos manejáis con miedo para hacer vuestros
trabajos sucios, para no ensuciaros las manos en ningún momento; las disputas
que queréis llevar a cabo las realizáis a manos de peones. Pero es ese miedo el
que debemos transformar para derrocaros. Sí… asústate, tienes muchas razones
para hacerlo.
-¡Yo no tengo miedo! ¿Acaso lo tenéis
vosotros?
-No lo negamos… Sois vosotros los que fingís
que no nos teméis, y es precisamente esa sospecha de tranquilidad la que nos
hace pensar siempre que no seremos capaces de rebelarnos y salir victoriosos,
por eso cualquier indicio de revuelta lo finiquitáis enseguida, ¿no? Hemos
obedecido demasiado tiempo las órdenes de gente que tenía menos poder que el de
una alimaña… Los peones han llegado al final del tablero, ahora nos toca ser la
pieza maestra.
El Juez
no podía creer lo que estaba escuchando. Los Cuatro Jinetes se habían puesto en
contra de sus mismísimos creadores. Y razón no les faltaba, en lo que se
refería a poder, nadie podía superarles en el Tribunal de los Reinos.
Intentó
escapar de los Cuatro, pero los caballos eran veloces. Apenas duró segundos su
vida cuando los Cuatro saltaron hacia él. Con esa muestra de poder, de rebelión, la orden del Apocalipsis concluyó dejando
tras de sí miles de muertos que no habían tenido nada que ver y habían pagado
el precio… Entre esos miles se hallaba la chica que salvó la Tierra, aunque
fuera tarde para que ella se percatase, Silvana, aquella mortal que había enseñado una gran lección a unos seres ajenos a su mundo. Su alma podría
descansar en paz ahora…

Gracias
Silvana.
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