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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Supremacía


Cuando el mundo parecía que se había recuperado de la paliza mortal que la humanidad le había propiciado, cuando podía divisarse una luz próspera al final del túnel de la amargura, cuando todos pensaron que la tempestad había cesado… los cuatro vinieron…


Era una preciosa tarde de otoño.  Silvana había salido a la calle a dar un paseo. Durante su caminata fue viendo que los perros y pájaros con los que se cruzaba actuaban de formas extrañas, alterados, como si se avecinase una fuerte tormenta. Aunque mirando el cielo no es que hubieran precisamente muchas nubes. 

Silvana dobló la esquina y vio a un cúmulo de gente en la entrada de un bar. La curiosidad pudo con ella y fue hacia allí. Todos estaban mirando la pantalla del televisor, estaban las noticias de las seis con un informativo de última hora: un meteorito de gran calibre había impactado en las costas francesas del norte sin que los satélites hubieran detectado ningún tipo de cuerpo extraño que se acercara a la atmósfera, como si el meteorito hubiese aparecido de la nada. Asimismo, el impacto había provocado una gigantesca ola que se dirigía a la costa cantábrica y a Gran Bretaña. Francia había sido completamente arrasada por la ola ígnea.

Nadie entendía cómo había ocurrido tal catástrofe. Tan cerca de allí y no se pudo ver en el cielo y tampoco se sintió el impacto. Silvana supuso que a lo mejor el comportamiento de aquellos animales era debido a esto. ¿Cuántas personas habrían muerto? Casi toda Francia había desaparecido del mapa envuelta en escombros y cenizas… Que descansen en paz.

Pero esos segundos de silencio duraron poco… Los gritos de algunos transeúntes llamaron la atención de Silvana. Todos miraron al cielo y observaron con terror como una roca de fuego volaba sobre ellos. Por suerte pasó de largo, aunque no tendrían esa misma fortuna los norteños del lugar.

Alzaron la vista de nuevo y divisaron otro meteorito… y otro, y otro más. Una lluvia infernal se aproximaba a la Tierra y ellos sólo podían aguardar con impotencia. La gente comenzó a ponerse a cubierto pisoteando a los que se cruzaban por su camino. El olor a miedo había despertado la parte animal de aquellos homínidos. Silvana no paraba de recibir empujones y cayó al suelo. Continuó recibiendo pisotones de los demás impidiendo que se pudiera incorporar. No obstante en ese momento fue lo mejor que la podrá haber pasado. Una explosión hizo volar un grueso alambre a escasos metros del suelo que decapitó a todos los que huían en aquella calle. Solamente los que yacían en el suelo se habían salvado de ese atroz accidente.

Con pavor a que volviera a ocurrir algo así y tras ver su primera masacre, Silvana se incorporó y salió corriendo hacia su casa como una centella para avisar a sus padres. Mientras corría tuvo que soportar terribles visiones: personas gritando, muertos, sangre, vísceras, carne chamuscada. Todo esto debía ser un sueño…
Una de aquellas imágenes la dejó conmocionada. Un niño de unos siete años había sido cortado por la mitad y la parte superior se arrastraba dejando tras de sí un enorme río de sangre. Lo peor de todo es que la razón por la que se arrastraba era para morir al lado de su madre, bueno, mejor dicho lo que quedaba de ella, es decir, un brazo y su cabeza…

Su cuerpo seguía corriendo, pero su cabeza aún estaba fijando la mirada en aquel desdichado niño. Debido a que la chica no miraba al frente chocó contra algo corpulento. Giró su cabeza y vio que era un hombre alto encapuchado y vestido con una túnica roja, además portaba una enorme tizona.

-¿Por qué corres pequeña? No hay donde huir. –dijo el encapuchado carmesí.

-¿Quién eres… y… por qué llevas esa espada? –preguntó aterrada.

-No creo que importe mucho revelar nuestras identidades el último día…

-¿Nuestras? ¿Último día? ¿Qué quieres decir?

-Soy Guerra.

Silvana se quedó completamente pálida. Era imposible que se refiriese a Guerra, uno de esos famosos jinetes… Y si eso resultaba cierto, entonces con último día se refería a que el Apocalipsis había comenzado. Fuera como fuera, lo que tenía ante ella era un hombre con un arma, tenía que alejarse de él. Salió corriendo en dirección opuesta, pero al dar la vuelta a la manzana lo volvió a ver, ahora a lomos de su caballo. No había duda, era el Segundo Jinete.

-Lo siento mucho pequeña, pero mi deber es mataros, no hay alternativa más que la muerte.

Cerró los ojos esperando el golpe de gracia. Sin embargo el único golpe que tuvo fue uno de suerte. Otro extraño se abalanzó contra Guerra. Sabiendo ya de qué trataba el asunto, Silvana pudo identificarle enseguida, puesto que había atacado a Guerra con una guadaña. Efectivamente, era Muerte.

-Tú lo has dicho hermano, la otra alternativa soy yo. Ella te vio a ti, de acuerdo, pero yo la estaba persiguiendo antes que tú. Ella es mía.

Acababa de entender que Muerte había evitado su ejecución no por ir en contra del Apocalipsis, sino porque parecía que estaban compitiendo para ver quién asesinaba más humanos. A pesar de ello, aprovechó esa oportunidad de disputa entre ambos depredadores y volvió a huir. La cuestión era dónde huir. Francia había sido exterminada por los Cuatro en pocos segundos, si el próximo objetivo era España no tendría tiempo de hacer nada excepto esconderse y suplicar para que la Diosa Fortuna la mantuviera con vida. ¿Y sus padres? ¿Y sus amigos? La incertidumbre la carcomía por dentro.

El relinche de un caballo la hizo parar en seco y darse la vuelta. Seguramente más adelante estaría otro Jinete. Pero no, era todo una trampa, justo detrás suya estaba otro de ellos, y viendo que llevaba en su mano una balanza supuso que era Hambre. Quiso correr pero Hambre la había agarrado con extrema fuerza su brazo.

-Disculpa a mis hermanos, ignoran el buen trato hacia el prójimo.

-¿Vas… a matarme?

-Témome que sí, querida.

Con toda esperanza destruida, Silvana rompió a llorar. Hambre decidió soltarla, pero ella no huyó, tan solo se quedó acurrucada en el suelo lamentando su prematura ejecución. Quedaba tanto por hacer, había tantas cosas que aún no había experimentado. Y ahora todo llegaba a su fin, el “antropoteatro” cerraba el telón.

Mientras lloraba algo sucedió. Todo el ruido de destrucción y muerte cesó. Únicamente se escuchaba su llanto. Muerte y Guerra pararon la riña y fueron a ver qué ocurría. También apareció de la nada el último Jinete, la fémina Victoria.

-¿A qué se debe tanta aflicción? ¿Te asusta la muerte? –preguntó Victoria intrigada.

-No… -contestó secándose las lágrimas –no me asusta morir. Lo que me asusta es la tremenda injusticia que se está cometiendo. ¿Quién ha dictaminado que nos ha llegado la hora?

-El Séptimo Sello se ha roto. –respondió Muerte bruscamente.

-Yo os admiraba, os consideraba los guardianes de nuestro mundo. Pero me he dado cuenta a esta temprana edad que los ídolos se construyeron sobre piedra para poder ser destruidos. ¿Hacéis caso a una moneda? Por siete insignificantes monedas resquebrajadas vais a exterminar a mi raza… y no sólo eso, también destruiréis toda la vida del planeta.

-Un mortal como tú jamás llegará a entender la razón de nuestros actos. El Tribunal de los Reinos nos manda iniciar el Apocalipsis. –afirmó Guerra.

-Así que es eso… vosotros también tenéis hilos atados en vuestros brazos y piernas.

-¿Qué insinúas, niña? –cuestionó malhumorado Guerra.

-Nada. Simplemente creí que existía el libre albedrío más allá de mi mundo, donde había seres de mentes más avanzadas, más acordes con aquel adjetivo que nosotros inventamos y nunca ponemos en práctica: humanos. Pero no, vosotros también sois títeres de alguien superior y apuesto mi alma a que ese Tribunal también tiene a un titiritero.

-Estoy harto de escuchar a esta alimaña…

Muerte alzó su guadaña y se dispuso a decapitarla. Pero antes de que la hoja rozase el cuello de Silvana, Victoria disparó una flecha que se clavó en la mano de muerte provocando que soltase la guadaña.

-¿Qué se supone que estás haciendo Victoria, te rebelas?

-Se te ha subido el poder a la cabeza, hermano. ¿De verdad la has escuchado? ¿Y si tiene razón? Cuando nos crearon sí dependíamos de aquel Tribunal, y llevamos saldando nuestra cuenta desde hace siglos. El poder que nos otorgaron sobre los Reinos ya ha cobrado su deuda. ¿No crees que ya va siendo hora de dejar de comportarnos como sumisos ante ellos? Simplemente te pregunto: ¿alguna vez el Tribunal nos ha dicho la razón por la que la Tierra ha de ser destruida?

Los Cuatro Jinetes permanecieron en silencio mientras la mirada expectante de Silvana estaba clavada en ellos. Todos reflexionaban acerca de aquel asunto, porque era verdad, estaban actuando como simples autómatas, una descripción que no se albergaba en ningún lugar de aquellos jinetes de leyenda, no eran ellos, verdaderamente se habían convertido en muñecos de una pura dictadura. El Tribunal de los Reinos tenía que contestar a algunas preguntas. Ante ese incómodo silencio Silvana quiso saber algo.

-Siento molestaros, pero… ¿me dejáis libre?

-Pequeña, creo que hablo por nosotros cuatro cuando te digo que el Apocalipsis ha concluido. -respondió gustosamente Hambre.

No obstante, el acuerdo al que llegaron los Cuatro no hizo más que empeorar la situación. El suelo se abrió ante ellos emitiendo flujos de lava. Una enorme grieta permitió el ascenso de un ente envuelto en magma. Literalmente estaba volando, y cuando salió a la superficie se interpuso entre los Cuatro y Silvana. Nada más la lava descendió por su cuerpo destapando su rostro los Jinetes reconocieron al ente: era un Juez del Tribunal de los Reinos.

-Así que… vais a desobedecer las órdenes del Tribunal. Muy bien, que os neguéis a seguir con el objetivo no quiere decir que el Apocalipsis vaya a concluir. Hace mucho tiempo que teníamos una alternativa a esto por si vuestras mentes eran manipuladas por estas criaturas.

-¡No han sido manipuladas por nadie excepto por vosotros! –gritó Victoria –no vamos a permitir que el Apocalipsis siga su curso, ellos no se merecen esto, no son responsables de lo que sucedió allá arriba, sólo usáis la Tierra como desahogo.

-¿Y lo vais a evitar vosotros? ¡No estáis ni vivos! Simplemente sois unos organismos sintéticos que se crearon para guardar los Reinos.

-Exacto. Y eso es lo que vamos a hacer. Guardar la Tierra de estos repugnantes actos. –contestó Muerte.

-Me parece que no sabéis a quiénes os estáis enfrentando… Con chascar un dedo puedo arrebataros ese intento fallido de vida que se os otorgó, puedo arrancaros de cuajo vuestros poderes y no seréis más que un poco de carne y huesos mal unidos.

-Razón no le falta –dijo Hambre en voz baja –no tenemos posibilidad alguna frente a los Jueces… Pueden destruirnos cundo les venga en gana. Esto es el acabose.

-Fantástico, estáis recapacitando…  -declaró el Juez al ver que las ganas revolucionarias de los Cuatro se esfumaban –espero que no haya ningún retraso más con respecto al trabajo. Comenzad matando a ese ser.

Los Cuatro Jinetes se giraron en dirección a Silvana. Sus rostros habían cambiado, con expresión de rendidos la miraron, no hacía falta el habla para que ella comprendiese que debían seguir con el proceso del Apocalipsis.

Lentamente caminaron hacia ella. Silvana apretó los dientes con ira y cerró los ojos. El Juez sonreía mientras los Cuatro acataban su orden. Y aunque todo parecía perdido, Silvana se sorprendió cuando escuchó sus armas caer al suelo. Abrió los ojos y contempló como los Jinetes simplemente se habían aproximado a ella para protegerla del Juez.

El Juez, por su lado, con los ojos totalmente abiertos, suspiró y levantó sus manos a la misma vez que pronunciaba unas palabras en un lenguaje incomprensible.  Guerra se dio la vuelta y mandó a la chica que huyera de allí. Silvana no quería, pero los otros tres la gritaron para que saliera corriendo. Estaba harta de correr como una cobarde. Pero debía conformarse, si los Cuatro la estaban advirtiendo sería por algo, una simple mortal solamente obstaculizaría las cosas en aquel momento.

Corrió al portal más cercano y observó la escena. El Juez empezó a moverse a una velocidad vertiginosa, ninguno de los Cuatro podía desviar sus ataques… En pocos segundos habían sido completamente reducidos. Fue entonces cuando puso sus manos sobre el pecho de cada uno. Silvana no entendía por qué estaba haciendo aquello, pero por esas extrañas esencias humeantes que emanaban de sus pechos supuso que les estaba robando la vida. Era tontería quedarse quieta, si no hacía nada el Apocalipsis seguiría su curso y moriría igualmente, al menos quería una oportunidad para sobrevivir.

Aprovechando que el Juez no estaba muy atento al entorno, Silvana corrió hacia él y le embistió. El Juez dio un grito de rabia y cargó contra ella lanzándola varios metros hacia arriba. El tremendo aullido de dolor que soltó provocó que los Cuatro reaccionaran y se levantaran. Agarraron sus armas de nuevo y arremetieron contra el Juez. Victoria cogió a Silvana antes de que cayera al suelo. Agradeció su ayuda pero pidió de nuevo que se alejase.

-No quiero irme, prefiero arriesgar mi vida para salvar la de millones que esconderme como una cobarde y observar como los demás caen.

-Jamás conocí un humano como tú… -confesó asombraba Victoria.

-Realmente soy del montón, pero nosotros nos caracterizamos por algo. Podemos parecer los más perezosos, los más débiles, los más inservibles en todo este ciclo vital. Pero también tenemos miedo y es precisamente ese miedo el que nos transforma… el miedo a perder a nuestros seres queridos, el miedo a lo desconocido, el miedo al final… el miedo en general, es eso lo que nos vuelve héroes aunque suene contradictorio. Porque cuando no quieres perder algo, el miedo deja de ser un paralizador y se convierte en el mayor aliciente que jamás ha existido. Sí, tengo miedo, pero no soy una cobarde, el miedo me hace humana y luchadora…

Victoria se había quedado sin palabras. Nunca pensó que un ser inferior a ellos pudiese reunir el valor para afrontar algo que ni los más poderosos se replantearían. Al parecer el adjetivo mortal no tenía que ser siempre algo negativo, precisamente esa posibilidad de morir era lo que les otorgaba tamaña fuerza. Increíble. La Jinete asintió con la cabeza y la cogió de la mano. Ambas se unieron a la pelea.


Al fin parecía que había esperanza. Los golpes que recibía y las heridas que le hacían al Juez lo corroboraban. Si mataban a uno de los Jueces entonces tendrían en cuenta el poder de aquellos que fueron manejados, quedaba poco para cumplir esa idea. Cada gota sangre que resbalaba por la piel del Juez les acercaba más a la liberación del Apocalipsis.


Desgraciadamente el Juez solamente estaba jugando con ellos. Cuando vio que era suficiente golpeó con los pies el suelo y lanzó por los aires a todos. Antes de caer alzó las manos y los hizo levitar. Continuó entonces con el ritual y finalmente le arrebató los poderes a los Jinetes. Ninguno de ellos pudo hacer nada para eludir tal robo. Tras ello los lanzó bruscamente contra el suelo y anduvo despacio hacia Silvana.



Ella pidió ayuda a los Cuatro, pero se habían quedado sin fuerzas y la única acción que recibía de ellos era el susurro de “no podemos hacer nada, todo está perdido”.  Sin el poder que les había sido otorgado la valentía se había esfumado de sus cuerpos. Silvana se había dañado uno de sus fémures al caer y no podía incorporarse. Gritaba sin parar pidiendo auxilio, pero no recibía respuesta a excepción de rendición. El Juez llegó a donde estaba Silvana, se agachó la miró y sonrió.

-Has luchado bien por tu mundo, pero eso no va a evitar lo irremediable. Intentaré al menos matarte de una forma no muy dolorosa, aunque… mis métodos son conocidos por el gran daño que causo.

De sus dedos brotaron rayos que atravesaron el cuerpo de ella al completo. Seguía pidiendo ayuda como podía. Nada… Ya estaba su cara envuelta en lágrimas y sangre y los Jinetes seguían con la mirada perdida. Cinco segundos después Silvana cayó al suelo sin apenas respiración. El ruido del impacto hizo que los Cuatro se giraran hacia ella. Tan sólo susurraron un “lo siento, no había nada que hacer”. El Juez se apartó de ella y se marchó para acabar lo que sus títeres no pudieron acabar.

-Pensáis que sin esos poderes no seréis capaces de plantarle cara… pero eso es mera ficción… simple teatro… como los hilos que os manejaban… no hay que perder la esperanza…. no hay que huir del miedo… hay que… domarlo…

Y Silvana exhaló su último aliento.

Pero su muerte no fue en vano. Algo floreció en el interior de los Cuatro, una energía reprimida que la ignorancia virtualizada por los Jueces les había hecho olvidar. Tanto tiempo con sus falsos corazones latiendo les había dado lo que necesitaban. Silvana llevaba razón, esa esencia que les había arrebatado el Juez no era más que un bonito juego de colores gaseosos. ¿Acaso habían olvidado quiénes eran? Eran los Cuatro Jinetes, Victoria, Guerra, Hambre y Muerte. Invocaron a sus caballos y se precipitaron contra el Juez.

-¡Oh! Veo que habéis recuperado fuerzas. Deberíais haberlas guardado para seguir con vida, pero ahora me veo en la obligación de arrancároslas también. Una pena.

El Juez realizó nuevamente el ritual. No obstante esta vez se quedó boquiabierto al comprobar que no caían ante su ilusión.

-¡¿Cómo es posible?! –gritó enrabietado el Juez.

-Esa inocente que has matado nos ha enseñado que no siempre los grandes tienen el verdadero poder. –contestaron al unísono, como si fueran un mismo organismo –nos ha hecho darnos cuenta de que vosotros nos manejáis con miedo para hacer vuestros trabajos sucios, para no ensuciaros las manos en ningún momento; las disputas que queréis llevar a cabo las realizáis a manos de peones. Pero es ese miedo el que debemos transformar para derrocaros. Sí… asústate, tienes muchas razones para hacerlo.

-¡Yo no tengo miedo! ¿Acaso lo tenéis vosotros?

-No lo negamos… Sois vosotros los que fingís que no nos teméis, y es precisamente esa sospecha de tranquilidad la que nos hace pensar siempre que no seremos capaces de rebelarnos y salir victoriosos, por eso cualquier indicio de revuelta lo finiquitáis enseguida, ¿no? Hemos obedecido demasiado tiempo las órdenes de gente que tenía menos poder que el de una alimaña… Los peones han llegado al final del tablero, ahora nos toca ser la pieza maestra.

El Juez no podía creer lo que estaba escuchando. Los Cuatro Jinetes se habían puesto en contra de sus mismísimos creadores. Y razón no les faltaba, en lo que se refería a poder, nadie podía superarles en el Tribunal de los Reinos.

Intentó escapar de los Cuatro, pero los caballos eran veloces. Apenas duró segundos su vida cuando los Cuatro saltaron hacia él. Con esa muestra de poder, de rebelión,  la orden del Apocalipsis concluyó dejando tras de sí miles de muertos que no habían tenido nada que ver y habían pagado el precio… Entre esos miles se hallaba la chica que salvó la Tierra, aunque fuera tarde para que ella se percatase, Silvana, aquella mortal que había enseñado una gran lección a unos seres ajenos a su mundo. Su alma podría descansar en paz ahora…

La oscuridad desaparecía poco a poco permitiendo al Sol iluminar las calles. Los Cuatro tenían que volver al sitio del que procedían. Todo acababa de empezar, había muchas cosas que debían remediar y otras muchas que cambiar en el Tribunal. Sus monturas ya estaban listas para emprender el viaje, sin embargo, antes de ello, habían llevado el cuerpo de la chica al parque más cercano y la habían enterrado para que estuviera por siempre en sinergia con el mundo por el que tanto había luchado. Justo en el montón de tierra donde su cuerpo reposaba, los Cuatro Jinetes habían escrito una breve frase, la única marca de otro mundo en este, el mortal:

Gracias Silvana.

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