Amarga aflicción
que condenas nuestras almas al olvido,
yo quisiera pedirte opinión
¿qué he de hacer conmigo?
Hace tiempo que busco respuesta
porque cada vez lo veo más turbio.
Esta amarga vida mía
de sangre cada día ensucio.
Mas si fuera necesario
cualquier sacrificio yo haría
para librarme de esta condena…
¿qué es lo que hacer debería?
He indagado en incontables libros,
pero nada se acerca a esto…
Y admito que por un lado me gusta,
pero por otro lo detesto.
Con palabras no puedo describir
aquello de lo que me aquejo.
Pido ayuda a gritos, de verdad,
aunque nadie me da consejo.
Escapar me es imposible
y cura alguna no puedo hallar.
Ni al peor de mis enemigos
jamás esto le podría desear…
¿Y qué es eso que ahora huelo?
Ah, vale, creo que ya me acuerdo,
es el hedor a podredumbre
digno de alguien como yo, muerto.
¿Y qué es eso que noto ahora?
Oh, cierto, ya logro recordar,
es el frío abrazo de la Parca,
don de los que no pueden respirar.
Si al menos el dolor no se propagara,
si al menos a otros yo no dañara,
si estos instintos viscerales no acatara,
si no caminase y en paz yo descansara…
No recuerdo cuando empezó,
tan sólo sé que desperté un día,
y pude sentirlo, el mismo no era,
supe que constantes vitales no tenía.
Desde entonces tengo algo,
una necesidad vital de matar,
para así hacer sentir al prójimo
lo que siento yo cada día al despertar.
Pulmones que de aire no se llenan
un corazón que se olvidó de palpitar,
una fisiología que se guía por el nihilismo
de los habitantes del más allá.
¡Ojalá mi cerebro respondiera
a los deseos de este desdichado!
Sin embargo no hay sinapsis que valga;
embriagado por la muerte me hallo…
La incertidumbre es mi diosa,
la no-muerte mi yugo,
mi carcasa es la víctima
y el tiempo mi verdugo.
Y es que en cierto sentido
todo esto tiene su gracia,
ahora sigo las pautas
de una
exánime idiosincrasia.
Porque antes amaba la vida,
no había cosa que apreciase más
que la armonía y la felicidad
que me han arrebatado sin preguntar.
¿Acaso es lo que me merezco,
qué hice mal en el pasado?
No puedo comprender nada,
la locura en mí ha arraigado.
Sí, necesito matar más,
no quiero ser el único,
me da miedo estar solo
en este estadío tóxico.
Nada de lo que os narro
tiene sentido alguno,
sólo los que cruzamos la línea
podemos comprender dicho mundo.
Los cadáveres se amontonan
en las esquinas de mi habitación.
Aún no he logrado que ninguno ande
y ni mucho menos oír su respiración.
¿Y si quizás soy un afortunado?
Uno que evadió la desdicha
de esos que la vida abandonan
debido a que la Parca se encapricha.
¿¡Qué diantres estoy diciendo!?
Esto no se puede llamar suerte,
me asemejo más a un péndulo
que oscila entre la vida y la muerte.
Ir a un psicólogo, hecho.
E incluso visité al matasanos.
Pero no tuve alivio alguno…
ni matándolos con mis propias manos.
Lo que antes era la rutina
de trabajar para vivir,
ahora es la cruel monotonía
de masacrar para morir.
Pues supongo que
si esto es otra oportunidad,
mis repugnantes actos
a la tumba me devolverán.
Estoy seguro, sí,
más sangre he de derramar.
Dios, Anubis, Caronte,
alguien, ¡dadme muerte ya!
Juro que no pararé,
no voy a cesar jamás.
Esto no lo considero vida,
sólo anhelo descansar en paz.
Sinceramente, ¿qué me ocurre?
Ayer mismo maté a un crío
y no sentí ningún remordimiento,
tan solo simple vacío.
Mi interior es así como está.
Una oscuridad indescriptible
se alberga en mí
dotándome de una vileza tangible.
Y es que ya ni distingo
entre bien, mal, moral y amoral,
pues hago caso omiso
a esas pautas de la sociedad.
hace que me guie por la intuición
de aquel que considera
el grito ajeno una hermosa canción.
Y por las noches lloro
acurrucado en mi cama,
sin que nadie quiera consolar
a este ser sin alma.
El carmesí de la sangre,
el gris de la amargura,
el rojo de la ira
y el blanco de la locura.
Días y noches pasan
sin que me percate
¿pero cuánto mal he de causar
para que me aclimate?
La respuesta se halla en la sangre,
¡de tal líquido yo carezco!
Deberé seguir matando;
sí, de crueldad yo padezco.
Pero tengo que elegir
entre vagar por dos mundos
o salvarme a un precio:
ir sembrando difuntos.
Te reto a ti
a que te pongas en mi lugar,
¿o piensas que para mí
es tan fácil asesinar?
Ancianos, jóvenes, niños…
de sus sangres mi cara manchada,
¿creéis que quiero hacerlo,
pensáis que no sufro nada?
Ya lo dije, antes era bueno,
pero ahora poseo una maldición.
¡De verdad que no quiero dañarles!
Mas no me queda otra opción…
Porque ayer era luz,
y hoy soy oscuridad.
La vida me dio la espalda
y entonces hallé la soledad.
si en el espejo únicamente,
veo un pútrido cadáver,
¿por
qué de mí no huye la gente?
Soy un monstruo
que de sí mismo quiere huir.
Soy un quiero y no puedo
en lo que respecta a morir…
Tanta gente a mi alrededor,
yo no paro de gritar auxilio.
Todo en vano, para nada,
sólo logro dar secos aullidos.
¡Qué digo, claro que no me oyen!
En mi habitación todos somos muertos,
hasta la fortuna que pensé que tenía
ya la
están rondando los cuervos.
Soy una carga para este mundo,
pues
cada día que sigo aquí,
mi único cometido es hacer dolor
y de verdad que desprecio ser así.
¿Qué fue de aquel chico sonriente,
de aquel joven despierto,
de ese hombre con futuro?
¡Están todos muertos!
Me convertí en lo que asqueaba,
en eso que yo siempre criticaba:
un ente errante y nocivo
que hasta ver llorar al vecino no para.
Me miro a los ojos,
y aunque ya no tengo vida
puedo detectar algo
en el fondo de mis pupilas.
¿Puede ser la salvación,
podría ser mi redención,
quizá sea aquello borroso
lo que ponga fin a esta maldición?
Tengo que profundizar en ello,
no puedo tomármelo a la ligera,
con cuidado deberé tratar aquello
que puede concluir mi condena.
Tanto tiempo deseando el final,
Pues no hay nada peor que un ser,
que aun estando muerto vive
y no puede fallecer.
Mi triste existencia causó dolor en otros.
¿Lo siento? No lo sé.
Porque admito que este tiempo
algo pude ver:
Antes de que mi maldad actuase,
muchos de los que yacían en mis manos,
no hacía falta que se les ejecutase
ya que tiempo atrás dejaron de ser humanos.
Quiero decir que ahora
que hallé una cura,
siento que recobro
un poco de cordura.
Porque mi comportamiento
con la muerte se justifica
mientras que el de ellos
a la propia lógica finiquita.
Y ahora no sé qué debo hacer.
Averigüé que la clave es la decapitación.
¿Pero para ellos qué,
cuál es su salvación?
Miro los cúmulos de fiambres
y entonces me doy cuenta,
que en
vida y en muerte
tienen el mismo vacío en sus cuencas.
¿Quizás finalmente esto fuera un don,
sí, una oportunidad
para alejar de la línea de la vida
tanta miseria y maldad?
Está bien, me quedaré,
ya no tengo nada que perder,
castigar a estas falsas víctimas
será entonces mi menester.
Porque por desgracia
entre estadíos pudieron optar,
y sin embargo yo no pude elegir,
esto es el Síndrome de Cotard…