Noticias desde la Oscuridad

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28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 26 de enero de 2013

Caro Data Vermibus


Nada más nacer se te da la bienvenida al mundo con un buen golpetazo. Ese golpe, ese pequeño dolor ya te abre las puertas a la realidad que te va a acechar aproximadamente durante un siglo. Es el sello estándar de “otro número más”. Y es que es así como nacemos, puede que tu familia, tus amigos o tu pareja te vean como un nombre, como una bolsa de sangre y lágrimas, sí… como una sanguijuela que vive en simbiosis con otras bolsas repugnantes como tú por mera conveniencia. Pero no te engañes, allá donde vayas, donde estés lejos de tus “fuentes de energía carmesí” serás solamente conocido como un número. Mete la mano en tu bolsillo, en tu cartera, y dime que no tengo razón.

Dejas de ser un bebé, quizás el único momento del ser humano en el que vive como tal, para convertirte en niño. Aquí ya empieza lo bueno, te meten en jaulas con otros animales para que te relaciones, obligado a obedecer como una alimaña doméstica. Pero no acaba aquí, si sigues pensando que no eres como el resto de integrantes del reino animal, entonces intenta rememorar tu infancia. Oh sí, bendita infancia… ¿has hecho algo bien? ¡Toma una galletita! Repugnante… porque… ¿qué se supone que has hecho bien? Ah sí, la diosa moral, aquella adorada por todos, sin necesidad de distinguir a los ateos de los creyentes….

Y una vez que has seguido las pautas del colegio y te has relacionado (¿libremente?) con los demás presos de esas celdas…. Espera, espera, tengo una mejor definición, no son celdas, son más bien unos huertos transgénicos, sí, ya sabes, si no nos gustan esas “lechugas” vamos a modificarlas para que florezcan a nuestro gusto… todas uniformes, iguales y… ¿perfectas?

Sí… esta etapa es en la que comienzan a modificar tus “genes mentales”: el paso de niño a preadolescente. Aún conservas algo del verdadero ser humano, pero poco a poco debes destruir esa información innecesaria porque tienes que hacer espacio a datos mucho más importantes, fechas, fórmulas, reglas éticas, comportamientos, textos… Y bueno, todas esas cosas que son de suma importancia para un chaval de unos diez años. Sin meter a presión todo eso en su cabeza, para después vomitarlo en papeles que tienen más capacidad de juicio que cualquier ser vivo, ellos nunca llegarían a triunfar en la vida. Vida… disculpa mi chiste.

Llega la adolescencia y la cosa no va a mejor. El bebé de sus interiores golpea la puerta, comienzan a cuestionar por qué seguir el camino de los demás y no ir por otros menos asfaltados. A esta regresión al verdadero ser humano, aquellos que nos conocen por cifras, le llaman rebeldía. Parece que todo el que no bala es rebelde.

Esta etapa me llevaría horas analizarla, pero vayamos a los puntos clave. Seguro que lo primero que se te ha pasado por la cabeza es el caos hormonal que sucede en la adolescencia. Ese hecho es la causa primera de que hagan locuras como… empezar a pensar por ellos mismos. Y es por ello que aquí puede aplicarse el darwinismo común que se da en el resto de especies. “No creo” dirás. Fíjate bien, hay dos formas de salir de la adolescencia: o bien o en una bolsa. Por supuesto que hay gente que sale mal y no termina muerto, pero veo que aún estás tomando esto de forma demasiada literal. Muerto es aquel que deja de ser como quiere ser. Tú no vives, ahora vive un molde de tu cuerpo y un microchip biológico.

Algunos se suicidan, aquellos que sí acaban verdaderamente en una bolsa, estos podemos denominarlos los débiles de la manada. Cierto es que el cambio de una jaula mansa de niños a una selva llena de peligrosos granudos y descerebrados adolescentes es muy significativo,  pero es la primera prueba real que un ser humano debe afrontar y no la escoria que les hacen tragar en un mundo gris.

Luego tenemos a los otros muertos. Aquí hay dos tipos: los que acaban destruyéndose poco a poco por no acabar como los suicidas y los que aceptan su condición de número y siguen su camino de flores de plástico. Poco que decir de estos dos especímenes. No son mejores destinos que el de que se corta las muñecas.

Por último tenemos a los que logran superar esta ardua prueba. Yo mismo los denomino filósofos. Unos inconformistas que no asienten ante todos los preceptos que apuñalan sus cerebros. Siempre con el por qué en los labios y una mirada de incertidumbre en sus ojos. Estos son los únicos que aún pueden seguir adelante y vivir como un ser humano debería hacerlo. Pero, ya lo sabes bien, aún quedan más fases.

Seguidamente, tras llenar tu cerebro año tras año de basura inservible, te envían a otra prisión. Aun así, puede decirse que esta prisión es optativa, aunque ya sabemos que si dices que no has pasado por ella el resto de lanudos te va a señalar con el dedo lanzando vocablos con más ignorancia de la que creen que tienes tú. Sí, parece que si en la etapa de la entrada a los veinte no estás catalogado como universitario entonces no mereces respeto ni que se te tome en serio. Obviamente tienen razón, la única forma de que todo lo que salga de tu maltrecha boca sean tautologías es si lo certifica un graduado de borrególogo. Tienen suerte los que optan libremente por entrar en esta cárcel, al menos el agobio será menor durante esos años. Pero pobres desdichados aquellos que tengan la obligación de entrar por lo que dictamina el resto del enjambre. Normalmente los que toman el último camino no merecen mucho mérito si a priori lograron superar la adolescencia, pues al fin y al cabo, muertos o supervivientes, estos acaban aquí.

Cada vez se reduce más y más el número de auténticos seres humanos, ¿cierto? Ya sólo nos quedan los que con plena libertad optan por seguir encarcelados y aquellos que deciden tomar otro camino sin importar que el zumbido del resto del enjambre les triture el cerebro.

La penúltima fase, y la más larga, es aquella en la que dedicas todo tu tiempo a hacer feliz a esos que nunca hicieron nada por ti, sí, otra vez ellos, los que te llaman por un secuencia de cifras. Aquí ya da igual muerto o vivo, todos se vuelven masoquistas y pocos logran escapar, normalmente los que logran evadirlo terminan muriendo prematuramente. Aquí el ser humano se vuelve un sumiso y la sociedad es su dominatrix. Día a día se levantan para ser un “buen ciudadano”, se arrancan las legañas de cuajo y se golpean hasta que sus labios afinan una grácil sonrisa. Salen de sus casas y allá van, cientos de días que pueden resumirse con el argumento de uno. Yo los veo y siempre pienso, ¿son felices? Todos andan igual en las calles, con la misma velocidad, con los mismos pasos, todos miran sus relojes, si llegan tarde enfadarán a sus verdugos y puede que les corten las cabezas así como borraron sus colores. Todo gris, contaminado, nocivo, inanimado. ¿Es la sociedad que te imaginabas cuando eras un niño? Dicen que cuanto más avanza la tecnología más felices somos, pero yo cada vez veo más tristeza, los embalses están a rebosar a causa de nuestras lágrimas.

Tal vez, pensándolo bien, merezcamos pasar por todas esas cárceles. Cometimos un enorme delito, asesinamos a la humanidad. Crecemos para ser robots y soñamos con que trabajar duro hará que después podamos relajarnos ser libres, pero ese día nunca llega, es una zanahoria en un palo y tú eres el burro.

Estamos contrarrestando el calentamiento global con el metal frío de nuestras pieles, grises, cada día un sentimiento nuevo se extingue. E incluso a veces me pregunto la razón de seguir siendo uno de esos vivos si al fin y al cabo a todos nos pilla la guadaña de la sociedad, puede que hubiera sido mejor haber perecido en la adolescencia, haberme convertido en un ser que asiente ante todo y agacha la cabeza ante las amenazas sinsentido de los que admiten que 3859188 se ha portado mal.

La fase final, es esa en la que te recompensan con unos escasos años de libertad por haber sido un siervo fiel. Ya no eres un peligro y estás tan dañado que no tienes tiempo siquiera para hacer lo que el ser humano que se albergaba en ti en otros tiempos hubiera querido. Sólo tienes tiempo para reflexionar. ¿He sido feliz? ¿He vivido bien? Patético… tu autocompasión hará que respondas afirmativamente a esas preguntas. Pero… oh, se te olvida otra cuestión. ¿Has vivido como quisiste y fuiste feliz la mayor parte del tiempo? Un rotundo no.

Pero alegra esa cara, eso ya pasó, ya no importa, al menos habrás sido un número que recordarán los demás por siempre, ah, no, espera, que ese número se te arrebatará y pertenecerá a otro desdichado visitante. Bueno, al menos siempre puedes pensar que por mucho que te opriman, te obliguen, te amenacen, te griten, te dañen o te prohíban, nunca podrán evitar que cumplas algo que todo verdadero ser humano ha de hacer.

Felicidades, serás carne entregada a los gusanos.

viernes, 18 de enero de 2013

Baterías


¡Maldita batería! ¡Y maldita memoria! Se me había olvidado cargar el reproductor de música. Ahora me esperaba un largo trayecto de vuelta a casa en ausencia de mis amadas melodías… Sí, soy un melómano, ¿algo que objetar?

Cuando estoy solo no hay momento alguno en el que mis oídos no estén captando notas musicales. No sé qué haría sin la música, sin ella me siento débil, incapaz. Porque cuando la escucho me transporto a una realidad donde soy imparable, donde las miradas de los demás me importan menos que la reproducción de las amebas. Es precisamente el fallo de la vida, le falta una banda sonora de fondo, con ella todo sería más… llevadero, supongo.

Pero lo que viene al caso es que voy a estar sin música durante media hora. ¡Inconcebible para mí! Tendré que acortar el trayecto yendo por algunos callejones. No creo que milagrosamente la batería del reproductor se recargue por energía cinética. (Me voy a apuntar esta idea).

No era muy tarde, ni siquiera era más de medianoche, pero sin embargo, había un silencio sepulcral, incluso las calles estaban más apagadas de lo normal. No sé cómo explicarlo, es decir, como si flotara una nube de oscuridad, farolas apagadas, ni el mismísimo viento soplaba. Tampoco veía coches, ni gente en las ventanas. Vale, admito que cuando voy escuchando música no estoy muy atento a lo que me rodea, pero dudo mucho que a esas horas todo el mundo esté durmiendo… Si hasta otras veces que estaba por la calle, mucho más tarde, me he cruzado con gente. Pero hoy nada, ni un alma en la calle, excepto yo.

A medida que avanzaba, el silencio y la oscuridad me rodeaban más. Ya no escuchaba ni los pájaros de los árboles, solamente mis pasos. Y tampoco había nube alguna en el cielo ni, para colmo, era capaz de ver la Luna. Creo que incluso encerrado en mi baño con las luces apagadas podía encontrar más luz. Y que esto quede entre nosotros: me estaba empezando a asustar.

De repente el sonido de los pasos se duplicó. Eso me tranquilizó, al fin no era el único que andaba por aquellas calles de pesadilla. Me giré para ver quién era. No vi a nadie. A lo mejor fue una alucinación mía. Seguí caminando y volví a escuchar más pasos, estaba seguro de que provenían de detrás de mí. Giré la cabeza de nuevo y nada otra vez. Cabreado, esta vez caminé sin apartar la vista de mi espalda y entonces fue cuando supe de dónde venía el sonido.

Hasta entonces no me había fijado, seguramente porque se ocultaba en las sombras de los árboles de la calle, pero la sombra de otra persona era lo que me perseguía. No un señor envuelto en sombras ni nada por el estilo, sino una sombra, lo que se supone que proyectan los cuerpos cuando incide luz en ellos, pero la gracia estaba en que NO HABÍA CUERPO. Miré a los pies de la sombra y no le seguía el calzado de una persona, allí terminaba todo.

En cuanto lo vi salí corriendo de esa calle, ¿pero cómo dar esquinazo a una sombra si cuando tú te mueves ella te sigue a la misma velocidad? No era momento de darse por vencido, había que correr, aunque después fuera en vano.

Por suerte sus acelerados pasos se oían cada vez más lejos. Doblé la esquina y me paré para reponer energías. Ya no escuchaba nada. Me asomé y no había ningún movimiento que se saliera de lo normal, tan solo el de las ramas de los árboles mecidas por el viento…

¿Viento? Imposible que hubiera viento. Y estaba en lo cierto, no era viento, esas ramas estaban alargándose e iban en mi dirección. No sé cómo tuve la suficiente frialdad para seguir corriendo y no quedarme paralizado del miedo.

Mientras huía saqué el móvil de mi bolsillo para llamar a alguien, necesitaba escuchar la voz de alguien, no sentirme solo ante tal situación, aunque fuera tan sólo para que el otro me escuchara morir…

Justo cuando iba a marcar el último número un golpe hizo que tirase el móvil al suelo. Fui a recogerlo y este empezó a levitar. Fue lo primero que creí, pero entonces vi que estaba sostenido por la mano de esa sombra… Estaba perdido, en un mundo de sombras, en el mundo de la noche, no puedo escapar a ningún sitio…

¡Luz! Necesitaba luz, sabía un sitio, un pequeño callejón oculto en el cual habían puesto una potente farola que no proyectaba ninguna sombra. Ese espacio sería suficiente para mantenerlas a raya, al menos hasta que amaneciera. Lo malo es que aún quedaban varios metros para llegar y no podría correr a la velocidad que antes.

Las escasas farolas con las que me cruzaba mientras corría no tenían la suficiente potencia… No podía creerme que la sombra venciera a la luz. A lo mejor aquel lugar que pensaba que era seguro también resultase ser otro oscuro rincón… Bueno, había unas escaleras que me permitirían huir de allí sin tener que dar media vuelta. Tendría que empezar a mentalizarme, podría tener que estar toda la noche, las cinco horas que quedaban, corriendo sin parar y tratando de no entrar a lugares plenamente sombríos.

Ya quedaban dos calles más para alcanzar mi supuesta salvación cuando repentinamente algo, una sombra seguramente, me agarró el tobillo haciéndome caer. Por mucho que tirase no me soltaba el pie y cada vez observaba como más sombras se abalanzaban lentamente contra mí, si no lograba escapar de sus garras en cuestión de segundos entonces acabaría envuelto en oscuridad y a saber qué era lo que me tenían preparado…

Fue entonces cuando me acordé de que, aunque no tuviera batería mi reproductor, podría encenderlo un momento para que su pantalla emitiera una tenue luz, suficiente para debilitar aquella garra y huir. He de decir que no confiaba mucho en mi plan, no obstante funcionó. Me soltó y me incorporé rápidamente con más energía, ahora tenía esperanza, podía hacer frente a esas… cosas.

Finalmente llegué. La farola iluminaba con la misma potencia de siempre, o quizás con más, no sé, mis ojos se habían aclimatado a demasiada oscuridad. No importa. Me senté en la esquina más iluminada y vi con orgullo cómo las sombras que me perseguían se paraban en el límite del foco de luz, intentando encontrar la manera de entrar. Suspiré victorioso y cerré los ojos por un momento, ahora sólo me quedaba esperar un poco menos de cinco horas para llegar a casa y descansar de verdad.

Pero entonces esos aires vencedores se esfumaron. No me percaté de una cosa crucial. YO estaba proyectando una sombra. MI propia sombra era Bruto y yo su César. Quise correr pero había crecido demasiado, me había paralizado en esa esquina. Con el brazo, alargándolo, llegó hasta la farola, rompió el cristal y seguidamente la farola.

El resto de sombras, que ahora podían pasar, dibujaron una cara sonriente en el suelo en señal de mofa. Estaba perdido y encima no sabía cómo iba a morir. Mi sombra atravesó mi estómago sin abrir nada de carne, pero eso no quiso decir que no sintiera un inmenso dolor, notaba como un torrente de sangre caótico comenzaba a fluir dentro de mí. Mientras tanto, unas agarraban mis brazos y otras mis pies, cada una tiraba en un sentido para arrancarme las extremidades.  Y debo confesar que, a pesar de la situación, no pude evitar reírme, ya que, justo antes de irme de casa de mi amigo habíamos estado bromeando con las técnicas homicidas de Atila y los hunos.

Derrotado, tan solo dejé de gritar (ya ni siquiera sentía dolor) y cerré los ojos con felicidad: al menos la pesadilla había acabado. Sin embargo, justo antes de que los cerrara mi sombra se puso en frente de mí y me miró profundamente a los ojos agarrándome de los hombros y zarandeándome. Su boca, que, a causa de que era un monstruo monocromático, no pude distinguir bien del resto de su cara, parecía que quisiera decirme algo, pero no entendía nada. Le ignoré, cerré los ojos y una serie de crujidos puso mi mente en colapso.


Entonces me desperté y lo primero que vi fue la cara de mi amigo sacudiéndome para que dejara de dormir. Al parecer estaba en su casa, con luz, ¡con mucha luz! Pero lo mejor de todo es que sólo había sido una horrible pesadilla. Por lo visto, le tocaba jugar a él con la consola y tuvo una buena partida, por lo que me tiré varios minutos esperando. Cansado decidí echarme en su cama y fue en ese momento cuando el sueño me venció.

Le conté mi pesadilla y no hacia otra cosa que reírse a carcajada limpia. Aunque yo también admitía que tenía cierta gracia ahora que sabía que era un mero sueño, bueno, más bien una pesadilla. Fuera como fuera sabía que estaba a salvo.

Era ya muy tarde, así que decidí volver a casa. Me despedí de él mientras aún bromeaba con lo ocurrido y me fui de su casa. Ahora quedaba un trayecto largo, pero tenía mi música, así se me haría el camino muchísimo más ameno y evitaría pensar en el tema de las sombras. Tampoco me gustaba mucho salir a esas horas de la noche tras esa horrible pesadilla.

Encendí el reproductor y me puse los cascos. No escuchaba nada. Tal vez estaba tardando la canción en cargar, pero tras un minuto el silencio permanecía. Fui a mirar y averigüé la razón. ¡Qué estúpido! No le había dado bien al botón de encender, el reproductor estaba apagado. Esta vez apreté durante dos segundos para cerciorarme. Esperando a que apareciera en la pantalla la lista de reproducción salió, de repente, un mensaje en el que pude leer:

Batería vacía. Ponga el dispositivo a cargar.

viernes, 11 de enero de 2013

El Consejo de los Seis Puñales: sısɹɐʇɐɔ [5]



La historia que vengo a contaros hoy está relacionada con el Consejo, por supuesto, pero hoy el protagonista no será ningún Brujo. Es necesario explicar este hecho, puesto que fue clave para que giraran las tornas en lo que respecta a los planes personales de cada Señor Brujo. Hoy hablaremos de Shan y lo que le aconteció pocos días después de resucitar los Puñales de la Insania.

Todo comenzó cuando los Brujos salieron de su tienda. Ellos no lo sabían, pero Shan había comenzado a notar un dolor terrible en todo su cuerpo. Estuvo aguantando la compostura y suplicando que se marchasen pronto. ¿La razón? Había manipulado magias que ni los propios Segadores podían manejar.

Y podría haberles advertido, después de todo eran amigos… o al menos Luzbel. Sin embargo creyó que tal vez esos Brujos, de los cuales había notado un flujo de maná enorme, podrían doblegar dicha magia. Aunque también se antepuso la codicia. A pesar de que fuera un regalo, en ese Plano era bien sabido que las propinas eran abundantes y normalmente todo buen comprador en ese mercadillo las dejaba. Luzbel no fue menos y le obsequió con una gran cantidad de viales de maná interdimensional que guardaba en su faltriquera. Este maná sólo podía ser recolectado por los Lengua Vil, únicos capaces de viajar con asiduidad por los distintos Planos. Y ahora que escaseaba esta familia, el maná también era poco abundante, pero en manos de un Segador como Shan podría sacársele su jugo.

El maná interdimensional podía ser de distintos tipos. Cada uno se determinaba según el número de veces que rozase un Plano en concreto. El más codiciado era el que circulaba entre el Plano Demoniaco y la Tierra, pues era el maná más similar al que poseían los Lengua Vil. Hace falta decir que, aunque los Humanos no lo supiesen, sus esencias eran fuertes. Bien cierto era que en solitario eran la raza más débil de todos los Planos, pero esta debilidad se compensaba con su capacidad de aclimatación: podían adaptarse a otros Planos. Esta era la razón de que Luzbel fuera adoptando poco a poco la apariencia de un demonio. El Humano combatía el fuego con el fuego, si se encontraba en otro sitio ajeno a la Tierra su cuerpo iría cambiando para adaptarse y volverse incluso más fuerte que cualquier otro espécimen autóctono del lugar. Si a esto le añadimos magia podemos tener un potente cocktail.

En resumidas cuentas. El maná que ahora tenía en su poder Shan era muy valorado y podría conseguir mayores bienes que vendiendo a otro comprador aquellos puñales. Pero recordemos que ahora Shan estaba aquejado de un inmenso dolor. No estaba en condiciones de salir de su tienda e informar al resto de comerciantes sobre su exquisita ganancia. Tal vez mañana. Al fin y al cabo el maná no se iba a esfumar.

Guardó con cuidado en una fina tela ocre los viales. Selló con una piedra mágica la tienda para que nadie pudiera entrar. Abrió una brecha espacial con el mismo proceso que realizó anteriormente para guiar a los Brujos hasta los Puñales de la Insania, aunque esta vez se dirigió a una habitación secreta. Cerró el portal, subió las escaleras y se tumbó agotado en la mullida cama. Comenzó a retorcerse de dolor, era insoportable. Intentó paliarlo con un hechizo relajante, pero la inhibición dolora fue mínima.

Al cabo de dos horas el sueño le venció y logró olvidar el dolor. Pero lo que serían ocho horas de descanso placentero sería después un amargo día. Su despertar fue horrible, casi paralizado, con todos los músculos contraídos. Le despertó un ruido lejano, el desafortunado no había conseguido entrar en estado de REM durante toda la noche a pesar de encontrar un poco de calma para su dolor. Dicho ruido provenía de la sala principal de su tienda, como si algo se hubiera caído. Su codicia pudo con su sentido de la nocicepción, así que se levantó como pudo de la cama, agarró sus hoces y fue a investigar.

Efectivamente sus sospechas se cumplieron: alguien había entrado. Un hombre encapuchado estaba sentado justo en frente del portal que había abierto Shan, como si estuviera esperándole. El resto de la indumentaria advirtió a Shan de aquel asaltante, él era un Tahúr.

Un Tahúr era la clase de hechicero que menos facultades mágicas tenía… a simple vista. Eran maestros del engaño, el poco maná que tenían lo empleaban en confundir al enemigo con jugarretas y trucos. Eran parecidos a los Ilusionistas, sólo que los Tahúres, si en algún momento sus engaños no surtían efecto, no perdían en absoluto su fuerza, pues además de la magia, eran hábiles con las armas blancas y ágiles como gatos. Nunca podías encontrar a uno, y si lo veías, ten por seguro que no había sido un descuido suyo. Este Tahúr en concreto era conocido por los mercaderes más selectos de la zona, ya que él también era comerciante, sólo que en la sombra. Por suerte Shan logró reconocerle una vez encajó las piezas. Desgraciadamente ambos no tenían una relación amistosa que se dijera, y si había entrado de tal forma ese día concretamente sólo podía significar una cosa. Trug el Tahúr venía en busca del maná interdimensional.

-Siento haberte despertado, no fue mi intención, pero he de admitir que esa piedra que colocaste era realmente fuerte, se resistió bastante a mi ganzúa.

-Shan cree que eres lo suficientemente listo como para mantener cierta distancia. Sabes de lo que es capaz un Segador malhumorado… y hoy Shan se ha levantado con el pie izquierdo.

-No te preocupes por eso. Sinceramente, en un principio venía a saquear tu insegura tienda, mas he pensado que podríamos llegar a un… acuerdo.

-Los Tahúres no sois conocidos por los tratos equitativos, así que no te andes con rodeos y di a Shan cuál será tu beneficio.

-Está bien. Es un gusto hablar con alguien tan directo. Normalmente las personas con las que hablo que van al grano de la conversación son aquellas a las que apunto con una daga. Es increíble que…

-¡Basta!

-… Muy bien. Diez viales. Siete míos. Tres tuyos. Cero desperfectos.

-Diez míos. Cero tuyos. Cero Tahúres en tienda de Shan.

-Lamento discrepar…

En ese momento la silueta de Trug comenzó a emborronarse. Era un engaño, no estaba ahí. Shan sintió algo puntiagudo en su región lumbar. Detrás de él estaba Trug rozando su espalda con una daga. Shan lanzó una de sus hoces al aire haciendo que estallara en cientos de cristales brillantes. Esto hizo que el Tahúr se desorientase dándole a Shan el tiempo necesario para abrir un portal y regresar a su habitación, zona más lejana de la tienda y lugar donde se escondían los viales.

Desgraciadamente para él, Trug se encontraba precisamente en su habitación. Al parecer no le había afectado el destello, todo lo contrario, eso le había dado vía libre para coger una de sus hoces y abrir los portales de Shan. El Segador lo pilló in fraganti agarrando los viales de maná. Se lanzó contra él tirando de la hoz que Trug tenía. Este no pudo esquivar el golpe y los viales cayeron al suelo sin que se rompieran.

-Vaya… Hacía tiempo que nadie lograba alcanzarme. –dijo mientras se secaba la sangre de la nariz.

-Puede que tú seas un Tahúr, pero Shan es uno de los mejores Segadores del Plano Demoniaco. Serás ágil y esquivo, pero Shan es capaz de arrancar tus habilidades… de tu propia carne.

Trug se quedó de piedra. Tiempo atrás hacía que había conocido a Shan en ese mercadillo y jamás antes le había visto actuar de esa forma. Incluso las pocas veces que Shan se peleaba con alguien él se comportaba de una forma callada y normalmente siempre dejaba escapar al enemigo. Sin embargo, lo que acaba de decir y, más aún, el tono con el que lo había dicho era algo ajeno a lo que conocía Trug. Al final parecía buena idea el trato de Shan. Invocó una nube de humo que impedía toda visión, los conocimientos de orientación del Tahúr le permitirían huir sin que Shan hiciese nada.

Pero se equivocó. Shan absorbió todo el humo con sus hoces, las cuales comenzaron a desprender un aura oscura. Trug sabía perfectamente que los Segadores no eran capaces de hacer eso, podían debilitar al objetivo, pero nunca drenaban los hechizos directos. Algo iba mal, debería confiar en sus reflejos y escapar. Cogió la hoz robada y rasgó el aire para hacer un portal. Sin embargo no logró nada, la hoz empezó a derretirse en su mano convirtiéndose en un simple fluido mágico. Un Tahúr engañado de tal forma, quién lo diría.

-Te di una oportunidad… La rechazaste. Te di otra al no rebanar tu cuello en la entrada principal… No aceptaste. Ya no voy a concederte otra oportunidad. Acabaré contigo.

Ya ni siquiera hablaba como antes, refiriéndose a él mismo en tercera persona. Estaba claro que algo le estaba ocurriendo. Trug tendría que defenderse. Se quitó el sombrero, el cual tenía una larga pluma roja, y su negra gabardina. Apoyó las manos en el suelo y creó un círculo negro que rodeó a ambos. De los brazos de Trug, desnudos, surgieron unos tatuajes en espiral también negros. Una vez el círculo se cerró y los tatuajes se completaron el Tahúr se desvaneció.

Realmente no había desaparecido, todo era un simple truco visual. Del círculo no paraban de salir pequeños cristales que impedían la visión a través de ellos, los tatuajes del brazo indicaban al círculo la posición del taumaturgo que lo había invocado, así que, mientras ambos permanecieran en el círculo, Trug podría atacar sin que Shanle viera.

Al principio este hechizo parecía bueno, pero de repente Shan, como si pudiese verle, hundió en su pecho las dos hoces. La sorpresa y el dolor anularon el hechizo y Trug se hizo visible de nuevo.

-¿Cómo… cómo es posible?

-Parece que no conoces a tu enemigo tal y como yo lo conozco… No puedes camuflarte, puedo oler tu maná, puedo oler tu miedo…

Hundió más aún las hoces en su carne y pronunció una serie de palabras, un conjuro. Las puntas de sus dedos se enrojecieron cuando terminó de conjurar el hechizo. Trug sintió un repentino aumento de temperatura justo donde habían penetrado las hoces. Cada vez sentía más y más calor hasta el punto en el que se abrasaba. Entonces las dos hojas se incendiaron. Trug no podía creérselo, era imposible que pudiese invocar fuego de tal forma al no ser que no hubiera un Piromante, un Mago o un Brujo.

Fuera como fuera no era momento de bajar la guardia. Estaba claro que Trug había subestimado a Shan, pero aún podía ganar la pelea. Aprovechó que estaba concentrado en quemar su piel y le dio una patada empoderada con sombras. Este golpe hizo que sacara las hoces de su pecho, lo cual le propició un dolor enorme, aunque, gracias al fuego, las heridas fueron cauterizadas al instante.

Shan, por su parte, cayó al suelo aplastando los viales. El crujido llamó su atención, lo sabía, había perdido una fuente de dinero inmensa. Se incorporó veloz y miró si algún vial había resistido su caída. Desgraciadamente todos y cada uno de ellos se destrozaron. En el suelo había una mancha morada, mezcla del azul distintivo de ese maná en concreto y del rojo carmesí de su sangre. Una gran ola de furia le invadió, quería descuartizar a ese maldito Tahúr, pero para su infortunio, Trug había escapado mientras este estaba distraído mirando los viales rotos. Ahora, a parte de furia, sentía impotencia.

Fue la gota que colmó el vaso. Una gran energía empezó a fluir en su cuerpo. Sus ojos brillaron con un tono naranja fuego. La piel comenzó a caérsele dejando tras de sí agujeros negros por los que emanaban flujos incesantes de fuego y lava. Justo donde se hallaba la mancha morada un hilo de lava entró en contacto. Enseguida se formó un charco de puro caos ígneo.

Tras la piel siguió el músculo. Este proceso hizo a Shan estremecerse de dolor. Soltó las hoces, las cuales cayeron al charco y se hundieron en él, y gritó sin parar con la boca totalmente abierta. De ella salía un inmenso chorro de fuego. Sus prendas se fundieron dejando tan sólo una hombrera deformada. Lo único que permaneció intacto fueron las piernas, que simplemente se ennegrecieron por todos los escombros y la ceniza que salían de su torso y de su boca, era un volcán de inquina.

Finalmente los brazos, su torso y su cabeza quedaron reducidos a huesos chamuscados envueltos en un aura piromántica. Sin ya sentir dolor alguno lo primero que hizo fue hundir sus brazos en el charco. Algo le impulsó a recoger sus hoces. Sin embargo lo que recogió no fueron dos hoces, sino una única y enorme hoz. Con un mango mucho más largo, casi como él, una hoja envuelta en magma perenne que acababa en dos pinchos con puntas al rojo vivo y en cuyo lado opuesto había una roca incandescente afilada. Y no sólo eso, el charco acopló en sus esqueléticos brazos roca fundida dando una forma similar a los brazos de carne que antes tenía para que así pudiera portar la hoz sin problemas.

Comprendió entonces todo. La magia que almacenó en su interior para resucitar los Puñales de la Insania estuvo el suficiente tiempo como para hacer mella en él. La actitud agresiva de Trug abrió finalmente un camino a esa oscuridad latente haciendo que Shan cambiara completamente su forma de ser. Después, cuando cayó contra los viales, su sangre se mezcló con el maná interdimensional. Este potente maná reaccionó con el maná de su cuerpo y le transformó completamente. 

Ya no era un Segador, no sólo tenía el maná propio, en su sangre circulaban dos clases de maná más, el maná demente, propio de los Puñales, y el maná interdimensional de los Lengua Vil. Había dejado de ser Shan Cosechamaná, ahora era Shan el Insano, con el dominio más allá de la mera cosecha mágica, ahora dominaba la propia magia que otorgaban esos Puñales. Debía sentirse afortunado, era el padre de una nueva clase de hechiceros.

Guiado por eso mismo que le indicó que metiera sus brazos en lava, reventó su tienda con una potente cascada de lava. Aún era de noche y la gente dormía, el silenció se rompió con la destrucción ocasionada, pero a pesar de ello ninguno de los que se encontraban en sus tiendas durmiendo en sus camas pudo hacer nada. No hubo tiempo, en cuestión de segundos Shan recorrió todos los lugares del mercadillo volando con velocidad, envuelto en llamas, como una enorme bola de fuego, conjurando en las palmas de su mano grandes torrentes ígneos.

Los gritos eran horripilantes y el olor a carne quemada nauseabundo. Shan sonreía viendo en la lejanía aquel mercadillo iluminado ahora por las letales llamas. Pero aún no había saciado su furia, sabía que Trug era demasiado pícaro como para haber permanecido por los alrededores. Seguramente habría huido al pueblo más cercano, a pesar de que a estas horas el camino que conducía hacia el lugar era peligroso. Había que cruzar un oscuro bosque donde se ocultaban feroces bestias… No obstante, aquel bosque no tenía comparación con el poder de Shan el Insano, en lo que se refería a peligrosidad no había color, así que sí, Trug habría huido hacia el pueblo.


Cuando estaba a mitad de camino, Shan sintió algo, sus facultades de Segador le alertaban de que cerca se hallaba una gran fuente de magia. Rápidamente supo qué era, porque recientemente había estado en contacto con aquel tipo de mana: los Puñales de la Insania. Al parecer no sólo encontraría al Tahúr en el pueblo, sino a todos los Brujos que le provocaron tanto dolor. Tenía que matarles y hacerse con los Puñales. Si contenía todo ese inestable poder en ellos tal vez recuperaría su aspecto anterior y dejaría de sentir dolor. Quedaban tan sólo metros para cumplir su sangriento cometido. Un hechicero capaz de robar el maná a los demás y sediento de poder es la peor combinación que se puede crear…

Habrá que ver si los Brujos pueden doblegar esa Corrupción que emana de sus seis nuevos “compañeros”.

martes, 8 de enero de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #2


Sabía que pronto la sombra vendría… Ha pasado poco tiempo, pero han pasado tantas cosas… No… no puedo reconocerme, cuando mi faz se refleja en algo y la miro no me veo a mí, no veo al yo de antes. No sé qué me ocurre, jamás pretendí ser así, luché, mucho… Pero hasta los más fuertes acaban cayendo…

Justo antes de Nochevieja opté por suicidarme. Sabía que dentro de mí se encontraba un yo horripilante, me estaba volviendo cruel poco a poco, ningún amigo mío conocía aquello, ni mi madre y mi hermana. Soy un buen actor. Tal vez esa maldad estaba creciendo con toda la aflicción que llevaba acumulando estos dieciocho años, tal vez si hubiera hablado con alguien…. ¡Tonterías! ¿Y fastidiarle el día a alguien? Fue mejor guardármelo en mi interior, sí… a pesar de haber creado semejante bomba.

Día a día luché contra aquella maldad, contra aquel yo que no quería que aflorara, sabía perfectamente que si no me oponía a él acabaría haciendo daño a los que me rodean y no quiero eso, antes morir.

Y por eso opté por suicidarme. Ese mismo día, el 31 de diciembre, estuve toda la tarde escribiendo una extensa carta de suicidio despidiéndome de todos aquellos que junto a mí habían opuesto resistencia al mal de mi otro yo. También tenía preparada la forma, había cogido una piedra de un armario que tiene mi madre llena de minerales y piedras preciosas. Hacía tiempo ya que me había echado el ojo a aquella piedra, era perfecta, pocos años atrás cayó al suelo y se rompió dejando una de las mitades con un borde extremadamente afilado…

Sí, efectivamente, iba a cortarme las venas. Además, miré por internet los mejores métodos para hacerlo, una cosa que me hizo gracia fue cuando busqué en Google y me salió una frase que hizo que me desternillara de risa: “¿Necesitas ayuda? Teléfono de la Esperanza” ¿¡Esperanza!? ¡No hay esperanza para un condenado!

Terminé la carta justo a tiempo, ya eran casi las doce y tenía que ir al salón a tomarme las uvas y después arreglarme a la velocidad de la luz porque había quedado a las doce y media con mis amigos. Sonaron las campanadas y corrí a mi habitación. Me vestí. Guardé todo el cúmulo de páginas dobladas en el bolsillo derecho de mi pantalón y la piedra en el bolsillo izquierdo. Me despedí de mi madre y mi hermana con un enorme abrazo sin que ellas supieran que (supuestamente) ya no volverían a verme jamás…

La noche pasó rápida, disfruté al máximo con mis amigos sin dejar de darle vueltas al tema de matarme. Menos mal que estoy acostumbrado a sonreír falsamente, nadie sospechó nada, nadie sabía que todo lo que dijera esa noche, todo lo que hiciera… todo eso serían mis últimos actos…

Poco a poco se fueron yendo a sus casas. Yo aguanté hasta las seis de la mañana, quería estar el máximo tiempo con ellos, pensé que no habría más momentos como aquellos de Año Nuevo. Fuimos a tomar churros, yo solamente me pedí un cola cao, no tenía apetito. Y tras el desayuno regresé de camino a casa acompañado de la soledad de la Luna, quien, como yo, pronto iba a desaparecer.

Estuve buscando un lugar en el que suicidarme donde nadie pudiese interrumpirme mientras me desangraba, pero que, sin embargo, estuviera visible para que encontraran la nota, a la cual, antes, siendo previsor, le había escrito la dirección de mi casa. No obstante, sin darme cuenta, acabé llegando a mi portal. Parece que tendría que hacerlo en las escaleras de mi bloque. Bueno, así al menos no habría problemas en la entrega de la carta, pensé.

Acabé subiendo hasta las últimas escaleras, cinco escalones antes de llegar a la puerta de mi casa. Saqué de mi bolsillo mi cartera y la deposité al lado de mí, junto con los mitones de esqueleto. Me senté y extraje de los bolsillos la piedra y la carta. Puse la carta bajo la cartera para que no se moviera. Por último, saqué mi móvil y me alumbré el brazo derecho (soy zurdo, así que era mejor empezar la faena sosteniendo la piedra con la mano buena). Me remangué. Acerqué el filo a mi muñeca, detecté la vena radial y apoyé la piedra contra mi piel. Contuve la respiración. Había tanto silencio…

De repente, sin encontrar explicación alguna, una voz en mi interior me habló. No, no una voz como en la películas, tampoco esas voces que escuchan los locos. Era una voz en eco, lejana, la escuchaba claramente, pero sabía que no estaba ahí. Yo no recuerdo qué me dijo, pero al parecer mi cuerpo entendió su mensaje porque me puse a llorar.

Decidí darme otra oportunidad. Guardé las cosas que había puesto en el escalón, me sequé las lágrimas y entré en casa. Por suerte estaban durmiendo, así que me puse el pijama, guardé la carta y la piedra dentro de mis mitones, me acosté en la cama y enseguida me dormí.

Por la tarde me levanté sin ganas de hacer nada. Quizá no me hubiera suicidado, pero el día anterior algo en mí murió. Sí, podría afirmarse que cometí un suicidio, aquel acto le había dado vía libre al mal de mi interior para ganar terreno. Y pronto empezaría a tomar el control. Pronto, muy pronto…

Dos días después, tres de enero, una idea macabra se me pasó por la cabeza: “¿por qué matarte si puedes matarles?” Al principio no le hice caso a esa estupidez, sería el recuerdo de alguna película de terror o algo. ¿Cómo iba a tener ideas homicidas cuando precisamente quería quitarme la vida para no dañar a los demás? Incongruente.

Pero sí, esa idea al final fue escuchada, no por mí, sino por “el otro”…  Esa noche… esa fatídica noche…  me desperté riendo, eran las cuatro de la mañana, mi hermana y mi madre dormían plácidamente. Fui a la cocina, agarré el cuchillo más grande que había, aquel que una vez me llevé al instituto para hacer una broma… (tuve que haber recapacitado en ese momento, aunque fuese una broma me entraron unas ganas tremendas de apuñalar a algunos malnacidos). Me dirigí a la habitación de mi hermana, tapé su boca con mi mano derecha y con la izquierda la apuñalé repetidas veces en el corazón. Intentó morder mi mano, pero le fue imposible, intentaba gritar, pero tampoco podía, pronto, segundos después, dejó de moverse… Afortunadamente, gracias a la oscuridad, no supo que su asesino era su hermano.

Algo distinto es lo que ocurrió cuando entré en la habitación de mi madre. Las enormes ventanas dejaban entrar la suficiente luz como para que se pudiera distinguir mi rostro. Tapé su boca también y comencé con el sañoso apuñalamiento. Jamás se me borrará su mirada de mi memoria. Esos ojos… esa pupilas… Sin que dijera nada pude escucharla: “¿por qué me haces esto?” No opuso resistencia, el escaso tiempo que le quedaba de vida simplemente me miró con los ojos llorosos. No fui capaz de seguir mirándola, aparté la vista y esperé a que su aliento dejase de rozar la palma de mi mano. Duró poco aquel sufrimiento, pero lo suficiente como para dejar una profunda cicatriz en mi corazón. Estaba desecho, había realizado algo más que dos asesinatos, había cometido una traición, me daba asco a mí mismo, deseaba con todas mis ganas regresar a aquel uno de enero a las seis y veintitrés de la madrugada y seccionarme las venas.

Pero no podía remediarlo. La bestia había emergido.

Dejé los cuerpos en sus camas, no los moví, tan solo limpié la poca sangre que se había derramado hasta tocar el suelo y regresé a mi cama. Aunque no pude pegar ojo, hiperventilaba, aún veía la mirada de mi madre, aún notaba su aliento en mi mano y el cuchillo en la otra. Fui a la cocina y busqué alguna pastilla que me ayudase a dormir. Por fortuna encontré un tarro, me tomé cuatro y volví a acostarme. Media hora después caí en un profundo sueño.

Había quedado con mis amigos el día cinco por la noche tras la cabalgata de los Reyes Magos para vernos por última vez antes de que comenzaran de nuevo las clases. Yo, por supuesto, acudí. Pero antes de marchar guardé en mi pantalón un cuchillo, no como con el que maté a mi hermana y a mi madre, este era más pequeño, aunque eso sí, estaba dentado y muy afilado, era para cortar los filetes y tal, pero yo lo llevé por otro motivo: un cuchillo como ese fue el que compré cuando estaba en 2º de Bachillerato para hacerme cortes en el brazo (otro indicio de que algo malo fluía en mi interior). No era el mismo cuchillo, ese lo tiré porque le hice una promesa a una amiga, sin embargo, el que compró mi madre era idéntico, el mismo, y me traía gratos recuerdos.

No tenía pensando matar a ninguno de mis amigos, no sería capaz de soportar otra mirada como la de mi madre en un periodo tan corto de tiempo. Además, nos fuimos pronto y no había posibilidad de matar con tanta gente y tan temprano, aún faltaban bastante minutos para que fueran las doce de la noche. Pero alguien moriría esa noche, sí.

Dije que me iría a dar una vuelta porque aún era pronto para ir a casa. Lo mejor fue que se tragaron aquella mentira, y mira que había formas de averiguar que era una enorme falacia. En fin, mejor así. Me fui por un camino por el que nunca había pasado. Doblé la esquina y vi a un solitario como yo caminando. Objetivo detectado. Apagué la música de mi mp4 y le seguí en silencio hasta que finalmente fuimos a parar a una calle plenamente oscura y sin gente a excepción de nosotros dos. Esa calle no estaba muy lejos de mi casa, así que sería tarea fácil llevar el cuerpo después hacia allí. Me sé un trayecto por el que a esas horas de la noche nunca pasa nadie.

Empuñé el cuchillo y corrí hacia él. No pudo hacer nada gracias al factor sorpresa. La hoja atravesó toda su garganta. Evité entrar en contacto con él mucho tiempo por el tema de la sangre. Una puñalada bastó para matarle, pero yo seguí clavando el cuchillo en su abdomen. Menuda sensación, era como atravesar con el dedo una fina capa de plástico, sólo que aquí brotaba sangre y dolor.

Cinco minutos después, más calmado, limpié con su chaqueta la sangre y lo subí a mi espalda. La víctima era lo suficientemente joven como para que pasara por un amigo mío. Si por algún casual alguien preguntaba diría que se había emborrachado mucho. Viendo el panorama intelectual de los alrededores de mi casa fijo que esa mentira se la creían.

Llegué sin ningún obstáculo, tiré el cadáver en el cuarto de baño de la habitación de mi madre y limpié los restos de sangre. Mañana empezaría a hacerlo trozos y a ir repartiéndolos por los contenedores de las calles. Eso sí, aún no sé qué hacer con los cuerpos de mi madre y mi hermana, ya han empezado las clases y estoy poco tiempo en casa, además, el poco tiempo que estoy aquí es para ir descuartizando al otro muerto. Ya veré qué se me ocurre.

Y ahora, por favor, vete, déjame en paz. ¿No ves que me encuentro mal? Acabas de leer cosas que no pertenecen a mi verdadero yo, o a lo mejor sí, ¡no lo sé! Me está pasando algo, y lo peor de todo es que lentamente la sed asesina vuelve a crecer. Tendré que replantearme nuevamente el suicidio, pero estoy seguro de que ocurrirá lo mismo, mi otro yo hablará y entonces no lo haré, cada día él está más tiempo al control que yo. No sé qué hacer, pero de momento no quiero hablar más, en un buen periodo de tiempo no quiero visitas tuyas, por favor, tengo que reflexionar sobre muchas cosas… Necesito meditar, necesito combatir esto, necesito razonar…

Necesito estar solo.


martes, 1 de enero de 2013

Especial Año Nuevo: La Secta


Me miré en el espejo. No era capaz de reconocer mi rostro. Hablaba conmigo mismo. Ah… el alcohol, enemigo de la memoria, enemigo de nosotros… Volví a apoyar los brazos en el lavabo, alcé la cabeza y me miré de nuevo en el espejo. Ahora pude detectar que estaba imperfecto, lleno de grietas. Eso era perfecto, así se reflejaba mi verdadero ser, el de un alma destrozada. Caí al suelo y pataleé hasta llorar. Apenas había luz, la suficiente para comprobar que estaba entero, aunque no por mucho tiempo. ¡Jamás debí haber venido! ¡Jamás debí haber aceptado!

Puedo recordarlo todo, y eso que ocurrió el año pasado. ¡Jajajajajaja! Permitid que bromee, a fin de cuentas la risa es una de las pocas cosas que aún conservo… Por dónde empezar… ¡ah, sí!

Recuerdo con dificultad todo lo acontecido ayer. Dong, dong, dong… las uvas, feliz año nuevo. A partir de ahí, todo es turbio. Me puse mis mejores galas, es decir, un pantalón vaquero y una camisa negra, una corbata rosa y los primeros zapatos que encontré. Salí. Había gente, hablaban, no sabía qué decían, pero casi todas las conversaciones acababan en lo mismo: ten cuidado.

Debí haberme moderado un poco, era la primera Nochevieja que salía de juerga y quizás estaba un poco extasiado… nada más llegar al centro comencé a beber… una copa detrás de otra. La embriaguez vino a mí en pocos minutos. Aunque… recuerdo… sí, me acuerdo de una imagen que se repetía constantemente… cada vez que me acababa una copa, fuera al sitio que fuera del centro allí estaba… una silueta vestida con una túnica de terciopelo rojo. Nadie hacía caso a eso, había más personas disfrazadas esa noche, era normal, pero para mí no. Sabía perfectamente que iba detrás de mí. También recuerdo bien su cara… no se divertía, me miraba seriamente, como observándome, analizándome… ¿Por qué?

Ya eran las seis de la mañana y me encontraba cansado. Me costaba mantenerme de pie… maldito alcohol. Y para colmo me esperaba un gran trayecto hasta casa, una trayecto oscuro… casi no hay iluminación por dónde yo voy, pero da igual, nunca ocurre nada. ¡Qué incauto fui!

A mitad de camino había una enorme cuesta, cogí aire y subí todo lo deprisa que pude, me estaba empezando a marear. Agotado, justo cuando quedaban pocos metros para llegar al final, empecé a caminar a gatas, a punto de ir arrastrándome y entonces volví a ver esa túnica aterciopelada. El Corazón se me encogió. Se agachó y me miró seriamente. Al cabo de dos segundos todo cambió… el silencio, el miedo, el suspense… Sonrió y me levantó. Me dijo que me llevaría a un lugar en el que me divertiría. Y ni se os ocurra reprocharme la aceptación a dicha invitación. No estaba en mis cabales y simplemente quería llegar a algún lugar cómodo y reposar.

Llegamos a un lugar extraño. Viéndolo por fuera jamás habría imaginado que fuera tan distinto por dentro. Mientras que el exterior estaba totalmente descuidado el interior estaba en perfectas condiciones, parecía una auténtica mansión. Cortinas, alfombras, telares, todos del mismo color rojo que la túnica del que me ayudó.

Nada más ver un sofá cómodo le pedí al hombre que me dejara descansar allí. Durante un momento se paró a pensar, pero al final accedió. Era una maravilla. ¡Aunque debí haber escapado! Me tumbé y rápidamente caí en un profundo sueño… Pero, ¡espera! Sí, justo antes de dormirme logré escuchar algo… “Traed los preparativos”.

No sé cuánto tiempo pasó, pero sé que el suficiente para que les diera tiempo a convertir la sala donde yacía dormido en… ¡un maldito escenario de pesadilla! Encontré en el centro de sala un pentagrama hecho con… ¿pintura roja? Ni yo me lo creo…. Habían alrededor del gran dibujo quince personas, todas llevaban exactamente la misma túnica que aquel que me trajo aquí. Pero para más gracia, bueno gracia, por decir algo, todos portaban un puñal.

No quería molestar ni interrumpir el rito que estuvieran haciendo, así que por mera supervivencia fingí que seguía dormido. Y creo que fue lo mejor. ¡Mentira! Al cabo de un rato una puerta se abrió y avanzó otro individuo, este con una túnica negra como la misma noche, hasta el centro del pentagrama. No llevaba arma blanca alguna, pero por como actuaba supuse que era el mandamás del lugar.

-Vamos con retraso, pero aún no todo nuestro globo ha pasado a esta nueva etapa. Hermanos, aún queda tiempo para cumplir los deseos del Supremo.

Eso sonaba muy mal. Estaba claro que iban a hacer algo con esos puñales y no era precisamente cocinar. Eso del Supremo era aún peor, parecía la típica frase final de un grupo suicida o algo por el estilo. Tenía que salir corriendo de allí. ¿Lo hice? ¡Por supuesto que no, mi repugnante miedo me había paralizado en ese sofá!

Poco a poco las miradas hacia mi persona eran más frecuentes. Me parece que faltaba poco para que uno de esos desquiciados viniera a darme esa cálida sorpresa. Sin embargo, por un golpe de suerte, bueno, en realidad no sé la razón, pero lo que cuenta es que el líder susurró algo y todos se fueron de aquella habitación, eso sí, no todos por el mismo sitio… me dio rabia que hubieran tantas puertas. De las diez posibles salidas que había para huir de esta habitación solamente por una puerta no se fue ninguno, recé para que tras ella hubiera una escapatoria… Con sigilo anduve hacia ella, bajé el picaporte sin hacer ruido, abrí lentamente y ante mí me encontré un larguísimo pasillo iluminado de vez en cuando por velas. Al final de este había otra puerta, no había más en los laterales así que supuse que iba por buen camino. ¡NO!

Tras recorrer dos tercios más o menos de aquel pasillo la puerta por la que entré se abrió de nuevo. Aceleré el paso y llegué al otro extremo, no paraba de escuchar pasos ajenos a los míos, no se acercaba una persona sino varias. Rápidamente abrí la puerta y cerré, aún estaba cansado, me apoyé sobre ella para descansar mi espalda…. ¡Me llevé el peor susto de mi vida! La hoja de un puñal atravesó la puerta a escasos centímetros de mi cara, recuerdo que incluso cortó un par de pelos de mi cabello.

Enseguida sentí el movimiento del picaporte. Salí disparado de allí. Ni siquiera me había fijado de dónde había entrado. Parecía imposible pero sí, me encontraba en el mismo lugar que antes, tal vez por la oscuridad no me había percatado del que pasillo era curvo. ¡Pero cómo no me iba a dar cuenta si corría en línea recta!

No importa, decidí ir por la puerta más grande. Estaba abierta y nada más la crucé un puñal se abalanzó contra mi cara. A pesar de la embriaguez logré esquivarlo, tal vez gracias a la borrachera me perdí el control y no fueron mis reflejos, fuera como fuera fue suerte. Un “casi me llevo yo el honor” fue lo que me hizo empalidecer: me estaban cazando, sabían que había despertado, simplemente me dieron tiempo de ventaja y ahora había comenzado a buscarme para ver quién me mataba. ¡Locos!

Milagrosamente iba por buen camino, varios metros delante de mí se hallaba la puerta principal, la salida, solamente se interponía unas escaleras. Aprovechando la velocidad me subí a la barandilla y me deslicé. Extendí las manos para agarrar nada más tocase el suelo el pomo, pero justo antes de descender del todo algo afilado impactó en mi mano desestabilizándome e impulsándome contra una pared lateral. Tras el golpe y la caótica caída pude observar mi palma, ¡una flecha, me había disparado una maldita flecha!

Cogí aire y me mordí el labio inferior. La extraje velozmente para minimizar el dolor, pero aun así fue insoportable, ahora cualquier movimiento con la mano me dolía. Impotente miré hacia donde supuse que era el lugar de partida de la flecha. Allí se encontraba uno de ellos, el de la túnica negra, el líder. Sin decir nada caminó hacia mi posición y me agarró la mano perforada. Lo extraño fue que no venía para ejecutarme, tan solo me disparó la flecha para que no escapara, él se encargaba de guardar la salida, me empujó hacia otro pasillo y gritó para que los demás viniesen. No me quedaba otra, tenía que correr hasta encontrar otra alternativa de huida.

Escuché el cortar del viento, era otro puñal. Me alcanzó. Justo en el hombro izquierdo. ¡Sí, reíros! Un mismo brazo, dos heridas. Continué corriendo mientras me sacaba el puñal. La sangre manchó toda mi espalda. Me empezaba a encontrar peor. Nada estaba ayudando….

Llegué a otra puerta similar a las del principio, mis anteriores infortunios me hicieron pensar que volvería a acabar en la primera habitación. Irónicamente, justo ahora que pensaba eso, en vez de ir a parar a tal lugar, acabé en una especie de sala donde al final pude divisar un trono. Seguramente, pensé, habría llegado a la residencia del jefe de esa secta. No podía quedarme a mirar el sitio, tenía que mantenerme en movimiento. ¡La presa de la demencia era!

Sin embargo, justo antes de cruzar la salida observé un destello cercano al trono. Ese brillo era demasiado representativo para no saber diferenciarlo: era un arma blanca, alguien estaba escondido esperando que le diera la espalda. No podía seguir huyendo eternamente, eran quince, vale, pero tendría que intentar enfrentarme ahora. ¡Después sería peor! Corrí hacia él y logré quitarle el puñal tirándolo a la otra punta de la sala. Rodamos por el suelo, intenté golpearle la cara, pero era demasiado fuerte había inmovilizado mi brazo derecho y el otro estaba inutilizado, no era capaz de cerrar la mano.

No tenía posibilidad en la pelea y los gritos y los ruidos podrían estar alarmando a los demás. Le solté para permitirle ir a por el puñal, él me soltó a mí afortunadamente y entonces pude escapar.

Pasillos silenciosos, salas oscuras, habitaciones tenebrosas y muy de vez en cuando uno de ellos salía de entre las tinieblas para atacarme. Realmente, a pesar de la situación, tenía mucha suerte, o eso o eran malos cazando. ¡No importaba eso, seguía vivo! Al final acabé escondido tras un sillón cuando el pánico me dominó completamente. No podía seguir más, el cansancio, las heridas, el alcohol… si daba otro paso más caería al suelo y entonces sí sería una presa fácil. Únicamente aguardé acurrucado allí.

El sueño empezó a vencerme. ¡Necesitaba adrenalina! No me quedaba otra, tenía que dar lo mejor de mí, usar cualquier resquicio de energía que me quedara. Creí que a lo mejor con suerte la salida de aquel lugar ya no estaría vigilado por nadie. Recurrí a mi memoria para trazar un mapa de huida. Cuando estaba a punto de salir de mi escondrijo escuché paso acercándose. Me tiré al suelo y miré por debajo del sillón. Pude ver mecerse la tela negra de su toga. No me buscaba a mí, ¡venía a por mí! No entendí cómo pero sabía mi posición exacta. Y si no pude vencer a uno de los otros jamás tendría posibilidades por el momento con el líder. Esperé a que decidiera por qué lado rodear el sillón y yo salí como una bala por el otro. Antes de cerrar la puerta y dejarle atrás pude escuchar su risa. ¿Cómo era alguien capaz de divertirse con eso…?

Otro laberinto de oscuridad y puertas se avecinaba. Por suerte esta vez no me encontré con ninguna emboscada hasta llegar a la ansiada salida. Puse mis manos en el pomo y tire con fuerzas. ¡Nada! No había caído en la cuenta de que podían haber bloqueado la salida. ¡Estúpido!

Pero lo mejor fue que otros dieciséis vinieron justo a mis espaldas. Sí, allí me encontré a todos con el mismo rostro serio que el que me observaba en la fiesta de Nochevieja. El líder dio un paso hacia delante y entonces, instantáneamente y al mismo tiempo, la cara de los otros quince cambió a una espeluznante mueca burlona.

-Siento que el tiempo haya llegado a cero. –dijo él mientras yo permanecía callado debido al terror –He de decirte que has sido un buen espécimen, no todos sobrevivieron a la caza y son los mejores los que logran pasar. Eso tiene su recompensa, pero todo a su debido tiempo. Supongo que estará confuso, no importa, yo te diré lo que quieres. No tenemos nombre, nadie nos conoce, no tenemos amigos, familia… solamente nos tenemos a nosotros mismos. Nuestro deber es cumplir las peticiones de la Madre Tierra. Cada año, cada vuelta que da al Padre Sol debemos de otorgarle nutrientes para que pueda reponer energías y así poder dar otra vuelta más. Este año casi no cumplimos la petición de cien nutrientes porque desgraciadamente no todos valen. Sin que te lo tomes a mal, sólo valen aquellos que no aprecian su vida, que nadie les quiere. Nadie más veíamos por los alrededores que cumpliera estas condiciones. Afortunadamente uno de mis hermanos tuvo la brillante idea de acudir a la celebración de Fin de Año para intentar ver si alguno de vosotros acudía. Así ha sido y así te ves ahora, teniendo el honor de conceder un año de vida más a la humanidad.

Definitivamente estaban locos.

Le pregunté la intención de dibujar un pentagrama. ¡Eso no encaja con nada naturalista! Su respuesta fue que hacía referencia a los cinco elementos. ¿Cinco? Sí, tierra, agua, fuego, aire y… sangre.

Ya no había sitio al que correr. Lentamente se aproximaron hacia mí. Fue una sensación rara, saber que vas a morir y no vas a poder evitarlo, además suponiendo que te va a doler… Como última alternativa intenté darles pena, tal vez alguno sintiera lástima y se rebelara, no me quedaba otra. Les miré fijamente aguantando el llanto, aún permanecía en ellos esa macabra sonrisa, era una imagen horrenda…  Pero justo antes de que algún puñal rozase mi piel mi vista se nubló, todo se volvió negro, perdí la consciencia.

Y entonces desperté aquí, en un sitio pequeño, sucio, totalmente distinto al resto de habitaciones y salas que visité durante mi “caza”. He estado pensando bastante tiempo que tal vez fuera el primer lugar al que vienes cuando mueres, pero no creo que ese sea el estilo de los del más allá.

Creo que ya es momento de marcharme. Me lavo las manos, están llenas de sangre. Vuelvo a mirarme en el espejo, quiero profundizar en mis pupilas. Necesito hallar esa alma que se ha ido difuminando poco a poco durante la noche, deteriorada, como este espejo. En fin, será mejor abrir la puerta y salir, aún me quedan algunas cosas que recoger, cosas que limpiar.

Ya he escondido el cuerpo de sus quince seguidores y limpiado su sangre, ahora me queda lo peor: reunir todos los trocitos del líder. Tendría que haber recapacitado, sé que no hay nada mejor como clavar tus garras en sus blandas tripas e ir extrayéndoles las entrañas. Oh sí, y luego tirar hasta arrancarles las extremidades. Realmente excitante, sí, pero luego dejas un buen estropicio. Toda la alfombra de la entrada manchada de sangre, creo que tendré que ponerla a lavar. Mientras iba de camino aplasté un ojo sin querer con mi zapato. ¡Qué mala suerte la mía! Ahora también el calzado para lavar.

Aún tengo algunos restos de sangre entre mis dientes. Me parece que lo primero que voy a hacer nada más llegar a casa va a ser lavarme los dientes. Sí, suena bien eso, nada mejor que una boca fresca tras una buena comilona.

Bueno, ya está todo limpio. Reconozco que al final se puso interesante la fiesta. Supongo que ya puedo abrir las cortinas. Ya ha amanecido y será mejor que se ventile un poco el lugar, además es agradable que entren algunos rayos de Sol.

Fue una noche preciosa, lástima que durase poco tiempo aquella fase. Bueno, tal vez mañana esté más rato.

¡Me encantan las noches de luna llena!