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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 8 de enero de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #2


Sabía que pronto la sombra vendría… Ha pasado poco tiempo, pero han pasado tantas cosas… No… no puedo reconocerme, cuando mi faz se refleja en algo y la miro no me veo a mí, no veo al yo de antes. No sé qué me ocurre, jamás pretendí ser así, luché, mucho… Pero hasta los más fuertes acaban cayendo…

Justo antes de Nochevieja opté por suicidarme. Sabía que dentro de mí se encontraba un yo horripilante, me estaba volviendo cruel poco a poco, ningún amigo mío conocía aquello, ni mi madre y mi hermana. Soy un buen actor. Tal vez esa maldad estaba creciendo con toda la aflicción que llevaba acumulando estos dieciocho años, tal vez si hubiera hablado con alguien…. ¡Tonterías! ¿Y fastidiarle el día a alguien? Fue mejor guardármelo en mi interior, sí… a pesar de haber creado semejante bomba.

Día a día luché contra aquella maldad, contra aquel yo que no quería que aflorara, sabía perfectamente que si no me oponía a él acabaría haciendo daño a los que me rodean y no quiero eso, antes morir.

Y por eso opté por suicidarme. Ese mismo día, el 31 de diciembre, estuve toda la tarde escribiendo una extensa carta de suicidio despidiéndome de todos aquellos que junto a mí habían opuesto resistencia al mal de mi otro yo. También tenía preparada la forma, había cogido una piedra de un armario que tiene mi madre llena de minerales y piedras preciosas. Hacía tiempo ya que me había echado el ojo a aquella piedra, era perfecta, pocos años atrás cayó al suelo y se rompió dejando una de las mitades con un borde extremadamente afilado…

Sí, efectivamente, iba a cortarme las venas. Además, miré por internet los mejores métodos para hacerlo, una cosa que me hizo gracia fue cuando busqué en Google y me salió una frase que hizo que me desternillara de risa: “¿Necesitas ayuda? Teléfono de la Esperanza” ¿¡Esperanza!? ¡No hay esperanza para un condenado!

Terminé la carta justo a tiempo, ya eran casi las doce y tenía que ir al salón a tomarme las uvas y después arreglarme a la velocidad de la luz porque había quedado a las doce y media con mis amigos. Sonaron las campanadas y corrí a mi habitación. Me vestí. Guardé todo el cúmulo de páginas dobladas en el bolsillo derecho de mi pantalón y la piedra en el bolsillo izquierdo. Me despedí de mi madre y mi hermana con un enorme abrazo sin que ellas supieran que (supuestamente) ya no volverían a verme jamás…

La noche pasó rápida, disfruté al máximo con mis amigos sin dejar de darle vueltas al tema de matarme. Menos mal que estoy acostumbrado a sonreír falsamente, nadie sospechó nada, nadie sabía que todo lo que dijera esa noche, todo lo que hiciera… todo eso serían mis últimos actos…

Poco a poco se fueron yendo a sus casas. Yo aguanté hasta las seis de la mañana, quería estar el máximo tiempo con ellos, pensé que no habría más momentos como aquellos de Año Nuevo. Fuimos a tomar churros, yo solamente me pedí un cola cao, no tenía apetito. Y tras el desayuno regresé de camino a casa acompañado de la soledad de la Luna, quien, como yo, pronto iba a desaparecer.

Estuve buscando un lugar en el que suicidarme donde nadie pudiese interrumpirme mientras me desangraba, pero que, sin embargo, estuviera visible para que encontraran la nota, a la cual, antes, siendo previsor, le había escrito la dirección de mi casa. No obstante, sin darme cuenta, acabé llegando a mi portal. Parece que tendría que hacerlo en las escaleras de mi bloque. Bueno, así al menos no habría problemas en la entrega de la carta, pensé.

Acabé subiendo hasta las últimas escaleras, cinco escalones antes de llegar a la puerta de mi casa. Saqué de mi bolsillo mi cartera y la deposité al lado de mí, junto con los mitones de esqueleto. Me senté y extraje de los bolsillos la piedra y la carta. Puse la carta bajo la cartera para que no se moviera. Por último, saqué mi móvil y me alumbré el brazo derecho (soy zurdo, así que era mejor empezar la faena sosteniendo la piedra con la mano buena). Me remangué. Acerqué el filo a mi muñeca, detecté la vena radial y apoyé la piedra contra mi piel. Contuve la respiración. Había tanto silencio…

De repente, sin encontrar explicación alguna, una voz en mi interior me habló. No, no una voz como en la películas, tampoco esas voces que escuchan los locos. Era una voz en eco, lejana, la escuchaba claramente, pero sabía que no estaba ahí. Yo no recuerdo qué me dijo, pero al parecer mi cuerpo entendió su mensaje porque me puse a llorar.

Decidí darme otra oportunidad. Guardé las cosas que había puesto en el escalón, me sequé las lágrimas y entré en casa. Por suerte estaban durmiendo, así que me puse el pijama, guardé la carta y la piedra dentro de mis mitones, me acosté en la cama y enseguida me dormí.

Por la tarde me levanté sin ganas de hacer nada. Quizá no me hubiera suicidado, pero el día anterior algo en mí murió. Sí, podría afirmarse que cometí un suicidio, aquel acto le había dado vía libre al mal de mi interior para ganar terreno. Y pronto empezaría a tomar el control. Pronto, muy pronto…

Dos días después, tres de enero, una idea macabra se me pasó por la cabeza: “¿por qué matarte si puedes matarles?” Al principio no le hice caso a esa estupidez, sería el recuerdo de alguna película de terror o algo. ¿Cómo iba a tener ideas homicidas cuando precisamente quería quitarme la vida para no dañar a los demás? Incongruente.

Pero sí, esa idea al final fue escuchada, no por mí, sino por “el otro”…  Esa noche… esa fatídica noche…  me desperté riendo, eran las cuatro de la mañana, mi hermana y mi madre dormían plácidamente. Fui a la cocina, agarré el cuchillo más grande que había, aquel que una vez me llevé al instituto para hacer una broma… (tuve que haber recapacitado en ese momento, aunque fuese una broma me entraron unas ganas tremendas de apuñalar a algunos malnacidos). Me dirigí a la habitación de mi hermana, tapé su boca con mi mano derecha y con la izquierda la apuñalé repetidas veces en el corazón. Intentó morder mi mano, pero le fue imposible, intentaba gritar, pero tampoco podía, pronto, segundos después, dejó de moverse… Afortunadamente, gracias a la oscuridad, no supo que su asesino era su hermano.

Algo distinto es lo que ocurrió cuando entré en la habitación de mi madre. Las enormes ventanas dejaban entrar la suficiente luz como para que se pudiera distinguir mi rostro. Tapé su boca también y comencé con el sañoso apuñalamiento. Jamás se me borrará su mirada de mi memoria. Esos ojos… esa pupilas… Sin que dijera nada pude escucharla: “¿por qué me haces esto?” No opuso resistencia, el escaso tiempo que le quedaba de vida simplemente me miró con los ojos llorosos. No fui capaz de seguir mirándola, aparté la vista y esperé a que su aliento dejase de rozar la palma de mi mano. Duró poco aquel sufrimiento, pero lo suficiente como para dejar una profunda cicatriz en mi corazón. Estaba desecho, había realizado algo más que dos asesinatos, había cometido una traición, me daba asco a mí mismo, deseaba con todas mis ganas regresar a aquel uno de enero a las seis y veintitrés de la madrugada y seccionarme las venas.

Pero no podía remediarlo. La bestia había emergido.

Dejé los cuerpos en sus camas, no los moví, tan solo limpié la poca sangre que se había derramado hasta tocar el suelo y regresé a mi cama. Aunque no pude pegar ojo, hiperventilaba, aún veía la mirada de mi madre, aún notaba su aliento en mi mano y el cuchillo en la otra. Fui a la cocina y busqué alguna pastilla que me ayudase a dormir. Por fortuna encontré un tarro, me tomé cuatro y volví a acostarme. Media hora después caí en un profundo sueño.

Había quedado con mis amigos el día cinco por la noche tras la cabalgata de los Reyes Magos para vernos por última vez antes de que comenzaran de nuevo las clases. Yo, por supuesto, acudí. Pero antes de marchar guardé en mi pantalón un cuchillo, no como con el que maté a mi hermana y a mi madre, este era más pequeño, aunque eso sí, estaba dentado y muy afilado, era para cortar los filetes y tal, pero yo lo llevé por otro motivo: un cuchillo como ese fue el que compré cuando estaba en 2º de Bachillerato para hacerme cortes en el brazo (otro indicio de que algo malo fluía en mi interior). No era el mismo cuchillo, ese lo tiré porque le hice una promesa a una amiga, sin embargo, el que compró mi madre era idéntico, el mismo, y me traía gratos recuerdos.

No tenía pensando matar a ninguno de mis amigos, no sería capaz de soportar otra mirada como la de mi madre en un periodo tan corto de tiempo. Además, nos fuimos pronto y no había posibilidad de matar con tanta gente y tan temprano, aún faltaban bastante minutos para que fueran las doce de la noche. Pero alguien moriría esa noche, sí.

Dije que me iría a dar una vuelta porque aún era pronto para ir a casa. Lo mejor fue que se tragaron aquella mentira, y mira que había formas de averiguar que era una enorme falacia. En fin, mejor así. Me fui por un camino por el que nunca había pasado. Doblé la esquina y vi a un solitario como yo caminando. Objetivo detectado. Apagué la música de mi mp4 y le seguí en silencio hasta que finalmente fuimos a parar a una calle plenamente oscura y sin gente a excepción de nosotros dos. Esa calle no estaba muy lejos de mi casa, así que sería tarea fácil llevar el cuerpo después hacia allí. Me sé un trayecto por el que a esas horas de la noche nunca pasa nadie.

Empuñé el cuchillo y corrí hacia él. No pudo hacer nada gracias al factor sorpresa. La hoja atravesó toda su garganta. Evité entrar en contacto con él mucho tiempo por el tema de la sangre. Una puñalada bastó para matarle, pero yo seguí clavando el cuchillo en su abdomen. Menuda sensación, era como atravesar con el dedo una fina capa de plástico, sólo que aquí brotaba sangre y dolor.

Cinco minutos después, más calmado, limpié con su chaqueta la sangre y lo subí a mi espalda. La víctima era lo suficientemente joven como para que pasara por un amigo mío. Si por algún casual alguien preguntaba diría que se había emborrachado mucho. Viendo el panorama intelectual de los alrededores de mi casa fijo que esa mentira se la creían.

Llegué sin ningún obstáculo, tiré el cadáver en el cuarto de baño de la habitación de mi madre y limpié los restos de sangre. Mañana empezaría a hacerlo trozos y a ir repartiéndolos por los contenedores de las calles. Eso sí, aún no sé qué hacer con los cuerpos de mi madre y mi hermana, ya han empezado las clases y estoy poco tiempo en casa, además, el poco tiempo que estoy aquí es para ir descuartizando al otro muerto. Ya veré qué se me ocurre.

Y ahora, por favor, vete, déjame en paz. ¿No ves que me encuentro mal? Acabas de leer cosas que no pertenecen a mi verdadero yo, o a lo mejor sí, ¡no lo sé! Me está pasando algo, y lo peor de todo es que lentamente la sed asesina vuelve a crecer. Tendré que replantearme nuevamente el suicidio, pero estoy seguro de que ocurrirá lo mismo, mi otro yo hablará y entonces no lo haré, cada día él está más tiempo al control que yo. No sé qué hacer, pero de momento no quiero hablar más, en un buen periodo de tiempo no quiero visitas tuyas, por favor, tengo que reflexionar sobre muchas cosas… Necesito meditar, necesito combatir esto, necesito razonar…

Necesito estar solo.


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