Dejas
de ser un bebé, quizás el único momento del ser humano en el que vive como tal,
para convertirte en niño. Aquí ya empieza lo bueno, te meten en jaulas con
otros animales para que te relaciones, obligado a obedecer como una alimaña
doméstica. Pero no acaba aquí, si sigues pensando que no eres como el resto de
integrantes del reino animal, entonces intenta rememorar tu infancia. Oh sí,
bendita infancia… ¿has hecho algo bien? ¡Toma una galletita! Repugnante… porque…
¿qué se supone que has hecho bien? Ah sí, la diosa moral, aquella adorada por
todos, sin necesidad de distinguir a los ateos de los creyentes….
Y una
vez que has seguido las pautas del colegio y te has relacionado (¿libremente?)
con los demás presos de esas celdas…. Espera, espera, tengo una mejor
definición, no son celdas, son más bien unos huertos transgénicos, sí, ya
sabes, si no nos gustan esas “lechugas” vamos a modificarlas para que florezcan
a nuestro gusto… todas uniformes, iguales y… ¿perfectas?
Sí…
esta etapa es en la que comienzan a modificar tus “genes mentales”: el paso de
niño a preadolescente. Aún conservas algo del verdadero ser humano, pero poco a
poco debes destruir esa información innecesaria porque tienes que hacer espacio
a datos mucho más importantes, fechas, fórmulas, reglas éticas,
comportamientos, textos… Y bueno, todas esas cosas que son de suma importancia
para un chaval de unos diez años. Sin meter a presión todo eso en su cabeza,
para después vomitarlo en papeles que tienen más capacidad de juicio que
cualquier ser vivo, ellos nunca llegarían a triunfar en la vida. Vida… disculpa
mi chiste.
Llega
la adolescencia y la cosa no va a mejor. El bebé de sus interiores golpea la
puerta, comienzan a cuestionar por qué seguir el camino de los demás y no ir
por otros menos asfaltados. A esta regresión al verdadero ser humano, aquellos
que nos conocen por cifras, le llaman rebeldía. Parece que todo el que no bala
es rebelde.
Esta
etapa me llevaría horas analizarla, pero vayamos a los puntos clave. Seguro que
lo primero que se te ha pasado por la cabeza es el caos hormonal que sucede en
la adolescencia. Ese hecho es la causa primera de que hagan locuras como…
empezar a pensar por ellos mismos. Y es por ello que aquí puede aplicarse el
darwinismo común que se da en el resto de especies. “No creo” dirás. Fíjate
bien, hay dos formas de salir de la adolescencia: o bien o en una bolsa. Por
supuesto que hay gente que sale mal y no termina muerto, pero veo que aún estás
tomando esto de forma demasiada literal. Muerto es aquel que deja de ser como
quiere ser. Tú no vives, ahora vive un molde de tu cuerpo y un microchip
biológico.
Algunos
se suicidan, aquellos que sí acaban verdaderamente en una bolsa, estos podemos
denominarlos los débiles de la manada. Cierto es que el cambio de una jaula
mansa de niños a una selva llena de peligrosos granudos y descerebrados
adolescentes es muy significativo, pero
es la primera prueba real que un ser humano debe afrontar y no la escoria que
les hacen tragar en un mundo gris.
Luego
tenemos a los otros muertos. Aquí hay dos tipos: los que acaban destruyéndose
poco a poco por no acabar como los suicidas y los que aceptan su condición de
número y siguen su camino de flores de plástico. Poco que decir de estos dos
especímenes. No son mejores destinos que el de que se corta las muñecas.
Por
último tenemos a los que logran superar esta ardua prueba. Yo mismo los
denomino filósofos. Unos inconformistas que no asienten ante todos los
preceptos que apuñalan sus cerebros. Siempre con el por qué en los labios y una
mirada de incertidumbre en sus ojos. Estos son los únicos que aún pueden seguir
adelante y vivir como un ser humano debería hacerlo. Pero, ya lo sabes bien,
aún quedan más fases.
Seguidamente,
tras llenar tu cerebro año tras año de basura inservible, te envían a otra
prisión. Aun así, puede decirse que esta prisión es optativa, aunque ya sabemos
que si dices que no has pasado por ella el resto de lanudos te va a señalar con
el dedo lanzando vocablos con más ignorancia de la que creen que tienes tú. Sí,
parece que si en la etapa de la entrada a los veinte no estás catalogado como
universitario entonces no mereces respeto ni que se te tome en serio.
Obviamente tienen razón, la única forma de que todo lo que salga de tu
maltrecha boca sean tautologías es si lo certifica un graduado de borrególogo.
Tienen suerte los que optan libremente por entrar en esta cárcel, al menos el
agobio será menor durante esos años. Pero pobres desdichados aquellos que
tengan la obligación de entrar por lo que dictamina el resto del enjambre. Normalmente
los que toman el último camino no merecen mucho mérito si a priori lograron
superar la adolescencia, pues al fin y al cabo, muertos o supervivientes, estos
acaban aquí.
Cada
vez se reduce más y más el número de auténticos seres humanos, ¿cierto? Ya sólo
nos quedan los que con plena libertad optan por seguir encarcelados y aquellos
que deciden tomar otro camino sin importar que el zumbido del resto del
enjambre les triture el cerebro.
La
penúltima fase, y la más larga, es aquella en la que dedicas todo tu tiempo a
hacer feliz a esos que nunca hicieron nada por ti, sí, otra vez ellos, los que
te llaman por un secuencia de cifras. Aquí ya da igual muerto o vivo, todos se
vuelven masoquistas y pocos logran escapar, normalmente los que logran evadirlo
terminan muriendo prematuramente. Aquí el ser humano se vuelve un sumiso y la
sociedad es su dominatrix. Día a día se levantan para ser un “buen ciudadano”,
se arrancan las legañas de cuajo y se golpean hasta que sus labios afinan una
grácil sonrisa. Salen de sus casas y allá van, cientos de días que pueden
resumirse con el argumento de uno. Yo los veo y siempre pienso, ¿son felices?
Todos andan igual en las calles, con la misma velocidad, con los mismos pasos,
todos miran sus relojes, si llegan tarde enfadarán a sus verdugos y puede que
les corten las cabezas así como borraron sus colores. Todo gris, contaminado,
nocivo, inanimado. ¿Es la sociedad que te imaginabas cuando eras un niño? Dicen
que cuanto más avanza la tecnología más felices somos, pero yo cada vez veo más
tristeza, los embalses están a rebosar a causa de nuestras lágrimas.
Tal
vez, pensándolo bien, merezcamos pasar por todas esas cárceles. Cometimos un
enorme delito, asesinamos a la humanidad. Crecemos para ser robots y soñamos
con que trabajar duro hará que después podamos relajarnos ser libres, pero ese
día nunca llega, es una zanahoria en un palo y tú eres el burro.
Estamos
contrarrestando el calentamiento global con el metal frío de nuestras pieles,
grises, cada día un sentimiento nuevo se extingue. E incluso a veces me
pregunto la razón de seguir siendo uno de esos vivos si al fin y al cabo a
todos nos pilla la guadaña de la sociedad, puede que hubiera sido mejor haber
perecido en la adolescencia, haberme convertido en un ser que asiente ante todo
y agacha la cabeza ante las amenazas sinsentido de los que admiten que 3859188
se ha portado mal.

Pero
alegra esa cara, eso ya pasó, ya no importa, al menos habrás sido un número que
recordarán los demás por siempre, ah, no, espera, que ese número se te
arrebatará y pertenecerá a otro desdichado visitante. Bueno, al menos siempre
puedes pensar que por mucho que te opriman, te obliguen, te amenacen, te
griten, te dañen o te prohíban, nunca podrán evitar que cumplas algo que todo
verdadero ser humano ha de hacer.
Felicidades,
serás carne entregada a los gusanos.
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