Todo comenzó cuando los Brujos salieron de su tienda. Ellos no lo sabían, pero Shan había comenzado a notar un dolor terrible en todo su cuerpo. Estuvo aguantando la compostura y suplicando que se marchasen pronto. ¿La razón? Había manipulado magias que ni los propios Segadores podían manejar.
Y podría haberles advertido, después de
todo eran amigos… o al menos Luzbel. Sin embargo creyó que tal vez esos Brujos,
de los cuales había notado un flujo de maná enorme, podrían doblegar dicha
magia. Aunque también se antepuso la codicia. A pesar de que fuera un regalo,
en ese Plano era bien sabido que las propinas eran abundantes y normalmente
todo buen comprador en ese mercadillo las dejaba. Luzbel no fue menos y le
obsequió con una gran cantidad de viales de maná interdimensional que guardaba
en su faltriquera. Este maná sólo podía ser recolectado por los Lengua Vil,
únicos capaces de viajar con asiduidad por los distintos Planos. Y ahora que
escaseaba esta familia, el maná también era poco abundante, pero en manos de un
Segador como Shan podría sacársele su jugo.
El maná interdimensional podía ser de
distintos tipos. Cada uno se determinaba según el número de veces que rozase un
Plano en concreto. El más codiciado era el que circulaba entre el Plano Demoniaco
y la Tierra, pues era el maná más similar al que poseían los Lengua Vil. Hace
falta decir que, aunque los Humanos no lo supiesen, sus esencias eran fuertes.
Bien cierto era que en solitario eran la raza más débil de todos los Planos,
pero esta debilidad se compensaba con su capacidad de aclimatación: podían
adaptarse a otros Planos. Esta era la razón de que Luzbel fuera adoptando poco
a poco la apariencia de un demonio. El Humano combatía el fuego con el fuego,
si se encontraba en otro sitio ajeno a la Tierra su cuerpo iría cambiando para
adaptarse y volverse incluso más fuerte que cualquier otro espécimen autóctono
del lugar. Si a esto le añadimos magia podemos tener un potente cocktail.
En resumidas cuentas. El maná que ahora
tenía en su poder Shan era muy valorado y podría conseguir mayores bienes que
vendiendo a otro comprador aquellos puñales. Pero recordemos que ahora Shan
estaba aquejado de un inmenso dolor. No estaba en condiciones de salir de su
tienda e informar al resto de comerciantes sobre su exquisita ganancia. Tal vez
mañana. Al fin y al cabo el maná no se iba a esfumar.
Guardó con cuidado en una fina tela ocre
los viales. Selló con una piedra mágica la tienda para que nadie pudiera
entrar. Abrió una brecha espacial con el mismo proceso que realizó
anteriormente para guiar a los Brujos hasta los Puñales de la Insania, aunque
esta vez se dirigió a una habitación secreta. Cerró el portal, subió las
escaleras y se tumbó agotado en la mullida cama. Comenzó a retorcerse de dolor,
era insoportable. Intentó paliarlo con un hechizo relajante, pero la inhibición
dolora fue mínima.
Al cabo de dos horas el sueño le venció
y logró olvidar el dolor. Pero lo que serían ocho horas de descanso placentero
sería después un amargo día. Su despertar fue horrible, casi paralizado, con
todos los músculos contraídos. Le despertó un ruido lejano, el desafortunado no
había conseguido entrar en estado de REM durante toda la noche a pesar de
encontrar un poco de calma para su dolor. Dicho ruido provenía de la sala
principal de su tienda, como si algo se hubiera caído. Su codicia pudo con su
sentido de la nocicepción, así que se levantó como pudo de la cama, agarró sus
hoces y fue a investigar.
Efectivamente sus sospechas se cumplieron:
alguien había entrado. Un hombre encapuchado estaba sentado justo en frente del
portal que había abierto Shan, como si estuviera esperándole. El resto de la
indumentaria advirtió a Shan de aquel asaltante, él era un Tahúr.
Un Tahúr era la clase de hechicero que
menos facultades mágicas tenía… a simple vista. Eran maestros del engaño, el
poco maná que tenían lo empleaban en confundir al enemigo con jugarretas y trucos.
Eran parecidos a los Ilusionistas, sólo que los Tahúres, si en algún momento
sus engaños no surtían efecto, no perdían en absoluto su fuerza, pues además de
la magia, eran hábiles con las armas blancas y ágiles como gatos. Nunca podías
encontrar a uno, y si lo veías, ten por seguro que no había sido un descuido
suyo. Este Tahúr en concreto era conocido por los mercaderes más selectos de la
zona, ya que él también era comerciante, sólo que en la sombra. Por suerte Shan
logró reconocerle una vez encajó las piezas. Desgraciadamente ambos no tenían
una relación amistosa que se dijera, y si había entrado de tal forma ese día
concretamente sólo podía significar una cosa. Trug el Tahúr venía en busca del
maná interdimensional.
-Siento haberte despertado, no fue mi intención,
pero he de admitir que esa piedra que colocaste era realmente fuerte, se
resistió bastante a mi ganzúa.
-Shan cree que eres lo suficientemente listo como para mantener
cierta distancia. Sabes de lo que es capaz un Segador malhumorado… y hoy Shan
se ha levantado con el pie izquierdo.
-No te preocupes por eso. Sinceramente, en un
principio venía a saquear tu insegura tienda, mas he pensado que podríamos
llegar a un… acuerdo.
-Los Tahúres no sois conocidos por los tratos equitativos, así que
no te andes con rodeos y di a Shan cuál será tu beneficio.
-Está bien. Es un gusto hablar con alguien tan
directo. Normalmente las personas con las que hablo que van al grano de la
conversación son aquellas a las que apunto con una daga. Es increíble que…
-¡Basta!
-… Muy bien. Diez viales. Siete míos. Tres tuyos.
Cero desperfectos.
-Diez míos. Cero tuyos. Cero Tahúres en tienda de Shan.
-Lamento discrepar…
En ese momento la silueta de Trug
comenzó a emborronarse. Era un engaño, no estaba ahí. Shan sintió algo
puntiagudo en su región lumbar. Detrás de él estaba Trug rozando su espalda con
una daga. Shan lanzó una de sus hoces al aire haciendo que estallara en cientos
de cristales brillantes. Esto hizo que el Tahúr se desorientase dándole a Shan
el tiempo necesario para abrir un portal y regresar a su habitación, zona más
lejana de la tienda y lugar donde se escondían los viales.
Desgraciadamente para él, Trug se
encontraba precisamente en su habitación. Al parecer no le había afectado el
destello, todo lo contrario, eso le había dado vía libre para coger una de sus
hoces y abrir los portales de Shan. El Segador lo pilló in fraganti agarrando
los viales de maná. Se lanzó contra él tirando de la hoz que Trug tenía. Este
no pudo esquivar el golpe y los viales cayeron al suelo sin que se rompieran.
-Vaya… Hacía tiempo que nadie lograba alcanzarme. –dijo mientras
se secaba la sangre de la nariz.
-Puede que tú seas un Tahúr, pero Shan es uno de los mejores
Segadores del Plano Demoniaco. Serás ágil y esquivo, pero Shan es capaz de
arrancar tus habilidades… de tu propia carne.
Trug se quedó de piedra. Tiempo atrás
hacía que había conocido a Shan en ese mercadillo y jamás antes le había visto
actuar de esa forma. Incluso las pocas veces que Shan se peleaba con alguien él
se comportaba de una forma callada y normalmente siempre dejaba escapar al
enemigo. Sin embargo, lo que acaba de decir y, más aún, el tono con el que lo
había dicho era algo ajeno a lo que conocía Trug. Al final parecía buena idea
el trato de Shan. Invocó una nube de humo que impedía toda visión, los
conocimientos de orientación del Tahúr le permitirían huir sin que Shan hiciese
nada.
Pero se equivocó. Shan absorbió todo el
humo con sus hoces, las cuales comenzaron a desprender un aura oscura. Trug
sabía perfectamente que los Segadores no eran capaces de hacer eso, podían
debilitar al objetivo, pero nunca drenaban los hechizos directos. Algo iba mal,
debería confiar en sus reflejos y escapar. Cogió la hoz robada y rasgó el aire
para hacer un portal. Sin embargo no logró nada, la hoz empezó a derretirse en
su mano convirtiéndose en un simple fluido mágico. Un Tahúr engañado de tal
forma, quién lo diría.
-Te di una oportunidad… La rechazaste. Te di otra al no rebanar tu
cuello en la entrada principal… No aceptaste. Ya no voy a concederte otra
oportunidad. Acabaré contigo.
Ya ni siquiera hablaba como antes,
refiriéndose a él mismo en tercera persona. Estaba claro que algo le estaba
ocurriendo. Trug tendría que defenderse. Se quitó el sombrero, el cual tenía
una larga pluma roja, y su negra gabardina. Apoyó las manos en el suelo y creó
un círculo negro que rodeó a ambos. De los brazos de Trug, desnudos, surgieron
unos tatuajes en espiral también negros. Una vez el círculo se cerró y los
tatuajes se completaron el Tahúr se desvaneció.
Realmente no había desaparecido, todo
era un simple truco visual. Del círculo no paraban de salir pequeños cristales
que impedían la visión a través de ellos, los tatuajes del brazo indicaban al
círculo la posición del taumaturgo que lo había invocado, así que, mientras
ambos permanecieran en el círculo, Trug podría atacar sin que Shanle viera.
Al principio este hechizo parecía bueno,
pero de repente Shan, como si pudiese verle, hundió en su pecho las dos hoces.
La sorpresa y el dolor anularon el hechizo y Trug se hizo visible de nuevo.
-¿Cómo… cómo es posible?
-Parece que no conoces a tu enemigo tal y como yo lo conozco… No
puedes camuflarte, puedo oler tu maná, puedo oler tu miedo…
Hundió más aún las hoces en su carne y pronunció una serie de palabras, un conjuro. Las puntas de sus dedos se enrojecieron cuando terminó de conjurar el hechizo. Trug sintió un repentino aumento de temperatura justo donde habían penetrado las hoces. Cada vez sentía más y más calor hasta el punto en el que se abrasaba. Entonces las dos hojas se incendiaron. Trug no podía creérselo, era imposible que pudiese invocar fuego de tal forma al no ser que no hubiera un Piromante, un Mago o un Brujo.
Fuera como fuera no era momento de bajar
la guardia. Estaba claro que Trug había subestimado a Shan, pero aún podía
ganar la pelea. Aprovechó que estaba concentrado en quemar su piel y le dio una
patada empoderada con sombras. Este golpe hizo que sacara las hoces de su
pecho, lo cual le propició un dolor enorme, aunque, gracias al fuego, las
heridas fueron cauterizadas al instante.
Shan, por su parte, cayó al suelo
aplastando los viales. El crujido llamó su atención, lo sabía, había perdido
una fuente de dinero inmensa. Se incorporó veloz y miró si algún vial había
resistido su caída. Desgraciadamente todos y cada uno de ellos se destrozaron.
En el suelo había una mancha morada, mezcla del azul distintivo de ese maná en
concreto y del rojo carmesí de su sangre. Una gran ola de furia le invadió,
quería descuartizar a ese maldito Tahúr, pero para su infortunio, Trug había
escapado mientras este estaba distraído mirando los viales rotos. Ahora, a
parte de furia, sentía impotencia.
Fue la gota que colmó el vaso. Una gran
energía empezó a fluir en su cuerpo. Sus ojos brillaron con un tono naranja
fuego. La piel comenzó a caérsele dejando tras de sí agujeros negros por los
que emanaban flujos incesantes de fuego y lava. Justo donde se hallaba la
mancha morada un hilo de lava entró en contacto. Enseguida se formó un charco
de puro caos ígneo.
Tras la piel siguió el músculo. Este
proceso hizo a Shan estremecerse de dolor. Soltó las hoces, las cuales cayeron
al charco y se hundieron en él, y gritó sin parar con la boca totalmente
abierta. De ella salía un inmenso chorro de fuego. Sus prendas se fundieron
dejando tan sólo una hombrera deformada. Lo único que permaneció intacto fueron
las piernas, que simplemente se ennegrecieron por todos los escombros y la
ceniza que salían de su torso y de su boca, era un volcán de inquina.
Finalmente los brazos, su torso y su
cabeza quedaron reducidos a huesos chamuscados envueltos en un aura piromántica.
Sin ya sentir dolor alguno lo primero que hizo fue hundir sus brazos en el
charco. Algo le impulsó a recoger sus hoces. Sin embargo lo que recogió no
fueron dos hoces, sino una única y enorme hoz. Con un mango mucho más largo,
casi como él, una hoja envuelta en magma perenne que acababa en dos pinchos con
puntas al rojo vivo y en cuyo lado opuesto había una roca incandescente
afilada. Y no sólo eso, el charco acopló en sus esqueléticos brazos roca
fundida dando una forma similar a los brazos de carne que antes tenía para que
así pudiera portar la hoz sin problemas.
Comprendió entonces todo. La magia que
almacenó en su interior para resucitar los Puñales de la Insania estuvo el
suficiente tiempo como para hacer mella en él. La actitud agresiva de Trug
abrió finalmente un camino a esa oscuridad latente haciendo que Shan cambiara
completamente su forma de ser. Después, cuando cayó contra los viales, su
sangre se mezcló con el maná interdimensional. Este potente maná reaccionó con
el maná de su cuerpo y le transformó completamente.
Ya no era un Segador, no sólo tenía el
maná propio, en su sangre circulaban dos clases de maná más, el maná demente,
propio de los Puñales, y el maná interdimensional de los Lengua Vil. Había
dejado de ser Shan Cosechamaná, ahora era Shan el Insano, con el dominio más
allá de la mera cosecha mágica, ahora dominaba la propia magia que otorgaban
esos Puñales. Debía sentirse afortunado, era el padre de una nueva clase de
hechiceros.
Guiado por eso mismo que le indicó que
metiera sus brazos en lava, reventó su tienda con una potente cascada de
lava. Aún era de noche y la gente dormía, el silenció se rompió con la
destrucción ocasionada, pero a pesar de ello ninguno de los que se encontraban
en sus tiendas durmiendo en sus camas pudo hacer nada. No hubo tiempo, en
cuestión de segundos Shan recorrió todos los lugares del mercadillo volando con
velocidad, envuelto en llamas, como una enorme bola de fuego, conjurando en las
palmas de su mano grandes torrentes ígneos.
Los gritos eran horripilantes y el olor
a carne quemada nauseabundo. Shan sonreía viendo en la lejanía aquel mercadillo
iluminado ahora por las letales llamas. Pero aún no había saciado su furia,
sabía que Trug era demasiado pícaro como para haber permanecido por los
alrededores. Seguramente habría huido al pueblo más cercano, a pesar de que a
estas horas el camino que conducía hacia el lugar era peligroso. Había que
cruzar un oscuro bosque donde se ocultaban feroces bestias… No obstante, aquel
bosque no tenía comparación con el poder de Shan el Insano, en lo que se
refería a peligrosidad no había color, así que sí, Trug habría huido hacia el
pueblo.

Cuando estaba a mitad de camino, Shan sintió algo, sus facultades de Segador le alertaban de que cerca se hallaba una gran fuente de magia. Rápidamente supo qué era, porque recientemente había estado en contacto con aquel tipo de mana: los Puñales de la Insania. Al parecer no sólo encontraría al Tahúr en el pueblo, sino a todos los Brujos que le provocaron tanto dolor. Tenía que matarles y hacerse con los Puñales. Si contenía todo ese inestable poder en ellos tal vez recuperaría su aspecto anterior y dejaría de sentir dolor. Quedaban tan sólo metros para cumplir su sangriento cometido. Un hechicero capaz de robar el maná a los demás y sediento de poder es la peor combinación que se puede crear…
Habrá que ver si los Brujos pueden
doblegar esa Corrupción que emana de sus seis nuevos “compañeros”.
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