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Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 11 de enero de 2013

El Consejo de los Seis Puñales: sısɹɐʇɐɔ [5]



La historia que vengo a contaros hoy está relacionada con el Consejo, por supuesto, pero hoy el protagonista no será ningún Brujo. Es necesario explicar este hecho, puesto que fue clave para que giraran las tornas en lo que respecta a los planes personales de cada Señor Brujo. Hoy hablaremos de Shan y lo que le aconteció pocos días después de resucitar los Puñales de la Insania.

Todo comenzó cuando los Brujos salieron de su tienda. Ellos no lo sabían, pero Shan había comenzado a notar un dolor terrible en todo su cuerpo. Estuvo aguantando la compostura y suplicando que se marchasen pronto. ¿La razón? Había manipulado magias que ni los propios Segadores podían manejar.

Y podría haberles advertido, después de todo eran amigos… o al menos Luzbel. Sin embargo creyó que tal vez esos Brujos, de los cuales había notado un flujo de maná enorme, podrían doblegar dicha magia. Aunque también se antepuso la codicia. A pesar de que fuera un regalo, en ese Plano era bien sabido que las propinas eran abundantes y normalmente todo buen comprador en ese mercadillo las dejaba. Luzbel no fue menos y le obsequió con una gran cantidad de viales de maná interdimensional que guardaba en su faltriquera. Este maná sólo podía ser recolectado por los Lengua Vil, únicos capaces de viajar con asiduidad por los distintos Planos. Y ahora que escaseaba esta familia, el maná también era poco abundante, pero en manos de un Segador como Shan podría sacársele su jugo.

El maná interdimensional podía ser de distintos tipos. Cada uno se determinaba según el número de veces que rozase un Plano en concreto. El más codiciado era el que circulaba entre el Plano Demoniaco y la Tierra, pues era el maná más similar al que poseían los Lengua Vil. Hace falta decir que, aunque los Humanos no lo supiesen, sus esencias eran fuertes. Bien cierto era que en solitario eran la raza más débil de todos los Planos, pero esta debilidad se compensaba con su capacidad de aclimatación: podían adaptarse a otros Planos. Esta era la razón de que Luzbel fuera adoptando poco a poco la apariencia de un demonio. El Humano combatía el fuego con el fuego, si se encontraba en otro sitio ajeno a la Tierra su cuerpo iría cambiando para adaptarse y volverse incluso más fuerte que cualquier otro espécimen autóctono del lugar. Si a esto le añadimos magia podemos tener un potente cocktail.

En resumidas cuentas. El maná que ahora tenía en su poder Shan era muy valorado y podría conseguir mayores bienes que vendiendo a otro comprador aquellos puñales. Pero recordemos que ahora Shan estaba aquejado de un inmenso dolor. No estaba en condiciones de salir de su tienda e informar al resto de comerciantes sobre su exquisita ganancia. Tal vez mañana. Al fin y al cabo el maná no se iba a esfumar.

Guardó con cuidado en una fina tela ocre los viales. Selló con una piedra mágica la tienda para que nadie pudiera entrar. Abrió una brecha espacial con el mismo proceso que realizó anteriormente para guiar a los Brujos hasta los Puñales de la Insania, aunque esta vez se dirigió a una habitación secreta. Cerró el portal, subió las escaleras y se tumbó agotado en la mullida cama. Comenzó a retorcerse de dolor, era insoportable. Intentó paliarlo con un hechizo relajante, pero la inhibición dolora fue mínima.

Al cabo de dos horas el sueño le venció y logró olvidar el dolor. Pero lo que serían ocho horas de descanso placentero sería después un amargo día. Su despertar fue horrible, casi paralizado, con todos los músculos contraídos. Le despertó un ruido lejano, el desafortunado no había conseguido entrar en estado de REM durante toda la noche a pesar de encontrar un poco de calma para su dolor. Dicho ruido provenía de la sala principal de su tienda, como si algo se hubiera caído. Su codicia pudo con su sentido de la nocicepción, así que se levantó como pudo de la cama, agarró sus hoces y fue a investigar.

Efectivamente sus sospechas se cumplieron: alguien había entrado. Un hombre encapuchado estaba sentado justo en frente del portal que había abierto Shan, como si estuviera esperándole. El resto de la indumentaria advirtió a Shan de aquel asaltante, él era un Tahúr.

Un Tahúr era la clase de hechicero que menos facultades mágicas tenía… a simple vista. Eran maestros del engaño, el poco maná que tenían lo empleaban en confundir al enemigo con jugarretas y trucos. Eran parecidos a los Ilusionistas, sólo que los Tahúres, si en algún momento sus engaños no surtían efecto, no perdían en absoluto su fuerza, pues además de la magia, eran hábiles con las armas blancas y ágiles como gatos. Nunca podías encontrar a uno, y si lo veías, ten por seguro que no había sido un descuido suyo. Este Tahúr en concreto era conocido por los mercaderes más selectos de la zona, ya que él también era comerciante, sólo que en la sombra. Por suerte Shan logró reconocerle una vez encajó las piezas. Desgraciadamente ambos no tenían una relación amistosa que se dijera, y si había entrado de tal forma ese día concretamente sólo podía significar una cosa. Trug el Tahúr venía en busca del maná interdimensional.

-Siento haberte despertado, no fue mi intención, pero he de admitir que esa piedra que colocaste era realmente fuerte, se resistió bastante a mi ganzúa.

-Shan cree que eres lo suficientemente listo como para mantener cierta distancia. Sabes de lo que es capaz un Segador malhumorado… y hoy Shan se ha levantado con el pie izquierdo.

-No te preocupes por eso. Sinceramente, en un principio venía a saquear tu insegura tienda, mas he pensado que podríamos llegar a un… acuerdo.

-Los Tahúres no sois conocidos por los tratos equitativos, así que no te andes con rodeos y di a Shan cuál será tu beneficio.

-Está bien. Es un gusto hablar con alguien tan directo. Normalmente las personas con las que hablo que van al grano de la conversación son aquellas a las que apunto con una daga. Es increíble que…

-¡Basta!

-… Muy bien. Diez viales. Siete míos. Tres tuyos. Cero desperfectos.

-Diez míos. Cero tuyos. Cero Tahúres en tienda de Shan.

-Lamento discrepar…

En ese momento la silueta de Trug comenzó a emborronarse. Era un engaño, no estaba ahí. Shan sintió algo puntiagudo en su región lumbar. Detrás de él estaba Trug rozando su espalda con una daga. Shan lanzó una de sus hoces al aire haciendo que estallara en cientos de cristales brillantes. Esto hizo que el Tahúr se desorientase dándole a Shan el tiempo necesario para abrir un portal y regresar a su habitación, zona más lejana de la tienda y lugar donde se escondían los viales.

Desgraciadamente para él, Trug se encontraba precisamente en su habitación. Al parecer no le había afectado el destello, todo lo contrario, eso le había dado vía libre para coger una de sus hoces y abrir los portales de Shan. El Segador lo pilló in fraganti agarrando los viales de maná. Se lanzó contra él tirando de la hoz que Trug tenía. Este no pudo esquivar el golpe y los viales cayeron al suelo sin que se rompieran.

-Vaya… Hacía tiempo que nadie lograba alcanzarme. –dijo mientras se secaba la sangre de la nariz.

-Puede que tú seas un Tahúr, pero Shan es uno de los mejores Segadores del Plano Demoniaco. Serás ágil y esquivo, pero Shan es capaz de arrancar tus habilidades… de tu propia carne.

Trug se quedó de piedra. Tiempo atrás hacía que había conocido a Shan en ese mercadillo y jamás antes le había visto actuar de esa forma. Incluso las pocas veces que Shan se peleaba con alguien él se comportaba de una forma callada y normalmente siempre dejaba escapar al enemigo. Sin embargo, lo que acaba de decir y, más aún, el tono con el que lo había dicho era algo ajeno a lo que conocía Trug. Al final parecía buena idea el trato de Shan. Invocó una nube de humo que impedía toda visión, los conocimientos de orientación del Tahúr le permitirían huir sin que Shan hiciese nada.

Pero se equivocó. Shan absorbió todo el humo con sus hoces, las cuales comenzaron a desprender un aura oscura. Trug sabía perfectamente que los Segadores no eran capaces de hacer eso, podían debilitar al objetivo, pero nunca drenaban los hechizos directos. Algo iba mal, debería confiar en sus reflejos y escapar. Cogió la hoz robada y rasgó el aire para hacer un portal. Sin embargo no logró nada, la hoz empezó a derretirse en su mano convirtiéndose en un simple fluido mágico. Un Tahúr engañado de tal forma, quién lo diría.

-Te di una oportunidad… La rechazaste. Te di otra al no rebanar tu cuello en la entrada principal… No aceptaste. Ya no voy a concederte otra oportunidad. Acabaré contigo.

Ya ni siquiera hablaba como antes, refiriéndose a él mismo en tercera persona. Estaba claro que algo le estaba ocurriendo. Trug tendría que defenderse. Se quitó el sombrero, el cual tenía una larga pluma roja, y su negra gabardina. Apoyó las manos en el suelo y creó un círculo negro que rodeó a ambos. De los brazos de Trug, desnudos, surgieron unos tatuajes en espiral también negros. Una vez el círculo se cerró y los tatuajes se completaron el Tahúr se desvaneció.

Realmente no había desaparecido, todo era un simple truco visual. Del círculo no paraban de salir pequeños cristales que impedían la visión a través de ellos, los tatuajes del brazo indicaban al círculo la posición del taumaturgo que lo había invocado, así que, mientras ambos permanecieran en el círculo, Trug podría atacar sin que Shanle viera.

Al principio este hechizo parecía bueno, pero de repente Shan, como si pudiese verle, hundió en su pecho las dos hoces. La sorpresa y el dolor anularon el hechizo y Trug se hizo visible de nuevo.

-¿Cómo… cómo es posible?

-Parece que no conoces a tu enemigo tal y como yo lo conozco… No puedes camuflarte, puedo oler tu maná, puedo oler tu miedo…

Hundió más aún las hoces en su carne y pronunció una serie de palabras, un conjuro. Las puntas de sus dedos se enrojecieron cuando terminó de conjurar el hechizo. Trug sintió un repentino aumento de temperatura justo donde habían penetrado las hoces. Cada vez sentía más y más calor hasta el punto en el que se abrasaba. Entonces las dos hojas se incendiaron. Trug no podía creérselo, era imposible que pudiese invocar fuego de tal forma al no ser que no hubiera un Piromante, un Mago o un Brujo.

Fuera como fuera no era momento de bajar la guardia. Estaba claro que Trug había subestimado a Shan, pero aún podía ganar la pelea. Aprovechó que estaba concentrado en quemar su piel y le dio una patada empoderada con sombras. Este golpe hizo que sacara las hoces de su pecho, lo cual le propició un dolor enorme, aunque, gracias al fuego, las heridas fueron cauterizadas al instante.

Shan, por su parte, cayó al suelo aplastando los viales. El crujido llamó su atención, lo sabía, había perdido una fuente de dinero inmensa. Se incorporó veloz y miró si algún vial había resistido su caída. Desgraciadamente todos y cada uno de ellos se destrozaron. En el suelo había una mancha morada, mezcla del azul distintivo de ese maná en concreto y del rojo carmesí de su sangre. Una gran ola de furia le invadió, quería descuartizar a ese maldito Tahúr, pero para su infortunio, Trug había escapado mientras este estaba distraído mirando los viales rotos. Ahora, a parte de furia, sentía impotencia.

Fue la gota que colmó el vaso. Una gran energía empezó a fluir en su cuerpo. Sus ojos brillaron con un tono naranja fuego. La piel comenzó a caérsele dejando tras de sí agujeros negros por los que emanaban flujos incesantes de fuego y lava. Justo donde se hallaba la mancha morada un hilo de lava entró en contacto. Enseguida se formó un charco de puro caos ígneo.

Tras la piel siguió el músculo. Este proceso hizo a Shan estremecerse de dolor. Soltó las hoces, las cuales cayeron al charco y se hundieron en él, y gritó sin parar con la boca totalmente abierta. De ella salía un inmenso chorro de fuego. Sus prendas se fundieron dejando tan sólo una hombrera deformada. Lo único que permaneció intacto fueron las piernas, que simplemente se ennegrecieron por todos los escombros y la ceniza que salían de su torso y de su boca, era un volcán de inquina.

Finalmente los brazos, su torso y su cabeza quedaron reducidos a huesos chamuscados envueltos en un aura piromántica. Sin ya sentir dolor alguno lo primero que hizo fue hundir sus brazos en el charco. Algo le impulsó a recoger sus hoces. Sin embargo lo que recogió no fueron dos hoces, sino una única y enorme hoz. Con un mango mucho más largo, casi como él, una hoja envuelta en magma perenne que acababa en dos pinchos con puntas al rojo vivo y en cuyo lado opuesto había una roca incandescente afilada. Y no sólo eso, el charco acopló en sus esqueléticos brazos roca fundida dando una forma similar a los brazos de carne que antes tenía para que así pudiera portar la hoz sin problemas.

Comprendió entonces todo. La magia que almacenó en su interior para resucitar los Puñales de la Insania estuvo el suficiente tiempo como para hacer mella en él. La actitud agresiva de Trug abrió finalmente un camino a esa oscuridad latente haciendo que Shan cambiara completamente su forma de ser. Después, cuando cayó contra los viales, su sangre se mezcló con el maná interdimensional. Este potente maná reaccionó con el maná de su cuerpo y le transformó completamente. 

Ya no era un Segador, no sólo tenía el maná propio, en su sangre circulaban dos clases de maná más, el maná demente, propio de los Puñales, y el maná interdimensional de los Lengua Vil. Había dejado de ser Shan Cosechamaná, ahora era Shan el Insano, con el dominio más allá de la mera cosecha mágica, ahora dominaba la propia magia que otorgaban esos Puñales. Debía sentirse afortunado, era el padre de una nueva clase de hechiceros.

Guiado por eso mismo que le indicó que metiera sus brazos en lava, reventó su tienda con una potente cascada de lava. Aún era de noche y la gente dormía, el silenció se rompió con la destrucción ocasionada, pero a pesar de ello ninguno de los que se encontraban en sus tiendas durmiendo en sus camas pudo hacer nada. No hubo tiempo, en cuestión de segundos Shan recorrió todos los lugares del mercadillo volando con velocidad, envuelto en llamas, como una enorme bola de fuego, conjurando en las palmas de su mano grandes torrentes ígneos.

Los gritos eran horripilantes y el olor a carne quemada nauseabundo. Shan sonreía viendo en la lejanía aquel mercadillo iluminado ahora por las letales llamas. Pero aún no había saciado su furia, sabía que Trug era demasiado pícaro como para haber permanecido por los alrededores. Seguramente habría huido al pueblo más cercano, a pesar de que a estas horas el camino que conducía hacia el lugar era peligroso. Había que cruzar un oscuro bosque donde se ocultaban feroces bestias… No obstante, aquel bosque no tenía comparación con el poder de Shan el Insano, en lo que se refería a peligrosidad no había color, así que sí, Trug habría huido hacia el pueblo.


Cuando estaba a mitad de camino, Shan sintió algo, sus facultades de Segador le alertaban de que cerca se hallaba una gran fuente de magia. Rápidamente supo qué era, porque recientemente había estado en contacto con aquel tipo de mana: los Puñales de la Insania. Al parecer no sólo encontraría al Tahúr en el pueblo, sino a todos los Brujos que le provocaron tanto dolor. Tenía que matarles y hacerse con los Puñales. Si contenía todo ese inestable poder en ellos tal vez recuperaría su aspecto anterior y dejaría de sentir dolor. Quedaban tan sólo metros para cumplir su sangriento cometido. Un hechicero capaz de robar el maná a los demás y sediento de poder es la peor combinación que se puede crear…

Habrá que ver si los Brujos pueden doblegar esa Corrupción que emana de sus seis nuevos “compañeros”.

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