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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #7

Borja… Por favor… Sé que probablemente no poseas empatía, que la única razón por la que pides que te cuente mis vivencias es por el mero deleite de tus cosechas… Estás muerto, y como tal puedo comprender que tu aprecio hacia los vivos esté marchito… Pero por primera vez me veo obligado a pedir ayuda a alguien… Si Santiago realmente estuvo, aunque fuera durante unos breves instantes, en el mundo de los muertos, entonces tú sabrás algo de él… Borja… te necesito…

Era la maña siguiente, el último día que íbamos a estar en mi hogar. Los gruñidos de Santiago nos despertaron, al parecer estaba bastante molesto por el asunto de su ausencia de mandíbula. Ignorando sus ruidos hicimos las maletas. Ya estaba todo listo, me aseguré de que estaban los billetes de tren en mi cartera y dejamos todo en el vestíbulo. Me acerqué a la habitación donde estaba él y le apuñalé con pura saña. No quería que Samanta viera aquello, pues la crueldad del ataque tenía un vital significado para mí, esto haría que Yin saciara su sed durante varios días, así que la sugerí que fuera bajando alguna que otra maleta. Ya lo he dicho, aunque ella pudiera conocer mis antecedentes asesinos, no me gustaba la idea de que a mis espaldas estuviera contemplándome, a carcajada limpia, con la cara ensangrentada, disfrutando placenteramente con cada puñalada que le propiciaba. Ese no era yo… había dejado que Yin me poseyera durante esos instantes. Realmente, a pesar de que la víctima era el enemigo, seguía sin gustarme el homicidio…

Honestamente,  me preguntaba constantemente si el haberme separado del doppelgänger hubiera sido una mejor decisión. No obstante le debía una a este, no te lo conté la última vez que nos vimos pero las heridas del abdomen cicatrizaron más rápido de lo normal. Definitivamente el enterarme de que verdaderamente este cuerpo alberga dos entes ha abierto nuevas puertas de, llamémosle, potencial. Todo es por partida doble, el dolor se divide, la mente piensa dos veces más rápido, la recuperación frente a cualquier cosa, ya sea fatiga, cansancio o heridas, tarda la mitad. Sí, podría llegar a considerarlo un… “superpoder”, pero en la ficción el héroe es el bueno, y sé de buena tinta todos los crímenes que he cometido. El día que muera, si es por justicia, lo haré a gusto, de eso no tengas la menor duda.

De hecho, no es que me hiciera mucha ilusión marcharme. Desde pequeño pensé que moriría en esta casa, y realmente hubiera sido así si mi mente no me hubiera traicionado en el último segundo. Me habría ahorrado tantas cosas si lo hubiera hecho… pero no, tuve que acobardarme, llorar como un debilucho e irme a la cama. Sí… qué fácil sería acabar con todo ahora, pero el destino había jugado bien, y estando Samanta conmigo no podría suicidarme, pues era precisamente la idea de provocar dolor entre la gente que me conocía lo que siempre me echaba para atrás. No era el momento, al menos hoy.

Pero continuemos. ¿Por dónde iba? Ah, sí… Terminé de apuñalar a Santiago. Había causado tal estropicio… Yin dejó de retumbar dentro de mí, estaba saciado. Arrastré las últimas maletas que quedaban fuera del vestíbulo y eché un último vistazo a mi hogar. Había vivido tantas cosas, aunque más de la mitad fueran recuerdos de angustia y penas seguían siendo mis vivencias… Aquí me despedí de mi madre y mi hermana… Aquí comenzó todo y aquí debería terminar… Cerré la puerta, eché el cerrojo y, cabizbajo, bajé las escaleras.

Ya en la calle mes esperaba Samanta, por suerte Santiago no le había hecho nada a su coche, estaba listo para llevarnos a la estación. Ella me lanzó una sonrisa compasiva y yo tuve la obligación de devolvérsela. Estaba seguro de que sabía que era fingida, pero quién iba a estar bien en estas condiciones, siendo prófugos de la muerte. Aún en nuestro interior permanecía un nudo de incertidumbre. El trayecto a la estación preservaba el peligro de que aquel que mandaba a Santiago a por nosotros viniera a acabar el trabajo. Creo que justo entonces la calma que me ofrecía Yin me hacía recapacitar y afirmar que la unión había sido la mejor idea. Después de todo estaba cobrando el papel de simbionte, en vez del de parásito.

Samanta arrancó y nos dirigimos raudos hacia la estación. De vez en cuando, en los momentos en los que la iluminación descendía, observaba mi nítido reflejo en la luna de la puerta del coche. Unas veces era yo, pero otras, sin lugar a dudas, el reflejado era Yin. Era extraño, nunca antes había contemplado su rostro de esa forma. Era difícil diferenciarlo de mi verdadero yo. Ni siquiera se tomaba a broma la situación, ¿estaría realmente preocupado? Siempre que conversábamos, fuera por lo que fuera, con lo primero con lo que se presentaba era con una breve risa. ¿Qué ocurría hoy que hasta entrecerraba los ojos y le veía suspirar? Si de verdad los doopelgänger auguran desolación, verle así me preocupaba, tanto que le insté a Samanta para que aminorara la velocidad. Podría ser, quizás, un truco mental de los mil y uno que poseía en su arsenal para hacerme enloquecer. Sin embargo ya había visto que ni yo era pura bondad ni él pura maldad. Después de todo así está compuesto el Yin Yang: en la mitad blanca hay un círculo negro, y viceversa. Yo soy humano y no puedo echarle la culpa de todo a mi otro yo. Hasta a veces creo que yo, Yang, también me deleitaba con las muertes… Sólo con pensarlo se me pone el vello de punta… Mejor dejémoslo.

Finalmente llegamos a la estación. El ambientes estaba demasiado calmado, mi lógica pesimista me encarcelaba en un escepticismo poco esperanzador. Samanta dio un último adiós del automóvil, sacamos las pertenencias del maletero y entramos en la estación.

Había tanta gente, en cuanto mis ojos entraron en contacto con la muchedumbre el corazón me dio un vuelco. La sensación era inconfundible, Yin volvía a la carga. Le exigí que se relajara y que recordara lo pactado. Sé que para él no era fácil, era como si a mí me ponían en un expositor de videojuegos, perdería el control. No me quedaba otra, agarré la mano de Samanta y, con suma celeridad, anduve hasta el mostrador. Todo en orden, podíamos entrar el vagón.

Estúpido… Ahora en un recinto más cerrado, la densidad humana era mayor. Sí… tanta carne por cortar, cientos de voces distintas suplicándome, arrodilladas ante mis hojas ensangrentadas. Consciente de una doble fuerza, aquel tren no transportaría pasajeros, sino carnaza.

¡Pero no! Que confíe en ti no quiere decir que decida quedar desprotegido. Nada más sentarme extraje del bolsillo inferior de una de las maletas una caja de sedantes. Esto me ayudaría a dormir y evitar las pulsiones maliciosas. Tuvo su gracia, pude escuchar los gritos de rabia de Yin. Hasta intentó estrangular los músculos constrictores del esófago para dificultar el paso de la pastilla, pero nada que no pudiera arreglar un buen buche de agua fresca. Ahora sólo quedaba esperar a que el ácido clorhídrico estomacal hiciera el resto. A pesar de las medidas, no podía culpar a Yin, él ya me lo dijo: “una vez dentro, no podré ser tan permisivo como ahora, ya conoces mi naturaleza…”.

Al menos tenía la seguridad de que, así como auténticos hermanos, esto era un duelo sinfín y cada batalla ganada no sería vista con rencor por el perdedor. Hoy había ganado yo, sólo podía esperar a que un día él hiciera jaque, y esperemos que no mate.

Mientras yo trataba de conciliar el sueño, Samanta, a mi lado, se dispuso a leer un libro. Qué irónico, se trataba de un libro de psicoanálisis freudiana. Creo que si Freud siguiera vivo, se interesaría bastante por mi ello superdesarrollado, con capacidad de razonamiento y todo, y lo único que tuve que hacer fue devorar un embrión. Digno de un ritual satánico.

El tren cerró las puertas, nos marchábamos ya y de momento no había sucedido nada desagradable, aunque hasta que no hubiéramos llegado a Madrid no estaría del todo relajado. Seguro que si dejaba a Yin matar a unos cuantos pasajero acabaría rendido y toda preocupación desaparecería, pero por una vez en la vida tendría que actuar como alguien normal y aguardar al efecto de las drogas comerciales. Empezaba a marearme un poco, supongo que los efectos narcóticos ya estaban surgiendo.

Poco a poco la vista se me nublaba. A punto de cerrar los párpados para perpetuarme en un sueño, mi última imagen fue la de Samanta mostrando esa sonrisa que siempre me animaba. Hubiera sido perfecto si no fuera porque al fondo de dicha imagen, en uno de los cristales, pude contemplar a Yin con un rostro inquieto a la par que sádico. Justo antes de que todo se volviera negro, este, aprovechándose de la perspectiva, transformó sus manos en cuchillos y las dirigió con velocidad al lateral derecho del cristal simulando que se hundían en el cuello de ella. Todo hubiera quedado en una broma si no hubiera llegado a ser porque realmente salió sangre de su cuello…

Abrí los ojos completamente por culpa del susto, pero al parecer me había dormido. No había pasado ni una milésima de segundo estando con los ojos cerrados y en realidad habían transcurrido posiblemente unos cuantos minutos. Giré la cabeza y ella ya no estaba ahí. Me levanté del asiento y resbalé con un charco del suelo. Por suerte no me provoqué ninguna contusión, pude incorporarme sin complicaciones. Y entonces lo vi. Así como Samanta no estaba en su asiento, absolutamente nadie más se hallaba en el vagón. Agaché la cabeza, impulsado por mis más oscuras sospechas y efectivamente aquel charco era de sangre. Muchas más manchas de este líquido estaban esparcidas por la zona. Creo que lo comprendía…

Caí al suelo de rodillas y observé mis manos, entumecidas. Estaban impregnadas con sangre. Parece que el sedarme formaba parte de su plan. Dormido, estando Yang debilitado, Yin no tendría obstáculo alguno para hacerse con el control. ¿Pero cómo? Puede que posea un doppelgänger en mi interior, pero no soy imparable, ni mucho menos. ¿Es que nadie ha sido capaz de detener esta carnicería? Y lo peor de todo es que he acabado con Samanta… Hiciste realidad tu deseo de matarla… Bien jugado… Yin, dime, ¿dónde has dejado los cuerpos?

Si quería la respuesta tendría que hacerle aparecer. Busqué algún cristal exento de sangre y me acerqué lo suficiente para que me reflejara por completo. Me concentré en mis pupilas y al fin volvió a escindirse de mí.

-¿¡Dónde están los putos cadáveres!? –exigí a punto de llorar de rabia –.

-Ey, tranquilo. Ya estaba concienciado de que me echarías la culpa a mí, pero…

-¿Y a quién si no? ¡Si desde el momento en el que entramos a la estación empezaste a golpearme con ansias de sangre! –respondí interrumpiéndole –.

-Es cierto que quería salir al exterior. Sin embargo no era para crear tamaña matanza. Puedo ser todo lo cruel y frío que quieras, pero un trato es un trato y aunque lo hubiera hecho te aseguro que para mí Samanta ya es intocable. Yang, la razón por la que lo hacía es porque aquel que mandó a Santiago estaba rondándonos. Sentía su presencia, tanto en la estación como dentro del vagón.


-¿Y por qué no lo dijiste? Hubiéramos podido escapar…

-Yang. Yo no funciono así, después de todo soy un apéndice más de tu cuerpo. Tengo mis limitaciones. Las conversaciones que mantenemos se mantienen en márgenes racionales que cualquiera de los dos podría alcanzar independientemente. Si tú no eras capaz de reconocerle, yo no podía avisarte de otra forma que no fuera con esos impulsos. Y por eso grité y traté de evitar que te tragaras la pastilla… Justo antes de que cayeras rendido su ataque comenzó.

-Entonces, ¿ya está, he perdido? Lo comprendo, Samanta muere y yo vivo, después soy detenido por la policía siendo el primer sospechoso del genocidio y quedo encarcelado sin poder escapar de mi sufrimiento…

-No, Yang. Jugamos con ventaja. Ellos no saben que no han dejado viva a una persona, sino a dos. Ya te he dicho que no puedo mostrarte lo que tú no serías capaz de conocer, y eso no incluye lo que nos acontece mientras uno de los dos duerme.

-¿Presenciaste lo que ocurrió?

-En efecto –afirmó con entusiasmo –. No fui capaz de tomar los mandos de tu cuerpo porque tu cerebro permanecía obnubilado, pero al menos pude escuchar. Hasta yo tengo que admitir que ese tío sobrepasa los niveles de crueldad. Mató uno por uno en una reacción en cadena a todos los pasajeros. Samanta agarró fuertemente tu brazo e intentó despertarte, pero no hubo manera. Seguidamente, no sé cómo, el tren descarriló, aunque este vagón parece que se mantuvo inamovible. Desde luego, sea quien sea, este también presenta algo sobrenatural, como Santiago. Tras ello, tapó la boca de Samanta y se la llevó a rastras, no sin antes susurrarte algo al oído.

-Adelante, ¿qué me dijo ese cabrón? –pregunté invadido por un cocktail de intriga y furia –.

-“Sé quién te visita, serás mi mensajero para él y ella será tu recompensa si te portas bien, dile que Óscar le declara la guerra”.

-Claramente hace referencia a Borja, la sombra. ¿Cómo se ha podido enterar de ello? ¿Cómo pudo saber que íbamos a coger el tren dirección Madrid? ¿Cómo ha conseguido causar tal estropicio en un tren de alta tecnología? ¿¡Pero a qué clase de ser nos enfrentamos!?

-Yang, cálmate. Vayamos por partes. Lo primero será salir de aquí. Todos los cuerpos han desaparecido así que no levantarás sospechas si tú también te esfumas. Segundo, la única solución que se me ocurre frente a lo de que sabía nuestra posición es que existe algún tipo de conexión entre este y Santiago, y no me refiero a un micrófono convencional… Tercero, que conozca la existencia de la sombra significa que, o bien él ha sido otro “afortunado” vivo que se ha relacionado con él, o bien…

-Está muerto –concluí –.

Hice caso a su petición y me escabullí del lugar del accidente. Al salir del vagón el fuego, la destrucción, y los alaridos reinaron el panorama. Si hubiera sido otra persona hubiera ayudado sin dudarlo un instante, no obstante necesitaba moverme por este entorno asolador. Me negué a rematar a toda persona moribunda con la que me cruzara, pero el mero hecho de verlas agonizando, suplicando, mutiladas, ahogándose con su propia sangre, ya era suficiente inhibidor para Yin.

No tenía ni la más remota idea de a dónde dirigirme. No podía quedarme esperando de brazos cruzados a que tú, Borja, aparecieras, la vida de Samanta corría un grave peligro frente a alguien que podría ser mucho más letal que el propio Santiago. Lo único que se me ocurría era regresar a casa y hablar con este último. Puede que fuera inmortal, pero seguro que agradecería el desatarle si me contaba todo lo que sabía. Por primera vez obedecería con gusto las órdenes inquisidoras de Yin contra un humano. Todo fuera por un bien común.

No habíamos ido a parar muy lejos. En diez minutos siguiendo las vías llegué a la parada de tren. Por suerte no tenía sangre ni nada por el estilo en mi piel o vestimenta, así que pasaría desapercibido. Esperé el momento oportuno para subir al andén sin que nadie me viera y continué. Fui directo en busca de un taxi, tenía dinero de sobra, había cogido lo necesario de las maletas.

Por fortuna el taxista transcribió el tono nervioso de mi voz y se dio prisa en terminar el trayecto. En poco más de cinco minutos estaba ahí de nuevo. Sin embargo, el tiempo se detuvo cuando fui a darle el dinero y se percató la sangre, ya seca, de mi mano. Entendí enseguida por qué ese tal Óscar me las había manchado, así sería más fácil salir sin impedimentos del vagón…

Yin lo sabía, incluso yo. No nos quedaba otra. Miré a un lado de la calle, luego al otro. Eran las nueve de la mañana, un sábado. No había nadie más en la calle. Tiré del cordón de la capucha de mi sudadera y lo saqué. Justo antes de que el taxista pudiera reaccionar rodeé con el cordón su cuello y apreté con fuerza. En cuestión de segundos dejaría de retorcerse.

Bueno… ahora tendría algo con lo que matar el tiempo mientras esperaba a que vinieras. Creo que aún guardaba algo de lejía pura en la cocina.

El coche había estacionado en zona de aparcamiento, así que tardarían en darse cuenta de que nadie lo reclamaba. Arrastre el cuerpo a la entrada del bloque y cerré las puertas del taxi. Lo llevé por las escaleras con un poco de dificultad y con cuidado abrí la puerta de casa. No hice ruido alguno, así que aproveche el sigilo para primero asomarme al salón. Todo en orden. Llegué a la cocina y ahí estaba Santiago, aún muerto. Llevé el cuerpo del taxista a la bañera y vertí la lejía. Lentamente se iba deshaciendo, tenía tiempo para ir repartiendo los restos en los contenedores de los alrededores.

Sin desprenderme de la preocupación, ya de noche, Santiago revivió y, como de costumbre, emitió varios gruñidos. Necesitaba entenderle, así que le entregué la mandíbula y esperé a que se volviera a encarnar junto con el maxilar superior. Una vez la quijada era estable lo primero que me preguntó era si ya había tenido mi primer encuentro con Óscar.

Pensaba que el sorprendido iba a ser él al verme volver, pero veo que estaba equivocado. Lo único que podía hacer era torturarle hasta que me revelara su paradero. Permití a Yin que me poseyera. No sé con exactitud todo lo que hizo con él, pero desde luego gritó como una alimaña indefensa. Le arrancó uno por uno todos los dientes. Levantó sus uñas y quemó la piel de debajo. Serró pies y manos. Echó agua hirviendo en su cara. Martilleó cientos de clavos en su espina dorsal. Le abrió una profunda herida en el abdomen y vertió un saco entero de sal en su interior. Le extrajo un ojo con una cuchara y llenó la cuenca con alcohol. En definitiva, recreó un infierno en vida…

Desgraciadamente, nada de eso le hizo hablar. No sé si fue gracias a Blood Services o a Óscar, pero estaba bien entrenado. Por ende, la última alternativa, mi última esperanza era suplicarte ayuda… Han pasado cuatro días y gracias a que has escuchado mi llamada.

Borja, te lo imploro, esto se escapa a mi comprensión. Es una guerra que no puedo combatir solo, necesito tu alma. Él puede tener un poder que probablemente también le otorgue inmortalidad, pero tú sobrepasas a la mismísima naturaleza. Puede que en ocasiones te haya tratado como escoria, que te haya menospreciado o ridiculizado, pero créeme, he adoptado una estabilidad que antes no poseía, por primera vez veo una razón a mi existencia. Supongo que esto tampoco será coser y cantar para ti, lo veo en tu mirada, pero ya lo sabes:

Tienes el Yin Yang de tu lado.

[Creo que tras esto todos comprenderéis que debo saltarme las mismas reglas que yo establecí en su momento. Óscar está sobrepasando las propias reglas de la vida y la muerte. Sé que a mí no me concierne para nada, pues mi tarea es la de narrar y cosechar. Sin embargo, todos sabéis por qué lo hago y tal vez esto implique avanzar en mi búsqueda. Puede que a partir de ahora mi relación con Bruno cambie y no sólo me dedique a contar sus vivencias como un mero espectador. Es probable que ahora yo, la Sombra, tome cartas en el asunto. Creo que algunas piezas están empezando a encajar.

Y no me gusta cómo está quedando el puzle…]

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