Borja…
Por favor… Sé que probablemente no poseas empatía, que la única razón por la
que pides que te cuente mis vivencias es por el mero deleite de tus cosechas…
Estás muerto, y como tal puedo comprender que tu aprecio hacia los vivos esté
marchito… Pero por primera vez me veo obligado a pedir ayuda a alguien… Si
Santiago realmente estuvo, aunque fuera durante unos breves instantes, en el
mundo de los muertos, entonces tú sabrás algo de él… Borja… te necesito…

Honestamente,
me preguntaba constantemente si el
haberme separado del doppelgänger hubiera sido una mejor decisión. No obstante
le debía una a este, no te lo conté la última vez que nos vimos pero las
heridas del abdomen cicatrizaron más rápido de lo normal. Definitivamente el
enterarme de que verdaderamente este cuerpo alberga dos entes ha abierto nuevas
puertas de, llamémosle, potencial. Todo es por partida doble, el dolor se
divide, la mente piensa dos veces más rápido, la recuperación frente a
cualquier cosa, ya sea fatiga, cansancio o heridas, tarda la mitad. Sí, podría
llegar a considerarlo un… “superpoder”, pero en la ficción el héroe es el
bueno, y sé de buena tinta todos los crímenes que he cometido. El día que
muera, si es por justicia, lo haré a gusto, de eso no tengas la menor duda.
De
hecho, no es que me hiciera mucha ilusión marcharme. Desde pequeño pensé que
moriría en esta casa, y realmente hubiera sido así si mi mente no me hubiera
traicionado en el último segundo. Me habría ahorrado tantas cosas si lo hubiera
hecho… pero no, tuve que acobardarme, llorar como un debilucho e irme a la
cama. Sí… qué fácil sería acabar con todo ahora, pero el destino había jugado
bien, y estando Samanta conmigo no podría suicidarme, pues era precisamente la
idea de provocar dolor entre la gente que me conocía lo que siempre me echaba
para atrás. No era el momento, al menos hoy.
Pero
continuemos. ¿Por dónde iba? Ah, sí… Terminé de apuñalar a Santiago. Había
causado tal estropicio… Yin dejó de retumbar dentro de mí, estaba saciado.
Arrastré las últimas maletas que quedaban fuera del vestíbulo y eché un último
vistazo a mi hogar. Había vivido tantas cosas, aunque más de la mitad fueran
recuerdos de angustia y penas seguían siendo mis vivencias… Aquí me despedí de
mi madre y mi hermana… Aquí comenzó todo y aquí debería terminar… Cerré la
puerta, eché el cerrojo y, cabizbajo, bajé las escaleras.
Ya en
la calle mes esperaba Samanta, por suerte Santiago no le había hecho nada a su
coche, estaba listo para llevarnos a la estación. Ella me lanzó una sonrisa
compasiva y yo tuve la obligación de devolvérsela. Estaba seguro de que sabía
que era fingida, pero quién iba a estar bien en estas condiciones, siendo
prófugos de la muerte. Aún en nuestro interior permanecía un nudo de
incertidumbre. El trayecto a la estación preservaba el peligro de que aquel que
mandaba a Santiago a por nosotros viniera a acabar el trabajo. Creo que justo
entonces la calma que me ofrecía Yin me hacía recapacitar y afirmar que la
unión había sido la mejor idea. Después de todo estaba cobrando el papel de
simbionte, en vez del de parásito.
Samanta
arrancó y nos dirigimos raudos hacia la estación. De vez en cuando, en los
momentos en los que la iluminación descendía, observaba mi nítido reflejo en la
luna de la puerta del coche. Unas veces era yo, pero otras, sin lugar a dudas,
el reflejado era Yin. Era extraño, nunca antes había contemplado su rostro de
esa forma. Era difícil diferenciarlo de mi verdadero yo. Ni siquiera se tomaba
a broma la situación, ¿estaría realmente preocupado? Siempre que conversábamos,
fuera por lo que fuera, con lo primero con lo que se presentaba era con una
breve risa. ¿Qué ocurría hoy que hasta entrecerraba los ojos y le veía
suspirar? Si de verdad los doopelgänger auguran desolación, verle así me
preocupaba, tanto que le insté a Samanta para que aminorara la velocidad.
Podría ser, quizás, un truco mental de los mil y uno que poseía en su arsenal
para hacerme enloquecer. Sin embargo ya había visto que ni yo era pura bondad
ni él pura maldad. Después de todo así está compuesto el Yin Yang: en la mitad
blanca hay un círculo negro, y viceversa. Yo soy humano y no puedo echarle la
culpa de todo a mi otro yo. Hasta a veces creo que yo, Yang, también me
deleitaba con las muertes… Sólo con pensarlo se me pone el vello de punta…
Mejor dejémoslo.
Finalmente
llegamos a la estación. El ambientes estaba demasiado calmado, mi lógica
pesimista me encarcelaba en un escepticismo poco esperanzador. Samanta dio un
último adiós del automóvil, sacamos las pertenencias del maletero y entramos en
la estación.
Había
tanta gente, en cuanto mis ojos entraron en contacto con la muchedumbre el
corazón me dio un vuelco. La sensación era inconfundible, Yin volvía a la
carga. Le exigí que se relajara y que recordara lo pactado. Sé que para él no
era fácil, era como si a mí me ponían en un expositor de videojuegos, perdería
el control. No me quedaba otra, agarré la mano de Samanta y, con suma
celeridad, anduve hasta el mostrador. Todo en orden, podíamos entrar el vagón.
Estúpido…
Ahora en un recinto más cerrado, la densidad humana era mayor. Sí… tanta carne
por cortar, cientos de voces distintas suplicándome, arrodilladas ante mis
hojas ensangrentadas. Consciente de una doble fuerza, aquel tren no
transportaría pasajeros, sino carnaza.
¡Pero
no! Que confíe en ti no quiere decir que decida quedar desprotegido. Nada más
sentarme extraje del bolsillo inferior de una de las maletas una caja de
sedantes. Esto me ayudaría a dormir y evitar las pulsiones maliciosas. Tuvo su
gracia, pude escuchar los gritos de rabia de Yin. Hasta intentó estrangular los
músculos constrictores del esófago para dificultar el paso de la pastilla, pero
nada que no pudiera arreglar un buen buche de agua fresca. Ahora sólo quedaba
esperar a que el ácido clorhídrico estomacal hiciera el resto. A pesar de las
medidas, no podía culpar a Yin, él ya me lo dijo: “una vez dentro, no podré ser
tan permisivo como ahora, ya conoces mi naturaleza…”.
Al menos
tenía la seguridad de que, así como auténticos hermanos, esto era un duelo
sinfín y cada batalla ganada no sería vista con rencor por el perdedor. Hoy
había ganado yo, sólo podía esperar a que un día él hiciera jaque, y esperemos
que no mate.
Mientras
yo trataba de conciliar el sueño, Samanta, a mi lado, se dispuso a leer un
libro. Qué irónico, se trataba de un libro de psicoanálisis freudiana. Creo que
si Freud siguiera vivo, se interesaría bastante por mi ello superdesarrollado, con capacidad de razonamiento y todo, y lo
único que tuve que hacer fue devorar un embrión. Digno de un ritual satánico.
El tren
cerró las puertas, nos marchábamos ya y de momento no había sucedido nada
desagradable, aunque hasta que no hubiéramos llegado a Madrid no estaría del
todo relajado. Seguro que si dejaba a Yin matar a unos cuantos pasajero
acabaría rendido y toda preocupación desaparecería, pero por una vez en la vida
tendría que actuar como alguien normal y aguardar al efecto de las drogas
comerciales. Empezaba a marearme un poco, supongo que los efectos narcóticos ya
estaban surgiendo.
Poco a
poco la vista se me nublaba. A punto de cerrar los párpados para perpetuarme en
un sueño, mi última imagen fue la de Samanta mostrando esa sonrisa que siempre
me animaba. Hubiera sido perfecto si no fuera porque al fondo de dicha imagen,
en uno de los cristales, pude contemplar a Yin con un rostro inquieto a la par
que sádico. Justo antes de que todo se volviera negro, este, aprovechándose de
la perspectiva, transformó sus manos en cuchillos y las dirigió con velocidad
al lateral derecho del cristal simulando que se hundían en el cuello de ella.
Todo hubiera quedado en una broma si no hubiera llegado a ser porque realmente
salió sangre de su cuello…
Abrí
los ojos completamente por culpa del susto, pero al parecer me había dormido.
No había pasado ni una milésima de segundo estando con los ojos cerrados y en
realidad habían transcurrido posiblemente unos cuantos minutos. Giré la cabeza
y ella ya no estaba ahí. Me levanté del asiento y resbalé con un charco del
suelo. Por suerte no me provoqué ninguna contusión, pude incorporarme sin
complicaciones. Y entonces lo vi. Así como Samanta no estaba en su asiento,
absolutamente nadie más se hallaba en el vagón. Agaché la cabeza, impulsado por
mis más oscuras sospechas y efectivamente aquel charco era de sangre. Muchas
más manchas de este líquido estaban esparcidas por la zona. Creo que lo
comprendía…
Caí al
suelo de rodillas y observé mis manos, entumecidas. Estaban impregnadas con sangre. Parece que el sedarme formaba parte de su plan. Dormido, estando Yang
debilitado, Yin no tendría obstáculo alguno para hacerse con el control. ¿Pero
cómo? Puede que posea un doppelgänger en mi interior, pero no soy imparable, ni
mucho menos. ¿Es que nadie ha sido capaz de detener esta carnicería? Y lo peor
de todo es que he acabado con Samanta… Hiciste realidad tu deseo de matarla…
Bien jugado… Yin, dime, ¿dónde has dejado los cuerpos?
Si
quería la respuesta tendría que hacerle aparecer. Busqué algún cristal exento
de sangre y me acerqué lo suficiente para que me reflejara por completo. Me
concentré en mis pupilas y al fin volvió a escindirse de mí.
-¿¡Dónde están los putos cadáveres!? –exigí a punto de llorar de
rabia –.
-Ey, tranquilo. Ya estaba
concienciado de que me echarías la culpa a mí, pero…

-Es cierto que quería salir al
exterior. Sin embargo no era para crear tamaña matanza. Puedo ser todo lo cruel
y frío que quieras, pero un trato es un trato y aunque lo hubiera hecho te
aseguro que para mí Samanta ya es intocable. Yang, la razón por la que lo hacía
es porque aquel que mandó a Santiago estaba rondándonos. Sentía su presencia,
tanto en la estación como dentro del vagón.
-¿Y por qué no lo dijiste? Hubiéramos podido
escapar…
-Yang. Yo no funciono así,
después de todo soy un apéndice más de tu cuerpo. Tengo mis limitaciones. Las
conversaciones que mantenemos se mantienen en márgenes racionales que
cualquiera de los dos podría alcanzar independientemente. Si tú no eras capaz
de reconocerle, yo no podía avisarte de otra forma que no fuera con esos
impulsos. Y por eso grité y traté de evitar que te tragaras la pastilla… Justo
antes de que cayeras rendido su ataque comenzó.
-Entonces, ¿ya está, he perdido? Lo
comprendo, Samanta muere y yo vivo, después soy detenido por la policía siendo
el primer sospechoso del genocidio y quedo encarcelado sin poder escapar de mi
sufrimiento…
-No, Yang. Jugamos con ventaja.
Ellos no saben que no han dejado viva a una persona, sino a dos. Ya te he dicho
que no puedo mostrarte lo que tú no serías capaz de conocer, y eso no incluye
lo que nos acontece mientras uno de los dos duerme.
-¿Presenciaste lo que ocurrió?
-En efecto –afirmó con entusiasmo –. No fui capaz de
tomar los mandos de tu cuerpo porque tu cerebro permanecía obnubilado, pero al
menos pude escuchar. Hasta yo tengo que admitir que ese tío sobrepasa los
niveles de crueldad. Mató uno por uno en una reacción en cadena a todos los
pasajeros. Samanta agarró fuertemente tu brazo e intentó despertarte, pero no
hubo manera. Seguidamente, no sé cómo, el tren descarriló, aunque este vagón
parece que se mantuvo inamovible. Desde luego, sea quien sea, este también
presenta algo sobrenatural, como Santiago. Tras ello, tapó la boca de Samanta y
se la llevó a rastras, no sin antes susurrarte algo al oído.
-Adelante, ¿qué me dijo ese cabrón? –pregunté invadido por un cocktail
de intriga y furia –.
-“Sé quién te visita, serás mi
mensajero para él y ella será tu recompensa si te portas bien, dile que Óscar
le declara la guerra”.
-Claramente hace referencia a Borja, la
sombra. ¿Cómo se ha podido enterar de ello? ¿Cómo pudo saber que íbamos a coger
el tren dirección Madrid? ¿Cómo ha conseguido causar tal estropicio en un tren
de alta tecnología? ¿¡Pero a qué clase de ser nos enfrentamos!?
-Yang, cálmate. Vayamos por
partes. Lo primero será salir de aquí. Todos los cuerpos han desaparecido así
que no levantarás sospechas si tú también te esfumas. Segundo, la única solución
que se me ocurre frente a lo de que sabía nuestra posición es que existe algún
tipo de conexión entre este y Santiago, y no me refiero a un micrófono
convencional… Tercero, que conozca la existencia de la sombra significa que, o
bien él ha sido otro “afortunado” vivo que se ha relacionado con él, o bien…
-Está muerto –concluí –.
Hice
caso a su petición y me escabullí del lugar del accidente. Al salir del vagón
el fuego, la destrucción, y los alaridos reinaron el panorama. Si hubiera sido
otra persona hubiera ayudado sin dudarlo un instante, no obstante necesitaba
moverme por este entorno asolador. Me negué a rematar a toda persona moribunda
con la que me cruzara, pero el mero hecho de verlas agonizando, suplicando,
mutiladas, ahogándose con su propia sangre, ya era suficiente inhibidor para
Yin.
No
tenía ni la más remota idea de a dónde dirigirme. No podía quedarme esperando
de brazos cruzados a que tú, Borja, aparecieras, la vida de Samanta corría un
grave peligro frente a alguien que podría ser mucho más letal que el propio Santiago.
Lo único que se me ocurría era regresar a casa y hablar con este último. Puede
que fuera in mortal, pero seguro que agradecería el desatarle si me contaba todo
lo que sabía. Por primera vez obedecería con gusto las órdenes inquisidoras de
Yin contra un humano. Todo fuera por un bien común.
No
habíamos ido a parar muy lejos. En diez minutos siguiendo las vías llegué a la
parada de tren. Por suerte no tenía sangre ni nada por el estilo en mi piel o
vestimenta, así que pasaría desapercibido. Esperé el momento oportuno para
subir al andén sin que nadie me viera y continué. Fui directo en busca de un
taxi, tenía dinero de sobra, había cogido lo necesario de las maletas.
Por
fortuna el taxista transcribió el tono nervioso de mi voz y se dio prisa en
terminar el trayecto. En poco más de cinco minutos estaba ahí de nuevo. Sin
embargo, el tiempo se detuvo cuando fui a darle el dinero y se percató la
sangre, ya seca, de mi mano. Entendí enseguida por qué ese tal Óscar me las
había manchado, así sería más fácil salir sin impedimentos del vagón…
Yin lo
sabía, incluso yo. No nos quedaba otra. Miré a un lado de la calle, luego al
otro. Eran las nueve de la mañana, un sábado. No había nadie más en la calle.
Tiré del cordón de la capucha de mi sudadera y lo saqué. Justo antes de que el taxista
pudiera reaccionar rodeé con el cordón su cuello y apreté con fuerza. En
cuestión de segundos dejaría de retorcerse.
Bueno…
ahora tendría algo con lo que matar el tiempo mientras esperaba a que vinieras.
Creo que aún guardaba algo de lejía pura en la cocina.
El
coche había estacionado en zona de aparcamiento, así que tardarían en darse
cuenta de que nadie lo reclamaba. Arrastre el cuerpo a la entrada del bloque y
cerré las puertas del taxi. Lo llevé por las escaleras con un poco de
dificultad y con cuidado abrí la puerta de casa. No hice ruido alguno, así que
aproveche el sigilo para primero asomarme al salón. Todo en orden. Llegué a la
cocina y ahí estaba Santiago, aún muerto. Llevé el cuerpo del taxista a la
bañera y vertí la lejía. Lentamente se iba deshaciendo, tenía tiempo para ir
repartiendo los restos en los contenedores de los alrededores.
Sin
desprenderme de la preocupación, ya de noche, Santiago revivió y, como de
costumbre, emitió varios gruñidos. Necesitaba entenderle, así que le entregué
la mandíbula y esperé a que se volviera a encarnar junto con el maxilar
superior. Una vez la quijada era estable lo primero que me preguntó era si ya
había tenido mi primer encuentro con Óscar.
Pensaba
que el sorprendido iba a ser él al verme volver, pero veo que estaba
equivocado. Lo único que podía hacer era torturarle hasta que me revelara su
paradero. Permití a Yin que me poseyera. No sé con exactitud todo lo que hizo
con él, pero desde luego gritó como una alimaña indefensa. Le arrancó uno por
uno todos los dientes. Levantó sus uñas y quemó la piel de debajo. Serró pies y
manos. Echó agua hirviendo en su cara. Martilleó cientos de clavos en su espina
dorsal. Le abrió una profunda herida en el abdomen y vertió un saco entero de
sal en su interior. Le extrajo un ojo con una cuchara y llenó la cuenca con
alcohol. En definitiva, recreó un infierno en vida…
Desgraciadamente,
nada de eso le hizo hablar. No sé si fue gracias a Blood Services o a Óscar,
pero estaba bien entrenado. Por ende, la última alternativa, mi última
esperanza era suplicarte ayuda… Han pasado cuatro días y gracias a que has
escuchado mi llamada.
Borja,
te lo imploro, esto se escapa a mi comprensión. Es una guerra que no puedo
combatir solo, necesito tu alma. Él puede tener un poder que probablemente
también le otorgue inmortalidad, pero tú sobrepasas a la mismísima naturaleza. Puede
que en ocasiones te haya tratado como escoria, que te haya menospreciado o
ridiculizado, pero créeme, he adoptado una estabilidad que antes no poseía, por
primera vez veo una razón a mi existencia. Supongo que esto tampoco será coser
y cantar para ti, lo veo en tu mirada, pero ya lo sabes:
Tienes
el Yin Yang de tu lado.

Y no me gusta cómo está quedando el puzle…]
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