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28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #9

[Como supondréis, he vuelto a contactar con Bruno para saber qué ha ocurrido en su viaje al pasado. Desgraciadamente, esto no son buenas noticias, ya os diré por qué. Mientras tanto, os daré una pista: hoy vuelvo a ser el narrador, debido a que Bruno ha entrado de nuevo dentro del portal creado por su cosecha.]

Bruno despertó sobresaltado. Estaba en la cama, en su casa, era por la mañana. ¿Había sido todo un sueño? Volteó la cabeza y buscó con la mirada el calendario de su habitación. Treinta de Marzo del 2013. No, si realmente fuera un sueño no habría transcurrido tanto tiempo. Esto era real, había muerto y la Sombra le había permitido viajar en el tiempo.

Al principio todos sus recuerdos estaban borrosos, ni siquiera sabía por qué había elegido esta fecha. Trató de calmarse y se fue a desayunar. Sin embargo, antes de prepararse algo de comer, un olor invadió sus fosas nasales. Provenía del habitáculo donde se encontraba la lavadora y el refrigerador. Un mal presentimiento recorrió su espalda a la par que una risa, desde su interior, resonó por su cabeza. Se aproximó cautelosamente y observó, aterrorizado, varios cuerpos mutilados de unos desdichados jóvenes.

Esa imagen le causó tal shock que una avalancha de recuerdos resurgió en su mente. Comenzó súbitamente a rememorar todos los vacíos blancos que el viaje en el tiempo le había causado. Ya sabía todo, esos cadáveres eran de las parejas que él mismo mató la noche de San Valentín, y había escogido este día en concreto porque hoy vendría Santiago a matarle. Si conseguía detenerle sin que fuera Samanta la que le rescatara, entonces a las semanas no vendría ella con una profunda herida que desencadenaría la posterior huida de los dos y, en consecuencia, el fatídico accidente de tren. Había de prepararse para su llegada, no le quedaban muchas horas.

-Yin, ¿tú te acuerdas de dónde guardaba los cuchillos? No los encuentro en la cocina –dijo Bruno tras pararse delante del espejo de la cocina –.

Pero su lado maléfico no respondió.

-Tío, responde, antes te he escuchado reír. Contesta, corremos el riesgo de volver a ser envenenados.

Nada. Parecía un loco parloteando frente a un espejo. Siguió llamándole por unos minutos en vano. Finalmente se percató de algo tan evidente que había pasado por alto. Tal vez, Yin estaba más separado de él de lo que pensaba, probablemente el que se encontraba ahora en su interior era el del pasado, aquel que aún no habría cobrado la suficiente fuerza para manifestarse con una conciencia superior.

Sabía que se iba a encontrar solo, sin la ayuda de la Sombra, pero no esperaba que también le abandonara el doppelgänger. Ahora residía uno más temible, imprevisible, si se apoderaba de él justo en el momento que se dispusiera a atacar a Santiago todo podría fastidiarse, incluso podría alcanzar un destino peor que el que ya había sido escrito.

Aunque claro, todo esto era secundario, lo primordial era abastecerse bien de recursos para enfrentarse al Flebotomista, después de todo ya le salvó Yin la vida en su momento, seguramente ahora no se opondría. Y eso le llevaba a una pregunta, ¿sabría este débil Yin que ahora se hallaba en un Yang que provenía del futuro, de un tiempo donde había perecido?

Fuera como fuera, echó a un lado las dudas y se puso a buscar los cuchillos. Se armó de valor y entró donde estaban amontonados los muertos. Nada más acercarse, viendo de cerca la carne cortada y la sangre, sus rostros lívidos y a la par aparentemente tan llenos de vida, Bruno comenzó a sentir esos golpes internos que le resultaban tan familiares.

Halló en una esquina, reposando en una encimera, los utensilios que buscaba, tenía incluso una sierra cuyos dientes estaban impregnados de piel y músculo ensangrentados, como si la noche anterior la hubiera empleado sin piedad, más por vicio que por necesidad. Obvió el panorama y agarró el cuchillo más dentado pero lo suficientemente pequeño como para poder ocultarlo bajo su camiseta.

No obstante, alguien tenía otros planes muy diferentes a los de Bruno… a los de Yang. Repentinamente unos dolorosos calambres atravesaron todo su sistema nervioso. Soltó el cuchillo y cayó al suelo empezando a convulsionar. Era su otro yo, aquel entorno macabro le había dado las fuerzas que requería para resurgir. En parte no se extrañaba Bruno de aquello, aunque nunca antes había sufrido un “cambio de mandos” de esa forma tan torturadora.

-Vaya, vaya… Esto de volver a descuartizar a los que ya troceé tiene su gracia. No te lo tomes a mal… Yang, así al menos no me cobraré nuevas víctimas.

No es que Yin fuera el del pasado, no, ambos eran los de futuro, pero lo que se pasó por alto fue que quienes viajaron fueron sus almas y no su cuerpo. Lo que pertenecía al pasado era la carcasa de Bruno, y esta aún no se había acostumbrado a lidiar con ambos a la vez, así que solamente podía dejarse llevar por uno mientras el otro permanecía en forma de minúscula esencia dentro de él.

-Sé perfectamente –continuó el doppelgänger – qué es lo que pretendes. Y no te voy a poner impedimento alguno. Creo que ha quedado bastante claro ya que si te pasa algo a ti yo también sufro… Pero eso no quiere decir que no tengamos tiempo para divertirnos. A ver… si por mí fuera te dejaba tranquilo diseñando una estrategia para evitar el veneno que pretende administrarnos Santiago, en cambio espero que comprendas que esto también te beneficia. Necesito sangre, Yang, no te estoy pidiendo matar a alguien, tan sólo que me dejes desmembrar al menos una hora a estos cuerpos sin vida, sólo eso. Así luego podrás prestar máxima concentración al enfrentamiento y yo no te molestaré. Realmente lo hago por tu bien, por nuestro bien.

Al parecer eso convenció a Yang, el cual estaba durante todo el monólogo intentando hacerse de nuevo con el control. Así que le dejó en paz y le permitió hacer “su arte” con aquello a los que había asesinado días atrás.

Con todo en orden y en calma, procedió a la labor que hace meses había dejado en pausa. Tanto tiempo sin tocar un cuerpo frío, sin mirar unas pupilas carentes de vida, sin hundir el filo de un cuchillo en la seca piel.  No pudo evitar acariciar los cortes con sus propias manos, llenarlas de sangre y pintarse de rojo las mejillas. No era como otras veces que simplemente despedazaba y volvía al interior de Bruno, hoy se sentía como un niño en un grotesco parque de atracciones, sesenta minutos para disfrutar de la esencia de la muerte, aquella que todos temían y él amaba. Rajó sus vientres y jugó con las vísceras, extendía en sus manos  el peritoneo y apretaba con fuerza partes del tubo digestivo hasta que reventaban. Soplaba dentro de la tráquea y observaba con curiosidad a los pulmones triplicar su tamaño. Retozaba entre sangre y órganos. Una cruel felicidad.

Pasaron los minutos y ya era la hora de regresar. Había troceado los cuerpos a una velocidad asombrosa. La otra vez quedaron muchas partes por mutilar, pero con la euforia del momento ya estaba todos metidos en bolsas listos para ser repartidos por toda la ciudad. Era la primera vez que Yin permitía gustosamente a Yang tomar las riendas, aunque le había dejado un regalo de despedida…

-¡Joder,Yin, no me jodas! –gritó nada más verse en el espejo –.

El hedonismo traía sus consecuencias. Bruno estaba completamente embadurnado de sangre y pequeños trozos de carne y vísceras. Le quedaba aproximadamente otra hora hasta que Santiago llamara a la puerta, pero no podía presentarse así, pese a las intenciones del Flebotomista, él era consciente de que no podía dejarle ver que conocía su plan, tenía que fingir ignorancia. Por tanto, no le quedaba otra que ducharse a la velocidad de la luz. Sin embargo, fue previsor y se llevó al baño el cuchillo que había elegido anteriormente. Nunca está de más ser precavido.

Y quién le iba a decir que esa decisión estaba constituida por cantidades ingentes de suerte. Sí, lo que vagamente sospechaba sucedió. Mientras se estaba aclarando la cabeza unos contundentes golpes resonaron por toda la casa. No cabía duda, era Santiago, llamaba a la puerta con furia, el ruido de la ducha le hizo saber que Bruno no estaba fuera de casa, por lo que la espera hasta que este saliera del baño y le abriera le estaba enfureciendo. Al parecer no tenía mucha paciencia que se dijera.

Cerró el grifo, se secó rápidamente y se ató la toalla a la cintura, no sin antes esconder en su interior el arma. Fue al recibidor, abrió la puerta y…

-Buenos días, señor. Mi nombre es Santiago. Me interesaría hacerle unas preguntas, será un momento. Es para un trabajo de máster de psicología, necesito personas que participen.

-¿Y por esta razón has insistido de forma tan brusca? A lo mejor podía haber resbalado en la ducha, me había abierto la cabeza y estaba muriéndome ahí. Que oyeras el agua caer no significaba necesariamente que te escuchase…

-Lo siento mucho… Siento estos nervios, de veras, es que me queda muy poco para concluir el máster y ya sabe… A veces no me controlo.

-Oh, descontrol… Yo sé un poco de eso… Bueno. Puedes pasar, y por cierto, me llamo Bruno, puedes dejar de llamarme señor.

-Encantado de conocerte, 
Bruno.


Bruno lo supo de inmediato, Santiago tenía una buena agilidad mental, esto podía alargarse si él lo deseaba. Los dos se sentaron en el sofá y se miraron mutuamente. Era una escena llamativa, ambos pretendían matarse el uno al otro pero ninguno de los dos daba el primer paso. Calmados pero alerta, uno con un cuchillo, el otro con una jeringuilla rebosante de veneno.

-Voy a realizarte una serie de preguntas y deberás de responder lo más rápido que puedas, ¿te parece bien?

-Por supuesto.

-Muy bien, señ… digo Bruno. Comenzaremos cuando digas.

-Adelante.

-¿Odio, felicidad o tristeza?

-Felicidad.

-¿Brazos, tronco o piernas?

-Piernas.

-¿Líquido, sólido o gas?

-Sólido.

-¿Acepta la venganza?

-Depende del motivo.

-¿Cometería una agresión?

-Depende de la razón que me incite a ello.

-¿Y un homicidio?

-Ni por asomo.

El test terminó y el chico no pudo evitar sonreír para sus adentros al ver la cara de incertidumbre de Santiago. Él seguramente esperaba que con las preguntas reaccionara de la misma manera que lo hizo la primera vez, pero, ahora que sabía los motivos de esas preguntas traicioneras, Bruno estaba tan sereno que hasta el Flebotomista dudó de si era el mismo adolescente al que vio asesinando a un inocente días atrás.

-Bueno –respondió repentinamente Bruno –, supongo que este silencio indica que las preguntas han acabado, ¿no?

-Pues… tienes razón… Sí, creo que eso es todo. Muchas gracias por tu tiempo.

Se levantaron y Bruno le acompañó a la puerta. Durante un segundo se replanteó el dejarle en paz, permitir que las sospechas se esfumaran a medida que el tiempo avanzara. Sin embargo, ese breve momento de duda fue fatal. Ante ello, Yin omitió el trato de dejar en paz a Yang durante la estratagema y le arrebató el control de la carcasa al grito de “si no vas a hacerlo tú, ya se encarga tu auténtica esencia”.

Justo antes de que Santiago se diera la vuelta para despedirse de él, este se acercó al oído del Flebotomista y le susurró lo siguiente.

-Will Work For Blood.

Era el lema de Blood Services, posiblemente lo habría visto en el portal de la cosecha de Santiago. Su intención estaba clara, nada más escucharlo, las sospechas se levantaron de nuevo, pero lamentablemente no tuvo tiempo de reacción, en cuanto Yin terminó de murmurarle el lema le incrustó el cuchillo en el lado izquierdo de la cintura escapular. La hoja penetró en el lóbulo superior del pulmón y se encharcó velozmente de sangre. Santiago cayó ipso facto al suelo, pero antes de caer por completo un rodillazo visitó su cara. El golpe hizo que su cabeza fuera lanzada contra la puerta principal, con la consiguiente conmoción que le aturdió más aún.


Bruno, o mejor dicho, Yin, se agachó y enrolló en su mano el mango del cuchillo para hundirlo y girarlo repetidas veces para que Santiago se revolviera de dolor. Seguidamente, unos cuantos minutos después, lo extrajo y lo clavó en la zona derecha de la cintura escapular, repitiendo el mismo proceso agónico de antes.

-¿Sabes por qué hago esto? Creo que ya tienes una idea –afirmó Yin con una mueca espeluznantemente risueña –. Eres inmortal, yo ya lo sabía. No obstante, eso no impide que, a pesar de tu posterior resurrección, puedas morir. Y me parece que esta es la forma más adecuada de impedir que me envenenes con eso que llevas en el maletín. Sin oxígeno pierdes energía y sólo puedes observarme con esa cara de bobalicón mientras te asfixias… ¿Sorprendido? Digamos que un amigo muy similar a mí ya se imaginaba lo que iba a ocurrir hoy…

Santiago paulatinamente iba perdiendo la consciencia a medida que Bruno le hablaba. Lo último que sus ojos le permitieron distinguir fue al chico riendo sin parar a la vez que, extrañamente, lloraba.

Para cuando el Flebotomista volvió a la vida, ya se encontraba maniatado en la cocina. En el reflejo del horno consiguió vislumbrar a Bruno, el cual se hallaba en el salón haciendo los últimos preparativos para tirar las bolsas de los cadáveres. Por fortuna, o quizás por despiste, Bruno no le arrancó la mandíbula a Santiago como la otra vez, así que este, emboscado por una mezcolanza de sorpresa e inquina, se dispuso a hablar con él.

-Estás yendo por el camino erróneo. No deberías haber hecho nada de lo que hasta ahora has realizado. No saldrás bien parado, chico.

-Escúchame –replicó Yang –. Yo… técnicamente quería dejarte ir en paz, pero hay algo que me hizo cambiar de idea. Créeme si te digo que no quería que esto acabara de esta manera, pero ya no te puedo dejar ir, ya sabes perfectamente lo que soy. Conozco lo de los Siete, lo de Óscar, aquel que te resucitó por primera vez. Así que estoy dispuesto a dejar que te rescaten si me dejas a mí y a Samanta en paz.

-Vaya… No creía que fueras a estar tan bien informado… Me parece que entonces puedo dejar de hacer el gilipollas.

-¿Cómo? –respondió Bruno anonadado –.

-¿Podrías decirme qué hora es?

-Las… dos de la tarde… ¿Por qué?

-Espléndido, parece que Tres es un magnífico calculador.

-¿Tres? Habla claro o… me veré obligado a tomar medidas… No, de verdad, ¿qué quieres decir?

-En fin, creo que ya no pierdo nada. Muy bien. Tres afirmó que despertaría sobre las dos en punto, y así ha sido, por tanto… muy probablemente si te asomas a la terraza observarás en la calle a Samanta a punto de morir.

Con los ojos abiertos como platos, Bruno salió de casa lo más rápido que pudo. Desgraciadamente fue demasiado tarde. Solamente tuvo tiempo para abrir el portal y contemplar horrorizado a un coche al que le había estallado un neumático y, perdiendo el control, se había dirigido hacia ella, con el posterior impacto atroz.

Samanta había recibido un severo corte en la pierna debido a una parte rota de la carrocería. Estaba perdiendo mucha sangre, seguía viva, pero no por mucho tiempo. Bruno corrió a su lado e intentó detener la hemorragia apretando. Pese a sus intenciones, no había nada que hacer.

Sin embargo, un susurro en su cabeza de Yin le hizo recordar que el antídoto que Santiago tenía en su maletín actuaba como vasoconstrictor. Si se lo inyectaba podría alargar su vida hasta que una ambulancia llegase. Así que, con más velocidad que antes, subió las escaleras y llegó a su casa.

No obstante, el plan no fue exitoso. Sin saber cómo, al acercarse al marco de la puerta de la cocina, una mujer trajeada de enfermera le agarró y le inyectó una sustancia en el cuello. Enseguida supo de qué sustancia se trataba. Ahí estaba de nuevo, ese calor, esas contracciones… le había suministrado el veneno de Santiago.

Bruno cayó al suelo con un dolor terrible. Miró con impotencia la sonrisa del Flebotomista. Con su rostro le exigía una explicación, y este, viendo que ya no había retorno para el joven, se la concedió.

-Te presento a Uno, ¿has visto qué buena es en la praxis clínica? Me apuesto una quijada a que no te ha dolido la incisión de la aguja. Pero claro, seguro que esto es lo que menos te interesa… Así que vayamos al grano, para resumirlo te diré que no eres el único de aquí que conoce el futuro, aunque sin tu colaboración nada de esto habría resultado eficiente del todo. El factor clave ha sido el pánico al revelarte que Dos ha matado a Samanta. Si te hubieras dignado a cerrar la puerta antes de salir corriendo, entonces Uno no habría podido entrar para coger el veneno de mi maletín. Por eso te decía que ibas por el mal camino. Has fingido estar apacible, te regodeabas creyendo que tenías todo bajo control, y sin embargo has estado todo este tiempo atado por los hilos de Los Siete.

Bruno no hizo mucho caso a lo que decía. Había perdido hoy, pero podría regresar a otro tramo de su cosecha. Solamente tenía que confiar en la magia de la piedra que yo, Borja, le di. Pero cuando fue a llevarse las manos a los bolsillos cayó en la cuenta de que la única prenda que llevaba era una toalla atada a la cintura. La piedra estaba en su habitación, en el bolsillo de su pantalón. Si no se dirigía hasta ahí antes de morir, esta sería su primera y última oportunidad de cambiar su calamidad.

Repitió la estrategia de intercambiar el control repetidas veces con Yin. Consiguió ganar un poco de movilidad, aunque para desplazarse había de arrastrarse con lentitud.

-Santiago, el crío se está moviendo. Sospecho que va en busca de… la piedra.

-¡Ah! No te preocupes, déjale, que vuelva a repetir todo esto. Déjale tropezar de nuevo con la misma piedra. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

Eso fue lo último que Bruno escuchó antes de alcanzar finalmente su habitación y apretar en su puño, con fuerza, la piedra. No le importaba que el Flebotomista afirmara aquello para bajarle la moral. Había sido el primer intento, tenía infinitos hasta que consiguiera arreglarlo todo, jamás se rendiría. Únicamente intentó no concentrarse en el dolor y aguardó hasta que su corazón dio la sístole final.

Una vez, ya de regreso a la Oscuridad, en nuestro presente. Bruno me contó todo lo acontecido con pelos y señales. No sabía con certeza quién era ese Dos de Los Siete, aunque descartaba a Óscar y a Lilith, es decir, Uno. Tres, viendo que Santiago decía que conocía el futuro, no tenía más remedio que ser el Atemporal #011. Pero Dos… Bruno tenía que tener cuidado con él.

Por supuesto, tras un reposo de su alma, de las dos, recargué el poder de las sombras solidificadas y le fabriqué una cadena para que se colgara la piedra en el cuello, así no volvería a sufrir un problema como el pasado.

Quizás penséis que volvió a escoger ese 30 de Marzo. Os equivocáis. Ya ha visto que la causalidad de la muerte de Samanta no refiere en lo que él creía, por lo que se ha encaminado a una fecha más temprana. Ha pensado que lo mejor para salvar una hoja mustia es rescatar el tronco podrido. ¿A qué fecha ha viajado?

Al 28 de Agosto del 2012. El día que Santiago murió por primera vez.

jueves, 28 de noviembre de 2013

El Consejo de los Seis Puñales: Carne [11]

Tenebra se mostró inquieta, se arrepentía de haber contestado. Era una Corazón de Ébano después de todo, podría decirse que su casta era repudiada hasta por los hechiceros de peor calaña. Viles, sádicos, despiadados, fríos y manipuladores. En la Guerra de los Arcanos no iban en ningún bando, simplemente esperaban a que dos ejércitos se enfrentaran en un campo de batalla y empezaran a debilitarse para así, ellos, rematar a los heridos y apropiarse de sus pertenencias.

Por esta razón a ella no le gustaba hablar de su pasado, y menos de aquel en el que debía recordar sus vivencias con su familia. Ya habéis visto que ella no hace honor a su apellido, ella es comprensiva, apacible y solidaria, y fueron estas razones, este comportamiento, lo que provocó rechazo en su familia, con sus consecuencias pertinentes, tales como llevarla desde pequeña a las escaramuzas para enfriar su corazón, obligarla a quitarle la vida a los moribundos, saquear las casas de inocentes campesinos, emplear su magia para la tortura e incluso enseñarla a autoinfringirse dolor y disfrutar con ello.

-Veréis… Esto sucedió hace cinco años, cuando tenía quince. Ya habían pasado muchos meses en los que mi familia intentaba corromperme. Cuando nací no se esperaban nada de esto. Poseía, ya desde bebé, una armonía con la magia negra nunca antes vista, y eso les hizo pensar que desarrollaría la mayor violencia y maldad que un Corazón de Ébano pudiera tener. No les culpo, mi familia había crecido con la creencia de que todo Mago Oscuro, por ser una ramificación de los Magos que daba de lado la magia pura para dar todo de sí en la maleabilización de la magia negra, casi acercándose a los Nigromantes o a los futuros Brujos, había de envolver su esencia en una negrura, en una metamorfosis de crueldad y apatía… Sin embargo yo era un caso aparte, tal vez el único. Nunca consiguieron lavarme el cerebro, jamás comprendí por qué actuaban así. La oscuridad no implica maldad, por supuesto que yo era otra Maga Oscura, pero no empleaba mis conjuros para destruir, sino para todo lo contrario. Aunque bueno… formulaba dichos hechizos en privado, cuando nadie me veía, y por tanto lo hacía muy pocas veces. Recuerdo la primera vez que me vieron salvar a una minúscula hormiga de ser devorada por un pájaro. Ese día iba acompañada por mi madre, Kelheit Corazón de Ébano, ella esperó para ver qué hacía ante esa situación, creyendo que mataría al pájaro. Pero no fue así, únicamente envolví en una esfera oscura a la hormiga y la alejé del pájaro lo suficiente para que no la encontrara. Cuando mi madre vio esta benevolente acción, invocó dos garras que me sostuvieron por los hombros y me zarandearon sin parar de forma brusca hasta que me lanzaron contra un árbol… Desde ese día supe que no era afecto lo que sentía mi familia hacia mí, sino esperanzas de que aflorara maldad en mi interior. Y si el precio por ser querida era convertirme en un ser despiadado, prefería el odio acérrimo que a día de hoy, si siguiera alguno de ellos vivo, me seguirían guardando. Pero bueno, vayamos a lo que nos concierne, la razón de que Androk haya aceptado colaborar con Tathis…

A partir de aquí comenzó todo.

Tenebra había sido obligada, como de costumbre, a presenciar la carnicería que sus familiares iban a cometer en una batalla casi a terminar entre uno Bárbaros y unos Arcanistas. Era conocido entre todos el odio que se tenían recíprocamente ambos bandos. Los Arcanistas dieron la espalda hace varios años a las Universidades de Magos ya que afirmaban que esto sólo limitaba el potencial que un hechicero podía alcanzar. Ellos se iban directamente en busca de flujos arcanos para experimentar con ellos y estimular las corrientes de maná de sus vasos sanguíneos. Eran, en pocas palabras, hechiceros purasangres. Y, como era obvio, cuanto más maná poseía el prójimo, más furia se desarrollaba en las mentes de los Bárbaros. Unos por desprecio a la magia, otros para demostrar que el futuro era el uso de dicha energía. Dos razones dispares, un único y sanguinario objetivo.

Para los Corazones de Ébano esto era irrelevante, como si se masacraban por puro placer, lo único que les interesaba era ese odio que desprendían. Gracias a ello incluso sin que la batalla terminara podían infiltrarse en mitad de la lucha para ir exterminándoles. Ellos estarían protegidos ya que, ciegos por la ira, los Arcanistas no distinguirían su magia, blanca, de la negra, y los Bárbaros ni siquiera tenían la experiencia necesaria para saber diferenciar un tipo de magia de otra.

No obstante, los Corazones de Ébano no eran, de los tres bandos, los que conocían a la perfección toda la situación. Habían pasado por alto un aspecto realmente crucial. No eran unos Bárbaros cualesquiera, eran ni más ni menos que de la casta de los Descuajeringadores. Entre ellos se encontraba un joven Androk, con una edad similar a la de Tenebra.

Eran tan diferentes en el campo de batalla. Tenebra, ya infiltrada con el resto, aprovechaba cualquier momento en el que las miradas de sus familiares no se clavaran en ella para, en vez de rematar al herido, sanar sus heridas difuminándolas entre las sombras. Allí estaba ella, temblando, sin saber qué hacer, observando cada movimiento extraño del terreno, aterrada. Por otro lado, a metros de distancia, Androk, hacha en mano, decidido, enfurecido, sediento de violencia, iba matando a cualquier Arcanista que se ponía en su camino.

La joven miraba de vez en cuando al resto, carentes de piedad  escogían a los que llevaban reliquias con un buen precio en el mercado y les rebanaban el cuello con un Haz Sombrío. A veces ella deseaba poder plantarles cara y hacerles probar su propia medicina, pero era tarea imposible. Pese a que los hechizos de sombras contienen un poder inimaginable, tienen una gran desventaja, y es que no puedes combatir la sombra con la sombra. Aunque eso no quería decir que ella también fuera invulnerable a sus hechizos.

Había unos diamantes negros provenientes de una mina actualmente derruida. Cuando los mineros descubrieron que dichos diamantes eran algo fuera de lo común, que provocaban pesadillas, alucinaciones y locura en su poseedor, optaron por cerrar esta mina. Afortunadamente, esta noticia llegó a oídos de varios Corazones de Ébanos, que decidieron dejar un cristal de maná imbuido de sombras dentro, para así poder teletransportarse al interior empleando un segundo cristal en el exterior. Estos cristales se cargaban con la magia característica del taumaturgo y podían permitirte viajar por el espacio como lo haría un Mago de Retaguardia con un potencial un poco inferior.

Los investigadores fueron trayendo varios diamantes negros en aras de conducir dicha demencia hacia un beneficio propio. Sin embargo, descubrieron algo mejor. Tras intentar infundir de magia los diamantes, comprobaron que, si el poseedor del mineral era un hechicero, entonces lo que hacía era distorsionar la magia de su sangre, consiguiendo que, aparte de hacerla más potente, fuera capaz de combatirse a sí misma, es decir, un Mago Oscuro en posesión de un diamante negro podría matar a otro Mago Oscuro, tuviera este otro diamante o no.

Por esta razón, mientras Tenebra no cumpliera la mayoría de edad y, evidentemente, no se doblegara a la tradición sañosa de su casta, no recibiría un diamante negro, el cual el resto ya tenía. Factor del que ella, además, sospechaba que era el causante de un aumento de sus malevolencias, ya que a raíz del descubrimiento de la mina ya ni siquiera tenían piedad por aquellas víctimas totalmente indefensas.

La única opción para deshacerse de la opresión que ejercían sobre ella era apoderarse de un diamante negro y aprovechar la clara ventaja que tenía en la magia negra. Pero ello conllevaría seguramente el caer en las fauces de la locura. Tendría, por tanto, que buscar otra solución. Y si nunca llegaba a hallar otra alternativa, al final debería, o bien dejarse llevar por la corriente y volverse otro Corazón de Ébano más, o bien arriesgarse a robar un diamante y rezar para que su mente fuera lo suficientemente fuerte para no enloquecer.

Pero aún estaba lejos de la rendición. Tenía la respuesta en ese mismo campo de batalla. Los Bárbaros, capaces de dañar la magia y resistir su daño mucho más de lo que cualquier otro guerrero cuerpo a cuerpo de la época pudiera. Si convencía a uno de ellos para aliarse temporalmente con ella, podría quizá deshacerse por fin de los dañinos grilletes de su familia.

Allí encontró a Androk, el Bárbaro con el rostro más juvenil y más inocente, dentro de lo posible, que se encontraba en las filas de los “Antiarcanos”. No sería fácil convencerle, seguramente en cuanto se enterara de que ella era una hechicera arremetería contra su cuello con el hacha. De todas formas, precisamente por ser el más joven, quizás podría persuadirle y hacerle entrar en razones, no esperaba quitarle ese odio ilógico por los “Proarcanos”, con que le ayudara a acabar con una de las estirpes más crueles sería más que suficiente.

La Corazón de Ébano se desvaneció, transformada en pura sombra, y se deslizó por el suelo para llegar sin impedimentos hasta él. Tampoco sería tarea sencilla mantener una conversación en medio de la encarnizada batalla. Por tanto, optó por licuar la sombra y hundirle en el Charco Umbrío. Aprovechó, además, para poner algo a favor según su plan, así que usó todo su poder para llevar al Charco Umbrío al nivel de la Penumbra Eterna. Este hechizo, pese a la simplicidad de su conjuración, sólo podía ser evocado por un Corazón de Ébano. Mientras que cualquier hechicero estudioso de la magia negra podía crear un Charco Umbrío, eran sólo los familiares de Tenebra quienes podían aumentar su efectividad.

La Penumbra Eterna impedía que te ahogaras en las sombras, te inducía en un breve coma y finas hebras oscuras arraigaban en tu mente reproduciendo en tu sueño todos los tormentos que perseguían al taumaturgo creador del Charco Umbrío. Por lo que, una vez Tenebra se encontraba lejos del campo de batalla y había sacado de las sombras a Androk, este ya conocía todas las atrocidades por las que la joven había pasado. Sin embargo, como cualquier otro sueño, existía en ese momento demasiada incertidumbre en el Descuajeringador.

-¿¡Qué es lo que quieres!? –preguntó desconcertado, con la noción del espacio perdida –.

-Simplemente hablar contigo. Ya sabrás que soy una hechicera, más en concreto una Maga Oscura, pero…

-Así que eres uno de esos perros sarnosos adictos del maná. ¡Dame un segundo para recuperarme y te partiré en dos con mi hacha! –contestó interrumpiéndola –.

-No estás en una posición favorecedora. Estás mareado, ahora mismo tu pericia en el combate flaquea y podría atravesarte el corazón con un Haz Sombrío…

-¡Que así sea! No me importa lo desaventajado que esté, si opongo resistencia, morir en la batalla es un honor para un Descuajeringador.

-¡Pero yo no vengo a luchar! Por favor, olvida por un momento que por mi sangre fluye maná. De hecho tienes dos opciones: no escucharme y añadirme a tu lista de muertes bélicas o escucharme y tener la posibilidad de acabar con una casta entera de Magos Oscuros. En tus manos está la decisión. Yo no tengo nada en contra tuya, ¿acaso realmente tú tienes algo en mi contra?

Fue digno de mención ver a un Bárbaro meditar antes que actuar. Parece que Tenebra había dado con el Antiarcano adecuado. El joven se levantó, envainó su hacha y tendió la mano a la Maga Oscura.

-Soy Androk, de la estirpe de los Descuajeringadores, el primogénito de la nueva generación que creará un nuevo mundo sin la peste del maná.

-Yo me llamo Tenebra, y por desgracia pertenezco a los Corazón de Ébano, unos Magos Oscuros que sólo se mueven por el interés propio.

-¿Y a qué se debe el traicionar a tus hermanos, a otros hechiceros?

-Si te has dado cuenta, Androk, yo no soy como esos que están ahí abajo, empleando la magia para destruir, para matar. Yo creo que, si tenemos el privilegio de manejar algo tan poderoso como es el maná, deberíamos emplear nuestro poder para mejorar este mundo y no para estropearlo aún más. En cierto modo, os entiendo a vosotros, los Bárbaros, pero quiero que comprendas que no soy la única que piensa de esta forma, te aseguro que hay muchos hechiceros más que emplean la magia para crear, no para asolar el planeta.

-Hagamos un trato, ¿de acuerdo? Si cumples tu palabra y permites desatar mi rabia con esos Corazón de Ébano, entonces te creeré y te prometo que haré todo lo que esté en mis manos para que mi familia sea tolerable con Proarcanos dignos… como tú.

Era un trato bastante extraño. Una paz inestable a cambio de un parricidio, pero era eso o nada. Además, las futuras víctimas no eran del aprecio de Tenebra. Pasara lo que pasara ella no saldría perdiendo. Aceptó y empezó por contarle el plan a Androk, no sin antes informarle del objeto clave: el diamante negro.

-Androk, precisaré de tu maestría en el combate. Vas a enfrentarte a unos hechiceros de un poder inimaginable. Si yo he podido infundirte un terrible tormento creando un Charco Sombrío, imagínate de lo que serán capaces Magos Oscuros más instruidos. Basta con decirte que la parte fácil será entrar ahora en el campo y matar a uno de ellos para arrebatarle su diamante negro.

-Tú no te preocupes. Mi poder se basa en el dolor, cuanto más daño recibo más furia tengo. En otro guerrero podría ser contraproducente, pero nosotros, los Bárbaros, la moldeamos a nuestro favor. Te aseguro que si no hubiera peligro alguno, para mí resultaría más difícil. Así que continúa con el plan, sin rodeos.

-Está bien. Una vez tengas el diamante negro aquí habremos acabado. Si quieres seguir luchando no me molestará. Yo te estaré esperando justo en este lugar para potenciar el diamante, el cual habrá perdido su poder por la muerte de su poseedor, con magia negra, así será efectivo contra mi clan. Tras esto aguardaremos hasta la noche y te conduciré al pueblo donde residimos. Será entonces cuando nuestros caminos se dividan y tú desates la destrucción. Ten cuidado de no matarme a mí porque yo estaré por ahí fingiendo que soy otra presa más.

-Entiendo, y cuando acabe con todo Corazón de Ébano viviente, exceptuándote a ti, será cuando llegaré a comprender que existen hechiceros que desprecian a los que tienen el caos y la desolación como modo de vida, ¿no?

-Yo ahí no me inmiscuyo. No me importa si tu idea antiarcana sigue vigente tras esto… Aunque mentiría si dijera que no me alegraría ver un cambio de mentalidad en los Bárbaros acerca de los hechiceros –respondió Tenebra sonriendo –.

Volvieron a darse un apretón de manos y se pusieron manos a la obra. Androk agarró su hacha con fuerza y cargó hacia la batalla con total determinación. Tenebra le informó con detalle de los atuendos de un Corazón de Ébano para que no perdiera el tiempo  despedazando a algún que otro Arcanista. Algo la decía que muy posiblemente tendría que esperar por el ansia de sangre de su aliado temporal.

No obstante, y para su asombro, a los pocos minutos regresó a la colina donde se hallaba Tenebra. Estaba lleno de sangre, con varias heridas incandescentes que desprendían humo negruzco, señal de que había recibido varios hechizos de magia negra; y, por supuesto, con el diamante negro en su puño.

Tenebra corrió a socorrerle. Pese a que la lucha hubiera sido rápida, había sido complicada al menos para Androk. Este cayó exhausto, pero ordenó a Tenebra que no se preocupara por sus heridas, que pronto sanarían con el descanso. Esa era otra ventaja de los Bárbaros, no puedes dejarles descansar o recuperarán todas sus fuerzas para una segunda ronda de violencia y sangre. Por tanto, ella se ocupó del diamante. Se hizo a un lado y se concentró en canalizar su energía hacia el interior del mineral.

Unos pocos segundos después el conjuro se había completado sin impedimentos, el diamante negro estaba cargado de nuevo con magia negro, dispuesto a hacer frente a cualquier Corazón de Ébano que se interpusiera ante el ataque de Androk.

La Maga Oscura y el Bárbaro esperaron hasta la noche matando el tiempo con una amena charla en la que se conocieron mucho más a fondo. Por primera vez Tenebra se encontraba a gusto con alguien, y quién la diría que iba a ser precisamente con su enemigo por antonomasia, con un Antiarcano. Por su lado, Androk debía de admitir que no era precisamente odio lo que sentía hacia esa Proarcana, se sentía muy cómodo hablando y descubriendo que, aquellos humanos de los que los Bárbaros se mantenían alejados, no eran tan diferentes. ¿Quizás era el principio de una amistad o quizás de…?

El Sol se ocultó en el horizonte. Ya ambos bandos se habían retirado de la batalla. Muchos habían caído, en gran parte por la emboscada de los Corazón de Ébano. Tenebra observaba el panorama con rabia, le hubiera gustado haber puesto fin a esto antes de otra carnicería, pero era más sensato esperar a la tranquilidad de la noche para pillarles con la guardia baja. Mientras tanto, entre sus pensamientos de desconsolación, una pregunta del Descuajeringador la asaltó.

-Pronto no habrá vuelta atrás. ¿De verdad quieres que acabe con tu familia, padres y hermanos inclusive?

-La familia no se define por compartir una misma sangre, sino por compartir el apoyo y la compañía, tanto en los momentos buenos como en los malos. Ellos no son mi familia, son sólo mis carceleros. Acaba con ellos.

-Que así sea.

Y los dos partieron hacia Luz Oculta, el pueblo donde residía la casta Corazón de Ébano. No tardaron demasiado, ya que Tenebra empleó nuevamente el Charco Umbrío para transportar a Androk con ella a una mayor velocidad. Eso sí, esta vez sin causarle secuelas traumáticas como las de la otra vez.

Llegaron y, como estaba previsto, él se ocultó entre unos arbustos y esperó a que la Maga Oscura entrara en su casa. A partir de ahí contó sesenta segundos y la operación parricida dio inicio.

Enseguida salieron oleadas de Magos Oscuros para detenerle, pero el diamante negro hacía a Androk imparable. Uno a uno fueron cayendo bajo su hacha. El Bárbaro no lo sabía, pero Tenebra la había ocultado la verdadera acción del diamante. El filo de su arma estaba impregnado de magia negra que había depositado ella misma sin que él se percatara, por lo que esa masacre también era consecuencia de un hechizo de Tenebra: el Encantamiento Azabache. Hoy, la Corazón de Ébano más débil demostraba que la fuerza podía obtenerse de otras formas.

Con la pericia de él y la magia de ella poco podrían hacer esos Magos Oscuros. Y no pasó mucho tiempo hasta que fueron conscientes de la inutilidad de su ofensiva. Algunos comenzaron a escapar, aunque Androk estuvo alerta e impidió que la gran mayoría lo consiguiera. No obstante, unos cuantos, un poco más hábiles, sí lo lograron.

Al cabo de una hora la tarea había concluido. Tenebra procedió a atraparlo por tercera vez en un Charco Umbrío para llevárselo de allí raudamente y poder hablar en un lugar seguro y tranquilo.

-De verdad, te estaré eternamente agradecida. No tengo palabras para expresar mi gratitud.

-El placer ha sido mío, Tenebra. Creo que he matado más hechiceros hoy que en cualquier batalla en la que he estado con anterioridad.

-Y… bueno… Supongo que aquí nuestras vidas van por trayectos distintos.

-Mucho me temo que así es. No sería recomendable seguir viéndonos… Pero ya te prometí que haré todo lo posible para que los Bárbaros, o al menos los Descuajeringadores, no actúen de forma hostil contra el primer hechicero que se les cruce por el camino.

-Lo entiendo. Gracias por todo, Androk, siempre te recordaré. Espero que algún día volvamos a encontrarnos, y no como enemigos.

-Los Dioses son sabios. Ten por seguro que algún día, tal vez pronto, volvamos a vernos.

Ambos se dieron un fuerte abrazo y se marcharon por lados opuestos. Tenebra ahora tenía que ir con aquellos que consiguieron huir, no debía levantar sospechas.

Estos se encontraban a las afueras de Luz Oculta, eran tan sólo cuatro, entre ellos, por desgracia, se encontraba Kelheit, su madre. Tenebra maldijo para sus adentros y trató de calmarse, esto seguía siendo mucho mejor que seguir con toda la familia viva.

Sin embargo, no en vano Kelheit tenía el apodo de la Matriarca Obsidiana. Se había granjeado su fama por su perspicacia. Sabía que la única manera de que un Bárbaro llegase aquí era si un Corazón de Ébano le guiaba y, además, que tuviera esa destreza para matarles indicaba que era poseedor de un diamante negro, seguramente facilitado también por ese traidor.

Preguntar quién había ayudado al Bárbaro no serviría de nada. No obstante, había una manera eficaz de hacer salir al sospechoso. Una simple cuestión no cambiaría su rostro, pero atacar fríamente el campamento de los Descuajeringadores tal vez esbozaría una mueca de asombro en el traidor.

Con el transcurso de los días, sin informar a los cuatro sospechosos, Kelheit contactó con un antiguo compañero que era Magotrón, una clase de Mago especializado en la investigación y tecnología. Llegó al acuerdo de darle todos los diamantes negros que quisiera si bombardeaba con los explosivos más potentes todo lugar donde residiera algún Descuajeringador.

El Magotrón aceptó, y pronto diseñó bombas de energía pura especialmente diseñadas para desintegrar la robusta piel de los Descuajeringadores. Con todo listo, a los pocos días un escuadrón liderado por este hechicero arrasó con todas las casas de la familia de Androk, incluyendo su campamento.

Durante este ataque, Kelheit había llevado a los otros cuatro Corazón de Ébano a contemplar desde la lejanía la devastación de este cuartel. Fue entonces cuando Tenebra no pudo contenerse y rompió a llorar, muy seguramente Androk habría muerto y nunca más volvería a verle.

Kelheit, percatada de quién les había traicionado, pese a que fuera su hija, la estranguló sin piedad con sombras y la transportó hasta el campamento para que viera desde más cerca aquella destrucción. Los otros tres Corazón de Ébano, libres de sospecha, acompañaron a la Matriarca Obsidiana para deleitarse con la tortura que iba a emprender en el joven cuerpo de Tenebra.

Comenzó invocando unas Garras Negras que arrancaron jirones de su piel, dejando expuesta la musculatura. El dolor era terrible y tan sólo era el preludio. Pero no le importaba morir, Kelheit era la única fémina que sobrevivió y ya no era fértil. La posibilidad de que la estirpe Corazón de Ébano no desapareciera era nula. Daba igual lo que ocurriera, su cometido se había cumplido, tan sólo tenía que evitar concentrarse en la tortura de su madre.

Pero entonces, de entre las llamas de una de las tiendas de campaña, un Bárbaro con unas heridas de maná puro y una espada demacrada se lanzó a por ellos decapitando de un solo tajo a los tres Magos Oscuros que hacían de espectadores. Era ni más ni menos que Androk, milagrosamente había sobrevivido.

La Matriarca Obsidiana, ante este imprevisto, soltó a Tenebra y atacó con un potente Haz Sombrío al Descuajeringador. Por desgracia, en cuanto el hechizo rozó su piel, este se convirtió en un polvo brillante, sin efecto dañino alguno en él.

Ahora Tenebra lo entendía. Gracias al diamante negro la explosión no lo había desintegrado, sino que el efecto mágico de la bomba se le había impregnado en el cuerpo y había mejorado sus capacidades de resistencia frente a los conjuros. Si antes era un guerrero temible, ahora cualquier hechicero temblaría.

Llegó el turno de Androk. Kelheit no tuvo nada que hacer. Este, con todas sus fuerzas, lanzó su espada hacia su corazón y atravesó su pecho matándola al instante dejando en el suelo un gran charco de sangre negra.

-¡Androk, no has muerto! Me alegra que…

-Me has traicionado, Tenebra… -dijo Androk cortando el júbilo de ella –.

-¿Cómo? No, lo que pasa es que…

-Así que estas eran tus verdaderas intenciones, ¿no? Primero traicionas a tu familia y luego a la familia de quien ejecutó tu plan. Eres peor que los Corazón de Ébano a los que criticabas.

-¡Androk, escúchame!

-¡Déjame en paz! ¿Sabes qué? Al principio pensé en matarte, pero prefiero dejarte viva, que crezcas, rodeada de soledad, y sufras. Aunque te aseguro que algún día iré a por ti, cuando te halles en la peor situación y ya tu corazón quede marchito… ¡como hoy el mío! Será entonces cuando te dé muerte.

En estos momentos Tenebra estaba a punto de terminar la historia.

-No dejó que le diera explicaciones. Salió corriendo y nunca le volví a ver… hasta hoy. Comprendo lo que tuvo que sentir. Por una vez pone su confianza en una hechicera y a las horas acaba con toda su familia masacrada… Tal vez yo hubiera actuado de esa misma forma vengativa.

-Interesante… Así que Tathis ha buscado bien a su aliado, alguien que mata hechiceros ya no por odio, sino por venganza y sobre todo si entre ellos te hallas tú.

-Sin embargo creo que con él la cosa no tiene que acabar necesariamente en muerte. Es posible que consigas hacerle entrar en razones y que se alíe con nosotros para combatir a Tathis. Si eso pasase, ¡me gustaría ver el rostro boquiabierto del Portaluz!

-Sí… Podría ser efectivo, un buen as en la manga.

-Ya, ya, lo que digáis. Si habéis terminado de contar batallitas es mejor que volvamos a movernos.

-¿A qué tanta prisa, hermana?

-¿Te has dignado en mirar hacia el este? Tenemos compañía.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Necrofilia

[Vuelvo a presentarme, yo, la Sombra. Parece que llevar tanto tiempo rodeado de la aflicción de tantas almas, el haber cosechado ya tantas historias, el haber arraigado en un entorno lúgubre y, quizás, el estar aproximándome a mi objetivo me han otorgado como “recompensa” los recuerdos de una de mis vidas pasadas. Y entrecomillo lo de recompensa porque es, desde lejos, la vida de la que más me arrepiento. Es la que precedió justo después a mi etapa como nigromante, cuando era… un necrófilo. Sin embargo, a sabiendas de que rememorar eso me causa un profundo dolor, veo necesario anotarlo en mi propia cosecha. Quién sabe, puede que a medida que el tiempo transcurra vaya recordando poco a poco mis otras vidas y algún día mi amnesia concluya con las memorias de la primera de todas. Tengo las esperanzas puestas en que esto sirva de algo. Eso sí, advierto al espectador de que, aunque el deleznable ser que cometió esos actos era yo, mi arrepentimiento va más allá de unas palabras vacías. Hace meses que no lloraba y sentía en mi pecho algo parecido a los remordimientos de un corazón retraído. Sé que mi penitencia no es suficiente, soy consciente de que la profanación de las esencias de esas mujeres fue por mi culpa, que ellas eran almas inocentes que ya habían sufrido el castigo de la defunción y no se merecían aquello. Pero, por si sirve de algo, el karma, concretamente en esta situación, fue un ajusticiador digno, hasta yo sonreí cuando la caída del telón de esta vida llegó.

Sin haceros perder más el tiempo. Espero que la repugnancia que os provoque el preludio a la fatalidad no os impaciente. El final se adecúa a la pena que una alimaña como yo requería en ese momento. Comencemos…]

Me llamaba Borja Juárez Garrido, tenía veinte años. Dejé los estudios en secundaria, aunque siempre me hubiera visto como un buen investigador sanitario o algo por el estilo. Lo mío eran los hospitales, ese ambiente… ese olor a formol. Aunque seguramente no hubiera valido para estudiar una carrera universitaria, no es que me gustase mucho, que se dijera, el que me obligaran a aprender cosas de forma concreta, yo era más del aprendizaje libre. No obstante, había conseguido trabajo en el hospital de mi ciudad como limpiador. No podía quejarme, en mis ratos libres acompañaba a los sanitarios y observaba todo lo que hacían. Era agradable, a veces hasta ayudaba a los pacientes ingresados cuando se acababa el suero, les dolía alguna parte de su cuerpo o querían reducir la presión del oxígeno de sus gafas nasales. No tenía la capacidad tan amplia como otro facultativo del hospital pero colaboraba en lo que podía. Una gran cantidad de personas me conocían y agradecían mi forma de ser.

Sin embargo, no sólo era benevolente con los vivos, también era bastante considerados con los que ya no estaban aquí. Cuando me tocaba turno de noche era maravilloso, poder ir al mortuorio, sin vigilancia, y visitar esos cuerpos que aún presentaban tanta vida. Era un desperdicio, se las veía tan aburridas a esas chicas. No comprendo por qué al morir almacenan ahí a las personas, aún podemos compartir cosas con ellas. Y estoy completamente seguro de que si alguna volviera a la vida me agradecería el profundo placer que las otorgaba.

¿Cómo podía resistirme? Cuando me ponía encima de ellas y observaba de cerca sus bocas hasta podría asegurar que un susurro me incitaba a amarlas, me sonreían, sus manos se apoyaban sobre mi espalda, me acariciaban. No importaba lo frías que fueran, la pasión que yo desprendía las hacía entrar en calor. Qué puedo decir, era un romántico. Cuando acababa no me iba de su lado, por supuesto que no, yo no soy de esos. Yo me quedaba unos minutos en la cama metálica de al lado, giraba sus cabezas y abría sus párpados. A veces tenía que emplear unas grapas para que me pudiera mirar, pero no importa, no se quejaban, ellas eran quienes me suplicaban que lo hiciera. No podía negarme, después de todo, unos segundos antes ellas me habían invitado a visitar su interior.

Pero a veces ese plácido momento se veía interrumpido por el típico médico de guardia que pasaba por allí. Como no precisaba del tiempo suficiente para escapar siempre tenía la precaución de dejar a los pies de la camilla una manta, la cual me echaba por encima si este médico decidía entrar en el mortuorio. A veces él encendía las luces para comprobar que estaba todo en orden. Tengo que destacar que lo pasaba un poco mal, ya que se quedaba varios segundos observando la habitación y yo, obviamente, tenía que contener la respiración bajo las sábanas. Pero todo se contrarrestaba cuando se marchaba. Me cercioraba de que no había peligro y, entre risas, volvía a retozar con la chica. Estoy cien por cien seguro de que ella también se excitaba ante esas situaciones de riesgo.

Tras un breve descanso me levantaba, cogía mi indumentaria, la cual había escondido en una de las cámaras, me vestía y con sigilo me escabullía de vuelta a mis labores nocturnas.

Así era mi rutina siempre que me asignaban el turno de limpieza por la noche. Otra persona lo consideraría un suplicio el sacrificar estas horas de oscuridad, confeccionadas para dormir, en el trabajo. Pero yo las veía como una oportunidad para ser uno con los muertos. Sus cabellos lacios, sus ojos palpitantes, sus pieles tersas, sus pechos turgentes y sus labios pálidos, fríos. Eran como muñecos, no se molestaban con ninguna postura, yo las dominaba, ellas tan sólo gozaban de forma pasiva, me obedecían y podía hacer LO QUE QUISIERA.

Sí, era magnífica mi vida… Era…

Una de esas noches en las que tuve que quedarme en el hospital, el personal sanitario había sido reducido considerablemente, no éramos muchos, unos diez o quince, sin contar los pacientes… y los cadáveres.

Recuerdo que cuando todo ocurrió yo estaba recogiendo la habitación de una mujer que acababa de fallecer. Eran las dos de la madrugada y había sufrido un colapso multisistémico. Acababan de llevarse el cuerpo al mortuorio y muy pronto yo le daría la despedida que su cuerpo merecía.

De repente, mientras daba el último repaso a la habitación, un susurro, una voz de una fémina, resonó en mi cabeza. Juraría que no provenía de ningún sitio en concreto, era como una comunicación telepática.

-No sigas.

-¿Quién ha dicho eso? –pregunté, alarmado por la sorpresa –.

-Simplemente no continúes así.

Seguí exigiendo que saliera de su escondite y se mostrara, pero aquella desconocida no volvió a hablarme. Un poco asustado, vertí por último los pañuelos usados de la papelera en la bolsa de mi carro y me fui a paso ligero de allí.

Bajé a la primera planta para prepararme un café e intentar olvidar aquello. Sin embargo esto no ayudó mucho, las luces de los pasillos comenzaron a apagarse. Alcé la voz, intentando ver si alguien me respondía, pero al parecer era la única persona que se encontraba en esta planta. Estos nervios, esta ansiedad… sólo podía paliarlos de una forma. Me fui directo al mortuorio.

No había la más mínima duda de que ya habían depositado ahí a la mujer que recientemente había muerto. En una de las camillas yacía un cuerpo de cuya posición no recordaba que estuviera ahí. Una etiqueta colgada del dedo de su pie derecho confirmaba mis sospechas.

Ignoré todo lo de mi alrededor y tiré de su sábana para dejar al descubierto su perfecta silueta. Deslicé un dedo desde su frente a su rodilla. Realmente aún seguía bastante cálida. Mi sueño hecho realidad. Sé que podría haber probado a hacerlo con cuerpos calientes si drogara a alguna chica con somníferos, pero no era lo mismo. No puedo explicarlo, pero saber que nunca más esa persona se va a despertar, ser consciente de que te enrollas con delicadeza en la carcasa de un muerto, es una experiencia que merece la pena ser vivida.

Así que, sin más rodeos, me desnudé y me puse encima de ella. Acerqué mi rostro al suyo y la miré fijamente. Comencé con la faena y sus labios se abrían levemente con el movimiento. Dejé de agarrar su cintura con la mano izquierda y la subí hasta sus párpados, quería que me mirara, quería que viera quien era aquel que la concedía este regalo final.

Desgraciadamente, no eran los ojos que esperaba encontrarme. De hecho, no había globos oculares, ante mí se presentaron dos cuencas oscuras más aterradoras de lo que parecerían a simple vista. Suena extraño, pero la ausencia de ojos me dio la sensación de que estaba más viva que si la hubiera visto con ellos. Fue tal el susto que me caí de la camilla y me golpeé la espalda con la mesa de instrumentales con tal mala suerte que uno de los bisturís cayó y se clavó en mi hombro derecho.

No fue un dolor muy agudo, aunque eso era lo de menos. Al extraerme el bisturí comprobé que había sido usado y no higienizado a posteriori. En otras palabras, por mi torrente sanguíneo ahora viajaban resquicios del cadáver que dicha herramienta había cortado.

No obstante, tampoco tuve mucho tiempo para tener un episodio hipocondriaco. Cuando alcé la vista pude contemplar a la chica, incorporada en la camilla, mirándome, o eso parecía. Al principio pensé que era uno de esos espasmos post mortem, pero un espasmo no tarda tanto en desaparecer. Fueron más de diez segundos los que permaneció así. Yo, paralizado por el miedo, tan sólo cerré los ojos e imploré que esta pesadilla acabara ya.

-Te dije que parases.

Era otra vez esa voz. ¿Podría ser precisamente ella, la muerta, quien me hablaba? No, imposible, los muertos vivientes no existen. Sería alguien que había descubierto lo que hacía y estaba incordiándome.

-¡No tiene gracia esta broma! Sal del lugar en el que te escondes. ¡No tienes derecho a mancillar a un muerto de esta forma tan cruel!

-Esto no es ninguna broma. Y, aunque lo fuera, ¿consideras peor el sacarle los ojos a un cadáver que abusar sexualmente de ellos, sin que se puedan defender?

-Ellas nunca se han quejado ni han implorado que dejara de hacerlo, por lo que estoy seguro de que también ansían mis visitas. Y ahora, dime ¿quién eres tú?

Entonces, la mujer volvió a tumbarse bruscamente en la camilla volviendo a su completo estado de defunción. Por último, la misma voz, esta vez como si estuviera más lejos, dijo una única frase antes de marcharse de nuevo con ese mismo misterio.

-No tiene sentido conversar contigo. Tu destino ya ha sido escrito. Pronto entenderás de dónde proceden estas voces…

El dolor de la laceración comenzó a irradiarse por todo el brazo y parte de la espalda. No tenía tiempo para tratar la herida, había causado un buen ruido y probablemente pronto alguien se pasaría por aquí, así que simplemente la cubrí con una gasa y me vestí para terminar mi jornada laboral e intentar encerrar en el olvido lo que había sucedido esta noche.

Me costó bastante terminar mis labores de limpieza, lo que al principio era tan sólo un pequeño dolor punzante ahora era algo que abarcaba todo mi cuerpo, de cabeza a pies. Un tremendo calor y una dificultad para moverme, tenía miedo de levantar la gasa y ver el estado de la herida, aunque con sólo palpar la superficie del apósito ya me preparaba para lo peor. Al presionar suavemente podía escuchar claramente un sonido pustuloso, como de ampollas reventando; la carne se había emblandecido y encostrado por alrededor. No pintaba nada bien el incidente del mortuorio…

Con un tremendo esfuerzo, finalmente acabé mis labores de limpieza y pude marcharme a casa. Por un lado tenía ganas de llegar lo antes posible para poder curarme la herida, pero por otro lado estaba verdaderamente acongojado ante la incertidumbre de su estado, tratándose seguramente de una herida bastante infectada.

Aparqué lo más rápido que pude y llegué a mi hogar. Ni siquiera perdí el tiempo en desvestirme, fui directo al cuarto de baño. Me desabroché la parte superior del uniforme y deslicé con cuidado la manga derecha para descubrir mi hombro. Tomé una gran bocanada de aire y me preparé para lo peor. Tiré cuidadosamente de la gasa y contemplé, impactado, que la veloz evolución de la herida. El tejido del hombro estaba completamente necrosado. Me quité por completo el uniforme y me percaté de que no sólo estaba la infección ahí. Todo ese dolor que había invadido mi espalda, y mi brazo y pierna derechas se debía a la propagación de aquel tejido muerto. Ya casi alcanzaba mi muñeca, mi espalda parecía que había sido bañada en ácido y mi tobillo apenas podía diferenciarse de una gran vesícula rebosante de pus.

No sabía qué hacer, no podía acudir al médico. Me preguntaría la razón de tamaña infección y tarde o temprano acabaría confesando, sobre todo porque estoy completamente seguro de que la bacteria que ha invadido mi organismo es poco frecuente, así que sería cuestión de tiempo que relacionaran el bisturí de la morgue con mi herida. No tenía otra alternativa que tratarme yo mismo esto y esperar a que la infección remitiera, pero… no tenía muchas esperanzas, después de todo se había necrosado gran parte de mi piel.


Preocupado y angustiado, me dirigí hacia el botiquín de la cocina e ingerí unos cuantos antibióticos. Tras eso, me apliqué una pomada, también antibiótica, en todas las zonas afectadas, me vendé el cuerpo y me fui a dormir. Al principio me costó conciliar el sueño, estuve un par de horas imaginando qué ocurriría mañana, pero, al final, el cansancio me venció.

A la mañana siguiente me desperté violentamente, casi sin permitir a la totalidad de mi cuerpo que se activara, y fui hacia el espejo del cuarto de baño. Me levanté la camisa del pijama, me desvendé y vislumbré una piel virulenta, ulcerosa, con glóbulos verdosos y amarillentos, con un tacto húmedo y mugriento, casi descompuesto. Juraría que en ese momento mi rostro se hubiera quedado pálido de no ser porque estaba repleto de costras necróticas.

Me tomé un par de antibióticos más y regresé a la cama. Hoy no iría a trabajar, más tarde realizaría la llamada pertinente. Ya no es que me afectara a un nivel tan superficial como es el epitelio, también tenía una intensa afección febril.

Las horas pasaron rápidamente, cada poco tiempo caía en un profundo sueño, es como si el día fuera transcurriendo de forma saltatoria, eran las cuatro de la tarde y a los pocos segundos la seis. Cada vez que tocaba con mis manos el resto de mi cuerpo me echaba a temblar, no estaba mejorando en absoluto, seguramente ya ni ir al médico me salvaría. Simplemente me oponía a la debilidad de mi estadío para alcanzar más y más antibióticos, los cuales había depositado en mi mesilla de noche. No creo que fuera bueno para el hígado tremenda intoxicación de medicamentos, pero ahora sólo quería matar aquel microorganismo que estuviera castigándome de esta sádica manera.

La noche llegó, el teléfono me despertó. Se me había olvidado llamar al hospital, pero es que ya ni tenía fuerzas para hablar, hasta mis músculos se habían agotado de tanto temblar, estaba entumecido, no sabía si el charco que había en mi cama era de sudor o de pus, ya no distinguía con la vista lo que me rodeaba, y mucho menos podía diferenciar los sonidos del entorno. No había que ser un experto en medicina para saber cómo acabaría esto: me moría.

Apenas tenía sensibilidad en el cuerpo, no iba a aguantar más de una hora. Todo me daba vueltas y me había aclimatado al profundo dolor. Quería que todo terminase ya, hasta no me importaba morir si eso solventaba mi sufrimiento. Pero, justo cuando pensaba que aquello no podía empeorar, unas extrañas nubes se arremolinaron en mi habitación. Comenzaron a estirarse verticalmente y fueron, poco a poco, cobrando una forma humanoide.

No sé si la infección había alcanzado mi cerebro, o tenía cuarenta grados o más de fiebre, pero la única explicación razonable era un delirio. Efectivamente, una vez las nubes terminaron de materializarse, aparecieron nítidamente todas y cada una de las almas de las chicas de cuyos cuerpos yo había disfrutado tantas horas. Ninguna abrió la boca, no vi ni un minúsculo movimiento de sus finos labios, pero, aun así, por tercera vez aquella voz reverberó dentro de mí.

-Te dije que pronto sabrías qué ocurría.

Estaba tan débil que no podía responderla, así que me limité a escuchar, aguardando mi inminente fallecimiento.

-Dentro de unos minutos abandonarás este lugar, pero, incluso muriendo por esta horrible infección, nosotras consideramos que no es suficiente. Queremos devolverte la misma moneda, que sepas lo que se siente al ver una parte de tu esencia corrompida por alguien como tú. Pensarás que lo haremos de la misma manera que tú. Me temo que te equivocas, eso para ti sería una despedida digna, sin embargo, como almas que somos, compuestas de puras emociones, no nos será difícil transmitirse toda la angustia y el dolor que nos has provocado a lo largo de tus dos años visitando la morgue.

Con esas últimas palabras pude escuchar resquebrajarse las costras de mis párpados al abrir por completo mis ojos ante la horrible noticia. Ahora sí que quería morirme lo antes posible, o al menos moverme. Pero no había manera, fui víctima y testigo mudo de su castigo. Una a una fueron atravesando mi cuerpo y difuminándose en mi interior. Lo que sentía cuando me traspasaban era indescriptible. No he sufrido mucho en esta vida, pero he tenido mis vivencias depresivas, grises y aflictivas, así que, para haceros una idea, rememorar vuestro momento más ponzoñoso y multiplicarlo por mil hasta el límite de que con sólo pensarlo os quedéis sin respiración y os broten las lágrimas.

Minutos que duraron lo mismo que mis veinte años de vida. Una parte de mí comenzó a reflexionar. Estaba suplicando que pararan, pero no podía hablar, necesitaba huir, pero no podía moverme, no era capaz de hacer nada ante esa tortura… igual que ellas no podían defenderse cuando… abusaba de sus cadáveres…

Creo que en los últimos segundos una luz amaneció en mí. ¿Y si lo que hice estaba mal? Aunque se las veía tan apacibles en el mortuorio. No sé, puede que realmente fueran sus almas las que estaban en mi habitación o tal vez era ese momento de lucidez antes de morir del que tanto hablan. Fuera como fuera, tanto si era por una razón o por otra, probablemente tuvieran razón y mi comportamiento estaba alienado. De ser así, creo que estaba bien que todo acabase de esta forma, e incluso diría que es minúsculo el castigo que recibí en comparación con el que causé.

Si sirve de algo, lo siento.

[Tras ello, mi alma abandonó mi cuerpo y se mantuvo esperando a que el Pacto le concediera una carcasa nueva. Creo recordar que después de esta vida tocaba una bastante buena, aunque todo se fastidió cuando un brote psicótico de canibalismo se apoderó de mi cordura. No sé si volveré a ser recompensado con parte de mis recuerdos y, aunque ocurriese, no estoy seguro del todo si lo siguiente que recordaré será esta vida u otra cosa, de todas formas es interesante analizar esto, no desde el punto de vista de mi alma habitando en la Sombra, sino de cuando residía en esos otros cuerpos. Me ha sorprendido usar ese lenguaje para dirigirme a los cadáveres, jamás habría imaginado que mi esencia pudiera ser culpable de algo tan atroz.
Pero bueno, supongo que, como dije antes, el final lo compensa. De todas formas, y creo que no soy el único que lo piensa, me parece sospechoso que las almas de estas mujeres llegaran de nuevo al mundo de los vivos, así, sin más. Quizás en esta incógnita se halle una nueva pista para mi cometido…

Esto se pone intrigante.]