
Noticias desde la Oscuridad
06-07-2015
Cardiofagia está concluido.
13-07-2015
Especial Navidad: Reunión está concluido.
22-07-2015
Especial Año Nuevo: Cosecha está concluido.
28-07-2015
Especial San Valentín: Anatomía está concluido.
09-08-2015
Especial San Patricio: IRA está concluido.
03-09-2015
Especial Día del Padre: Disociación está concluido.
22-09-2015
Suerte está concluido.
28-09-2015
Especial Día de la Madre: Llamada está concluido.
Lamento del día
Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.
sábado, 30 de noviembre de 2013
viernes, 29 de noviembre de 2013
Pequeño diario de una pequeña alma #9
[Como supondréis, he vuelto a contactar con
Bruno para saber qué ha ocurrido en su viaje al pasado. Desgraciadamente, esto
no son buenas noticias, ya os diré por qué. Mientras tanto, os daré una pista:
hoy vuelvo a ser el narrador, debido a que Bruno ha entrado de nuevo dentro del
portal creado por su cosecha.]
Bruno
despertó sobresaltado. Estaba en la cama, en su casa, era por la mañana. ¿Había
sido todo un sueño? Volteó la cabeza y buscó con la mirada el calendario de su
habitación. Treinta de Marzo del 2013. No, si realmente fuera un sueño no
habría transcurrido tanto tiempo. Esto era real, había muerto y la Sombra le
había permitido viajar en el tiempo.
Al
principio todos sus recuerdos estaban borrosos, ni siquiera sabía por qué había
elegido esta fecha. Trató de calmarse y se fue a desayunar. Sin embargo, antes
de prepararse algo de comer, un olor invadió sus fosas nasales. Provenía del
habitáculo donde se encontraba la lavadora y el refrigerador. Un mal
presentimiento recorrió su espalda a la par que una risa, desde su interior,
resonó por su cabeza. Se aproximó cautelosamente y observó, aterrorizado,
varios cuerpos mutilados de unos desdichados jóvenes.
Esa
imagen le causó tal shock que una avalancha de recuerdos resurgió en su mente.
Comenzó súbitamente a rememorar todos los vacíos blancos que el viaje en el
tiempo le había causado. Ya sabía todo, esos cadáveres eran de las parejas que
él mismo mató la noche de San Valentín, y había escogido este día en concreto
porque hoy vendría Santiago a matarle. Si conseguía detenerle sin que fuera
Samanta la que le rescatara, entonces a las semanas no vendría ella con una
profunda herida que desencadenaría la posterior huida de los dos y, en
consecuencia, el fatídico accidente de tren. Había de prepararse para su
llegada, no le quedaban muchas horas.
-Yin, ¿tú te acuerdas de dónde guardaba los
cuchillos? No los encuentro en la cocina –dijo Bruno tras pararse delante del espejo
de la cocina –.
Pero su
lado maléfico no respondió.
-Tío, responde, antes te he escuchado reír.
Contesta, corremos el riesgo de volver a ser envenenados.
Nada.
Parecía un loco parloteando frente a un espejo. Siguió llamándole por unos
minutos en vano. Finalmente se percató
de algo tan evidente que había pasado por alto. Tal vez, Yin estaba más
separado de él de lo que pensaba, probablemente el que se encontraba ahora en
su interior era el del pasado, aquel que aún no habría cobrado la suficiente
fuerza para manifestarse con una conciencia superior.
Sabía
que se iba a encontrar solo, sin la ayuda de la Sombra, pero no esperaba que
también le abandonara el doppelgänger. Ahora residía uno más temible,
imprevisible, si se apoderaba de él justo en el momento que se dispusiera a
atacar a Santiago todo podría fastidiarse, incluso podría alcanzar un destino
peor que el que ya había sido escrito.
Aunque
claro, todo esto era secundario, lo primordial era abastecerse bien de recursos
para enfrentarse al Flebotomista, después de todo ya le salvó Yin la vida en su
momento, seguramente ahora no se opondría. Y eso le llevaba a una pregunta,
¿sabría este débil Yin que ahora se hallaba en un Yang que provenía del futuro,
de un tiempo donde había perecido?
Fuera
como fuera, echó a un lado las dudas y se puso a buscar los cuchillos. Se armó
de valor y entró donde estaban amontonados los muertos. Nada más acercarse,
viendo de cerca la carne cortada y la sangre, sus rostros lívidos y a la par
aparentemente tan llenos de vida, Bruno comenzó a sentir esos golpes internos
que le resultaban tan familiares.
Halló
en una esquina, reposando en una encimera, los utensilios que buscaba, tenía
incluso una sierra cuyos dientes estaban impregnados de piel y músculo
ensangrentados, como si la noche anterior la hubiera empleado sin piedad, más
por vicio que por necesidad. Obvió el panorama y agarró el cuchillo más dentado
pero lo suficientemente pequeño como para poder ocultarlo bajo su camiseta.
No
obstante, alguien tenía otros planes muy diferentes a los de Bruno… a los de
Yang. Repentinamente unos dolorosos calambres atravesaron todo su sistema
nervioso. Soltó el cuchillo y cayó al suelo empezando a convulsionar. Era su
otro yo, aquel entorno macabro le había dado las fuerzas que requería para
resurgir. En parte no se extrañaba Bruno de aquello, aunque nunca antes había
sufrido un “cambio de mandos” de esa forma tan torturadora.
-Vaya, vaya… Esto de volver a
descuartizar a los que ya troceé tiene su gracia. No te lo tomes a mal… Yang,
así al menos no me cobraré nuevas víctimas.
No es
que Yin fuera el del pasado, no, ambos eran los de futuro, pero lo que se pasó
por alto fue que quienes viajaron fueron sus almas y no su cuerpo. Lo que
pertenecía al pasado era la carcasa de Bruno, y esta aún no se había
acostumbrado a lidiar con ambos a la vez, así que solamente podía dejarse
llevar por uno mientras el otro permanecía en forma de minúscula esencia dentro
de él.
-Sé perfectamente –continuó el doppelgänger – qué es lo que
pretendes. Y no te voy a poner impedimento alguno. Creo que ha quedado bastante
claro ya que si te pasa algo a ti yo también sufro… Pero eso no quiere decir
que no tengamos tiempo para divertirnos. A ver… si por mí fuera te dejaba
tranquilo diseñando una estrategia para evitar el veneno que pretende
administrarnos Santiago, en cambio espero que comprendas que esto también te
beneficia. Necesito sangre, Yang, no te estoy pidiendo matar a alguien, tan
sólo que me dejes desmembrar al menos una hora a estos cuerpos sin vida, sólo
eso. Así luego podrás prestar máxima concentración al enfrentamiento y yo no te
molestaré. Realmente lo hago por tu bien, por nuestro bien.
Al
parecer eso convenció a Yang, el cual estaba durante todo el monólogo
intentando hacerse de nuevo con el control. Así que le dejó en paz y le
permitió hacer “su arte” con aquello a los que había asesinado días atrás.
Con
todo en orden y en calma, procedió a la labor que hace meses había dejado en
pausa. Tanto tiempo sin tocar un cuerpo frío, sin mirar unas pupilas carentes
de vida, sin hundir el filo de un cuchillo en la seca piel. No pudo evitar acariciar los cortes con sus
propias manos, llenarlas de sangre y pintarse de rojo las mejillas. No era como
otras veces que simplemente despedazaba y volvía al interior de Bruno, hoy se
sentía como un niño en un grotesco parque de atracciones, sesenta minutos para
disfrutar de la esencia de la muerte, aquella que todos temían y él amaba. Rajó
sus vientres y jugó con las vísceras, extendía en sus manos el peritoneo y apretaba con fuerza partes del
tubo digestivo hasta que reventaban. Soplaba dentro de la tráquea y observaba
con curiosidad a los pulmones triplicar su tamaño. Retozaba entre sangre y
órganos. Una cruel felicidad.
Pasaron
los minutos y ya era la hora de regresar. Había troceado los cuerpos a una
velocidad asombrosa. La otra vez quedaron muchas partes por mutilar, pero con
la euforia del momento ya estaba todos metidos en bolsas listos para ser
repartidos por toda la ciudad. Era la primera vez que Yin permitía gustosamente
a Yang tomar las riendas, aunque le había dejado un regalo de despedida…
-¡Joder,Yin, no me jodas! –gritó nada más verse en el
espejo –.

Y quién
le iba a decir que esa decisión estaba constituida por cantidades ingentes de
suerte. Sí, lo que vagamente sospechaba sucedió. Mientras se estaba aclarando
la cabeza unos contundentes golpes resonaron por toda la casa. No cabía duda,
era Santiago, llamaba a la puerta con furia, el ruido de la ducha le hizo saber
que Bruno no estaba fuera de casa, por lo que la espera hasta que este saliera
del baño y le abriera le estaba enfureciendo. Al parecer no tenía mucha paciencia
que se dijera.
Cerró
el grifo, se secó rápidamente y se ató la toalla a la cintura, no sin antes
esconder en su interior el arma. Fue al recibidor, abrió la puerta y…
-Buenos días, señor. Mi nombre es Santiago.
Me interesaría hacerle unas preguntas, será un momento. Es para un trabajo de
máster de psicología, necesito personas que participen.
-¿Y por esta razón has insistido de forma tan
brusca? A lo mejor podía haber resbalado en la ducha, me había abierto la
cabeza y estaba muriéndome ahí. Que oyeras el agua caer no significaba
necesariamente que te escuchase…
-Lo siento mucho… Siento estos nervios, de
veras, es que me queda muy poco para concluir el máster y ya sabe… A veces no
me controlo.
-Oh, descontrol… Yo sé un poco de eso… Bueno.
Puedes pasar, y por cierto, me llamo Bruno, puedes dejar de llamarme señor.
-Encantado de conocerte,
Bruno.
Bruno
lo supo de inmediato, Santiago tenía una buena agilidad mental, esto podía
alargarse si él lo deseaba. Los dos se sentaron en el sofá y se miraron
mutuamente. Era una escena llamativa, ambos pretendían matarse el uno al otro
pero ninguno de los dos daba el primer paso. Calmados pero alerta, uno con un
cuchillo, el otro con una jeringuilla rebosante de veneno.
-Voy a realizarte una serie de preguntas y
deberás de responder lo más rápido que puedas, ¿te parece bien?
-Por supuesto.
-Muy bien, señ… digo Bruno. Comenzaremos
cuando digas.
-Adelante.
-¿Odio, felicidad o tristeza?
-Felicidad.
-¿Brazos, tronco o piernas?
-Piernas.
-¿Líquido, sólido o gas?
-Sólido.
-¿Acepta la venganza?
-Depende del motivo.
-¿Cometería una agresión?
-Depende de la razón que me incite a ello.
-¿Y un homicidio?
-Ni por asomo.
El test
terminó y el chico no pudo evitar sonreír para sus adentros al ver la cara de
incertidumbre de Santiago. Él seguramente esperaba que con las preguntas
reaccionara de la misma manera que lo hizo la primera vez, pero, ahora que
sabía los motivos de esas preguntas traicioneras, Bruno estaba tan sereno que
hasta el Flebotomista dudó de si era el mismo adolescente al que vio asesinando
a un inocente días atrás.
-Bueno –respondió repentinamente Bruno –, supongo que este silencio indica que las
preguntas han acabado, ¿no?
-Pues… tienes razón… Sí, creo que eso es
todo. Muchas gracias por tu tiempo.
Se
levantaron y Bruno le acompañó a la puerta. Durante un segundo se replanteó el
dejarle en paz, permitir que las sospechas se esfumaran a medida que el tiempo
avanzara. Sin embargo, ese breve momento de duda fue fatal. Ante ello, Yin omitió
el trato de dejar en paz a Yang durante la estratagema y le arrebató el control
de la carcasa al grito de “si no vas a hacerlo tú,
ya se encarga tu auténtica esencia”.
Justo
antes de que Santiago se diera la vuelta para despedirse de él, este se acercó
al oído del Flebotomista y le susurró lo siguiente.
-Will Work For Blood.

Bruno,
o mejor dicho, Yin, se agachó y enrolló en su mano el mango del cuchillo para
hundirlo y girarlo repetidas veces para que Santiago se revolviera de dolor. Seguidamente,
unos cuantos minutos después, lo extrajo y lo clavó en la zona derecha de la
cintura escapular, repitiendo el mismo proceso agónico de antes.
-¿Sabes por qué hago esto? Creo
que ya tienes una idea –afirmó Yin con una mueca espeluznantemente risueña –. Eres inmortal, yo
ya lo sabía. No obstante, eso no impide que, a pesar de tu posterior
resurrección, puedas morir. Y me parece que esta es la forma más adecuada de
impedir que me envenenes con eso que llevas en el maletín. Sin oxígeno pierdes
energía y sólo puedes observarme con esa cara de bobalicón mientras te asfixias…
¿Sorprendido? Digamos que un amigo muy similar a mí ya se imaginaba lo que iba
a ocurrir hoy…
Santiago
paulatinamente iba perdiendo la consciencia a medida que Bruno le hablaba. Lo
último que sus ojos le permitieron distinguir fue al chico riendo sin parar a
la vez que, extrañamente, lloraba.
Para
cuando el Flebotomista volvió a la vida, ya se encontraba maniatado en la
cocina. En el reflejo del horno consiguió vislumbrar a Bruno, el cual se
hallaba en el salón haciendo los últimos preparativos para tirar las bolsas de
los cadáveres. Por fortuna, o quizás por despiste, Bruno no le arrancó la
mandíbula a Santiago como la otra vez, así que este, emboscado por una
mezcolanza de sorpresa e inquina, se dispuso a hablar con él.
-Estás yendo por el camino erróneo. No
deberías haber hecho nada de lo que hasta ahora has realizado. No saldrás bien
parado, chico.
-Escúchame –replicó Yang –. Yo… técnicamente quería dejarte ir en paz, pero hay algo que me hizo
cambiar de idea. Créeme si te digo que no quería que esto acabara de esta
manera, pero ya no te puedo dejar ir, ya sabes perfectamente lo que soy.
Conozco lo de los Siete, lo de Óscar, aquel que te resucitó por primera vez.
Así que estoy dispuesto a dejar que te rescaten si me dejas a mí y a Samanta en
paz.
-Vaya… No creía que fueras a estar tan bien
informado… Me parece que entonces puedo dejar de hacer el gilipollas.
-¿Cómo? –respondió Bruno anonadado –.
-¿Podrías decirme qué hora es?
-Las… dos de la tarde… ¿Por qué?
-Espléndido, parece que Tres es un magnífico
calculador.
-¿Tres? Habla claro o… me veré obligado a tomar medidas… No, de verdad,
¿qué quieres decir?
-En fin, creo que ya no pierdo nada. Muy
bien. Tres afirmó que despertaría sobre las dos en punto, y así ha sido, por
tanto… muy probablemente si te asomas a la terraza observarás en la calle a
Samanta a punto de morir.
Con los
ojos abiertos como platos, Bruno salió de casa lo más rápido que pudo.
Desgraciadamente fue demasiado tarde. Solamente tuvo tiempo para abrir el
portal y contemplar horrorizado a un coche al que le había estallado un
neumático y, perdiendo el control, se había dirigido hacia ella, con el
posterior impacto atroz.
Samanta
había recibido un severo corte en la pierna debido a una parte rota de la
carrocería. Estaba perdiendo mucha sangre, seguía viva, pero no por mucho
tiempo. Bruno corrió a su lado e intentó detener la hemorragia apretando. Pese
a sus intenciones, no había nada que hacer.
Sin
embargo, un susurro en su cabeza de Yin le hizo recordar que el antídoto que
Santiago tenía en su maletín actuaba como vasoconstrictor. Si se lo inyectaba
podría alargar su vida hasta que una ambulancia llegase. Así que, con más
velocidad que antes, subió las escaleras y llegó a su casa.
No
obstante, el plan no fue exitoso. Sin saber cómo, al acercarse al marco de la
puerta de la cocina, una mujer trajeada de enfermera le agarró y le inyectó una
sustancia en el cuello. Enseguida supo de qué sustancia se trataba. Ahí estaba
de nuevo, ese calor, esas contracciones… le había suministrado el veneno de
Santiago.
Bruno
cayó al suelo con un dolor terrible. Miró con impotencia la sonrisa del
Flebotomista. Con su rostro le exigía una explicación, y este, viendo que ya no
había retorno para el joven, se la concedió.
-Te presento a Uno, ¿has visto qué buena es
en la praxis clínica? Me apuesto una quijada a que no te ha dolido la incisión
de la aguja. Pero claro, seguro que esto es lo que menos te interesa… Así que
vayamos al grano, para resumirlo te diré que no eres el único de aquí que
conoce el futuro, aunque sin tu colaboración nada de esto habría resultado
eficiente del todo. El factor clave ha sido el pánico al revelarte que Dos ha
matado a Samanta. Si te hubieras dignado a cerrar la puerta antes de salir
corriendo, entonces Uno no habría podido entrar para coger el veneno de mi
maletín. Por eso te decía que ibas por el mal camino. Has fingido estar
apacible, te regodeabas creyendo que tenías todo bajo control, y sin embargo
has estado todo este tiempo atado por los hilos de Los Siete.
Bruno
no hizo mucho caso a lo que decía. Había perdido hoy, pero podría regresar a
otro tramo de su cosecha. Solamente tenía que confiar en la magia de la piedra
que yo, Borja, le di. Pero cuando fue a llevarse las manos a los bolsillos cayó en la cuenta de que
la única prenda que llevaba era una toalla atada a la cintura. La piedra estaba
en su habitación, en el bolsillo de su pantalón. Si no se dirigía hasta ahí
antes de morir, esta sería su primera y última oportunidad de cambiar su
calamidad.
Repitió
la estrategia de intercambiar el control repetidas veces con Yin. Consiguió
ganar un poco de movilidad, aunque para desplazarse había de arrastrarse con
lentitud.
-Santiago, el crío se está moviendo. Sospecho
que va en busca de… la piedra.
-¡Ah! No te preocupes, déjale, que vuelva a
repetir todo esto. Déjale tropezar de nuevo con la misma piedra. ¡Ja, ja, ja,
ja, ja!
Eso fue
lo último que Bruno escuchó antes de alcanzar finalmente su habitación y
apretar en su puño, con fuerza, la piedra. No le importaba que el Flebotomista
afirmara aquello para bajarle la moral. Había sido el primer intento, tenía
infinitos hasta que consiguiera arreglarlo todo, jamás se rendiría. Únicamente
intentó no concentrarse en el dolor y aguardó hasta que su corazón dio la
sístole final.
Una
vez, ya de regreso a la Oscuridad, en nuestro presente. Bruno me contó todo lo
acontecido con pelos y señales. No sabía con certeza quién era ese Dos de Los
Siete, aunque descartaba a Óscar y a Lilith, es decir, Uno. Tres, viendo que
Santiago decía que conocía el futuro, no tenía más remedio que ser el Atemporal
#011. Pero Dos… Bruno tenía que tener cuidado con él.

Quizás
penséis que volvió a escoger ese 30 de Marzo. Os equivocáis. Ya ha visto que la causalidad de la muerte de Samanta no refiere en lo que él creía, por lo que
se ha encaminado a una fecha más temprana. Ha pensado que lo mejor para salvar
una hoja mustia es rescatar el tronco podrido. ¿A qué fecha ha viajado?
Al 28
de Agosto del 2012. El día que Santiago murió por primera vez.
jueves, 28 de noviembre de 2013
El Consejo de los Seis Puñales: Carne [11]

Por esta razón a ella no le gustaba
hablar de su pasado, y menos de aquel en el que debía recordar sus vivencias
con su familia. Ya habéis visto que ella no hace honor a su apellido, ella es
comprensiva, apacible y solidaria, y fueron estas razones, este comportamiento,
lo que provocó rechazo en su familia, con sus consecuencias pertinentes, tales
como llevarla desde pequeña a las escaramuzas para enfriar su corazón,
obligarla a quitarle la vida a los moribundos, saquear las casas de inocentes
campesinos, emplear su magia para la tortura e incluso enseñarla a autoinfringirse
dolor y disfrutar con ello.
-Veréis… Esto sucedió hace cinco años, cuando tenía
quince. Ya habían pasado muchos meses en los que mi familia intentaba
corromperme. Cuando nací no se esperaban nada de esto. Poseía, ya desde bebé,
una armonía con la magia negra nunca antes vista, y eso les hizo pensar que
desarrollaría la mayor violencia y maldad que un Corazón de Ébano pudiera tener.
No les culpo, mi familia había crecido con la creencia de que todo Mago Oscuro,
por ser una ramificación de los Magos que daba de lado la magia pura para dar
todo de sí en la maleabilización de la magia negra, casi acercándose a los
Nigromantes o a los futuros Brujos, había de envolver su esencia en una
negrura, en una metamorfosis de crueldad y apatía… Sin embargo yo era un caso
aparte, tal vez el único. Nunca consiguieron lavarme el cerebro, jamás
comprendí por qué actuaban así. La oscuridad no implica maldad, por supuesto
que yo era otra Maga Oscura, pero no empleaba mis conjuros para destruir, sino
para todo lo contrario. Aunque bueno… formulaba dichos hechizos en privado,
cuando nadie me veía, y por tanto lo hacía muy pocas veces. Recuerdo la primera
vez que me vieron salvar a una minúscula hormiga de ser devorada por un pájaro.
Ese día iba acompañada por mi madre, Kelheit Corazón de Ébano, ella esperó para
ver qué hacía ante esa situación, creyendo que mataría al pájaro. Pero no fue
así, únicamente envolví en una esfera oscura a la hormiga y la alejé del pájaro
lo suficiente para que no la encontrara. Cuando mi madre vio esta benevolente
acción, invocó dos garras que me sostuvieron por los hombros y me zarandearon
sin parar de forma brusca hasta que me lanzaron contra un árbol… Desde ese día
supe que no era afecto lo que sentía mi familia hacia mí, sino esperanzas de
que aflorara maldad en mi interior. Y si el precio por ser querida era
convertirme en un ser despiadado, prefería el odio acérrimo que a día de hoy,
si siguiera alguno de ellos vivo, me seguirían guardando. Pero bueno, vayamos a
lo que nos concierne, la razón de que Androk haya aceptado colaborar con Tathis…
A partir de aquí comenzó todo.
Tenebra había sido obligada, como de
costumbre, a presenciar la carnicería que sus familiares iban a cometer en una
batalla casi a terminar entre uno Bárbaros y unos Arcanistas. Era conocido
entre todos el odio que se tenían recíprocamente ambos bandos. Los Arcanistas
dieron la espalda hace varios años a las Universidades de Magos ya que
afirmaban que esto sólo limitaba el potencial que un hechicero podía alcanzar.
Ellos se iban directamente en busca de flujos arcanos para experimentar con
ellos y estimular las corrientes de maná de sus vasos sanguíneos. Eran, en
pocas palabras, hechiceros purasangres. Y, como era obvio, cuanto más maná
poseía el prójimo, más furia se desarrollaba en las mentes de los Bárbaros.
Unos por desprecio a la magia, otros para demostrar que el futuro era el uso de
dicha energía. Dos razones dispares, un único y sanguinario objetivo.
Para los Corazones de Ébano esto era
irrelevante, como si se masacraban por puro placer, lo único que les interesaba
era ese odio que desprendían. Gracias a ello incluso sin que la batalla
terminara podían infiltrarse en mitad de la lucha para ir exterminándoles.
Ellos estarían protegidos ya que, ciegos por la ira, los Arcanistas no
distinguirían su magia, blanca, de la negra, y los Bárbaros ni siquiera tenían
la experiencia necesaria para saber diferenciar un tipo de magia de otra.
No obstante, los Corazones de Ébano no
eran, de los tres bandos, los que conocían a la perfección toda la situación.
Habían pasado por alto un aspecto realmente crucial. No eran unos Bárbaros
cualesquiera, eran ni más ni menos que de la casta de los Descuajeringadores.
Entre ellos se encontraba un joven Androk, con una edad similar a la de
Tenebra.
Eran tan diferentes en el campo de
batalla. Tenebra, ya infiltrada con el resto, aprovechaba cualquier momento en
el que las miradas de sus familiares no se clavaran en ella para, en vez de
rematar al herido, sanar sus heridas difuminándolas entre las sombras. Allí estaba
ella, temblando, sin saber qué hacer, observando cada movimiento extraño del
terreno, aterrada. Por otro lado, a metros de distancia, Androk, hacha en mano,
decidido, enfurecido, sediento de violencia, iba matando a cualquier Arcanista
que se ponía en su camino.
La joven miraba de vez en cuando al
resto, carentes de piedad escogían a los
que llevaban reliquias con un buen precio en el mercado y les rebanaban el
cuello con un Haz Sombrío. A veces ella deseaba poder plantarles cara y
hacerles probar su propia medicina, pero era tarea imposible. Pese a que los
hechizos de sombras contienen un poder inimaginable, tienen una gran desventaja,
y es que no puedes combatir la sombra con la sombra. Aunque eso no quería decir
que ella también fuera invulnerable a sus hechizos.
Había unos diamantes negros provenientes
de una mina actualmente derruida. Cuando los mineros descubrieron que dichos
diamantes eran algo fuera de lo común, que provocaban pesadillas, alucinaciones
y locura en su poseedor, optaron por cerrar esta mina. Afortunadamente, esta
noticia llegó a oídos de varios Corazones de Ébanos, que decidieron dejar un
cristal de maná imbuido de sombras dentro, para así poder teletransportarse al
interior empleando un segundo cristal en el exterior. Estos cristales se
cargaban con la magia característica del taumaturgo y podían permitirte viajar
por el espacio como lo haría un Mago de Retaguardia con un potencial un poco
inferior.
Los investigadores fueron trayendo
varios diamantes negros en aras de conducir dicha demencia hacia un beneficio
propio. Sin embargo, descubrieron algo mejor. Tras intentar infundir de magia
los diamantes, comprobaron que, si el poseedor del mineral era un hechicero,
entonces lo que hacía era distorsionar la magia de su sangre, consiguiendo que,
aparte de hacerla más potente, fuera capaz de combatirse a sí misma, es decir,
un Mago Oscuro en posesión de un diamante negro podría matar a otro Mago Oscuro,
tuviera este otro diamante o no.

La única opción para deshacerse de la
opresión que ejercían sobre ella era apoderarse de un diamante negro y
aprovechar la clara ventaja que tenía en la magia negra. Pero ello conllevaría
seguramente el caer en las fauces de la locura. Tendría, por tanto, que buscar
otra solución. Y si nunca llegaba a hallar otra alternativa, al final debería,
o bien dejarse llevar por la corriente y volverse otro Corazón de Ébano más, o
bien arriesgarse a robar un diamante y rezar para que su mente fuera lo
suficientemente fuerte para no enloquecer.
Pero aún estaba lejos de la rendición.
Tenía la respuesta en ese mismo campo de batalla. Los Bárbaros, capaces de
dañar la magia y resistir su daño mucho más de lo que cualquier otro guerrero
cuerpo a cuerpo de la época pudiera. Si convencía a uno de ellos para aliarse
temporalmente con ella, podría quizá deshacerse por fin de los dañinos
grilletes de su familia.
Allí encontró a Androk, el Bárbaro con
el rostro más juvenil y más inocente, dentro de lo posible, que se encontraba
en las filas de los “Antiarcanos”. No sería fácil convencerle, seguramente en
cuanto se enterara de que ella era una hechicera arremetería contra su cuello
con el hacha. De todas formas, precisamente por ser el más joven, quizás podría
persuadirle y hacerle entrar en razones, no esperaba quitarle ese odio ilógico
por los “Proarcanos”, con que le ayudara a acabar con una de las estirpes más
crueles sería más que suficiente.
La Corazón de Ébano se desvaneció,
transformada en pura sombra, y se deslizó por el suelo para llegar sin
impedimentos hasta él. Tampoco sería tarea sencilla mantener una conversación
en medio de la encarnizada batalla. Por tanto, optó por licuar la sombra y
hundirle en el Charco Umbrío. Aprovechó, además, para poner algo a favor según
su plan, así que usó todo su poder para llevar al Charco Umbrío al nivel de la
Penumbra Eterna. Este hechizo, pese a la simplicidad de su conjuración, sólo
podía ser evocado por un Corazón de Ébano. Mientras que cualquier hechicero
estudioso de la magia negra podía crear un Charco Umbrío, eran sólo los
familiares de Tenebra quienes podían aumentar su efectividad.
La Penumbra Eterna impedía que te
ahogaras en las sombras, te inducía en un breve coma y finas hebras oscuras
arraigaban en tu mente reproduciendo en tu sueño todos los tormentos que
perseguían al taumaturgo creador del Charco Umbrío. Por lo que, una vez Tenebra
se encontraba lejos del campo de batalla y había sacado de las sombras a
Androk, este ya conocía todas las atrocidades por las que la joven había
pasado. Sin embargo, como cualquier otro sueño, existía en ese momento
demasiada incertidumbre en el Descuajeringador.
-¿¡Qué es lo que quieres!? –preguntó
desconcertado, con la noción del espacio perdida –.
-Simplemente hablar contigo. Ya sabrás que soy una
hechicera, más en concreto una Maga Oscura, pero…
-Así que eres uno de esos perros sarnosos adictos
del maná. ¡Dame un segundo para recuperarme y te partiré en dos con mi hacha! –contestó
interrumpiéndola –.
-No estás en una posición favorecedora. Estás
mareado, ahora mismo tu pericia en el combate flaquea y podría atravesarte el
corazón con un Haz Sombrío…
-¡Que así sea! No me importa lo desaventajado que
esté, si opongo resistencia, morir en la batalla es un honor para un
Descuajeringador.
-¡Pero yo no vengo a luchar! Por favor, olvida por
un momento que por mi sangre fluye maná. De hecho tienes dos opciones: no
escucharme y añadirme a tu lista de muertes bélicas o escucharme y tener la
posibilidad de acabar con una casta entera de Magos Oscuros. En tus manos está
la decisión. Yo no tengo nada en contra tuya, ¿acaso realmente tú tienes algo
en mi contra?
Fue digno de mención ver a un Bárbaro meditar antes que actuar. Parece que Tenebra había dado con el Antiarcano adecuado.
El joven se levantó, envainó su hacha y tendió la mano a la Maga Oscura.
-Soy Androk, de la estirpe de los
Descuajeringadores, el primogénito de la nueva generación que creará un nuevo
mundo sin la peste del maná.
-Yo me llamo Tenebra, y por desgracia pertenezco a
los Corazón de Ébano, unos Magos Oscuros que sólo se mueven por el interés
propio.
-¿Y a qué se debe el traicionar a tus hermanos, a
otros hechiceros?
-Si te has dado cuenta, Androk, yo no soy como esos
que están ahí abajo, empleando la magia para destruir, para matar. Yo creo que,
si tenemos el privilegio de manejar algo tan poderoso como es el maná,
deberíamos emplear nuestro poder para mejorar este mundo y no para estropearlo
aún más. En cierto modo, os entiendo a vosotros, los Bárbaros, pero quiero que
comprendas que no soy la única que piensa de esta forma, te aseguro que hay
muchos hechiceros más que emplean la magia para crear, no para asolar el
planeta.
-Hagamos un trato, ¿de acuerdo? Si cumples tu
palabra y permites desatar mi rabia con esos Corazón de Ébano, entonces te
creeré y te prometo que haré todo lo que esté en mis manos para que mi familia
sea tolerable con Proarcanos dignos… como tú.
Era un trato bastante extraño. Una paz
inestable a cambio de un parricidio, pero era eso o nada. Además, las futuras
víctimas no eran del aprecio de Tenebra. Pasara lo que pasara ella no saldría
perdiendo. Aceptó y empezó por contarle el plan a Androk, no sin antes
informarle del objeto clave: el diamante negro.
-Androk, precisaré de tu maestría en el combate. Vas
a enfrentarte a unos hechiceros de un poder inimaginable. Si yo he podido
infundirte un terrible tormento creando un Charco Sombrío, imagínate de lo que
serán capaces Magos Oscuros más instruidos. Basta con decirte que la parte
fácil será entrar ahora en el campo y matar a uno de ellos para arrebatarle su
diamante negro.
-Tú no te preocupes. Mi poder se basa en el dolor,
cuanto más daño recibo más furia tengo. En otro guerrero podría ser
contraproducente, pero nosotros, los Bárbaros, la moldeamos a nuestro favor. Te
aseguro que si no hubiera peligro alguno, para mí resultaría más difícil. Así
que continúa con el plan, sin rodeos.
-Está bien. Una vez tengas el diamante negro aquí habremos
acabado. Si quieres seguir luchando no me molestará. Yo te estaré esperando
justo en este lugar para potenciar el diamante, el cual habrá perdido su poder
por la muerte de su poseedor, con magia negra, así será efectivo contra mi
clan. Tras esto aguardaremos hasta la noche y te conduciré al pueblo donde
residimos. Será entonces cuando nuestros caminos se dividan y tú desates la
destrucción. Ten cuidado de no matarme a mí porque yo estaré por ahí fingiendo
que soy otra presa más.
-Entiendo, y cuando acabe con todo Corazón de Ébano
viviente, exceptuándote a ti, será cuando llegaré a comprender que existen
hechiceros que desprecian a los que tienen el caos y la desolación como modo de
vida, ¿no?
-Yo ahí no me inmiscuyo. No me importa si tu idea antiarcana
sigue vigente tras esto… Aunque mentiría si dijera que no me alegraría ver un
cambio de mentalidad en los Bárbaros acerca de los hechiceros –respondió
Tenebra sonriendo –.
Volvieron a darse un apretón de manos y
se pusieron manos a la obra. Androk agarró su hacha con fuerza y cargó hacia la
batalla con total determinación. Tenebra le informó con detalle de los atuendos
de un Corazón de Ébano para que no perdiera el tiempo despedazando a algún que otro Arcanista. Algo
la decía que muy posiblemente tendría que esperar por el ansia de sangre de su
aliado temporal.
No obstante, y para su asombro, a los
pocos minutos regresó a la colina donde se hallaba Tenebra. Estaba lleno de
sangre, con varias heridas incandescentes que desprendían humo negruzco, señal
de que había recibido varios hechizos de magia negra; y, por supuesto, con el
diamante negro en su puño.
Tenebra corrió a socorrerle. Pese a que
la lucha hubiera sido rápida, había sido complicada al menos para Androk. Este
cayó exhausto, pero ordenó a Tenebra que no se preocupara por sus heridas, que
pronto sanarían con el descanso. Esa era otra ventaja de los Bárbaros, no
puedes dejarles descansar o recuperarán todas sus fuerzas para una segunda
ronda de violencia y sangre. Por tanto, ella se ocupó del diamante. Se hizo a
un lado y se concentró en canalizar su energía hacia el interior del mineral.
Unos pocos segundos después el conjuro
se había completado sin impedimentos, el diamante negro estaba cargado de nuevo
con magia negro, dispuesto a hacer frente a cualquier Corazón de Ébano que se
interpusiera ante el ataque de Androk.
La Maga Oscura y el Bárbaro esperaron
hasta la noche matando el tiempo con una amena charla en la que se conocieron
mucho más a fondo. Por primera vez Tenebra se encontraba a gusto con alguien, y
quién la diría que iba a ser precisamente con su enemigo por antonomasia, con
un Antiarcano. Por su lado, Androk debía de admitir que no era precisamente
odio lo que sentía hacia esa Proarcana, se sentía muy cómodo hablando y
descubriendo que, aquellos humanos de los que los Bárbaros se mantenían
alejados, no eran tan diferentes. ¿Quizás era el principio de una amistad o
quizás de…?
El Sol se ocultó en el horizonte. Ya
ambos bandos se habían retirado de la batalla. Muchos habían caído, en gran
parte por la emboscada de los Corazón de Ébano. Tenebra observaba el panorama
con rabia, le hubiera gustado haber puesto fin a esto antes de otra carnicería,
pero era más sensato esperar a la tranquilidad de la noche para pillarles con
la guardia baja. Mientras tanto, entre sus pensamientos de desconsolación, una
pregunta del Descuajeringador la asaltó.

-La familia no se define por compartir una misma
sangre, sino por compartir el apoyo y la compañía, tanto en los momentos buenos
como en los malos. Ellos no son mi familia, son sólo mis carceleros. Acaba con
ellos.
-Que así sea.
Y los dos partieron hacia Luz Oculta, el
pueblo donde residía la casta Corazón de Ébano. No tardaron demasiado, ya que
Tenebra empleó nuevamente el Charco Umbrío para transportar a Androk con ella a
una mayor velocidad. Eso sí, esta vez sin causarle secuelas traumáticas como
las de la otra vez.
Llegaron y, como estaba previsto, él se
ocultó entre unos arbustos y esperó a que la Maga Oscura entrara en su casa. A
partir de ahí contó sesenta segundos y la operación parricida dio inicio.
Enseguida salieron oleadas de Magos
Oscuros para detenerle, pero el diamante negro hacía a Androk imparable. Uno a
uno fueron cayendo bajo su hacha. El Bárbaro no lo sabía, pero Tenebra la había
ocultado la verdadera acción del diamante. El filo de su arma estaba impregnado
de magia negra que había depositado ella misma sin que él se percatara, por lo
que esa masacre también era consecuencia de un hechizo de Tenebra: el
Encantamiento Azabache. Hoy, la Corazón de Ébano más débil demostraba que la
fuerza podía obtenerse de otras formas.
Con la pericia de él y la magia de ella
poco podrían hacer esos Magos Oscuros. Y no pasó mucho tiempo hasta que fueron conscientes
de la inutilidad de su ofensiva. Algunos comenzaron a escapar, aunque Androk
estuvo alerta e impidió que la gran mayoría lo consiguiera. No obstante, unos
cuantos, un poco más hábiles, sí lo lograron.
Al cabo de una hora la tarea había
concluido. Tenebra procedió a atraparlo por tercera vez en un Charco Umbrío
para llevárselo de allí raudamente y poder hablar en un lugar seguro y
tranquilo.
-De verdad, te estaré eternamente agradecida. No
tengo palabras para expresar mi gratitud.
-El placer ha sido mío, Tenebra. Creo que he matado
más hechiceros hoy que en cualquier batalla en la que he estado con
anterioridad.
-Y… bueno… Supongo que aquí nuestras vidas van por
trayectos distintos.
-Mucho me temo que así es. No sería recomendable
seguir viéndonos… Pero ya te prometí que haré todo lo posible para que los
Bárbaros, o al menos los Descuajeringadores, no actúen de forma hostil contra
el primer hechicero que se les cruce por el camino.
-Lo entiendo. Gracias por todo, Androk, siempre te
recordaré. Espero que algún día volvamos a encontrarnos, y no como enemigos.
-Los Dioses son sabios. Ten por seguro que algún
día, tal vez pronto, volvamos a vernos.
Ambos se dieron un fuerte abrazo y se
marcharon por lados opuestos. Tenebra ahora tenía que ir con aquellos que
consiguieron huir, no debía levantar sospechas.
Estos se encontraban a las afueras de
Luz Oculta, eran tan sólo cuatro, entre ellos, por desgracia, se encontraba
Kelheit, su madre. Tenebra maldijo para sus adentros y trató de calmarse, esto
seguía siendo mucho mejor que seguir con toda la familia viva.
Sin embargo, no en vano Kelheit tenía el
apodo de la Matriarca Obsidiana. Se había granjeado su fama por su perspicacia.
Sabía que la única manera de que un Bárbaro llegase aquí era si un Corazón de
Ébano le guiaba y, además, que tuviera esa destreza para matarles indicaba que
era poseedor de un diamante negro, seguramente facilitado también por ese
traidor.
Preguntar quién había ayudado al Bárbaro
no serviría de nada. No obstante, había una manera eficaz de hacer salir al
sospechoso. Una simple cuestión no cambiaría su rostro, pero atacar fríamente el
campamento de los Descuajeringadores tal vez esbozaría una mueca de asombro en
el traidor.
Con el transcurso de los días, sin
informar a los cuatro sospechosos, Kelheit contactó con un antiguo compañero
que era Magotrón, una clase de Mago especializado en la investigación y
tecnología. Llegó al acuerdo de darle todos los diamantes negros que quisiera
si bombardeaba con los explosivos más potentes todo lugar donde residiera algún
Descuajeringador.
El Magotrón aceptó, y pronto diseñó
bombas de energía pura especialmente diseñadas para desintegrar la robusta piel
de los Descuajeringadores. Con todo listo, a los pocos días un escuadrón
liderado por este hechicero arrasó con todas las casas de la familia de Androk,
incluyendo su campamento.
Durante este ataque, Kelheit había
llevado a los otros cuatro Corazón de Ébano a contemplar desde la lejanía la
devastación de este cuartel. Fue entonces cuando Tenebra no pudo contenerse y
rompió a llorar, muy seguramente Androk habría muerto y nunca más volvería a
verle.
Kelheit, percatada de quién les había
traicionado, pese a que fuera su hija, la estranguló sin piedad con sombras y
la transportó hasta el campamento para que viera desde más cerca aquella
destrucción. Los otros tres Corazón de Ébano, libres de sospecha, acompañaron a
la Matriarca Obsidiana para deleitarse con la tortura que iba a emprender en el
joven cuerpo de Tenebra.
Comenzó invocando unas Garras Negras que
arrancaron jirones de su piel, dejando expuesta la musculatura. El dolor era
terrible y tan sólo era el preludio. Pero no le importaba morir, Kelheit era la
única fémina que sobrevivió y ya no era fértil. La posibilidad de que la
estirpe Corazón de Ébano no desapareciera era nula. Daba igual lo que
ocurriera, su cometido se había cumplido, tan sólo tenía que evitar
concentrarse en la tortura de su madre.
Pero entonces, de entre las llamas de
una de las tiendas de campaña, un Bárbaro con unas heridas de maná puro y una
espada demacrada se lanzó a por ellos decapitando de un solo tajo a los tres
Magos Oscuros que hacían de espectadores. Era ni más ni menos que Androk,
milagrosamente había sobrevivido.
La Matriarca Obsidiana, ante este
imprevisto, soltó a Tenebra y atacó con un potente Haz Sombrío al
Descuajeringador. Por desgracia, en cuanto el hechizo rozó su piel, este se
convirtió en un polvo brillante, sin efecto dañino alguno en él.
Ahora Tenebra lo entendía. Gracias al
diamante negro la explosión no lo había desintegrado, sino que el efecto mágico
de la bomba se le había impregnado en el cuerpo y había mejorado sus
capacidades de resistencia frente a los conjuros. Si antes era un guerrero
temible, ahora cualquier hechicero temblaría.
Llegó el turno de Androk. Kelheit no
tuvo nada que hacer. Este, con todas sus fuerzas, lanzó su espada hacia su
corazón y atravesó su pecho matándola al instante dejando en el suelo un gran
charco de sangre negra.
-¡Androk, no has muerto! Me alegra que…
-Me has traicionado, Tenebra… -dijo
Androk cortando el júbilo de ella –.
-¿Cómo? No, lo que pasa es que…
-Así que estas eran tus verdaderas intenciones, ¿no?
Primero traicionas a tu familia y luego a la familia de quien ejecutó tu plan. Eres
peor que los Corazón de Ébano a los que criticabas.
-¡Androk, escúchame!
-¡Déjame en paz! ¿Sabes qué? Al principio pensé en
matarte, pero prefiero dejarte viva, que crezcas, rodeada de soledad, y sufras.
Aunque te aseguro que algún día iré a por ti, cuando te halles en la peor
situación y ya tu corazón quede marchito… ¡como hoy el mío! Será entonces
cuando te dé muerte.
En estos momentos Tenebra estaba a punto
de terminar la historia.
-No dejó que le diera explicaciones. Salió corriendo
y nunca le volví a ver… hasta hoy. Comprendo lo que tuvo que sentir. Por una
vez pone su confianza en una hechicera y a las horas acaba con toda su familia
masacrada… Tal vez yo hubiera actuado de esa misma forma vengativa.
-Interesante… Así que Tathis ha buscado bien a su
aliado, alguien que mata hechiceros ya no por odio, sino por venganza y sobre
todo si entre ellos te hallas tú.
-Sin embargo creo que con él la cosa no tiene que
acabar necesariamente en muerte. Es posible que consigas hacerle entrar en
razones y que se alíe con nosotros para combatir a Tathis. Si eso pasase, ¡me
gustaría ver el rostro boquiabierto del Portaluz!
-Sí… Podría ser efectivo, un buen as en la manga.
-Ya, ya, lo que digáis. Si habéis terminado de
contar batallitas es mejor que volvamos a movernos.
-¿A qué tanta prisa, hermana?
-¿Te has dignado en mirar hacia el este? Tenemos
compañía.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Necrofilia

Sin haceros perder más
el tiempo. Espero que la repugnancia que os provoque el preludio a la fatalidad
no os impaciente. El final se adecúa a la pena que una alimaña como yo requería
en ese momento. Comencemos…]
Me llamaba Borja Juárez Garrido, tenía veinte años. Dejé los
estudios en secundaria, aunque siempre me hubiera visto como un buen
investigador sanitario o algo por el estilo. Lo mío eran los hospitales, ese
ambiente… ese olor a formol. Aunque seguramente no hubiera valido para estudiar
una carrera universitaria, no es que me gustase mucho, que se dijera, el que me
obligaran a aprender cosas de forma concreta, yo era más del aprendizaje libre.
No obstante, había conseguido trabajo en el hospital de mi ciudad como
limpiador. No podía quejarme, en mis ratos libres acompañaba a los sanitarios y
observaba todo lo que hacían. Era agradable, a veces hasta ayudaba a los pacientes
ingresados cuando se acababa el suero, les dolía alguna parte de su cuerpo o
querían reducir la presión del oxígeno de sus gafas nasales. No tenía la
capacidad tan amplia como otro facultativo del hospital pero colaboraba en lo
que podía. Una gran cantidad de personas me conocían y agradecían mi forma de
ser.
Sin embargo, no sólo era benevolente con los vivos, también
era bastante considerados con los que ya no estaban aquí. Cuando me tocaba
turno de noche era maravilloso, poder ir al mortuorio, sin vigilancia, y
visitar esos cuerpos que aún presentaban tanta vida. Era un desperdicio, se las
veía tan aburridas a esas chicas. No comprendo por qué al morir almacenan ahí a
las personas, aún podemos compartir cosas con ellas. Y estoy completamente
seguro de que si alguna volviera a la vida me agradecería el profundo placer
que las otorgaba.
¿Cómo podía resistirme? Cuando me ponía encima de ellas y
observaba de cerca sus bocas hasta podría asegurar que un susurro me incitaba a
amarlas, me sonreían, sus manos se apoyaban sobre mi espalda, me acariciaban.
No importaba lo frías que fueran, la pasión que yo desprendía las hacía entrar
en calor. Qué puedo decir, era un romántico. Cuando acababa no me iba de su
lado, por supuesto que no, yo no soy de esos. Yo me quedaba unos minutos en la
cama metálica de al lado, giraba sus cabezas y abría sus párpados. A veces
tenía que emplear unas grapas para que me pudiera mirar, pero no importa, no se
quejaban, ellas eran quienes me suplicaban que lo hiciera. No podía negarme,
después de todo, unos segundos antes ellas me habían invitado a visitar su
interior.
Pero a veces ese plácido momento se veía interrumpido por el
típico médico de guardia que pasaba por allí. Como no precisaba del tiempo
suficiente para escapar siempre tenía la precaución de dejar a los pies de la
camilla una manta, la cual me echaba por encima si este médico decidía entrar
en el mortuorio. A veces él encendía las luces para comprobar que estaba todo
en orden. Tengo que destacar que lo pasaba un poco mal, ya que se quedaba
varios segundos observando la habitación y yo, obviamente, tenía que contener
la respiración bajo las sábanas. Pero todo se contrarrestaba cuando se
marchaba. Me cercioraba de que no había peligro y, entre risas, volvía a
retozar con la chica. Estoy cien por cien seguro de que ella también se
excitaba ante esas situaciones de riesgo.
Tras un breve descanso me levantaba, cogía mi indumentaria,
la cual había escondido en una de las cámaras, me vestía y con sigilo me
escabullía de vuelta a mis labores nocturnas.
Así era mi rutina siempre que me asignaban el turno de
limpieza por la noche. Otra persona lo consideraría un suplicio el sacrificar
estas horas de oscuridad, confeccionadas para dormir, en el trabajo. Pero yo
las veía como una oportunidad para ser uno con los muertos. Sus cabellos
lacios, sus ojos palpitantes, sus pieles tersas, sus pechos turgentes y sus
labios pálidos, fríos. Eran como muñecos, no se molestaban con ninguna postura,
yo las dominaba, ellas tan sólo gozaban de forma pasiva, me obedecían y podía
hacer LO QUE QUISIERA.
Sí, era magnífica mi vida… Era…
Una de esas noches en las que tuve que quedarme en el
hospital, el personal sanitario había sido reducido considerablemente, no
éramos muchos, unos diez o quince, sin contar los pacientes… y los cadáveres.
Recuerdo que cuando todo ocurrió yo estaba recogiendo la
habitación de una mujer que acababa de fallecer. Eran las dos de la madrugada y
había sufrido un colapso multisistémico. Acababan de llevarse el cuerpo al
mortuorio y muy pronto yo le daría la despedida que su cuerpo merecía.

-No sigas.
-¿Quién ha dicho eso? –pregunté, alarmado por la sorpresa –.
-Simplemente no continúes
así.
Seguí exigiendo que saliera de su escondite y se mostrara,
pero aquella desconocida no volvió a hablarme. Un poco asustado, vertí por
último los pañuelos usados de la papelera en la bolsa de mi carro y me fui a
paso ligero de allí.
Bajé a la primera planta para prepararme un café e intentar
olvidar aquello. Sin embargo esto no ayudó mucho, las luces de los pasillos
comenzaron a apagarse. Alcé la voz, intentando ver si alguien me respondía,
pero al parecer era la única persona que se encontraba en esta planta. Estos
nervios, esta ansiedad… sólo podía paliarlos de una forma. Me fui directo al
mortuorio.
No había la más mínima duda de que ya habían depositado ahí
a la mujer que recientemente había muerto. En una de las camillas yacía un
cuerpo de cuya posición no recordaba que estuviera ahí. Una etiqueta colgada
del dedo de su pie derecho confirmaba mis sospechas.
Ignoré todo lo de mi alrededor y tiré de su sábana para dejar
al descubierto su perfecta silueta. Deslicé un dedo desde su frente a su
rodilla. Realmente aún seguía bastante cálida. Mi sueño hecho realidad. Sé que
podría haber probado a hacerlo con cuerpos calientes si drogara a alguna chica
con somníferos, pero no era lo mismo. No puedo explicarlo, pero saber que nunca
más esa persona se va a despertar, ser consciente de que te enrollas con
delicadeza en la carcasa de un muerto, es una experiencia que merece la pena
ser vivida.
Así que, sin más rodeos, me desnudé y me puse encima de
ella. Acerqué mi rostro al suyo y la miré fijamente. Comencé con la faena y sus
labios se abrían levemente con el movimiento. Dejé de agarrar su cintura con la
mano izquierda y la subí hasta sus párpados, quería que me mirara, quería que
viera quien era aquel que la concedía este regalo final.
Desgraciadamente, no eran los ojos que esperaba encontrarme.
De hecho, no había globos oculares, ante mí se presentaron dos cuencas oscuras
más aterradoras de lo que parecerían a simple vista. Suena extraño, pero la
ausencia de ojos me dio la sensación de que estaba más viva que si la hubiera
visto con ellos. Fue tal el susto que me caí de la camilla y me golpeé la
espalda con la mesa de instrumentales con tal mala suerte que uno de los
bisturís cayó y se clavó en mi hombro derecho.
No fue un dolor muy agudo, aunque eso era lo de menos. Al extraerme
el bisturí comprobé que había sido usado y no higienizado a posteriori. En
otras palabras, por mi torrente sanguíneo ahora viajaban resquicios del cadáver
que dicha herramienta había cortado.
No obstante, tampoco tuve mucho tiempo para tener un
episodio hipocondriaco. Cuando alcé la vista pude contemplar a la chica,
incorporada en la camilla, mirándome, o eso parecía. Al principio pensé que era
uno de esos espasmos post mortem, pero un espasmo no tarda tanto en
desaparecer. Fueron más de diez segundos los que permaneció así. Yo, paralizado
por el miedo, tan sólo cerré los ojos e imploré que esta pesadilla acabara ya.
-Te dije que parases.
Era otra vez esa voz. ¿Podría ser precisamente ella, la
muerta, quien me hablaba? No, imposible, los muertos vivientes no existen.
Sería alguien que había descubierto lo que hacía y estaba incordiándome.
-¡No tiene gracia esta
broma! Sal del lugar en el que te escondes. ¡No tienes derecho a mancillar a un
muerto de esta forma tan cruel!
-Esto no es ninguna
broma. Y, aunque lo fuera, ¿consideras peor el sacarle los ojos a un cadáver
que abusar sexualmente de ellos, sin que se puedan defender?
-Ellas nunca se han quejado ni han implorado que dejara de hacerlo, por lo que estoy seguro de que
también ansían mis visitas. Y ahora, dime ¿quién eres tú?
Entonces, la mujer volvió a tumbarse bruscamente en la
camilla volviendo a su completo estado de defunción. Por último, la misma voz,
esta vez como si estuviera más lejos, dijo una única frase antes de marcharse
de nuevo con ese mismo misterio.
-No tiene sentido
conversar contigo. Tu destino ya ha sido escrito. Pronto entenderás de dónde
proceden estas voces…
El dolor de la laceración comenzó a irradiarse por todo el
brazo y parte de la espalda. No tenía tiempo para tratar la herida, había
causado un buen ruido y probablemente pronto alguien se pasaría por aquí, así
que simplemente la cubrí con una gasa y me vestí para terminar mi jornada
laboral e intentar encerrar en el olvido lo que había sucedido esta noche.
Me costó bastante terminar mis labores de limpieza, lo que
al principio era tan sólo un pequeño dolor punzante ahora era algo que abarcaba
todo mi cuerpo, de cabeza a pies. Un tremendo calor y una dificultad para
moverme, tenía miedo de levantar la gasa y ver el estado de la herida, aunque
con sólo palpar la superficie del apósito ya me preparaba para lo peor. Al
presionar suavemente podía escuchar claramente un sonido pustuloso, como de
ampollas reventando; la carne se había emblandecido y encostrado por alrededor.
No pintaba nada bien el incidente del mortuorio…
Con un tremendo esfuerzo, finalmente acabé mis labores de
limpieza y pude marcharme a casa. Por un lado tenía ganas de llegar lo antes
posible para poder curarme la herida, pero por otro lado estaba verdaderamente
acongojado ante la incertidumbre de su estado, tratándose seguramente de una
herida bastante infectada.
Aparqué lo más rápido que pude y llegué a mi hogar. Ni
siquiera perdí el tiempo en desvestirme, fui directo al cuarto de baño. Me
desabroché la parte superior del uniforme y deslicé con cuidado la manga
derecha para descubrir mi hombro. Tomé una gran bocanada de aire y me preparé
para lo peor. Tiré cuidadosamente de la gasa y contemplé, impactado, que la
veloz evolución de la herida. El tejido del hombro estaba completamente necrosado.
Me quité por completo el uniforme y me percaté de que no sólo estaba la
infección ahí. Todo ese dolor que había invadido mi espalda, y mi brazo y
pierna derechas se debía a la propagación de aquel tejido muerto. Ya casi
alcanzaba mi muñeca, mi espalda parecía que había sido bañada en ácido y mi
tobillo apenas podía diferenciarse de una gran vesícula rebosante de pus.
No sabía qué hacer, no podía acudir al médico. Me
preguntaría la razón de tamaña infección y tarde o temprano acabaría
confesando, sobre todo porque estoy completamente seguro de que la bacteria que
ha invadido mi organismo es poco frecuente, así que sería cuestión de tiempo
que relacionaran el bisturí de la morgue con mi herida. No tenía otra
alternativa que tratarme yo mismo esto y esperar a que la infección remitiera,
pero… no tenía muchas esperanzas, después de todo se había necrosado gran parte
de mi piel.
Preocupado y angustiado, me dirigí hacia el botiquín de la
cocina e ingerí unos cuantos antibióticos. Tras eso, me apliqué una pomada,
también antibiótica, en todas las zonas afectadas, me vendé el cuerpo y me fui
a dormir. Al principio me costó conciliar el sueño, estuve un par de horas
imaginando qué ocurriría mañana, pero, al final, el cansancio me venció.
A la mañana siguiente me desperté violentamente, casi sin
permitir a la totalidad de mi cuerpo que se activara, y fui hacia el espejo del
cuarto de baño. Me levanté la camisa del pijama, me desvendé y vislumbré una
piel virulenta, ulcerosa, con glóbulos verdosos y amarillentos, con un tacto
húmedo y mugriento, casi descompuesto. Juraría que en ese momento mi rostro se
hubiera quedado pálido de no ser porque estaba repleto de costras necróticas.
Me tomé un par de antibióticos más y regresé a la cama. Hoy
no iría a trabajar, más tarde realizaría la llamada pertinente. Ya no es que me
afectara a un nivel tan superficial como es el epitelio, también tenía una
intensa afección febril.
Las horas pasaron rápidamente, cada poco tiempo caía en un
profundo sueño, es como si el día fuera transcurriendo de forma saltatoria,
eran las cuatro de la tarde y a los pocos segundos la seis. Cada vez que tocaba
con mis manos el resto de mi cuerpo me echaba a temblar, no estaba mejorando en
absoluto, seguramente ya ni ir al médico me salvaría. Simplemente me oponía a
la debilidad de mi estadío para alcanzar más y más antibióticos, los cuales
había depositado en mi mesilla de noche. No creo que fuera bueno para el hígado
tremenda intoxicación de medicamentos, pero ahora sólo quería matar aquel
microorganismo que estuviera castigándome de esta sádica manera.
La noche llegó, el teléfono me despertó. Se me había
olvidado llamar al hospital, pero es que ya ni tenía fuerzas para hablar, hasta
mis músculos se habían agotado de tanto temblar, estaba entumecido, no sabía si
el charco que había en mi cama era de sudor o de pus, ya no distinguía con la
vista lo que me rodeaba, y mucho menos podía diferenciar los sonidos del
entorno. No había que ser un experto en medicina para saber cómo acabaría esto:
me moría.
Apenas tenía sensibilidad en el cuerpo, no iba a aguantar
más de una hora. Todo me daba vueltas y me había aclimatado al profundo dolor.
Quería que todo terminase ya, hasta no me importaba morir si eso solventaba mi
sufrimiento. Pero, justo cuando pensaba que aquello no podía empeorar, unas
extrañas nubes se arremolinaron en mi habitación. Comenzaron a estirarse
verticalmente y fueron, poco a poco, cobrando una forma humanoide.
No sé si la infección había alcanzado mi cerebro, o tenía
cuarenta grados o más de fiebre, pero la única explicación razonable era un
delirio. Efectivamente, una vez las nubes terminaron de materializarse,
aparecieron nítidamente todas y cada una de las almas de las chicas de cuyos
cuerpos yo había disfrutado tantas horas. Ninguna abrió la boca, no vi ni un
minúsculo movimiento de sus finos labios, pero, aun así, por tercera vez
aquella voz reverberó dentro de mí.
-Te dije que pronto
sabrías qué ocurría.
Estaba tan débil que no podía responderla, así que me limité
a escuchar, aguardando mi inminente fallecimiento.
-Dentro de unos
minutos abandonarás este lugar, pero, incluso muriendo por esta horrible
infección, nosotras consideramos que no es suficiente. Queremos devolverte la
misma moneda, que sepas lo que se siente al ver una parte de tu esencia
corrompida por alguien como tú. Pensarás que lo haremos de la misma manera que
tú. Me temo que te equivocas, eso para ti sería una despedida digna, sin
embargo, como almas que somos, compuestas de puras emociones, no nos será
difícil transmitirse toda la angustia y el dolor que nos has provocado a lo
largo de tus dos años visitando la morgue.
Con esas últimas palabras pude escuchar resquebrajarse las
costras de mis párpados al abrir por completo mis ojos ante la horrible
noticia. Ahora sí que quería morirme lo antes posible, o al menos moverme. Pero
no había manera, fui víctima y testigo mudo de su castigo. Una a una fueron
atravesando mi cuerpo y difuminándose en mi interior. Lo que sentía cuando me
traspasaban era indescriptible. No he sufrido mucho en esta vida, pero he tenido
mis vivencias depresivas, grises y aflictivas, así que, para haceros una idea,
rememorar vuestro momento más ponzoñoso y multiplicarlo por mil hasta el límite
de que con sólo pensarlo os quedéis sin respiración y os broten las lágrimas.
Minutos que duraron lo mismo que mis veinte años de vida.
Una parte de mí comenzó a reflexionar. Estaba suplicando que pararan, pero no
podía hablar, necesitaba huir, pero no podía moverme, no era capaz de hacer
nada ante esa tortura… igual que ellas no podían defenderse cuando… abusaba de
sus cadáveres…
Creo que en los
últimos segundos una luz amaneció en mí. ¿Y si lo que hice estaba mal? Aunque
se las veía tan apacibles en el mortuorio. No sé, puede que realmente fueran
sus almas las que estaban en mi habitación o tal vez era ese momento de lucidez
antes de morir del que tanto hablan. Fuera como fuera, tanto si era por una
razón o por otra, probablemente tuvieran razón y mi comportamiento estaba
alienado. De ser así, creo que estaba bien que todo acabase de esta forma, e
incluso diría que es minúsculo el castigo que recibí en comparación con el que
causé.
Si sirve de algo, lo siento.

Pero bueno, supongo
que, como dije antes, el final lo compensa. De todas formas, y creo que no soy
el único que lo piensa, me parece sospechoso que las almas de estas mujeres
llegaran de nuevo al mundo de los vivos, así, sin más. Quizás en esta incógnita
se halle una nueva pista para mi cometido…
Esto se pone intrigante.]
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