[Como supondréis, he vuelto a contactar con
Bruno para saber qué ha ocurrido en su viaje al pasado. Desgraciadamente, esto
no son buenas noticias, ya os diré por qué. Mientras tanto, os daré una pista:
hoy vuelvo a ser el narrador, debido a que Bruno ha entrado de nuevo dentro del
portal creado por su cosecha.]
Bruno
despertó sobresaltado. Estaba en la cama, en su casa, era por la mañana. ¿Había
sido todo un sueño? Volteó la cabeza y buscó con la mirada el calendario de su
habitación. Treinta de Marzo del 2013. No, si realmente fuera un sueño no
habría transcurrido tanto tiempo. Esto era real, había muerto y la Sombra le
había permitido viajar en el tiempo.
Al
principio todos sus recuerdos estaban borrosos, ni siquiera sabía por qué había
elegido esta fecha. Trató de calmarse y se fue a desayunar. Sin embargo, antes
de prepararse algo de comer, un olor invadió sus fosas nasales. Provenía del
habitáculo donde se encontraba la lavadora y el refrigerador. Un mal
presentimiento recorrió su espalda a la par que una risa, desde su interior,
resonó por su cabeza. Se aproximó cautelosamente y observó, aterrorizado,
varios cuerpos mutilados de unos desdichados jóvenes.
Esa
imagen le causó tal shock que una avalancha de recuerdos resurgió en su mente.
Comenzó súbitamente a rememorar todos los vacíos blancos que el viaje en el
tiempo le había causado. Ya sabía todo, esos cadáveres eran de las parejas que
él mismo mató la noche de San Valentín, y había escogido este día en concreto
porque hoy vendría Santiago a matarle. Si conseguía detenerle sin que fuera
Samanta la que le rescatara, entonces a las semanas no vendría ella con una
profunda herida que desencadenaría la posterior huida de los dos y, en
consecuencia, el fatídico accidente de tren. Había de prepararse para su
llegada, no le quedaban muchas horas.
-Yin, ¿tú te acuerdas de dónde guardaba los
cuchillos? No los encuentro en la cocina –dijo Bruno tras pararse delante del espejo
de la cocina –.
Pero su
lado maléfico no respondió.
-Tío, responde, antes te he escuchado reír.
Contesta, corremos el riesgo de volver a ser envenenados.
Nada.
Parecía un loco parloteando frente a un espejo. Siguió llamándole por unos
minutos en vano. Finalmente se percató
de algo tan evidente que había pasado por alto. Tal vez, Yin estaba más
separado de él de lo que pensaba, probablemente el que se encontraba ahora en
su interior era el del pasado, aquel que aún no habría cobrado la suficiente
fuerza para manifestarse con una conciencia superior.
Sabía
que se iba a encontrar solo, sin la ayuda de la Sombra, pero no esperaba que
también le abandonara el doppelgänger. Ahora residía uno más temible,
imprevisible, si se apoderaba de él justo en el momento que se dispusiera a
atacar a Santiago todo podría fastidiarse, incluso podría alcanzar un destino
peor que el que ya había sido escrito.
Aunque
claro, todo esto era secundario, lo primordial era abastecerse bien de recursos
para enfrentarse al Flebotomista, después de todo ya le salvó Yin la vida en su
momento, seguramente ahora no se opondría. Y eso le llevaba a una pregunta,
¿sabría este débil Yin que ahora se hallaba en un Yang que provenía del futuro,
de un tiempo donde había perecido?
Fuera
como fuera, echó a un lado las dudas y se puso a buscar los cuchillos. Se armó
de valor y entró donde estaban amontonados los muertos. Nada más acercarse,
viendo de cerca la carne cortada y la sangre, sus rostros lívidos y a la par
aparentemente tan llenos de vida, Bruno comenzó a sentir esos golpes internos
que le resultaban tan familiares.
Halló
en una esquina, reposando en una encimera, los utensilios que buscaba, tenía
incluso una sierra cuyos dientes estaban impregnados de piel y músculo
ensangrentados, como si la noche anterior la hubiera empleado sin piedad, más
por vicio que por necesidad. Obvió el panorama y agarró el cuchillo más dentado
pero lo suficientemente pequeño como para poder ocultarlo bajo su camiseta.
No
obstante, alguien tenía otros planes muy diferentes a los de Bruno… a los de
Yang. Repentinamente unos dolorosos calambres atravesaron todo su sistema
nervioso. Soltó el cuchillo y cayó al suelo empezando a convulsionar. Era su
otro yo, aquel entorno macabro le había dado las fuerzas que requería para
resurgir. En parte no se extrañaba Bruno de aquello, aunque nunca antes había
sufrido un “cambio de mandos” de esa forma tan torturadora.
-Vaya, vaya… Esto de volver a
descuartizar a los que ya troceé tiene su gracia. No te lo tomes a mal… Yang,
así al menos no me cobraré nuevas víctimas.
No es
que Yin fuera el del pasado, no, ambos eran los de futuro, pero lo que se pasó
por alto fue que quienes viajaron fueron sus almas y no su cuerpo. Lo que
pertenecía al pasado era la carcasa de Bruno, y esta aún no se había
acostumbrado a lidiar con ambos a la vez, así que solamente podía dejarse
llevar por uno mientras el otro permanecía en forma de minúscula esencia dentro
de él.
-Sé perfectamente –continuó el doppelgänger – qué es lo que
pretendes. Y no te voy a poner impedimento alguno. Creo que ha quedado bastante
claro ya que si te pasa algo a ti yo también sufro… Pero eso no quiere decir
que no tengamos tiempo para divertirnos. A ver… si por mí fuera te dejaba
tranquilo diseñando una estrategia para evitar el veneno que pretende
administrarnos Santiago, en cambio espero que comprendas que esto también te
beneficia. Necesito sangre, Yang, no te estoy pidiendo matar a alguien, tan
sólo que me dejes desmembrar al menos una hora a estos cuerpos sin vida, sólo
eso. Así luego podrás prestar máxima concentración al enfrentamiento y yo no te
molestaré. Realmente lo hago por tu bien, por nuestro bien.
Al
parecer eso convenció a Yang, el cual estaba durante todo el monólogo
intentando hacerse de nuevo con el control. Así que le dejó en paz y le
permitió hacer “su arte” con aquello a los que había asesinado días atrás.
Con
todo en orden y en calma, procedió a la labor que hace meses había dejado en
pausa. Tanto tiempo sin tocar un cuerpo frío, sin mirar unas pupilas carentes
de vida, sin hundir el filo de un cuchillo en la seca piel. No pudo evitar acariciar los cortes con sus
propias manos, llenarlas de sangre y pintarse de rojo las mejillas. No era como
otras veces que simplemente despedazaba y volvía al interior de Bruno, hoy se
sentía como un niño en un grotesco parque de atracciones, sesenta minutos para
disfrutar de la esencia de la muerte, aquella que todos temían y él amaba. Rajó
sus vientres y jugó con las vísceras, extendía en sus manos el peritoneo y apretaba con fuerza partes del
tubo digestivo hasta que reventaban. Soplaba dentro de la tráquea y observaba
con curiosidad a los pulmones triplicar su tamaño. Retozaba entre sangre y
órganos. Una cruel felicidad.
Pasaron
los minutos y ya era la hora de regresar. Había troceado los cuerpos a una
velocidad asombrosa. La otra vez quedaron muchas partes por mutilar, pero con
la euforia del momento ya estaba todos metidos en bolsas listos para ser
repartidos por toda la ciudad. Era la primera vez que Yin permitía gustosamente
a Yang tomar las riendas, aunque le había dejado un regalo de despedida…
-¡Joder,Yin, no me jodas! –gritó nada más verse en el
espejo –.

Y quién
le iba a decir que esa decisión estaba constituida por cantidades ingentes de
suerte. Sí, lo que vagamente sospechaba sucedió. Mientras se estaba aclarando
la cabeza unos contundentes golpes resonaron por toda la casa. No cabía duda,
era Santiago, llamaba a la puerta con furia, el ruido de la ducha le hizo saber
que Bruno no estaba fuera de casa, por lo que la espera hasta que este saliera
del baño y le abriera le estaba enfureciendo. Al parecer no tenía mucha paciencia
que se dijera.
Cerró
el grifo, se secó rápidamente y se ató la toalla a la cintura, no sin antes
esconder en su interior el arma. Fue al recibidor, abrió la puerta y…
-Buenos días, señor. Mi nombre es Santiago.
Me interesaría hacerle unas preguntas, será un momento. Es para un trabajo de
máster de psicología, necesito personas que participen.
-¿Y por esta razón has insistido de forma tan
brusca? A lo mejor podía haber resbalado en la ducha, me había abierto la
cabeza y estaba muriéndome ahí. Que oyeras el agua caer no significaba
necesariamente que te escuchase…
-Lo siento mucho… Siento estos nervios, de
veras, es que me queda muy poco para concluir el máster y ya sabe… A veces no
me controlo.
-Oh, descontrol… Yo sé un poco de eso… Bueno.
Puedes pasar, y por cierto, me llamo Bruno, puedes dejar de llamarme señor.
-Encantado de conocerte,
Bruno.
Bruno
lo supo de inmediato, Santiago tenía una buena agilidad mental, esto podía
alargarse si él lo deseaba. Los dos se sentaron en el sofá y se miraron
mutuamente. Era una escena llamativa, ambos pretendían matarse el uno al otro
pero ninguno de los dos daba el primer paso. Calmados pero alerta, uno con un
cuchillo, el otro con una jeringuilla rebosante de veneno.
-Voy a realizarte una serie de preguntas y
deberás de responder lo más rápido que puedas, ¿te parece bien?
-Por supuesto.
-Muy bien, señ… digo Bruno. Comenzaremos
cuando digas.
-Adelante.
-¿Odio, felicidad o tristeza?
-Felicidad.
-¿Brazos, tronco o piernas?
-Piernas.
-¿Líquido, sólido o gas?
-Sólido.
-¿Acepta la venganza?
-Depende del motivo.
-¿Cometería una agresión?
-Depende de la razón que me incite a ello.
-¿Y un homicidio?
-Ni por asomo.
El test
terminó y el chico no pudo evitar sonreír para sus adentros al ver la cara de
incertidumbre de Santiago. Él seguramente esperaba que con las preguntas
reaccionara de la misma manera que lo hizo la primera vez, pero, ahora que
sabía los motivos de esas preguntas traicioneras, Bruno estaba tan sereno que
hasta el Flebotomista dudó de si era el mismo adolescente al que vio asesinando
a un inocente días atrás.
-Bueno –respondió repentinamente Bruno –, supongo que este silencio indica que las
preguntas han acabado, ¿no?
-Pues… tienes razón… Sí, creo que eso es
todo. Muchas gracias por tu tiempo.
Se
levantaron y Bruno le acompañó a la puerta. Durante un segundo se replanteó el
dejarle en paz, permitir que las sospechas se esfumaran a medida que el tiempo
avanzara. Sin embargo, ese breve momento de duda fue fatal. Ante ello, Yin omitió
el trato de dejar en paz a Yang durante la estratagema y le arrebató el control
de la carcasa al grito de “si no vas a hacerlo tú,
ya se encarga tu auténtica esencia”.
Justo
antes de que Santiago se diera la vuelta para despedirse de él, este se acercó
al oído del Flebotomista y le susurró lo siguiente.
-Will Work For Blood.

Bruno,
o mejor dicho, Yin, se agachó y enrolló en su mano el mango del cuchillo para
hundirlo y girarlo repetidas veces para que Santiago se revolviera de dolor. Seguidamente,
unos cuantos minutos después, lo extrajo y lo clavó en la zona derecha de la
cintura escapular, repitiendo el mismo proceso agónico de antes.
-¿Sabes por qué hago esto? Creo
que ya tienes una idea –afirmó Yin con una mueca espeluznantemente risueña –. Eres inmortal, yo
ya lo sabía. No obstante, eso no impide que, a pesar de tu posterior
resurrección, puedas morir. Y me parece que esta es la forma más adecuada de
impedir que me envenenes con eso que llevas en el maletín. Sin oxígeno pierdes
energía y sólo puedes observarme con esa cara de bobalicón mientras te asfixias…
¿Sorprendido? Digamos que un amigo muy similar a mí ya se imaginaba lo que iba
a ocurrir hoy…
Santiago
paulatinamente iba perdiendo la consciencia a medida que Bruno le hablaba. Lo
último que sus ojos le permitieron distinguir fue al chico riendo sin parar a
la vez que, extrañamente, lloraba.
Para
cuando el Flebotomista volvió a la vida, ya se encontraba maniatado en la
cocina. En el reflejo del horno consiguió vislumbrar a Bruno, el cual se
hallaba en el salón haciendo los últimos preparativos para tirar las bolsas de
los cadáveres. Por fortuna, o quizás por despiste, Bruno no le arrancó la
mandíbula a Santiago como la otra vez, así que este, emboscado por una
mezcolanza de sorpresa e inquina, se dispuso a hablar con él.
-Estás yendo por el camino erróneo. No
deberías haber hecho nada de lo que hasta ahora has realizado. No saldrás bien
parado, chico.
-Escúchame –replicó Yang –. Yo… técnicamente quería dejarte ir en paz, pero hay algo que me hizo
cambiar de idea. Créeme si te digo que no quería que esto acabara de esta
manera, pero ya no te puedo dejar ir, ya sabes perfectamente lo que soy.
Conozco lo de los Siete, lo de Óscar, aquel que te resucitó por primera vez.
Así que estoy dispuesto a dejar que te rescaten si me dejas a mí y a Samanta en
paz.
-Vaya… No creía que fueras a estar tan bien
informado… Me parece que entonces puedo dejar de hacer el gilipollas.
-¿Cómo? –respondió Bruno anonadado –.
-¿Podrías decirme qué hora es?
-Las… dos de la tarde… ¿Por qué?
-Espléndido, parece que Tres es un magnífico
calculador.
-¿Tres? Habla claro o… me veré obligado a tomar medidas… No, de verdad,
¿qué quieres decir?
-En fin, creo que ya no pierdo nada. Muy
bien. Tres afirmó que despertaría sobre las dos en punto, y así ha sido, por
tanto… muy probablemente si te asomas a la terraza observarás en la calle a
Samanta a punto de morir.
Con los
ojos abiertos como platos, Bruno salió de casa lo más rápido que pudo.
Desgraciadamente fue demasiado tarde. Solamente tuvo tiempo para abrir el
portal y contemplar horrorizado a un coche al que le había estallado un
neumático y, perdiendo el control, se había dirigido hacia ella, con el
posterior impacto atroz.
Samanta
había recibido un severo corte en la pierna debido a una parte rota de la
carrocería. Estaba perdiendo mucha sangre, seguía viva, pero no por mucho
tiempo. Bruno corrió a su lado e intentó detener la hemorragia apretando. Pese
a sus intenciones, no había nada que hacer.
Sin
embargo, un susurro en su cabeza de Yin le hizo recordar que el antídoto que
Santiago tenía en su maletín actuaba como vasoconstrictor. Si se lo inyectaba
podría alargar su vida hasta que una ambulancia llegase. Así que, con más
velocidad que antes, subió las escaleras y llegó a su casa.
No
obstante, el plan no fue exitoso. Sin saber cómo, al acercarse al marco de la
puerta de la cocina, una mujer trajeada de enfermera le agarró y le inyectó una
sustancia en el cuello. Enseguida supo de qué sustancia se trataba. Ahí estaba
de nuevo, ese calor, esas contracciones… le había suministrado el veneno de
Santiago.
Bruno
cayó al suelo con un dolor terrible. Miró con impotencia la sonrisa del
Flebotomista. Con su rostro le exigía una explicación, y este, viendo que ya no
había retorno para el joven, se la concedió.
-Te presento a Uno, ¿has visto qué buena es
en la praxis clínica? Me apuesto una quijada a que no te ha dolido la incisión
de la aguja. Pero claro, seguro que esto es lo que menos te interesa… Así que
vayamos al grano, para resumirlo te diré que no eres el único de aquí que
conoce el futuro, aunque sin tu colaboración nada de esto habría resultado
eficiente del todo. El factor clave ha sido el pánico al revelarte que Dos ha
matado a Samanta. Si te hubieras dignado a cerrar la puerta antes de salir
corriendo, entonces Uno no habría podido entrar para coger el veneno de mi
maletín. Por eso te decía que ibas por el mal camino. Has fingido estar
apacible, te regodeabas creyendo que tenías todo bajo control, y sin embargo
has estado todo este tiempo atado por los hilos de Los Siete.
Bruno
no hizo mucho caso a lo que decía. Había perdido hoy, pero podría regresar a
otro tramo de su cosecha. Solamente tenía que confiar en la magia de la piedra
que yo, Borja, le di. Pero cuando fue a llevarse las manos a los bolsillos cayó en la cuenta de que
la única prenda que llevaba era una toalla atada a la cintura. La piedra estaba
en su habitación, en el bolsillo de su pantalón. Si no se dirigía hasta ahí
antes de morir, esta sería su primera y última oportunidad de cambiar su
calamidad.
Repitió
la estrategia de intercambiar el control repetidas veces con Yin. Consiguió
ganar un poco de movilidad, aunque para desplazarse había de arrastrarse con
lentitud.
-Santiago, el crío se está moviendo. Sospecho
que va en busca de… la piedra.
-¡Ah! No te preocupes, déjale, que vuelva a
repetir todo esto. Déjale tropezar de nuevo con la misma piedra. ¡Ja, ja, ja,
ja, ja!
Eso fue
lo último que Bruno escuchó antes de alcanzar finalmente su habitación y
apretar en su puño, con fuerza, la piedra. No le importaba que el Flebotomista
afirmara aquello para bajarle la moral. Había sido el primer intento, tenía
infinitos hasta que consiguiera arreglarlo todo, jamás se rendiría. Únicamente
intentó no concentrarse en el dolor y aguardó hasta que su corazón dio la
sístole final.
Una
vez, ya de regreso a la Oscuridad, en nuestro presente. Bruno me contó todo lo
acontecido con pelos y señales. No sabía con certeza quién era ese Dos de Los
Siete, aunque descartaba a Óscar y a Lilith, es decir, Uno. Tres, viendo que
Santiago decía que conocía el futuro, no tenía más remedio que ser el Atemporal
#011. Pero Dos… Bruno tenía que tener cuidado con él.

Quizás
penséis que volvió a escoger ese 30 de Marzo. Os equivocáis. Ya ha visto que la causalidad de la muerte de Samanta no refiere en lo que él creía, por lo que
se ha encaminado a una fecha más temprana. Ha pensado que lo mejor para salvar
una hoja mustia es rescatar el tronco podrido. ¿A qué fecha ha viajado?
Al 28
de Agosto del 2012. El día que Santiago murió por primera vez.
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