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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #9

[Como supondréis, he vuelto a contactar con Bruno para saber qué ha ocurrido en su viaje al pasado. Desgraciadamente, esto no son buenas noticias, ya os diré por qué. Mientras tanto, os daré una pista: hoy vuelvo a ser el narrador, debido a que Bruno ha entrado de nuevo dentro del portal creado por su cosecha.]

Bruno despertó sobresaltado. Estaba en la cama, en su casa, era por la mañana. ¿Había sido todo un sueño? Volteó la cabeza y buscó con la mirada el calendario de su habitación. Treinta de Marzo del 2013. No, si realmente fuera un sueño no habría transcurrido tanto tiempo. Esto era real, había muerto y la Sombra le había permitido viajar en el tiempo.

Al principio todos sus recuerdos estaban borrosos, ni siquiera sabía por qué había elegido esta fecha. Trató de calmarse y se fue a desayunar. Sin embargo, antes de prepararse algo de comer, un olor invadió sus fosas nasales. Provenía del habitáculo donde se encontraba la lavadora y el refrigerador. Un mal presentimiento recorrió su espalda a la par que una risa, desde su interior, resonó por su cabeza. Se aproximó cautelosamente y observó, aterrorizado, varios cuerpos mutilados de unos desdichados jóvenes.

Esa imagen le causó tal shock que una avalancha de recuerdos resurgió en su mente. Comenzó súbitamente a rememorar todos los vacíos blancos que el viaje en el tiempo le había causado. Ya sabía todo, esos cadáveres eran de las parejas que él mismo mató la noche de San Valentín, y había escogido este día en concreto porque hoy vendría Santiago a matarle. Si conseguía detenerle sin que fuera Samanta la que le rescatara, entonces a las semanas no vendría ella con una profunda herida que desencadenaría la posterior huida de los dos y, en consecuencia, el fatídico accidente de tren. Había de prepararse para su llegada, no le quedaban muchas horas.

-Yin, ¿tú te acuerdas de dónde guardaba los cuchillos? No los encuentro en la cocina –dijo Bruno tras pararse delante del espejo de la cocina –.

Pero su lado maléfico no respondió.

-Tío, responde, antes te he escuchado reír. Contesta, corremos el riesgo de volver a ser envenenados.

Nada. Parecía un loco parloteando frente a un espejo. Siguió llamándole por unos minutos en vano. Finalmente se percató de algo tan evidente que había pasado por alto. Tal vez, Yin estaba más separado de él de lo que pensaba, probablemente el que se encontraba ahora en su interior era el del pasado, aquel que aún no habría cobrado la suficiente fuerza para manifestarse con una conciencia superior.

Sabía que se iba a encontrar solo, sin la ayuda de la Sombra, pero no esperaba que también le abandonara el doppelgänger. Ahora residía uno más temible, imprevisible, si se apoderaba de él justo en el momento que se dispusiera a atacar a Santiago todo podría fastidiarse, incluso podría alcanzar un destino peor que el que ya había sido escrito.

Aunque claro, todo esto era secundario, lo primordial era abastecerse bien de recursos para enfrentarse al Flebotomista, después de todo ya le salvó Yin la vida en su momento, seguramente ahora no se opondría. Y eso le llevaba a una pregunta, ¿sabría este débil Yin que ahora se hallaba en un Yang que provenía del futuro, de un tiempo donde había perecido?

Fuera como fuera, echó a un lado las dudas y se puso a buscar los cuchillos. Se armó de valor y entró donde estaban amontonados los muertos. Nada más acercarse, viendo de cerca la carne cortada y la sangre, sus rostros lívidos y a la par aparentemente tan llenos de vida, Bruno comenzó a sentir esos golpes internos que le resultaban tan familiares.

Halló en una esquina, reposando en una encimera, los utensilios que buscaba, tenía incluso una sierra cuyos dientes estaban impregnados de piel y músculo ensangrentados, como si la noche anterior la hubiera empleado sin piedad, más por vicio que por necesidad. Obvió el panorama y agarró el cuchillo más dentado pero lo suficientemente pequeño como para poder ocultarlo bajo su camiseta.

No obstante, alguien tenía otros planes muy diferentes a los de Bruno… a los de Yang. Repentinamente unos dolorosos calambres atravesaron todo su sistema nervioso. Soltó el cuchillo y cayó al suelo empezando a convulsionar. Era su otro yo, aquel entorno macabro le había dado las fuerzas que requería para resurgir. En parte no se extrañaba Bruno de aquello, aunque nunca antes había sufrido un “cambio de mandos” de esa forma tan torturadora.

-Vaya, vaya… Esto de volver a descuartizar a los que ya troceé tiene su gracia. No te lo tomes a mal… Yang, así al menos no me cobraré nuevas víctimas.

No es que Yin fuera el del pasado, no, ambos eran los de futuro, pero lo que se pasó por alto fue que quienes viajaron fueron sus almas y no su cuerpo. Lo que pertenecía al pasado era la carcasa de Bruno, y esta aún no se había acostumbrado a lidiar con ambos a la vez, así que solamente podía dejarse llevar por uno mientras el otro permanecía en forma de minúscula esencia dentro de él.

-Sé perfectamente –continuó el doppelgänger – qué es lo que pretendes. Y no te voy a poner impedimento alguno. Creo que ha quedado bastante claro ya que si te pasa algo a ti yo también sufro… Pero eso no quiere decir que no tengamos tiempo para divertirnos. A ver… si por mí fuera te dejaba tranquilo diseñando una estrategia para evitar el veneno que pretende administrarnos Santiago, en cambio espero que comprendas que esto también te beneficia. Necesito sangre, Yang, no te estoy pidiendo matar a alguien, tan sólo que me dejes desmembrar al menos una hora a estos cuerpos sin vida, sólo eso. Así luego podrás prestar máxima concentración al enfrentamiento y yo no te molestaré. Realmente lo hago por tu bien, por nuestro bien.

Al parecer eso convenció a Yang, el cual estaba durante todo el monólogo intentando hacerse de nuevo con el control. Así que le dejó en paz y le permitió hacer “su arte” con aquello a los que había asesinado días atrás.

Con todo en orden y en calma, procedió a la labor que hace meses había dejado en pausa. Tanto tiempo sin tocar un cuerpo frío, sin mirar unas pupilas carentes de vida, sin hundir el filo de un cuchillo en la seca piel.  No pudo evitar acariciar los cortes con sus propias manos, llenarlas de sangre y pintarse de rojo las mejillas. No era como otras veces que simplemente despedazaba y volvía al interior de Bruno, hoy se sentía como un niño en un grotesco parque de atracciones, sesenta minutos para disfrutar de la esencia de la muerte, aquella que todos temían y él amaba. Rajó sus vientres y jugó con las vísceras, extendía en sus manos  el peritoneo y apretaba con fuerza partes del tubo digestivo hasta que reventaban. Soplaba dentro de la tráquea y observaba con curiosidad a los pulmones triplicar su tamaño. Retozaba entre sangre y órganos. Una cruel felicidad.

Pasaron los minutos y ya era la hora de regresar. Había troceado los cuerpos a una velocidad asombrosa. La otra vez quedaron muchas partes por mutilar, pero con la euforia del momento ya estaba todos metidos en bolsas listos para ser repartidos por toda la ciudad. Era la primera vez que Yin permitía gustosamente a Yang tomar las riendas, aunque le había dejado un regalo de despedida…

-¡Joder,Yin, no me jodas! –gritó nada más verse en el espejo –.

El hedonismo traía sus consecuencias. Bruno estaba completamente embadurnado de sangre y pequeños trozos de carne y vísceras. Le quedaba aproximadamente otra hora hasta que Santiago llamara a la puerta, pero no podía presentarse así, pese a las intenciones del Flebotomista, él era consciente de que no podía dejarle ver que conocía su plan, tenía que fingir ignorancia. Por tanto, no le quedaba otra que ducharse a la velocidad de la luz. Sin embargo, fue previsor y se llevó al baño el cuchillo que había elegido anteriormente. Nunca está de más ser precavido.

Y quién le iba a decir que esa decisión estaba constituida por cantidades ingentes de suerte. Sí, lo que vagamente sospechaba sucedió. Mientras se estaba aclarando la cabeza unos contundentes golpes resonaron por toda la casa. No cabía duda, era Santiago, llamaba a la puerta con furia, el ruido de la ducha le hizo saber que Bruno no estaba fuera de casa, por lo que la espera hasta que este saliera del baño y le abriera le estaba enfureciendo. Al parecer no tenía mucha paciencia que se dijera.

Cerró el grifo, se secó rápidamente y se ató la toalla a la cintura, no sin antes esconder en su interior el arma. Fue al recibidor, abrió la puerta y…

-Buenos días, señor. Mi nombre es Santiago. Me interesaría hacerle unas preguntas, será un momento. Es para un trabajo de máster de psicología, necesito personas que participen.

-¿Y por esta razón has insistido de forma tan brusca? A lo mejor podía haber resbalado en la ducha, me había abierto la cabeza y estaba muriéndome ahí. Que oyeras el agua caer no significaba necesariamente que te escuchase…

-Lo siento mucho… Siento estos nervios, de veras, es que me queda muy poco para concluir el máster y ya sabe… A veces no me controlo.

-Oh, descontrol… Yo sé un poco de eso… Bueno. Puedes pasar, y por cierto, me llamo Bruno, puedes dejar de llamarme señor.

-Encantado de conocerte, 
Bruno.


Bruno lo supo de inmediato, Santiago tenía una buena agilidad mental, esto podía alargarse si él lo deseaba. Los dos se sentaron en el sofá y se miraron mutuamente. Era una escena llamativa, ambos pretendían matarse el uno al otro pero ninguno de los dos daba el primer paso. Calmados pero alerta, uno con un cuchillo, el otro con una jeringuilla rebosante de veneno.

-Voy a realizarte una serie de preguntas y deberás de responder lo más rápido que puedas, ¿te parece bien?

-Por supuesto.

-Muy bien, señ… digo Bruno. Comenzaremos cuando digas.

-Adelante.

-¿Odio, felicidad o tristeza?

-Felicidad.

-¿Brazos, tronco o piernas?

-Piernas.

-¿Líquido, sólido o gas?

-Sólido.

-¿Acepta la venganza?

-Depende del motivo.

-¿Cometería una agresión?

-Depende de la razón que me incite a ello.

-¿Y un homicidio?

-Ni por asomo.

El test terminó y el chico no pudo evitar sonreír para sus adentros al ver la cara de incertidumbre de Santiago. Él seguramente esperaba que con las preguntas reaccionara de la misma manera que lo hizo la primera vez, pero, ahora que sabía los motivos de esas preguntas traicioneras, Bruno estaba tan sereno que hasta el Flebotomista dudó de si era el mismo adolescente al que vio asesinando a un inocente días atrás.

-Bueno –respondió repentinamente Bruno –, supongo que este silencio indica que las preguntas han acabado, ¿no?

-Pues… tienes razón… Sí, creo que eso es todo. Muchas gracias por tu tiempo.

Se levantaron y Bruno le acompañó a la puerta. Durante un segundo se replanteó el dejarle en paz, permitir que las sospechas se esfumaran a medida que el tiempo avanzara. Sin embargo, ese breve momento de duda fue fatal. Ante ello, Yin omitió el trato de dejar en paz a Yang durante la estratagema y le arrebató el control de la carcasa al grito de “si no vas a hacerlo tú, ya se encarga tu auténtica esencia”.

Justo antes de que Santiago se diera la vuelta para despedirse de él, este se acercó al oído del Flebotomista y le susurró lo siguiente.

-Will Work For Blood.

Era el lema de Blood Services, posiblemente lo habría visto en el portal de la cosecha de Santiago. Su intención estaba clara, nada más escucharlo, las sospechas se levantaron de nuevo, pero lamentablemente no tuvo tiempo de reacción, en cuanto Yin terminó de murmurarle el lema le incrustó el cuchillo en el lado izquierdo de la cintura escapular. La hoja penetró en el lóbulo superior del pulmón y se encharcó velozmente de sangre. Santiago cayó ipso facto al suelo, pero antes de caer por completo un rodillazo visitó su cara. El golpe hizo que su cabeza fuera lanzada contra la puerta principal, con la consiguiente conmoción que le aturdió más aún.


Bruno, o mejor dicho, Yin, se agachó y enrolló en su mano el mango del cuchillo para hundirlo y girarlo repetidas veces para que Santiago se revolviera de dolor. Seguidamente, unos cuantos minutos después, lo extrajo y lo clavó en la zona derecha de la cintura escapular, repitiendo el mismo proceso agónico de antes.

-¿Sabes por qué hago esto? Creo que ya tienes una idea –afirmó Yin con una mueca espeluznantemente risueña –. Eres inmortal, yo ya lo sabía. No obstante, eso no impide que, a pesar de tu posterior resurrección, puedas morir. Y me parece que esta es la forma más adecuada de impedir que me envenenes con eso que llevas en el maletín. Sin oxígeno pierdes energía y sólo puedes observarme con esa cara de bobalicón mientras te asfixias… ¿Sorprendido? Digamos que un amigo muy similar a mí ya se imaginaba lo que iba a ocurrir hoy…

Santiago paulatinamente iba perdiendo la consciencia a medida que Bruno le hablaba. Lo último que sus ojos le permitieron distinguir fue al chico riendo sin parar a la vez que, extrañamente, lloraba.

Para cuando el Flebotomista volvió a la vida, ya se encontraba maniatado en la cocina. En el reflejo del horno consiguió vislumbrar a Bruno, el cual se hallaba en el salón haciendo los últimos preparativos para tirar las bolsas de los cadáveres. Por fortuna, o quizás por despiste, Bruno no le arrancó la mandíbula a Santiago como la otra vez, así que este, emboscado por una mezcolanza de sorpresa e inquina, se dispuso a hablar con él.

-Estás yendo por el camino erróneo. No deberías haber hecho nada de lo que hasta ahora has realizado. No saldrás bien parado, chico.

-Escúchame –replicó Yang –. Yo… técnicamente quería dejarte ir en paz, pero hay algo que me hizo cambiar de idea. Créeme si te digo que no quería que esto acabara de esta manera, pero ya no te puedo dejar ir, ya sabes perfectamente lo que soy. Conozco lo de los Siete, lo de Óscar, aquel que te resucitó por primera vez. Así que estoy dispuesto a dejar que te rescaten si me dejas a mí y a Samanta en paz.

-Vaya… No creía que fueras a estar tan bien informado… Me parece que entonces puedo dejar de hacer el gilipollas.

-¿Cómo? –respondió Bruno anonadado –.

-¿Podrías decirme qué hora es?

-Las… dos de la tarde… ¿Por qué?

-Espléndido, parece que Tres es un magnífico calculador.

-¿Tres? Habla claro o… me veré obligado a tomar medidas… No, de verdad, ¿qué quieres decir?

-En fin, creo que ya no pierdo nada. Muy bien. Tres afirmó que despertaría sobre las dos en punto, y así ha sido, por tanto… muy probablemente si te asomas a la terraza observarás en la calle a Samanta a punto de morir.

Con los ojos abiertos como platos, Bruno salió de casa lo más rápido que pudo. Desgraciadamente fue demasiado tarde. Solamente tuvo tiempo para abrir el portal y contemplar horrorizado a un coche al que le había estallado un neumático y, perdiendo el control, se había dirigido hacia ella, con el posterior impacto atroz.

Samanta había recibido un severo corte en la pierna debido a una parte rota de la carrocería. Estaba perdiendo mucha sangre, seguía viva, pero no por mucho tiempo. Bruno corrió a su lado e intentó detener la hemorragia apretando. Pese a sus intenciones, no había nada que hacer.

Sin embargo, un susurro en su cabeza de Yin le hizo recordar que el antídoto que Santiago tenía en su maletín actuaba como vasoconstrictor. Si se lo inyectaba podría alargar su vida hasta que una ambulancia llegase. Así que, con más velocidad que antes, subió las escaleras y llegó a su casa.

No obstante, el plan no fue exitoso. Sin saber cómo, al acercarse al marco de la puerta de la cocina, una mujer trajeada de enfermera le agarró y le inyectó una sustancia en el cuello. Enseguida supo de qué sustancia se trataba. Ahí estaba de nuevo, ese calor, esas contracciones… le había suministrado el veneno de Santiago.

Bruno cayó al suelo con un dolor terrible. Miró con impotencia la sonrisa del Flebotomista. Con su rostro le exigía una explicación, y este, viendo que ya no había retorno para el joven, se la concedió.

-Te presento a Uno, ¿has visto qué buena es en la praxis clínica? Me apuesto una quijada a que no te ha dolido la incisión de la aguja. Pero claro, seguro que esto es lo que menos te interesa… Así que vayamos al grano, para resumirlo te diré que no eres el único de aquí que conoce el futuro, aunque sin tu colaboración nada de esto habría resultado eficiente del todo. El factor clave ha sido el pánico al revelarte que Dos ha matado a Samanta. Si te hubieras dignado a cerrar la puerta antes de salir corriendo, entonces Uno no habría podido entrar para coger el veneno de mi maletín. Por eso te decía que ibas por el mal camino. Has fingido estar apacible, te regodeabas creyendo que tenías todo bajo control, y sin embargo has estado todo este tiempo atado por los hilos de Los Siete.

Bruno no hizo mucho caso a lo que decía. Había perdido hoy, pero podría regresar a otro tramo de su cosecha. Solamente tenía que confiar en la magia de la piedra que yo, Borja, le di. Pero cuando fue a llevarse las manos a los bolsillos cayó en la cuenta de que la única prenda que llevaba era una toalla atada a la cintura. La piedra estaba en su habitación, en el bolsillo de su pantalón. Si no se dirigía hasta ahí antes de morir, esta sería su primera y última oportunidad de cambiar su calamidad.

Repitió la estrategia de intercambiar el control repetidas veces con Yin. Consiguió ganar un poco de movilidad, aunque para desplazarse había de arrastrarse con lentitud.

-Santiago, el crío se está moviendo. Sospecho que va en busca de… la piedra.

-¡Ah! No te preocupes, déjale, que vuelva a repetir todo esto. Déjale tropezar de nuevo con la misma piedra. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

Eso fue lo último que Bruno escuchó antes de alcanzar finalmente su habitación y apretar en su puño, con fuerza, la piedra. No le importaba que el Flebotomista afirmara aquello para bajarle la moral. Había sido el primer intento, tenía infinitos hasta que consiguiera arreglarlo todo, jamás se rendiría. Únicamente intentó no concentrarse en el dolor y aguardó hasta que su corazón dio la sístole final.

Una vez, ya de regreso a la Oscuridad, en nuestro presente. Bruno me contó todo lo acontecido con pelos y señales. No sabía con certeza quién era ese Dos de Los Siete, aunque descartaba a Óscar y a Lilith, es decir, Uno. Tres, viendo que Santiago decía que conocía el futuro, no tenía más remedio que ser el Atemporal #011. Pero Dos… Bruno tenía que tener cuidado con él.

Por supuesto, tras un reposo de su alma, de las dos, recargué el poder de las sombras solidificadas y le fabriqué una cadena para que se colgara la piedra en el cuello, así no volvería a sufrir un problema como el pasado.

Quizás penséis que volvió a escoger ese 30 de Marzo. Os equivocáis. Ya ha visto que la causalidad de la muerte de Samanta no refiere en lo que él creía, por lo que se ha encaminado a una fecha más temprana. Ha pensado que lo mejor para salvar una hoja mustia es rescatar el tronco podrido. ¿A qué fecha ha viajado?

Al 28 de Agosto del 2012. El día que Santiago murió por primera vez.

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