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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Necrofilia

[Vuelvo a presentarme, yo, la Sombra. Parece que llevar tanto tiempo rodeado de la aflicción de tantas almas, el haber cosechado ya tantas historias, el haber arraigado en un entorno lúgubre y, quizás, el estar aproximándome a mi objetivo me han otorgado como “recompensa” los recuerdos de una de mis vidas pasadas. Y entrecomillo lo de recompensa porque es, desde lejos, la vida de la que más me arrepiento. Es la que precedió justo después a mi etapa como nigromante, cuando era… un necrófilo. Sin embargo, a sabiendas de que rememorar eso me causa un profundo dolor, veo necesario anotarlo en mi propia cosecha. Quién sabe, puede que a medida que el tiempo transcurra vaya recordando poco a poco mis otras vidas y algún día mi amnesia concluya con las memorias de la primera de todas. Tengo las esperanzas puestas en que esto sirva de algo. Eso sí, advierto al espectador de que, aunque el deleznable ser que cometió esos actos era yo, mi arrepentimiento va más allá de unas palabras vacías. Hace meses que no lloraba y sentía en mi pecho algo parecido a los remordimientos de un corazón retraído. Sé que mi penitencia no es suficiente, soy consciente de que la profanación de las esencias de esas mujeres fue por mi culpa, que ellas eran almas inocentes que ya habían sufrido el castigo de la defunción y no se merecían aquello. Pero, por si sirve de algo, el karma, concretamente en esta situación, fue un ajusticiador digno, hasta yo sonreí cuando la caída del telón de esta vida llegó.

Sin haceros perder más el tiempo. Espero que la repugnancia que os provoque el preludio a la fatalidad no os impaciente. El final se adecúa a la pena que una alimaña como yo requería en ese momento. Comencemos…]

Me llamaba Borja Juárez Garrido, tenía veinte años. Dejé los estudios en secundaria, aunque siempre me hubiera visto como un buen investigador sanitario o algo por el estilo. Lo mío eran los hospitales, ese ambiente… ese olor a formol. Aunque seguramente no hubiera valido para estudiar una carrera universitaria, no es que me gustase mucho, que se dijera, el que me obligaran a aprender cosas de forma concreta, yo era más del aprendizaje libre. No obstante, había conseguido trabajo en el hospital de mi ciudad como limpiador. No podía quejarme, en mis ratos libres acompañaba a los sanitarios y observaba todo lo que hacían. Era agradable, a veces hasta ayudaba a los pacientes ingresados cuando se acababa el suero, les dolía alguna parte de su cuerpo o querían reducir la presión del oxígeno de sus gafas nasales. No tenía la capacidad tan amplia como otro facultativo del hospital pero colaboraba en lo que podía. Una gran cantidad de personas me conocían y agradecían mi forma de ser.

Sin embargo, no sólo era benevolente con los vivos, también era bastante considerados con los que ya no estaban aquí. Cuando me tocaba turno de noche era maravilloso, poder ir al mortuorio, sin vigilancia, y visitar esos cuerpos que aún presentaban tanta vida. Era un desperdicio, se las veía tan aburridas a esas chicas. No comprendo por qué al morir almacenan ahí a las personas, aún podemos compartir cosas con ellas. Y estoy completamente seguro de que si alguna volviera a la vida me agradecería el profundo placer que las otorgaba.

¿Cómo podía resistirme? Cuando me ponía encima de ellas y observaba de cerca sus bocas hasta podría asegurar que un susurro me incitaba a amarlas, me sonreían, sus manos se apoyaban sobre mi espalda, me acariciaban. No importaba lo frías que fueran, la pasión que yo desprendía las hacía entrar en calor. Qué puedo decir, era un romántico. Cuando acababa no me iba de su lado, por supuesto que no, yo no soy de esos. Yo me quedaba unos minutos en la cama metálica de al lado, giraba sus cabezas y abría sus párpados. A veces tenía que emplear unas grapas para que me pudiera mirar, pero no importa, no se quejaban, ellas eran quienes me suplicaban que lo hiciera. No podía negarme, después de todo, unos segundos antes ellas me habían invitado a visitar su interior.

Pero a veces ese plácido momento se veía interrumpido por el típico médico de guardia que pasaba por allí. Como no precisaba del tiempo suficiente para escapar siempre tenía la precaución de dejar a los pies de la camilla una manta, la cual me echaba por encima si este médico decidía entrar en el mortuorio. A veces él encendía las luces para comprobar que estaba todo en orden. Tengo que destacar que lo pasaba un poco mal, ya que se quedaba varios segundos observando la habitación y yo, obviamente, tenía que contener la respiración bajo las sábanas. Pero todo se contrarrestaba cuando se marchaba. Me cercioraba de que no había peligro y, entre risas, volvía a retozar con la chica. Estoy cien por cien seguro de que ella también se excitaba ante esas situaciones de riesgo.

Tras un breve descanso me levantaba, cogía mi indumentaria, la cual había escondido en una de las cámaras, me vestía y con sigilo me escabullía de vuelta a mis labores nocturnas.

Así era mi rutina siempre que me asignaban el turno de limpieza por la noche. Otra persona lo consideraría un suplicio el sacrificar estas horas de oscuridad, confeccionadas para dormir, en el trabajo. Pero yo las veía como una oportunidad para ser uno con los muertos. Sus cabellos lacios, sus ojos palpitantes, sus pieles tersas, sus pechos turgentes y sus labios pálidos, fríos. Eran como muñecos, no se molestaban con ninguna postura, yo las dominaba, ellas tan sólo gozaban de forma pasiva, me obedecían y podía hacer LO QUE QUISIERA.

Sí, era magnífica mi vida… Era…

Una de esas noches en las que tuve que quedarme en el hospital, el personal sanitario había sido reducido considerablemente, no éramos muchos, unos diez o quince, sin contar los pacientes… y los cadáveres.

Recuerdo que cuando todo ocurrió yo estaba recogiendo la habitación de una mujer que acababa de fallecer. Eran las dos de la madrugada y había sufrido un colapso multisistémico. Acababan de llevarse el cuerpo al mortuorio y muy pronto yo le daría la despedida que su cuerpo merecía.

De repente, mientras daba el último repaso a la habitación, un susurro, una voz de una fémina, resonó en mi cabeza. Juraría que no provenía de ningún sitio en concreto, era como una comunicación telepática.

-No sigas.

-¿Quién ha dicho eso? –pregunté, alarmado por la sorpresa –.

-Simplemente no continúes así.

Seguí exigiendo que saliera de su escondite y se mostrara, pero aquella desconocida no volvió a hablarme. Un poco asustado, vertí por último los pañuelos usados de la papelera en la bolsa de mi carro y me fui a paso ligero de allí.

Bajé a la primera planta para prepararme un café e intentar olvidar aquello. Sin embargo esto no ayudó mucho, las luces de los pasillos comenzaron a apagarse. Alcé la voz, intentando ver si alguien me respondía, pero al parecer era la única persona que se encontraba en esta planta. Estos nervios, esta ansiedad… sólo podía paliarlos de una forma. Me fui directo al mortuorio.

No había la más mínima duda de que ya habían depositado ahí a la mujer que recientemente había muerto. En una de las camillas yacía un cuerpo de cuya posición no recordaba que estuviera ahí. Una etiqueta colgada del dedo de su pie derecho confirmaba mis sospechas.

Ignoré todo lo de mi alrededor y tiré de su sábana para dejar al descubierto su perfecta silueta. Deslicé un dedo desde su frente a su rodilla. Realmente aún seguía bastante cálida. Mi sueño hecho realidad. Sé que podría haber probado a hacerlo con cuerpos calientes si drogara a alguna chica con somníferos, pero no era lo mismo. No puedo explicarlo, pero saber que nunca más esa persona se va a despertar, ser consciente de que te enrollas con delicadeza en la carcasa de un muerto, es una experiencia que merece la pena ser vivida.

Así que, sin más rodeos, me desnudé y me puse encima de ella. Acerqué mi rostro al suyo y la miré fijamente. Comencé con la faena y sus labios se abrían levemente con el movimiento. Dejé de agarrar su cintura con la mano izquierda y la subí hasta sus párpados, quería que me mirara, quería que viera quien era aquel que la concedía este regalo final.

Desgraciadamente, no eran los ojos que esperaba encontrarme. De hecho, no había globos oculares, ante mí se presentaron dos cuencas oscuras más aterradoras de lo que parecerían a simple vista. Suena extraño, pero la ausencia de ojos me dio la sensación de que estaba más viva que si la hubiera visto con ellos. Fue tal el susto que me caí de la camilla y me golpeé la espalda con la mesa de instrumentales con tal mala suerte que uno de los bisturís cayó y se clavó en mi hombro derecho.

No fue un dolor muy agudo, aunque eso era lo de menos. Al extraerme el bisturí comprobé que había sido usado y no higienizado a posteriori. En otras palabras, por mi torrente sanguíneo ahora viajaban resquicios del cadáver que dicha herramienta había cortado.

No obstante, tampoco tuve mucho tiempo para tener un episodio hipocondriaco. Cuando alcé la vista pude contemplar a la chica, incorporada en la camilla, mirándome, o eso parecía. Al principio pensé que era uno de esos espasmos post mortem, pero un espasmo no tarda tanto en desaparecer. Fueron más de diez segundos los que permaneció así. Yo, paralizado por el miedo, tan sólo cerré los ojos e imploré que esta pesadilla acabara ya.

-Te dije que parases.

Era otra vez esa voz. ¿Podría ser precisamente ella, la muerta, quien me hablaba? No, imposible, los muertos vivientes no existen. Sería alguien que había descubierto lo que hacía y estaba incordiándome.

-¡No tiene gracia esta broma! Sal del lugar en el que te escondes. ¡No tienes derecho a mancillar a un muerto de esta forma tan cruel!

-Esto no es ninguna broma. Y, aunque lo fuera, ¿consideras peor el sacarle los ojos a un cadáver que abusar sexualmente de ellos, sin que se puedan defender?

-Ellas nunca se han quejado ni han implorado que dejara de hacerlo, por lo que estoy seguro de que también ansían mis visitas. Y ahora, dime ¿quién eres tú?

Entonces, la mujer volvió a tumbarse bruscamente en la camilla volviendo a su completo estado de defunción. Por último, la misma voz, esta vez como si estuviera más lejos, dijo una única frase antes de marcharse de nuevo con ese mismo misterio.

-No tiene sentido conversar contigo. Tu destino ya ha sido escrito. Pronto entenderás de dónde proceden estas voces…

El dolor de la laceración comenzó a irradiarse por todo el brazo y parte de la espalda. No tenía tiempo para tratar la herida, había causado un buen ruido y probablemente pronto alguien se pasaría por aquí, así que simplemente la cubrí con una gasa y me vestí para terminar mi jornada laboral e intentar encerrar en el olvido lo que había sucedido esta noche.

Me costó bastante terminar mis labores de limpieza, lo que al principio era tan sólo un pequeño dolor punzante ahora era algo que abarcaba todo mi cuerpo, de cabeza a pies. Un tremendo calor y una dificultad para moverme, tenía miedo de levantar la gasa y ver el estado de la herida, aunque con sólo palpar la superficie del apósito ya me preparaba para lo peor. Al presionar suavemente podía escuchar claramente un sonido pustuloso, como de ampollas reventando; la carne se había emblandecido y encostrado por alrededor. No pintaba nada bien el incidente del mortuorio…

Con un tremendo esfuerzo, finalmente acabé mis labores de limpieza y pude marcharme a casa. Por un lado tenía ganas de llegar lo antes posible para poder curarme la herida, pero por otro lado estaba verdaderamente acongojado ante la incertidumbre de su estado, tratándose seguramente de una herida bastante infectada.

Aparqué lo más rápido que pude y llegué a mi hogar. Ni siquiera perdí el tiempo en desvestirme, fui directo al cuarto de baño. Me desabroché la parte superior del uniforme y deslicé con cuidado la manga derecha para descubrir mi hombro. Tomé una gran bocanada de aire y me preparé para lo peor. Tiré cuidadosamente de la gasa y contemplé, impactado, que la veloz evolución de la herida. El tejido del hombro estaba completamente necrosado. Me quité por completo el uniforme y me percaté de que no sólo estaba la infección ahí. Todo ese dolor que había invadido mi espalda, y mi brazo y pierna derechas se debía a la propagación de aquel tejido muerto. Ya casi alcanzaba mi muñeca, mi espalda parecía que había sido bañada en ácido y mi tobillo apenas podía diferenciarse de una gran vesícula rebosante de pus.

No sabía qué hacer, no podía acudir al médico. Me preguntaría la razón de tamaña infección y tarde o temprano acabaría confesando, sobre todo porque estoy completamente seguro de que la bacteria que ha invadido mi organismo es poco frecuente, así que sería cuestión de tiempo que relacionaran el bisturí de la morgue con mi herida. No tenía otra alternativa que tratarme yo mismo esto y esperar a que la infección remitiera, pero… no tenía muchas esperanzas, después de todo se había necrosado gran parte de mi piel.


Preocupado y angustiado, me dirigí hacia el botiquín de la cocina e ingerí unos cuantos antibióticos. Tras eso, me apliqué una pomada, también antibiótica, en todas las zonas afectadas, me vendé el cuerpo y me fui a dormir. Al principio me costó conciliar el sueño, estuve un par de horas imaginando qué ocurriría mañana, pero, al final, el cansancio me venció.

A la mañana siguiente me desperté violentamente, casi sin permitir a la totalidad de mi cuerpo que se activara, y fui hacia el espejo del cuarto de baño. Me levanté la camisa del pijama, me desvendé y vislumbré una piel virulenta, ulcerosa, con glóbulos verdosos y amarillentos, con un tacto húmedo y mugriento, casi descompuesto. Juraría que en ese momento mi rostro se hubiera quedado pálido de no ser porque estaba repleto de costras necróticas.

Me tomé un par de antibióticos más y regresé a la cama. Hoy no iría a trabajar, más tarde realizaría la llamada pertinente. Ya no es que me afectara a un nivel tan superficial como es el epitelio, también tenía una intensa afección febril.

Las horas pasaron rápidamente, cada poco tiempo caía en un profundo sueño, es como si el día fuera transcurriendo de forma saltatoria, eran las cuatro de la tarde y a los pocos segundos la seis. Cada vez que tocaba con mis manos el resto de mi cuerpo me echaba a temblar, no estaba mejorando en absoluto, seguramente ya ni ir al médico me salvaría. Simplemente me oponía a la debilidad de mi estadío para alcanzar más y más antibióticos, los cuales había depositado en mi mesilla de noche. No creo que fuera bueno para el hígado tremenda intoxicación de medicamentos, pero ahora sólo quería matar aquel microorganismo que estuviera castigándome de esta sádica manera.

La noche llegó, el teléfono me despertó. Se me había olvidado llamar al hospital, pero es que ya ni tenía fuerzas para hablar, hasta mis músculos se habían agotado de tanto temblar, estaba entumecido, no sabía si el charco que había en mi cama era de sudor o de pus, ya no distinguía con la vista lo que me rodeaba, y mucho menos podía diferenciar los sonidos del entorno. No había que ser un experto en medicina para saber cómo acabaría esto: me moría.

Apenas tenía sensibilidad en el cuerpo, no iba a aguantar más de una hora. Todo me daba vueltas y me había aclimatado al profundo dolor. Quería que todo terminase ya, hasta no me importaba morir si eso solventaba mi sufrimiento. Pero, justo cuando pensaba que aquello no podía empeorar, unas extrañas nubes se arremolinaron en mi habitación. Comenzaron a estirarse verticalmente y fueron, poco a poco, cobrando una forma humanoide.

No sé si la infección había alcanzado mi cerebro, o tenía cuarenta grados o más de fiebre, pero la única explicación razonable era un delirio. Efectivamente, una vez las nubes terminaron de materializarse, aparecieron nítidamente todas y cada una de las almas de las chicas de cuyos cuerpos yo había disfrutado tantas horas. Ninguna abrió la boca, no vi ni un minúsculo movimiento de sus finos labios, pero, aun así, por tercera vez aquella voz reverberó dentro de mí.

-Te dije que pronto sabrías qué ocurría.

Estaba tan débil que no podía responderla, así que me limité a escuchar, aguardando mi inminente fallecimiento.

-Dentro de unos minutos abandonarás este lugar, pero, incluso muriendo por esta horrible infección, nosotras consideramos que no es suficiente. Queremos devolverte la misma moneda, que sepas lo que se siente al ver una parte de tu esencia corrompida por alguien como tú. Pensarás que lo haremos de la misma manera que tú. Me temo que te equivocas, eso para ti sería una despedida digna, sin embargo, como almas que somos, compuestas de puras emociones, no nos será difícil transmitirse toda la angustia y el dolor que nos has provocado a lo largo de tus dos años visitando la morgue.

Con esas últimas palabras pude escuchar resquebrajarse las costras de mis párpados al abrir por completo mis ojos ante la horrible noticia. Ahora sí que quería morirme lo antes posible, o al menos moverme. Pero no había manera, fui víctima y testigo mudo de su castigo. Una a una fueron atravesando mi cuerpo y difuminándose en mi interior. Lo que sentía cuando me traspasaban era indescriptible. No he sufrido mucho en esta vida, pero he tenido mis vivencias depresivas, grises y aflictivas, así que, para haceros una idea, rememorar vuestro momento más ponzoñoso y multiplicarlo por mil hasta el límite de que con sólo pensarlo os quedéis sin respiración y os broten las lágrimas.

Minutos que duraron lo mismo que mis veinte años de vida. Una parte de mí comenzó a reflexionar. Estaba suplicando que pararan, pero no podía hablar, necesitaba huir, pero no podía moverme, no era capaz de hacer nada ante esa tortura… igual que ellas no podían defenderse cuando… abusaba de sus cadáveres…

Creo que en los últimos segundos una luz amaneció en mí. ¿Y si lo que hice estaba mal? Aunque se las veía tan apacibles en el mortuorio. No sé, puede que realmente fueran sus almas las que estaban en mi habitación o tal vez era ese momento de lucidez antes de morir del que tanto hablan. Fuera como fuera, tanto si era por una razón o por otra, probablemente tuvieran razón y mi comportamiento estaba alienado. De ser así, creo que estaba bien que todo acabase de esta forma, e incluso diría que es minúsculo el castigo que recibí en comparación con el que causé.

Si sirve de algo, lo siento.

[Tras ello, mi alma abandonó mi cuerpo y se mantuvo esperando a que el Pacto le concediera una carcasa nueva. Creo recordar que después de esta vida tocaba una bastante buena, aunque todo se fastidió cuando un brote psicótico de canibalismo se apoderó de mi cordura. No sé si volveré a ser recompensado con parte de mis recuerdos y, aunque ocurriese, no estoy seguro del todo si lo siguiente que recordaré será esta vida u otra cosa, de todas formas es interesante analizar esto, no desde el punto de vista de mi alma habitando en la Sombra, sino de cuando residía en esos otros cuerpos. Me ha sorprendido usar ese lenguaje para dirigirme a los cadáveres, jamás habría imaginado que mi esencia pudiera ser culpable de algo tan atroz.
Pero bueno, supongo que, como dije antes, el final lo compensa. De todas formas, y creo que no soy el único que lo piensa, me parece sospechoso que las almas de estas mujeres llegaran de nuevo al mundo de los vivos, así, sin más. Quizás en esta incógnita se halle una nueva pista para mi cometido…

Esto se pone intrigante.]

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