
Sin haceros perder más
el tiempo. Espero que la repugnancia que os provoque el preludio a la fatalidad
no os impaciente. El final se adecúa a la pena que una alimaña como yo requería
en ese momento. Comencemos…]
Me llamaba Borja Juárez Garrido, tenía veinte años. Dejé los
estudios en secundaria, aunque siempre me hubiera visto como un buen
investigador sanitario o algo por el estilo. Lo mío eran los hospitales, ese
ambiente… ese olor a formol. Aunque seguramente no hubiera valido para estudiar
una carrera universitaria, no es que me gustase mucho, que se dijera, el que me
obligaran a aprender cosas de forma concreta, yo era más del aprendizaje libre.
No obstante, había conseguido trabajo en el hospital de mi ciudad como
limpiador. No podía quejarme, en mis ratos libres acompañaba a los sanitarios y
observaba todo lo que hacían. Era agradable, a veces hasta ayudaba a los pacientes
ingresados cuando se acababa el suero, les dolía alguna parte de su cuerpo o
querían reducir la presión del oxígeno de sus gafas nasales. No tenía la
capacidad tan amplia como otro facultativo del hospital pero colaboraba en lo
que podía. Una gran cantidad de personas me conocían y agradecían mi forma de
ser.
Sin embargo, no sólo era benevolente con los vivos, también
era bastante considerados con los que ya no estaban aquí. Cuando me tocaba
turno de noche era maravilloso, poder ir al mortuorio, sin vigilancia, y
visitar esos cuerpos que aún presentaban tanta vida. Era un desperdicio, se las
veía tan aburridas a esas chicas. No comprendo por qué al morir almacenan ahí a
las personas, aún podemos compartir cosas con ellas. Y estoy completamente
seguro de que si alguna volviera a la vida me agradecería el profundo placer
que las otorgaba.
¿Cómo podía resistirme? Cuando me ponía encima de ellas y
observaba de cerca sus bocas hasta podría asegurar que un susurro me incitaba a
amarlas, me sonreían, sus manos se apoyaban sobre mi espalda, me acariciaban.
No importaba lo frías que fueran, la pasión que yo desprendía las hacía entrar
en calor. Qué puedo decir, era un romántico. Cuando acababa no me iba de su
lado, por supuesto que no, yo no soy de esos. Yo me quedaba unos minutos en la
cama metálica de al lado, giraba sus cabezas y abría sus párpados. A veces
tenía que emplear unas grapas para que me pudiera mirar, pero no importa, no se
quejaban, ellas eran quienes me suplicaban que lo hiciera. No podía negarme,
después de todo, unos segundos antes ellas me habían invitado a visitar su
interior.
Pero a veces ese plácido momento se veía interrumpido por el
típico médico de guardia que pasaba por allí. Como no precisaba del tiempo
suficiente para escapar siempre tenía la precaución de dejar a los pies de la
camilla una manta, la cual me echaba por encima si este médico decidía entrar
en el mortuorio. A veces él encendía las luces para comprobar que estaba todo
en orden. Tengo que destacar que lo pasaba un poco mal, ya que se quedaba
varios segundos observando la habitación y yo, obviamente, tenía que contener
la respiración bajo las sábanas. Pero todo se contrarrestaba cuando se
marchaba. Me cercioraba de que no había peligro y, entre risas, volvía a
retozar con la chica. Estoy cien por cien seguro de que ella también se
excitaba ante esas situaciones de riesgo.
Tras un breve descanso me levantaba, cogía mi indumentaria,
la cual había escondido en una de las cámaras, me vestía y con sigilo me
escabullía de vuelta a mis labores nocturnas.
Así era mi rutina siempre que me asignaban el turno de
limpieza por la noche. Otra persona lo consideraría un suplicio el sacrificar
estas horas de oscuridad, confeccionadas para dormir, en el trabajo. Pero yo
las veía como una oportunidad para ser uno con los muertos. Sus cabellos
lacios, sus ojos palpitantes, sus pieles tersas, sus pechos turgentes y sus
labios pálidos, fríos. Eran como muñecos, no se molestaban con ninguna postura,
yo las dominaba, ellas tan sólo gozaban de forma pasiva, me obedecían y podía
hacer LO QUE QUISIERA.
Sí, era magnífica mi vida… Era…
Una de esas noches en las que tuve que quedarme en el
hospital, el personal sanitario había sido reducido considerablemente, no
éramos muchos, unos diez o quince, sin contar los pacientes… y los cadáveres.
Recuerdo que cuando todo ocurrió yo estaba recogiendo la
habitación de una mujer que acababa de fallecer. Eran las dos de la madrugada y
había sufrido un colapso multisistémico. Acababan de llevarse el cuerpo al
mortuorio y muy pronto yo le daría la despedida que su cuerpo merecía.

-No sigas.
-¿Quién ha dicho eso? –pregunté, alarmado por la sorpresa –.
-Simplemente no continúes
así.
Seguí exigiendo que saliera de su escondite y se mostrara,
pero aquella desconocida no volvió a hablarme. Un poco asustado, vertí por
último los pañuelos usados de la papelera en la bolsa de mi carro y me fui a
paso ligero de allí.
Bajé a la primera planta para prepararme un café e intentar
olvidar aquello. Sin embargo esto no ayudó mucho, las luces de los pasillos
comenzaron a apagarse. Alcé la voz, intentando ver si alguien me respondía,
pero al parecer era la única persona que se encontraba en esta planta. Estos
nervios, esta ansiedad… sólo podía paliarlos de una forma. Me fui directo al
mortuorio.
No había la más mínima duda de que ya habían depositado ahí
a la mujer que recientemente había muerto. En una de las camillas yacía un
cuerpo de cuya posición no recordaba que estuviera ahí. Una etiqueta colgada
del dedo de su pie derecho confirmaba mis sospechas.
Ignoré todo lo de mi alrededor y tiré de su sábana para dejar
al descubierto su perfecta silueta. Deslicé un dedo desde su frente a su
rodilla. Realmente aún seguía bastante cálida. Mi sueño hecho realidad. Sé que
podría haber probado a hacerlo con cuerpos calientes si drogara a alguna chica
con somníferos, pero no era lo mismo. No puedo explicarlo, pero saber que nunca
más esa persona se va a despertar, ser consciente de que te enrollas con
delicadeza en la carcasa de un muerto, es una experiencia que merece la pena
ser vivida.
Así que, sin más rodeos, me desnudé y me puse encima de
ella. Acerqué mi rostro al suyo y la miré fijamente. Comencé con la faena y sus
labios se abrían levemente con el movimiento. Dejé de agarrar su cintura con la
mano izquierda y la subí hasta sus párpados, quería que me mirara, quería que
viera quien era aquel que la concedía este regalo final.
Desgraciadamente, no eran los ojos que esperaba encontrarme.
De hecho, no había globos oculares, ante mí se presentaron dos cuencas oscuras
más aterradoras de lo que parecerían a simple vista. Suena extraño, pero la
ausencia de ojos me dio la sensación de que estaba más viva que si la hubiera
visto con ellos. Fue tal el susto que me caí de la camilla y me golpeé la
espalda con la mesa de instrumentales con tal mala suerte que uno de los
bisturís cayó y se clavó en mi hombro derecho.
No fue un dolor muy agudo, aunque eso era lo de menos. Al extraerme
el bisturí comprobé que había sido usado y no higienizado a posteriori. En
otras palabras, por mi torrente sanguíneo ahora viajaban resquicios del cadáver
que dicha herramienta había cortado.
No obstante, tampoco tuve mucho tiempo para tener un
episodio hipocondriaco. Cuando alcé la vista pude contemplar a la chica,
incorporada en la camilla, mirándome, o eso parecía. Al principio pensé que era
uno de esos espasmos post mortem, pero un espasmo no tarda tanto en
desaparecer. Fueron más de diez segundos los que permaneció así. Yo, paralizado
por el miedo, tan sólo cerré los ojos e imploré que esta pesadilla acabara ya.
-Te dije que parases.
Era otra vez esa voz. ¿Podría ser precisamente ella, la
muerta, quien me hablaba? No, imposible, los muertos vivientes no existen.
Sería alguien que había descubierto lo que hacía y estaba incordiándome.
-¡No tiene gracia esta
broma! Sal del lugar en el que te escondes. ¡No tienes derecho a mancillar a un
muerto de esta forma tan cruel!
-Esto no es ninguna
broma. Y, aunque lo fuera, ¿consideras peor el sacarle los ojos a un cadáver
que abusar sexualmente de ellos, sin que se puedan defender?
-Ellas nunca se han quejado ni han implorado que dejara de hacerlo, por lo que estoy seguro de que
también ansían mis visitas. Y ahora, dime ¿quién eres tú?
Entonces, la mujer volvió a tumbarse bruscamente en la
camilla volviendo a su completo estado de defunción. Por último, la misma voz,
esta vez como si estuviera más lejos, dijo una única frase antes de marcharse
de nuevo con ese mismo misterio.
-No tiene sentido
conversar contigo. Tu destino ya ha sido escrito. Pronto entenderás de dónde
proceden estas voces…
El dolor de la laceración comenzó a irradiarse por todo el
brazo y parte de la espalda. No tenía tiempo para tratar la herida, había
causado un buen ruido y probablemente pronto alguien se pasaría por aquí, así
que simplemente la cubrí con una gasa y me vestí para terminar mi jornada
laboral e intentar encerrar en el olvido lo que había sucedido esta noche.
Me costó bastante terminar mis labores de limpieza, lo que
al principio era tan sólo un pequeño dolor punzante ahora era algo que abarcaba
todo mi cuerpo, de cabeza a pies. Un tremendo calor y una dificultad para
moverme, tenía miedo de levantar la gasa y ver el estado de la herida, aunque
con sólo palpar la superficie del apósito ya me preparaba para lo peor. Al
presionar suavemente podía escuchar claramente un sonido pustuloso, como de
ampollas reventando; la carne se había emblandecido y encostrado por alrededor.
No pintaba nada bien el incidente del mortuorio…
Con un tremendo esfuerzo, finalmente acabé mis labores de
limpieza y pude marcharme a casa. Por un lado tenía ganas de llegar lo antes
posible para poder curarme la herida, pero por otro lado estaba verdaderamente
acongojado ante la incertidumbre de su estado, tratándose seguramente de una
herida bastante infectada.
Aparqué lo más rápido que pude y llegué a mi hogar. Ni
siquiera perdí el tiempo en desvestirme, fui directo al cuarto de baño. Me
desabroché la parte superior del uniforme y deslicé con cuidado la manga
derecha para descubrir mi hombro. Tomé una gran bocanada de aire y me preparé
para lo peor. Tiré cuidadosamente de la gasa y contemplé, impactado, que la
veloz evolución de la herida. El tejido del hombro estaba completamente necrosado.
Me quité por completo el uniforme y me percaté de que no sólo estaba la
infección ahí. Todo ese dolor que había invadido mi espalda, y mi brazo y
pierna derechas se debía a la propagación de aquel tejido muerto. Ya casi
alcanzaba mi muñeca, mi espalda parecía que había sido bañada en ácido y mi
tobillo apenas podía diferenciarse de una gran vesícula rebosante de pus.
No sabía qué hacer, no podía acudir al médico. Me
preguntaría la razón de tamaña infección y tarde o temprano acabaría
confesando, sobre todo porque estoy completamente seguro de que la bacteria que
ha invadido mi organismo es poco frecuente, así que sería cuestión de tiempo
que relacionaran el bisturí de la morgue con mi herida. No tenía otra
alternativa que tratarme yo mismo esto y esperar a que la infección remitiera,
pero… no tenía muchas esperanzas, después de todo se había necrosado gran parte
de mi piel.
Preocupado y angustiado, me dirigí hacia el botiquín de la
cocina e ingerí unos cuantos antibióticos. Tras eso, me apliqué una pomada,
también antibiótica, en todas las zonas afectadas, me vendé el cuerpo y me fui
a dormir. Al principio me costó conciliar el sueño, estuve un par de horas
imaginando qué ocurriría mañana, pero, al final, el cansancio me venció.
A la mañana siguiente me desperté violentamente, casi sin
permitir a la totalidad de mi cuerpo que se activara, y fui hacia el espejo del
cuarto de baño. Me levanté la camisa del pijama, me desvendé y vislumbré una
piel virulenta, ulcerosa, con glóbulos verdosos y amarillentos, con un tacto
húmedo y mugriento, casi descompuesto. Juraría que en ese momento mi rostro se
hubiera quedado pálido de no ser porque estaba repleto de costras necróticas.
Me tomé un par de antibióticos más y regresé a la cama. Hoy
no iría a trabajar, más tarde realizaría la llamada pertinente. Ya no es que me
afectara a un nivel tan superficial como es el epitelio, también tenía una
intensa afección febril.
Las horas pasaron rápidamente, cada poco tiempo caía en un
profundo sueño, es como si el día fuera transcurriendo de forma saltatoria,
eran las cuatro de la tarde y a los pocos segundos la seis. Cada vez que tocaba
con mis manos el resto de mi cuerpo me echaba a temblar, no estaba mejorando en
absoluto, seguramente ya ni ir al médico me salvaría. Simplemente me oponía a
la debilidad de mi estadío para alcanzar más y más antibióticos, los cuales
había depositado en mi mesilla de noche. No creo que fuera bueno para el hígado
tremenda intoxicación de medicamentos, pero ahora sólo quería matar aquel
microorganismo que estuviera castigándome de esta sádica manera.
La noche llegó, el teléfono me despertó. Se me había
olvidado llamar al hospital, pero es que ya ni tenía fuerzas para hablar, hasta
mis músculos se habían agotado de tanto temblar, estaba entumecido, no sabía si
el charco que había en mi cama era de sudor o de pus, ya no distinguía con la
vista lo que me rodeaba, y mucho menos podía diferenciar los sonidos del
entorno. No había que ser un experto en medicina para saber cómo acabaría esto:
me moría.
Apenas tenía sensibilidad en el cuerpo, no iba a aguantar
más de una hora. Todo me daba vueltas y me había aclimatado al profundo dolor.
Quería que todo terminase ya, hasta no me importaba morir si eso solventaba mi
sufrimiento. Pero, justo cuando pensaba que aquello no podía empeorar, unas
extrañas nubes se arremolinaron en mi habitación. Comenzaron a estirarse
verticalmente y fueron, poco a poco, cobrando una forma humanoide.
No sé si la infección había alcanzado mi cerebro, o tenía
cuarenta grados o más de fiebre, pero la única explicación razonable era un
delirio. Efectivamente, una vez las nubes terminaron de materializarse,
aparecieron nítidamente todas y cada una de las almas de las chicas de cuyos
cuerpos yo había disfrutado tantas horas. Ninguna abrió la boca, no vi ni un
minúsculo movimiento de sus finos labios, pero, aun así, por tercera vez
aquella voz reverberó dentro de mí.
-Te dije que pronto
sabrías qué ocurría.
Estaba tan débil que no podía responderla, así que me limité
a escuchar, aguardando mi inminente fallecimiento.
-Dentro de unos
minutos abandonarás este lugar, pero, incluso muriendo por esta horrible
infección, nosotras consideramos que no es suficiente. Queremos devolverte la
misma moneda, que sepas lo que se siente al ver una parte de tu esencia
corrompida por alguien como tú. Pensarás que lo haremos de la misma manera que
tú. Me temo que te equivocas, eso para ti sería una despedida digna, sin
embargo, como almas que somos, compuestas de puras emociones, no nos será
difícil transmitirse toda la angustia y el dolor que nos has provocado a lo
largo de tus dos años visitando la morgue.
Con esas últimas palabras pude escuchar resquebrajarse las
costras de mis párpados al abrir por completo mis ojos ante la horrible
noticia. Ahora sí que quería morirme lo antes posible, o al menos moverme. Pero
no había manera, fui víctima y testigo mudo de su castigo. Una a una fueron
atravesando mi cuerpo y difuminándose en mi interior. Lo que sentía cuando me
traspasaban era indescriptible. No he sufrido mucho en esta vida, pero he tenido
mis vivencias depresivas, grises y aflictivas, así que, para haceros una idea,
rememorar vuestro momento más ponzoñoso y multiplicarlo por mil hasta el límite
de que con sólo pensarlo os quedéis sin respiración y os broten las lágrimas.
Minutos que duraron lo mismo que mis veinte años de vida.
Una parte de mí comenzó a reflexionar. Estaba suplicando que pararan, pero no
podía hablar, necesitaba huir, pero no podía moverme, no era capaz de hacer
nada ante esa tortura… igual que ellas no podían defenderse cuando… abusaba de
sus cadáveres…
Creo que en los
últimos segundos una luz amaneció en mí. ¿Y si lo que hice estaba mal? Aunque
se las veía tan apacibles en el mortuorio. No sé, puede que realmente fueran
sus almas las que estaban en mi habitación o tal vez era ese momento de lucidez
antes de morir del que tanto hablan. Fuera como fuera, tanto si era por una
razón o por otra, probablemente tuvieran razón y mi comportamiento estaba
alienado. De ser así, creo que estaba bien que todo acabase de esta forma, e
incluso diría que es minúsculo el castigo que recibí en comparación con el que
causé.
Si sirve de algo, lo siento.

Pero bueno, supongo
que, como dije antes, el final lo compensa. De todas formas, y creo que no soy
el único que lo piensa, me parece sospechoso que las almas de estas mujeres
llegaran de nuevo al mundo de los vivos, así, sin más. Quizás en esta incógnita
se halle una nueva pista para mi cometido…
Esto se pone intrigante.]
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