El panorama era el siguiente: un sótano en una densa
penumbra rezumante, con una pequeña bombilla de pocos vatios la cual proyectaba
en la pared más sombras que las manchas de sangre que en esta se encontraban.
En la pared opuesta a la puerta, un hombre con el rostro ensangrentado, marcado
por una quincena de contundentes golpes, aún obnubilado por el despertar y
atado a una de las viejas cañerías oxidadas del lugar. Al otro lado, cercano a
una amplia mesa donde yacen un gran número de herramientas, otro hombre, de una
edad similar al primero, lleno de alegría al ver que el otro ha dejado su
sueño. Sus manos permanecen vendadas, aunque han perdido su blancura con el
traspaso de la sangre. En una esquina, próxima al segundo, se halla otra mesa,
bastante más pequeña, donde hay depositadas dos cuencos de cristal con doce
uvas cada uno. Justo delante, un antiguo televisor con dos antenas que con
dificultad capta la señal del canal. El volumen está quitado, únicamente se
percibe la respiración entrecortada del maniatado. El año termina, el juego
empieza.
-¿Qué es esto, qué
hago aquí? –preguntó, todavía un poco aturdido –.
-Verás, vas a ser el
pionero en satisfacer mi lado más macabro, ¿no es un honor? –respondió el
otro con una sonrisa de oreja a oreja –.
-En… resumidas cuentas…
¿vas a matarme?
-¡Pero no lo digas
así! Le quitas toda la magia… Además, aún te quedan unos cuantos minutos.
Podríamos charlar, si eso te calma.
-¿¡Calmarme!? ¡Me vas
a matar! Y seguro que de alguna forma horrenda… No me gusta lo que veo en esa
mesa.
-¡Oh, qué observador!
Me gustaría decirte que estos instrumentos no los voy a usar contigo, pero
mentiría. A ver, lo primero de todo, esto no es nada personal, simplemente
estuviste en el lugar equivocado en el momento erróneo. Quien te matará no seré
yo, sino el azar.
-¿Pero qué gilipollez
es esa? Por favor, déjame, mírame… Aún me da vueltas la cabeza, seguro que
olvidaré todo en cuanto llegue a casa y descanse un poco.
-Lo siento, no puedo
dejarte ir.
-¿¡Por qué!? –inquirió
con algunas lágrimas comenzando a brotarle en los ojos –.
-Ya te lo dije: tengo
que sacar mi lado más depravado, macabro, tétrico. Necesito hacerlo, créeme que
si sólo fuera un capricho en ningún momento habría optado por matar a un
inocente. Sin embargo, sintiéndolo mucho, la necesidad es muy fuerte en estos
momentos… ¿Y qué mejor día que hoy para probarlo? Empieza una nueva etapa y,
sobre todo, en las calles el júbilo es la anarquía disfrazada, ¡podrías romper
un escaparate delante de un furgón policial que nadie se percataría! Mira, por
una vez veo una ventaja en este repugnante declive que los humanos sufrimos.
-Escúchame, si es tan
sólo eso, desátame y te ayudaré a capturar otra víctima, ¿de acuerdo? Para
cuando lleguemos al centro ya habrán sonado las campanadas, será mucho más
fácil raptar a alguien, ¿qué te parece, amigo? Venga, libérame y te ayudo.
-Así no vas a
conseguir nada, excepto aumentar mis ganas de comenzar el “ritual”. Es decir,
¿serías capaz, por sobrevivir, de colocar a otro en tu situación? Entonces no
nos diferenciamos mucho tú y yo, ¿no crees?
-No sé qué hacer…
déjame marchar, por favor…
-Está bien. Hagamos
una cosa. Yo dentro de poco daré comienzo a mis protocolos premortem. Eso es
algo que, por mucho que insistas, no pausaré por nada del mundo. No obstante…
depende de cómo vaya la cosa… a lo mejor te concedo un regalo adelantado de
Reyes. ¿Qué me dices?
-Pero, ¿qué quieres
decir con protocolos premortem?
-Te será más fácil de
identificar si digo la palabra tortura, pese a que yo deteste llamarlo así…
Como sea, no te queda otra alternativa, después de todo mi máxima intención era
matarte sí o sí, y te estoy dando una oportunidad, pero ya es pedir mucho el
que deje tu cuerpo intacto. ¿Lo tomas o lo dejas?
-¡Está bien, joder!
Empieza de una vez…
-Me ha venido bien esa
contestación, ya que lo único que pido a cambio es cautela, sólo eso. Las
palabras que guíen nuestra conversación harán que escoja una sentencia u otra.
¿Comenzamos?
-No sé para qué me
pides permiso… Comenzarás si te da la gana.
-Veo que ya vas
cogiéndole el truco a esto. Bien, bien, tal vez tu agilidad mental te mantenga
vivo.
-¿Puedo preguntar cómo
te llamas?
-¡Por supuesto! Mi nombre
es César, ¿y el tuyo?
-Yo soy Diego…
-Un placer conocerte,
Diego.
-No puedo decir lo
mismo…
-Omitiendo eso, déjame
avisarte de que esto te va a doler.
César portaba en su mano una sierra de yesos eléctrica. Diego comenzó a gritar, ese instrumento no
auguraba nada bueno.
-La hoja es de
diamante, ¿te apetece apostar cuánto tiempo tarda en cortarte el radio y el
cúbito derechos?
-¡No lo hagas, por
favor! ¿No tienes otra herramienta? ¡Mira ahí, sí! Esas agujas, clávame todas
las que quieras, ¡pero no me amputes el brazo, por favor!
-Diego –suspiró –.
Vuelvo a repetirte que aquí lo único que
puedes elegir es si vives o mueres, no voy a retractarme en nada. Además,
piénsalo de este modo, tras soportar una mutilación, ¿crees que puede venir
algo peor? Bueno, realmente sí, pero… ¡tu cuerpo ya se habrá aclimatado! No te
desanimes.
-¡Estás loco, hijo de
puta! –acto seguido, escupió a César en la cara –.
-¿Yo estoy loco? –contestó
él mientras se limpiaba la cara con la parte baja de su camiseta–. El loco eres tú que con tu comportamiento
estás haciendo que la guillotina descienda cada vez más rápido hacia tu cuello.
César esperó a que Diego hablara, sin embargo, al ver que lo
único que soltaba por su boca eran suplicas y gritos, procedió, encendió la
sierra, se puso una mascarilla e incidió con determinación en el brazo. La
víctima se retorcía de dolor, intentaba liberarse de sus grilletes sin éxito
alguno. Finalmente, su cerebro cediendo, se desmayó.
Pero la imagen negra y vacía cambió súbitamente de nuevo por
ese frío sótano. Notó un pinchazo en su otro brazo, César acababa de inyectarle
algo.
-¿Y ahora qué me has
hecho?

-Te lo repito otra
vez, por favor, déjame en paz… Libérame…
-Oye, echa un vistazo
a tu brazo derecho, ¿ves acaso algún grillete? Dame las gracias, te he quitado
uno de ellos.
-¡Lo que has hecho ha
sido cortarme el puto brazo, enfermo de mierda! Y ni siquiera siento dolor… -dijo
mientras observaba los jirones de carne en la zona amputada –.
-He dicho que me des
las gracias –exigió César mientras se arrimaba a su cuello con un cuchillo
y un gesto amenazante–.
-Gra…gracias –respondió
Diego entre lágrimas –.
-¿Ves como no es tan
difícil? Mira, para que veas que sólo quiero que seamos amigos haré otro cambio
en mis planes y te dejaré elegir el próximo instrumento, aunque el modo de
emplearlo y la diana serán únicamente decisión mía.
Diego agachó la cabeza, se rindió, habría que hacer caso a
ese psicópata y seguirle la corriente. Alzó la mirada y analizó las
herramientas de la mesa, hasta que optó por uno.
-Creo que esa botella
vacía de vidrio no estaría nada mal –contestó creyendo que lo peor que
podría pasar era que se la rompiera en la cabeza –.
-Vaya, pensaba que
ibas a escoger las agujas, pero bueno, yo siempre cumplo mi palabra y respeto
tu elección, aunque espero que asumas la utilización que le dé a esa botella.
-Que sí, empieza de
una maldita vez.
César se fue al otro extremo de la mesa y agarró un pequeño
vaso con un líquido transparente. Acto seguido, vertió el contenido en la
botella, se puso unos guantes de cocina y se acercó a Diego.
-Un momento, has usado
dos instrumentos, yo dije claramente que quería la botella.
-Y así es, pero yo
también dije que podría darle al instrumento la utilización que viera
necesaria, y usar una botella como recipiente es algo válido, ¿no te parece?
-Me das asco… Y bien,
¿puedo al menos saber que es ese líquido o también vas a engañarme?
Nada más acabar la pregunta, César, tal y como Diego
predijo, hizo impactar la botella contra su cráneo. Pero lo peor estaba por
llegar, un humo empezó a brotar, seguido de un profundo ardor, todo a causa de
dicho líquido.
-Es ácido casero,
espero que sea de tu agrado.
-¡Quítame esto, joder!
¡Quema, ayuda, quema, joder!
-Está bien, está bien,
deja de agitarte y permite que el ácido haga su trabajo, no va a derretir tu
cabeza, sólo quema las capas superficiales. Cálmate.
-¿¡Cómo voy a
calmarme!? ¡Me estás matando lentamente, mátame de una puta vez si es lo que
quiere, pero para ya de estos protocolos de mierda!
-No.
-Oh… Qué suerte tienes
de que esté encadenado, si consiguiera escapar te juro que te patearía esa cara
de hijo de puta que tienes hasta que no se diferenciara del suelo. ¡Cabrón,
suéltame! Te mataré, sí, sólo dame una oportunidad y te decapitaré con mis
propios dientes, ¡sí! Ven aquí, maricón, te meteré este muñón por la boca y te
asfixiaré hasta que te reúnas con el resto de bastardos de tu familia en el
puto Infierno. ¡Ven!
-Y ahora, enfríate y
piensa todo lo que has dicho con detenimiento –indicó César –. Si de verdad hay un Cielo no creo que al de
arriba le agrade que tu lengua quedé mancillada de tal forma.
-¡Eso es! César…
colega, vas a enviar un alma al Cielo llena de sufrimiento, ¿no crees? Seguro que
tú también sabes que existe un Paraíso, y con esta tortu… estos protocolos
conseguirás que mi alma quedé desgastada.
-Exactamente no es que
crea en el Cielo, Infierno y demás parafernalia comercial, pero continúa, me
parece interesante lo que dices…
-¡Claro! Es que es
cierto, no sólo estás destruyendo mi cuerpo, también mi alma. Además,
pensándolo mejor, tampoco sería una buena opción intercambiarme por otro,
porque su alma sufriría al igual que yo.
-¿Y qué propones? –preguntó
curioso César, con los ojos entrecerrados –.
-¡Ya sabes! Un gato,
un pájaro, un perro. Si lo que buscas es agonía y suplicio ellos también te lo
otorgarán, y lo mejor de todo es que carecen de alma, no piensan, hay dolor
pero sin consecuencias.
-De acuerdo… Tan sólo
respóndeme a una pregunta: ¿qué acciones son las que corrompen un alma?
-Pues… los pecados,
¿no? Los vicios, la venganza, etcétera.
-Comprendo… Entonces
lo que realmente quieres decirme es que el resto de animales no poseen un alma
humana, susceptible a la corrupción, ya que ellos no cometen ninguna de esas
acciones, ellos no necesitan algo como una esencia, un alma o similares para
que absorban sus males, puesto que ellos nacen y mueren “puros”. Lo que me
lleva a otra pregunta: ¿me has propuesto que te cambiase por un ser que nunca
ha hecho daño a nada ni a nadie salvo por su mera supervivencia para salvar a
otro ser que, supuestamente, conserva en su interior un ente sombrío que ya
desde cachorro es engullido por la decadencia?
-Yo lo que quería
decir es que…
-Diego, déjalo, no vas
por buen camino. ¡Y esto nos lleva al tercer protocolo! Como castigo, esta vez
no te dejaré elegirlo a ti.
César corrió hasta la mesa como un niño en una tienda de
chocolatinas, indeciso, todos le parecían maravillosos dulces, aunque sólo
podía escoger uno. Se llevó el índice a la boca y fue echando una mirada a cada
una de las herramientas, hasta que dio con una de sus favoritas.
-¡Observa, simple y
eficaz, la adoro! –expresó con un mazo sujeto por ambas manos –.
-¿O sea que se acabó?
Un golpe en mi cabeza y el derrame cerebral hará el resto. No sé si alegrarme o
seguir llorando…
-¿Qué? ¡No, no, no!
Aún quedan cinco minutos para las campanadas y has de comerte las uvas, creo
que tenemos tiempo para otros dos protocolos más, ¡y luego mi sentencia! ¿No te
hace ilusión?
-Una ilusión increíble…
Anda, rómpeme ya lo que sea, que acabe esta pesadilla cuanto antes.
-Verdaderamente es un
orgullo que seas el primero y que te lo tomes tan bien. Ha costado, pero ya ni
te opones.
-¿Y cómo quieres que
me oponga si estoy en desventaja? Si no sufriera tamaña injusticia…
-Confía en mí, al
final todo se equilibra.
-La única forma de que
se equilibre esto es si el techo se derrumbase sobre tu cabeza y te la partiera
en dos…
César se encogió de hombros, levantó la maza y la dirigió
con todas sus fuerzas hasta su rodilla izquierda. Después hizo el mismo proceso
repetidas veces hasta dejar la rótula como una masa gelatinosa. Seguidamente
realizó idénticos golpes en la rodilla derecha. Desafortunadamente para él,
antes de que terminara con la primera de las piernas, David ya se había vuelto
a desmayar, por lo que tuvo que hacer uso de otra dosis de adrenalina.
-¿No me vas a dejar en
paz, verdad?
-No, y no te convendría
volver a dormirte, no creo que tu corazón sea lo suficientemente fuerte para
aguantar tantas inyecciones de estas.
-Por decir algo
optimista, con tres extremidades inutilizadas, cada vez tengo menos zonas que
me duelan.
-¡Ese es el espíritu!
Además, ya sólo te quedan dos protocolos más, ¡si al final esto te hará más resistente
y todo!
-… ¿Puedo preguntarte
otra cosa?
-No me pidas permiso,
¡dispara!
-Sí, ojalá…
-¿Cómo? No te he oído.
-Nada, nada. A ver…
¿serías tan amable de decirme por qué de repente te ha entrado esta vena
homicida y has decidido buscar a alguien para torturarle y después matarlo? Eso
suponiendo que de verdad soy tu primera víctima.

-Sintetizando: voy a
pagar el dolor que los demás te han provocado.
-No lo has entendido.
No son un grupo en concreto, es el conjunto. Como yo digo, a mí no me da asco
el continente, lo que me repugna es el contenido. No me importaba usar el azar
para escoger al futuro cadáver, ya que eligiera al que eligiera, fuera anciano,
discapacitado, embarazada o niño, todos serían un animal contaminado, en mayor o
menor medida.
-¿Pero qué clase de
radicalismo es ese?
-El mismo que
empleaste tú al afirmar que el resto de especies no tienen alma.
En ese momento Diego no supo qué responder, y el otro,
cansado de esperar, optó por traer el cuarto instrumento.
-En vistas de que
nuestra conversación se queda sin guión, tendré que darme prisa. Sobre todo
porque se hace tarde. Queda poco más de un minuto para las campanadas… ¡Vas a
tener suerte! Esta vez será algo rápido y probablemente mucho menos doloroso,
por lo que no te desmayarás, o eso espero…
-¿Y qué es lo que vas
a usar ahora?
-¡Esto!
Diego no sabía qué le aterraba más, si su desquiciada mueca
digna de los peores frenopáticos o las
tres largas varillas oxidadas que llevaban consigo.
-Genial, ahora vas a
empalarme, ¿verdad?
-¡No digas eso,
hombre! Si lo hiciera luego no podrías cumplir el último protocolo. Lo que voy
a hacer es darte unos regalos por haberte portado medianamente bien. Veo que
estás triste por perder tres de tus extremidades, así que te ayudaré dándote
totalmente gratis un nuevo esqueleto para estos apéndices. ¿Qué te parece?
-Espera un segundo… En
cristiano quieres decir que me vas a clavar esas varillas en las zonas
amputadas, ¿no?
-¡Yo no podría haberlo
dicho mejor!
Diego se mantuvo callado, era inútil conversar y con el
silencio lograría que todo acabara pronto, puede que si cumplía todos los
protocolos antes de las uvas le dejara libre. Quizás esa era el final de la
conversación que César deseaba. Así que él mismo facilitó la inserción
extendiendo las extremidades. Este, asombrado por su colaboración, se arrodilló
y retorció las varillas mirando de reojo el rostro moribundo de Diego. Las
hundió sin cuidado alguno hasta que toparon con la pelvis y la del brazo con la
escápula.
-Pues esto ya está,
totalmente fijas, ahora sólo tendrás que buscar las prótesis correspondientes. ¿Te
gusta?
-Sí… Gracias… ¿Serías
tan amable de administrarme ya el último protocolo?
-¡Uy, casi se me
olvidaba! Tengo que activar el volumen del televisor, cierto.
Al principio Diego no lo entendía, pero César le explicó que
quedaban pocos segundos para que sonara la primera campanada y era crucial
tomarse las uvas.
-Venga, amigo –dijo
César mientras depositaba el cuenco a los “pies” de Diego –. Come las uvas conmigo, pero no te equivoques
y empieces en los cuartos, ¿eh?
Este se negó a tomar las uvas, ¿y si contenían agujas o algo
por el estilo? Selló sus labios y no dijo nada, por lo que César se vio
obligado a dejarle con su decisión y tomar él solo las susodichas frutas.
Durante un momento Diego puso disfrutar al ver la cara de su torturador con una
ligera tristeza, tomándose las uvas en completa soledad, como seguramente lo
habría hecho durante varios años.
-Feliz Año Nuevo…
-Si tú lo dices.
-No me ha gustado ese
gesto, Diego. Hay que ser gentil con las personas que te ofrecen algo.
-Tú sólo me has
ofrecido dolor y desesperación, no esperes que ahora te considere una bellísima
persona… ¡para mí eres escoria!
-Y el telón cae –contestó
a la par que daba un lento aplauso –.
Tras ello, César se arrodilló para recoger el cuenco y lo
llevó nuevamente a la mesa, fuera del alcance del encadenado.
-Parece que te era
indiferente cómo acabara nuestra conversación. Te has centrado en una única vía
de supervivencia y has obviado otras que se han cruzado por tu camino.
-¿Qué? ¡Habla claro!
-Alza la cabeza un
momento, sigue con la mirada la cañería donde estaban tus grilletes... Efectivamente, no llega hasta el techo, está rota. Con haberte puesto de pie y
habiendo subido la cadena podrías haber escapado, no obstante, en cuanto te
corté el brazo, ya habiendo enganchado el grillete suelto a la tubería de al
lado, esa alternativa desapareció.
-No me jodas…
-Continúo. Haz
memoria. ¿Cuántas veces te he advertido de que cuidaras tu lenguaje? Me ignoraste.
Recuerda, ¿cuándo iniciaba los protocolos? En cuanto veía tu comportamiento
maleducado totalmente desmesurado. ¿Y esto qué tiene que ver con sobrevivir?
Tercera vía: las uvas. Ese acto, el cual con tus propios ojos has visto que me
ha afectado profundamente, si lo hubieras manejado correctamente, acompañándome
en las campanadas, habrías conseguido, muy posiblemente, que cambiara de idea
acerca de que la completa humanidad es cruel y te habría desencadenado. Las
uvas eran el último protocolo… por eso yo nunca lo he llamado tortura, porque
no todos tienen como finalidad causar dolor, al menos en la persona en la que
se emplean...
-Pero eso se puede
remediar… ¡Ya sé! Considérame tu amigo de Canarias, ¿de acuerdo? Sí, sí, creo
que tengo raíces familiares provenientes de Tenerife, así que yo puedo tomarme
las uvas una hora más tarde, aún puedo acompañarte en la entrada de año, ¿qué
tal?
-Ese último intento es
estúpido, has recapacitado sobre el pasado, pero no reflexionaste sobre el
futuro, que es lo importante.
-Entonces, ¿ahora me
matas? ¿Con qué protocolo lo harás?
-Mis protocolos no
matan. Lo que te va a matar ya está en tu interior.
-¿Cómo…?
-Cuando llegamos a este
sótano te inyecté un veneno de acción lenta. En media hora estarás muerto.
-¿Me estás diciendo
que aunque hubiera conseguido usar la cabeza y haber logrado escapar habría
muerto sí o sí?
-Bueno, se me olvidó decirte
que el suero de las uvas tenía disuelto un poco del antídoto… ¿Entiendes ahora
por qué estaba tan triste? Realmente comenzaste a caerme bien, quería que las
tomaras también para salvarte. Sin embargo, optaste por algo distinto y ahora
te mueres.
-¡No, no puede ser!
Aún puedo hacer algo, ¡la gente buena da segundas oportunidades! ¿No es así,
César?
-Ya te he dicho que he
dejado de ser una buena persona de esas que sirven de sustento a las
sanguijuelas.
-¡Espera, espera! Eso
es imposible, algo de bondad debe quedar dentro de ti.
-Mira, lo siento
mucho, el tiempo se ha acabado y tengo que subir esas escaleras y marcharme. Pero…
tienes razón, aún puedo hacer un último acto bueno.
-¡Claro que sí, amigo!
Venga, quítame este grillete.
-No. Lo que voy a
hacer va a ser dejarte algo con lo que pensar mientras el veneno anula tus
glóbulos rojos. Quiero que compares tu estancia en este sótano con la vida en
general. Desde el principio estamos predestinados a morir, como tú y tu
envenenamiento. No obstante, podemos manejar la vida de una forma o de otra
para que el camino hacia ese inevitable destino sea placentero o doloroso, como
la cañería rota a la que hiciste caso omiso, que te habría salvado de soportar
los otros protocolos y hubieras podido vivir esos minutos venideros libre y
feliz. Por último, a veces, hay situaciones que consiguen alargar nuestra
estancia en este mundo, como el haber comido las uvas, o, por el contrario,
acortarla, como la opción de la botella de vidrio, cuyo ácido deterioró tus tejidos,
provocando una aceleración del efecto tóxico que pronto percibirás.
Y César subió las escaleras acompañado de los crujidos de
los peldaños y los débiles gritos de David, aquel que ahora entendía que a
veces el loco está cuerdo y el cuerdo necesita una camisa de fuerza para no
lesionarse.
"Quien te matará no seré yo, sino el azar."
No hay comentarios:
Publicar un comentario