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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 31 de enero de 2014

Creacionismo

¿Y si pudieras hacer realidad todo lo que tu mente es capaz de crear? Imagina dibujar un suculento plato de ternera y patatas; nunca más tendrías gastos en tus víveres. Imagina escribir una situación, siendo tú el protagonista, en la que se dan por finalizadas las guerras; conseguirías la paz mundial. Imagina confeccionar con arcilla un perro y que este cobre vida; la propia naturaleza de un dios estaría en tus manos.

Aunque… ¿y si para que el fenómeno surtiera efecto tuvieras que manifestar tu vena artística cuando te viniera la inspiración de verdad? La cosa se complica, ¿cierto? Estarías sujeto a los días en los que tu cerebro estuviera por la labor de decorar un lienzo o escribir un par de estrofas. La bendición se convierte en enfermedad cuando el contrato alberga clausulas secretas. Si un día te levantas con ganas de relatar una historia en la que ocurre una masacre, tarde o temprano habrás de plasmar la idea en el papel y ya no te quedará más alternativa que esperar sentado en el salón, aterrorizado, atento a los informativos, pues sabes que es cuestión de días que aparezca un atentado o una catástrofe, todos los humanos ficticios que mataste se harán realidad, y morirán…

-Pero no hay de qué preocuparse –dirás –. Esto es digno de una paranoia sobrenatural.  Ningún humano posee tal don, y si fuera así nunca lo usaría de manera destructiva –sin embargo, siento discrepar. Yo poseo ese don. Bueno, mejor dicho, lo poseía –.

A mí desde pequeño se me dio bien todo lo relacionado con el arte, dibujaba, escribía, cantaba, bailaba, componía, construía, interpretaba… No había nada que me desagradase. Tuve una infancia maravillosa a excepción de un pequeño factor interno que era la causa principal de mi excelente talento en los campos antes mencionados: tenía una imaginación desbordante.

Pensarás que no es nada del otro mundo, que una gran cantidad de niños están correteando mientras crean gigantescos mundos de fantasía. Te doy la razón, no era el único, o eso pensé hasta que, pasados unos cuantos años, ya con 17, acudí al médico por unos fuertes dolores de cabeza. Al parecer el doctor dijo que esos dolores, asombrosamente, eran de carácter idiopático, en otras palabras, que no conocían la raíz de tales fuertes migrañas. Supuso que quizá tuviera que ver con algún desorden psicológico, por lo que me mandó a uno de esos “recetapastillas”.

En las primeras sesiones el psiquiatra tampoco comprendía muy bien lo que me estaba pasando. Así que, como me esperaba desde el primer día, me recetó una serie de fármacos que intervenían en la perfusión craneoencefálica y otros más para el estrés, junto con algunos anticonvulsivantes.

Al cabo del mes no mejoré, y en vez de retirar los medicamentos por su ineficacia, el descerebrado dobló sus dosis. Completamente sorprendido, acepté con resignación su recetario y continué con esa monótona intoxicación diaria. Cuando llegaba la noche en mi cuerpo habían más drogas que nutrientes de los alimentos. Y lo dolores no remitían.

Llegó la primera fecha de exámenes del curso, que por aquel entonces era segundo de bachillerato, y la cefalea no me permitía estudiar en condiciones. Desesperado, sin consultar a ningún médico, aumenté mucho más la cantidad de los fármacos. Era un bote de pastillas andante, pero no me importaba, ya había sido suficiente con sacrificar ese curso todo mi tiempo de ocio, un estúpido dolor no iba a pararme.

El nerviosismo acrecentaba, y con él las migrañas. ¿Es que no existía cura alguna para esto? Ni siquiera podía levantarme de la cama, si me incorporaba la habitación comenzaba a dar vueltas y entonces venían los mareos y las ganas de vomitar. Era una situación odiosa, en cuestión de un fin de semana tendría el primer examen y no había podido estudiar nada.

Justo sobre las cuatro de la tarde de ese sábado se me ocurrió la idea de dejar la linterna encendida, ya que una excesiva luz también era dolorosa para mí en esos momentos, y leer, tumbado en la cama, el temario, para así al menos memorizar algo y sacar, aunque fuera, un cinco.

Por el momento el plan iba a la perfección, de los seis temas que tenía que estudiar ya llevaba cuatro completamente grabados en mi mente. Era momento de hacer una pequeña pausa, aunque no me podía mover. Lo que hice fue depositar el libro a un lado de la cama y cerrar los ojos durante unos cuantos minutos. Era insoportable, la cabeza me palpitaba desmesuradamente, apretaba con mis manos la frente para así reducir el bombeo de la sangre, eso me aliviaba un poco, al menos bastante más que todas esas píldoras.

Entonces, repentinamente, vino a mi cabeza una imagen de las últimas dos páginas que había estudiado para ser, casi de manera instantánea, sustituida por otra en la que aparecían dos muñecos garabateados de forma simple. Me resultaba curioso aquello, de inmediato relacioné ambas imágenes y surgieron recuerdos de cuando tenía menos edad y pintaba todos y cada uno de los libros de la escuela.

Dibujar… hacía tanto tiempo que no lo hacía, tres meses sin entretenerme con nada habían vuelto mi vida estudiantil una amarga pesadilla de la que no escaparía hasta pasado medio año. Pero fue tan grande la añoranza que dejé a un lado la propuesta que me hice de abandonar durante un año mis momentos de ocio y abrí el libro por una página al azar, agarré un lápiz y comencé a hacer los trazos de esos dos monigotes.

Me habían quedado demasiado sosos, yo era capaz de más. Dirigí mi mano al escritorio y tanteé la superficie hasta dar con los bolígrafos azul y rojo. Con el azul les creé una gruesa armadura que les salvaría de mil muertes. Después, con el lápiz, entre ellos dos, dibujé una gran montaña de cadáveres. Para finalizar, con el segundo bolígrafo, adorné el montículo con un poco de sangre, así como en los guanteletes de ellos. Ahora sí que estaba mejor.

En cambio, a pesar de que no me diera cuenta al principio, no es que sólo hubiera conseguido calmarme un poco y evadirme del estrés, sino que, milagrosamente, había desaparecido gran parte del dolor. No podía venirme mejor. Aprovechando esa tregua que me daba mi organismo me estudié los últimos temas y me eché una siesta. Al menos ya tenía asegurado el aprobado en el primer examen. No podía quejarme tras lo que me estaba sucediendo.

A las siete fui despertado por mi madre, al parecer había salido en la televisión unas noticias de última hora y el entusiasmo por contárselo a alguien la había hecho olvidar mi estado convaleciente.

Parece ser que dos extraños habían salido a la calle y estaban matando a todo aquel con el que se cruzaran, sin hacer diferencias, fuera un anciano o un niño, todos eran brutalmente golpeados hasta la muerte. No me impactó mucho en un principio, ya que había visto noticias peores y más grotescas, sin embargo, cuando salieron capturas de las apariencias de ambos genocidas mi espanto no tuvo parangón. Eran dos hombres, de mediana edad, que llevaban unas armaduras muy similares, por no decir idénticas, que las que dibujé en mi libro de lengua y literatura.

Como una centella corrí hacia mi habitación y rebusqué entre las páginas hasta dar con la que tenía aquel, ahora siniestro, dibujo. Se lo enseñé a mi madre, estaba completamente alterado, cada detalle de las armaduras que creé lo tenían ellos en su indumentaria. La probabilidad de que fuera casualidad era tremendamente mínima, podría creerlo si los dos asesinos hubieran salido antes en algún reportaje informativo, pero nadie los conocía con anterioridad, y además, ¿qué clase de homicida lleva una armadura más acorde a los tiempos del medievo? Todo apuntaba a que yo les había dado vida, por tanto… yo era el causante de esas muertes.

Quería acabar con esto, mi madre no me creyó y eso sólo consiguió acrecentar mi impotencia, me daba igual el motivo de que las pinturas se hubieran imbuido con esencia vital, un hechizo, una maldición, un deseo, una demencia, no importaba, lo importante era ponerle fin al problema. Si realmente podía hacer realidad los productos de mi imaginación entonces debería usarlo a mi favor. ¿Qué sentía ahora mismo, cuáles eran mis musas? Del caos surgieron y en el mundo de Eris yacerán.

Apreté con furia un bolígrafo negro, el plástico tubular crujió, me temblaba la mano y los dientes me chirriaban. Ya había tenido ese sentimiento muchas veces tiempo atrás, podría decirse que era una de mi incontable número de taras, y puede que una de las razones principales por las que mi arte creativo se inclinara al gore, al terror y a la locura. Cantidad de veces la prepotencia me podía, así que descubrí que, descargar mi inquina en un relato o en un dibujo tenía el mismo efecto que estar durante horas pegando a un saco de boxeo. Innumerables veces había provocado muertes imaginarias que si fueran reales harían que me convirtiese en el asesino en serie más sanguinario del mundo.

Yendo al grano, mi intención con el bolígrafo no fue otra que añadir al dibujo inicial una insana cantidad de palos y estacas incrustadas en sus torsos para que, cuando llegase el momento de que se hiciera realidad, si es que ocurría, no hubiera forma humana de sobrevivir.

Terminé con unos pocos detalles carmesíes para hacer más realistas las heridas fatales y regresé al salón prestando máxima atención a los informativos. Por primera vez me encontraba extasiado por presenciar una muerte “en directo”. Transcurrieron un par de minutos y los asesinos seguían con vida, aunque no habían vuelto a ejecutar a nadie, algo que era buena señal.

Sin embargo, cuando pensaba que lo único que había logrado había sido detener su oleada de muerte, una fortuita explosión en un edificio colindante a ellos arrojó por las ventanas un centenar de objetos punzantes que atravesaron sin compasión sus torsos matándolos casi al instante. Curiosamente no recibieron perforaciones ni en las extremidades ni en la cabeza, tal y como yo había especificado en mi dibujo. Así que no cabía duda alguna: sobre mis manos reposaba el poder de la creación.

Lo primero que hice fue calmarme, era como si me hubieran tocado mil loterías, de hecho podría hacer que eso se hiciera realidad. Pero eso sería más adelante, ahora primaba el examen, así que encendí mi portátil y escribí un pequeño relato en el que un chico corría el riesgo de enfrentarse a la época de exámenes sin estudiar nada, con el insólito final en el que lograba sobresalientes en todas las asignaturas. El susodicho cuento no me llevó más de diez minutos, lo que venía siendo la cara de un folio, suficiente para detallar todo el proceso, desde que apuntaba mi nombre en el examen de lengua y literatura hasta que recibía la nota de historia del arte, la última asignatura en ser calificada. Lo único que tenía que hacer a partir de ese momento era relajarme y esperar a mi magnánima media de diez.

Por desgracia, cuando salí de clase, tras acabar el primer examen, no estaba muy convencido de que fuera a sacar un sobresaliente, no me hacía falta revisar el temario del libro para saber que más de la mitad de las respuestas estaban mal. Algo había hecho mal, ¿funcionaría tan sólo con dibujos o es que si no implicaba algo de índole sangrienta no se materializaba?

Quería respuesta, y las quería ya. Durante el tiempo del recreo dibujé en la hoja de un cuaderno una especia de ninfa minúscula capaz de introducirse en el oído y susurrarte consejos. Al menos esta vez tuve algo más de suerte, y la ninfa apareció casi de manera inmediata, se posó en mi conducto auditivo y me saludó calurosamente.

-¿En qué puede ayudarte?

-Hada, te he concedido el poder de la omnisciencia, así que necesito saber por qué, si escribí una historia en la que aprobaba el examen sin complicaciones, voy a tener una calificación tan patética.

-Es muy sencillo, las tres veces que has creado algo ha sido cuando deseabas de todo corazón que ocurriera en la vida real. La primera vez por afán irrefrenable de apaciguar tu aburrimiento y tu dolor, la segunda por miedo y rabia, y la tercera por tu gran desconcierto. En cambio, cuando narraste aquella historia, en realidad lo hacías con desganas y con un poco de incredulidad. No tenías la misma pasión que las otras veces, y recuerda que tanto para ti, que tienes el don, como para el resto de artistas, si no hay pasión en lo que haces el resultado será mediocre y falto de vida.

Vaya, entonces parecía que estaba sujeto a los momentos de inspiración, supongo que sería cuestión de tiempo que mi mente enfatizara en algo como dibujar una máquina del tiempo o escribir un soneto en el que un chaval se vuelve ridículamente afortunado en el dinero y en el amor. Quizás de momento me podrían venir bien los amplios conocimientos de esta criatura para aprobar…

-Por cierto, un consejo –añadió el hada sacándome de la profundidad de mis pensamientos –. Te convendría hacerle una visita al neurólogo, hay una cosa en tu cerebro que podría aclararte… ciertas dudas.

¿Qué era esa cosa? Un bulto. Sí, un gran coagulo situado en la zona posteromedial del encéfalo. La resonancia lo detallaba a la perfección. Se había mezclado el abuso casi tóxico de los fármacos recetados con una lejana herencia, que tenía por parte paterna, de problemas hematológicos.


El trombo tenía ventajas y desventajas. Con su aparición la presión cerebral se reguló, por eso los dolores cesaron. Sin embargo no estaba bien anclado a las paredes vasculares, corriendo el riesgo de que se desplazara a otra zona del cerebro que intervenía en una serie de funciones vitales, es decir, que si el trombo se movía unos centímetros moriría con total certeza. Los anticoagulantes no eran una opción, al parecer los análisis mostraban que mi cuerpo los rechazaba.

Preocupándome no iba a solucionar nada, así que esperé a que los nuevos informes hospitalarios indicaran una alternativa para deshacerme de tal molesto coagulo. Por mi parte, honestamente, algunos días traté de plasmar en el papel algo relacionado con la extracción de un trombo, pero nunca tenía la suficiente “pasión” como para que se hiciera realidad… Llegaba a resultar irónico que mis emociones fueran más fuertes a la hora de crear dos asesinos con armadura que para salvar mi propia vida.

Durante la espera, que fueron semanas, el hada me contó más acerca de mi problema cerebral. Aún la humanidad no lo había descubierto, pero justo el área que se había quedado sin irrigación era precisamente una zona neuronal que inhibía el exceso de potencial creativo. Los dolores de mi cabeza se debían precisamente a la hiperactividad de dicha área. Resulta que al haber contenido mi imaginación tanto tiempo estaba desbordando mi cerebro y cada vez eran más fuertes mis ganas de manifestar mis ideas artísticas. Cuando los medicamentos entraron en acción las moléculas que circularon por lo vasos próximos a esta área se toparon con una leve hipertrofia que provocó un repliegue en las capas vasculares y una posterior y fatídica trombosis. Pero lo insidioso del asunto venía ahora. Como de costumbre, día a día me vendrían a mi cabeza una considerable cantidad de ideas creativas. Si por algún motivo no las sacaba de mi interior, ya fuera por pereza o, más probable, por miedo a que se volvieran reales, como pudiera ser el esbozo de un robot psicópata, estas se irían amontonando en mi cabeza aumentando día a día la posibilidad de que el trombo se desplazase.

En resumen, aunque mi inspiración tenga un matiz macabro en algún momento no voy a poder negarme o moriré.

Los días pasaron y el mundo se había infectado de vesania. Gente que moría día a día, avistamientos de monstruos, accidentes y asesinatos escalofriantes, hasta la aparición de alienígenas y combatientes de mundos de fantasía.

Puse todo de mi parte, lo juro, para controlarme, pero los dolores se volvieron más ponzoñosos que nunca ante mi negativa de dar rienda suelta a mi imaginación. Lloraba con cada trazo que daba, con cada letra que escribía, con cada figurilla que moldeaba… Nunca lo había visto de esta manera, el poder de la creación era un horror.

Seguía aguardando una alternativa de los neurólogos. No obstante, parecía ser que ni siquiera una intervención quirúrgica era viable, por lo que me aconsejaron que llevase una vida tranquila sin alteraciones que pudieran aumentar los niveles sanguíneos o elevadas vasodilataciones… Qué fácil era decirlo. Me hubiera gustado contarles mi situación, entonces habrían tomado medidas más severas, pero no… con que el paciente se calmara sería suficiente… ¿Y ahora qué?

Lo hice. Rehusaba de mi don, no lo necesitaba si la gran parte de mis ideas causaban destrucción. Y sin tener musa alguna que me permitiera hacer desaparecer el trombo por arte de magia tuve que recurrir al autoengaño. Precisé por última vez de la sabiduría del hada, esta vez la pedí que me contara todo lo que acaecía una embolia cerebral y las posibles maneras en las que podría morir. Con ello pretendía inculcarme a mí mismo un incontrolable miedo por la muerte, de tal manera que esa misma pasión liberara el suficiente entusiasmo para hacer un pequeño relato en el que se hallaba un método innovador de extracción de trombos.

Me puse manos a la obra y el plan salió según lo establecido a pesar de tener… algunos efectos secundarios, como el de la paranoia y la hipocondría, no quería morir por nada del mundo, era un terror tan tangible que mi cuerpo temblaba ante el más mínimo indicio de peligro. Ya únicamente faltaba el relato, el cual concluí tres días después, ya que necesitaba una descripción perfecta de todo el proceso para que nada saliera mal. Sin embargo, como de costumbre, tenía que restringirme a cierto realismo, después de todo iba a ser una operación en la que abrirían mi cerebro, así que establecí un moderado porcentaje de fallecimiento durante la intervención.

Al comienzo del siguiente lunes una carta llegó a nuestro buzón. Era del hospital, efectivamente habían hallado una intervención factible con una tasa media de mortalidad. Me costó aceptar, debido a mi reciente pánico por todo lo que oliera a muerte, pero reuní fuerzas y acabé en el quirófano, acongojado y feliz a partes iguales.

Pero súbitamente, justo antes de caer en un intenso sueño por la anestesia general, el hada, que aún permanecía en mi oído, declaró un rasgo crucial de mi curación, algo que debería haber sabido mucho antes…

-Tendrías que haberme preguntado sobre las consecuencias más psicológicas si la operación resultaba exitosa y no haberte centrado en una hipotética defunción. Ya es irrelevante que te lo diga, pero, como tu tiempo se agota, es mejor que te mentalices de lo que va a suceder… Te quitarán el trombo, sí, y con ello la irrigación del área inhibitoria se restablecerá, consiguiendo que todas y cada una de tus creaciones se desvanezcan, incluida yo. Puede que sospecharas que algo así ocurriría, sin embargo, también desaparecerá la realidad que tu último relato describe. No pasaría nada si el trombo se hubiera depositado en una zona superficial. Por desgracia, esos segundos en los que las pinzas del cirujano continúan dentro de tu encéfalo el riesgo de morir aumentará drásticamente. Imagínate el resultado más previsible… Dulces sueños.

Bueno, un fallo lo tiene cualquiera.

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