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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

miércoles, 30 de abril de 2014

Alexitimia

Considero que es una idea malamente preconcebida la de relacionar la vida humana con el amor, ya que es sólo un complemento el cual no todos tienen. Es como la ropa, esta puede venir adornada con espléndidos estampados que dan belleza a la prenda en cuestión mientras que otras indumentarias permanecen con un único color uniforme, apagadas, sin nada que merezca la pena admirar.

Sin embargo, antes de entrar en materia, me gustaría dejar claro desde el principio que al hablar del amor no me refiero exclusivamente a ese sentimentalismo entre parejas, sino a toda reacción química ocasionada en cualquier tipo de relación entre personas. El cariño entre una madre y un hijo, la fraternidad entre dos grandes amigos, el afecto entre hermanos, la complicidad entre cónyuges… Todas esas clases de simbiosis las meteré en el mismo cajón del amor.

Una vez explicado esto, parece más imposible aún mi afirmación acerca de que hay personas que de verdad no son capaces de transmitir nada de eso. Bueno, tal vez lo creas así porque tú, en tu completa fortuna, no te encuentras en dicha situación. Pero créeme si te digo que realmente existe gente que desconoce por completo lo que es el amor y que vive cada día sin ningún tipo de esperanza por sentirlo.

Suena triste, ¿cierto? Es complicado visualizar el día a día de una persona que no percibe afecto de ningún tipo y aun así sigue manteniéndose en pie para seguir adelante. Debe de ser una vida grisácea, triste; sus corazones estarán en desuso, intactos y, por ello, consumidos por la desidia; la felicidad será un ente que ignoren y avanzarán por su trayecto con sus huesos quebradizos, sin nadie en el que puedan apoyarse.

Enfoquémoslo ahora desde otro punto de vista. ¿Qué implica el amor? Pues, como cualquier otro tipo de vivencia, supone alegría y aflicción, normalmente en cantidades equitativas, pese a que el peso de uno respecto al otro, desde el filtro relativista que posea el amante y/o amado, difiera radicalmente.

Por tanto, si nos centramos en este aspecto amargo de este supuesto Edén, podremos dar con una de las raíces que propugna la existencia de este grupo de personas incapaces de desarrollar sentimientos hacia el prójimo. ¿Qué les hace tomar esta decisión? Bueno, yo tengo una pequeña hipótesis… básicamente porque yo me encamino de forma aparentemente inevitable hacia esa singular comunidad.

Te aviso, vas a adentrarte en el interior de una persona muy subjetiva, que tiene un entendimiento del mundo bastante alienado debido a los acontecimientos que ha sufrido en sus escasos años de vida. Asimismo, para no detenerme en párrafos abarrotados de tecnicismos y dejar vía libre al pensamiento más existencialista, no tengo intención alguna de adentrarme en temas acerca de trastornos fisiológicos o cognitivos que sean la causa prioritaria de convertir a una persona en un cuerpo “hueco”.

Dicho esto, trataré de dar lo mejor de mí para que logres simpatizar con mi yo más deprimente, de modo que puedas entrar a razones y consigas comprender que este tipo de gente está más cerca de ti de lo que tú crees. Aunque a lo mejor ya me estoy dirigiendo a uno de estos supuestos desdichados… Quién sabe, no creo que continuases escuchando mis delirios si así lo fuera, puesto que se supone que no podrías ponerte en el lugar del ajeno, ¿no?

En fin, comencemos con un término bastante recurrente a la hora de justificar a una alma umbría: dolor. Esta palabra nos lleva directamente a un vocablo quizás un poco más complejo: algiofobia. Y es justo aquí donde el ser se detiene y ha de arrancarse la piel a tiras. Escamas caen dejándola en carne viva. Ya nunca más será él… No habrá diferencia entre su nuevo modo de vida y la de un paciente vegetativo.

Yo era inocente, quizás como tú, me reía de esas historias que me contaban acerca de gente que era fría como el hielo e implacable ante las flechas de Cupido. “Nadie es así”, decía. “Los humanos se quieren entre ellos”, afirmaba con total seguridad… Pero quién me iba a decir a mí que por cometer tamaño crimen contra la apatía el destino me exprimiría hasta transformarme en uno de ellos.

Siempre quise alegrar a todo el mundo. Me agradaban las personas, creía que la maldad humana únicamente aparecía en las películas y en los libros… Pero qué iba a pensar teniendo tan sólo cinco años, ni siquiera era capaz de ver el mundo tal y como era, sin ese caleidoscopio mental que enlazaba mi imaginación con la realidad.

Lo quise negar, no podía ser verdad. Serían coincidencias, tergiversaciones de mi mente… Pero un par de años transcurrieron y nada cambió… ¿Por qué se comportaban así conmigo los compañeros de clase? ¿Acaso era yo el malo y me estaban castigando? No lo entendía…

…hasta que la meditación me hizo dar con la estrella apagada del firmamento neuronal que albergaba la razón de aquello. Sí, al menos hubo un aspecto positivo. Conforme mi antaño colorido mundo iba palideciendo, mi cerebro fue desarrollando ciertas áreas para que pudiera reflexionar a gusto sobre lo que me ocurría. No pasó mucho tiempo, fueron pocos meses en los que pude recapacitar y averiguar el porqué de todo.


Supongo que tuve mala suerte, ya está. Unas personas nacen para tener éxito en la vida, otras para lo contrario y así equilibrar la balanza. Y luego están los de mi clase: sacos de boxeo con los que ambos bandos puedan desahogarse cuando se vean agobiados. Sin embargo, resultaba algo cómico que, siendo este mi puesto en la humanidad, se me hubiera dotado de esa gran habilidad afectiva. Ser bondadoso era una maldición si la amabilidad que trataba de compartir era apaleada por terceros.

No tuve más remedio que buscar una solución, no quería seguir sufriendo, me ardían los ojos por derramar tantas lágrimas. No me gustaba residir con gente que me demacraba, pero tampoco quería abandonar el mundo en el que había nacido. Y, siéndome imposible dejar de ser afable con los demás así por las buenas, recurrí a una medida drástica.

Comencé a mutilarme… metafóricamente hablando. Empecé a extraer minúsculas porciones de todo ese inservible sentimentalismo que poseía. Otrora lo consideraba una bendición, ahora sabía que era simple y llanamente un insidioso tóxico disfrazado. Así que agarré mi corazón y lo fui arrancado a pedazos.

“Las amistades son efímeras”. “Cuando mi hermana y mi madre mueran estaré eternamente solo”. “Nunca se enamorará nadie de mí”. “La gente me desprecia y se mofa de mí”. “Mi existencia es insignificante”. “No sirvo para nada, no puedo ayudar a nadie”. “Sería más útil si estuviera muerto”. “No quiero acercarme a charlar con un desconocido, sería un castigo desmedido para él que alguien como yo se aproximara”. “Soy una carga para mis amigos”. “Mis problemas son tonterías, no merecen ser contados”. Cada uno de estos pensamientos era un trozo de mi corazón siendo extirpado, y no pararía hasta que mi sangre alcanzara el cero absoluto.

Pero tenía miedo, sí, porque, aunque una parte de mí deseara con todas sus fuerzas apagar las últimas flamas que ondeaban en mi corazón, también había otra parte que gritaba y luchaba diariamente para mantener ese calor. Me aterraba volverme así… ¿y si no era tan bonito como lo pintaban y la aflicción seguiría en mi interior?

Estos dos sentimientos enfrentados convergieron en una supernova que me dejó una señal perenne en otro de mis órganos que estaba pudriéndose: el cerebro. Emergieron dos visiones radicalmente distintas entre sí con las que a partir de entonces contemplaría el mundo… Mientras que una seguía convencida de que debía seguir enfriándome y abandonar toda esperanza para mostrar la bandera blanca a la rendición, la otra se infringía a sí misma combustiones súbitas de puras endorfinas e ignoraba las penas para sumergirse plenamente en un océano de pura felicidad, pese a que veces surgieran episodios coléricos debido al odio remanente de un vago rencor por todo lo vivido.

Así ha sido hasta la actualidad. Aunque no fui consciente desde el principio, tenía la ligera sospecha de que algo iba mal. Si lo plasmara en un papel es como si mi yo hubiera experimentado una mitosis justo al lado de un precipicio. Una de las divisiones tuvo la desgracia de tropezar y quedar colgando en el borde. Por su lado, la otra parte, permanece dubitativa, sujeta las manos de su hermano para que no se caiga, pero aún no ha decidido si es mejor que se precipite al vacío o es conveniente salvarle la vida para que ambos vivan en armonía.

Regresando a un aspecto algo más realista, yo ya me he acostumbrado a esta cicatriz psicológica, tal y como hice con mi condición de mártir. Sin embargo, es terrible ver que cada día voy sintiendo menos afecto por el resto. Esto se debe a que, cuanto más duradera e intensa es mi fase de alegría, más lo será también la fase depresiva y, por ende, más tiempo tendrá esta última para deshacerse de nuevas porciones de mi corazón. Por esta misma razón tampoco puedo permitirme ser feliz durante mucho tiempo… sé lo que viene después…

Porque tampoco quiero dejar de ser yo mismo del todo. Sería horrible verme un día en el espejo y no poder reconocer mi rostro por la densa oscuridad que emanaría de mis poros. Sería imperdonable el volverme otro ser deleznable que descargase su rabia en uno de esos “sacos de boxeo”. Sería repugnante hallar gusanos y ceniza en mi mediastino. No obstante, también sería espléndido, porque ese niño que albergo muy dentro de mí y que no para de llorar, siendo fustigado y lacerado sin compasión alguna, finalmente podría descansar en paz…

No sé si hay más gente que comparte, o al menos se aproxima, a esto. Probablemente sea un caso demasiado concreto y por ello aislado, o puede que sea más común de lo que en un principio parece… De todos modos no importa, mi intención era poner un caso específico que confirmara la posibilidad de que los sentimientos son frágiles y capaces de perecer.

Tampoco sé a dónde iré a parar, desconozco si dentro de unos años me habré vuelto milagrosamente inmune a la injurias o, por el contrario, habré definitivamente finiquitado todo resquicio de humanidad en mi ser. Este es uno de los galimatías personales que más me desasosiegan. Sin embargo, de entre todo este caos y esta dualidad nociva, hay algo que puedo sacar en clave y que puede ser aplicado tanto a la mentalidad de los que expresan sus sentimientos como de los que no: tal vez amar esté más relacionado con el sufrimiento que con la vida en sí, pero nunca se negó que el ser humano fuera un poco masoquista, ¿verdad?

Para mí ya es una tarea casi imposible retornar a la normalidad… En cambio, aún poseo la suficiente cordura para avisar a otras personas. ¿Sabes qué es lo que evita que ya haya tirado la toalla? Las personas. Sí, esos mismos seres que me dañan son también los que me proporcionan un fino hilo de temple para continuar inmutable. Descubrí, muy tarde, que hay gente por la que merece la pena no volverse una persona gris… Y lo único que puedo hacer ahora por ellos, como agradecimiento por abrirme los ojos, es iluminarles con las pequeñas llamas que aún destellan dentro de mí, a la espera inexorable de su extinción…

Así que, si algún día experimentas algo similar a lo que te he narrado, te suplico que huyas, que te refugies donde sea y te vuelvas fuerte para poder afrontarlo sin poner un pie en falso. Suena sencillo decirlo cuando a la hora de la práctica es terriblemente duro, lo sé, pero piensa en lo que puede suceder si te vencen. ¿Realmente quieres ser como yo? No quiero a más personas nuevas en este selecto grupo de cadáveres anímicos… Considera esto como uno de mis últimos actos afectivos. Quizás mañana la vela se apague y ya me seas indiferente, pero de momento trato de evitar más conversiones mientras desciendo hacia la perdición… No te vuelvas como yo, no entres en este mundo de pesadilla, no te doblegues ante la inapetencia, no…

Por favor.

viernes, 25 de abril de 2014

Ludum Morte [2/3]

-Y bien, ¿cuándo retomarás los asesinatos?

Esta situación era impensable…

Ahí estaba yo, realizando una nueva cura en la herida que me propició aquella anciana, mi quinta víctima. Aún no había acudido al médico. Se veía a primera vista que estaba provocada por un mordisco, si iba a un hospital quizás levantaría sospechas… Una suerte que una de las limpiezas que hice antes de dejar la escena del crimen fue arrancarle los tres dientes que se impregnaron de mi sangre, y por extensión de mi ADN.

Pero lo que me preocupaba no era la mordedura en sí, al fin y al cabo estaba evolucionando favorablemente y no había indicios de infección ni de necrosis. No… lo que me sacaba de quicio era esa chica… preguntando día sí y día también cuándo volvería a matar a alguien…

Ah, un momento, es cierto. Puede resultar raro decir eso sin relatar lo que pasó. Está bien, comenzaré desde el principio, no me llevará mucho rato esta historia:

“Estaba arrastrando los dos cuerpos al fondo del callejón para dejarlos ocultos entre las sombras que se proyectaban en las esquinas. Una vez hecho esto, con un trapo que tenía guardado, froté todas las zonas en las que sospechaba que pudiesen estar mis huellas dactilares. Con esa misma tela difuminé un poco la sangre del suelo de tal manera que se ennegreciera con la suciedad de la superficie y fuera más complicado distinguirla del resto de porquería líquida que había desperdigada por ahí.

Eché un último vistazo al callejón. Todo estaba medianamente en orden, tardarían bastante tiempo en dar con los dos cadáveres, aunque sus hallazgos podrían verse facilitados en cuanto alguien se topase con la muerta del parque. No obstante, no tenía que preocuparme por nada…, salvo por la conversación que había mantenido con esa chica. Sus últimas palabras se habían quedado grabadas en mi cabeza y me causaban escalofríos cuando las recordaba…

-Hasta que la última víctima caiga a tus pies.

Esa rememoración fue bastante distinta de las otras. Podría decirse que el susurro no provenía del interior de mi cráneo, sino del exterior. Algo, quizás el instinto que tenemos por naturaleza, me alertó de que posiblemente mi próximo movimiento sería decisivo. ¿Aguardar en el callejón o marcharse?

Como mi estupidez no tenía rival, permanecí allí para ver si se repetía ese extraño susurro de nuevo. Pero no me digné a hacer sólo eso, no… Tuve que girarme, en dirección a los cadáveres… Fue cuando descubrí una sombra humana, de pie, al final del callejón. Fuera quien fuera había estado escondido desde antes de que trajera al niño para matarlo. Y para colmo también era quien había pronunciado esa espeluznante frase, ¿se estaba mofando de mí, no era consciente de que acababa de poner en peligro su vida por no haber continuado oculto?

Quería tomarme un descanso tras llegar a la séptima víctima, pero no tenía otra opción. Empuñé una vez más uno de los bisturís y cargué hacia él. Estaba cansándome de estas visitas inesperadas. Ni un atisbo de compasión iba a surgir de mí durante el degollamiento de ese desgraci…

-¡Tú!

-Tampoco te alteres de esa forma. No hemos estado tanto tiempo sin vernos…

¿Adivináis quién era? Los más perspicaces lo habrán averiguado: mi séptima víctima. Ahí estaba, sin ninguna marca en su cuello, sin sangre, completamente llena de energía… ¿Qué estaba ocurriendo? Aunque extraño, hubiera podido darse el caso de que siguiera con vida, pero no hay ninguna explicación razonable para que haya desaparecido el corte de su cuello.

Era real, no era un sueño, su cuerpo estaba cálido, podía percibir su aliento y visualizar la mueca demente que puso la otra vez mientras la mataba. Era ella, no era un producto de mi imaginación… ¿Por qué demonios entonces estaba viva?

Algo andaba mal, o estaba teniendo una alucinación ahora o había sido antes… No obstante, sin preguntarla directamente a ella sobre aquello, me dispuse a atravesar su pecho con la hoja. Un golpe certero en el corazón acabaría con todo ese sinsentido. Sí, debía hacerlo rápido, no sería de mi agrado que otro incauto me incordiase durante mi faena.

Sin embargo, cuando el bisturí penetró en su piel no hubo respuesta hemorrágica alguna. A cambio, ella me devolvió una diabólica carcajada que terminó por desconcertarme completamente.

-¿Qué está pasando? ¿Por qué te ríes…? ¿¡Por qué no te mueres!?

-Es imposible que eso suceda… otra vez –me respondió con tono burlón –.

Parecía imposible, pero no había otra explicación. ¿Tan fuerte era su deseo de acompañar a un asesino durante su labor que había vuelto a la vida? ¿O es que había otra razón? No podía negarlo, estaba un poco asustado, aquella experiencia sobrenatural dejaría sin duda mella en mi integridad psicológica.

Dentro de lo posible, traté de calmarme, me incorporé y la tendí la mano para que se pusiera de pie. Al menos tenía la suerte de que no sería mi enemiga, aunque antes debía asegurarme de que no interferiría negativamente en mis planes futuros.

-Supongo que me seguirás aunque no quiera, ¿cierto?

-¡Supones muy bien!

-Está bien… Pero, ¿y no te preocupan tus padres? Me imagino que comenzarán a buscarte dentro de poco.

-Eso es irrelevante. ¡Estoy muerta! Ya no tengo que molestarme por esos asuntos de vivos.

-Bueno, en vistas de que no das el brazo a torcer… No veo otra alternativa, puedes venir conmigo.

El grito de euforia que dio en ese instante alborotó tanto el ambiente que me vi obligado a taparla la boca. Con sólo imaginar cómo podría comportarse de camino a mi casa ya estaba comenzando a arrepentirme de la invitación…”

Por fortuna, fue consciente de la situación y no hizo nada que llamara la atención del resto de viandantes. Y hasta ahora, bueno, lo único que ha hecho ha sido sentarse en una silla del salón y hacerme mil preguntas, tal y como he dicho antes.

-Venga, dime, estoy impaciente, ¿cuándo irás a por el octavo?

Seguía insistiendo, como de costumbre. Por mucho que la explicara que necesitaba tomarme unos cuantos días de pausa para no ser cazado, ella hacía caso omiso. Persistía una y otra vez… Y lo peor de todo era que, como estaba muerta, durante las horas de ingesta y de sueño podía dedicarse también plenamente a molestarme.

A ver, mi intención tampoco era retratarla como una persona infantiloide. Por supuesto que no estaba constantemente así, aunque para mí lo pareciera. Podría decirse que ella se tiraba todo el día mirando el reloj, contando los minutos, y más o menos cada media hora me preguntaba algo relacionado con el reinicio de mis homicidios.

En cambio, ese día… ese mismo en el que estaba procediendo a la cura rutinaria de la mordedura de mi mano, no sólo se conformó con las cuestiones reiterativas… hubo algo más…, un error, un fatal error provocado por la desafortunada decisión de dos jóvenes.

Llamaron al timbre, con avidez me puse una gasa en la herida y la adherí de mala manera con un poco de esparadrapo. Para que no se fuera el que estuviera al otro lado de la puerta, mientras realizaba este cuestionable vendaje, le avisé, alzando la voz, que esperara unos segundos. Desgraciadamente esto alertó a la chica, quien, al saber que iba a disponerme a abrir la puerta, decidió “sacarme de mi pereza”.

Me dirigí al recibidor cuando me topé repentinamente con ella, con esa siniestra sonrisa que tanto la caracterizaba. Tenía sus manos pegadas a su espalda, como si ocultara algo. La pregunté si tramaba algo, a lo que me respondió con otra pregunta: por qué no llevaba el atuendo, dijo.

Inmediatamente averigüé lo que tramaba. Suspiré y tendí mi mano, exigiendo que me entregara lo que fuera que ocultase tras de sí. Sin embargo puso una pega, afirmando que sólo me lo daría si les otorgaba una bienvenida digna a las dos personas que habían acudido a mi domicilio. Vaya, ya les había echado un vistazo a través de la mirilla.

Apresurado por la imaginable impaciencia de los desconocidos, acepté, pidiendo antes que me dejara al menos escucharles para ver qué necesitaban. Ella asintió y colocó en mis manos el objeto que escondía… No me esperaba ni por un momento que fuera mi ex-compañera, mi sierra oxidada.

-¿No sería mejor con los bisturís? Esto es muy cantoso –sugerí con un bajo tono de voz, ya que corría el riesgo de que me escucharan los visitantes –.

-Hasta ahora no te he metido en ningún lío y mucho menos he promovido algo que pueda perjudicarte. Confía en mí.

-Vale, lo haré con la sierra, pero luego tú y yo vamos a intercambiar unas cuantas palabras.

De muy malhumor abrí la puerta y, antes de que pudieran percatarse de lo que portaba en mi mano izquierda, de un tirón metí rápidamente en casa a uno de ellos mientras que al otro le seccionaba la tráquea para seguidamente introducirlo también en mi dulce (y un poco manchado ahora) hogar. Acto seguido cerré la puerta y los arrastré, con menor o mayor dificultad, hasta el salón, de manera que así tuviese un mayor campo para proceder a la cárnica monotonía.

Coloqué mi rodilla derecha sobre el pecho del que estaba intacto y acerqué los dientes de la ensangrentada sierra a su pescuezo para que dejara de revolverse y de gritar. Una vez conseguida algo de calma, me fijé en el malherido. A pesar de la profunda hemorragia seguía con vida. No podía tener más suerte… Quiero decir, suerte para mí, no para él. De esta manera podría poner en práctica una pequeña prueba que había surgido hace unos segundos en el clímax de mi iracundia.

-En teoría ya está muerto, no podrá salvarse –contesté dirigiéndome a la chica –. ¿Quieres seguir a mi lado? Está bien, adelante, remátalo.

Sin decir ni una palabra, ella saltó sobre su abdomen y sin dudarlo dos veces hundió sus dedos en su estómago. Tal imagen hizo que la otra presa, la cual hasta entonces había permanecido muda ante la advertencia de mi sierra, se agitara de nuevo, por lo que no tuve más alternativa que sajarle la garganta. No obstante eso no quedó ahí. Quizás por el shock o por la inquina remanente, no lo sé, pero algo me impulsó a continuar serrando su cuello, a pesar de su inequívoca defunción, hasta que acabé decapitándolo.

Tiré la sierra y levanté su cabeza del suelo, mirándola detenidamente. Sus ojos habían perdido ese brillo singular que se encuentra en cualquier humano vivo, aunque sus párpados, abiertos aún, con la musculatura periférica contraída por completo, hacían creer que permanecía con vida. ¿Estaría observándome? Hay leyendas que afirman que una cabeza mutilada sigue activa unos segundos después de su extirpación.

No importaba mucho eso en ese preciso momento. Deposité la cabeza justo al lado de su cuello, del cual todavía emanaban intermitentes chorros de sangre y puse toda mi atención en esa, cada vez más sorprendente, admiradora.

-¿Cómo has logrado atravesar su piel y su musculatura con tanta facilidad?

-¿No te lo he dicho ya? Estoy muerta, mis órganos están marchitos, mi cerebro ya no me controla –explicó mientras extraía con saña las vísceras de aquel infeliz –. Por esta razón no hay nada que pueda inhibir mi auténtica fuerza. No es que ahora pueda moldear vigas de hierro con un solo meñique, pero al menos soy capaz de exprimir el máximo potencial de mi cuerpo.

-¿Y eso lo sabes debido a…?

-Me gusta informarme de lo que me atrae… Los asesinatos, los monstruos, la oscuridad, la muerte en general. Muchas cosas de las que aprendía era suficiente con considerarlas como máximas. En cambio… había otros aspectos que necesitaba comprobarlos empíricamente… de manera personal. Y qué mejor para ello que ser una muerta viviente que hace compañía a un psicópata. Mato dos pájaros de un tiro, finiquito dudas tanto acerca de los límites que alcanza un ser antes de ser ejecutado como sobre el comportamiento fisiológico de un cadáver fresco.

Esa última frase quedó adornada, aparte de con su típica mueca, con un desgarramiento brusco de las vísceras que tenía entre sus manos, transformándolas en una pulpa sanguinolenta… Fantástico, había dado a parar con una persona que abría nuevas fronteras en la definición del adjetivo demente.

Unos segundos más tarde dejó finalmente descansar al difunto… Los dos jóvenes podrían reposar tras vivir tamaña ingrata experiencia. Sus camisas blancas, al igual que sus negras corbatas, habían quedado pigmentadas con sus sangres. Ninguno de ellos habría imaginado que acudir hoy al trabajo e ir llamando puerta por puerta a la clientela sería la peor decisión que podrían haber tomado. Quién quiere una remuneración si has de acudir a una cita con la propia Parca.

Sí, ya había aumentado mi contador a nueve, y no pensaba dejarlo en ese número, pero eso no quitaba que cada asesinato me hiciera reflexionar. Me lo tomaba con filosofía, tal vez en eso concordaba con esa chica, sobre aquello de la muerte y de las personas a las que apunta con su objetivo. Es impresionante que elegir entre dos opciones pueda suponer una diferencia tan crucial como es la de seguir vivo o acabar en un féretro.

Respecto a la situación actual, por un lado estaba satisfecho al comprobar que llevarla conmigo no me supondría una carga, pero por otra parte estaba realmente molesto. ¿Hasta dónde llegaría esto? ¿El aprendiz superaría al maestro? ¿Qué dificultades podría implicar el relacionarse con una no-muerta? Aquellos dos cadáveres no habían sido unos más, no…, significaban el preludio de una salva inconmensurable de dudas.

-Por cierto, ahora que caigo… Aún no me has dicho cómo te llamas –dije para romper ese silencio, el cual se estaba volviendo bastante incómodo en mi opinión–.

-Tú tampoco lo has hecho, ¿por qué debería responder la primera?

-Qué despiste por mi parte. Mi nombre es Guillermo.

-El mío es Jane Doe, encantada.

-¿Eso… es un nombre real?

El mutismo regresó, y traía consigo a una compañera: la incertidumbre. Claramente no era un nombre muy convencional. Algo había oído antes de él. Supuestamente era el pseudónimo que se les ponía a las mujeres cuyos nombres eran desconocidos… Pero bueno, al menos ya podía dirigirme de una forma más apropiada a ella.

Me aclaré la garganta y fui a la cocina para recolectar todo el material de limpieza que necesitaba. Habíamos hecho un verdadero estropicio en el suelo, y eso que aún no me había planteado a qué escondrijo llevar los cuerpos, lo cual supondría más trabajo aún.

Como era de esperar, Jane Doe ni siquiera hizo el amago de ayudarme a secar el suelo. Únicamente se quedó a mi lado, observando con atención la técnica que empleaba con la bayeta para que no quedase nada de sangre.

-Lo haría más rápido si “alguien” colaborase –murmuré con la intención de que captara el mensaje –.

-¿No te he ofrecido ya suficiente ayuda?

-¿Cómo dices?

-Veo que has pasado por alto la razón por la que te dije que confiaras en mí…

-Bueno, no es que le haya dado muchas vueltas precisamente a eso.

-Pues deberías. Esa es una de las claves que te permitirán comprender mejor a este cadáver con el que estás charlando…

-Absolutamente intrigante, pero… ¿sabes qué? Voy a contrarreloj, en cualquier momento puede venir un vecino a preguntar el motivo del alboroto de antes y necesito eliminar ciertas pruebas.

-Improbable.

-¿Qué?

-Que eso no ocurrirá. Ningún vecino se ha percatado de los golpes o del griterío, puedes tomártelo con calma.

-Por favor, explícame cómo has llegado a esa conclusión sin salir en ningún momento de casa.

-Verás… Imagino que después de convivir varios días con una auténtica “caminante” te habrás vuelto un poco menos… escéptico. Por tanto, no veo ningún impedimento a la hora de decirte que mi ayuda trasciende a algo bastante abstracto y difícil de creer.

-Ilumíname –respondí estrellando bruscamente el, ahora rojizo, trapo contra el suelo –.

-Mientras esté a tu lado, tu carrera como asesino en serie será mucho más sencilla, hasta el punto de que parecerá que las propias víctimas se introducen voluntariamente en las fauces del lobo. Lo que trato de decir, en resumidas cuentas, es que soy capaz de modificar levemente la línea causal y deshacerme de ciertos impedimentos que podrían imposibilitar o hacer arriesgado el acabar con alguien en concreto. Por ejemplo, en este caso, el factor más importante que podría haber estropeado todo eran los vecinos, que alguno escuchase algo fuera de lo normal y viniera a preguntar o, mucho peor, llamase a la policía. Sé que mis palabras no pueden convencerte… ¡Por eso mismo quiero que vengas! Ve piso por piso, comprobarás que, por un motivo u otro, el bloque está completamente vacío, a excepción de ti y de mí… y bueno, de estos dos cadáveres.

No parecía que estuviera mintiendo, se la veía muy decidida con lo que me había dicho. No obstante, mejor prevenir que curar, por lo que terminé de dar las últimas pasadas al suelo y arrastré los cuerpos hacia mi habitación para meterlos en el armario.

Una vez realizado esto, intrigado, me dispuse a comprobar lo que Jane Doe aseguraba con tanta confianza. Pero ella se interpuso en mi camino. Con sólo contemplar su cara podía figurarme lo que iba a suceder a continuación, su expresión indicaba indudablemente que iba a pedirme nuevamente algo.

-Así que vas a comprobar casa por casa que no hay nadie, ¿cierto?

-No creo que me lleve mucho tiempo. Enseguida me abrirá alguien la puerta.

-Como sea. Esto me duele, es señal de que aún no confías mucho en mí. Con lo cual… quiero hacer un pequeño pacto.

-Y bien, ¿de qué se trata?

-Muy fácil, y seguro que aceptas. Si, aparte de nosotros, encuentras a alguien más en su respectivo hogar, instantáneamente me iré y te dejaré en paz. Por el contrario, si se cumple mi predicción, de inmediato tendrás que ir a por tu décima víctima.

Lo medité durante unos segundos. Pasase lo que pasase no saldría perjudicado del todo, ya que aún podía permitirme asesinar a alguien más antes de tomar otra pausa. Así pues, me encogí de hombros y con desganas acepté el trato.

No perdí ni un minuto más y comencé con las puertas de mi mismo piso. Nadie contestó. Subí al tercero y al cuarto. Tampoco obtuve respuesta. Bajé al primero y después al bajo. Absolutamente nada de nada. ¿Qué posibilidades había de que todos y cada uno de mis vecinos abandonasen simultáneamente sus casas para hacer… lo que fuera?

Estaba delante de la puerta del Bajo B. Con la boca abierta y un poco desconcertado. Luchaba conmigo mismo, tratando de no creer lo que Jane Doe me había explicado acerca de esa habilidad que poseía. Fue entonces cuando ella me dio dos suaves golpes con su dedo índice en mi espalda. Me giré y la vi con una sonrisa diferente a la habitual, en ella podía leerse un punzante mensaje: te lo dije. Pero eso no acababa en su faz. Asimismo, como si fuera un ramo de flores que había de entregarme, empuñaba, cercano a su pecho con la mano izquierda, uno de mis bisturís. Estaba claro, había perdido, y ahora tocaba cumplir con la penitencia.

Le arrebaté el instrumento y no pude evitar soltar una ligera risotada a la par que jugueteaba con la susodicha arma pasando suavemente su hoja sobre las yemas de mis dedos… Realmente había desaparecido gran parte de la molestia que ella me producía, de hecho, incluso encontraba agradable la situación. Estaba buscando un elemento que impidiera que detuviese de manera indefinida mi racha de homicidios… y al fin lo había hallado, curiosamente en una persona que formaba parte de esa misma lista de desafortunados.

-Espero que al menos también me eches un cable con el siguiente –contesté jocosamente –.

-Oh, no hay problema con eso…

Como por arte de magia, justo cuando Jane acabó su frase, una persona introdujo su llave en la cerradura del portal. Alguien estaba a punto de entrar. Raudamente escondí el bisturí y ambos disimulamos, como si estuviéramos mirando si había correo en mi buzón.

-Buenos días.

Era ni más ni menos que el vecino del Tercero C, el que justo vivía encima de mí y casi siempre se las arreglaba para provocar irritables ruidos que hacían retumbar las cuatro paredes de mi casa. Él sí que era un verdadero incordio… Y ahora estaba próximo a él, sin ningún vecino más presente, con un pacto que cumplir y un décimo puesto vacante que llevaba su nombre…

Para qué negarlo, la ventaja que me ofrecía Jane era bastante interesante.

sábado, 19 de abril de 2014

El Consejo de los Seis Puñales: Serendipia [13]

-Fantástico lugar… ¡Y ahora responde de una maldita vez! ¿Por qué demonios nos conocéis si ni siquiera hemos hecho de momento nada notorio como para ello?

-Veo que sigues tan enérgico como siempre, Ignis. Muy bien, una promesa es una promesa. Ya os hemos traído a Voltium Nekro, por lo que nada puede excusarme si me negase a responderte… Verás, en pocas palabras, hay cierto hechicero que se está dedicando a revelar vuestra existencia por todo el globo con la intención de que muchos renegados os den caza.


-¿Y por qué quieren ir a por nosotros? ¿Tanta repugnancia damos como para que nos quieran exterminar?

-Es bien sencillo. El hechicero que hace eso emplea el terror en los demás. Usa, ni más ni menos, que Paranoias para que el resto piensen que el Consejo de los Puñales traerá caos y desolación a este mundo.

-Menudo vaticinio más absurdo –alegó Inanis mientras se echaba una mano a la cara –. Y bien, ¿conocéis el nombre de ese Clarividente?

-Ahí está la gracia. A pesar de que nuestras fuentes, las cuales son de confianza, notifican que con toda seguridad conjura Paranoias, no es ni por asomo esa clase de hechicero que has mencionado.

-¿Y entonces qué es?

-Descubrirlo, así como averiguar su nombre y afiliación, es uno de los propósitos de esta resistencia –aclaró Eida entrando en la conversación –.

-¿Tenéis algo planeado o vais a usar mi… método de improvisación?

-Tenemos puestas las esperanzas en un plan en concreto. Mas si queremos ponerlo en funcionamiento os necesitaremos a vosotros, Consejo. No obstante, y sintiéndolo mucho, vuestros aprendices no podrán participar. Pueden residir aquí mientras tanto, por supuesto, pero tienen prohibido conocer los detalles de nuestro plan.

-¿Y por qué confiáis en nosotros seis mientras que en el resto no? Al fin y al cabo también somos Brujos. Espero que no sea por ese aberrante motivo del legado de los Hermanos Penumbra, que no tengáis otra opción que requerir nuestra ayuda, pero que, aun así, os hayáis limitado a reclutar a los Brujos más… “fiables”.

El Señor Zrak no dijo ni una palabra. Al parecer Tenebra había acertado con su suposición. El silencio, conforme los segundos transcurrían, se iba haciendo más y más incómodo. Hasta el punto que Nexus avanzó unos cuantos pasos, con la cabeza agachada, con la intención de hablar a todos los Brujos. Iba a pronunciarse, se retiraban.

Pero, justo en el último momento, cuando la boca del Aespacial ya estaba abierta, dispuesta a iniciar las palabras que desmoronarían todo, unos cuantos Brujos dieron un paso al frente. Eran aprendices que, conscientes de la situación, sabían que aceptar la invitación del Electromante era la única opción viable para la supervivencia de sus hermanos de brujería. Sacrificarían su dignidad, aunque fueran tratados de mala manera en aquella guarida, si aquello suponía el fin de las persecuciones.

Se fueron uniendo todos los aprendices. Cuando los Brujos de la Oscuridad se despidieron de Tenebra, esta no pudo evitar desprender unas cuantas lágrimas de orgullo. Poco a poco, los aprendices se fueron colocando alrededor del Señor Zrak, aceptando su petición.

-Es lo más sabio que podéis hacer, de verdad, no os lo toméis a mal. A pesar del ocultismo que mantendremos durante los días venideros, os juro que vuestra estancia en este lugar será placentera, y es más, os prometo a costa de mi vida que cuando el Consejo vuelva a reunirse con vosotros, seréis recompensados gratamente. Y ahora, seguid a Eida, os llevará a vuestras habitaciones mientras os enseña los lugares de interés de Voltium Nekro. Sed bienvenidos.

Aunque eran distintos los sentimientos de los Seis Brujos en ese momento, todos albergaban algo en común: decepción. Lo habían comprendido, sabían que el camino de la brujería iba a ser duro, pero nunca imaginaron hasta qué punto. Que hasta los propios aliados, unidos por el más puro instinto de supervivencia, apuntaban con mil ojos hacia ellos, aún dudosos de si de verdad eran hechiceros de confianza. Cualquier otro conjurador podría venir y sería reclutado de inmediato. Sin embargo, con los Brujos, tuvieron que recopilar toda la información posible acerca de ellos y, aun así, la certidumbre era únicamente otorgada a los máximos líderes del Consejo.

-Vale, lo admito, es una situación incómoda –asimiló Luzbel repentinamente con la intención de romper el mutismo –. Por ello creo que deberíamos ir ya a donde sea que nos quieras llevar para contarnos tu plan, Zrak… Señor Zrak.

-Sí… por una vez estoy de acuerdo con mi hermano. Esto empieza a resultarme desagradable.

-Muerte Fugaz –dijo Nexus con una mirada repleta de determinación, interrumpiendo el avance de los otros cinco Grandes Brujos –. Muchos Bardos relataron tu alzamiento, fue una verdadera gesta el cómo combatiste por los tuyos, luchaste con uñas y dientes para que los Electromantes no se esfumaran en el olvido. Lentamente recuperasteis parte de vuestra antigua grandeza y lograste conducir a tu gente a una época más próspera. Dime, te considero un gran Rey y hechicero, ¿qué pasaría si desconfiaran de un Electromante bajo tu reinado?

-Ahora resulta que soy el único que creía que habían sido erradicados de la faz de nuestro planeta…

-Eso te pasa por ir de mercader entre Dimensiones y no estar al tanto de la actualidad de tu mundo…

-Por favor, Inanis, Luzbel, guardad silencio un momento. Señor Zrak, te ruego que me contestes. ¿Qué ocurriría?

-Entiendo ese dolor que sentís, pero erráis si consideráis que sois sólo vosotros los que habéis tenido que despediros de los vuestros. Nexus, lo que has hipotetizado fue real. Los Electromantes somos conocidos por una falsa arrogancia, evocada en nuestra Historia por culpa de unos cuantos soberbios que se asentaron en ciudades y se autoproclamaron a la fuerza tiranos soberanos. Por culpa de ello, yo fui el único que pudo entrar en las filas de la resistencia a cambio de no compartir ninguna información con mis hermanos. ¿Crees que no me ha resultado difícil ser ahora yo el que pida a otro que haga lo mismo mientras los míos también aguardan en posadas mi regreso?

-Un momento, ¿hay alguien por encima de ti en todo esto de… Voltium Nekro?

-Por supuesto. Soy el Señor Zrak, Rey de los Electromantes, no obstante, dentro de esta guarida soy otro recluta de la causa.

-Puedo suponer, al menos, que el que dudó de la fidelidad de los tuyos sí es el líder, ¿no?

-No puedes estar más acertado, Hex. Tal vez hayáis oído antes de él. Es Amach el Sabio.

-Menos mal –contestó aliviado el Lengua Vil –. A este sí que le conozco…  Aunque me resulta raro que un Clarividente haya levantado todo… esto para dar con la identidad de un malnacido.

-No es sólo esa la intención. Hay muchas más cosas detrás de este primer objetivo. Pronto se os explicará todo con más detalle, en cuanto los demás reclutas pongan rumbo al cuartel general.

-¿Va a haber más gente aparte de la Curiosa y de ti?

-Sí, hay tres hechiceros más, aunque no os diré sus nombres. Estoy casi seguro de que los reconoceréis de inmediato, así que os dejaré con la intriga hasta que lleguemos al punto de reunión.

-Genial –respondió Inanis con sarcasmo –. Con lo que adoro la muchedumbre…

-Muy bien, si no hay nada más que añadir vayamos caminando. Detecto alteración eléctrica en las moléculas del entorno. Creo que los demás ya se dirigen hacia allí.

-Increíble, percibes la propia energía que provocan nuestros movimientos. Tuve suerte de no combatir contra ti en la Guerra de los Arcanos.

-Bueno, no en vano soy un Rey –contestó con aires de superioridad –.

El grupo emprendió la marcha. El sonido de sus pasos quedó oculto una vez se adentraron en el corazón de la metrópolis. Como era de esperar, tantos engranajes girando y cuantiosas descargas eléctricas provocaban estruendosos ruidos en frecuencias mínimas. Entre los rostros boquiabiertos por la admiración de la mecánica guarida y esta contaminación acústica, apenas hubo algún momento durante el trayecto para conversar, a excepción de una pregunta causada por un fascinado Luzbel.

-Una pregunta, Señor Zrak. ¿Cuánto tardasteis en construir este maravilloso lugar?

-Ni idea. No fue creado después de iniciar nuestra resistencia, ya se encontraba aquí años atrás, elaborado por Ingenieros. Eida y sus Magotrones trabajaban con ellos y les pidieron que dejasen Volitum Nekro como nuestro refugio. Se negaron y… los mataron, apropiándose de la ciudad para luego compartirla conmigo y con el resto.

La macabra sonrisa qué mostró mientras decía aquello tornó más oscura la respuesta. Quién iba a imaginar que Eida, con su actitud tan inofensiva, hubiera sido capaz de tomar la decisión de arrebatar por medio de una masacre un territorio que en esencia no era de su propiedad. Sólo uno de los seis reaccionó con una mueca de satisfacción, como si le agradase que la Curiosa permaneciera todavía con ese sadismo insidioso que tanto la caracterizaba; ese uno era Mal Fario.

Finalmente Muerte Fugaz se paró en seco, justo delante de una gran torre metálica, adornada con una infinitud de bobinas chispeantes. A los pies de ella reposaba un imponente portón, con un pequeño e insólito objeto incrustado, atornillado a la pared de manera muy deficiente. No parecía que tras él hubiera nada, sin embargo, la mirada del Electromante indicaba que era un ítem importante para acceder a la reunión.

-¿Habéis oído hablar de la desmaterialización?

-Yo sí. Es un procedimiento implicado en algunos de los portales que invoco. Cuando el cuerpo que es transportado es más pequeño que el vórtice por el que pasa sus moléculas se moldean, sin llegar a desintegrar el cuerpo en sí, para, ya en el otro lado, tomar la forma original sin que hayan daños durante el proceso.

-Algo así, bastante bien explicado. Esta puerta, aparentemente inútil, está integrada con un… ¿cómo dijo que se llamaba…? ¿Trasto… Transmilo… Transmogra…?

-¿Transmoleculizador?

-¡Eso mismo! Ese… artilugio trasladará el maná de nuestros cuerpos por unos conductos hasta la cima. Allí, en una atmósfera sobrecargada artificialmente con magia, se crearán unas réplicas exactas de vuestros cuerpos.

-¿Tanta parafernalia para acudir a una dichosa reunión?

-Esta torre, la Torre Volta, es el refugio de Amach. Él ya sufrió varios intentos de asesinato mientras se trasladaba a Voltium Nekro, así que prefiere resguardarse. No quiere decir que alguno de nosotros tenga intenciones homicidas, pero así aseguramos que nadie más pueda subir. Él es el único que de verdad se halla dentro, sin ser una copia, y por voluntad decidió encerrarse, habiendo, eso sí, un acceso oculto que tan solo Eida conoce por el cual le trae frecuentemente víveres.

-Como sea. ¿Cómo funciona esta cosa? Porque me resulta poco convincente que un bote con un dispositivo extraño anclado y dos finos tubos vaya a poder hacer tal proeza biológica.

-Tan simple como depositar en el tarro un poco de tu sangre imbuida con tu maná. Luego ya depende de la configuración que el Magotrón le otorgue, aunque en este caso imagino que será aproximarse a la entrada de la puerta, por donde penetran esos tubos, ¿cierto?

-Así es –afirmó el Señor Zrak con algo de asombro ante Hex –. Venga, ¿quién quiere ser el primero?

Tenebra se ofreció voluntaria. Afiló una de sus uñas con pura sombra y se pinchó en el índice de la otra mano. Se apretó la herida y vertió las gotas en el tarro. Nada más llegaron al fondo, el dispositivo emitió un par de ruidos robotizados y el contenedor comenzó a vibrar, haciendo que la sangre diera vueltas por el mismo a una velocidad cada vez más rápida, llegando al punto de que el vidrio por completo se tiñó de rojo. Acto seguido, cuando el movimiento del Transmoleculizador cesó y la sangre se eliminó por un conducto lateral, aproximó su torso a los tubos y recibió una leve descarga eléctrica que hizo que desapareciera.

Excepto Nexus, Hex, y el Señor Zrak, los demás se asustaron ante ese instantáneo desvanecimiento. Nadie esperaba que ocurriese de esa forma, así que el Electromante tuvo que calmarles, viendo que empezaban a dudar de si era buena idea desmaterializar sus cuerpos.

El Aespacial fue el siguiente, precedido de Mal Fario, ambos con la intención de tranquilizar al grupo. La cuarta fue Inanis, siendo los últimos Luzbel e Ignis. Una vez entraron en la Torre Volta, Muerte Fugaz mandó proteger la entrada a dos hechiceros que pasaban cerca. Tras ello, usó el Transmoleculizador. Ya estaban los once preparados para escuchar las palabras de Amach el Sabio, aunque aún faltaba por descubrir, de entre esos once, quiénes eran los tres desconocidos.

-¡Saludos cordiales, soy Ginny! ¡No puedo creerme que esté ante el Consejo al completo! ¡Todo un honor!

Ese caluroso saludo provenía de una joven vestida con una túnica gris, con la cabeza oculta en una cogulla morada. Tenía, además, un cinturón en el que habían atados cuatro viales cuyos contenidos relucían con los colores amarillo, verde, azul y rojo. Asimismo, en sus laterales, reposaban dos relucientes hoces plateadas.

 
-Un momento –dijo Inanis mientras pasaba sus manos sobre su violácea sotana –. Si el cachivache ese se basa en nuestra biología puedo imaginar que lee de algún modo nuestros genes, sin embargo… ¿cómo puede replicar también nuestras indumentarias con tanto detalle?


-Eso es porque recoge, aparte de la información de la sangre, una porción de la memoria del cerebro durante el transcurso de la desmaterialización, para así perfeccionar el contorneado orgánico y sus prendas –explicó una mujer con la cara maquillada como un esqueleto –. Por suerte todos albergábamos códigos sinápticos en nuestro cerebro acerca de nuestra apariencia, hubiera resultado curioso que llegase alguien que nunca se hubiera visto en un espejo.

-Claro… ¡los genes! –exclamó Hex dando un golpe en la palma de su mano – Por eso soy de carne.

Ni los otros del Consejo ni el Señor Zrak ni Eida se habían percatado todavía. Al recurrir a la genética de Hex, el Transmoleculizador ignoró su estado corpóreo actual y recreó una copia de cuando seguía siendo un humano normal.

Entre presentaciones y demás parloteos, el alboroto fue acrecentando en la sala, hasta que Amach, quien estaba sentado en una majestuosa silla, esperando a que los demás le acompañaran en esa redonda mesa, con la paciencia agotada, golpeó el suelo con el extremo de su báculo dorado. Las vibraciones del impacto inundaron la habitación de una manera sobrenatural. Claramente el sonido se vio avivado por la abundancia de maná en el aire.

Todos callaron y el Sabio, en silencio, señaló la superficie de la mesa. Cada asiento tenía un trozo de papel con un nombre. Por lo visto ya había elegido dónde quería que se sentase cada uno. En el sentido de las agujas del reloj, comenzando por él mismo, el orden fue el siguiente: Amach el Sabio, Luzbel Lengua Vil, Señor Zrak Muerte Fugaz, Nexus el Aespacial, Ginny Hoz Estelar, Ignis el Moldeabrasas, Eida la Curiosa, Tenebra Corazón de Ébano, Nadur Corteza Verde, Inanis la Abisálica, Kora Sellaesperanzas y Hex Mal Fario.

Amach cerró los ojos y se mantuvo en ese estado de meditación por un tiempo mientras los Grandes Brujos, que no sabían muy bien lo que estaba pasando, permanecían expectantes. No parecía que fuera a hablar en ningún momento, sin embargo ninguno de los otros, ajenos al Consejo, se dispuso a hablar. ¿Qué estaría tramando el Clarividente?

La Abisálica perdió la paciencia y se dispuso a preguntar si alguien iba a decir algo o no, pero justo antes de hablar una extraña fuerza bloqueó su cerebro. Un mensaje se repitió sin cesar en su mente:

“Permanece en silencio.”

-Amach es mudo –aclaró el Señor Zrak al ver el desconcertado rostro de Inanis –. Pese a ello, su nivel telepático es tan abrumador que puede comunicarse infundiendo sus pensamientos en nuestros cerebros.  Ahora está analizando vuestros recuerdos, en breves iniciaremos la reunión.

No le agradó a ninguno de ellos que un desconocido interfiriera en sus memorias. Aunque no tuvieran nada que ocultar se sentían incómodos dejando expuestos momentos pasados, algunos bastante íntimos. Sin embargo, tenían que pasar por aquello si querían ser acogidos en aquel lugar.

Diez minutos transcurrieron y el Sabio volvió a abrir los ojos. Miró fijamente a la Druida, quien estaba un poco distraída jugueteando con las hojas que había impregnadas en la totalidad de su toga de cuero de tonalidades verde y marrón, y dio un suave golpe con su báculo.

“Nadur, puedes empezar cuando desees.”

-Enseguida –respondió mientras se desataba la cinta verde de su frente y la depositaba en la superficie de la mesa –. Según los informes de mis compañeros, el sujeto ha emprendido un viaje hacia el norte. Podríamos esperar para ver qué trayecto tomará en las próximas bifurcaciones, pero el tiempo apremia.

-¿Y para decir eso tienes que mirar en ese trozo de seda? ¿Lo tenías apuntado o qué?

-Esta cinta está cubierta con sustancias alucinógenas. Para vosotros os resultarían inservibles, en cambio, cuando yo las toco, provocan en mí un rememoración precisa de todo lo que he visto, escuchado, sentido, saboreado y olido durante los últimos diez años.

-Increíble, una droga útil.

“Continúa, Eida.”

-Bien. Con estos datos podemos concretar cinco ubicaciones que coinciden con la dirección del viaje del sujeto. Hay más lugares, por supuesto, pero hemos escogido los cinco únicos donde hay asentamientos taumatúrgicos. En un principio íbamos a ir nosotros solos: Kora, Nadur, el Señor Zrak y yo, pero la Nigromante, a quien he nombrado primero, sugirió que podíamos invitar a los propios implicados en el asunto.

-Entonces… ¿iremos en parejas de un Brujo y otro hechicero a cada uno de esos sitios?

-¡Correcto!

-Pues algo no me cuadra… Somos seis, uno deberá acoplarse a una pareja ya formada, ¿no?

-Cierto –contestó Ginny con una mueca que mostraba una sobreactuada decepción –. ¿Y ahora qué?

“Todo está bien calculado. Nexus, líder del Consejo, se quedará en Voltium Nekro. Hay ciertos asuntos que necesito hablar con él.”

­­­-Con gusto permaneceré aquí, pero, Amach, siento discrepar, no me considero un líder. Ninguno de nosotros está por encima de otro.

“Comprendo. Aun así, fuiste quien formó el Consejo y ayudó a los demás Brujos. Mereces ser honorificado.”

El Gran Brujo del Vínculo llegó incluso a sonrojarse por el, según él, inmerecido elogio. Así que no tuvo más remedio que tomarlo como cierto y permitir que la reunión siguiera su curso.

-De acuerdo. No tengo objeción alguna. Residiré en Voltium Nekro mientras tanto.

“Kora, procede.”

-Las agrupaciones se han basado en el lugar al que van las parejas y la probabilidad de que se encuentren allí al sujeto en cuestión. Dicho esto, espero que vuestra memoria esté receptiva, prestad mucha atención a la composición de las parejas y su destino porque no lo volveré a repetir: Luzbel y el Señor Zrak irán a las Marismas Cinéreas, hogar de los Nerónicos de la Tripulación Aguas Turbias. Ginny e Ignis se presentarán en la ofensiva de los Magos de Retaguardia que hay en las Estepas de la Cicatriz Cinética. Eida y Tenebra acudirán como colaboradoras en la construcción del Fuerte Bendito que están llevando a cabo algunos Cruzados en los Terrenos del Silencio. Inanis y Nadur viajarán a las afueras de las Espesuras Norteñas, donde os esperarán unos escoltas Druidas para llevaros al interior del bosque. Por último, Hex, tú y yo pondremos rumbo hacia el Camposanto Levógiro para reunirnos con un amigo Resucitador mío. ¿Alguien no está conforme con lo que he dicho?

Nadie se opuso a las agrupaciones, el silencio fue la prueba de ello.

“¿Hay algo más que queráis aclarar?”

­-No, Amach –respondieron más o menos al unísono –.

La habitación comenzó a emitir una intensa luz que lentamente fue engullendo todo hasta dejar completamente cegados a los que se hallaban dentro. Llegó a ser tan insoportable que perdieron el conocimiento, no sin antes recibir en sus mentes un último mensaje de Amach.

“Marchad pues. Buena suerte, la necesitaréis.”

domingo, 13 de abril de 2014

Ludum Morte [1/3]

En realidad era un simple principiante, un novato que anhelaba llegar a lo más alto. Cuando veía a mis ídolos en la televisión me mordía los labios de la exuberante envidia que recorría mi cuerpo. Fantaseaba con ser el próximo que apareciera en todos los medios de comunicación, pero para ello primero tenía que recorrer un largo camino. Esto no terminaría al hacer bien mi trabajo, no, después habría de aguardar cierto tiempo para que mi potencial liberase una onda expansiva más fulminante. Debía de ser de los grandes, no de esos que acaban en la interminable lista de imitadores. Tenía que hacerme un hueco, un nombre, sacrificarlo todo en pos de llegar a lo más alto. Y de momento iba bien…

El joven huía por el callejón, apenas podía tenerse en pie, se tropezaba una y otra vez agravando el estado de su magullado cuerpo. Gritaba sin cesar con la esperanza de que alguien fuera a ayudarle. Por desgracia para él, el molesto sonido de las discotecas cercanas enmudecían sus suplicantes alaridos.

De vez en cuando, normalmente al volverse a incorporar, echaba un vistazo atrás. Esos eran los momentos en los que su miedo alcanzaba un pico. Y no le culpo, esa silueta de su asesino, cubierto por una larga gabardina negra, encapuchado, con el rostro oculto, portando un sierra ensangrentada, merecía como mínimo una muestra de sobresalto. Esa silueta silenciosa, que con paso lento se acercaba más y más hacia su presa, con la total seguridad de que pronto le alcanzaría, era digna del más estridente grito. Esa silueta… MI silueta.

Dobló la esquina y se tapó con la terrible sorpresa de que un muro le impedía seguir avanzando. Trató de trepar por él, pero sólo consiguió ponerse en evidencia ante su depredador. Entró en pánico, ya no sabía qué hacer, se arrastró hasta una esquina y se acurrucó, cubriéndose la cabeza con las manos, meciéndose y sollozando.

Caminé con calma, para no asustarle con movimientos bruscos innecesarios. Me puse delante de él y me agaché. Con la mano libre bajé sus brazos y, posándola en su mentón, alcé su cabeza para que me mirase.

-Ey, tranquilo –dije con una plácida sonrisa –.Vas a ser el número 4. Es un número muy bonito, alegra esa cara, por favor. No querrás que en tu velatorio se queden con una imagen de ti errónea, de un chico con el rostro lleno de espanto.

-¿Me… me va a doler? –preguntó él, claramente como indicio de la aceptación de su inminente destino – Dime la verdad… te lo suplico.

-No puedo prometerte la ausencia absoluta de dolor. Ya has visto, por esas laceraciones, que algo de dolor sí se sufre. No obstante, esas heridas te las podrías haber ahorrado si no hubieras tratado de escapar. Aunque no te culpo… ninguno de los otros tres me creyó cuando les dije que todo esfuerzo sería en vano. Respecto a tu pregunta, aún no he obtenido nada mejor que esta vieja sierra para dormiros.

El chico hiperventiló a la par que trataba de contener las lágrimas. No podía apartar la vista de la dentada sierra, cuya hoja ya había saboreado su sangre. Cada segundo que transcurría era una tortura para él, así que decidí no alargar más la penitencia y, sin avisar, le seccioné la garganta. El corte fue tan profundo que se originó la réplica de una catarata rojiza.

Entonces, para mi asombro, me cogió las manos y se inclinó hacia mí. Movía su boca, trataba de pronunciar algo, pero la sangre dificultaba con creces la articulación de las palabras. A pesar de ello, con esfuerzo, logró transmitirme lo que me quería decir.

-¿Puedes… al menos… concederme un último… deseo?

-Claro, dime.

-A partir de ahora… por favor… usa otra herramienta… No quiero… que los siguientes… sufran…

Sus ojos se cerraron tras dejar escapar un último esputo sanguinolento que fue el telón carmesí que dio por finalizada su función en este inmenso teatro llamado vida. Poco a poco su cuerpo se fue deslizando hacia la izquierda y quedó reposando en el húmedo suelo, a la espera de que la policía, previa llamada a comisaría hecha por mí mismo, encontrara su fría y ya inservible carcasa.

Al día siguiente, sin retrasarme ni un minuto, me dirigí a mi Facultad y me apropié, cuando nadie me veía, de un par de bisturís que permanecían guardados en el laboratorio de anatomía.

Quizás penséis que soy débil por no comportarme como un autómata a la hora de ejecutar a mis objetivos. Bueno, puede que tengáis razón. No obstante, si al final el trabajo es realizado con éxito, en este caso matar, ¿qué más da cómo se haya llevado a cabo? Después de todo yo no asesino por ningún motivo en concreto. Mis víctimas no son personas que me dañaron en el pasado, tampoco son gente que ha hecho alguna mala acción, y ni mucho menos son individuos que merecían morir. Simplemente tuvieron la fatídica suerte de toparse con mis cálculos de azar. Es por ello que trato de suavizar todo y darles una muerte lo menos lenta, dolorosa y traumática posible.

Pese a ello, durante los cuatro primeros homicidios no tuve más remedio que emplear una vieja sierra. Podría haber usado un cuchillo o unas tijeras, utensilios igual de letales y localizados en el mismo hogar, pero ya he dicho que no pretendo ser un imitador. ¿Cuánta gente ha matado valiéndose de un mero cuchillo? Eso está muy visto. ¿Y con las tijeras? Igual de común… Por esta razón rebusqué en el tablón de herramientas de mi trastero. Había martillos; una buena opción, pero muy dolorosa, el sujeto tardaría en perecer mientras se retorcía de la agonía. Había destornilladores; también eficaces y menos dañinos, aunque seguían sin convencerme, dejaban muy pocas opciones a la hora de perforar carne. También encontré alicates, llaves inglesas, tenazas… Nada, no llegaban a llamarme la atención…

Hasta que vi una sierra. Sí, estaba oxidada y algunos dientes estaban desgastados, aun así era perfecta: mucho menos común en manos de un homicida, lo suficientemente afilada para abrir la piel sin estimular demasiado los nervios de la periferia y capaz de seccionar regiones de alta resistencia.

Sin embargo, cumpliendo la última petición de ese chaval, la quinta víctima experimentaría una muerte mucho más rápida y limpia. Sería el afortunado de los desdichados. ¿Y quién sería? Pronto lo descubriría.

Llegué a mi casa y limpié con agua y jabón las manchas de sangre de mi gabardina del día anterior. Tras ello, empecé a frotarme los ojos hasta que salieron lágrimas. El número de las mismas, hasta que la irritación cesase, sería el número del portal al que acudiría esta vez. Después, con una aguja, me pinché el pulgar y dejé precipitar una gota de sangre sobre un folio. Medí su radio en milímetros. Este valor indicaría el piso. Por último, si, además de la mancha principal, el papel quedaba salpicado por otras pequeñas gotitas más, escogería a la primera persona que me abriera su puerta, la A, a la izquierda; mientras que si sólo se había originado una única mancha elegiría a la persona de la puerta B, en el lado puesto. En este caso sería el portal nueve, piso dos, puerta B.

Este era el mismo proceso que seguía antes de ir a matar a alguien. Puede parecer absurdo, siendo más simple usar unos dados, pero para mí, tanto la sangre como las lágrimas tenían una especie de significado, como un precio a pagar, el recibimiento de una ínfima parte de lo que sufriría mi próximo objetivo.

Al finalizar la elección me marché a la cama, mañana las clases de la Facultad eran teóricas y ya había acordado con un amigo que falsificara mi firma en el papel de las asistencias. Tenía la coartada perfecta para agenciarme mi quinto asesinato.

Me vestí con unos pantalones cortos y una sudadera gris para no mostrar en el primer encuentro mi verdadero atuendo. ¿Qué? No lo he dicho. Vaya, perdón. Todo ese procedimiento sólo servía para identificar a la persona que ejecutaría, pero ni por asomo acabaría con ella en ese instante, podría vivir con alguien o el vecino de al lado, contagiado por el virus del espionaje, podría estar observando la situación a través de la mirilla. No, soy benevolente, no estúpido. Simplemente hacía un reconocimiento de su rostro y sus prendas, así como echaba un vistazo fugaz a lo poco de la casa que quedaba expuesto a mis ojos. Con ello podía conjeturar si el sujeto saldría pronto de su casa o si tendría que aguardar a mañana.

Sí, en ocasiones la espera se hacía eterna, tal y como sucedió con el primero y el tercero. No obstante, si quería agrandar el listado de mis presas, tenía que tomar las medidas de precaución necesarias. Además, en esta situación la fortuna me había sonreído.

Me abrió la puerta una anciana. Me preguntó qué quería de muy mala gana. Estaba arreglada y olía a perfume, un pequeño bolso marrón colgaba de su fosa cubital derecha. Una foto en blanco y negro de un hombre, en cuyo marco yacía un lazo de seda negro, se encontraba en la pared del recibidor. Mi diagnóstico: en cuestión de unos minutos esa señora iría a dar un paseo, aunque podría matarla ahí mismo, ya que estaba viuda y no habían ruidos que indicasen que ahí habitaba alguien más. Asimismo, antes de entrar al bloque me fijé en el balcón de la puerta del 2º A. No habían plantas y había un cartel de se vende, por lo que tampoco viviría nadie en esa casa. Pese a ello, no corrí el riesgo y contesté que me había equivocado de piso y que lo sentía mucho.

Subí las escaleras y me quedé de cuclillas, prestando atención al más mínimo sonido que proviniese del tercero, para así disimular, incorporarme y fingir que me había detenido para responder a un mensaje del móvil.

Cinco minutos después, mi objetivo volvió a abrir su puerta, se marchaba. Eran las doce del mediodía, por lo que probablemente iría a caminar por el parque que había cerca de la barriada. Yo la seguí manteniendo una distancia apropiada. No tenía mis vestimentas ni mis bisturís, así que primero tendría que cerciorarme del lugar al que iba y luego regresar corriendo a mi casa a por el “material”.

La dicha siguió acompañándome. Efectivamente fue a parar al parque. Se sentó en un banco y se puso a observar el cristalino lago que ondeaba al son de la danza acuática de los patos. Detrás de donde se había sentado se hallaban unos frondosos matorrales donde podría ocultarme. Aunque incluso hubiera podido sentarme a su lado y matarla, puesto que, a pesar de la belleza de ese sitio, no era una zona muy transitada, y menos a esa hora en un día laboral.

Caminé con velocidad hacia mi casa y me cambié para la ocasión. Metí un bisturí en mi bolsillo derecho y el otro en el izquierdo. Bajé las escaleras y llegué nuevamente al parque. Me aproximé a la zona del lago y anduve silenciosamente hasta situarme muy próximo a esos matorrales. Me metí entre ellos y mantuve la calma, así como aguanté la respiración. Busqué el mejor sitio que me permitiese un aceptable campo de visión y esperé a que los pocos transeúntes que había allí dejasen de circular.

No pasó mucho tiempo hasta que el lugar quedó ausente de potenciales testigos. Hasta el mismísimo viento dejó de incordiar, era como si el tiempo se hubiera detenido y únicamente ella y yo nos hubiéramos librado de esa pausa. Pude escuchar los latidos de mi corazón, estaba nervioso, era la segunda vez que cometía un asesinato a plena luz del día, en un sitio donde las probabilidades de que me descubriesen eran bastante altas para mi gusto.

Aun así, seguí con el plan y emergí del follaje, extendiendo los brazos para agarrarla de las axilas y tirar de ella hacia mí. En cuanto la gravedad favoreció su arrastre hacia los matorrales puse mi mano derecha en su boca para que no alertara a nadie.

Apreté su cabeza y rápidamente con la otra mano extraje de la gabardina uno de los bisturís. No paraba de revolverse, de manera que tuve apuñalarla en el primer sitio que vi viable, el cual, en este caso, fue su hueso temporal derecho. Sin embargo, la hoja penetró apenas unos milímetros. ¿Qué sucedía?

Me puse encima de ella y la propicié un feroz puñetazo en la cabeza para aturdirla. Ahora que podía continuar con más calma, decidí investigar lo que había ocurrido. Tracé un delgado corte a lo largo de la región que había resistido el golpe e introduje mi dedo meñique. Enseguida lo comprendí. Había tenido la mala suerte de impactar la hoja del bisturí contra una placa de titanio. Esta mujer se había sometido a algún tipo de cirugía craneal y la habían atornillado esas minúsculas prótesis.  Eso era lo que la había librado de la primera arremetida, que no de la muerte.

Aunque jamás pensé que ella aprovecharía esos segundos extra para luchar por su vida… Distraído, a la par que fascinado, por ese fortuito suceso, la anciana sujetó la mano que taponaba su boca y la mordió con tanta fuerza que sentí cómo varios tendones se quebraban. Instintivamente, mis mecanismos de defensa activaron mi otro brazo y respondí con una letal maniobra. Seccioné las comisuras de sus labios hasta llegar a los maseteros y así debilitar la fuerza de su mandíbula. Acto seguido, nada más soltar mi mano, la apuñalé varias veces en el pecho y no paré hasta que quedé totalmente seguro de que había fallecido.

Había sentido verdadero pánico. Con sólo pensar que podría haberse torcido la cosa y habría podido huir se me ponían los pelos de punta. Por fortuna, aunque con contratiempos, había logrado nuevamente cumplir mis expectativas, ya había obtenido mi quinta víctima. Dos más y podría descansar durante una semana.

Me deshice de todos los restos que pudiesen implicarme en el crimen y dejé el ensangrentado cadáver escondido entre el verdor silencioso de esos espectadores vegetales. Pero justo entonces me di cuenta de que sería descabellado caminar por ahí con “cierta señal”. La gabardina, de nuevo, y esta vez con más abundancia, había recibido un considerable baño de sangre, así que no tuve más remedio que ponérmela del revés. Prefería que me miraran con burla creyendo que era un palurdo que no sabía vestirse a que me contemplaran horrorizados pensando lo que de verdad era.

De vuelta al hogar, con mis movimientos, la sangre se fue filtrando a través de mi camiseta. Percibía su calidez, como un abrigo exánime que me transmitía los llantos de su progenitora… Definitivamente tenía que deshacerme de toda esta empatía inservible. Comprendía que no por ser un asesino en serie tienes que tener tus vasos sanguíneos obstruidos por carámbanos de hielo, pero había que mantener un nivel concreto de frialdad, básicamente por el bien de alcanzar mi sueño. ¿Cómo conseguir esto?

Sencillo, por primera vez habría de saltarme mi protocolo y elegir a la siguiente víctima solamente por el azar situacional, una persona cuyo fallecimiento causado por mí fuera una medicina eficaz para congelar mis emociones. Y estaba en el lugar idóneo para encontrar a alguien así.

Un niño, que no pasara de los diez años, esa clase de sujeto sería perfecto, siempre y cuando me obligara a mí mismo a posicionarme en una situación de no retorno, donde si, por algún casual, desistía y me negaba a matarle, las consecuencias fueran tan nefastas como para acabar justo ahí con mis expectativas de fama. Esto, aparte, sería una buena motivación para seguir adelante y matarle. Si tuviesen que venir lamentaciones y remordimientos que fueran más tarde, ya hecho el trabajo.

Eran la una y cuarto de la tarde, aún faltaban un par de horas hasta que viniera algún niño a corretear por el parque, con lo cual, tenía tiempo para limpiar una vez más mi gabardina, cuyo tejido ya estaba empezando a resentirse por el desgaste al que estaba siendo sometido.

Tras una intranquila espera de dos horas y veinticinco minutos, con decisión me planté en la zona recreativa más próxima e hice un breve análisis del entorno. Casi no había ningún padre por los alrededores, ni siquiera en los bancos cercanos. Al lado había una terraza con bastante alboroto. Seguramente se encontrarían allí, sin prestar absolutamente nada de atención a los once niños que se columpiaban, se deslizaban por el tobogán o daban brincos en la arena.

De entre ellos había un niño, de unos ocho años, que estaba en la cima del tobogán con los pies colgando, balanceándolos en el aire. Desde el primer momento se había dado cuenta de mi presencia, aunque me ocultara tras un robusto árbol. Me entró un escalofrió cuando nuestras miradas se encontraron. Me escondí y aguardé unos segundos para luego asomarme de nuevo y comprobar que seguía vigilándome. Ante ello, tenía dos opciones: darme por vencido e intentarlo en otro lugar o valerme de su curiosidad y llamar su atención para que me siguiera. Claramente escogí la segunda opción.

Empecé a hacerle señas para que las copiara, como si se tratara de un juego. De inmediato mordió mi anzuelo. En cuestión de cinco minutos ya había creado la suficiente confianza en él como para que se bajara del tobogán y se acercara casi a los límites de esa zona de ocio.

A partir de ahí fue coser y cantar, ya que podía susurrarle sin que los otros niños me escucharan. Le aseguré que si me acompañaba un momento a una calle para hacer unos recados le recompensaría comprándole el videojuego que más quisiese, sin importar el precio.

Fue bastante sencillo embelesarlo con ese premio. Dio saltos de alegría, por lo que tuve que pedirle que guardara silencio y actuara como si yo fuera su hermano mayor, ya que si no algún adulto aburrido podría interponerse y se quedaría sin el videojuego.

Para mi asombro, el niño supo actuar bastante bien, incluso me sugirió que saliéramos del parque por un camino alternativo al habitual de tal forma que evitásemos encontrarnos con sus padres. Quién me diría a mí que la propia víctima cavaría parte de su tumba, aunque por otro lado se me hacía un nudo en la garganta cuando pensaba en la tremebunda decepción que dentro de poco se llevaría aquel chico.

En fin, continué con lo establecido y le conduje hasta una de mis calles favoritas, no muy lejos del parque. No solía pasar gente y tenía cuatro callejuelas estrechas abarrotadas de proyecciones umbrías que serían capaces de ennegrecer la más luminosa de las bombillas. En definitiva, el rincón preferido de cualquiera que desease cometer cualquier atrocidad de cuestionable legalidad.

-¿Y por aquí hay una tienda de videojuegos? No lo recuerdo –dijo él tras caminar un rato por la calle, comenzando a sospechar algo –.

-Realmente no es una tienda como tal, se venden más cosas –respondí ágilmente antes de que el silencio estropeara la treta –. Lo que pasa es que optaron por no gastarse mucho en la estética ni en letreros, pero por dentro está bastante bien.

Al parecer eso le convenció, no volvió a abrir la boca hasta que el momento llegó… Cuando nadie miraba rodeé su cuello con mi brazo izquierdo y lo arrastré al tercero de esos callejones. Se puso a patalear y repetidas veces logró hacerme daño en las rodillas, de forma que tenía que detenerse y aplicarle un gancho en el estómago, aunque no resultaba ser muy efectivo. Era demasiado enérgico, me costaba contenerle y casi ni podía enmudecerle el estrangulamiento que le estaba propiciando.

Fue entonces cuando un líquido cayó sobre el brazo que apretaba su cuello. Eran sus lágrimas. Había llegado justo al punto de no retorno que antes había mencionado. Surgió una dicotomía en mi cabeza. Podría soltarle y dejarle marchar, a riesgo de ir a parar a la cárcel o algo peor; o bien podría...

Contuve la respiración y le perforé el corazón con el bisturí a una velocidad vertiginosa de tal manera que sintiera el menor dolor posible y la hemorragia hiciera el resto. Pronto sus movimientos enlentecieron y perdieron fuerza, su cuerpo se rindió y segundos más tarde le dio la bienvenida a la muerte. Lo tumbé con delicadeza en el suelo y…

-¿Qué haces?

El vello se me puso de punta. Alguien me había descubierto. Me giré inmediatamente y contemplé a mi testigo. Una chica más o menos de mi edad, quizás un poco más joven, completamente vestida de negro, con un rostro extraño… básicamente porque no mostraba terror ni sobresalto, sino más bien manifestaba curiosidad y alegría. Pero me era irrelevante, no podía dejarla escapar, así que sin responder a su pregunta me lancé contra ella y la hice caer al suelo conmigo encima, amenazando su cuello con mi bisturí. Sin embargo, ella, en vez de gritar o algo por el estilo, permaneció con esa misma expresión en su cara.

-Y yo que hoy pensaba no salir a dar un paseo –afirmó jovialmente –. ¡Esta ha sido la mejor decisión de mi vida!

-Vale… Voy a tener que preguntar, ¿por qué no reaccionas como una persona normal? Acabas de visualizar el asesinato de un niño pequeño. ¿Acaso no te disgusta eso?

-No puedo decir que me agrade, claro que no. Lo que pasa es que no puedo evitar contener mi júbilo al haberte encontrado.

-¿Encontrado, me conoces?

-No, no es a ti en concreto a quien me refiero, sino a lo que haces. He hallado finalmente a alguien que puede hacer realidad, sin ninguna clase de remordimiento, mi tan anhelado sueño: ser asesinada por un psicópata.

-¿Un psicópata? Te estás equivocando…

-¡No me vengas ahora con discrepancias! No hay que tener muy bien la cabeza para eliminar de esa forma a un crío. Anda, dime, ¿cuántas vidas has arrebatado ya?

-Seis…

-Así que ya estás bastante habituado a eso de matar, ¿eh? ¿Y a qué número piensas llegar?

-No sé ni por qué te cuento esto, pero bueno –respondí, seguido de un suspiro –. De momento, con una más, me tomaré una pausa hasta que las búsquedas del homicida por la zona se desvanezcan un poco.

-¡Es sencillamente perfecto! Venga, ¿a qué esperas entonces? ¡Córtame el cuello!

Nadie podía negar que esa situación era de las más raras que alguien podía vivir. No obstante, quién era yo para oponerme. Aún me quedaba un asesinato más para poder tomarme el descanso, y con ella ni siquiera tenía que ponerme a buscar. Además, otra vez me veía entre la espada y la pared. Posiblemente no diría nada acerca de mí a los policías si la dejaba ir, pero con esa actitud estaba seguro de que seguiría incordiándome hasta que por fin la matara. Así que, sin darle más vueltas, dibujé con la hoja su ansiada herida mortal y me levanté del suelo. Extraje un pañuelo para eliminar la sangre del bisturí y aguardé a que se desangrara.

-¿Sabes… lo… mejor de esto? –me preguntó segundos antes de que la anemia detuviera el funcionamiento de sus órganos –.

-¿El qué?

-Que has eliminado… las barreras que… me impedirían seguirte… durante tu labor… Ahora, desde otra… perspectiva… bastante distinta…, podré acompañarte… hasta que la última víctima… caiga a tus pies…

Eso fue demasiado siniestro incluso para mí.