Esta situación era impensable…
Ahí estaba yo, realizando una nueva cura en la herida que me
propició aquella anciana, mi quinta víctima. Aún no había acudido al médico. Se
veía a primera vista que estaba provocada por un mordisco, si iba a un hospital
quizás levantaría sospechas… Una suerte que una de las limpiezas que hice antes
de dejar la escena del crimen fue arrancarle los tres dientes que se
impregnaron de mi sangre, y por extensión de mi ADN.
Pero lo que me preocupaba no era la mordedura en sí, al fin
y al cabo estaba evolucionando favorablemente y no había indicios de infección
ni de necrosis. No… lo que me sacaba de quicio era esa chica… preguntando día
sí y día también cuándo volvería a matar a alguien…
Ah, un momento, es cierto. Puede resultar raro decir eso sin
relatar lo que pasó. Está bien, comenzaré desde el principio, no me llevará
mucho rato esta historia:
“Estaba arrastrando
los dos cuerpos al fondo del callejón para dejarlos ocultos entre las sombras
que se proyectaban en las esquinas. Una vez hecho esto, con un trapo que tenía
guardado, froté todas las zonas en las que sospechaba que pudiesen estar mis
huellas dactilares. Con esa misma tela difuminé un poco la sangre del suelo de
tal manera que se ennegreciera con la suciedad de la superficie y fuera más
complicado distinguirla del resto de porquería líquida que había desperdigada
por ahí.
Eché un último vistazo
al callejón. Todo estaba medianamente en orden, tardarían bastante tiempo en
dar con los dos cadáveres, aunque sus hallazgos podrían verse facilitados en
cuanto alguien se topase con la muerta del parque. No obstante, no tenía que
preocuparme por nada…, salvo por la conversación que había mantenido con esa
chica. Sus últimas palabras se habían quedado grabadas en mi cabeza y me
causaban escalofríos cuando las recordaba…
-Hasta que la última
víctima caiga a tus pies.
Esa rememoración fue
bastante distinta de las otras. Podría decirse que el susurro no provenía del
interior de mi cráneo, sino del exterior. Algo, quizás el instinto que tenemos
por naturaleza, me alertó de que posiblemente mi próximo movimiento sería
decisivo. ¿Aguardar en el callejón o marcharse?
Como mi estupidez no
tenía rival, permanecí allí para ver si se repetía ese extraño susurro de
nuevo. Pero no me digné a hacer sólo eso, no… Tuve que girarme, en dirección a
los cadáveres… Fue cuando descubrí una sombra humana, de pie, al final del
callejón. Fuera quien fuera había estado escondido desde antes de que trajera
al niño para matarlo. Y para colmo también era quien había pronunciado esa
espeluznante frase, ¿se estaba mofando de mí, no era consciente de que acababa
de poner en peligro su vida por no haber continuado oculto?
Quería tomarme un
descanso tras llegar a la séptima víctima, pero no tenía otra opción. Empuñé
una vez más uno de los bisturís y cargué hacia él. Estaba cansándome de estas
visitas inesperadas. Ni un atisbo de compasión iba a surgir de mí durante el
degollamiento de ese desgraci…
-¡Tú!
-Tampoco te alteres de
esa forma. No hemos estado tanto tiempo sin vernos…
¿Adivináis quién era?
Los más perspicaces lo habrán averiguado: mi séptima víctima. Ahí estaba, sin
ninguna marca en su cuello, sin sangre, completamente llena de energía… ¿Qué
estaba ocurriendo? Aunque extraño, hubiera podido darse el caso de que siguiera
con vida, pero no hay ninguna explicación razonable para que haya desaparecido
el corte de su cuello.
Era real, no era un
sueño, su cuerpo estaba cálido, podía percibir su aliento y visualizar la mueca
demente que puso la otra vez mientras la mataba. Era ella, no era un producto
de mi imaginación… ¿Por qué demonios entonces estaba viva?
Algo andaba mal, o
estaba teniendo una alucinación ahora o había sido antes… No obstante, sin
preguntarla directamente a ella sobre aquello, me dispuse a atravesar su pecho
con la hoja. Un golpe certero en el corazón acabaría con todo ese sinsentido.
Sí, debía hacerlo rápido, no sería de mi agrado que otro incauto me incordiase durante
mi faena.
Sin embargo, cuando el
bisturí penetró en su piel no hubo respuesta hemorrágica alguna. A cambio, ella
me devolvió una diabólica carcajada que terminó por desconcertarme
completamente.
-¿Qué está pasando?
¿Por qué te ríes…? ¿¡Por qué no te mueres!?
-Es imposible que eso
suceda… otra vez –me respondió con tono burlón –.
Parecía imposible,
pero no había otra explicación. ¿Tan fuerte era su deseo de acompañar a un
asesino durante su labor que había vuelto a la vida? ¿O es que había otra razón?
No podía negarlo, estaba un poco asustado, aquella experiencia sobrenatural
dejaría sin duda mella en mi integridad psicológica.
Dentro de lo posible,
traté de calmarme, me incorporé y la tendí la mano para que se pusiera de pie.
Al menos tenía la suerte de que no sería mi enemiga, aunque antes debía
asegurarme de que no interferiría negativamente en mis planes futuros.
-Supongo que me
seguirás aunque no quiera, ¿cierto?
-¡Supones muy bien!
-Está bien… Pero, ¿y no
te preocupan tus padres? Me imagino que comenzarán a buscarte dentro de poco.
-Eso es irrelevante.
¡Estoy muerta! Ya no tengo que molestarme por esos asuntos de vivos.
-Bueno, en vistas de
que no das el brazo a torcer… No veo otra alternativa, puedes venir conmigo.
El grito de euforia
que dio en ese instante alborotó tanto el ambiente que me vi obligado a taparla
la boca. Con sólo imaginar cómo podría comportarse de camino a mi casa ya
estaba comenzando a arrepentirme de la invitación…”
Por fortuna, fue consciente de la situación y no hizo nada que
llamara la atención del resto de viandantes. Y hasta ahora, bueno, lo único que
ha hecho ha sido sentarse en una silla del salón y hacerme mil preguntas, tal y
como he dicho antes.
Seguía insistiendo, como de costumbre. Por mucho que la
explicara que necesitaba tomarme unos cuantos días de pausa para no ser cazado,
ella hacía caso omiso. Persistía una y otra vez… Y lo peor de todo era que,
como estaba muerta, durante las horas de ingesta y de sueño podía dedicarse
también plenamente a molestarme.
A ver, mi intención tampoco era retratarla como una persona
infantiloide. Por supuesto que no estaba constantemente así, aunque para mí lo
pareciera. Podría decirse que ella se tiraba todo el día mirando el reloj,
contando los minutos, y más o menos cada media hora me preguntaba algo
relacionado con el reinicio de mis homicidios.
En cambio, ese día… ese mismo en el que estaba procediendo a
la cura rutinaria de la mordedura de mi mano, no sólo se conformó con las
cuestiones reiterativas… hubo algo más…, un error, un fatal error provocado por
la desafortunada decisión de dos jóvenes.
Llamaron al timbre, con avidez me puse una gasa en la herida
y la adherí de mala manera con un poco de esparadrapo. Para que no se fuera el
que estuviera al otro lado de la puerta, mientras realizaba este cuestionable
vendaje, le avisé, alzando la voz, que esperara unos segundos. Desgraciadamente
esto alertó a la chica, quien, al saber que iba a disponerme a abrir la puerta,
decidió “sacarme de mi pereza”.
Me dirigí al recibidor cuando me topé repentinamente con
ella, con esa siniestra sonrisa que tanto la caracterizaba. Tenía sus manos pegadas
a su espalda, como si ocultara algo. La pregunté si tramaba algo, a lo que me
respondió con otra pregunta: por qué no llevaba el atuendo, dijo.
Inmediatamente averigüé lo que tramaba. Suspiré y tendí mi
mano, exigiendo que me entregara lo que fuera que ocultase tras de sí. Sin
embargo puso una pega, afirmando que sólo me lo daría si les otorgaba una
bienvenida digna a las dos personas que habían acudido a mi domicilio. Vaya, ya
les había echado un vistazo a través de la mirilla.
Apresurado por la imaginable impaciencia de los desconocidos,
acepté, pidiendo antes que me dejara al menos escucharles para ver qué
necesitaban. Ella asintió y colocó en mis manos el objeto que escondía… No me esperaba ni por un momento que fuera mi
ex-compañera, mi sierra oxidada.
-¿No sería mejor con
los bisturís? Esto es muy cantoso –sugerí con un bajo tono de voz, ya que
corría el riesgo de que me escucharan los visitantes –.
-Hasta ahora no te he
metido en ningún lío y mucho menos he promovido algo que pueda perjudicarte.
Confía en mí.
-Vale, lo haré con la
sierra, pero luego tú y yo vamos a intercambiar unas cuantas palabras.
De muy malhumor abrí la puerta y, antes de que pudieran
percatarse de lo que portaba en mi mano izquierda, de un tirón metí rápidamente
en casa a uno de ellos mientras que al otro le seccionaba la tráquea para
seguidamente introducirlo también en mi dulce (y un poco manchado ahora) hogar.
Acto seguido cerré la puerta y los arrastré, con menor o mayor dificultad,
hasta el salón, de manera que así tuviese un mayor campo para proceder a la
cárnica monotonía.
Coloqué mi rodilla derecha sobre el pecho del que estaba
intacto y acerqué los dientes de la ensangrentada sierra a su pescuezo para que
dejara de revolverse y de gritar. Una vez conseguida algo de calma, me fijé en
el malherido. A pesar de la profunda hemorragia seguía con vida. No podía tener
más suerte… Quiero decir, suerte para mí, no para él. De esta manera podría
poner en práctica una pequeña prueba que había surgido hace unos segundos en el
clímax de mi iracundia.
-En teoría ya está
muerto, no podrá salvarse –contesté dirigiéndome a la chica –. ¿Quieres seguir a mi lado? Está bien,
adelante, remátalo.
Sin decir ni una palabra, ella saltó sobre su abdomen y sin
dudarlo dos veces hundió sus dedos en su estómago. Tal imagen hizo que la otra
presa, la cual hasta entonces había permanecido muda ante la advertencia de mi
sierra, se agitara de nuevo, por lo que no tuve más alternativa que sajarle la
garganta. No obstante eso no quedó ahí. Quizás por el shock o por la inquina
remanente, no lo sé, pero algo me impulsó a continuar serrando su cuello, a
pesar de su inequívoca defunción, hasta que acabé decapitándolo.
Tiré la sierra y levanté su cabeza del suelo, mirándola
detenidamente. Sus ojos habían perdido ese brillo singular que se encuentra en
cualquier humano vivo, aunque sus párpados, abiertos aún, con la musculatura
periférica contraída por completo, hacían creer que permanecía con vida.
¿Estaría observándome? Hay leyendas que afirman que una cabeza mutilada sigue
activa unos segundos después de su extirpación.
No importaba mucho eso en ese preciso momento. Deposité la
cabeza justo al lado de su cuello, del cual todavía emanaban intermitentes
chorros de sangre y puse toda mi atención en esa, cada vez más sorprendente,
admiradora.
-¿Cómo has logrado
atravesar su piel y su musculatura con tanta facilidad?
-¿No te lo he dicho
ya? Estoy muerta, mis órganos están marchitos, mi cerebro ya no me controla –explicó
mientras extraía con saña las vísceras de aquel infeliz –. Por esta razón no hay nada que pueda inhibir mi auténtica fuerza. No es
que ahora pueda moldear vigas de hierro con un solo meñique, pero al menos soy
capaz de exprimir el máximo potencial de mi cuerpo.
-¿Y eso lo sabes
debido a…?
-Me gusta informarme
de lo que me atrae… Los asesinatos, los monstruos, la oscuridad, la muerte en
general. Muchas cosas de las que aprendía era suficiente con considerarlas como
máximas. En cambio… había otros aspectos que necesitaba comprobarlos
empíricamente… de manera personal. Y qué mejor para ello que ser una muerta
viviente que hace compañía a un psicópata. Mato dos pájaros de un tiro,
finiquito dudas tanto acerca de los límites que alcanza un ser antes de ser
ejecutado como sobre el comportamiento fisiológico de un cadáver fresco.
Esa última frase quedó adornada, aparte de con su típica
mueca, con un desgarramiento brusco de las vísceras que tenía entre sus manos,
transformándolas en una pulpa sanguinolenta… Fantástico, había dado a parar con
una persona que abría nuevas fronteras en la definición del adjetivo demente.
Unos segundos más tarde dejó finalmente descansar al
difunto… Los dos jóvenes podrían reposar tras vivir tamaña ingrata experiencia.
Sus camisas blancas, al igual que sus negras corbatas, habían quedado
pigmentadas con sus sangres. Ninguno de ellos habría imaginado que acudir hoy al
trabajo e ir llamando puerta por puerta a la clientela sería la peor decisión
que podrían haber tomado. Quién quiere una remuneración si has de acudir a una
cita con la propia Parca.
Sí, ya había aumentado mi contador a nueve, y no pensaba
dejarlo en ese número, pero eso no quitaba que cada asesinato me hiciera
reflexionar. Me lo tomaba con filosofía, tal vez en eso concordaba con esa
chica, sobre aquello de la muerte y de las personas a las que apunta con su
objetivo. Es impresionante que elegir entre dos opciones pueda suponer una
diferencia tan crucial como es la de seguir vivo o acabar en un féretro.

-Por cierto, ahora que
caigo… Aún no me has dicho cómo te llamas –dije para romper ese silencio,
el cual se estaba volviendo bastante incómodo en mi opinión–.
-Tú tampoco lo has
hecho, ¿por qué debería responder la primera?
-Qué despiste por mi
parte. Mi nombre es Guillermo.
-El mío es Jane Doe,
encantada.
-¿Eso… es un nombre
real?
El mutismo regresó, y traía consigo a una compañera: la
incertidumbre. Claramente no era un nombre muy convencional. Algo había oído
antes de él. Supuestamente era el pseudónimo que se les ponía a las mujeres
cuyos nombres eran desconocidos… Pero bueno, al menos ya podía dirigirme de una
forma más apropiada a ella.
Me aclaré la garganta y fui a la cocina para recolectar todo
el material de limpieza que necesitaba. Habíamos hecho un verdadero estropicio
en el suelo, y eso que aún no me había planteado a qué escondrijo llevar los
cuerpos, lo cual supondría más trabajo aún.
Como era de esperar, Jane Doe ni siquiera hizo el amago de
ayudarme a secar el suelo. Únicamente se quedó a mi lado, observando con
atención la técnica que empleaba con la bayeta para que no quedase nada de
sangre.
-Lo haría más rápido
si “alguien” colaborase –murmuré con la intención de que captara el mensaje
–.
-¿No te he ofrecido ya
suficiente ayuda?
-¿Cómo dices?
-Veo que has pasado
por alto la razón por la que te dije que confiaras en mí…
-Bueno, no es que le
haya dado muchas vueltas precisamente a eso.
-Pues deberías. Esa es
una de las claves que te permitirán comprender mejor a este cadáver con el que
estás charlando…
-Absolutamente
intrigante, pero… ¿sabes qué? Voy a contrarreloj, en cualquier momento puede
venir un vecino a preguntar el motivo del alboroto de antes y necesito eliminar
ciertas pruebas.
-Improbable.
-¿Qué?
-Que eso no ocurrirá.
Ningún vecino se ha percatado de los golpes o del griterío, puedes tomártelo
con calma.
-Por favor, explícame
cómo has llegado a esa conclusión sin salir en ningún momento de casa.
-Verás… Imagino que
después de convivir varios días con una auténtica “caminante” te habrás vuelto
un poco menos… escéptico. Por tanto, no veo ningún impedimento a la hora de
decirte que mi ayuda trasciende a algo bastante abstracto y difícil de creer.
-Ilumíname –respondí
estrellando bruscamente el, ahora rojizo, trapo contra el suelo –.
-Mientras esté a tu
lado, tu carrera como asesino en serie será mucho más sencilla, hasta el punto
de que parecerá que las propias víctimas se introducen voluntariamente en las
fauces del lobo. Lo que trato de decir, en resumidas cuentas, es que soy capaz
de modificar levemente la línea causal y deshacerme de ciertos impedimentos que
podrían imposibilitar o hacer arriesgado el acabar con alguien en concreto. Por
ejemplo, en este caso, el factor más importante que podría haber estropeado
todo eran los vecinos, que alguno escuchase algo fuera de lo normal y viniera a
preguntar o, mucho peor, llamase a la policía. Sé que mis palabras no pueden
convencerte… ¡Por eso mismo quiero que vengas! Ve piso por piso, comprobarás
que, por un motivo u otro, el bloque está completamente vacío, a excepción de
ti y de mí… y bueno, de estos dos cadáveres.
No parecía que estuviera mintiendo, se la veía muy decidida
con lo que me había dicho. No obstante, mejor prevenir que curar, por lo que
terminé de dar las últimas pasadas al suelo y arrastré los cuerpos hacia mi
habitación para meterlos en el armario.
Una vez realizado esto, intrigado, me dispuse a comprobar lo
que Jane Doe aseguraba con tanta confianza. Pero ella se interpuso en mi
camino. Con sólo contemplar su cara podía figurarme lo que iba a suceder a
continuación, su expresión indicaba indudablemente que iba a pedirme nuevamente
algo.
-Así que vas a
comprobar casa por casa que no hay nadie, ¿cierto?
-No creo que me lleve
mucho tiempo. Enseguida me abrirá alguien la puerta.
-Como sea. Esto me
duele, es señal de que aún no confías mucho en mí. Con lo cual… quiero hacer un
pequeño pacto.
-Y bien, ¿de qué se
trata?
-Muy fácil, y seguro
que aceptas. Si, aparte de nosotros, encuentras a alguien más en su respectivo
hogar, instantáneamente me iré y te dejaré en paz. Por el contrario, si se
cumple mi predicción, de inmediato tendrás que ir a por tu décima víctima.
Lo medité durante unos segundos. Pasase lo que pasase no
saldría perjudicado del todo, ya que aún podía permitirme asesinar a alguien
más antes de tomar otra pausa. Así pues, me encogí de hombros y con desganas
acepté el trato.
No perdí ni un minuto más y comencé con las puertas de mi
mismo piso. Nadie contestó. Subí al tercero y al cuarto. Tampoco obtuve
respuesta. Bajé al primero y después al bajo. Absolutamente nada de nada. ¿Qué
posibilidades había de que todos y cada uno de mis vecinos abandonasen simultáneamente
sus casas para hacer… lo que fuera?
Estaba delante de la puerta del Bajo B. Con la boca abierta
y un poco desconcertado. Luchaba conmigo mismo, tratando de no creer lo que
Jane Doe me había explicado acerca de esa habilidad que poseía. Fue entonces
cuando ella me dio dos suaves golpes con su dedo índice en mi espalda. Me giré
y la vi con una sonrisa diferente a la habitual, en ella podía leerse un punzante
mensaje: te lo dije. Pero eso no acababa en su faz. Asimismo, como si fuera un
ramo de flores que había de entregarme, empuñaba, cercano a su pecho con la
mano izquierda, uno de mis bisturís. Estaba claro, había perdido, y ahora
tocaba cumplir con la penitencia.
Le arrebaté el instrumento y no pude evitar soltar una
ligera risotada a la par que jugueteaba con la susodicha arma pasando suavemente
su hoja sobre las yemas de mis dedos… Realmente había desaparecido gran parte
de la molestia que ella me producía, de hecho, incluso encontraba agradable la
situación. Estaba buscando un elemento que impidiera que detuviese de manera
indefinida mi racha de homicidios… y al fin lo había hallado, curiosamente en
una persona que formaba parte de esa misma lista de desafortunados.
-Espero que al menos
también me eches un cable con el siguiente –contesté jocosamente –.
-Oh, no hay problema
con eso…
Como por arte de magia, justo cuando Jane acabó su frase,
una persona introdujo su llave en la cerradura del portal. Alguien estaba a
punto de entrar. Raudamente escondí el bisturí y ambos disimulamos, como si
estuviéramos mirando si había correo en mi buzón.
-Buenos días.
Era ni más ni menos que el vecino del Tercero C, el que
justo vivía encima de mí y casi siempre se las arreglaba para provocar
irritables ruidos que hacían retumbar las cuatro paredes de mi casa. Él sí que
era un verdadero incordio… Y ahora estaba próximo a él, sin ningún vecino más
presente, con un pacto que cumplir y un décimo puesto vacante que llevaba su
nombre…
Para qué negarlo, la ventaja que me ofrecía Jane era
bastante interesante.
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