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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 1 de abril de 2014

Pequeño diario de una pequeña alma #13

[El asunto se ponía interesante para ambos. Parecía que Bruno iba a tener que sobrevivir sin esa faceta que exacerbaba su malicia, teniendo en su propia casa a una de las personas que quería matarlo; una gran imprudencia por su parte. Mientras tanto, en la Oscuridad, la vigía del Paraverso y yo logramos acabar con uno de Los Siete. Se veía una luz de esperanza al final del túnel. Poner fin a todo era posible. Aunque…

Comencemos por lo que el chico me relató.]

Samanta se despertó. La había dejado en el suelo del salón y, nada más ver que sus movimientos aumentaban, inmediatamente me puse encima de ella, cuchillo en mano, para evitar cualquier sorpresa desagradable.

-¿Dó… dónde estoy? –preguntó aún sin abrir los ojos del todo ni percatarse de su inmovilización –.

-Bienvenida –contesté apretando suavemente el filo del cuchillo sobre su pecho, justo en el corazón –. Ahora que todo está más calmado me vas explicar qué te ha pasado para que pases de cartas románticas a emboscadas homicidas. Y exijo una respuesta clara… Me ha costado muy caro el no haberte rebanado el cuello en la calle.

-No lo entenderías… Creerías que estoy loca…

-¿Loca? Ya he visto demasiadas cosas que desafían a la cordura. Nada de lo que me digas me sorprenderá, así que empieza a hablar o aplicaré más presión.

-Está bien… Un señor que se hacía llamar Siete me prometió lo impensable: resucitaría a mi padre a cambio de asesinarte.

-¿¡Y pensaste que cumpliría el trato!? –respondí furioso, pese a que muy dentro de mí supiera que Óscar seguramente sería capaz de devolverle a la vida de verdad. De todos modos, si él le resucitaba no se alzaría su padre, sino otro títere para su causa –. Recapacita por un momento. ¿Ibas a matarme por una promesa vacía? No esperaba que actuases así… No esperaba… que fueses tan manipulable…

Parece que toqué alguna fibra sensible, porque un impulso de inquina hizo que se defendiera y diera a la situación un vuelco. Ahora era ella quien estaba encima de mí, con el cuchillo, el cual me había arrebatado por haber bajado la guardia, reposando sobre mi yugular derecha.

-Hazlo –sugerí con total seguridad. Esta vez no por rendición, sino porque sabía que no iba a poder hacerlo. Tenía que seguir los pasos de Yin y jugar un poco con el enemigo –. Sé que lo estás deseando… Desliza la hoja, la sangre brotará y de repente, por arte de magia, los restos de tu padre cobrarán vida.

-No… No puedo…

-¿Por qué no puedes? ¿Quizá porque sabes que Siete te traicionará? ¿Tal vez porque eres consciente de que tu padre jamás podrá regresar? ¿O, por el contrario, es porque no tienes agallas? ¡Vamos! Si de verdad es lo que quieres, mátame.

Como era de esperar, soltó el cuchillo mientras sus manos temblaban. Sin embargo, no todo se debió a esas frases insustanciales. Algo acababa de ver que la había parado en seco. Fue, entonces, tras recuperarse del mutismo, cuando señaló mi pelo, más o menos a los cabellos próximos a mi frente.

-¿Qué… te está ocurriendo? Te cambia el color –afirmó incrédula –.

Olvidé mi estratagema y me levanté del suelo con total facilidad, ya que Samanta había dejado hace rato de aplicar fuerza para impedir mi escapatoria. Fui a mirarme al pequeño espejo pegado al frigorífico. No reflejaría toda mi cabeza, pero pronto me fijé que no era necesario en absoluto. Únicamente había cambiado una pequeña porción de mi pelo, un mechón largo que salía justo en la mitad de mi cabellera frontal y terminaba muy cercano a mi patilla derecha. Una de mis porciones de pelo más extensas había dejado de ser de color negro para volverse, aparentemente en cuestión de segundos, blanco. ¿Qué explicación tenía eso?

Ella apareció detrás de mí. Una minúscula porción de su rostro quedó expuesta al reflejo del espejo. Nada más mis ojos detectaron aquello, un instinto nunca antes percibido me dominó. Lo conocía, puede que yo no hubiera tenido esas ideas, pero sabía de alguien que sí: mi difunto hermano… Me di la vuelta bruscamente y la propicié un gancho izquierdo que impactó de lleno en su mentón.

-Me habéis cansado todos vosotros –indiqué con un tono repleto de hastío –.

-¿Qué estás diciendo? –preguntó ella mientras se recuperaba del aturdimiento del golpe–.

-Solamente quería tener una existencia apacible, pero desde el primer segundo en el que sobreviví al suicidio comenzasteis a incordiarme. Aunque tuviera una atormentada vida, para mí era agradable convivir con los homicidios y mis trastornos. Pero Siete y sus secuaces, así como Santiago y tú, no estabais conformes y empezasteis a jugar conmigo, a intentar manipularme para un estúpido fin que ni siquiera he llegado a conocer… Sin embargo…  pese a que no sepa qué mierda queréis de mí, me niego rotundamente a regalarlo. A partir de ahora os pondré las cosas difíciles… El yang también tiene un punto oscuro dentro de él.

En ese momento ignoraba que Samanta desconocía que venía de un futuro en el que ya habían hecho su presentación Santiago y Los Siete, los mismos que también habían iniciado una búsqueda intertemporal con un carácter más burlesco que asesino. En todo momento el doppelgänger había sido el único de los dos que era capaz de afrontar tales ataques, pero, ahora yo, Yang, me había agotado. Quizás nunca más vería a mi hermano, por eso era hora de tomar algo de su genética y empezar a imponerse ante los demás. ¿Y quién iba a ser el primer sujeto en sufrir las consecuencias del vaso colmado? Tal vez quien menos lo merecía, pero como suelen decir: se encontraba en el momento equivocado y en el lugar erróneo.  

Cegado por la demencia, Bruno me abalancé contra Samanta y comencé a golpearla sin parar. Ella no pudo apenas defenderse. Mis puños del chico iban dirigidos constantemente a su cráneo, de modo que las vibraciones óseas interferían con la sinapsis cerebelosa y su defensa era completamente inútil…

…A excepción de sus gritos… de sus murmullos… de sus lamentos. No estaba pidiendo clemencia ni que cesara de pegarla. Sólo se disculpaba, pedía perdón por la tamaña traición que había cometido. Porque, aunque al final no me hubiera matado, su acto le había costado la vida a otra persona, ni más ni menos que a mi hermano, del cual ella desconocía su verdadera procedencia. Si esto era lo que merecía, entonces lo aceptaría, pero era como si quisiera asegurarse de que yo escuchaba sus disculpas; aunque estas palabras quedasen eclipsadas por el crujido de los huesos rotos, tanto los de la calavera de la agredida como los de los nudillos del agresor; y por la sangre que se filtraba en su faringe.

Hice caso omiso a su voz, sólo quería revivir esos momentos que había compartido con mi hermano arrebatándole la vida a inocentes. Haría realidad uno de sus mayores deseos. Destrozaría su cráneo hasta que quedase una pulpa mugrienta. Tenía que concederle su deseo antes de que su esencia se evaporase por completo. No obstante, el proceso iba a llevar mucho tiempo si continuaba con los puños. ¿Dónde podría encontrar algo más eficaz?

No sería necesario inmovilizarla, apenas podía respirar, así que me levanté y me acerqué a la estantería donde se hallaba la caja de herramientas. Abrirla fue para mí como destapar un cofre del tesoro… Tantas herramientas y tan pocos huesos craneales… Tuve que conformarme con la llave inglesa.

Por desgracia, mis deseos quedaron simplemente en eso. No pude sentir el placer que tantas veces había saboreado Yin… Me vi forzado a desistir… Básicamente porque el filo de un cuchillo acababa de emerger en mi pecho… No sé de dónde había reunido las fuerzas, pero Samanta se había incorporado y, sin pararse a meditar, había cumplido, finalmente, el objetivo por el que en un principio había venido hasta aquí. Al parecer, aunque le hubiera dado muchas vueltas al asunto, su anhelo por volver a ver a su padre era inconmensurable.

En ese instante mi trance psicópata se desvaneció. No podría hacer realidad la voluntad de mi hermano si moría. Agaché la cabeza, la perforación se encontraba justo en el corazón. Y podía sentirlo, mi pulso se descontrolaba, pronto la arritmia conduciría a un shock hipovolémico. La sangre se había transformado en un reloj que de forma inminente llegaría a cero.

Di dos codazos hacia atrás para tirar al suelo a Samanta. Sin embargo esto aceleró la hemorragia. Sus manos estaban tan fuertemente unidas al mango del cuchillo que, esta al caer, se llevó consigo el arma y dejó mi herida completamente abierta.

Al menos fui precavido… Cuando Yin murió su cuerpo se desvaneció a los pocos segundos, dejando tan solo el collar, un mal presagio que arrancaba sin piedad una gran porción de la probabilidad de que resucitara. Guardé la piedra en mi puño y la dejé en la mesa del salón. Por tanto, si llegaba hasta allí me libraría de la ejecución.

-¡Para! Si vas a por la piedra no morirás… Y entonces… mi padre…

Vaya, algo de información sí que la habían dado. Ya me parecía raro que Óscar la hubiera encomendado matarme así sin más cuando, siempre que llevase esa piedra conmigo, era inmortal.

Escuchaba los ruidos. Ella trataba de levantarse nuevamente. Era irónica la situación. Cronológicamente hablando, hace una semana nos sentíamos ligeramente atraídos y ahora estábamos al borde de la defunción.

-¡Tu padre no regresará, me mates o no! –reproché a pesar del tremendo dolor que me producía expulsar el aire de mis pulmones para gritar –. Pero es tontería repetírtelo… Así que ahí te quedas, púdrete en esta realidad. Te dejaré con vida no por compasión, sino para que recibas un merecido castigo por parte de Los Siete por haber fracasado… Hasta nunca.

Un último impulso energizó mis piernas lo suficiente como para alcanzar la mesa, Samanta no había logrado ponerse de pie y ya notaba el poder del collar. En cuanto mi corazón dejase de latir volvería a empezar de cero. Pero esta vez algo me tenía intranquilo. Quería autoconvencerme de que me toparía en la Oscuridad con Yin, aunque apenas había pruebas a favor, por no decir ninguna, que indicaran que había sido enviado allí.

Cuando casi estaba a punto de perder el sentido, esperando mi muerte sentado en el sofá, unos repetidos y contundentes golpes en el suelo me avivaron. Ante la incapacidad de caminar, desesperada, Samanta corrió, gateando, hacia la salida de la cocina. Creí que iba a arrebatarme la piedra. No obstante, pasó de largo, ni siquiera entró al salón.

Me percaté de que mantenía la mirada clavada en el reloj de su muñeca. Eso era bastante peculiar… y familiar. Era la hora específica para algo… Se dirigía a la puerta principal… Era la hora concreta para recibir a alguien… Tres ya había planeado algo por si esto sucedía.

No tenía tiempo para identificar al invitado. ¿En singular? No… oí más de una voz, todas pertenecientes a Los Siete. Uno, Cuatro y Cinco. Venían para impedir que escapase una vez más. ¿Cómo iba a librarme de ellos? Estaba muy débil y tendrían tiempo suficiente para encontrar el collar aunque lo escondiera en mi ropa. Podría ocultarme en algún sitio pero seguramente Tres les habría revelado las posibles alternativas a esta línea temporal con todos los escondrijos en los que podría resguardarme…

Era… una de esas situaciones que se tienen a veces en las pesadillas casi al final de las mismas. Alguien te persigue, estás entumecido por el terror. Pese a ello, algo te dice que nada es real, que simplemente es un sueño. Lo sabes y estás agradecido de que ese monstruo que quiere devorarte no exista, pero el miedo sigue estando ahí. ¿Y cuál es la forma de huir de él? Saliendo de la pesadilla, exacto. ¿Y cómo se hace eso? Muriendo, por supuesto. Por ende, a lo que me refiero con “una de esas situaciones” es al deseo inhumano de morir antes de que seas capturado. Eso quería ahora mismo: perecer, desangrarme de una vez por todas…

Desafortunadamente no conocía ninguna forma de aumentar la velocidad del sangrado, por lo que tuve que tomar, rápidamente, otra alternativa. ¿Qué podía anteponerse a un ser que conoce todas las líneas temporales determinadas? Sólo se me ocurrió una respuesta cuya veracidad era dudosa: el libre albedrío.

¿Qué sería casi improbable que sucediera? Justo entonces sufrí una hipersístole. Aquello me recordó a los golpes internos que me propiciaba de vez en cuando Yin. Yin… Su sacrificio fue heroico, sobre todo por la manera en que lo hizo…

¡Ahí obtuve la respuesta! Por mucho que Tres dominase el tiempo, apostaría a que en ningún universo paralelo existiría un yo que no tuviese pánico a la caída libre. No habría tomado en consideración la posibilidad de suicidarme saltando desde la terraza, tal y como el dopperlgänger, seguramente venciendo sus miedos, hizo.

Apreté con fuerza la piedra. Requería un poco más de vitalidad. Los pasos de mis cazadores indicaban que se acercaban a la entrada del salón. Me levanté del sofá con avidez y cogí carrerilla. Llegué a la terraza y puse el pie izquierdo en el asiento de una de las sillas de madera. Cerré los ojos y me impulsé. Al menos la hipoxemia cerebral reduciría esa horrible sensación que tenía al caer.

Los alaridos impotentes de Uno y Cuatro resonaron por toda la calle. Seguro que a Tres también le caería una buena bronca por no haber tomado en consideración esta muerte alternativa. Entre el miedo, la debilidad anémica y la melancolía por la traición de Samanta y la defunción de Yin, pude tener un respiro para sonreír. Quizás todo hubiera acabado como siempre: conmigo pereciendo, pero esta vez había conseguido combatir de manera independiente. Ya no necesitaba de terceros, la bondad era capaz de mostrar sus colmillos y desgarrar la carne de los bufones. Sí…

A los pocos segundos, el impacto de mi cabeza contra el suelo cortó de cuajo todos estos pensamientos, quedando en un frágil eco el afán por encontrarme de nuevo con mi hermano.

[Regresemos ahora a la Oscuridad, justo donde lo dejamos, cuando la vigía me había desvelado su nombre.]

-Te conozco –afirmé con un ligero sobresalto –. O eso creo… Tus ojos verdes, tu actitud violenta, tu nombre… ¿Te resulta familiar un tal Javier, estudiante de Medicina?

Jade desenvainó sus dos espadas. Parece que había dado justo en el clavo.

-¿Por qué conoces a ese chico? Responde–interpeló mientras varias gotas de sudor se deslizaban sobre su espectral frente –.

-Está bien, está bien… Baja las armas. No soy nadie para juzgar a un asesino. Lo que hayas hecho en vida me es indiferente. Yo también tuve un pasado bastante siniestro… No obstante, me ha resultado chocante que una criatura como tú haya llegado a alcanzar un grado tan importante entre las filas del Rey Osario.

-No estoy muy orgullosa de todo aquello –respondió mientras guardaba sus espadas –. Ahora que me liberé de las demandas de mi organismo soy capaz de controlar tales impulsos homicidas, pero cuando estaba viva me era inevitable hacer frente a mis pulsiones.

-Intrigante… ¿Te importaría si indago más en ello? La verdad, a mí han llegado historias increíbles en las que tomaban protagonismo seres conformados por pura oscuridad. Es mi pan de cada día, así que normalmente no me atraen sus modos de vida más allá de ver la manera en la que matan a víctimas inocentes. Pero tengo que admitir que contigo fue diferente, quedaron muchas incógnitas sin resolver…

-Me gustaría antes, si no es molestia, aclarar algunas lagunas de mi memoria. ¿Podría contemplar la cosecha en la que aparezco? Fue Javi quien te narró todo, ¿verdad?

Aquella última frase no vino de la misma Jade que antes. Su faz había palidecido y mostraba tristeza y arrepentimiento. Si no me hubiera confirmado que ella era esa misma habitante del sarcófago nunca habría llegado a creer que la Jade que se hallaba delante de mí fue, cuando estaba viva, una máquina genocida que descarnaba a sus presas sin piedad.

Sin más dilación, la llevé donde almacenaba mis cosechas. Durante el trayecto percibí que el cambio trascendía a algo más que al rostro. Al contrario que en la ida, sin parar de conversar conmigo, en la vuelta el silencio la dominaba. Por fortuna eso no me incomodaba, sabía que todo ese mutismo que manifestaba externamente era señal del alboroto mental que se estaba produciendo en ese instante en su mente. Lo único que me inquietaba era el verdadero número de asesinatos, junto con su carácter macabro, que acometió más allá de los muros de aquella Facultad.

Cuando llegamos distinguió rápidamente cuál era la cosecha de Javi. Corrió hacia ella y cayó de rodillas, observando una y otra vez el pavor que el chico sentía en esos instantes. El alma de Jade se estaba haciendo pedazos.

-Es raro –alegué tras acercarme a ella, mirando de reojo las vivencias de Javi –. No has sido el primer homicida que viene aquí y se topa con una cosecha elaborada por una de sus víctimas. No es que se rían a carcajadas al revivir ese pasado, pero tampoco se echan a llorar. Digamos que se mantienen en un punto medio, tal vez asienten o suspiran, poco más; reflexionan, se despiden de su amargura y se marchan. ¿Qué es lo que te ocurrió, Jade?

-Verás… Tuve que pagar un precio muy alto por haber dado rienda suelta a mi curiosidad… Yo era una de esas niñas a las que le llamaba la atención todo lo que tuviera algún matiz tabú. En mi caso estaba obsesionada con cualquier cosa que estuviera relacionada con la muerte. Y así, con trece años, metiéndome donde no me llamaban, aprovechando que una noche estaba sola, fabriqué una tabla ouija con cartulina e intenté contactar con algún espíritu.

-¿Y eso hizo que adoptaras la vida de una caníbal pseudoegipcia?

-No… La causa de ello sucedió un poco más tarde, cuando, sin que yo me lo esperara, un muerto de verdad habló conmigo. Aunque bueno… En realidad dudo que fuera un muerto… Sé que lo que te voy a decir a continuación te puede resultar conocido… Es lo único relevante de la charla, justo tras preguntarle si él era del Más Allá o no. “Yo no puedo morir” fue lo que me dijo.

-Un momento, un momento… No me digas que…

-Borja… Yo invoqué a Alpha… Estoy completamente segura de que si esa noche no hubiera interactuado con la ouija nada de esto hubiera pasado. Todo se quebró para mí. Empecé a asustarme de aquello y quise despedirme, pero él se negaba a irse, así que dejé abandonada la ouija y me fui corriendo a mi habitación a esconderme bajo las sábanas. Sin embargo eso enfureció más a Alpha. Un estrepitoso viento surgió de la nada en mi habitación, era él. De repente, una especie de susurro incomprensible se fue acercando a mis oídos hasta que entendí sus palabras: “¿No querías jugar? Jugarás por toda la eternidad.”

Jade se puso a temblar y se detuvo unos segundos. Tuvo que ser una situación bastante escalofriante. Traté de calmarla alterando la temperatura de la atmósfera a nuestro alrededor, aunque no fue muy eficaz… No se me ocurría otra alternativa, así que simplemente aguardé a que ella misma se tranquilizara.

-Me desmayé por el shock –continuó ella –. Mientras soñaba, una pequeña parte consciente de mí tenía la esperanza de que todo hubiera acabado y de que aquel ser me hubiese dejado en paz. Pero a la mañana siguiente descubrí que esto sólo era el principio del horror. Lo primero que vi nada más abrir los ojos fue la grotesca imagen del sarcófago que ya conoces. Estaba ligeramente abierto, por lo que mi curiosidad volvió a entrometerse y me entraron ganas de averiguar qué había dentro… No sé si fue la mejor opción pero así ocurrió. Al abrirlo cayeron a mis pies trozos de carne ensangrentada. Una cabeza rodó, era la de mi padre… Más tarde, tras llamar a la policía y que esta viniera, se descubrió que entre esos fragmentos también estaba el cuerpo de mi madre…

-¿El sarcófago tenía vida propia o los mató algo que había dentro?

-Los maté yo… Lo supe cuando un agente se aproximó a mí y me dijo que tenía que sacarme de casa. Perdí una vez más el conocimiento y al despertar me vi rodeada de cuerpos hechos picadillo. Percatándome de mi naturaleza, mi cerebro comenzó a establecer una especie de conexión con el sarcófago. Ahora lo veía de otra manera, como un refugio… Me metí dentro de él y lo poco que quedaba de mi antigua yo quedó exterminado. A partir de entonces el sarcófago y yo éramos uno. Mientras que él llamaba la atención y fingía albergar una criatura de pesadilla en su interior, yo, con mi aspecto inocente, atraía a las auténticas fauces de la muerte a los desprevenidos. Y así fue hasta que un día yendo por la calle, un extraño, sin ningún motivo en concreto, me apuñaló y me mató. No llegué a ver su cara, pero le estaré por siempre agradecida ya que me liberó de mi condena.

-No… no sé muy bien qué decir. ¿Lo siento, tal vez?

-No es necesario que digas nada. Me ha sido de mucha ayuda poder contárselo a alguien. Con eso es suficiente.

-Oye, tengo entendido que Alpha habita ahora en el Paraverso, ¿no has podido charlar con él?

-Nadie sabe dónde se encuentra. Y creo que es mejor no molestarle mucho. Esto… puede que sea una suposición, pero… nunca más he llegado a encontrarme con un espectro como él… Lo que me hace pensar que a lo mejor es algo más que un alma humana.

-Supongo que algún día iré allí y trataré de hablar, aunque primero deberé prepararme para una difícil búsqueda de su paradero. De todas formas gracias por compartir esto conmigo. A pesar de que no te lo creas, que sepas que me ha sido muy útil esta información.

-Ha sido un placer relatártelo… Por cierto, escucha… Siento cortarte de manera tan brusca, pero tengo que regresar ya al Paraverso para informar de la muerte de Dos. Pronto, quizás más de lo que piensas, subiré de nuevo para que vayamos a dar caza a otro de Los Siete. Hasta entonces, cuídate.

[A los pocos días apareció Bruno totalmente nervioso, preguntándome sin parar si había pasado por aquí hace poco una copia exacta de él. Negué con la cabeza y cayó de rodillas, llorando.

Tras un par de minutos se secó las lágrimas y me contó todo. No podía creerme que de verdad Yin hubiera muerto. Aunque… quién lo diría… Su actitud, la de Yang, simulaba a esas veces que su hermano tomaba las riendas de su cuerpo.

Estaba perdiendo el control, la esencia de su alma estaba a punto de estallar en mil pedazos si no hacía algo para remediarlo. Fue entonces cuando recordé lo que me había dicho acerca de su mechón. Un cambió en su aspecto así de repentino tenía que tener alguna razón, y lo más probable es que guardase relación con el doppelgänger.

Le aseguré que esos pelos blancos debía atesorarlos con delicadeza, ya que podía ser alguna señal que hubiese dejado Yin. Para comenzar, le sugerí que regresara a una fecha próxima al 31 Mayo del 2013, que fue más o menos cuando Yin hizo acto de presencia y le desveló su identidad a Yang.

Bruno aceptó, aunque puso una pega. Lanzó el collar al suelo y lo pisoteó hasta destrozar la piedra. Dijo, y cito textualmente, que le importaba una mierda morir y no poder volver a la Oscuridad si su hermano no estaba con él, de modo que viajaría una última vez al pasado y ataría de paso unos cuantos cabos sueltos. Tras ello, se adentró en su cosecha, sin dejar que le replicara nada.

¿Qué cabos había de atar?]

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