
Comencemos por lo que el chico me relató.]
Samanta
se despertó. La había dejado en el suelo del salón y, nada más ver que sus movimientos
aumentaban, inmediatamente me puse encima de ella, cuchillo en mano, para
evitar cualquier sorpresa desagradable.
-¿Dó… dónde estoy? –preguntó aún sin abrir los ojos
del todo ni percatarse de su inmovilización –.
-Bienvenida –contesté apretando suavemente el filo del
cuchillo sobre su pecho, justo en el corazón –. Ahora que todo está más calmado me vas explicar qué te ha pasado para
que pases de cartas románticas a emboscadas homicidas. Y exijo una respuesta
clara… Me ha costado muy caro el no haberte rebanado el cuello en la calle.
-No lo entenderías… Creerías que estoy loca…
-¿Loca? Ya he visto demasiadas cosas que
desafían a la cordura. Nada de lo que me digas me sorprenderá, así que empieza
a hablar o aplicaré más presión.
-Está bien… Un señor que se hacía llamar
Siete me prometió lo impensable: resucitaría a mi padre a cambio de asesinarte.
-¿¡Y pensaste que cumpliría el trato!? –respondí furioso, pese a que
muy dentro de mí supiera que Óscar seguramente sería capaz de devolverle a la
vida de verdad. De todos modos, si él le resucitaba no se alzaría su padre,
sino otro títere para su causa –. Recapacita
por un momento. ¿Ibas a matarme por una promesa vacía? No esperaba que actuases
así… No esperaba… que fueses tan manipulable…
Parece
que toqué alguna fibra sensible, porque un impulso de inquina hizo que se
defendiera y diera a la situación un vuelco. Ahora era ella quien estaba encima
de mí, con el cuchillo, el cual me había arrebatado por haber bajado la
guardia, reposando sobre mi yugular derecha.
-Hazlo –sugerí con total seguridad. Esta vez no por
rendición, sino porque sabía que no iba a poder hacerlo. Tenía que seguir los
pasos de Yin y jugar un poco con el enemigo –. Sé que lo estás deseando… Desliza la hoja, la sangre brotará y de
repente, por arte de magia, los restos de tu padre cobrarán vida.
-No… No puedo…
-¿Por qué no puedes? ¿Quizá porque sabes que
Siete te traicionará? ¿Tal vez porque eres consciente de que tu padre jamás
podrá regresar? ¿O, por el contrario, es porque no tienes agallas? ¡Vamos! Si
de verdad es lo que quieres, mátame.
Como
era de esperar, soltó el cuchillo mientras sus manos temblaban. Sin embargo, no
todo se debió a esas frases insustanciales. Algo acababa de ver que la había
parado en seco. Fue, entonces, tras recuperarse del mutismo, cuando señaló mi
pelo, más o menos a los cabellos próximos a mi frente.
-¿Qué… te está ocurriendo? Te cambia el color
–afirmó
incrédula –.
Olvidé
mi estratagema y me levanté del suelo con total facilidad, ya que Samanta había
dejado hace rato de aplicar fuerza para impedir mi escapatoria. Fui a mirarme
al pequeño espejo pegado al frigorífico. No reflejaría toda mi cabeza, pero
pronto me fijé que no era necesario en absoluto. Únicamente había cambiado una
pequeña porción de mi pelo, un mechón largo que salía justo en la mitad de mi
cabellera frontal y terminaba muy cercano a mi patilla derecha. Una de mis porciones
de pelo más extensas había dejado de ser de color negro para volverse,
aparentemente en cuestión de segundos, blanco. ¿Qué explicación tenía eso?
Ella
apareció detrás de mí. Una minúscula porción de su rostro quedó expuesta al
reflejo del espejo. Nada más mis ojos detectaron aquello, un instinto nunca
antes percibido me dominó. Lo conocía, puede que yo no hubiera tenido esas ideas,
pero sabía de alguien que sí: mi difunto hermano… Me di la vuelta bruscamente y
la propicié un gancho izquierdo que impactó de lleno en su mentón.
-Me habéis cansado todos vosotros –indiqué con un tono repleto de
hastío –.
-¿Qué estás diciendo? –preguntó ella mientras se
recuperaba del aturdimiento del golpe–.
-Solamente quería tener una existencia
apacible, pero desde el primer segundo en el que sobreviví al suicidio
comenzasteis a incordiarme. Aunque tuviera una atormentada vida, para mí era
agradable convivir con los homicidios y mis trastornos. Pero Siete y sus
secuaces, así como Santiago y tú, no estabais conformes y empezasteis a jugar
conmigo, a intentar manipularme para un estúpido fin que ni siquiera he llegado
a conocer… Sin embargo… pese a que no sepa
qué mierda queréis de mí, me niego rotundamente a regalarlo. A partir de ahora
os pondré las cosas difíciles… El yang también tiene un punto oscuro dentro de
él.
En ese momento ignoraba que Samanta desconocía que venía de un futuro en el que ya habían
hecho su presentación Santiago y Los Siete, los mismos que también habían
iniciado una búsqueda intertemporal con un carácter más burlesco que asesino.
En todo momento el doppelgänger había sido el único de los dos que era capaz de
afrontar tales ataques, pero, ahora yo, Yang, me había agotado. Quizás nunca más vería a mi hermano, por eso era hora de tomar algo de su genética y empezar a imponerse
ante los demás. ¿Y quién iba a ser el primer sujeto en sufrir las consecuencias
del vaso colmado? Tal vez quien menos lo merecía, pero como suelen decir: se
encontraba en el momento equivocado y en el lugar erróneo.
Cegado
por la demencia, Bruno me abalancé contra Samanta y comencé a golpearla sin
parar. Ella no pudo apenas defenderse. Mis puños del chico iban dirigidos
constantemente a su cráneo, de modo que las vibraciones óseas interferían con la
sinapsis cerebelosa y su defensa era completamente inútil…
…A
excepción de sus gritos… de sus murmullos… de sus lamentos. No estaba pidiendo
clemencia ni que cesara de pegarla. Sólo se disculpaba, pedía perdón por la
tamaña traición que había cometido. Porque, aunque al final no me hubiera
matado, su acto le había costado la vida a otra persona, ni más ni menos que a mi hermano, del cual ella desconocía su verdadera procedencia. Si esto era lo que
merecía, entonces lo aceptaría, pero era como si quisiera asegurarse de que yo escuchaba
sus disculpas; aunque estas palabras quedasen eclipsadas por el crujido de los
huesos rotos, tanto los de la calavera de la agredida como los de los nudillos
del agresor; y por la sangre que se filtraba en su faringe.
Hice
caso omiso a su voz, sólo quería revivir esos momentos que había compartido con
mi hermano arrebatándole la vida a inocentes. Haría realidad uno de sus mayores
deseos. Destrozaría su cráneo hasta que quedase una pulpa mugrienta. Tenía que
concederle su deseo antes de que su esencia se evaporase por completo. No
obstante, el proceso iba a llevar mucho tiempo si continuaba con los puños. ¿Dónde
podría encontrar algo más eficaz?
No
sería necesario inmovilizarla, apenas podía respirar, así que me levanté y me
acerqué a la estantería donde se hallaba la caja de herramientas. Abrirla fue
para mí como destapar un cofre del tesoro… Tantas herramientas y tan pocos
huesos craneales… Tuve que conformarme con la llave inglesa.

En ese
instante mi trance psicópata se desvaneció. No podría hacer realidad la
voluntad de mi hermano si moría. Agaché la cabeza, la perforación se encontraba
justo en el corazón. Y podía sentirlo, mi pulso se descontrolaba, pronto la
arritmia conduciría a un shock hipovolémico. La sangre se había transformado en
un reloj que de forma inminente llegaría a cero.
Di dos
codazos hacia atrás para tirar al suelo a Samanta. Sin embargo esto aceleró la
hemorragia. Sus manos estaban tan fuertemente unidas al mango del cuchillo que,
esta al caer, se llevó consigo el arma y dejó mi herida completamente abierta.
Al
menos fui precavido… Cuando Yin murió su cuerpo se desvaneció a los pocos
segundos, dejando tan solo el collar, un mal presagio que arrancaba sin piedad
una gran porción de la probabilidad de que resucitara. Guardé la piedra en mi
puño y la dejé en la mesa del salón. Por tanto, si llegaba hasta allí me
libraría de la ejecución.
-¡Para! Si vas a por la piedra no morirás… Y
entonces… mi padre…
Vaya,
algo de información sí que la habían dado. Ya me parecía raro que Óscar la
hubiera encomendado matarme así sin más cuando, siempre que llevase esa piedra
conmigo, era inmortal.
Escuchaba
los ruidos. Ella trataba de levantarse nuevamente. Era irónica la situación.
Cronológicamente hablando, hace una semana nos sentíamos ligeramente atraídos y
ahora estábamos al borde de la defunción.
-¡Tu padre no regresará, me mates o no! –reproché a pesar del tremendo
dolor que me producía expulsar el aire de mis pulmones para gritar –. Pero es tontería repetírtelo… Así que ahí te
quedas, púdrete en esta realidad. Te dejaré con vida no por compasión, sino
para que recibas un merecido castigo por parte de Los Siete por haber fracasado…
Hasta nunca.
Un
último impulso energizó mis piernas lo suficiente como para alcanzar la mesa, Samanta
no había logrado ponerse de pie y ya notaba el poder del collar. En cuanto mi
corazón dejase de latir volvería a empezar de cero. Pero esta vez algo me tenía
intranquilo. Quería autoconvencerme de que me toparía en la Oscuridad con Yin,
aunque apenas había pruebas a favor, por no decir ninguna, que indicaran que
había sido enviado allí.
Cuando
casi estaba a punto de perder el sentido, esperando mi muerte sentado en el
sofá, unos repetidos y contundentes golpes en el suelo me avivaron. Ante la
incapacidad de caminar, desesperada, Samanta corrió, gateando, hacia la salida
de la cocina. Creí que iba a arrebatarme la piedra. No obstante, pasó de largo,
ni siquiera entró al salón.
Me
percaté de que mantenía la mirada clavada en el reloj de su muñeca. Eso era
bastante peculiar… y familiar. Era la hora específica para algo… Se dirigía a
la puerta principal… Era la hora concreta para recibir a alguien… Tres ya había
planeado algo por si esto sucedía.
No
tenía tiempo para identificar al invitado. ¿En singular? No… oí más de una voz,
todas pertenecientes a Los Siete. Uno, Cuatro y Cinco. Venían para impedir que
escapase una vez más. ¿Cómo iba a librarme de ellos? Estaba muy débil y
tendrían tiempo suficiente para encontrar el collar aunque lo escondiera en mi
ropa. Podría ocultarme en algún sitio pero seguramente Tres les habría revelado
las posibles alternativas a esta línea temporal con todos los escondrijos en
los que podría resguardarme…
Era…
una de esas situaciones que se tienen a veces en las pesadillas casi al final
de las mismas. Alguien te persigue, estás entumecido por el terror. Pese a
ello, algo te dice que nada es real, que simplemente es un sueño. Lo sabes y
estás agradecido de que ese monstruo que quiere devorarte no exista, pero el
miedo sigue estando ahí. ¿Y cuál es la forma de huir de él? Saliendo de la
pesadilla, exacto. ¿Y cómo se hace eso? Muriendo, por supuesto. Por ende, a lo
que me refiero con “una de esas situaciones” es al deseo inhumano de morir
antes de que seas capturado. Eso quería ahora mismo: perecer, desangrarme de
una vez por todas…
Desafortunadamente
no conocía ninguna forma de aumentar la velocidad del sangrado, por lo que tuve
que tomar, rápidamente, otra alternativa. ¿Qué podía anteponerse a un ser que
conoce todas las líneas temporales determinadas? Sólo se me ocurrió una
respuesta cuya veracidad era dudosa: el libre albedrío.
¿Qué
sería casi improbable que sucediera? Justo entonces sufrí una hipersístole.
Aquello me recordó a los golpes internos que me propiciaba de vez en cuando
Yin. Yin… Su sacrificio fue heroico, sobre todo por la manera en que lo hizo…
¡Ahí
obtuve la respuesta! Por mucho que Tres dominase el tiempo, apostaría a que en
ningún universo paralelo existiría un yo que no tuviese pánico a la caída
libre. No habría tomado en consideración la posibilidad de suicidarme saltando
desde la terraza, tal y como el dopperlgänger, seguramente venciendo sus
miedos, hizo.
Apreté
con fuerza la piedra. Requería un poco más de vitalidad. Los pasos de mis
cazadores indicaban que se acercaban a la entrada del salón. Me levanté del
sofá con avidez y cogí carrerilla. Llegué a la terraza y puse el pie izquierdo
en el asiento de una de las sillas de madera. Cerré los ojos y me impulsé. Al
menos la hipoxemia cerebral reduciría esa horrible sensación que tenía al caer.
Los
alaridos impotentes de Uno y Cuatro resonaron por toda la calle. Seguro que a
Tres también le caería una buena bronca por no haber tomado en consideración
esta muerte alternativa. Entre el miedo, la debilidad anémica y la melancolía
por la traición de Samanta y la defunción de Yin, pude tener un respiro para
sonreír. Quizás todo hubiera acabado como siempre: conmigo pereciendo, pero esta
vez había conseguido combatir de manera independiente. Ya no necesitaba de
terceros, la bondad era capaz de mostrar sus colmillos y desgarrar la carne de
los bufones. Sí…
A los
pocos segundos, el impacto de mi cabeza contra el suelo cortó de cuajo todos
estos pensamientos, quedando en un frágil eco el afán por encontrarme de nuevo con
mi hermano.
[Regresemos ahora a la Oscuridad, justo donde
lo dejamos, cuando la vigía me había desvelado su nombre.]
-Te conozco –afirmé con un ligero sobresalto –. O eso creo… Tus ojos verdes, tu actitud
violenta, tu nombre… ¿Te resulta familiar un tal Javier, estudiante de
Medicina?
Jade
desenvainó sus dos espadas. Parece que había dado justo en el clavo.
-¿Por qué conoces a ese chico? Responde–interpeló mientras varias gotas
de sudor se deslizaban sobre su espectral frente –.
-Está bien, está bien… Baja las armas. No soy
nadie para juzgar a un asesino. Lo que hayas hecho en vida me es indiferente.
Yo también tuve un pasado bastante siniestro… No obstante, me ha resultado chocante
que una criatura como tú haya llegado a alcanzar un grado tan importante entre
las filas del Rey Osario.
-No estoy muy orgullosa de todo aquello –respondió mientras guardaba sus
espadas –. Ahora que me liberé de las
demandas de mi organismo soy capaz de controlar tales impulsos homicidas, pero
cuando estaba viva me era inevitable hacer frente a mis pulsiones.
-Intrigante… ¿Te importaría si indago más en
ello? La verdad, a mí han llegado historias increíbles en las que tomaban
protagonismo seres conformados por pura oscuridad. Es mi pan de cada día, así
que normalmente no me atraen sus modos de vida más allá de ver la manera en la
que matan a víctimas inocentes. Pero tengo que admitir que contigo fue
diferente, quedaron muchas incógnitas sin resolver…

Aquella
última frase no vino de la misma Jade que antes. Su faz había palidecido y
mostraba tristeza y arrepentimiento. Si no me hubiera confirmado que ella era
esa misma habitante del sarcófago nunca habría llegado a creer que la Jade que
se hallaba delante de mí fue, cuando estaba viva, una máquina genocida que
descarnaba a sus presas sin piedad.
Sin más
dilación, la llevé donde almacenaba mis cosechas. Durante el trayecto percibí
que el cambio trascendía a algo más que al rostro. Al contrario que en la ida,
sin parar de conversar conmigo, en la vuelta el silencio la dominaba. Por
fortuna eso no me incomodaba, sabía que todo ese mutismo que manifestaba
externamente era señal del alboroto mental que se estaba produciendo en ese
instante en su mente. Lo único que me inquietaba era el verdadero número de
asesinatos, junto con su carácter macabro, que acometió más allá de los muros
de aquella Facultad.
Cuando llegamos
distinguió rápidamente cuál era la cosecha de Javi. Corrió hacia ella y cayó de
rodillas, observando una y otra vez el pavor que el chico sentía en esos
instantes. El alma de Jade se estaba haciendo pedazos.
-Es raro –alegué tras acercarme a ella, mirando de
reojo las vivencias de Javi –. No has
sido el primer homicida que viene aquí y se topa con una cosecha elaborada por
una de sus víctimas. No es que se rían a carcajadas al revivir ese pasado, pero
tampoco se echan a llorar. Digamos que se mantienen en un punto medio, tal vez
asienten o suspiran, poco más; reflexionan, se despiden de su amargura y se
marchan. ¿Qué es lo que te ocurrió, Jade?
-Verás… Tuve que pagar un precio muy alto por
haber dado rienda suelta a mi curiosidad… Yo era una de esas niñas a las que le
llamaba la atención todo lo que tuviera algún matiz tabú. En mi caso estaba
obsesionada con cualquier cosa que estuviera relacionada con la muerte. Y así,
con trece años, metiéndome donde no me llamaban, aprovechando que una noche
estaba sola, fabriqué una tabla ouija con cartulina e intenté contactar con
algún espíritu.
-¿Y eso hizo que adoptaras la vida de una
caníbal pseudoegipcia?
-No… La causa de ello sucedió un poco más
tarde, cuando, sin que yo me lo esperara, un muerto de verdad habló conmigo.
Aunque bueno… En realidad dudo que fuera un muerto… Sé que lo que te voy a
decir a continuación te puede resultar conocido… Es lo único relevante de la
charla, justo tras preguntarle si él era del Más Allá o no. “Yo no puedo morir”
fue lo que me dijo.
-Un momento, un momento… No me digas que…
-Borja… Yo invoqué a Alpha… Estoy
completamente segura de que si esa noche no hubiera interactuado con la ouija
nada de esto hubiera pasado. Todo se quebró para mí. Empecé a asustarme de
aquello y quise despedirme, pero él se negaba a irse, así que dejé abandonada
la ouija y me fui corriendo a mi habitación a esconderme bajo las sábanas. Sin
embargo eso enfureció más a Alpha. Un estrepitoso viento surgió de la nada en
mi habitación, era él. De repente, una especie de susurro incomprensible se fue
acercando a mis oídos hasta que entendí sus palabras: “¿No querías jugar?
Jugarás por toda la eternidad.”
Jade se
puso a temblar y se detuvo unos segundos. Tuvo que ser una situación bastante
escalofriante. Traté de calmarla alterando la temperatura de la atmósfera a
nuestro alrededor, aunque no fue muy eficaz… No se me ocurría otra alternativa,
así que simplemente aguardé a que ella misma se tranquilizara.
-Me desmayé por el shock –continuó ella –. Mientras soñaba, una pequeña parte
consciente de mí tenía la esperanza de que todo hubiera acabado y de que aquel
ser me hubiese dejado en paz. Pero a la mañana siguiente descubrí que esto sólo
era el principio del horror. Lo primero que vi nada más abrir los ojos fue la
grotesca imagen del sarcófago que ya conoces. Estaba ligeramente abierto, por
lo que mi curiosidad volvió a entrometerse y me entraron ganas de averiguar qué
había dentro… No sé si fue la mejor opción pero así ocurrió. Al abrirlo cayeron
a mis pies trozos de carne ensangrentada. Una cabeza rodó, era la de mi padre…
Más tarde, tras llamar a la policía y que esta viniera, se descubrió que entre
esos fragmentos también estaba el cuerpo de mi madre…
-¿El sarcófago tenía vida propia o los mató
algo que había dentro?
-Los maté yo… Lo supe cuando un agente se
aproximó a mí y me dijo que tenía que sacarme de casa. Perdí una vez más el
conocimiento y al despertar me vi rodeada de cuerpos hechos picadillo.
Percatándome de mi naturaleza, mi cerebro comenzó a establecer una especie de
conexión con el sarcófago. Ahora lo veía de otra manera, como un refugio… Me
metí dentro de él y lo poco que quedaba de mi antigua yo quedó exterminado. A
partir de entonces el sarcófago y yo éramos uno. Mientras que él llamaba la
atención y fingía albergar una criatura de pesadilla en su interior, yo, con mi
aspecto inocente, atraía a las auténticas fauces de la muerte a los
desprevenidos. Y así fue hasta que un día yendo por la calle, un extraño, sin
ningún motivo en concreto, me apuñaló y me mató. No llegué a ver su cara, pero
le estaré por siempre agradecida ya que me liberó de mi condena.
-No… no sé muy bien qué decir. ¿Lo siento,
tal vez?
-No es necesario que digas nada. Me ha sido
de mucha ayuda poder contárselo a alguien. Con eso es suficiente.
-Oye, tengo entendido que Alpha habita ahora
en el Paraverso, ¿no has podido charlar con él?
-Nadie sabe dónde se encuentra. Y creo que es
mejor no molestarle mucho. Esto… puede que sea una suposición, pero… nunca más
he llegado a encontrarme con un espectro como él… Lo que me hace pensar que a
lo mejor es algo más que un alma humana.
-Supongo que algún día iré allí y trataré de
hablar, aunque primero deberé prepararme para una difícil búsqueda de su
paradero. De todas formas gracias por compartir esto conmigo. A pesar de que no
te lo creas, que sepas que me ha sido muy útil esta información.
-Ha sido un placer relatártelo… Por cierto, escucha…
Siento cortarte de manera tan brusca, pero tengo que regresar ya al Paraverso
para informar de la muerte de Dos. Pronto, quizás más de lo que piensas, subiré
de nuevo para que vayamos a dar caza a otro de Los Siete. Hasta entonces,
cuídate.
[A los pocos días apareció Bruno totalmente
nervioso, preguntándome sin parar si había pasado por aquí hace poco una copia
exacta de él. Negué con la cabeza y cayó de rodillas, llorando.
Tras un par de minutos se secó las lágrimas y
me contó todo. No podía creerme que de verdad Yin hubiera muerto. Aunque… quién
lo diría… Su actitud, la de Yang, simulaba a esas veces que su hermano tomaba las
riendas de su cuerpo.
Estaba perdiendo el control, la esencia de su
alma estaba a punto de estallar en mil pedazos si no hacía algo para
remediarlo. Fue entonces cuando recordé lo que me había dicho acerca de su
mechón. Un cambió en su aspecto así de repentino tenía que tener alguna razón,
y lo más probable es que guardase relación con el doppelgänger.
Le aseguré que esos pelos blancos debía
atesorarlos con delicadeza, ya que podía ser alguna señal que hubiese dejado
Yin. Para comenzar, le sugerí que regresara a una fecha próxima al 31 Mayo del
2013, que fue más o menos cuando Yin hizo acto de presencia y le desveló su
identidad a Yang.

¿Qué cabos había de atar?]
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