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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 31 de julio de 2014

El Consejo de los Seis Puñales: Fuego [16]

Un tremebundo frío hizo despertar a Tenebra, la cual yacía en el suelo, boca abajo, sin siquiera ella saber muy bien cómo había acabado así, recordando como última imagen una inquietante y potente luz.

-¿Os… encontráis bien?

-Vaya, se nota ciertamente que eres una maestra sombría. No te ha hecho muy bien esa magia sacra.

Era la Curiosa, que estaba situada de pie justo al lado de la Corazón de Ébano, tendiéndola su mano para que se incorporara. Mientras que la Gran Bruja creía que todavía se hallaba en la Torre Volta, Eida, bien conocedora de ese singular método de teletransporte, se había ubicado hace unos minutos en el mapa, detectando el sendero de los Terrenos del Silencio que las llevaría directas a la cita con los Cruzados, en el Fuerte Bendito.

Tras explicarle todo a la desconcertada joven, la Magatrón activó una clavija que sobresalía de su guantelete izquierdo. Con ello inició un mecanismo electrocinético en toda su armadura, provocando que los engranajes de esta, anteriormente considerados por error meros adornos, girasen a una velocidad abrumadora que los hacía ver como círculos relampagueantes.

-¿Qué haces, Eida? Si sólo tenemos que caminar.

-Lo sé. Esto no es ningún tipo de hechizo ni nada parecido. Simplemente estoy desactivando la adherencia electroestática de mi indumentaria para que se despegue de mi piel.

Así era. Esa clavija era el interruptor que cancelaba el funcionamiento de unos microimanes altamente sensibles a las corrientes eléctricas que un Magotrón emitía en su cuerpo. Y, a medida que las piezas de metal mecatrónico se iban desplomando en el suelo, plegándose para su posterior guardado, la hechicera le argumentó a Tenebra la intención de su nudista acción.

-Verás, los Cruzados, pese a ser camaradas de maná como tú y yo, tratan con recelo a los taumaturgos que emplean la magia de cualquier forma que sea ajena a la que ellos creen pura, es decir, que les incordia que exista hechicería más allá de la empleada por y para la luz… aunque irónicamente esta misma sea una mutación fortuita de la magia ígnea, pero bueno… El caso es que presentarme en el Fuerte Bendito con un traje de pura tecnología sería para ellos como una provocación extremadamente inapropiada, por lo tanto no tengo más remedio que usar una harapienta túnica que doblé cuidadosamente en mi faltriquera especialmente para este tipo de circunstancias.

Sin embargo, la Gran Bruja Lóbrega estaba prestando más atención al desnudo de la Curiosa que a su a breve discurso. ¿La razón? Al quedar ella en ropa interior, con el resto de su piel al descubierto, no pudo evitar fijarse en la ingente cantidad de cicatrices en distintas fases de curación que ataviaban su cuerpo, casi sin apenas dejar intactos más de dos palmos de epitelio.

En cuanto Eida terminó de hablar se percató de la expresión atónita de la Bruja. Como ella estaba acostumbrada a ver esas marcas como algo ya propio de su silueta no se mentalizó en que estas podrían sorprender a alguien que obviase por completo su pintoresca personalidad. La Guerra de los Arcanos había dejado muchas muescas, tanto físicas como psíquicas, y ni los victoriosos de la contienda  habían logrado zafarse de las mismas. Eida, efectivamente, no era una excepción. Así que, tras colocarse en silencio la túnica y recoger su armadura, volviendo a tapar sus lesiones, habría de camino al Fuerte una pequeña historia que contar.

-Imagino que te preguntarás por qué mi cuerpo está tan magullado…

-La verdad es que sí… Presupongo que las batallas fueron lo suficientemente arduas como para que hayas acabado así.

-No, Tenebra. Estas heridas no fueron provocadas por enemigos de mi bélico pasado. Estas heridas… me las provoqué yo misma.

Repentinas lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de la Curiosa. Al parecer lo que le iba a contar a su compañera de viaje era algo que removía el propio núcleo de sus sentimientos y estrangulaba su capacidad para hablar, haciendo que se comunicara mediante balbuceos. Le iba a costar echarlo a fuera, pero lo veía necesario. Su secreto llevaba demasiado tiempo sellado y la estaticidad de este estaba empezando a provocar que se pudriera. Aunque corriera el riesgo de propagar su dolor a un tercero, había de hacerlo. Tenía una cuenta pendiente con cierto hechicero que desde el primer instante desconfió de ella, debía empezar a sincerarse con los demás para depurar su auténtica naturaleza de… sutil desequilibrio.

­-Eres una Corazón de Ébano –afirmó después de un profuso suspiro –. Quiero creer que, basándome en todo lo que se conoce sobre vuestra familia, no te vas a alarmar demasiado por lo que te voy a decir a continuación.

-Me tienes en vilo. Cuéntalo ya, por favor. Quizás… no es que nos conozcamos desde hace mucho, pero yo soy una persona de fiar y no tendría derecho a juzgar a nadie ni a nada. ¿Por qué lo hiciste, Eida?

-Está bien, creeré tus palabras. Allá va… Digamos que… hay una faceta de mí misma que hasta el propio Clarividente Amach ignora. ¿Recuerdas la actitud de Hex en nuestro primer encuentro?

-Sí, jamás antes le había visto comportarse con tanta animadversión. ¿Se debía a algo en concreto?

-Tiempo atrás mis Magotrones y yo fuimos los despiadados cazadores de un centenar de Sanguinos para someter sus cuerpos a investigación experimental… No me siento orgullosa de esa época, pero tampoco es que lamente las atrocidades que se cometieron bajo mi mandato.

Tenebra se paró en seco, con una expresión de estupor, casi sin creer que la misma Eida de rostro inofensivo que se situaba a su lado era la joven que lideró a ese famoso grupo de hechiceros  exterminadores de Sanguinos de los que escuchó en tantos cánticos de Bardos. No obstante, la prometió que no la juzgaría, por lo que se dignó únicamente a proseguir el diálogo sin perder en ningún momento la compostura, a pesar de que se hubiera presentado ante ella una de las más feroces verdugas del continente.

-Así que esos incógnitos hechiceros de los que escuché eran Magotrones…

-Sí. La encarnizada persecución de esos carmesíes taumaturgos corrió de nuestra cuenta, y cayeron muchos más de los que se notificaron, sólo que los cuerpos de estos olvidados fueron exprimidos por nuestras maquinarias hasta tal punto que se transformaron en minúsculos gránulos de polvo.

Aunque lo dijera con un tono de sincero arrepentimiento, a su faz le fue inevitable esbozar una siniestra mueca de satisfacción al rememorar algunos sádicos recuerdos en los que reverberaban gritos y sangre a la par.


-¿Y… el origen de tus cortes de dónde proviene? –preguntó ella, tratando de desviar el tema de la matanza para evitar indagar en algo que pudiera poner en peligro su integridad –. ¿Cuál es el motivo de que empezaras a lesionarte de tal manera?

-En cierto modo, incluso para mí, su origen es incierto, es como algo que hubiese nacido al mismo tiempo que yo –alegó, reiniciando la marcha, seguida justo detrás por la Gran Bruja–. No sabría dar con una respuesta concreta, por lo que contestaré tal y como yo considero esto, como un mero pasatiempo que anula mis pulsiones más lúgubres.

-¿Pulsiones?


-Desde pequeña me veo en la imperiosa necesidad de desatar violencia a mi alrededor. Un día puedo despertarme completamente alegre que al cabo de una hora una voz en mi cabeza me obliga a matar a pisotones a una alimaña que divisé por el campo. Siempre ha sido así… Yo me considero una persona buena y apacible, pero con una pérfida porción de genuina malicia.

-Así que es como si tuvieras una inapagable sed de destrucción que actúa más como parásito que como actitud innata tuya.

-Podría definirse así más o menos, a grandes rasgos. Era como una maldición que me incordiaba en los mejores momentos. No importaba lo bien que me encontrase, si a esta repugnante enfermedad se le antojaba me exigía que parase lo que fuera que estuviera haciendo para desatar el caos. Sin embargo, meditando, llegué a la conclusión de que, aunque la forma de aplacarlo fuera con puro salvajismo, no quedaba especificado hacia qué objetivo había de acometer tales crímenes, por lo que cierto día probé dañándome a mí misma con un mandoble destrozado que encontré en un callejón. Funcionó.

-Pero eso no fue la cura definitiva…

-Ni mucho menos. Conseguí mantener a raya dichas pulsiones y así centrarme en mis estudios de magia trónica, sí. Pese a ello, y ante mi inconsciencia, no me di cuenta de que este desquiciado remedio tenía límites. Conforme crecí, mi sadismo también lo hizo. Ya no le bastaba con rasguños superficiales, me pedía que hundiera de manera más profunda las hojas. Sentía dolor, y a la vez apacibilidad. Con el tiempo me habitué a esas autolesiones y creí, confiada, que había puesto fin a la crisis, a ese arremetimiento inesperado de mi mente. En cambio, todavía quedaba lo peor. Hasta los propios estudios en los que cuantiosas veces traté de refugiarme me traicionaron, porque, para mí, destacar en la Universidad no fue un triunfo, sino una condena.

-¿Qué pasó?

-Me gradué con honores, los máximos que podían concederse, y con ello vino una “recompensa”. Me dieron la oportunidad de trabajar como decana allí. Sin pensármelo dos veces acepté. Claro… que por aquel entonces desconocía el fatídico futuro que me esperaba, nada adecuado para una persona tan inestable como yo… Pensaba que la función de los Decanatos de las Universidades de Magos tan sólo se reducía a instruir a los aprendices, pero… cuando la Guerra de los Arcanos estalló, estos se convirtieron automáticamente en líderes de batallones, yo inclusive.

-Entonces durante la Guerra fue cuando todo tu esfuerzo por reprimir esos impulsos se echó a perder, ¿cierto?

-Sí… Fue como mostrarle a un pirómano la magia ígnea. Tenía en mis manos el control total de un batallón, dispuestos a lanzarse como descerebrados ante todo lo que yo señalase. Para mi lado retorcido esto era suculentamente maravilloso, podría asolar vidas ajenas sin mover músculo alguno… Y lo mejor de todo es que, murieran aliados o enemigos por mi culpa, nadie me lo echaría en cara, ni tampoco me mirarían como una enferma… Me resultó excitante aquello. Tanto poder… tantas posibilidades destructivas… tanta violencia… Era un festín para mi demencial apetito.

-¿Fue desde el principio así? Quiero decir, ¿incluso en la primera de las batallas te dejaste dominar por tu bestia interna?

-No –negó rotundamente dejando escapar un par de lágrimas –. Resistí todo lo que pude. Al principio empleé mi intelecto y mis dotes como Magatrón para centrarme en buenas estrategias que no permitieran ganar las contiendas sin que ni se derramara excesiva sangre del contrincante. Y sorprendentemente llegué a tener grandes éxitos con estas tácticas, lo que me permitió ascender rápidamente en los rangos de la jerarquía de mi bando.

-He ahí la llama del pirómano.

-Sí… No pude contenerme más. Ya no sólo manejaba un relativamente pequeño pelotón, sino que hasta podía hacer que algunos de los mandamases de renombre ejecutasen mis mandatos sin rechistar. Ahí cambió todo, ya no meditaba nada antes de atacar, simplemente los mandaba al campo de batalla para arrasar con todo…

Eida se detuvo un momento. Innumerables recuerdos abarcaron su mente en los que se veía a sí misma como la tirana que era en aquella época, acudiendo al corazón de la guerra cuando este dejaba de latir sólo para recoger pedazos cárnicos y juguetear con ellos. En uno de esos días, en los que hubo unas precipitaciones propias de la furia desorbitada de un Nerónico, mientras la cruel hechicera recogía los restos de un enemigo desmembrado, esta se vio reflejada en un charco. La imagen de su desquiciada cara, riendo y llorando a la vez, maquillada en la sangre del adversario, fue la gota que colmó el vaso para su templanza.

En cuanto Tenebra también se paró y se giró, esperando que Eida continuase con su historia, la Magatrón abrió la boca con intención de hablar. Le costó horrores soltar esas palabras, desencadenar aquel secreto que permaneció cautivo durante tanto tiempo. Pero al final lo consiguió.

-¿Qui… quieres conocer el verdadero origen de mi sobrenombre, la razón de que me llamen Eida la Curiosa?

-Si no es una molestia para ti…

-En absoluto. Sólo… sólo Hex lo sabe… el resto cree que la verdad es un falaz rumor que sólo trata de desacreditarme como decana.

-¿Por eso Hex se comportó así?

-Sí, bueno, es parte de la explicación de su razonable desconfianza hacia mi persona… Pero vayamos al grano. Lo de Curiosa no es porque me encante indagar en nuevos ámbitos de la tecnología magotrónica, eso es sólo una afición para mí. El auténtico origen del apodo es por lo tanto que adoraba exponer los organismos de mis víctimas, ya estuvieran vivos o muertos, a diferentes tipos de desafíos para averiguar los límites del cuerpo humano… Recurría a la ciencia en su aspecto más macabro… ¡y lo disfrutaba!

La Bruja se aproximó a ella y posó sus manos sobre los hombros de la temblorosa Magatrón. Sabía que debía andarse con cuidado, pues cuanto más hablaba con Tenebra más sacaba al exterior esa oscura faceta, por lo que debía escoger sus palabras con cuidado o acabaría siendo otro sujeto de experimentación suyo.

-No sé cómo debe ser eso de albergar un Infierno dentro de ti, pero conozco bien lo que es llevar la carga de un pasado lleno de calamidades, donde tus propias manos están manchadas de sangre… Enfócalo de este modo: no lo veas como una demente que se arrastra al exterior, sino como una guardiana que contiene un mal dentro de sí. Céntrate en el lado que suprime esas pulsiones y no tengas miedo del monstruo que grita en la jaula.


-Es fácil decirlo, pero…

-Apuesto a que, desde que te encontraste con nosotros, el Consejo, hasta ahora mismo, en algún instante has sentido esos impulsos sanguinolentos que me comentas.

-Sí…

 -Y yo no veo que te hayas doblegado a ellos. Es más, en todo momento has permanecido sonriente y apacible, sin ni siquiera escabullirte en alguna ocasión para concentrarte en retener tu violenta hambre.

-Tienes razón…

-¿No es eso una señal de esperanza? Eida, todo muere. Y estoy segura de que hay alguna manera de extirpar esos pensamientos mucho antes de que tú yazcas en un camposanto. ¿No te piden matar? Pues mátalos a ellos, combátelos.

La Curiosa agachó la cabeza y cerró los ojos. Tenebra estaba expectante a su respuesta, se lo había jugado todo a una carta, si aceptaba luchar contra sus pulsiones habría logrado su cometido. De lo contrario, si al levantar de nuevo su rostro observaba una expresión diabólica, habría de prepararse para empuñar su Puñal Sombrío y afrontar las peores consecuencias.

-Lo haré.

La dio un afectuoso abrazo y caminó de nuevo, dejando a una sorprendida Corazón de Ébano atrás. Unos metros después Eida se giró completamente risueña, aunque con varias lágrimas deslizándose por sus mejillas, y dijo que si no se daban prisa llegarían tarde en el caso de que el objetivo de Voltium Nekro hubiera decidido visitar a los Cruzados. Era como si no tuviera nada que ver con la chica que hablaba hace unos minutos llena de desesperación, al borde de un ataque de insania.

Por su lado, Tenebra, satisfecha mayormente por haber conseguido que no le cediera la victoria a la malicia, dio unos rápidos pasos y se puso a su lado, ambas dispuestas a centrarse al máximo en la misión. En cuestión de poco tiempo ya se plantarían a los pies de la fortificación en cuestión.

El resto del trayecto fue recorrido en pleno silencio. Tenebra quiso seguir hablando, aunque fuera de algo trivial, pero se percató de que su compañera tenía la mirada perdida. Probablemente estaría reflexionando acerca de todo ello, sobre qué hacer con su peculiaridad en el futuro. Debía darla tiempo y permitir que el silencio sanara algo de toda aquella hemorragia psicológica. Solamente interrumpió el mutismo cuando por el horizonte asomó la torre más alta del Fuerte Bendito.

El susodicho lugar aún no había sido concluido y, conforme iba quedando más de este expuesto a la vista de las hechiceras, se veía claramente que se asemejaba más a una fortificación en ruinas que a un bastión glorioso de los Cruzados. Varas de hierro y tablones de madera rodeaban las regiones aún faltas y en diversos lugares reposaban toscas piedras que a posteriori conformarían los muros. Únicamente estaban terminadas las cinco defensas principales que constituían la muralla pentagonal exterior, la colosal puerta de madera que daba entrada al interior y tres torres, una de ellas con algunos huecos inacabados.

Dos confalones clavados en mitad del sendero dieron la bienvenida al camino pedregoso que se desviaba para conducir al Fuerte. Estos tenían dibujados el símbolo principal de los Cruzados: sobre un fondo amarillento un ojo en la parte superior desprende un cono de luz hacia abajo, el cual ilumina dos cruces, una blanca y otra negra. Con ello se pretende transmitir el mensaje de que son los vigías tanto de la oscuridad como de la luz, pues en ambos lugares hay enemigos y aliados.

-Ya casi estamos. Ahora quiero que me escuches con atención.

La antaño Maga Oscura asintió, algo extrañada por ver que la Curiosa se comportaba como si no hubiera pasado nada. Ciertamente se había tomado en serio eso de concentrarse específicamente en la misión que el Sabio les había encomendado.

-Muy bien. Una vez que estemos dentro de sus muros no canalices ningún hechizo de magia negra. Aunque… tus indumentarias muestren en menor medida que perteneciste a la especialización de Magos menos apreciada por estos fanáticos no quiero que les confirmes nada.

-¿Tanto repudian a los que no somos acogidos por la Luz?

-De entre todos los que tienen en su poder el maná bendito ellos son los más sectarios, mucho más que los Ascetas. No les hará mucha gracia que entremos en su territorio, pese a que sea por orden del máximo representante de los Clarividentes y con la intención de ayudarles en la construcción mientras reunimos información.

-Respecto a Amach, con todo lo que tarda en meditar antes de poner en práctica cualquier plan, ¿cómo es posible que haya pasado por alto la tensión que va a haber cuando nosotras dos lleguemos allí? Tú la ciencia, yo la oscuridad, ¿por qué no ha decidido enviar a otra pareja algo menos… polémica para ellos?

-Mira, no es que me convenza todo lo que Amach determina, pues yo soy más dada al empirismo y no a la intuición. Pero sólo puedo basarme en la evidencia, él nunca ha fallado ni en las decisiones más arriesgadas. Puede que analizándolo como tú has dicho, enviando a dos hechiceras que para ellos son tomadas prácticamente como herejes, el asunto carezca de sentido, pero a lo mejor tiene una razón para ello que todavía no hemos averiguado.

-No me queda otra que creerte. Después de todo tú has estado junto a él bastante más tiempo que yo. Sólo espero que esta no sea la vez en la que erra…

-Ya verás que no –afirmó con una sonrisa –. Todo saldrá bien.

Finalmente la pareja llegó a las puertas del Fuerte Bendito. A cada lado de la titánica entrada había un estoico guarda de armadura reluciente que empuñaba un imponente escudo casi de la misma altura que él, así como una dorada espada que por su pulcritud parecía más un arma de exhibición que de batalla. Permanecían inamovibles, ocultos por sus dorados yelmos. Sólo se movían sus pupilas, que estudiaban detenidamente a las dos visitantes.

Cuando estas se acercaron lo suficiente, Eida esperó a que alguno de ellos dijese algo, pero ni con el contacto visual de la Magatrón y uno de los guardas obtuvo respuesta alguna. Ella debería ser la primera en iniciar el diálogo y, con suerte, que se las permitiera el acceso al Fuerte.

-Saludos. Soy Eida y ella es mi compañera Tenebra, venimos en nombre de…

No tuvo tiempo de terminar la presentación. El guarda detuvo su habla sentenciando que quedaban arrestadas bajo la orden de Gericht el Recto. El Cruzado golpeó su escudo en el suelo y dos esferas lumínicas capturaron a las hechiceras sin que tuviesen oportunidad de defenderse, sólo pudiendo inútilmente golpear las paredes de la luminiscente burbuja. Aun así, la comunicación todavía era posible.

-¿¡Gericht!? ¡No puede ser! Llevamos años sin saber nada nuevo sobre él. ¿Cómo ha podido ordenar semejante sandez? ¡No podéis usar su nombre para tal locura! ¿Qué diría él si estuviera aquí, eh? ¡Seguro que se negaría!

De repente, el otro guarda, que había estado observando la escena sin mover ni un músculo, comenzó a caminar en dirección a la esfera donde estaba enjaulada Eida. Una vez allí, la miró fijamente durante unos segundos y después procedió a quitarse el yelmo. Cuando su lacio y blanquecino pelo cayó sobre sus hombros y sus grisáceas pupilas recibieron la luz del Sol la Magatrón no pudo evitar abrir la boca en respuesta a su estupefacción.

-Cielo, yo soy Gericht el Recto. Y apruebo vuestra captura.

martes, 29 de julio de 2014

Microdemencia: Camposanto

No podía creérmelo, me había quedado encerrada. Maldecía aquel momento en el que había optado por ir al cementerio durante la noche y esperar a que las puertas cerrasen. Todo por una dichosa apuesta… Confiaba en que hubiera un guardia patrullando el lugar para que, en el caso de que me hallase en apuros, pese al sermón que me propinase, me sacara de este lugar.

Desgraciadamente parece que he ido a parar a uno de los pocos cementerios que no tienen seguridad alguna durante la madrugada. Ni siquiera diviso alguna cámara para que me grabe pidiendo socorro. Ahora, para mi infortunio, tendré que pasar unas horribles y cuasi infinitas horas en este espeluznante sitio hasta que amanezca. Es cierto eso que dicen de que, por la noche, al ocultarse el Sol, estos espacios cambian drásticamente. Y, que esta premisa sea verdad, es lo que me preocupa. Es imposible que haya una transformación tan brusca… al no ser que haya un factor que lo origine…

Me movía con cautela, tratando de controlar mis temblores y vigilando meticulosamente cada fragmento de mi campo visual. Mis ojos se movían con rapidez, captando todas las imágenes posibles con la intención de que nada ni nadie me pillara por sorpresa.

¿A quién quería engañar? Bien es cierto que no corría ningún peligro salvo meterme en problemas si alguien me veía y pensaba que era una profanadora de tumbas. Aun así, en esa atmósfera tan gélida en comparación al clima habitual de mi región, y con ese lóbrego entorno de matices lumínicos que volvían todavía más apabullante la situación, me era inevitable pensar que de un momento a otro posaría mi pie próximo sobre una tumba y de esta emergería una mano huesuda que me atraparía el tobillo y me arrastraría a una carnívora condena.

Se me ponía el vello de punta con sólo imaginar que los muertos vivientes eran reales, sobre todo en ese preciso instante en el que era una intrusa en su territorio. Sólo quería que el tiempo volara lo más rápido posible, pero está visto que la relatividad es una despiadada enemiga.

Juraría que miraba mi reloj cada diez o quince minutos, y, sin embargo, el minutero únicamente avanzaba dos o cinco. Era espantoso. Tendría que salir de allí antes de tiempo de algún modo, ¿pero cómo? La opción de gritar estaba descartada por completo. Si de verdad esto era una cuna de zombis, lo peor que podía hacer era facilitarles mi caza. Escalar las altas verjas también era una elección desechada, mi vértigo me lo prohibía. ¿Y qué me quedaba? Nada más. No había más alternativa que esperar.

En plena desesperación, no pude evitar abrirle las puertas a la ansiedad. Un brote de puro estrés sofocante comenzó a asfixiarme. Hiperventilaba y empezaba a perder la sensibilidad de mis miembros superiores. Parestesia. Arritmia. Sensación presincopal. Mis miedos me estaban atrapando, garras que rasgaban mi cerebro. Todo se volvía blanco, la gravedad dejaba de oprimirme, me sentía ligera y mis rodillas se flexionaban. Durante un segundo se me ofreció la opción de despreocuparme por todo y sin dudar firmé el contrato. Me dejé caer. Ya sólo sería cuestión de que el tiempo fluyera y me despertara a la mañana siguiente, libre de temores y sonriente por haber sobrevivido, a mi manera, a una noche de puro pánico.

Pero mis intenciones fueron quebradas por una persona que estaba situada detrás de mí. Al caer, ella sujetó mi espalda impidiendo que me desplomara contra el suelo. Un repentino escalofrío, recorriendo por completo mi espina dorsal, me hizo volver a la realidad. Es más, entré en estado de alerta. Sin ni siquiera girarme para ver el rostro de quien había evitado que me cayese, aprovechando que no estaba inmovilizada por dicho sujeto, eché a correr lo más veloz que pude hasta acabar en el otro extremo del cementerio, donde, ya fuera de peligro, me oculté tras una lápida.

No obstante, mi sentimiento de seguridad no era más que el peligro enmascarado, ya que una mano se apoyó en mi hombro. Estaba totalmente fría. Pegué, naturalmente, un salto, acompañado de un grito rebosante de miedo, y, esta vez sí, me giré, a pesar de que conscientemente era lo que menos deseaba justo ahora.

-No te alarmes, no hay razón para que me temas.

Dejando a un lado su temperatura glacial y su piel algo desblanquiñada, parecía una chica inofensiva. ¿Tal vez también se habría quedado encerrada aquí? Aunque eso no explicaba cómo me había alcanzado de forma tan rápida sin que yo me hubiera dado cuenta de ello.

Considerando, por supuesto, que era la misma persona con la que había mantenido contacto antes.

-¿Qué haces tú aquí? ¿Te has quedado encerrada como yo?

-Oh, no. Yo vivo aquí.

Obviamente me quedé extrañada. ¿Una persona que vivía en tan tétrico lar? No. Momentos después ella me lo aclaró. Poco a poco, para que no me diera otro ataque de nervios, fue insinuándolo a medida que la conversación progresaba, y al final lo dijo. Era una muerta…

Al principio no me lo creí, evidentemente, pero entonces me llevó a una parte del cementerio que aún no había visitado. Me dijo que “los demás” se habían metido allí para no ser vistos, a sabiendas de que una viva estaba deambulando por el lugar. Era un mausoleo en cuyo interior había una especie de pasadizo secreto, construido de forma mediocre, pero que desembocaba en un terreno amplio y bastante bien decorado.

Allí me topé con muchas personas de palidez similar a esa chica. Estaba empezando a creerla. Ni por asomo podía haberse quedado encerrada tanta gente por un descuido. Además, a uno de ellos lo reconocí como el joven que falleció hace semanas en un accidente de tráfico. No había duda: ante mí se hallaban todas y cada una de las personas que habían sido enterradas aquí.

De nuevo me entraron ganas de gritar y correr, pero la chica que me había acompañado me cogió la mano. Esta vez no noté frío alguno, de hecho, incluso percibí calidez. Puede… que fueran muertos vivientes, pero me era imposible detectar en ellos algún atisbo de ferocidad. Por lo cual, afronté mis temores y traté de ver más allá de unas carcasas difuntas.

Mientras iba conociéndolos me iba asombrando cada vez más de aquella comunidad tan magnífica que se ocultaba a los ojos de los vivos. Ninguno de ellos mostraba aflicción ni a la hora de narrarme las formas tan dispares con las que habían acabado bajo tierra. Todo lo contrario, allí sólo podía encontrar felicidad. Y es que en ningún momento antes me había parado a pensar… Puede que fueran muertos, sí, pero sus mentes seguían perteneciendo a la vida que tuvieron antaño. Para ellos esto sólo había sido un cambio de aires, nada más, lo cual no era razón para lamentarse e impedir que siguieran disfrutando de momentos de ocio y júbilo. Al fin y al cabo, no podía decirse que estaban muertos del todo.

Tras las presentaciones y alguna que otra anécdota que desencadenase una salva de risas, la chica, que no se había separado de mí, de la que supe más tarde que se llamaba Gema, me pidió que fuéramos un par de minutos a un sitio algo apartado para decirme cómo era posible que los muertos cobraran vida.

Fue fácil entenderlo. Quiero decir, después de saber que los “zombis” son reales, creer una historia como la de que en este lugar la oscuridad de la noche se mezclaba con unas fluctuaciones mágicas y provocaba un despertar de los inertes cuerpos era pan comido.

Por desgracia, parecía que ahí iba a quedar todo. Ya habíamos salido del mausoleo. Faltaba poco menos de un cuarto de hora para que regresase el Sol y todo volviera a la normalidad, por lo que cada uno había de volver a su respectiva tumba, ya que resaltaría un poco que por la mañana se encontrasen el cementerio repleto de cadáveres desperdigados por doquier.

Aunque, pese a estar cerca del final, no significaba que todo había concluido…

-Ha sido un placer haberos conocido. Como ya dije antes, mi casa es muy solitaria… Y haber pasado la noche aquí ha sido reconfortante.

-No hay de qué. Nos ha complacido tu visita y me enorgullece que hayas vencido tus miedos tan rápido.

-¿Miedo? Si lo hubiera sabido desde el principio, ni me habría permitido el más mínimo temblor. ¡Ojalá pudiera pasar muchas noches más como esta!

-Vaya, me alegra que digas eso, así todo será mejor.

-¿Qué quieres decir?

-Eva, yo no te salvé de esa caída cuando entraste en colapso. En realidad, al desmayarte, te golpeaste tan fuerte la cabeza que un derrame cerebral acabó contigo en pocos segundos. Yo, simplemente, te levanté una vez la magia del lugar surtió efecto.

Me enteré de la verdad justo a tiempo. Por el horizonte empezaban a asomar los primeros rayos de sol. Los muertos volvían a sus tumbas, amontonando la tierra para que nadie notara nada. Gema también comenzó a prepararse, no sin antes abrazarme y pedirme perdón por no habérmelo dicho desde el principio.

Aún un poco desconcertada, noté una especie de líquido recorrer mi nuca. Me llevé las manos a la parte occipital y comprobé que era sangre. Mi letal herida estaba resurgiendo conforme se evaporaba la magia. Y, a medida que la sangre fluía, me iba entrando más y más sueño. Finalmente, me tumbé en la hierba y cerré los ojos…

Horas después mi cuerpo fue hallado con una amplia sonrisa que mostraba tranquilidad. La familia que jamás había tenido la acababa de encontrar en el lugar más insólito. Un sitio que por norma suele estar lleno de silencio, amargura y tristeza, para mí se había vuelto cálido, acogedor y alegre. Sólo debía esperar un poco y sería enterrada allí. Pronto estaría disfrutando, noche tras noche, de la compañía de cadáveres que de inertes no tenían nada.

Después de todo, sí que era cierto: la noche esconde misterios que los vivos jamás apreciarían.

domingo, 27 de julio de 2014

El Relicario [3/??]: Recibimiento

Fue la primera vez que contemplé una reacción tan sumamente singular ante la presentación de una persona. Como si mi nombre y apellido fueran vocablos de un conjuro de magia negra, todos los alumnos que en un principio se habían aglomerado a mi alrededor ahora retrocedían con miradas pávidas y movimientos temblorosos. Era evidente que en algo había metido la pata, y eso me ponía aún más nervioso si cupiera.

Mire a todos lados, buscando un rostro que no mostrara terror, extendiendo mentalmente un brazo para que un alma caritativa (y nunca mejor dicho) me explicara qué estaba ocurriendo. Pero parecía ser que no iba a tener tanta suerte… O eso supuso mi negatividad a priori.

-¡Vaya! Yo no causé tanto alboroto cuando dije mi nombre. Y eso que soy como tú.

Casi que no podía creérmelo. La voz provino de mi izquierda. Un humanoide vestido con unos vaqueros negros rasgados por la zona de las rótulas, una camiseta corta de rayas horizontales negras y moradas, un cubrebrazos negro en su brazo izquierdo que llegaba hasta sus nudillos y un mitón de cuero, también negro, en la otra mano. Pero ahí no acababa la cosa. Su variopinta imagen quedaba finiquitada con unos iris de un sobrenatural morado y un flequillo del mismo color que caía diagonalmente hasta su oreja derecha, siendo el resto de la cabellera de la misma tonalidad que sus Converse negras.

Sin embargo, lo que verdaderamente había llamado mi atención no era su “disfraz”, sino eso de que él era como yo. Así que, tratando de evadirme de la realidad, haciendo desaparecer, en sentido figurado, al resto de estudiantes, me centré en ese chico de piel increíblemente blanquecina.

-¿Qué quieres decir con eso?

-¿No es evidente? Tú eres un humano, al igual que yo.

-Imposible. Puede que… no tengas colmillos, ni orejas puntiagudas, ni apéndices algo distintos a los míos, pero tu piel y tus ojos difieren mucho de los de un ser humano convencional.

-Se ve que te está costando digerir toda esta realidad más allá de la Tierra.

Tierra… No la había denominado Bios. Aunque eso no supusiera la prueba irrefutable de que era humano era una buena forma de empezar a convencerme de que no estaba solo.

-De…demuéstrame de alguna forma que lo eres. Si… siento desconfiar, pero después de lo que acaba de pasar con una acción tan sencilla como decir mi nombre me cuesta creer que repentinamente alguien quiere conversar conmigo, sobre todo alguien que afirma ser de mi especie.

-¡Ah, sí, lo del nombre! Casi lo olvidaba –contestó ignorando el resto de mi respuesta –. Yo soy Félix Expósito. Un nombre bastante humano, ¿no te parece?

Quizá Félix también se usase en alguno de los otros Seis Mundos, aunque ese apellido en concreto… No había duda, como mínimo este chico había estado conviviendo con los humanos.

-Muy bien –dijo Félix tras un suspiro, entendiendo que el silencio que yo había mantenido era señal de algún resquicio de desconfianza, pese a que en realidad estuviera absorto en mis pensamientos, asimismo como algo ofuscado por la muchedumbre –. Recurriré al plan B.

Se metió de nuevo entre el gentío y a los pocos segundos emergió, esta vez trayendo casi a la fuerza a alguien más consigo. Era una chica de un aspecto humano tan perfecto que a simple vista podría pasear por Bios y pasaría desapercibida. Sus ropas eran simples, una gruesa sudadera gris con una capucha algo holgada, una falda negra que acababa en sus rodillas y de un tejido parecido al de cualquier uniforme escolar, dos muñequeras negras, en conjunto con la laca de uñas que llevaba, y unas botas de tela negra con hebillas superpuestas entre los cordones. Si había de destacarse algo fuera de lo común sería su rojizo pelo, el cual era extremadamente largo en comparación a lo habitual, llegando a acabar casi en su cintura, y eso que estaba recogido por dos extensas coletas.  

De inmediato tuvimos contacto visual. Sus ojos color miel parecía que me transmitían lo que ella sentía ese instante: inquietud. No le hacía mucha gracia que Félix la sacase del camuflaje que ofrecía la multitud, por lo que, o una de dos, era tan tímida como yo, poco probable, o también le había aterrado mi nombre, bastante probable.

-Me acerqué a ella al ver su apariencia humana y podría decirse que ya somos amigos con el poco tiempo que llevamos aquí –explicó Félix riendo un poco al ver el mal rato que estaba pasando la chica –. Y bien, ¿qué dices, es humana o no?

-Bueno… En una primera impresión diría que se asemeja bastante a una…

-Nada de rodeos. No quiero alargar su tortura. Es bastante tímida, ¿sabes? Venga, anda, sólo di sí o no.

Así que era timidez, no le agradaban las masas. Puede que entonces sí fuera humana, y además parecida a mí. Lo aposté todo, aunque fuera al menos para cesar de charlar con él y que dejase así de ser el centro de atención mientras esperábamos a que las puertas se abrieran.

-Está bien. Yo digo que es humana.

-¡Mec! –exclamó, imitando el típico sonido que suena en los concursos televisivos cuando el concursante falla –. Error. Ni siquiera proviene de la Tierra. ¿Quieres saber lo que es?

Asentí con intriga.

-Kiziel, preséntate.

-¿Otra… vez… tengo… que… hacerlo?

Su temblorosa voz se pausaba cada dos por tres. Seguramente también sufriría esa especie de decrecimiento intelectual del que yo me aquejaba al rodearme de gente y tuviera que pensar concienzudamente cada palabra antes de pronunciarla. A pesar de ello, su voz era magnífica, como si sus cuerdas vocales, en vez de expulsar aire maleabilizado para articular los vocablos, exhalasen notas musicales de rasgos eólicos.

-Venga, no te cortes. Mira al chaval –respondió señalándome –. Lo va a pasar realmente mal si continua con esa mentalidad tan terrícola. Me parece que si haces una digna presentación para él le ayudarás con ello. Además, esta podría ser la situación que desencadenase una fuerte amistad entre nosotros tres.

-¿Y por qué querría hacerme amigo tuy…?

No me dio tiempo a acabar la frase. Sus palabras habían surtido efecto en el cerebro de esa tal Kiziel. Y he de confesar que estaba agradecido de que hubiera aceptado la propuesta de Félix…

Dos alas gigantescas en comparación con su pequeño cuerpo se desplegaron, liberando un par de plumas de un blanco celestial que flotaron por el aire mecidas por una danza que marcaba los tempos de ese silencio concebido por la fascinación. No era humana, no, pero era un ente que nosotros habíamos buscado tanto tiempo con la intención de demostrar que existían el Cielo, y por extensión un lugar donde las almas viajaran para descansar indefinidamente. Y yo, un simple chico del montón, sin ninguna característica que sobresaliera por encima del humano medio, acababa de ser testigo del avistamiento de un…

-¡Eres un ángel!

-¿A… qué… te refieres…? –preguntó Kiziel, plegando velozmente las alas siendo rebasada por la timidez, ocultándolas, no sé cómo, bajo su amplia sudadera –. ¿Qué… es un… ángel?

-Permíteme explicarlo –intervino Félix –. Si bien es cierto que los humanos consideramos que existen unos seres con alas, de un mismo aspecto humanoide al nuestro, estábamos equivocados al bautizarlos como ángeles. El término que ellos usan, algo más sencillo y obvio, es el de Alados. Kiziel no es un ángel, sino una Alada.

-¿Y cómo puede ser que sepas tú eso? –le recriminé –. Cualquier otro humano habría pensado que era un ser del Cielo.

-Leo, mal vas si empleas esa tonta prueba para justificar que no soy de tu especie. En el mejor de los casos ella misma me lo podría haber dicho al habernos conocido, pero en realidad fue algo distinto. A mí me acompañó  hasta el Anima Viator un guía, el cual supe más tarde que sería un profesor de la Academia, o Instructor como se les denomina. Este Instructor, que gustosamente se ofreció a ayudarme con cualquier duda que tuviera, me aclaró, entre muchas otras cosas, que lo más cercano a lo que nosotros definimos como ángel es un Alado.

-Entonces… ¿en vuestro Mundo… nos llaman ángeles…?

-Pues sí. Pero eso no es lo importante ahora mismo –sentenció él, con un tono de voz un poco embravecido, señalando que estaba empezando a cansarse de que no diera mi brazo a torcer a la hora de no creerle –. ¿Acaso a ti no te acompañó ningún guía? Porque con lo perdido que estás…

-Sí… Era un Instructor también, concretamente el de una asignatura denominada Modus Vivendi.

-¿Y no te explicó nada sobre la diversidad de seres vivos humanoides que existen? ¡Pues vaya mierda de guía! –expresó seguido de una carcajada –.

-Cuida esa boca, chico. No te aconsejo que empieces estos cuatro largos años con tan mal pie.

Esa voz me resultaba demasiado familiar. Me di la vuelta. Era ni más ni menos que Zaxi. Estaba apoyando su espalda en una de las paredes colindantes al gran portón de madera que ocultaba la tan misteriosa Academia.

-¡Zaxi! –exclamé, contento de ver por fin una cara amiga –. ¿Cómo has llegado ya hasta aquí?

-Soy un Demonio –respondió mientras mostraba sus alas y alzaba una ceja –. Conozco atajos por estos lares, algunos hasta más maravillosos que el mágico trayecto de Anima Viator. Que por cierto… ¿te resultó cómodo el viaje, Leo?

-¿Sabías mi nombre? –contesté con una pletórica sorpresa –. ¿Y cómo que tú no has reaccionado como los demás?

En ese instante regresé a la realidad. Al mencionar a los otros estudiantes me percaté de nuevo de esa intimidante situación. Sellé mis labios y agaché mi cabeza, con mis rodillas temblando y gotas de sudor brotando a través de los poros de mi frente. Necesitaba algún antídoto reconfortarte que arrancara ese ancla mental que acababa de confeccionar y me sacara a flote. Y lo obtuve.

-No he reaccionado de ninguna manera porque no hay razón alguna para ello.

El alumnado miró extrañado a Zaxi, como si estuvieran observando a un loco imprudente. Su frase no les había convencido, es más, hasta les había hecho dudar de la integridad psíquica del susodicho Instructor. Pero el asunto no quedó en una mera oleada de faces boquiabiertas y confusas. Uno, de piel extremadamente pálida, con orejas puntiagudas, un largo y liso pelo negro, lúgubres y extensas ojeras, dientes afilados y ojos rojizos de cierta luminiscencia, se dignó a contraargumentarle.

-Pero Instructor, ¿acaso desconoce la procedencia del apellido Alighieri? ¡Es descabellado no alarmarse ante el hecho de que uno de su familia se encuentre aquí!

-Lo conozco perfectamente, y en este lugar es irrelevante las raíces de las que provengáis cada uno de vosotros. De lo contrario… tú deberías ser uno de los que tendría que callar, ¿no, Carpe Diem?

¿Se llamaba Carpe Diem? ¿Y me miraban raro a mí por un simple apellido de procedencia italiana? Además, poniéndome igual de idiota que el resto, no encajaba ese nombre con su apariencia, no le hacía honor a eso de “disfruta el momento”. Parecía que iba de luto. Botas, vaqueros y camiseta de un asfixiante color negro. Lo único algo más… colorido, por decirlo de alguna forma, era el dibujo de su camiseta, el cual era un reloj de arena gris metálico en cuyo interior había a partes iguales entre la parte superior y la inferior un brillante líquido rubí. Claramente sangre.

-¿¡Qué tiene que ver eso ahora!?

Era la voz de una chica que se abrió paso entre la multitud a empujones hasta colocarse a pocos metros de Zaxi, con una mirada llena de furia. Al parecer le había molestado ese ataque contra Carpe Diem. ¿Por qué? Viendo que era igual podría suponerse que eran familiares o quizás grandes conocidos en el Mundo del que procedían. Mismos ojos y dientes, misma tez y orejas, solamente se diferenciaban en el color del pelo, ya que ella lo tenía completamente blanco nuclear. Además de ello, ella vestía con botas y vaqueros blancos, así como con una camisa del mismo color y una corbata algo singular. Era roja y tenía la forma de una flecha que apuntaba hacia el suelo. En ella se hallaba dibujada una cuenta atrás, estando el número diez próximo a su cuello y el cero casi en la punta de la “flecha”, y rozando la punta había dibujada otra cosa diferente: una lápida grisácea.

-¡Vaya! También estás aquí. Por un momento creí que era un error del listado, pero parece que siempre iréis cogidos de la mano… Chicos –dijo de repente dirigiéndose a todos los demás –, decidme, ¿qué puede haber hecho la benevolente Memento Mori para haber acabado justo aquí, junto con su hermano gemelo? ¿Alguien tiene alguna idea?

Los gemelos Memento Mori y Carpe Diem. Definitivamente eran dos personajes peculiares, aunque, eso sí, no los que más destacaban de entre todo el gentío respecto a sus rasgos… Acababa de conocer al propio Caronte, a un profesor Demonio, un particular ser que afirmaba ser humano, una Alada incluso más introvertida que yo y dos paliduchos con nombres de tópico literario. Y tan ni siquiera habían comenzado oficialmente las clases. ¿Me toparía con alguien más antes de que el portón se abriera?

-¿Quieres saber lo que he hecho para que el Simposio me envíe aquí, eh? ¿¡Quieres conocer la injusticia que han acometido hacia mi persona!?

Las palabras de Memento Mori rezumaban rabia e impotencia, pero el Instructor las había ignorado por completo. Su atención se había dirigido al sonido de un cañonazo que había reverberado por toda la zona justo después del grito colérico de la chica.

-Hablando de injusticias –dijo Zaxi bajando su voz a un tono casi imperceptible –.

Desde el principio algunos adivinaron el origen de ese ruido y miraron de inmediato al portal de los raíles. Poco a poco todos fuimos dirigiendo la mirada hacia esa dirección. En cuestión de un par de minutos una estela apareció en nuestro campo de visión. No cabía duda, era otra alma que venía a estudiar a la Academia. Tal vez no había llegado a tiempo y de algún modo había logrado acceder a un Reactor de última hora. Sin embargo, había algo extraño en ese alumno además del tema de no haber venido junto con nosotros en el tiempo indicado. Su brillo era un poco más destellante y potente que el que yo recuerdo mientras viajaba sobre esos raíles. Lo único que se me ocurría es que fuera tan corpulento que hasta su alma duplicase el tamaño de las de los demás. De lo contrario, ¿a qué se debería tanta iluminación?

Con expectación estuvimos esperando, siguiendo con nuestros ojos todos y cada uno de los trazos que dibujaba esa silueta. Zaxi sabía quién era, no había duda basándome en la frase que había soltado. Y de la forma en la que lo había hecho no era un alumno del montón. ¿Y si se trataba de aquel chico del que me hablaron tanto el Instructor como Caronte? Si ese fuera el caso, creo que merecía la pena toda esa tensión que estaba sintiendo. Era como esperar a un famoso, del cual desconocía hasta su rostro.

Finalmente el alma alcanzó el portal y… se dividió al materializarse. No, no era eso. En ningún momento había sido una única ánima la que había circulado por ese trayecto, sino que le habían escoltado. ¿Escoltado? Tampoco era eso. Eran dos seres bastante altos, equipados con una robusta armadura muy similar a las del medievo de Bios y una afilada alabarda que apuntaba al cuello del allegado estudiante. De ahí el cegador brillo: habían viajado tres almas a la vez, disparadas desde el mismo Reactor.

El chaval en cuestión vestía un guardapolvos de cuero verde oscuro, una camiseta negra con dos grandes letras N plateadas, unos pantalones negros cortos que acababan en sus rodillas, un cinturón con una calavera gris como hebilla, y unas botas de aspecto algo pesadas que terminaban a la mitad de sus gemelos. Sus iris eran absolutamente blancos con unas pupilas del tamaño de la cabeza de un alfiler y su pelo, totalmente despeinado, era casi tan oscuro como el aura que desprendía, metafóricamente hablando.

Toda esta secuencia de sucesos fue eclipsando lo que fuera que les hubiera alterado acerca de mi nombre. Eso en parte era de agradecer, pero también me estaba desasosegando. Debido era a que lentamente iba dándome cuenta de la realidad. Esto no era un sueño, iba a convivir cuatro años con seres de mitos, pesadillas, religiones y demás ámbitos fantásticos, y debía empezar a acostumbrarme cuanto antes o de lo contrario iba a pasarlo verdaderamente mal. Así que dependiendo de cómo me lo tomase podría ser una época nefasta o una buena anécdota que contar a los curiosos que, por su fortuna, directamente llegaron al Paraíso sin ningún Purgatorio de por medio.

El reciente estudiante permaneció estático, mirando de un lado a otro, sin girar la cabeza, al resto del cuerpo estudiantil, registrando en su memoria las caras nuevas. Acto seguido cerró los ojos y asintió. Tras este gesto, súbitamente los dos seres que se erguían a su izquierda y derecha se cayeron en pedazos, es decir, era como si los cuerpos que se albergaban dentro de las armaduras hubieran desaparecido y estas se desplomaran a merced de la gravedad junto con las dos alabardas.

Lo primero que me vino a la mente fue evidente.

-Zaxi, ¿a…acaba de matarlos?

-Oh, no. Ni mucho menos. Esos dos guardas tan sólo eran armaduras encantadas. El hechizo en cuestión se basa en hacer que un objetivo en concreto quede vigilado hasta equis posición. Una vez se llega al destino el hechizo se disipa y el objeto vuelve a permanecer inerte.

-¿Y quién puede crear semejante magia?

-Él mismo –contestó risueño –.Y no es magia como tal. Es más bien un tipo de poder. Él es un Esper.

Estrepitosamente el portón comenzó a temblar. La tierra bajo nuestros pies se sacudió. Kiziel se acurrucó en el suelo cerrando los ojos con fuerza y Félix se puso a su lado para calmarla. Carpe y Memento se cogieron de la mano y yo me quedé paralizado, casi en shock. Todos iban reaccionando de formas similares, temerosos, sin saber a qué se debía ese seísmo. Todos excepto uno, aquel que Zaxi denominaba Esper. Él continuó impasible, haciendo caso omiso al potencial dañino que podría desencadenarse.

-Será mejor que me vaya cuanto antes, de inmediato van a comenzar los preparativos de la bienvenida.

La voz del Instructor me hizo volver en mí. Le busqué con la mirada pero ya había desaparecido. Seguramente habría empleado el mismo método que para llegar hasta aquí… Al menos podría respirar tranquilo sabiendo que esto era la rutina de siempre al iniciar las clases. O al menos intentarlo.

-Pero cuántas ovejas descarriadas de su rebaño…

Nada más resonó esa frase los temblores cesaron instantáneamente.

-Ejem –prosiguió la voz de esa mujer –. No soy muy dada a la broma, y probablemente esto, en vez de haber liberado tensiones, os haya puesto más nerviosos. En fin, sea como sea, es momento de ponernos serios. Ante todo, no quiero que veáis la Academia como una cárcel, y mucho menos que os concibáis a vosotros como presidiarios. Tened por seguro que si hubierais cometido un delito de verdad no se habría determinado que vinieseis aquí, sino que directamente habríais sufrido algo parecido a una condena eterna…

Justo en ese instante el Esper soltó una risa sarcástica. Al menos para mí, con esa notoria reacción, ya se había presentado. Sin duda alguna era ese estudiante sentenciado a repetir una y otra vez su paso por la Academia.

-…Por ello mismo os pido que os toméis esto como vuestra estancia universitaria. Todos tenéis entre 17 y 18 años por lo que en vuestros Mundos de origen ya estabais en la edad de iniciar vuestros respectivos grados.

-Yo tenía pensado ponerme a trabajar directamente –aclaró un chico, lo cual desencadenó unas cuantas risotadas burlonas por parte de terceros –.

-¡No hay de qué preocuparse! –afirmó ella –. Aquí no existen asignaturas similares a las de cualquier otra Facultad, así que no es necesario entrar con una aptitud universitaria. Sólo os pido que deis lo mejor de vosotros durante estos escuetos cuatro años y pasaréis curso por curso sin apenas dificultades.

El terreno vibró nuevamente, aunque esta vez en menor medida, casi una centésima parte que en la sacudida anterior.

-Una vez dentro os explicaré todo como es debido. Mientras tanto me presentaré. Soy Eris, vuestra Directora e Instructora de Metafísica.

Los temblores siguieron, pero ahora con una razón de ser. El monumental portón se estaba abriendo con lentitud. Dos minutos después, sin más palabras por parte de Eris, tan sólo cuchicheos entre los alumnos, pudimos observar un pasillo de paredes compuestas por polvorientos ladrillos grisáceos y quebradizos. Su longitud era extraordinaria, no podía ver hacía qué tipo de habitáculo o patio conducía. No obstante, esta dificultad visual se veía reforzada por la inmensidad de polvo del pasillo. Desde luego pasar por allí en solitario debería ser estremecedor.

-¡Bienvenidos a Sciti Veritas!

La muchedumbre se fue agolpando en la entrada, tratando de ser los primeros en ver por fin el aspecto de la Academia. Félix, antes de partir, se dirigió de nuevo a mí y me dijo que volvería a verme dentro. Parecía que estaba convencido en querer entablar una amistad conmigo.

Al final, sólo quedé yo. Bueno… eso creí en un principio. Noté una especie de presencia. Me di la vuelta y me percaté de que el Esper todavía seguía ahí quieto, sin haberse movido en absoluto, fijando la mirada en aquel oscuro pasillo.

Sin embargo, de golpe y porrazo giró la cabeza y me miró. Ese contacto visual fue bastante estremecedor para mí. ¿Estaba estudiándome tal y como hizo con todos al llegar?

Entonces se movió, iba caminando despacio hacia mi posición. Quise correr y entrar en la Academia, pero eso podría ser una mala idea. Viendo lo que podía hacer con unos trozos de armadura a saber de lo que sería capaz con materia orgánica como yo. Por lo que me quedé quieto y crucé los dedos para que él se hubiera levantado hoy de buen humor.

Cuando estuvo a una determinada distancia, volvió a clavarme la mirada. En cambio, en esta ocasión sentí algo más que un escalofrío al contemplar esos ojos dignos de un cadáver. Un horripilante dolor de cabeza me comprimió el cráneo durante unos momentos. Hasta ese instante no había caído en la cuenta de que, pese a ser almas, éramos capaces de sentir dolor. Y qué manera tan nociva de averiguarlo.

-Interesante. Este año promete.

El dolor paró ipso facto tras su murmullo. Su voz no era algo fuera de lo común, pero era como si penetrara en lo más profundo de tu mente, como si rebotara una y otra vez dentro de tu calavera.

Para cuando lo descubrí fue demasiado tarde, él ya se había adentrado en el polvoriento pasillo… Había pasado desapercibido ante mí. Era un detalle clave que levantaba más misterio alrededor de ese sujeto.

Con razón su voz había tenido ese extraño efecto. En ningún momento había movido los labios. No había hablado siquiera. Había sido telepatía. Sí, estaba seguro de ello. Ese chico tenía habilidades bastante imponentes. Además, sabiendo el tipo de castigo que el Simposio le había propiciado, podía concluirse que era, de cierto modo, un individuo peligroso. Prueba de ello eran las palabras que había empleado para comunicarse conmigo.

Y yo iba a convivir con él durante cuatro años.

sábado, 26 de julio de 2014

Hasta luego

Recién había comenzado ese peculiar 20 de julio de 2014. Tan sólo era la una y media de la mañana y ya se había transformado en el peor día de mi vida. Mi madre acababa de morir.

Una enfermedad algo común a la par que grotesca me la había arrebatado inesperadamente… Un cáncer de pulmón la había extirpado de este mundo. Este se fue propagando sigilosamente hasta su hígado y fue cuestión de meses que dicho órgano, así como los riñones, dejasen de funcionar para finalmente, el día ya mencionado, se durmiera para siempre tras una indolora parada cardiorrespiratoria.

Perder a una madre es… algo que no le desearía a nadie en el mundo, y menos de la forma en la que yo la perdí. Sin ni siquiera poder despedirme de ella debidamente, ocultándola, tanto mi hermana como yo, en todo momento durante su ingreso la fatídica verdad que nos habían lanzado los médicos; siendo sedada a dosis en aumento de tal manera que el último día actuaba como una autómata, y contemplando cómo sus funciones se iban apagando una a una… Era horrible y me sentía lleno de impotencia. No podíamos hacer absolutamente nada de nada, tan sólo esperar.

Y ahora, pasado todo, me es inevitable. Me caigo a pedazos.

Recuerdo que con 7 años mi cerebro no tuvo otra cosa mejor que regalarme que una tremebunda necrofobia. Quizá en ese instante fui consciente de que la muerte también le llegaría un día a mi madre, el caso es que me costó mucho tiempo olvidarme de ese temor… más o menos un par de años. Combatí el miedo con lo único que hago medianamente bien: pensar.

Mantuve una charla con mi cerebro y me convencí de que todavía le quedaban una gran cantidad de años de vida. Solamente me basé en los datos. La media de vida ronda los 80-85 años, por lo que a mi madre aún le quedaba poco menos del 50% de la suya. Fue un alivio, mi fobia se desvaneció, tal vez para regresar una vez yo tuviera 40 y pico y ella rondase ya los 80 y algo… Pero me daba igual, si diez años me habían parecido una eternidad, todavía me quedaban otras tres eternidades junto a ella… O eso creí.

Ya no tengo a nadie a quien llamar mamá, nadie a quien abrazar y que me diga que cada día estoy más alto, nadie que me cuente las trastadas que yo hacía de pequeño, nadie con quien regañarme de vez en cuando, ni siquiera a nadie a quien cuidar de un cáncer del cual pensaba que iba a salir victoriosa. Se ha ido y no volverá, y mis miedos han regresado tras sufrir una severa metamorfosis. Nunca supe qué sensaciones conllevaría un duelo, y espero que lo que esté soportando sea la sintomatología común, porque de lo contrario sé que dentro de poco acabaré como un maniquí en un vertedero, sin uso alguno, desechado en un mundo que se descompone a un ritmo similar al mío.

Cuando murió mi padre aún ni manejaba con soltura eso que llaman razonamiento. No era más mayor de los 4 años y lo único que recuerdo es una imagen en la que no entiendo por qué mi madre está con la mirada perdida, sentada en la cama de su habitación, y yo estoy tratando de que sonría. Sé que puede sonar duro, pero me siento afortunado de sólo recordar eso, porque, aunque consecuentemente esto haya hecho que desconozca lo que es tener un padre, al menos no sufrí como justo ahora hago.

Y es que, no sé si hubiera sido mejor el haber borrado todos los recuerdos que tengo de ella o el haber mantenido una relación madre-hijo de puro odio. De ambas formas sé que por lo menos no tendría que estar cada día luchando contra estos horribles pensamientos que me inducen sin piedad al borde de ataques de ansiedad. Pero si me paro a meditar, aunque sea doloroso, es mejor que haya pasado así, ya que de lo contrario entonces me hallaría en la misma situación que con mi padre: ¿cómo sería el haber crecido con una madre?

Y hay más. Que mi cerebro se diera por vencido con la necrofobia no quiere decir que no tuviera aires de venganza… Por lo que me presentó a su “amigo” el Suicidio. Otra etapa negra de mi escueta vida que ni por asomo ha sido cerrada aún. En los inicios de estas ideas autohomicidas no me importó ni el hecho de que destrozaría a mi hermana y a mi madre si lo hiciera. Por fortuna logré mantenerme con vida a duras penas, entre pequeños resquicios de felicidad que encontraba inesperadamente y una especie de pacto que hice con mi madre cuando finalmente le revelé las insaciables ganas que tenía de cortarme las venas.

“Está bien. Te prometo que no me quitaré la vida. Pero cuando tú te vayas, yo me iré contigo.”

Tonto de mí, que consideré que con este trato estaría a salvo de mi obsesión suicida durante un gran lapso de tiempo. Mi propia hermana habló conmigo, pidiéndome que continuara adelante, ya que conocía también el pacto que había hecho. Para ella la noticia de la médica no fue sólo que nuestra madre moriría, sino que además su hermano moriría también.

No obstante, durante el ingreso recapacité y vi que era absurdo suicidarme justo ahora, dejando aquí a mi hermana, a mis perros, a mis amigos, a mis estudios, a mis videojuegos, a mis relatos, muchos de ellos sin acabar, sólo con sus tramas apuntadas en un bloc de notas. Sí, tenía que seguir. Podría decirse que lo que no pudo sanar tantos días de lucha constante en  un entorno depresivo y deprimido lo curó una noche de reflexión conmigo mismo en una situación algo trágica. Y, a pesar de que todavía mi mente es abordada por pensamientos de índole suicida, no me retracto de la decisión que tomé, porque sé que a la vida le debe estar incordiando que siga en pie una persona que tantas veces repetía que se quitaría de en medio en cuanto su madre falleciera, y molestar a alguien que me ha fastidiado tantas veces es algo que me reconforta. Además, creo que recapacité en el momento exacto, 18 de julio, porque lo que me depararía el día siguiente sería el afrontamiento de algo inimaginable para cualquier hijo.

El 19 de julio por la mañana empezó todo con una rara sensación, algo me avisaba de que hoy sería el día que vaticinaban los médicos. Había estado con mi madre en todo momento en la habitación del hospital desde ayer, unos dos días después de que la ingresaran. Había pasado junto a ella unas noches terribles, en las que, por los efectos psicológicos de la morfina, se levantaba sin parar y trastocaba tanto su vía como sus gafas nasales, de modo que cada diez o cinco minutos me levantaba del sillón para comprobar que todo seguía en su lugar. Creo que esas dos noches hasta obvié el hecho de ser despertado sin cesar cuando tengo un sueño gigantesco, cosa la cual me irrita sobremanera. En esos instantes no me importaba lo que yo tuviera que pasar si conseguía que mi madre mejorase… Sí, este chico, embadurnado en negatividad y trajeado con el pesimismo, aún tenía esperanzas. Pero a la vida parece que le gusta jugar a un juego denominado “voy a fastidiar precisamente a los que menos se lo merecen”. Así que, el susodicho día ya mentado, alrededor de las diez de la mañana, vi en los ojos de mi madre una sustancia amarillenta. La bilirrubina se desbordaba al haberse acumulado en su organismo de forma tan nociva. Lo supe, hoy se acabaría todo, y con ello vino mi primer ataque de ansiedad, así como mi primer lorazepam.

Fueron quince horas y media en las que estuvo completamente sedada, casi vegetal, salvo por una profunda respiración que hacía que se me encogiera el corazón. Por lo visto, según los sanitarios, era la típica respiración que producen todos los pacientes que están a punto de morir. Una respiración hiperventilatoria y bradipneica, aunque para mí, cada vez que sus pulmones se llenaban de aire, era una mota de esperanza que amanecía dentro de mí, aferrado a la premisa de que mientras alguien sea capaz de oxigenar su cuerpo se mantendrá vivo. Fue evidente que ni la fe ni la esperanza ni nada puede afrontar la cruel realidad que se cierne sobre cada uno de nosotros, así que las horas pasaron y expiró su último aliento.

Mi hermana y yo nos quedamos aliviados, sólo por el hecho de que al menos ya no sufriría más, de que ya no tendría que seguir luchando contra esa enfermedad que la iba carcomiendo conforme las semanas avanzaban. Ya solamente descansaba. Era un reposo bien merecido por todo el esfuerzo que había hecho en sus casi 60 años de vida, edad la cual iba a cumplir en aproximadamente un mes…

Las enfermeras nos dijeron que nos saliésemos de la habitación, ya que iban a hacer los preparativos para la funeraria. Esto me indignó un poco, pues esa misma mañana le pedí al médico que la trataba que si fallecía nos dejase con ella todo el tiempo posible. Y no pudimos estar ni diez míseros minutos… Aunque al menos, cuando la desnudaron, la taparon con una sábana y le quitaron la vía y las gafas nasales, nos permitieron regresar un pequeño rato a la habitación. La opción de volver a verla en ese estado fue algo de lo que en parte me arrepentí a posteriori.

Mi cerebro se quebró al verla en esa cama, inerte, fría. Y mi maldita curiosidad parece que se alió con las represalias que acometía hacia mi persona esa estúpida materia gris. ¿Qué hice? Comprobar los ojos de mi madre, que desde las diez de la mañana hasta la una y media de la madrugada del día siguiente, 20 de julio, no habían hecho más que empeorar, hasta tal punto que pude apreciar en cierto momento sangre en ellos… Solamente quería saber si ahora, que ella descansaba en paz, sus ojos, las partes más vívidas de cualquiera de nosotros, habían mejorado. Sin embargo, contemplé algo que leí tantas veces en novelas y que jamás pensé que fuera cierto. Ahí ya no estaba mi madre, no sé cómo explicarlo, sólo diré que existe una gran diferencia entre los ojos de alguien vivo y los de alguien… muerto. Así que, lleno de dolor y de arrepentimiento, cerré de nuevo sus párpados y la abracé con fuerza. Puede que ya no fuera nada más que una carcasa, pero necesitaba abrazarla, al menos por última vez. Y no quise soltarla, me daba igual que estuviera abrazando un ser sin vida, era mi madre.

En cambio, pronto tuvimos que despedirnos definitivamente. En un par de días sería incinerada y regresaría a casa, yaciendo sus cenizas en un almendro de la terraza, tal y como ella quiso: descansar bajo un árbol...

Mamá. Sólo han sido 19 años, muchos menos de los que tenía pensado que viviría a tu lado. Creí que me verías graduarme, que volverías a soportar mis tonterías de “estoy solo” al iniciar mi segunda carrera, así como los nervios que presentaba siempre ante el desconocido alumnado que me acompañaría. Pensé que te alegrarías cuando trajera a casa mi primer sueldo, que me consolarías cuando se muriera por primera vez un paciente al que tratase, que sonreirías cuando salvase la vida a otro, que seguirías riendo a carcajada limpia con mis comicidades, que seguirías echándome la bronca por mis holgazanerías, que me felicitarías con cada nuevo escrito que realizase. Supuse, en definitiva, que estarías más tiempo junto a mí.

Algún día volveré a tu lado, pues, tal y como te prometí, el día que tú te vayas yo me iré contigo. Sin embargo, tendrás que esperar un poco, porque sería un acto egoísta dejar aquí a mi hermana y a los cuatro perros, o hijos peludos como tú los llamabas. No es ninguna alocada premisa religiosa el decir que sigues con nosotros, mamá. Es ciencia, eso mismo de lo que tanto te fascinaba que te hablase. Es, concretamente, genética. Mi hermana y yo tenemos que mantener tu legado y seguir adelante, de modo que todo eso que creí que vivirías a mi lado se haga realidad, sólo que lo tendrás que ver a través de mis ojos, mediante esa porción de mi ADN que eres tú.

Puede que la espera se haga larga y difícil. Me conciencio de ello. Pero te costó mucho traerme a este mundo y sacarme adelante. Sería un desperdicio desaparecer sin ni siquiera haber cumplido un quinto de mi vida. Por eso te pido que seas paciente, que, si por alguna remota casualidad existe un mundo más allá de este, allí será donde nos veamos nuevamente y entonces te contaré mis aventuras y desventuras por este aparatoso lugar donde, aunque no lo creas, has dejado mella en todos los que te conocían y, por ende, con sus recuerdos, tú nunca serás olvidada. Así que, si por otra parte no hay una especie de más allá, tampoco tendrás que angustiarte, ya que aquí nos encargaremos de mantenerte con vida día a día. De un modo u otro, y reiterando, esto no es más que una espera, no un adiós rotundo, sino un hasta luego.

Mientras tanto, que sepas que te voy a echar muchísimo de menos… Te quiero, mamá.

“Los ángeles viven entre nosotros. No tienen halo, tampoco alas. No necesitan eso. Pero sí son bondadosos y generosos. Sin embargo, esto para ellos es un defecto, pues en este mundo los ángeles sufren mucho a causa de esta actitud. Los verás sonrientes, llenos de luz, pero por dentro estarán llorando. Ellos seguirán adelante, iluminando la vida de los de su alrededor aunque esto consuma sus propias llamas. No importa, sólo has de saber que el destino de un ángel es complicado. Simplemente limítate a saber que cuando veas a uno de estos ángeles morir no debes entristecerte, porque por fin podrá reposar. Seguirá sin tener alas, tampoco halo. Pero habrá dejado tras de sí un camino dorado, de una increíblemente bella luz que seguirá marcando el trayecto de sus seres queridos para que no se pierdan. Se puede decir entonces que un ángel, tan sólo por este perenne regalo que nos deja a los demás una vez se marcha, no será capaz de morir nunca ¿Y sabes qué? Únicamente por ese hecho, por ser recordado por los demás mientras derraman una lágrima acompasada con una sonrisa, ya merece la pena ser uno.”