
-¿Os… encontráis bien?
-Vaya, se nota ciertamente que eres una maestra
sombría. No te ha hecho muy bien esa magia sacra.
Era la Curiosa, que estaba situada de
pie justo al lado de la Corazón de Ébano, tendiéndola su mano para que se
incorporara. Mientras que la Gran Bruja creía que todavía se hallaba en la
Torre Volta, Eida, bien conocedora de ese singular método de teletransporte, se
había ubicado hace unos minutos en el mapa, detectando el sendero de los
Terrenos del Silencio que las llevaría directas a la cita con los Cruzados, en
el Fuerte Bendito.
Tras explicarle todo a la desconcertada
joven, la Magatrón activó una clavija que sobresalía de su guantelete
izquierdo. Con ello inició un mecanismo electrocinético en toda su armadura,
provocando que los engranajes de esta, anteriormente considerados por error
meros adornos, girasen a una velocidad abrumadora que los hacía ver como
círculos relampagueantes.
-¿Qué haces, Eida? Si sólo tenemos que caminar.
-Lo sé. Esto no es ningún tipo de hechizo ni nada
parecido. Simplemente estoy desactivando la adherencia electroestática de mi
indumentaria para que se despegue de mi piel.
Así era. Esa clavija era el interruptor
que cancelaba el funcionamiento de unos microimanes altamente sensibles a las
corrientes eléctricas que un Magotrón emitía en su cuerpo. Y, a medida que las
piezas de metal mecatrónico se iban desplomando en el suelo, plegándose para su
posterior guardado, la hechicera le argumentó a Tenebra la intención de su
nudista acción.
-Verás, los Cruzados, pese a ser camaradas de maná
como tú y yo, tratan con recelo a los taumaturgos que emplean la magia de
cualquier forma que sea ajena a la que ellos creen pura, es decir, que les
incordia que exista hechicería más allá de la empleada por y para la luz…
aunque irónicamente esta misma sea una mutación fortuita de la magia ígnea,
pero bueno… El caso es que presentarme en el Fuerte Bendito con un traje de
pura tecnología sería para ellos como una provocación extremadamente
inapropiada, por lo tanto no tengo más remedio que usar una harapienta túnica
que doblé cuidadosamente en mi faltriquera especialmente para este tipo de
circunstancias.
Sin embargo, la Gran Bruja Lóbrega
estaba prestando más atención al desnudo de la Curiosa que a su a breve
discurso. ¿La razón? Al quedar ella en ropa interior, con el resto de su piel
al descubierto, no pudo evitar fijarse en la ingente cantidad de cicatrices en
distintas fases de curación que ataviaban su cuerpo, casi sin apenas dejar
intactos más de dos palmos de epitelio.
En cuanto Eida terminó de hablar se
percató de la expresión atónita de la Bruja. Como ella estaba acostumbrada a
ver esas marcas como algo ya propio de su silueta no se mentalizó en que estas
podrían sorprender a alguien que obviase por completo su pintoresca
personalidad. La Guerra de los Arcanos había dejado muchas muescas, tanto
físicas como psíquicas, y ni los victoriosos de la contienda habían logrado zafarse de las mismas. Eida,
efectivamente, no era una excepción. Así que, tras colocarse en silencio la
túnica y recoger su armadura, volviendo a tapar sus lesiones, habría de camino
al Fuerte una pequeña historia que contar.
-Imagino que te preguntarás por qué mi cuerpo está
tan magullado…
-La verdad es que sí… Presupongo que las batallas
fueron lo suficientemente arduas como para que hayas acabado así.
-No, Tenebra. Estas heridas no fueron provocadas por
enemigos de mi bélico pasado. Estas heridas… me las provoqué yo misma.
Repentinas lágrimas comenzaron a brotar
de los ojos de la Curiosa. Al parecer lo que le iba a contar a su compañera de
viaje era algo que removía el propio núcleo de sus sentimientos y estrangulaba
su capacidad para hablar, haciendo que se comunicara mediante balbuceos. Le iba
a costar echarlo a fuera, pero lo veía necesario. Su secreto llevaba demasiado
tiempo sellado y la estaticidad de este estaba empezando a provocar que se
pudriera. Aunque corriera el riesgo de propagar su dolor a un tercero, había de
hacerlo. Tenía una cuenta pendiente con cierto hechicero que desde el primer
instante desconfió de ella, debía empezar a sincerarse con los demás para
depurar su auténtica naturaleza de… sutil desequilibrio.
-Eres una Corazón de Ébano –afirmó
después de un profuso suspiro –. Quiero creer
que, basándome en todo lo que se conoce sobre vuestra familia, no te vas a
alarmar demasiado por lo que te voy a decir a continuación.
-Me tienes en vilo. Cuéntalo ya, por favor. Quizás…
no es que nos conozcamos desde hace mucho, pero yo soy una persona de fiar y no
tendría derecho a juzgar a nadie ni a nada. ¿Por qué lo hiciste, Eida?
-Está bien, creeré tus palabras. Allá va… Digamos
que… hay una faceta de mí misma que hasta el propio Clarividente Amach ignora.
¿Recuerdas la actitud de Hex en nuestro primer encuentro?
-Sí, jamás antes le había visto comportarse con
tanta animadversión. ¿Se debía a algo en concreto?
-Tiempo atrás mis Magotrones y yo fuimos los
despiadados cazadores de un centenar de Sanguinos para someter sus cuerpos a
investigación experimental… No me siento orgullosa de esa época, pero tampoco
es que lamente las atrocidades que se cometieron bajo mi mandato.
Tenebra se paró en seco, con una expresión
de estupor, casi sin creer que la misma Eida de rostro inofensivo que se
situaba a su lado era la joven que lideró a ese famoso grupo de hechiceros exterminadores de Sanguinos de los que
escuchó en tantos cánticos de Bardos. No obstante, la prometió que no la
juzgaría, por lo que se dignó únicamente a proseguir el diálogo sin perder en
ningún momento la compostura, a pesar de que se hubiera presentado ante ella
una de las más feroces verdugas del continente.
-Así que esos incógnitos hechiceros de los que
escuché eran Magotrones…
-Sí. La encarnizada persecución de esos carmesíes
taumaturgos corrió de nuestra cuenta, y cayeron muchos más de los que se
notificaron, sólo que los cuerpos de estos olvidados fueron exprimidos por
nuestras maquinarias hasta tal punto que se transformaron en minúsculos
gránulos de polvo.
Aunque lo dijera con un tono de sincero
arrepentimiento, a su faz le fue inevitable esbozar una siniestra mueca de
satisfacción al rememorar algunos sádicos recuerdos en los que reverberaban
gritos y sangre a la par.
-En cierto modo, incluso para mí, su origen es
incierto, es como algo que hubiese nacido al mismo tiempo que yo –alegó,
reiniciando la marcha, seguida justo detrás por la Gran Bruja–. No sabría dar con una respuesta concreta, por lo que
contestaré tal y como yo considero esto, como un mero pasatiempo que anula mis
pulsiones más lúgubres.
-¿Pulsiones?
-Desde pequeña me veo en la imperiosa necesidad de
desatar violencia a mi alrededor. Un día puedo despertarme completamente alegre
que al cabo de una hora una voz en mi cabeza me obliga a matar a pisotones a
una alimaña que divisé por el campo. Siempre ha sido así… Yo me considero una
persona buena y apacible, pero con una pérfida porción de genuina malicia.
-Así que es como si tuvieras una inapagable sed de
destrucción que actúa más como parásito que como actitud innata tuya.
-Podría definirse así más o menos, a grandes rasgos.
Era como una maldición que me incordiaba en los mejores momentos. No importaba
lo bien que me encontrase, si a esta repugnante enfermedad se le antojaba me
exigía que parase lo que fuera que estuviera haciendo para desatar el caos. Sin
embargo, meditando, llegué a la conclusión de que, aunque la forma de aplacarlo
fuera con puro salvajismo, no quedaba especificado hacia qué objetivo había de
acometer tales crímenes, por lo que cierto día probé dañándome a mí misma con
un mandoble destrozado que encontré en un callejón. Funcionó.
-Pero eso no fue la cura definitiva…
-Ni mucho menos. Conseguí mantener a raya dichas
pulsiones y así centrarme en mis estudios de magia trónica, sí. Pese a ello, y
ante mi inconsciencia, no me di cuenta de que este desquiciado remedio tenía
límites. Conforme crecí, mi sadismo también lo hizo. Ya no le bastaba con
rasguños superficiales, me pedía que hundiera de manera más profunda las hojas.
Sentía dolor, y a la vez apacibilidad. Con el tiempo me habitué a esas
autolesiones y creí, confiada, que había puesto fin a la crisis, a ese
arremetimiento inesperado de mi mente. En cambio, todavía quedaba lo peor.
Hasta los propios estudios en los que cuantiosas veces traté de refugiarme me
traicionaron, porque, para mí, destacar en la Universidad no fue un triunfo,
sino una condena.
-¿Qué pasó?
-Me gradué con honores, los máximos que podían concederse,
y con ello vino una “recompensa”. Me dieron la oportunidad de trabajar como
decana allí. Sin pensármelo dos veces acepté. Claro… que por aquel entonces
desconocía el fatídico futuro que me esperaba, nada adecuado para una persona
tan inestable como yo… Pensaba que la función de los Decanatos de las
Universidades de Magos tan sólo se reducía a instruir a los aprendices, pero…
cuando la Guerra de los Arcanos estalló, estos se convirtieron automáticamente
en líderes de batallones, yo inclusive.
-Entonces durante la Guerra fue cuando todo tu
esfuerzo por reprimir esos impulsos se echó a perder, ¿cierto?
-Sí… Fue como mostrarle a un pirómano la magia
ígnea. Tenía en mis manos el control total de un batallón, dispuestos a
lanzarse como descerebrados ante todo lo que yo señalase. Para mi lado
retorcido esto era suculentamente maravilloso, podría asolar vidas ajenas sin
mover músculo alguno… Y lo mejor de todo es que, murieran aliados o enemigos
por mi culpa, nadie me lo echaría en cara, ni tampoco me mirarían como una
enferma… Me resultó excitante aquello. Tanto poder… tantas posibilidades
destructivas… tanta violencia… Era un festín para mi demencial apetito.
-¿Fue desde el principio así? Quiero decir, ¿incluso
en la primera de las batallas te dejaste dominar por tu bestia interna?
-No –negó
rotundamente dejando escapar un par de lágrimas –.
Resistí todo lo que pude. Al principio empleé mi intelecto y mis dotes como
Magatrón para centrarme en buenas estrategias que no permitieran ganar las
contiendas sin que ni se derramara excesiva sangre del contrincante. Y
sorprendentemente llegué a tener grandes éxitos con estas tácticas, lo que me permitió
ascender rápidamente en los rangos de la jerarquía de mi bando.
-He ahí la llama del pirómano.
-Sí… No pude contenerme más. Ya no sólo manejaba un
relativamente pequeño pelotón, sino que hasta podía hacer que algunos de los
mandamases de renombre ejecutasen mis mandatos sin rechistar. Ahí cambió todo,
ya no meditaba nada antes de atacar, simplemente los mandaba al campo de
batalla para arrasar con todo…
Eida se detuvo un momento. Innumerables
recuerdos abarcaron su mente en los que se veía a sí misma como la tirana que
era en aquella época, acudiendo al corazón de la guerra cuando este dejaba de
latir sólo para recoger pedazos cárnicos y juguetear con ellos. En uno de esos
días, en los que hubo unas precipitaciones propias de la furia desorbitada de
un Nerónico, mientras la cruel hechicera recogía los restos de un enemigo
desmembrado, esta se vio reflejada en un charco. La imagen de su desquiciada cara,
riendo y llorando a la vez, maquillada en la sangre del adversario, fue la gota
que colmó el vaso para su templanza.
En cuanto Tenebra también se paró y se
giró, esperando que Eida continuase con su historia, la Magatrón abrió la boca
con intención de hablar. Le costó horrores soltar esas palabras, desencadenar
aquel secreto que permaneció cautivo durante tanto tiempo. Pero al final lo
consiguió.
-¿Qui… quieres conocer el verdadero origen de mi
sobrenombre, la razón de que me llamen Eida la Curiosa?
-Si no es una molestia para ti…
-En absoluto. Sólo… sólo Hex lo sabe… el resto cree
que la verdad es un falaz rumor que sólo trata de desacreditarme como decana.
-¿Por eso Hex se comportó así?
-Sí, bueno, es parte de la explicación de su
razonable desconfianza hacia mi persona… Pero vayamos al grano. Lo de Curiosa
no es porque me encante indagar en nuevos ámbitos de la tecnología magotrónica,
eso es sólo una afición para mí. El auténtico origen del apodo es por lo tanto
que adoraba exponer los organismos de mis víctimas, ya estuvieran vivos o
muertos, a diferentes tipos de desafíos para averiguar los límites del cuerpo
humano… Recurría a la ciencia en su aspecto más macabro… ¡y lo disfrutaba!
La Bruja se aproximó a ella y posó sus
manos sobre los hombros de la temblorosa Magatrón. Sabía que debía andarse con
cuidado, pues cuanto más hablaba con Tenebra más sacaba al exterior esa oscura
faceta, por lo que debía escoger sus palabras con cuidado o acabaría siendo otro
sujeto de experimentación suyo.
-No sé cómo debe ser eso de albergar un Infierno
dentro de ti, pero conozco bien lo que es llevar la carga de un pasado lleno de
calamidades, donde tus propias manos están manchadas de sangre… Enfócalo de
este modo: no lo veas como una demente que se arrastra al exterior, sino como
una guardiana que contiene un mal dentro de sí. Céntrate en el lado que suprime
esas pulsiones y no tengas miedo del monstruo que grita en la jaula.
-Es fácil decirlo, pero…
-Apuesto a que, desde que te encontraste con
nosotros, el Consejo, hasta ahora mismo, en algún instante has sentido esos
impulsos sanguinolentos que me comentas.
-Sí…
-Y yo no veo que te hayas doblegado a ellos. Es más,
en todo momento has permanecido sonriente y apacible, sin ni siquiera
escabullirte en alguna ocasión para concentrarte en retener tu violenta hambre.
-Tienes razón…
-¿No es eso una señal de esperanza? Eida, todo
muere. Y estoy segura de que hay alguna manera de extirpar esos pensamientos
mucho antes de que tú yazcas en un camposanto. ¿No te piden matar? Pues mátalos
a ellos, combátelos.
La Curiosa agachó la cabeza y cerró los
ojos. Tenebra estaba expectante a su respuesta, se lo había jugado todo a una
carta, si aceptaba luchar contra sus pulsiones habría logrado su cometido. De
lo contrario, si al levantar de nuevo su rostro observaba una expresión
diabólica, habría de prepararse para empuñar su Puñal
Sombrío y afrontar las peores consecuencias.
-Lo haré.
La dio un afectuoso abrazo y caminó de
nuevo, dejando a una sorprendida Corazón de Ébano atrás. Unos metros después
Eida se giró completamente risueña, aunque con varias lágrimas deslizándose por
sus mejillas, y dijo que si no se daban prisa llegarían tarde en el caso de que
el objetivo de Voltium Nekro hubiera decidido visitar a los Cruzados. Era como
si no tuviera nada que ver con la chica que hablaba hace unos minutos llena de
desesperación, al borde de un ataque de insania.
Por su lado, Tenebra, satisfecha
mayormente por haber conseguido que no le cediera la victoria a la malicia, dio
unos rápidos pasos y se puso a su lado, ambas dispuestas a centrarse al máximo
en la misión. En cuestión de poco tiempo ya se plantarían a los pies de la
fortificación en cuestión.
El resto del trayecto fue recorrido en
pleno silencio. Tenebra quiso seguir hablando, aunque fuera de algo trivial,
pero se percató de que su compañera tenía la mirada perdida. Probablemente
estaría reflexionando acerca de todo ello, sobre qué hacer con su peculiaridad
en el futuro. Debía darla tiempo y permitir que el silencio sanara algo de toda
aquella hemorragia psicológica. Solamente interrumpió el mutismo cuando por el
horizonte asomó la torre más alta del Fuerte Bendito.
El susodicho lugar aún no había sido concluido
y, conforme iba quedando más de este expuesto a la vista de las hechiceras, se
veía claramente que se asemejaba más a una fortificación en ruinas que a un
bastión glorioso de los Cruzados. Varas de hierro y tablones de madera rodeaban
las regiones aún faltas y en diversos lugares reposaban toscas piedras que a
posteriori conformarían los muros. Únicamente estaban terminadas las cinco defensas
principales que constituían la muralla pentagonal exterior, la colosal puerta
de madera que daba entrada al interior y tres torres, una de ellas con algunos
huecos inacabados.
Dos confalones clavados en mitad del
sendero dieron la bienvenida al camino pedregoso que se desviaba para conducir
al Fuerte. Estos tenían dibujados el símbolo principal de los Cruzados: sobre
un fondo amarillento un ojo en la parte superior desprende un cono de luz hacia
abajo, el cual ilumina dos cruces, una blanca y otra negra. Con ello se
pretende transmitir el mensaje de que son los vigías tanto de la oscuridad como
de la luz, pues en ambos lugares hay enemigos y aliados.
-Ya casi estamos. Ahora quiero que me escuches con
atención.
La antaño Maga Oscura asintió, algo
extrañada por ver que la Curiosa se comportaba como si no hubiera pasado nada.
Ciertamente se había tomado en serio eso de concentrarse específicamente en la
misión que el Sabio les había encomendado.
-Muy bien. Una vez que estemos dentro de sus muros
no canalices ningún hechizo de magia negra. Aunque… tus indumentarias muestren
en menor medida que perteneciste a la especialización de Magos menos apreciada
por estos fanáticos no quiero que les confirmes nada.
-¿Tanto repudian a los que no somos acogidos por la
Luz?
-De entre todos los que tienen en su poder el maná
bendito ellos son los más sectarios, mucho más que los Ascetas. No les hará
mucha gracia que entremos en su territorio, pese a que sea por orden del máximo
representante de los Clarividentes y con la intención de ayudarles en la
construcción mientras reunimos información.
-Respecto a Amach, con todo lo que tarda en meditar
antes de poner en práctica cualquier plan, ¿cómo es posible que haya pasado por
alto la tensión que va a haber cuando nosotras dos lleguemos allí? Tú la
ciencia, yo la oscuridad, ¿por qué no ha decidido enviar a otra pareja algo
menos… polémica para ellos?
-Mira, no es que me convenza todo lo que Amach determina,
pues yo soy más dada al empirismo y no a la intuición. Pero sólo puedo basarme
en la evidencia, él nunca ha fallado ni en las decisiones más arriesgadas.
Puede que analizándolo como tú has dicho, enviando a dos hechiceras que para
ellos son tomadas prácticamente como herejes, el asunto carezca de sentido,
pero a lo mejor tiene una razón para ello que todavía no hemos averiguado.
-No me queda otra que creerte. Después de todo tú
has estado junto a él bastante más tiempo que yo. Sólo espero que esta no sea
la vez en la que erra…
-Ya verás que no –afirmó con una
sonrisa –. Todo saldrá bien.
Finalmente la pareja llegó a las puertas
del Fuerte Bendito. A cada lado de la titánica entrada había un estoico guarda
de armadura reluciente que empuñaba un imponente escudo casi de la misma altura
que él, así como una dorada espada que por su pulcritud parecía más un arma de
exhibición que de batalla. Permanecían inamovibles, ocultos por sus dorados
yelmos. Sólo se movían sus pupilas, que estudiaban detenidamente a las dos
visitantes.
Cuando estas se acercaron lo suficiente,
Eida esperó a que alguno de ellos dijese algo, pero ni con el contacto visual
de la Magatrón y uno de los guardas obtuvo respuesta alguna. Ella debería ser
la primera en iniciar el diálogo y, con suerte, que se las permitiera el acceso
al Fuerte.
-Saludos. Soy Eida y ella es mi compañera Tenebra,
venimos en nombre de…
No tuvo tiempo de terminar la
presentación. El guarda detuvo su habla sentenciando que quedaban arrestadas
bajo la orden de Gericht el Recto. El Cruzado golpeó su escudo en el suelo y
dos esferas lumínicas capturaron a las hechiceras sin que tuviesen oportunidad
de defenderse, sólo pudiendo inútilmente golpear las paredes de la luminiscente
burbuja. Aun así, la comunicación todavía era posible.
-¿¡Gericht!? ¡No puede ser! Llevamos años sin saber
nada nuevo sobre él. ¿Cómo ha podido ordenar semejante sandez? ¡No podéis usar
su nombre para tal locura! ¿Qué diría él si estuviera aquí, eh? ¡Seguro que se
negaría!

-Cielo, yo soy Gericht el Recto. Y apruebo vuestra
captura.
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