
Desgraciadamente parece que he ido a parar a uno de los pocos
cementerios que no tienen seguridad alguna durante la madrugada. Ni siquiera
diviso alguna cámara para que me grabe pidiendo socorro. Ahora, para mi
infortunio, tendré que pasar unas horribles y cuasi infinitas horas en este
espeluznante sitio hasta que amanezca. Es cierto eso que dicen de que, por la
noche, al ocultarse el Sol, estos espacios cambian drásticamente. Y, que esta
premisa sea verdad, es lo que me preocupa. Es imposible que haya una
transformación tan brusca… al no ser que haya un factor que lo origine…
Me movía con cautela, tratando de controlar mis temblores y
vigilando meticulosamente cada fragmento de mi campo visual. Mis ojos se movían
con rapidez, captando todas las imágenes posibles con la intención de que nada
ni nadie me pillara por sorpresa.
¿A quién quería engañar? Bien es cierto que no corría ningún
peligro salvo meterme en problemas si alguien me veía y pensaba que era una
profanadora de tumbas. Aun así, en esa atmósfera tan gélida en comparación al
clima habitual de mi región, y con ese lóbrego entorno de matices lumínicos que
volvían todavía más apabullante la situación, me era inevitable pensar que de
un momento a otro posaría mi pie próximo sobre una tumba y de esta emergería una
mano huesuda que me atraparía el tobillo y me arrastraría a una carnívora
condena.
Se me ponía el vello de punta con sólo imaginar que los
muertos vivientes eran reales, sobre todo en ese preciso instante en el que era
una intrusa en su territorio. Sólo quería que el tiempo volara lo más rápido posible,
pero está visto que la relatividad es una despiadada enemiga.
Juraría que miraba mi reloj cada diez o quince minutos, y,
sin embargo, el minutero únicamente avanzaba dos o cinco. Era espantoso.
Tendría que salir de allí antes de tiempo de algún modo, ¿pero cómo? La opción
de gritar estaba descartada por completo. Si de verdad esto era una cuna de
zombis, lo peor que podía hacer era facilitarles mi caza. Escalar las altas
verjas también era una elección desechada, mi vértigo me lo prohibía. ¿Y qué me
quedaba? Nada más. No había más alternativa que esperar.
En plena desesperación, no pude evitar abrirle las puertas a
la ansiedad. Un brote de puro estrés sofocante comenzó a asfixiarme.
Hiperventilaba y empezaba a perder la sensibilidad de mis miembros superiores.
Parestesia. Arritmia. Sensación presincopal. Mis miedos me estaban atrapando,
garras que rasgaban mi cerebro. Todo se volvía blanco, la gravedad dejaba de
oprimirme, me sentía ligera y mis rodillas se flexionaban. Durante un segundo
se me ofreció la opción de despreocuparme por todo y sin dudar firmé el
contrato. Me dejé caer. Ya sólo sería cuestión de que el tiempo fluyera y me
despertara a la mañana siguiente, libre de temores y sonriente por haber
sobrevivido, a mi manera, a una noche de puro pánico.
Pero mis intenciones fueron quebradas por una persona que
estaba situada detrás de mí. Al caer, ella sujetó mi espalda impidiendo que me
desplomara contra el suelo. Un repentino escalofrío, recorriendo por completo
mi espina dorsal, me hizo volver a la realidad. Es más, entré en estado de
alerta. Sin ni siquiera girarme para ver el rostro de quien había evitado que
me cayese, aprovechando que no estaba inmovilizada por dicho sujeto, eché a
correr lo más veloz que pude hasta acabar en el otro extremo del cementerio,
donde, ya fuera de peligro, me oculté tras una lápida.
No obstante, mi sentimiento de seguridad no era más que el
peligro enmascarado, ya que una mano se apoyó en mi hombro. Estaba totalmente
fría. Pegué, naturalmente, un salto, acompañado de un grito rebosante de miedo,
y, esta vez sí, me giré, a pesar de que conscientemente era lo que menos
deseaba justo ahora.
-No te alarmes, no hay
razón para que me temas.
Dejando a un lado su temperatura glacial y su piel algo desblanquiñada,
parecía una chica inofensiva. ¿Tal vez también se habría quedado encerrada aquí?
Aunque eso no explicaba cómo me había alcanzado de forma tan rápida sin que yo
me hubiera dado cuenta de ello.
Considerando, por supuesto, que era la misma persona con la que había mantenido contacto antes.
Considerando, por supuesto, que era la misma persona con la que había mantenido contacto antes.
-¿Qué haces tú aquí?
¿Te has quedado encerrada como yo?
-Oh, no. Yo vivo aquí.
Obviamente me quedé extrañada. ¿Una persona que vivía en tan
tétrico lar? No. Momentos después ella me lo aclaró. Poco a poco, para que no
me diera otro ataque de nervios, fue insinuándolo a medida que la conversación
progresaba, y al final lo dijo. Era una muerta…
Al principio no me lo creí, evidentemente, pero entonces me
llevó a una parte del cementerio que aún no había visitado. Me dijo que “los demás”
se habían metido allí para no ser vistos, a sabiendas de que una viva estaba
deambulando por el lugar. Era un mausoleo en cuyo interior había una especie de
pasadizo secreto, construido de forma mediocre, pero que desembocaba en un
terreno amplio y bastante bien decorado.
Allí me topé con muchas personas de palidez similar a esa
chica. Estaba empezando a creerla. Ni por asomo podía haberse quedado encerrada
tanta gente por un descuido. Además, a uno de ellos lo reconocí como el joven
que falleció hace semanas en un accidente de tráfico. No había duda: ante mí se
hallaban todas y cada una de las personas que habían sido enterradas aquí.
De nuevo me entraron ganas de gritar y correr, pero la chica
que me había acompañado me cogió la mano. Esta vez no noté frío alguno, de hecho,
incluso percibí calidez. Puede… que fueran muertos vivientes, pero me era
imposible detectar en ellos algún atisbo de ferocidad. Por lo cual, afronté mis
temores y traté de ver más allá de unas carcasas difuntas.
Mientras iba conociéndolos me iba asombrando cada vez más
de aquella comunidad tan magnífica que se ocultaba a los ojos de los vivos.
Ninguno de ellos mostraba aflicción ni a la hora de narrarme las formas tan
dispares con las que habían acabado bajo tierra. Todo lo contrario, allí sólo
podía encontrar felicidad. Y es que en ningún momento antes me había parado a
pensar… Puede que fueran muertos, sí, pero sus mentes seguían perteneciendo a
la vida que tuvieron antaño. Para ellos esto sólo había sido un cambio de
aires, nada más, lo cual no era razón para lamentarse e impedir que siguieran
disfrutando de momentos de ocio y júbilo. Al fin y al cabo, no podía decirse que
estaban muertos del todo.
Tras las presentaciones y alguna que otra anécdota que
desencadenase una salva de risas, la chica, que no se había separado de mí, de
la que supe más tarde que se llamaba Gema, me pidió que fuéramos un par de
minutos a un sitio algo apartado para decirme cómo era posible que los
muertos cobraran vida.
Fue fácil entenderlo. Quiero decir, después de saber que los
“zombis” son reales, creer una historia como la de que en este lugar la
oscuridad de la noche se mezclaba con unas fluctuaciones mágicas y provocaba un
despertar de los inertes cuerpos era pan comido.
Por desgracia, parecía que ahí iba a quedar todo. Ya
habíamos salido del mausoleo. Faltaba poco menos de un cuarto de hora para que
regresase el Sol y todo volviera a la normalidad, por lo que cada uno había de
volver a su respectiva tumba, ya que resaltaría un poco que por la mañana se
encontrasen el cementerio repleto de cadáveres desperdigados por doquier.
Aunque, pese a estar cerca del final, no significaba que
todo había concluido…
-Ha sido un placer
haberos conocido. Como ya dije antes, mi casa es muy solitaria… Y haber pasado
la noche aquí ha sido reconfortante.
-No hay de qué. Nos ha
complacido tu visita y me enorgullece que hayas vencido tus miedos tan rápido.
-¿Miedo? Si lo hubiera
sabido desde el principio, ni me habría permitido el más mínimo temblor. ¡Ojalá
pudiera pasar muchas noches más como esta!
-Vaya, me alegra que
digas eso, así todo será mejor.
-¿Qué quieres decir?
-Eva, yo no te salvé
de esa caída cuando entraste en colapso. En realidad, al desmayarte, te golpeaste
tan fuerte la cabeza que un derrame cerebral acabó contigo en pocos segundos.
Yo, simplemente, te levanté una vez la magia del lugar surtió efecto.
Me enteré de la verdad justo a tiempo. Por el horizonte
empezaban a asomar los primeros rayos de sol. Los muertos volvían a sus tumbas,
amontonando la tierra para que nadie notara nada. Gema también comenzó a
prepararse, no sin antes abrazarme y pedirme perdón por no habérmelo dicho
desde el principio.
Aún un poco desconcertada, noté una especie de líquido
recorrer mi nuca. Me llevé las manos a la parte occipital y comprobé que era
sangre. Mi letal herida estaba resurgiendo conforme se evaporaba la magia. Y, a medida que la sangre fluía, me
iba entrando más y más sueño. Finalmente, me tumbé en la hierba y cerré los ojos…
Horas después mi cuerpo fue hallado con una amplia sonrisa
que mostraba tranquilidad. La familia que jamás había tenido la acababa de
encontrar en el lugar más insólito. Un sitio que por norma suele estar lleno de
silencio, amargura y tristeza, para mí se había vuelto cálido, acogedor y alegre.
Sólo debía esperar un poco y sería enterrada allí. Pronto estaría disfrutando,
noche tras noche, de la compañía de cadáveres que de inertes no tenían nada.
Después de todo, sí que era cierto: la noche esconde
misterios que los vivos jamás apreciarían.
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