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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 29 de julio de 2014

Microdemencia: Camposanto

No podía creérmelo, me había quedado encerrada. Maldecía aquel momento en el que había optado por ir al cementerio durante la noche y esperar a que las puertas cerrasen. Todo por una dichosa apuesta… Confiaba en que hubiera un guardia patrullando el lugar para que, en el caso de que me hallase en apuros, pese al sermón que me propinase, me sacara de este lugar.

Desgraciadamente parece que he ido a parar a uno de los pocos cementerios que no tienen seguridad alguna durante la madrugada. Ni siquiera diviso alguna cámara para que me grabe pidiendo socorro. Ahora, para mi infortunio, tendré que pasar unas horribles y cuasi infinitas horas en este espeluznante sitio hasta que amanezca. Es cierto eso que dicen de que, por la noche, al ocultarse el Sol, estos espacios cambian drásticamente. Y, que esta premisa sea verdad, es lo que me preocupa. Es imposible que haya una transformación tan brusca… al no ser que haya un factor que lo origine…

Me movía con cautela, tratando de controlar mis temblores y vigilando meticulosamente cada fragmento de mi campo visual. Mis ojos se movían con rapidez, captando todas las imágenes posibles con la intención de que nada ni nadie me pillara por sorpresa.

¿A quién quería engañar? Bien es cierto que no corría ningún peligro salvo meterme en problemas si alguien me veía y pensaba que era una profanadora de tumbas. Aun así, en esa atmósfera tan gélida en comparación al clima habitual de mi región, y con ese lóbrego entorno de matices lumínicos que volvían todavía más apabullante la situación, me era inevitable pensar que de un momento a otro posaría mi pie próximo sobre una tumba y de esta emergería una mano huesuda que me atraparía el tobillo y me arrastraría a una carnívora condena.

Se me ponía el vello de punta con sólo imaginar que los muertos vivientes eran reales, sobre todo en ese preciso instante en el que era una intrusa en su territorio. Sólo quería que el tiempo volara lo más rápido posible, pero está visto que la relatividad es una despiadada enemiga.

Juraría que miraba mi reloj cada diez o quince minutos, y, sin embargo, el minutero únicamente avanzaba dos o cinco. Era espantoso. Tendría que salir de allí antes de tiempo de algún modo, ¿pero cómo? La opción de gritar estaba descartada por completo. Si de verdad esto era una cuna de zombis, lo peor que podía hacer era facilitarles mi caza. Escalar las altas verjas también era una elección desechada, mi vértigo me lo prohibía. ¿Y qué me quedaba? Nada más. No había más alternativa que esperar.

En plena desesperación, no pude evitar abrirle las puertas a la ansiedad. Un brote de puro estrés sofocante comenzó a asfixiarme. Hiperventilaba y empezaba a perder la sensibilidad de mis miembros superiores. Parestesia. Arritmia. Sensación presincopal. Mis miedos me estaban atrapando, garras que rasgaban mi cerebro. Todo se volvía blanco, la gravedad dejaba de oprimirme, me sentía ligera y mis rodillas se flexionaban. Durante un segundo se me ofreció la opción de despreocuparme por todo y sin dudar firmé el contrato. Me dejé caer. Ya sólo sería cuestión de que el tiempo fluyera y me despertara a la mañana siguiente, libre de temores y sonriente por haber sobrevivido, a mi manera, a una noche de puro pánico.

Pero mis intenciones fueron quebradas por una persona que estaba situada detrás de mí. Al caer, ella sujetó mi espalda impidiendo que me desplomara contra el suelo. Un repentino escalofrío, recorriendo por completo mi espina dorsal, me hizo volver a la realidad. Es más, entré en estado de alerta. Sin ni siquiera girarme para ver el rostro de quien había evitado que me cayese, aprovechando que no estaba inmovilizada por dicho sujeto, eché a correr lo más veloz que pude hasta acabar en el otro extremo del cementerio, donde, ya fuera de peligro, me oculté tras una lápida.

No obstante, mi sentimiento de seguridad no era más que el peligro enmascarado, ya que una mano se apoyó en mi hombro. Estaba totalmente fría. Pegué, naturalmente, un salto, acompañado de un grito rebosante de miedo, y, esta vez sí, me giré, a pesar de que conscientemente era lo que menos deseaba justo ahora.

-No te alarmes, no hay razón para que me temas.

Dejando a un lado su temperatura glacial y su piel algo desblanquiñada, parecía una chica inofensiva. ¿Tal vez también se habría quedado encerrada aquí? Aunque eso no explicaba cómo me había alcanzado de forma tan rápida sin que yo me hubiera dado cuenta de ello.

Considerando, por supuesto, que era la misma persona con la que había mantenido contacto antes.

-¿Qué haces tú aquí? ¿Te has quedado encerrada como yo?

-Oh, no. Yo vivo aquí.

Obviamente me quedé extrañada. ¿Una persona que vivía en tan tétrico lar? No. Momentos después ella me lo aclaró. Poco a poco, para que no me diera otro ataque de nervios, fue insinuándolo a medida que la conversación progresaba, y al final lo dijo. Era una muerta…

Al principio no me lo creí, evidentemente, pero entonces me llevó a una parte del cementerio que aún no había visitado. Me dijo que “los demás” se habían metido allí para no ser vistos, a sabiendas de que una viva estaba deambulando por el lugar. Era un mausoleo en cuyo interior había una especie de pasadizo secreto, construido de forma mediocre, pero que desembocaba en un terreno amplio y bastante bien decorado.

Allí me topé con muchas personas de palidez similar a esa chica. Estaba empezando a creerla. Ni por asomo podía haberse quedado encerrada tanta gente por un descuido. Además, a uno de ellos lo reconocí como el joven que falleció hace semanas en un accidente de tráfico. No había duda: ante mí se hallaban todas y cada una de las personas que habían sido enterradas aquí.

De nuevo me entraron ganas de gritar y correr, pero la chica que me había acompañado me cogió la mano. Esta vez no noté frío alguno, de hecho, incluso percibí calidez. Puede… que fueran muertos vivientes, pero me era imposible detectar en ellos algún atisbo de ferocidad. Por lo cual, afronté mis temores y traté de ver más allá de unas carcasas difuntas.

Mientras iba conociéndolos me iba asombrando cada vez más de aquella comunidad tan magnífica que se ocultaba a los ojos de los vivos. Ninguno de ellos mostraba aflicción ni a la hora de narrarme las formas tan dispares con las que habían acabado bajo tierra. Todo lo contrario, allí sólo podía encontrar felicidad. Y es que en ningún momento antes me había parado a pensar… Puede que fueran muertos, sí, pero sus mentes seguían perteneciendo a la vida que tuvieron antaño. Para ellos esto sólo había sido un cambio de aires, nada más, lo cual no era razón para lamentarse e impedir que siguieran disfrutando de momentos de ocio y júbilo. Al fin y al cabo, no podía decirse que estaban muertos del todo.

Tras las presentaciones y alguna que otra anécdota que desencadenase una salva de risas, la chica, que no se había separado de mí, de la que supe más tarde que se llamaba Gema, me pidió que fuéramos un par de minutos a un sitio algo apartado para decirme cómo era posible que los muertos cobraran vida.

Fue fácil entenderlo. Quiero decir, después de saber que los “zombis” son reales, creer una historia como la de que en este lugar la oscuridad de la noche se mezclaba con unas fluctuaciones mágicas y provocaba un despertar de los inertes cuerpos era pan comido.

Por desgracia, parecía que ahí iba a quedar todo. Ya habíamos salido del mausoleo. Faltaba poco menos de un cuarto de hora para que regresase el Sol y todo volviera a la normalidad, por lo que cada uno había de volver a su respectiva tumba, ya que resaltaría un poco que por la mañana se encontrasen el cementerio repleto de cadáveres desperdigados por doquier.

Aunque, pese a estar cerca del final, no significaba que todo había concluido…

-Ha sido un placer haberos conocido. Como ya dije antes, mi casa es muy solitaria… Y haber pasado la noche aquí ha sido reconfortante.

-No hay de qué. Nos ha complacido tu visita y me enorgullece que hayas vencido tus miedos tan rápido.

-¿Miedo? Si lo hubiera sabido desde el principio, ni me habría permitido el más mínimo temblor. ¡Ojalá pudiera pasar muchas noches más como esta!

-Vaya, me alegra que digas eso, así todo será mejor.

-¿Qué quieres decir?

-Eva, yo no te salvé de esa caída cuando entraste en colapso. En realidad, al desmayarte, te golpeaste tan fuerte la cabeza que un derrame cerebral acabó contigo en pocos segundos. Yo, simplemente, te levanté una vez la magia del lugar surtió efecto.

Me enteré de la verdad justo a tiempo. Por el horizonte empezaban a asomar los primeros rayos de sol. Los muertos volvían a sus tumbas, amontonando la tierra para que nadie notara nada. Gema también comenzó a prepararse, no sin antes abrazarme y pedirme perdón por no habérmelo dicho desde el principio.

Aún un poco desconcertada, noté una especie de líquido recorrer mi nuca. Me llevé las manos a la parte occipital y comprobé que era sangre. Mi letal herida estaba resurgiendo conforme se evaporaba la magia. Y, a medida que la sangre fluía, me iba entrando más y más sueño. Finalmente, me tumbé en la hierba y cerré los ojos…

Horas después mi cuerpo fue hallado con una amplia sonrisa que mostraba tranquilidad. La familia que jamás había tenido la acababa de encontrar en el lugar más insólito. Un sitio que por norma suele estar lleno de silencio, amargura y tristeza, para mí se había vuelto cálido, acogedor y alegre. Sólo debía esperar un poco y sería enterrada allí. Pronto estaría disfrutando, noche tras noche, de la compañía de cadáveres que de inertes no tenían nada.

Después de todo, sí que era cierto: la noche esconde misterios que los vivos jamás apreciarían.

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