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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 27 de julio de 2014

El Relicario [3/??]: Recibimiento

Fue la primera vez que contemplé una reacción tan sumamente singular ante la presentación de una persona. Como si mi nombre y apellido fueran vocablos de un conjuro de magia negra, todos los alumnos que en un principio se habían aglomerado a mi alrededor ahora retrocedían con miradas pávidas y movimientos temblorosos. Era evidente que en algo había metido la pata, y eso me ponía aún más nervioso si cupiera.

Mire a todos lados, buscando un rostro que no mostrara terror, extendiendo mentalmente un brazo para que un alma caritativa (y nunca mejor dicho) me explicara qué estaba ocurriendo. Pero parecía ser que no iba a tener tanta suerte… O eso supuso mi negatividad a priori.

-¡Vaya! Yo no causé tanto alboroto cuando dije mi nombre. Y eso que soy como tú.

Casi que no podía creérmelo. La voz provino de mi izquierda. Un humanoide vestido con unos vaqueros negros rasgados por la zona de las rótulas, una camiseta corta de rayas horizontales negras y moradas, un cubrebrazos negro en su brazo izquierdo que llegaba hasta sus nudillos y un mitón de cuero, también negro, en la otra mano. Pero ahí no acababa la cosa. Su variopinta imagen quedaba finiquitada con unos iris de un sobrenatural morado y un flequillo del mismo color que caía diagonalmente hasta su oreja derecha, siendo el resto de la cabellera de la misma tonalidad que sus Converse negras.

Sin embargo, lo que verdaderamente había llamado mi atención no era su “disfraz”, sino eso de que él era como yo. Así que, tratando de evadirme de la realidad, haciendo desaparecer, en sentido figurado, al resto de estudiantes, me centré en ese chico de piel increíblemente blanquecina.

-¿Qué quieres decir con eso?

-¿No es evidente? Tú eres un humano, al igual que yo.

-Imposible. Puede que… no tengas colmillos, ni orejas puntiagudas, ni apéndices algo distintos a los míos, pero tu piel y tus ojos difieren mucho de los de un ser humano convencional.

-Se ve que te está costando digerir toda esta realidad más allá de la Tierra.

Tierra… No la había denominado Bios. Aunque eso no supusiera la prueba irrefutable de que era humano era una buena forma de empezar a convencerme de que no estaba solo.

-De…demuéstrame de alguna forma que lo eres. Si… siento desconfiar, pero después de lo que acaba de pasar con una acción tan sencilla como decir mi nombre me cuesta creer que repentinamente alguien quiere conversar conmigo, sobre todo alguien que afirma ser de mi especie.

-¡Ah, sí, lo del nombre! Casi lo olvidaba –contestó ignorando el resto de mi respuesta –. Yo soy Félix Expósito. Un nombre bastante humano, ¿no te parece?

Quizá Félix también se usase en alguno de los otros Seis Mundos, aunque ese apellido en concreto… No había duda, como mínimo este chico había estado conviviendo con los humanos.

-Muy bien –dijo Félix tras un suspiro, entendiendo que el silencio que yo había mantenido era señal de algún resquicio de desconfianza, pese a que en realidad estuviera absorto en mis pensamientos, asimismo como algo ofuscado por la muchedumbre –. Recurriré al plan B.

Se metió de nuevo entre el gentío y a los pocos segundos emergió, esta vez trayendo casi a la fuerza a alguien más consigo. Era una chica de un aspecto humano tan perfecto que a simple vista podría pasear por Bios y pasaría desapercibida. Sus ropas eran simples, una gruesa sudadera gris con una capucha algo holgada, una falda negra que acababa en sus rodillas y de un tejido parecido al de cualquier uniforme escolar, dos muñequeras negras, en conjunto con la laca de uñas que llevaba, y unas botas de tela negra con hebillas superpuestas entre los cordones. Si había de destacarse algo fuera de lo común sería su rojizo pelo, el cual era extremadamente largo en comparación a lo habitual, llegando a acabar casi en su cintura, y eso que estaba recogido por dos extensas coletas.  

De inmediato tuvimos contacto visual. Sus ojos color miel parecía que me transmitían lo que ella sentía ese instante: inquietud. No le hacía mucha gracia que Félix la sacase del camuflaje que ofrecía la multitud, por lo que, o una de dos, era tan tímida como yo, poco probable, o también le había aterrado mi nombre, bastante probable.

-Me acerqué a ella al ver su apariencia humana y podría decirse que ya somos amigos con el poco tiempo que llevamos aquí –explicó Félix riendo un poco al ver el mal rato que estaba pasando la chica –. Y bien, ¿qué dices, es humana o no?

-Bueno… En una primera impresión diría que se asemeja bastante a una…

-Nada de rodeos. No quiero alargar su tortura. Es bastante tímida, ¿sabes? Venga, anda, sólo di sí o no.

Así que era timidez, no le agradaban las masas. Puede que entonces sí fuera humana, y además parecida a mí. Lo aposté todo, aunque fuera al menos para cesar de charlar con él y que dejase así de ser el centro de atención mientras esperábamos a que las puertas se abrieran.

-Está bien. Yo digo que es humana.

-¡Mec! –exclamó, imitando el típico sonido que suena en los concursos televisivos cuando el concursante falla –. Error. Ni siquiera proviene de la Tierra. ¿Quieres saber lo que es?

Asentí con intriga.

-Kiziel, preséntate.

-¿Otra… vez… tengo… que… hacerlo?

Su temblorosa voz se pausaba cada dos por tres. Seguramente también sufriría esa especie de decrecimiento intelectual del que yo me aquejaba al rodearme de gente y tuviera que pensar concienzudamente cada palabra antes de pronunciarla. A pesar de ello, su voz era magnífica, como si sus cuerdas vocales, en vez de expulsar aire maleabilizado para articular los vocablos, exhalasen notas musicales de rasgos eólicos.

-Venga, no te cortes. Mira al chaval –respondió señalándome –. Lo va a pasar realmente mal si continua con esa mentalidad tan terrícola. Me parece que si haces una digna presentación para él le ayudarás con ello. Además, esta podría ser la situación que desencadenase una fuerte amistad entre nosotros tres.

-¿Y por qué querría hacerme amigo tuy…?

No me dio tiempo a acabar la frase. Sus palabras habían surtido efecto en el cerebro de esa tal Kiziel. Y he de confesar que estaba agradecido de que hubiera aceptado la propuesta de Félix…

Dos alas gigantescas en comparación con su pequeño cuerpo se desplegaron, liberando un par de plumas de un blanco celestial que flotaron por el aire mecidas por una danza que marcaba los tempos de ese silencio concebido por la fascinación. No era humana, no, pero era un ente que nosotros habíamos buscado tanto tiempo con la intención de demostrar que existían el Cielo, y por extensión un lugar donde las almas viajaran para descansar indefinidamente. Y yo, un simple chico del montón, sin ninguna característica que sobresaliera por encima del humano medio, acababa de ser testigo del avistamiento de un…

-¡Eres un ángel!

-¿A… qué… te refieres…? –preguntó Kiziel, plegando velozmente las alas siendo rebasada por la timidez, ocultándolas, no sé cómo, bajo su amplia sudadera –. ¿Qué… es un… ángel?

-Permíteme explicarlo –intervino Félix –. Si bien es cierto que los humanos consideramos que existen unos seres con alas, de un mismo aspecto humanoide al nuestro, estábamos equivocados al bautizarlos como ángeles. El término que ellos usan, algo más sencillo y obvio, es el de Alados. Kiziel no es un ángel, sino una Alada.

-¿Y cómo puede ser que sepas tú eso? –le recriminé –. Cualquier otro humano habría pensado que era un ser del Cielo.

-Leo, mal vas si empleas esa tonta prueba para justificar que no soy de tu especie. En el mejor de los casos ella misma me lo podría haber dicho al habernos conocido, pero en realidad fue algo distinto. A mí me acompañó  hasta el Anima Viator un guía, el cual supe más tarde que sería un profesor de la Academia, o Instructor como se les denomina. Este Instructor, que gustosamente se ofreció a ayudarme con cualquier duda que tuviera, me aclaró, entre muchas otras cosas, que lo más cercano a lo que nosotros definimos como ángel es un Alado.

-Entonces… ¿en vuestro Mundo… nos llaman ángeles…?

-Pues sí. Pero eso no es lo importante ahora mismo –sentenció él, con un tono de voz un poco embravecido, señalando que estaba empezando a cansarse de que no diera mi brazo a torcer a la hora de no creerle –. ¿Acaso a ti no te acompañó ningún guía? Porque con lo perdido que estás…

-Sí… Era un Instructor también, concretamente el de una asignatura denominada Modus Vivendi.

-¿Y no te explicó nada sobre la diversidad de seres vivos humanoides que existen? ¡Pues vaya mierda de guía! –expresó seguido de una carcajada –.

-Cuida esa boca, chico. No te aconsejo que empieces estos cuatro largos años con tan mal pie.

Esa voz me resultaba demasiado familiar. Me di la vuelta. Era ni más ni menos que Zaxi. Estaba apoyando su espalda en una de las paredes colindantes al gran portón de madera que ocultaba la tan misteriosa Academia.

-¡Zaxi! –exclamé, contento de ver por fin una cara amiga –. ¿Cómo has llegado ya hasta aquí?

-Soy un Demonio –respondió mientras mostraba sus alas y alzaba una ceja –. Conozco atajos por estos lares, algunos hasta más maravillosos que el mágico trayecto de Anima Viator. Que por cierto… ¿te resultó cómodo el viaje, Leo?

-¿Sabías mi nombre? –contesté con una pletórica sorpresa –. ¿Y cómo que tú no has reaccionado como los demás?

En ese instante regresé a la realidad. Al mencionar a los otros estudiantes me percaté de nuevo de esa intimidante situación. Sellé mis labios y agaché mi cabeza, con mis rodillas temblando y gotas de sudor brotando a través de los poros de mi frente. Necesitaba algún antídoto reconfortarte que arrancara ese ancla mental que acababa de confeccionar y me sacara a flote. Y lo obtuve.

-No he reaccionado de ninguna manera porque no hay razón alguna para ello.

El alumnado miró extrañado a Zaxi, como si estuvieran observando a un loco imprudente. Su frase no les había convencido, es más, hasta les había hecho dudar de la integridad psíquica del susodicho Instructor. Pero el asunto no quedó en una mera oleada de faces boquiabiertas y confusas. Uno, de piel extremadamente pálida, con orejas puntiagudas, un largo y liso pelo negro, lúgubres y extensas ojeras, dientes afilados y ojos rojizos de cierta luminiscencia, se dignó a contraargumentarle.

-Pero Instructor, ¿acaso desconoce la procedencia del apellido Alighieri? ¡Es descabellado no alarmarse ante el hecho de que uno de su familia se encuentre aquí!

-Lo conozco perfectamente, y en este lugar es irrelevante las raíces de las que provengáis cada uno de vosotros. De lo contrario… tú deberías ser uno de los que tendría que callar, ¿no, Carpe Diem?

¿Se llamaba Carpe Diem? ¿Y me miraban raro a mí por un simple apellido de procedencia italiana? Además, poniéndome igual de idiota que el resto, no encajaba ese nombre con su apariencia, no le hacía honor a eso de “disfruta el momento”. Parecía que iba de luto. Botas, vaqueros y camiseta de un asfixiante color negro. Lo único algo más… colorido, por decirlo de alguna forma, era el dibujo de su camiseta, el cual era un reloj de arena gris metálico en cuyo interior había a partes iguales entre la parte superior y la inferior un brillante líquido rubí. Claramente sangre.

-¿¡Qué tiene que ver eso ahora!?

Era la voz de una chica que se abrió paso entre la multitud a empujones hasta colocarse a pocos metros de Zaxi, con una mirada llena de furia. Al parecer le había molestado ese ataque contra Carpe Diem. ¿Por qué? Viendo que era igual podría suponerse que eran familiares o quizás grandes conocidos en el Mundo del que procedían. Mismos ojos y dientes, misma tez y orejas, solamente se diferenciaban en el color del pelo, ya que ella lo tenía completamente blanco nuclear. Además de ello, ella vestía con botas y vaqueros blancos, así como con una camisa del mismo color y una corbata algo singular. Era roja y tenía la forma de una flecha que apuntaba hacia el suelo. En ella se hallaba dibujada una cuenta atrás, estando el número diez próximo a su cuello y el cero casi en la punta de la “flecha”, y rozando la punta había dibujada otra cosa diferente: una lápida grisácea.

-¡Vaya! También estás aquí. Por un momento creí que era un error del listado, pero parece que siempre iréis cogidos de la mano… Chicos –dijo de repente dirigiéndose a todos los demás –, decidme, ¿qué puede haber hecho la benevolente Memento Mori para haber acabado justo aquí, junto con su hermano gemelo? ¿Alguien tiene alguna idea?

Los gemelos Memento Mori y Carpe Diem. Definitivamente eran dos personajes peculiares, aunque, eso sí, no los que más destacaban de entre todo el gentío respecto a sus rasgos… Acababa de conocer al propio Caronte, a un profesor Demonio, un particular ser que afirmaba ser humano, una Alada incluso más introvertida que yo y dos paliduchos con nombres de tópico literario. Y tan ni siquiera habían comenzado oficialmente las clases. ¿Me toparía con alguien más antes de que el portón se abriera?

-¿Quieres saber lo que he hecho para que el Simposio me envíe aquí, eh? ¿¡Quieres conocer la injusticia que han acometido hacia mi persona!?

Las palabras de Memento Mori rezumaban rabia e impotencia, pero el Instructor las había ignorado por completo. Su atención se había dirigido al sonido de un cañonazo que había reverberado por toda la zona justo después del grito colérico de la chica.

-Hablando de injusticias –dijo Zaxi bajando su voz a un tono casi imperceptible –.

Desde el principio algunos adivinaron el origen de ese ruido y miraron de inmediato al portal de los raíles. Poco a poco todos fuimos dirigiendo la mirada hacia esa dirección. En cuestión de un par de minutos una estela apareció en nuestro campo de visión. No cabía duda, era otra alma que venía a estudiar a la Academia. Tal vez no había llegado a tiempo y de algún modo había logrado acceder a un Reactor de última hora. Sin embargo, había algo extraño en ese alumno además del tema de no haber venido junto con nosotros en el tiempo indicado. Su brillo era un poco más destellante y potente que el que yo recuerdo mientras viajaba sobre esos raíles. Lo único que se me ocurría es que fuera tan corpulento que hasta su alma duplicase el tamaño de las de los demás. De lo contrario, ¿a qué se debería tanta iluminación?

Con expectación estuvimos esperando, siguiendo con nuestros ojos todos y cada uno de los trazos que dibujaba esa silueta. Zaxi sabía quién era, no había duda basándome en la frase que había soltado. Y de la forma en la que lo había hecho no era un alumno del montón. ¿Y si se trataba de aquel chico del que me hablaron tanto el Instructor como Caronte? Si ese fuera el caso, creo que merecía la pena toda esa tensión que estaba sintiendo. Era como esperar a un famoso, del cual desconocía hasta su rostro.

Finalmente el alma alcanzó el portal y… se dividió al materializarse. No, no era eso. En ningún momento había sido una única ánima la que había circulado por ese trayecto, sino que le habían escoltado. ¿Escoltado? Tampoco era eso. Eran dos seres bastante altos, equipados con una robusta armadura muy similar a las del medievo de Bios y una afilada alabarda que apuntaba al cuello del allegado estudiante. De ahí el cegador brillo: habían viajado tres almas a la vez, disparadas desde el mismo Reactor.

El chaval en cuestión vestía un guardapolvos de cuero verde oscuro, una camiseta negra con dos grandes letras N plateadas, unos pantalones negros cortos que acababan en sus rodillas, un cinturón con una calavera gris como hebilla, y unas botas de aspecto algo pesadas que terminaban a la mitad de sus gemelos. Sus iris eran absolutamente blancos con unas pupilas del tamaño de la cabeza de un alfiler y su pelo, totalmente despeinado, era casi tan oscuro como el aura que desprendía, metafóricamente hablando.

Toda esta secuencia de sucesos fue eclipsando lo que fuera que les hubiera alterado acerca de mi nombre. Eso en parte era de agradecer, pero también me estaba desasosegando. Debido era a que lentamente iba dándome cuenta de la realidad. Esto no era un sueño, iba a convivir cuatro años con seres de mitos, pesadillas, religiones y demás ámbitos fantásticos, y debía empezar a acostumbrarme cuanto antes o de lo contrario iba a pasarlo verdaderamente mal. Así que dependiendo de cómo me lo tomase podría ser una época nefasta o una buena anécdota que contar a los curiosos que, por su fortuna, directamente llegaron al Paraíso sin ningún Purgatorio de por medio.

El reciente estudiante permaneció estático, mirando de un lado a otro, sin girar la cabeza, al resto del cuerpo estudiantil, registrando en su memoria las caras nuevas. Acto seguido cerró los ojos y asintió. Tras este gesto, súbitamente los dos seres que se erguían a su izquierda y derecha se cayeron en pedazos, es decir, era como si los cuerpos que se albergaban dentro de las armaduras hubieran desaparecido y estas se desplomaran a merced de la gravedad junto con las dos alabardas.

Lo primero que me vino a la mente fue evidente.

-Zaxi, ¿a…acaba de matarlos?

-Oh, no. Ni mucho menos. Esos dos guardas tan sólo eran armaduras encantadas. El hechizo en cuestión se basa en hacer que un objetivo en concreto quede vigilado hasta equis posición. Una vez se llega al destino el hechizo se disipa y el objeto vuelve a permanecer inerte.

-¿Y quién puede crear semejante magia?

-Él mismo –contestó risueño –.Y no es magia como tal. Es más bien un tipo de poder. Él es un Esper.

Estrepitosamente el portón comenzó a temblar. La tierra bajo nuestros pies se sacudió. Kiziel se acurrucó en el suelo cerrando los ojos con fuerza y Félix se puso a su lado para calmarla. Carpe y Memento se cogieron de la mano y yo me quedé paralizado, casi en shock. Todos iban reaccionando de formas similares, temerosos, sin saber a qué se debía ese seísmo. Todos excepto uno, aquel que Zaxi denominaba Esper. Él continuó impasible, haciendo caso omiso al potencial dañino que podría desencadenarse.

-Será mejor que me vaya cuanto antes, de inmediato van a comenzar los preparativos de la bienvenida.

La voz del Instructor me hizo volver en mí. Le busqué con la mirada pero ya había desaparecido. Seguramente habría empleado el mismo método que para llegar hasta aquí… Al menos podría respirar tranquilo sabiendo que esto era la rutina de siempre al iniciar las clases. O al menos intentarlo.

-Pero cuántas ovejas descarriadas de su rebaño…

Nada más resonó esa frase los temblores cesaron instantáneamente.

-Ejem –prosiguió la voz de esa mujer –. No soy muy dada a la broma, y probablemente esto, en vez de haber liberado tensiones, os haya puesto más nerviosos. En fin, sea como sea, es momento de ponernos serios. Ante todo, no quiero que veáis la Academia como una cárcel, y mucho menos que os concibáis a vosotros como presidiarios. Tened por seguro que si hubierais cometido un delito de verdad no se habría determinado que vinieseis aquí, sino que directamente habríais sufrido algo parecido a una condena eterna…

Justo en ese instante el Esper soltó una risa sarcástica. Al menos para mí, con esa notoria reacción, ya se había presentado. Sin duda alguna era ese estudiante sentenciado a repetir una y otra vez su paso por la Academia.

-…Por ello mismo os pido que os toméis esto como vuestra estancia universitaria. Todos tenéis entre 17 y 18 años por lo que en vuestros Mundos de origen ya estabais en la edad de iniciar vuestros respectivos grados.

-Yo tenía pensado ponerme a trabajar directamente –aclaró un chico, lo cual desencadenó unas cuantas risotadas burlonas por parte de terceros –.

-¡No hay de qué preocuparse! –afirmó ella –. Aquí no existen asignaturas similares a las de cualquier otra Facultad, así que no es necesario entrar con una aptitud universitaria. Sólo os pido que deis lo mejor de vosotros durante estos escuetos cuatro años y pasaréis curso por curso sin apenas dificultades.

El terreno vibró nuevamente, aunque esta vez en menor medida, casi una centésima parte que en la sacudida anterior.

-Una vez dentro os explicaré todo como es debido. Mientras tanto me presentaré. Soy Eris, vuestra Directora e Instructora de Metafísica.

Los temblores siguieron, pero ahora con una razón de ser. El monumental portón se estaba abriendo con lentitud. Dos minutos después, sin más palabras por parte de Eris, tan sólo cuchicheos entre los alumnos, pudimos observar un pasillo de paredes compuestas por polvorientos ladrillos grisáceos y quebradizos. Su longitud era extraordinaria, no podía ver hacía qué tipo de habitáculo o patio conducía. No obstante, esta dificultad visual se veía reforzada por la inmensidad de polvo del pasillo. Desde luego pasar por allí en solitario debería ser estremecedor.

-¡Bienvenidos a Sciti Veritas!

La muchedumbre se fue agolpando en la entrada, tratando de ser los primeros en ver por fin el aspecto de la Academia. Félix, antes de partir, se dirigió de nuevo a mí y me dijo que volvería a verme dentro. Parecía que estaba convencido en querer entablar una amistad conmigo.

Al final, sólo quedé yo. Bueno… eso creí en un principio. Noté una especie de presencia. Me di la vuelta y me percaté de que el Esper todavía seguía ahí quieto, sin haberse movido en absoluto, fijando la mirada en aquel oscuro pasillo.

Sin embargo, de golpe y porrazo giró la cabeza y me miró. Ese contacto visual fue bastante estremecedor para mí. ¿Estaba estudiándome tal y como hizo con todos al llegar?

Entonces se movió, iba caminando despacio hacia mi posición. Quise correr y entrar en la Academia, pero eso podría ser una mala idea. Viendo lo que podía hacer con unos trozos de armadura a saber de lo que sería capaz con materia orgánica como yo. Por lo que me quedé quieto y crucé los dedos para que él se hubiera levantado hoy de buen humor.

Cuando estuvo a una determinada distancia, volvió a clavarme la mirada. En cambio, en esta ocasión sentí algo más que un escalofrío al contemplar esos ojos dignos de un cadáver. Un horripilante dolor de cabeza me comprimió el cráneo durante unos momentos. Hasta ese instante no había caído en la cuenta de que, pese a ser almas, éramos capaces de sentir dolor. Y qué manera tan nociva de averiguarlo.

-Interesante. Este año promete.

El dolor paró ipso facto tras su murmullo. Su voz no era algo fuera de lo común, pero era como si penetrara en lo más profundo de tu mente, como si rebotara una y otra vez dentro de tu calavera.

Para cuando lo descubrí fue demasiado tarde, él ya se había adentrado en el polvoriento pasillo… Había pasado desapercibido ante mí. Era un detalle clave que levantaba más misterio alrededor de ese sujeto.

Con razón su voz había tenido ese extraño efecto. En ningún momento había movido los labios. No había hablado siquiera. Había sido telepatía. Sí, estaba seguro de ello. Ese chico tenía habilidades bastante imponentes. Además, sabiendo el tipo de castigo que el Simposio le había propiciado, podía concluirse que era, de cierto modo, un individuo peligroso. Prueba de ello eran las palabras que había empleado para comunicarse conmigo.

Y yo iba a convivir con él durante cuatro años.

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