Fue la primera vez que contemplé una reacción tan sumamente
singular ante la presentación de una persona. Como si mi nombre y apellido
fueran vocablos de un conjuro de magia negra, todos los alumnos que en un
principio se habían aglomerado a mi alrededor ahora retrocedían con miradas
pávidas y movimientos temblorosos. Era evidente que en algo había metido la
pata, y eso me ponía aún más nervioso si cupiera.
Mire a todos lados, buscando un rostro que no mostrara
terror, extendiendo mentalmente un brazo para que un alma caritativa (y nunca
mejor dicho) me explicara qué estaba ocurriendo. Pero parecía ser que no iba a
tener tanta suerte… O eso supuso mi negatividad a priori.
-¡Vaya! Yo no causé
tanto alboroto cuando dije mi nombre. Y eso que soy como tú.
Casi que no podía creérmelo. La voz provino de mi izquierda.
Un humanoide vestido con unos vaqueros negros rasgados por la zona de las
rótulas, una camiseta corta de rayas horizontales negras y moradas, un cubrebrazos
negro en su brazo izquierdo que llegaba hasta sus nudillos y un mitón de cuero,
también negro, en la otra mano. Pero ahí no acababa la cosa. Su variopinta
imagen quedaba finiquitada con unos iris de un sobrenatural morado y un
flequillo del mismo color que caía diagonalmente hasta su oreja derecha, siendo
el resto de la cabellera de la misma tonalidad que sus Converse negras.
Sin embargo, lo que verdaderamente había llamado mi atención
no era su “disfraz”, sino eso de que él era como yo. Así que, tratando de
evadirme de la realidad, haciendo desaparecer, en sentido figurado, al resto de
estudiantes, me centré en ese chico de piel increíblemente blanquecina.
-¿Qué quieres decir
con eso?
-¿No es evidente? Tú
eres un humano, al igual que yo.
-Imposible. Puede que…
no tengas colmillos, ni orejas puntiagudas, ni apéndices algo distintos a los
míos, pero tu piel y tus ojos difieren mucho de los de un ser humano
convencional.
-Se ve que te está
costando digerir toda esta realidad más allá de la Tierra.
Tierra… No la había denominado Bios. Aunque eso no supusiera
la prueba irrefutable de que era humano era una buena forma de empezar a
convencerme de que no estaba solo.
-De…demuéstrame de
alguna forma que lo eres. Si… siento desconfiar, pero después de lo que acaba
de pasar con una acción tan sencilla como decir mi nombre me cuesta creer que
repentinamente alguien quiere conversar conmigo, sobre todo alguien que afirma
ser de mi especie.
-¡Ah, sí, lo del
nombre! Casi lo olvidaba –contestó ignorando el resto de mi respuesta –. Yo soy Félix Expósito. Un nombre bastante
humano, ¿no te parece?
Quizá Félix también se usase en alguno de los otros Seis
Mundos, aunque ese apellido en concreto… No había duda, como mínimo este chico
había estado conviviendo con los humanos.
-Muy bien –dijo
Félix tras un suspiro, entendiendo que el silencio que yo había mantenido era
señal de algún resquicio de desconfianza, pese a que en realidad estuviera
absorto en mis pensamientos, asimismo como algo ofuscado por la muchedumbre –. Recurriré al plan B.
Se metió de nuevo entre el gentío y a los pocos segundos
emergió, esta vez trayendo casi a la fuerza a alguien más consigo. Era una
chica de un aspecto humano tan perfecto que a simple vista podría pasear por
Bios y pasaría desapercibida. Sus ropas eran simples, una gruesa sudadera gris
con una capucha algo holgada, una falda negra que acababa en sus rodillas y de
un tejido parecido al de cualquier uniforme escolar, dos muñequeras negras, en
conjunto con la laca de uñas que llevaba, y unas botas de tela negra con
hebillas superpuestas entre los cordones. Si había de destacarse algo fuera de
lo común sería su rojizo pelo, el cual era extremadamente largo en comparación
a lo habitual, llegando a acabar casi en su cintura, y eso que estaba recogido
por dos extensas coletas.
De inmediato tuvimos contacto visual. Sus ojos color miel
parecía que me transmitían lo que ella sentía ese instante: inquietud. No le
hacía mucha gracia que Félix la sacase del camuflaje que ofrecía la multitud,
por lo que, o una de dos, era tan tímida como yo, poco probable, o también le
había aterrado mi nombre, bastante probable.
-Me acerqué a ella al
ver su apariencia humana y podría decirse que ya somos amigos con el poco
tiempo que llevamos aquí –explicó Félix riendo un poco al ver el mal rato
que estaba pasando la chica –. Y bien,
¿qué dices, es humana o no?
-Bueno… En una primera
impresión diría que se asemeja bastante a una…
-Nada de rodeos. No
quiero alargar su tortura. Es bastante tímida, ¿sabes? Venga, anda, sólo di sí
o no.
Así que era timidez, no le agradaban las masas. Puede que
entonces sí fuera humana, y además parecida a mí. Lo aposté todo, aunque fuera
al menos para cesar de charlar con él y que dejase así de ser el centro de
atención mientras esperábamos a que las puertas se abrieran.
-Está bien. Yo digo
que es humana.
-¡Mec! –exclamó,
imitando el típico sonido que suena en los concursos televisivos cuando el
concursante falla –. Error. Ni siquiera
proviene de la Tierra. ¿Quieres saber lo que es?
Asentí con intriga.
-Kiziel, preséntate.
-¿Otra… vez… tengo…
que… hacerlo?
Su temblorosa voz se pausaba cada dos por tres. Seguramente
también sufriría esa especie de decrecimiento intelectual del que yo me
aquejaba al rodearme de gente y tuviera que pensar concienzudamente cada
palabra antes de pronunciarla. A pesar de ello, su voz era magnífica, como si
sus cuerdas vocales, en vez de expulsar aire maleabilizado para articular los
vocablos, exhalasen notas musicales de rasgos eólicos.
-Venga, no te cortes.
Mira al chaval –respondió señalándome –.
Lo va a pasar realmente mal si continua con esa mentalidad tan terrícola. Me
parece que si haces una digna presentación para él le ayudarás con ello.
Además, esta podría ser la situación que desencadenase una fuerte amistad entre
nosotros tres.
-¿Y por qué querría
hacerme amigo tuy…?
No me dio tiempo a acabar la frase. Sus palabras habían
surtido efecto en el cerebro de esa tal Kiziel. Y he de confesar que estaba
agradecido de que hubiera aceptado la propuesta de Félix…
Dos alas gigantescas en comparación con su pequeño cuerpo se
desplegaron, liberando un par de plumas de un blanco celestial que flotaron por
el aire mecidas por una danza que marcaba los tempos de ese silencio concebido
por la fascinación. No era humana, no, pero era un ente que nosotros habíamos
buscado tanto tiempo con la intención de demostrar que existían el Cielo, y por
extensión un lugar donde las almas viajaran para descansar indefinidamente. Y
yo, un simple chico del montón, sin ninguna característica que sobresaliera por
encima del humano medio, acababa de ser testigo del avistamiento de un…
-¡Eres un ángel!
-¿A… qué… te
refieres…? –preguntó Kiziel, plegando velozmente las alas siendo rebasada
por la timidez, ocultándolas, no sé cómo, bajo su amplia sudadera –. ¿Qué… es un… ángel?

-¿Y cómo puede ser que
sepas tú eso? –le recriminé –.
Cualquier otro humano habría pensado que era un ser del Cielo.
-Leo, mal vas si
empleas esa tonta prueba para justificar que no soy de tu especie. En el mejor
de los casos ella misma me lo podría haber dicho al habernos conocido, pero en
realidad fue algo distinto. A mí me acompañó
hasta el Anima Viator un guía, el cual supe más tarde que sería un
profesor de la Academia, o Instructor como se les denomina. Este Instructor,
que gustosamente se ofreció a ayudarme con cualquier duda que tuviera, me
aclaró, entre muchas otras cosas, que lo más cercano a lo que nosotros
definimos como ángel es un Alado.
-Entonces… ¿en vuestro
Mundo… nos llaman ángeles…?
-Pues sí. Pero eso no
es lo importante ahora mismo –sentenció él, con un tono de voz un poco
embravecido, señalando que estaba empezando a cansarse de que no diera mi brazo
a torcer a la hora de no creerle –.
¿Acaso a ti no te acompañó ningún guía? Porque con lo perdido que estás…
-Sí… Era un Instructor
también, concretamente el de una asignatura denominada Modus Vivendi.
-¿Y no te explicó nada
sobre la diversidad de seres vivos humanoides que existen? ¡Pues vaya mierda de
guía! –expresó seguido de una carcajada –.
-Cuida esa boca,
chico. No te aconsejo que empieces estos cuatro largos años con tan mal pie.
Esa voz me resultaba demasiado familiar. Me di la vuelta.
Era ni más ni menos que Zaxi. Estaba apoyando su espalda en una de las paredes
colindantes al gran portón de madera que ocultaba la tan misteriosa Academia.
-¡Zaxi! –exclamé,
contento de ver por fin una cara amiga –.
¿Cómo has llegado ya hasta aquí?
-Soy un Demonio –respondió
mientras mostraba sus alas y alzaba una ceja –. Conozco atajos por estos lares, algunos hasta más maravillosos que el
mágico trayecto de Anima Viator. Que por cierto… ¿te resultó cómodo el viaje,
Leo?
-¿Sabías mi nombre? –contesté
con una pletórica sorpresa –. ¿Y cómo que
tú no has reaccionado como los demás?
En ese instante regresé a la realidad. Al mencionar a los
otros estudiantes me percaté de nuevo de esa intimidante situación. Sellé mis
labios y agaché mi cabeza, con mis rodillas temblando y gotas de sudor brotando
a través de los poros de mi frente. Necesitaba algún antídoto reconfortarte que
arrancara ese ancla mental que acababa de confeccionar y me sacara a flote. Y
lo obtuve.
-No he reaccionado de
ninguna manera porque no hay razón alguna para ello.
El alumnado miró extrañado a Zaxi, como si estuvieran
observando a un loco imprudente. Su frase no les había convencido, es más,
hasta les había hecho dudar de la integridad psíquica del susodicho Instructor. Pero el asunto no quedó en una mera oleada de faces boquiabiertas y confusas.
Uno, de piel extremadamente pálida, con orejas puntiagudas, un largo y liso
pelo negro, lúgubres y extensas ojeras, dientes afilados y ojos rojizos de
cierta luminiscencia, se dignó a contraargumentarle.
-Pero Instructor,
¿acaso desconoce la procedencia del apellido Alighieri? ¡Es descabellado no
alarmarse ante el hecho de que uno de su familia se encuentre aquí!
-Lo conozco
perfectamente, y en este lugar es irrelevante las raíces de las que provengáis
cada uno de vosotros. De lo contrario… tú deberías ser uno de los que tendría
que callar, ¿no, Carpe Diem?
¿Se llamaba Carpe Diem? ¿Y me miraban raro a mí por un
simple apellido de procedencia italiana? Además, poniéndome igual de idiota que
el resto, no encajaba ese nombre con su apariencia, no le hacía honor a eso de
“disfruta el momento”. Parecía que iba de luto. Botas, vaqueros y camiseta de
un asfixiante color negro. Lo único algo más… colorido, por decirlo de alguna
forma, era el dibujo de su camiseta, el cual era un reloj de arena gris
metálico en cuyo interior había a partes iguales entre la parte superior y la
inferior un brillante líquido rubí. Claramente sangre.
-¿¡Qué tiene que ver
eso ahora!?
Era la voz de una chica que se abrió paso entre la multitud
a empujones hasta colocarse a pocos metros de Zaxi, con una mirada llena de
furia. Al parecer le había molestado ese ataque contra Carpe Diem. ¿Por qué?
Viendo que era igual podría suponerse que eran familiares o quizás grandes
conocidos en el Mundo del que procedían. Mismos ojos y dientes, misma tez y
orejas, solamente se diferenciaban en el color del pelo, ya que ella lo tenía
completamente blanco nuclear. Además de ello, ella vestía con botas y vaqueros
blancos, así como con una camisa del mismo color y una corbata algo singular.
Era roja y tenía la forma de una flecha que apuntaba hacia el suelo. En ella se
hallaba dibujada una cuenta atrás, estando el número diez próximo a su cuello y
el cero casi en la punta de la “flecha”, y rozando la punta había dibujada otra
cosa diferente: una lápida grisácea.
-¡Vaya! También estás
aquí. Por un momento creí que era un error del listado, pero parece que siempre
iréis cogidos de la mano… Chicos –dijo de repente dirigiéndose a todos los
demás –, decidme, ¿qué puede haber hecho
la benevolente Memento Mori para haber acabado justo aquí, junto con su hermano
gemelo? ¿Alguien tiene alguna idea?
Los gemelos Memento Mori y Carpe Diem. Definitivamente eran
dos personajes peculiares, aunque, eso sí, no los que más destacaban de entre
todo el gentío respecto a sus rasgos… Acababa de conocer al propio Caronte, a
un profesor Demonio, un particular ser que afirmaba ser humano, una Alada
incluso más introvertida que yo y dos paliduchos con nombres de tópico
literario. Y tan ni siquiera habían comenzado oficialmente las clases. ¿Me
toparía con alguien más antes de que el portón se abriera?
-¿Quieres saber lo que
he hecho para que el Simposio me envíe aquí, eh? ¿¡Quieres conocer la
injusticia que han acometido hacia mi persona!?
Las palabras de Memento Mori rezumaban rabia e impotencia,
pero el Instructor las había ignorado por completo. Su atención se había dirigido al
sonido de un cañonazo que había reverberado por toda la zona justo después del
grito colérico de la chica.
-Hablando de
injusticias –dijo Zaxi bajando su voz a un tono casi imperceptible –.
Desde el principio algunos adivinaron el origen de ese ruido
y miraron de inmediato al portal de los raíles. Poco a poco todos fuimos
dirigiendo la mirada hacia esa dirección. En cuestión de un par de minutos una
estela apareció en nuestro campo de visión. No cabía duda, era otra alma que
venía a estudiar a la Academia. Tal vez no había llegado a tiempo y de algún
modo había logrado acceder a un Reactor de última hora. Sin embargo, había algo
extraño en ese alumno además del tema de no haber venido junto con nosotros en
el tiempo indicado. Su brillo era un poco más destellante y potente que el que
yo recuerdo mientras viajaba sobre esos raíles. Lo único que se me ocurría es
que fuera tan corpulento que hasta su alma duplicase el tamaño de las de los
demás. De lo contrario, ¿a qué se debería tanta iluminación?
Con expectación estuvimos esperando, siguiendo con nuestros
ojos todos y cada uno de los trazos que dibujaba esa silueta. Zaxi sabía quién
era, no había duda basándome en la frase que había soltado. Y de la forma en la
que lo había hecho no era un alumno del montón. ¿Y si se trataba de aquel chico
del que me hablaron tanto el Instructor como Caronte? Si ese fuera el caso,
creo que merecía la pena toda esa tensión que estaba sintiendo. Era como
esperar a un famoso, del cual desconocía hasta su rostro.
Finalmente el alma alcanzó el portal y… se dividió al
materializarse. No, no era eso. En ningún momento había sido una única ánima la
que había circulado por ese trayecto, sino que le habían escoltado. ¿Escoltado?
Tampoco era eso. Eran dos seres bastante altos, equipados con una robusta
armadura muy similar a las del medievo de Bios y una afilada alabarda que
apuntaba al cuello del allegado estudiante. De ahí el cegador brillo: habían
viajado tres almas a la vez, disparadas desde el mismo Reactor.
El chaval en cuestión vestía un guardapolvos de cuero verde
oscuro, una camiseta negra con dos grandes letras N plateadas, unos pantalones
negros cortos que acababan en sus rodillas, un cinturón con una calavera gris
como hebilla, y unas botas de aspecto algo pesadas que terminaban a la mitad de
sus gemelos. Sus iris eran absolutamente blancos con unas pupilas del tamaño de
la cabeza de un alfiler y su pelo, totalmente despeinado, era casi tan oscuro
como el aura que desprendía, metafóricamente hablando.
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El reciente estudiante permaneció estático, mirando de un
lado a otro, sin girar la cabeza, al resto del cuerpo estudiantil, registrando
en su memoria las caras nuevas. Acto seguido cerró los ojos y asintió. Tras
este gesto, súbitamente los dos seres que se erguían a su izquierda y derecha
se cayeron en pedazos, es decir, era como si los cuerpos que se albergaban
dentro de las armaduras hubieran desaparecido y estas se desplomaran a merced
de la gravedad junto con las dos alabardas.
Lo primero que me vino a la mente fue evidente.
-Zaxi, ¿a…acaba de
matarlos?
-Oh, no. Ni mucho
menos. Esos dos guardas tan sólo eran armaduras encantadas. El hechizo en
cuestión se basa en hacer que un objetivo en concreto quede vigilado hasta
equis posición. Una vez se llega al destino el hechizo se disipa y el objeto
vuelve a permanecer inerte.
-¿Y quién puede crear
semejante magia?
-Él mismo –contestó
risueño –.Y no es magia como tal. Es más
bien un tipo de poder. Él es un Esper.
Estrepitosamente el portón comenzó a temblar. La tierra bajo
nuestros pies se sacudió. Kiziel se acurrucó en el suelo cerrando los ojos con
fuerza y Félix se puso a su lado para calmarla. Carpe y Memento se cogieron de
la mano y yo me quedé paralizado, casi en shock. Todos iban reaccionando de
formas similares, temerosos, sin saber a qué se debía ese seísmo. Todos excepto
uno, aquel que Zaxi denominaba Esper. Él continuó impasible, haciendo caso
omiso al potencial dañino que podría desencadenarse.
-Será mejor que me
vaya cuanto antes, de inmediato van a comenzar los preparativos de la
bienvenida.
La voz del Instructor me hizo volver en mí. Le busqué con la
mirada pero ya había desaparecido. Seguramente habría empleado el mismo método
que para llegar hasta aquí… Al menos podría respirar tranquilo sabiendo que
esto era la rutina de siempre al iniciar las clases. O al menos intentarlo.
-Pero cuántas ovejas
descarriadas de su rebaño…
Nada más resonó esa frase los temblores cesaron instantáneamente.
-Ejem –prosiguió la
voz de esa mujer –. No soy muy dada a la
broma, y probablemente esto, en vez de haber liberado tensiones, os haya puesto
más nerviosos. En fin, sea como sea, es momento de ponernos serios. Ante todo,
no quiero que veáis la Academia como una cárcel, y mucho menos que os concibáis
a vosotros como presidiarios. Tened por seguro que si hubierais cometido un
delito de verdad no se habría determinado que vinieseis aquí, sino que
directamente habríais sufrido algo parecido a una condena eterna…
Justo en ese instante el Esper soltó una risa sarcástica. Al
menos para mí, con esa notoria reacción, ya se había presentado. Sin duda
alguna era ese estudiante sentenciado a repetir una y otra vez su paso por la
Academia.
-…Por ello mismo os
pido que os toméis esto como vuestra estancia universitaria. Todos tenéis entre 17 y
18 años por lo que en vuestros Mundos de origen ya estabais en la edad de
iniciar vuestros respectivos grados.
-Yo tenía pensado
ponerme a trabajar directamente –aclaró un chico, lo cual desencadenó unas
cuantas risotadas burlonas por parte de terceros –.
-¡No hay de qué
preocuparse! –afirmó ella –. Aquí no
existen asignaturas similares a las de cualquier otra Facultad, así que no es
necesario entrar con una aptitud universitaria. Sólo os pido que deis lo mejor
de vosotros durante estos escuetos cuatro años y pasaréis curso por curso sin
apenas dificultades.
El terreno vibró nuevamente, aunque esta vez en menor
medida, casi una centésima parte que en la sacudida anterior.
-Una vez dentro os
explicaré todo como es debido. Mientras tanto me presentaré. Soy Eris, vuestra
Directora e Instructora de Metafísica.
Los temblores siguieron, pero ahora con una razón de ser. El
monumental portón se estaba abriendo con lentitud. Dos minutos después, sin más
palabras por parte de Eris, tan sólo cuchicheos entre los alumnos, pudimos
observar un pasillo de paredes compuestas por polvorientos ladrillos grisáceos
y quebradizos. Su longitud era extraordinaria, no podía ver hacía qué tipo de
habitáculo o patio conducía. No obstante, esta dificultad visual se veía
reforzada por la inmensidad de polvo del pasillo. Desde luego pasar por allí en
solitario debería ser estremecedor.
-¡Bienvenidos a Sciti
Veritas!
La muchedumbre se fue agolpando en la entrada, tratando de
ser los primeros en ver por fin el aspecto de la Academia. Félix, antes de
partir, se dirigió de nuevo a mí y me dijo que volvería a verme dentro. Parecía
que estaba convencido en querer entablar una amistad conmigo.
Al final, sólo quedé yo. Bueno… eso creí en un principio.
Noté una especie de presencia. Me di la vuelta y me percaté de que el Esper
todavía seguía ahí quieto, sin haberse movido en absoluto, fijando la mirada en
aquel oscuro pasillo.
Sin embargo, de golpe y porrazo giró la cabeza y me miró.
Ese contacto visual fue bastante estremecedor para mí. ¿Estaba estudiándome tal
y como hizo con todos al llegar?
Entonces se movió, iba caminando despacio hacia mi posición.
Quise correr y entrar en la Academia, pero eso podría ser una mala idea. Viendo
lo que podía hacer con unos trozos de armadura a saber de lo que sería capaz
con materia orgánica como yo. Por lo que me quedé quieto y crucé los dedos para
que él se hubiera levantado hoy de buen humor.
Cuando estuvo a una determinada distancia, volvió a clavarme
la mirada. En cambio, en esta ocasión sentí algo más que un escalofrío al
contemplar esos ojos dignos de un cadáver. Un horripilante dolor de cabeza me
comprimió el cráneo durante unos momentos. Hasta ese instante no había caído en
la cuenta de que, pese a ser almas, éramos capaces de sentir dolor. Y qué
manera tan nociva de averiguarlo.
-Interesante. Este año
promete.
El dolor paró ipso facto tras su murmullo. Su voz no era
algo fuera de lo común, pero era como si penetrara en lo más profundo de tu
mente, como si rebotara una y otra vez dentro de tu calavera.
Para cuando lo descubrí fue demasiado tarde, él ya se había
adentrado en el polvoriento pasillo… Había pasado desapercibido ante mí. Era un
detalle clave que levantaba más misterio alrededor de ese sujeto.
Con razón su voz había tenido ese extraño efecto. En ningún
momento había movido los labios. No había hablado siquiera. Había sido
telepatía. Sí, estaba seguro de ello. Ese chico tenía habilidades bastante
imponentes. Además, sabiendo el tipo de castigo que el Simposio le había
propiciado, podía concluirse que era, de cierto modo, un individuo peligroso.
Prueba de ello eran las palabras que había empleado para comunicarse conmigo.
Y yo iba a convivir con él durante cuatro años.
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