Noticias desde la Oscuridad

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Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 31 de agosto de 2014

Protocolo de Purga: Primera Idea

Dicen que cuando un árbol se viene abajo en un bosque y nadie está presente para escuchar su caída en realidad no ha producido ruido alguno. Esta frase, entre otras, abrió ciertas puertas en mi cerebro que debí haber mantenido cerradas. Ahora ya es demasiado tarde.

Mi nombre es Cristal, y mi mayor afición ha sido desde siempre la meditación. No desde un punto de vista zen, sino desde su aspecto más filosófico. No hay día en el que no me pregunte sobre el origen de algo o reflexione acerca de la realidad que nos concierne. La metafísica me acompaña aquí y allá y con cada desconocimiento que tengo una alegoría viene a mi mente. Podría decirse, entonces, que mi cabeza es un amasijo de engranajes en constante movimiento que giran sobre ejes compuestos por pura ontoepistemología.

Sin embargo, tal y como algunos afirman, pensar y adquirir conocimientos no trae siempre consigo algo beneficioso. Digamos… que ciertos aspectos que nos rodean no deben ser revueltos y han de dejarse en paz, pues pararse a deliberar sobre ellos puede evocar una perdición que te aplaste inmisericordemente.

Si bien es cierto que una de las mejores  cosas que se puede hacer en nuestras escuetas vidas es reunir una ingente cantidad de saberes para fenecer como sabios y no como trogloditas descerebrados, también es bastante veraz que hasta lo más favorable del mundo ha de ingerirse con cierta moderación.

En resumidas cuentas, toqué con mis manos un conocimiento concreto que no debía estar al alcance de nadie, y esta misma acción desencadenó el Fin del Mundo. Yo… condené al mismísimo tiempo a ser degollado.

Todo comenzó un día como otro cualquiera, en el típico mediodía veraniego en el que estar expuesto al sol te vuelve un homicida de tu propio balance hídrico. Estaba sentada en un banco, resguardada por la sombra que proyectaba un árbol. Me encontraba a mitad de camino de mi casa tras concluir un par de recados. El calor era demasiado sofocante como para poder dar más de diez pasos sin empaparte desorbitadamente con tu sudor, así que tenía que hacer breves pausas de vez en cuando para hacer el trayecto más llevadero y no llegar a casa cual deambulador del desierto.

Entre tanto, admirando el paisaje, una mezcolanza metropolitana y floral, me metí de lleno en mi psique y nadé en ese océano neuronal. Hoy el oleaje sináptico había embravecido en demasía las aguas, y no era de extrañar. Llevaba algunas semanas dándole vueltas a una teoría algo paranoica de tono conspirador.

Sé que sólo puede ser comprendida si en tu armario se halla alguna que otra camisa de fuerza, pues los cuerdos reirán a carcajada limpia. No hay más que aclarar que tiene relación con una presunta fuerza inexplicable de carácter esotérico. Es posible que a primera vista este pensamiento no tenga cabida en la mente de una chica que trata de buscarle una explicación racional a todo lo que la acaece, pero esta misma hipótesis absurda es en sí una explicación para algo que me ha llamado la atención durante tantos años.

¿No os ha sucedido alguna vez que os han salido una gran cantidad de cosas bien en un espacio relativamente corto de tiempo que habéis creído que la mismísima Tyche, diosa de la fortuna, os ha estado echando una mano? Por ejemplo, salir con prisas de tu hogar porque llegas tarde a tal restaurante y, yendo en coche, todos y cada uno de los semáforos con los que te cruzas te pillan en verde para luego resultar que has sido el primero en llegar a la cita, y para colmo todo concluye en que te invitan a la cena por tu deliberado esfuerzo en ese trabajo en el que tanto empeño pusiste y tantos quebraderos de cabeza te dio.

Más o menos había estado meditando sobre eso, aunque con algunos matices algo distintos. Digamos que, en un ataque de locura, lapso permisivo que le concede protagonismo a lo irreal, llegué a considerar que existen algunas personas marcadas por la antítesis del infortunio. O en otras palabras, gente que, queriendo o no, todo lo que se proponen acaba resultando exitosamente, de modo que son ignorantes en cuanto a lo que el término desdicha significa.

Evidentemente no existe ser así en el mundo, ya que unas veces tenemos suerte y otras no. Pero a lo que quiero referirme es, ya adentrándome a fondo en mi descabellada teoría, que hay algunos seres humanos que parecen haber sido bendecidos, bañados en aguas de pura fortuna, de forma que sus momentos de mala racha son meras partículas microscópicas.



No obstante, como ya dije antes, estoy definida por la razón. Por eso todavía seguía reflexionando acerca de este hecho, porque no había llegado aún a una conclusión definitiva. Ni mucho menos, no cuando yo también era una de esos sujetos de mi “investigación”.

Sí, a pesar de mi modestia, había de admitir que, con lo poco que llevaba viva, en un sinfín de situaciones donde rige lo contingente y no te queda otra que arriesgar, yo siempre salía airosa. Más aún, al igual que el ejemplo que puse, cuando te sobrepasan las circunstancias y sólo cruzas los dedos para que algo se ponga de tu parte, yo siempre me veía envuelta de cuantiosos y fortuitos hechos que evitaban que cayera derrotada. Supuestamente no tenía derecho a quejarme, pero irónicamente me sentía molesta, y no me valía la respuesta de que el azar me sonreía, no. Si no podía emplear el método científico para hallar una solución, emplearía mi cabeza y su desbordante capacidad para confeccionar puzles.

Entre tanto, el minutero ya había avanzado noventa grados en su recorrido circunferencial. Mi temperatura corporal se había restablecido a la habitual. Sería mejor que dejase de pensar en aquello, pues no es que fuera bien de tiempo que digamos. Pronto mi padre habría preparado la comida y se impacientaría si no me viera sentada en la mesa.

Me apresuré tras dar un minúsculo sorbo al refresco que había adquirido de una de las máquinas expendedoras de la calle. Sabía que no debía hacer ambas cosas: acelerar la marcha y beber líquido frío, pues incrementarían ese mismo acaloramiento del que huía, pero tengo la mala costumbre de seguir los pasos de Epimeteo, así que tuve que verme obligada a parar pocos minutos más tarde. Si la velocidad de mi caminar se hubiera mantenido un poco aminorada ahora podría haber seguido sin dificultad alguna…

En cambio, como ya os comenté, poseo ese tan ambicioso don de acoplar lo causal a mis necesidades. Y, curiosamente, a la par que extraño, hubo una súbita bajada de temperatura. Un decrecimiento lo suficientemente notorio como para incluso hacer que mis gotas de sudor se volvieran levemente gélidas. Gracias a ello, pude concluir lo que me quedaba de camino sin ni siquiera lanzar un mísero suspiro de sofocante exhaustividad. Asimismo, y sin dudarlo, esto se añadiría a la lista de pruebas que tenía a favor de la especulación que estaba elucubrando.

Al fin alcancé el portal de mi bloque y subí las escaleras apremiadamente. Al llegar a casa, una vez más, me vi en un golpe de suerte. Ni siquiera estaba el mantel de la mesa puesto sobre ella, pues por lo visto, según palabras de mi padre, él se había imaginado que por el inmenso calor iba a retrasarme, por lo cual había esperado veinte minutos más antes de preparar todo.

¿Veis, entonces, a lo que me estoy refiriendo? En un día donde el astro Rey es capaz de hacerte perder los estribos, el resto del cosmos parece aliarse contigo. A ver, sé que, tratando esto como un caso aislado, quedaría expuesto un atisbo de paranoia en mí, pues sería fácilmente explicable un ligero descenso del termómetro, así como una complicidad mental entre un padre y una hija. Por eso mismo hago hincapié en que debe ser analizado desde una perspectiva más global, donde mi estudio se centre en varios sujetos, pese a ser yo la protagonista, y en sus acciones extendidas a lo largo de un fragmento  temporal algo amplio de sus vidas.

Como fuera, era momento de dejar descansar a mi actividad cerebral y concederla algo de nutritivos carbohidratos.

-¿Qué tal el viaje? –preguntó mi padre –. ¿Mucho altibajo?

-Bueno, vengo algo cansada, pero nada más allá de lo ordinario en una caminata con este sol.

-No, no me refiero a ese viaje.

-¿Cómo? –pregunté arqueando mis cejas –. ¿Entonces a cuál?

-Hija, he estado ordenando el caos de papeles de tu cuarto –contestó con un tono extremadamente serio –. Por viaje me refiero a todo ese recorrido que has ido trazando en esto.

Justo en ese momento desdobló un papel que tenía guardado en el bolsillo de su camisa. Nada más y nada menos que el folio donde apuntaba todo lo relacionado con mi teoría, desde vivencias de mis amigos y mías hasta pequeñas frases que hipotetizaban algunas probabilidades que explicaran estos hechos “conspiranoicos”. Pero lo raro de aquello era el comportamiento de mi padre sobre ello. Él sabía de buena tinta lo que me gustaba crear mi propia concepción del universo e ir anotando ciertas ideas en hojas de papel. ¿Qué diferencia había entre esto y las otras teorías que había escritas en láminas por toda mi habitación? La respuesta la obtuve al instante.

-Cristal –dijo al ver que no le había contestado, pues la misma sensación de perplejidad me había enmudecido –. No soy nadie para decirte qué debes hacer en tus ratos libres, y más conociendo lo que te gusta, por decirlo de algún modo, filosofar. Pero me harías un gran favor si dejases esta conjetura a un lado y te pusieras con otras que aún tienes pendientes. ¿No te acuerdas de esa en la que tratabas de buscarle un sentido a esa enfermiza forma que tienen algunos de idolatrar a gente que ni por asomo conoce la existencia de estos primeros? ¿Por qué no continúas con eso?

-Dejé aparcado eso hace tiempo porque lo di como intratable. De todos modos no sé por qué me pides que no siga indagando en lo de la suerte. ¿Qué hay de malo? Son meras suposiciones inofensivas de una chica que ni llega a los veinte.

-Lo sé –afirmó algo nervioso –. Pero tampoco hace daño el abandonar tal especulación, o al menos dejarla en stand by por una temporada.

Con cada palabra que me decía el temblor de su voz se hacía más obvio. Mi padre, un mero oficinista con estudios básicos, algo idiotizado por los programas de actual audiencia, temía que pudiera llegar a una conclusión dañina con todo eso. Algo no encajaba, y lo peor era que, cuanto más me pedía que no siguiera con ello, más ansias me entraban de retomar mis pensamientos con una sobredosis de énfasis.

Además, ahora me era inevitable sopesar la idea de que en algún momento mi padre también investigó acerca de dicha curiosidad y acabó descubriendo algo fuera de lo común. De lo contrario yo no era capaz de explicar tal reacción. Definitivamente iba por el buen camino de dar con una revelación de proporciones titánicas. O quizás mi padre se estuviera mofando de mí… No podía deshacerme de esa alternativa de forma tan prematura.

-¿Y si descubro algo interesante? Lo siento, papá, pero quiero seguir, tengo muchas ganas de ver en qué acaba esto.

Mi padre se levantó de la mesa dando un ruidoso golpe con los cubiertos en el plato, sin apenas haber probado bocado, y me lanzó una mirada suplicante. Seguidamente, en silencio, recogió lo que le correspondía y se fue a la cocina. ¿Es que acaso me estaba protegiendo de algo o era simplemente miedo hacia lo desconocido? No lo sé, pero si de verdad quería que no indagase más lo estaba haciendo al revés, ya que su comportamiento provocaba en mí más y más anhelo por lograr un desenlace realmente interesante.

A partir de ahí no volvimos a hablar en lo que restaba de día. Él se quedó en el salón mirando la televisión, como de costumbre, y yo estuve en la habitación escuchando música con los ojos cerrados.

En un momento concreto noté una presencia extraña, como si alguien me estuviera observando. Abrí un poco los párpados, lo suficiente para apreciar mi entorno sin que se me notase que estaba despierta, y descubrí a mi padre asomado en el marco de la puerta, posiblemente cerciorándose, erróneamente, de que estaba dormida. Tras ello, y a hurtadillas, fue hacia el cuarto de baño de su habitación.

Y entonces el gato murió.

Me fue inevitable ir detrás de él sin que se diera cuenta. Eso de comprobar si dormía y después avanzar con cautela hacia el lavabo me resultaba verdaderamente raro al compararlo con lo típico que hacía él sobre esta hora, que no era otra cosa que avisarme a grito pelado de que pronto estaría la cena, sin preocuparse de que estuviera teniendo un plácido sueño o no.

Lo vi frente al espejo, al principio musitando algo que mis oídos no alcanzaban. En cambio, en cuanto me aproximé lo suficiente, pegando la oreja a la pared colindante, obtuve una jugosa información que más que alegrarme me puso los pelos de punta.

-Y así está el panorama, está empezando a sospechar –dijo él a su propio reflejo –. Si no hacemos algo al respecto puede desmoronarse todo. No me gustaría tener que enviar la Orden Número 9.

-Entendido, enviaremos como medida de emergencia al Ente Omega.

¿Qué… acababa de… pasar?

Juro que no hubo movimiento mandibular por parte de mi padre. Estaba completamente segura de que él no había hablado. Su reflejo había sido el único que había movido los labios, como si fuera una ventana en cuyo lado opuesto hubiera un gemelo de mi padre y no la imagen de él mismo.

Pero eso no era todo. ¿Orden Número 9? ¿Ente Omega? Eso eran palabras mayores. Si dicha orden suponía una solución desesperada entonces no cabía duda de que tenía una connotación perjudicial. Además de ello, imagino que cuando avisó de que alguien está empezando a sospechar se refería a mí, así que es indiscutible que el tal Ente Omega va a ser enviado para que me haga una visita. Ahora bien, ¿sus intenciones serán amigables u hostiles?

Sí, sé que acabo de obtener una ingente cantidad de material para seguir investigando en lo de la suerte paranormal, pero… ¿y si mi padre tenía razón y me estaba metiendo en un territorio nada recomendable? ¿Qué debía hacer? ¿Sería apropiado abandonarlo todo o, pese al riesgo evidente, continuar a merced de mi curiosidad?

Qué pregunta tan absurda esta última. Miau.

viernes, 29 de agosto de 2014

miércoles, 27 de agosto de 2014

Microdemencia: Incertidumbre

Necesito ayuda, ya no sé qué hacer. No me quedan lágrimas, mis sentimientos se han desintegrado, sólo soy un muñeco gris al borde de la autodestrucción. Esto no es otro relato de personajes ficticios que acaban repletos de miseria. Esto es aflicción de verdad, el último grito de socorro que doy antes de sumergirme en esta espiral exasperante de la que saldré mal parado.

No puedo más, mis gritos son ecos vacíos que nadie escucha. Me cosí la boca a mí mismo para no dañar a los demás, pero no tuve más opción que deshilachar las fibras antes de caer vencido.

Nadie me escuchó.

No me quedan cartas con las que jugar, ya veo reflejados los naipes de la base de la baraja, la Muerte y el Colgado. Sólo una carta más me separa de ellos. No sé a quién más recurrir. Me avergüenza la situación cobarde que me está consumiendo, pero me es inevitable ceder a sus encantos. Sólo quiero cortarme hasta teñirme de rojo, sólo quiero estrangularme hasta tornar blancos mis ojos, sólo quiero intoxicarme hasta ser mecido por mil y un sueños. Sólo quiero dejar de existir.

Pese a ello, hay algo que quiere seguir adelante y luchar, y es precisamente esta ínfima parte de mi ser la que escribe ahora estas líneas con la moribunda esperanza de que reciba respuesta.

Mientras tanto, el resto de la materia que me compone no es más que un virus medrado por injurias pasadas y ponzoñas de hedor macabro. Esa personita que se estresa tanto buscando una salvación para mí está comenzando a mancharse las manos y pronto se deshará, como el resto de mi yo, en este espeso alquitrán de lacrimosa fatalidad.

Me enerva no poder comunicarlo en un tono menos metafórico, sin alegorías de difuntas ideas literatas, pero no veo otro modo de expresarme cuando mis manos empuñan herramientas de escritura. Y, aunque hallándome en desventaja ante la incredulidad de lo aquí plasmado por las maneras en las que tejo esta maraña de párrafos, la seriedad que se encuentra en su núcleo es tan verosímil como las lágrimas que acarician mis mejillas conforme toso sangre en forma de letras.

Ya lo imagino, esto se tomará como el acto de un sujeto con déficit de atención, como la obra de un esquizofrénico que ha sido engullido por sus escritos, como la creación de un manipulador de mentes, como el pasatiempo de un adolescente de breve recuento neuronal… Se considerarán un montón de opciones al ser depositado en un espacio rodeado de ficción y terror imaginario, pero, en ningún momento, en un cerebro lúcido, brotará la realidad y será tratado como la carta de auxilio de un joven que se cae a pedazos.

Sé que es difícil de creer que alguien con tanta imaginación como yo, con tantos planes para el futuro e incontables argumentos para las historias venideras, acabe balanceándose a merced de una soga. Pero los tiempos cambian dando giros vertiginosos que maceran la integridad de los más quebradizos, un grupo en el cual yo me sitúo desde que mi memoria puso en funcionamiento sus engranajes.

Juro que no pretendía acabar así. Sí, puede que fuera cierto eso de que llevara años manteniéndome en una partida constante y reñida de ajedrez, donde mi contrincante era una silueta tenebrosa henchida de pensamientos dañinos, está bien. Pero yo pensaba ganar, lo prometo, o al menos terminar en tablas. Jamás creí que me haría jaque mate, y mucho menos de manera tan prematura… Puede… que toda la sucesión de acontecimientos traumáticos que he sufrido durante las semanas pasadas, casi sin dejarme tiempo para recobrar el aliento, haya provocado que me desocupara un poco de mis piezas y dicha sombra aprovechara el momento para partirlas en fragmentos una a una. No lo sé, solamente sé que ahora poseo únicamente una solitaria pieza, la misma que todavía busca una salida, y que se halla acorralada por sombrías figuras que lanzan aspavientos burlones previos al incuestionable y letal movimiento final.

Ya no puedo más, he dado lo mejor de mí para levantarme una y otra vez, pero mis piernas han llegado a su límite. Mis huesos se han desfragmentado y ni tengo fuerzas para arrastrarme. El sueño eterno está comenzando a envolverme, y cada vez veo más factible dejarme llevar por esta voraz marea que ha atrapado mi navío, perforado y a punto de hundirse.

Así que, por favor, sé que suena absurdo pedir ayuda en un lugar como este, donde las bromas macabras y las realidades falsarias se entremezclan. Pese a ello, pido un momento de cordura en esta telaraña de demencias. Esto no es otro delirio más, esto es el último mensaje de un autor desbordado por una fragancia de rendición que ha estado embaucándole tanto tiempo y que por fin ha taladrado sus fosas nasales para hipnotizarle.

Estoy de rodillas, con un futuro desintonizado en mente, con unos enrojecidos ojos vidriosos de pupilas exhaustas, con un latido que enlentece y adecúa su ritmo al danzar del optimismo que se escapa filtrándose por mis poros. Sólo con un objetivo en mente: visualizar ese famoso aliento que dirá adiós a los de aquí y saludará a los de allá.

Puede que desde hace tiempo me concibiera a mí mismo como una especie de paciente terminal, teniendo la opción de la eutanasia bajo mis mangas. Tal vez la alternativa sensata sea seguir el curso de los acontecimientos y despedirme de mis quehaceres. Quizás fui sellado por el destino para que mi mecanismo cesara en estos tiempos concretos. Probablemente no es que no sea capaz de imaginar un futuro distante del día de hoy, sino que, para mí, el futuro pre mortem que me pertenecía ya se convirtió en presente y tras este capítulo sólo hay grotescos créditos por los que ascienden nombres de almas que me han hecho sonreír y llorar.

Sí… A lo mejor no tengo que dibujar este lienzo literario para conformar un dibujo de mis manos extendidas en busca de ayuda… A lo mejor es más acorde concluirlo como un agradecimiento para quienes han leído mis insanos sueños de mundos paralelos en los cuales me encontraba más cómodo que en la dimensión en la que de verdad resido.

Por tanto, gracias por todo y lo siento si en algún momento os habéis topado con lapsus durante vuestras lecturas. Asimismo, lamento enormemente que queden tantas cosas sin terminar, aunque sois libres de finiquitarlas a vuestro gusto. Así es, sé que no es gran cosa, pero mi demencia será mi legado para vosotras y vosotros… Tanto lo inconcluso como lo acabado, las numerosas historias que han circulado por esta pequeña porción de onirismo informatizado no se perderán, no… Ellas, mis creaciones, no seguirán el camino de su progenitor, jamás se perderán en el olvido… Al menos me gustaría que algo de mí no estuviera contagiado por una cuenta atrás que fue acelerando conforme mis esperanzas ennegrecían…

No obstante, y ya lanzando al aire la última moneda azarosa que queda en mi monedero vital, me veo en la obligación de decir que espero que, para cuando alguien, por fortuna, llegue a leer estos oscuros vocablos, aún no sea demasiado tarde y el escritor de las mismas no se encuentre rodeado de cipreses y coronado con un epitafio insustancial.

Tal vez una mera palabra de ti sea la cura… o por el contrario la guillotina. 

domingo, 24 de agosto de 2014

Microdemencia: Metempsicosis

Una luz fue lo que me reanimó. Volví a la vida. O al menos eso me pareció en un primer momento. Aparecí, sin saber muy bien cómo, en un amplio habitáculo de blancas paredes. Allí no había nada, de hecho, creo que ni yo misma me encontraba allí, ya que, por mucho que tratase de buscar con la mirada alguna parte de mi cuerpo, no conseguía visualizar nada. Todo era blanco y no había ningún tipo de contraste… salvo un sonido.

Aunque ajena a lo cromático, aquella señal me reconfortó, pues con ella podía conjeturar que no me localizaba en un área estática, cuasi inerte. El sonido en cuestión era una especie de zumbido, similar al de una máquina. Y era tan ruidoso que resultaba tarea fácil seguir las vibraciones sónicas hasta dar con la fuente.

Prácticamente cegada, me guie por mis oídos, caminando con cautela por si me tropezaba con algún objeto traicionero que estuviera camuflado. Pero no anduve mucho, pues a los pocos minutos hallé el objeto que emitía dicho zumbido.

Era una especie de diamante brillante, blanco, pero de un tono distinto al resto de la habitación, que levitaba a varios metros del suelo. Dibujaba un pequeño balanceo arriba y abajo y con cada destello se propagaba ese sonido característico.

Me aproximé para tocarlo, sin pensar en las consecuencias, y, nada más lo rocé con las yemas de mis dedos, después de varios intentos fallidos por la “invisibilidad” de los mismos, una brutal explosión me lanzó por los aires, aturdiéndome.

En ese mismo instante obtuve la primera indicación de que después de la muerte la vida continuaba.

-Siete días. Cuatro intentos.

Fue una voz que retumbó por toda esa sala, intimidante y profunda. Y… de pocas palabras. No dijo absolutamente nada más. Evidentemente yo traté de preguntar a quien fuera que hubiera dicho aquello que a qué se refería, pero no tuve tiempo alguno. En un abrir y cerrar de ojos todo se volvió oscuro y una sacudida me hizo perder la conciencia.

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que volví a recuperar mi funcionalidad cognitiva, pero eso pasó a un segundo plano nada más ver dónde me encontraba. Colores, sonidos, belleza, armonía. Si eso no era un paisaje terrestre, se le parecía mucho. Más en concreto se trataba de un árbol, aunque parecía bastante grande…

No, no es que fuera un gigantesco árbol… sino que yo había menguado considerablemente. Lo supe nada más escuchar unas estruendosas pisadas que parecían hacen temblar el pavimento. Fue tan terrible el susto que me pegué al contemplar tan enorme ser humano que instintivamente emprendí el vuelo.

Sí, fue esa clase de situaciones en las que no te das cuenta de que algo va mal hasta pasadas ciertas milésimas de segundo… Por suerte había una cristalera cerca de allí y pude corroborar con más fiabilidad que algo raro me había sucedido.

Me había convertido en una mosca. Mi percepción sensitiva se activó en ese instante. No era un sueño, era un insecto volador con todas las de la ley. Quise gritar pero me era imposible, así que sin saber muy bien qué hacer, revoloteando caóticamente, me tomé unos segundos para tranquilizarme y tratar de abordar la situación lo mejor posible.

Busqué por el lugar algo que me permitiera saber en qué parte del mundo me localizaba. Hallé inmediatamente un quiosco con unos cuantos periódicos en el expositor. Eso sería suficiente para conocer la fecha y el idioma autóctono.

Tuve suerte… dentro de lo que cabía. Eran primeros de agosto y las noticias de la portada estaban escritas en español. Lo que tampoco me parecía demasiado anómalo, quiero decir, tenía una ligera sensación de haber recorrido estas calles en algún que otro momento…

Pensé detenidamente. Eran recuerdos lejanos y algo difuminados. Justo entonces la risa de un niño me despejó la mente. Lo rememoré velozmente. Aquí era donde vivía de pequeña, y no estaba lejos de la casa de mis padres, la cual sigue estando habitada por mi madre.

De repente, al mentalizarme de la realidad, surgió de la nada ese diamante, ahora, por la perspectiva, algo más grande.

-Si logras que alguien te reconozca, serás recompensada; de lo contrario, te desvanecerás en el vacío. Recuérdalo: siete días, cuatro intentos.

Y volvió a desaparecer…

Aún no entendía muy bien el mensaje, pero, dejando a un lado lo irreal que estaba resultando todo aquello, podía teorizar que en un plazo de siete días tendría que hacer ver a algún conocido o familiar que esta mosca era yo. Sin embargo, seguía sin comprender eso de los cuatros intentos, ¿si no me reconocían a la primera, entonces tendría que probar con otra persona distinta? Si fuera así la cosa, se complicaba demasiado.

Fuera como fuera había de darme prisa. Volé vigorosamente hacia la casa donde estaba mi madre, la cual estaba a escasas manzanas del quiosco, y busqué alguna ventana que hubiera dejado abierta. Bingo. Entré en la cocina y recorrí todas las habitaciones hasta dar con ella en la sala de estar. Me posé en su hombro y llamé su atención revoloteando previamente próxima a su oído.

De un manotazo me aplastó. Fue tarde para percatarme que esto era lo más probable que podría haber sucedido, y no el que hubiera adivinado de quién se trataba el bicho en cuestión.

Por fortuna, pronto averigüé qué quería decir ese diamante con lo de las cuatro oportunidades. Aparecí nuevamente en aquel habitáculo, aunque esta vez tuve la suerte de que dicho cristal destellante fuera algo más comunicativo.

-Has gastado un intento. Para los tres siguientes eres libre de elegir el insecto con el que quieres regresar a tu mundo.

Reflexioné durante un segundo cuál era la opción más adecuada para dirigirme a mi madre. Recuerdo que había una especie concreta que adoraba y que ni por asomo mataría de manera tan brusca como ocurrió con la mosca… ¿Cuál era, cuál…? Lo tuve.

-Esta vez seré una araña.

-Muy bien.


Por segunda vez oscuridad y una sacudida que me reanimó al lado de ese mismo árbol. Cuando me reactivé por completo inicié la marcha sin perder ni una pizca de tiempo, pues ahora no podía volar.

Alcancé la pared de mi antiguo hogar y ascendí hasta el marco de la cocina. Mi madre seguía en la sala de estar, por lo que pude suponer que apenas había transcurrido tiempo entre mi “asesinato” y mi “reencarnación”.

No obstante, algo había cambiado. Escuché una voz distinta a la de ella, pero familiar. Era mi hermano mayor, al parecer acababa de venir de visita, seguramente para hacer compañía a nuestra madre en estos momentos en los que mi defunción aún era bastante reciente.

Para ella sería reconfortante verle, en cambio para mí era todo lo contrario por una razón concreta: aracnofobia. Tendría que esconderme de él y a la par hacerme notar a los ojos de mi madre. Lo mejor sería dibujar algo con mis telarañas.

Desgraciadamente eso de dibujar con esta tela era mucho más complicado de lo que pensaba, y, enfrascada en crear alguna seña para ella, no me fijé en que mi hermano me había detectado, a pesar del brusco grito que dio al primer contacto visual.

No supe qué hacer, me desesperé. Lo arriesgué todo y me dirigí rauda a su cobijo, pero de un pisotón desaparecí. Lo último que escuché fue una regañina por parte de ella hacia mi hermano. Quién le diría que acababa de cometer un “fratricidio”…

Era mi tercer intento, así que opté por desistir en casa de mi madre. Mi hijo, que vivía a varios kilómetros, había heredado su filia por los arácnidos, por lo que podría probar este mismo plan con él. No obstante, el diamante tenía algunas… discrepancias.

-No se puede repetir una especie ya utilizada.

-¿Aunque sea otro tipo de araña?

-No. Solamente se emplean especies genéricas y comunes. Habrás de escoger otra.

Con todo en mi contra, escogí una mariposa, que tampoco le desagradaría a mi hijo. Sin embargo, no tuve algo en cuenta… De nuevo había ido a parar a ese dichoso árbol, a una distancia abrumadora del lugar al que pretendía viajar.

Crucé los dedos, metafóricamente hablando, y volé hasta la estación de tren, para, a partir de ahí, seguir las vías que conducían hasta la localidad donde él residía… Pero, como si el destino no quisiera poner de su parte, al cabo de unas veinte horas de vuelto ininterrumpido, mi energía empezó a agotarse. Y, aunque paré para descansar un poco, el agotamiento no se esfumaba, es más, continuaba acrecentado. ¿Qué me pasaba?

Sin apenas poder moverme ya, caí en la cuenta de que, tal y como dijo el diamante, todas eran especies comunes, por lo que me había convertido en un ser que no iba a durar más allá de un día. En resumen: no era extenuación, sino el preludio de mi muerte.

Entre lágrimas regresé a la blanca habitación. Al final no iba a conseguirlo, me era imposible lograr tal hazaña, cuya compleja simplicidad me consternaba… Ya daba igual que tuviera un último intento, no se me ocurría ninguna idea que me hiciera superar este retorcido reto. Parecía que estaba marcada para sufrir ese terrorífico desvanecimiento…

-Te queda otra oportunidad más. ¿Qué eliges?

-Da igual. Renuncio.

-No se te permite hacer eso. Debes elegir.

-Lo que sea. Sorpréndeme –respondí con tono arisco.

El diamante cedió y me devolvió al árbol. Me notaba rara, y caminaba de manera bastante lenta en comparación con las otras tres veces. Me arrastré hasta un espejo y vi que el azar había optado por que fuera un gusano de seda.

Cansada y rendida decidí pasar los días que me quedaban entre las hierbas de algún parque. Total, poco se podía hacer ya al respecto…

Pero, pese a mi pesimismo, recibí una última muestra de esperanza. Precisamente de un niño, al cual reconocí más tarde como el hijo de una amiga mía de ese barrio. Él me agarró y me puso sobre la palma de su mano, sonriéndome y diciéndome que me haría una casa y me alimentaría.

A pesar de lo cotidiano que podía resultar aquello, la típica situación del gusano en la caja de zapatos y el niño aguardando a su metamorfosis, algo curioso sucedió cuando me miró fijamente.

-Sé que suena raro, pero hace unos días murió una amiga mía y de mi madre…

Con esa frase creí que no todo estaba perdido, que aún podría convencer a alguien de que seguía con vida y que la muerte no era el fin. Pero no hizo falta.

-…Yo suelo tener ideas un poco descabelladas –prosiguió–. Y considero que parte de ella se ha quedado aquí, junto a ti y a mí… junto a todo lo que rebose vida en general. Por eso te voy a llevar a casa. Quiero creer que tú eres ella.

No podía creérmelo, una persona que ni siquiera se me había pasado por la cabeza para esto acababa de salvarme. Quizás fuera por la extensa imaginación de los niños, que no negaban nada, aunque resultase inverosímil, o tal vez fuera una forma de enfrentarse a mi fallecimiento; no importaba, el caso era que técnicamente alguien me había reconocido, y eso era el mejor regalo que me podían haber hecho tras mi ida de este mundo…

-Enhorabuena. Ya puedes marchar en paz.

Esa fue la última frase que escuché del diamante, una vez ya me había acomodado en la casa de aquel niño, donde me había preparado un gran montón de hojas de morera en una caja de cartón perforada.

Me marché con gusto, no sin antes dejarle una pequeña sorpresa a él, ya que estaba ardiendo en deseos de ver mi proceso de transformación de gusano a mariposa. Había quedado claro que no era muy hábil con la escritura a base de fluidos de insectos, pero, aun así, pude elaborar con mi seda algo escueto, y a la vez significativo, de forma que fuera lo suficientemente legible para él. Y sé que lo guardaría por siempre.

Gracias.

sábado, 23 de agosto de 2014

Microdemencia: Cerebro

Lleva unos días molestándome de una manera abrumadora. No me deja en paz ni el más mínimo segundo. Sus ansias por controlar todo lo que hago han aumentado hasta alcanzar unos límites estremecedores. Ya no puedo hacer nada sin que me doblegue a su voluntad. Siempre está ahí, vigilándome, obligándome a hacer todo a su manera, y ya no puedo más.

Mi encéfalo es un cruel tirano.

Así es. Desde hace diez años, más o menos desde que entré a primaria, una pequeña voz fue haciéndose eco en mi interior. Al principio pensaba que era una forma de comunicarse conmigo eso que llaman conciencia. Pero más tarde, cuando esta fue adueñándose de una mayor extensión cerebral, cobrando protagonismo incluso hasta en los sueños, me di cuenta que era algo ajeno a cualquier mecanismo psicológico ordinario… Tenía incrustado un ser dentro de mi cráneo. Lo sabía.

Por desgracia la medicina se define por ser una ciencia escéptica, metódica y objetiva… En consecuencia, una vez les hablé de este problema a mis padres y fui enviado a numerosos psiquiatras y psicólogos. Todos y cada uno de ellos parecieron haberse puesto de acuerdo, pues siempre era diagnosticado de problemas similares relacionados con la creación de un amigo imaginario… Claro, era un niño, y por extensión mis problemas no podían sobrepasar ciertos límites… Lo ponía en los libros, y no eran capaces de ver más allá de los conocimientos que habían engullido sin una mirada alguna de comprensión hacia la realidad sintomática de personas como yo.

Crecí. Llegué a la adolescencia. Esa voz permanecía conmigo, siendo ya él el personaje principal de esta tragicomedia que era mi vida. Irónicamente, en mis aún no concluidas aventuras por el mundillo de los diagnósticos psiquiátricos, ya no se trataba de un amigo imaginario, ahora mágicamente lo que padecía era un trastorno obsesivo compulsivo de matices esquizoides y bipolares.

Je… Conforme cumplía años parecía que pasaba de un inocente crío solitario a un loco de manicomio. Pero no lo entendían, era como si hicieran oídos sordos a mis testimonios… No tenía ningún tipo de TOC… Si por mí fuera, ignoraría todas esas actitudes maníacas que tenía… Yo sería el primero en dejar de contar hasta siete antes de entrar a una habitación, de dar dos palmadas al cerrar una ventana, de soplar con fuerza si por accidente pisaba la raya de una baldosa, de contar los granos de sal que echaba a la comida, etc. En definitiva, ardía en deseos de poder desobedecer las órdenes de aquella despiadada voz.

Un día, uno de estos sacacuartos psiquiatras pareció haber escuchado de verdad gran parte de mi historia, y sugirió algo bastante distinto a la típica receta de drogas farmacológicas. Me preguntó que si pasaría algo malo si hacía caso omiso a los mandatos de la susodicha voz. En ese instante no pude controlar mi risa… Ojalá fuera así de sencillo…

Amenazas. Sí. No sé en qué momento fue consciente del poder que tenía sobre mí, pero desde entonces, justo cuando también aparecieron lo que malamente habían diagnosticado como TOC, la voz empleó, para su diversión, el miedo, y empezó a amenazarme, de forma que, si no hacía X cosa tal y como deseaba, afirmaba que moriría repentinamente.

Puede que ese psiquiatra tuviera razón y la clave se hallase en ignorarla, pero siempre quedaba ese “¿y si…?” que me ponía tan nervioso. Así como nada me aseguraba que acabaría muerto, tampoco nada me certificaba que iba a salir airoso tras oponerme a su tiranía.

No obstante, tenía que hacer algo… Si en cuestión de diez años había logrado apoderarse casi al completo de mí, no había garantías de que la cosa se quedara simplemente en unas leves extorsiones.

Quizás realmente una simple negativa hacia una de sus peticiones resolvería de una vez por todas ese esclavizador control que ejercía sobre mí y por fin podría regresar a aquella tranquila y apacible vida que tanto anhelaba.

Acepté el reto. Elegí al azar un día del calendario y lo marqué con un círculo con un rotulador. Ese sería el momento en el que pondría en marcha el experimento: pasado mañana, 20 de agosto, sería el día D.

Pasaron cuarentaiocho horas y me levanté de la cama de un salto, lleno de ímpetu y de valor. Procedí a vestirme y la voz me dio los buenos días a su respectiva manera, obligándome a que tosiera cada vez que me pusiera una prenda. Me negué, y la voz no dijo nada a pesar de acabar vestido completamente sin haber tosido en ningún momento.

Tras ello me dispuse a desayunar. De nuevo me asaltaron sus imperantes ordenanzas. Verter cuatro cucharadas de azúcar. Yo eché dos y media. Beber el café alternando sorbos directos al vaso y en pajita. Me lo bebí de un trago. Encender la televisión y poner el volumen en un número impar. Lo puse a veinte. Atarme los zapatos aguantando la respiración. Inhalé y exhalé con fuerza. Cerrar la puerta lentamente clavando la mirada en la mirilla. Lo hice cerrando los ojos. Era, en definitiva, una rebelión contra el propio nexo de mi sistema nervioso.

Pero estaba empezando a preocuparme, ya que no decía nada cuando le desobedecía. Sólo la escuchaba a la hora de dar órdenes, en cambio luego callaba. Ni un quejido, ni un grito. Nada. ¿Podría ser que estuviera debilitando a la voz?

Me equivoqué absolutamente. No es que estuviera fragilizándose, sino que estaba guardando fuerzas para dar un golpe oportuno… Fue al salir a la calle, cuando con tono amenazador, prosiguió con sus exigencias habituales, aunque esta vez añadió algo parecido a un ultimátum nada más pararme en el primer paso de cebra.

Como de costumbre, en mi vida de encadenado, tendría que pisar únicamente las franjas blancas. Sin embargo, obviando su advertencia de que en esta ocasión me anduviera con ojo, bajé la mirada para pisar concienzuda y exclusivamente las zonas negras.

Desafortunadamente, la desgracia se abalanzó sobre mí al no percatarme de que el semáforo acababa de ponerse en verde para los vehículos justo al poner mis pies sobre la carretera. Estaba tan concentrado en enrabietar a la voz que ni me fijé en los gritos de los demás peatones. Me estaban avisando de algo. Precisamente de aquello de lo que tanto me había amenazado mi mente.

Un autobús que dobló la esquina, cuyo conductor seguramente no esperaba toparse con un suicida ahí en medio, no tuvo tiempo para frenar y, consecuentemente, acabé siendo una pulpa adherida al asfalto.

No sufrí, apenas llegué a enterarme del momento en el que pasaba de vivo a difunto. A pesar de ello, hubo un ligero instante en el que me sentí alegre. No sé si la voz había cumplido su promesa de matarme si no le obedecía o el accidente me lo había buscado yo solo. De un modo u otro, ya podría respirar tranquilo al saber que no volvería a escucharla…

Inocente de mí… que aún muerto, sin siquiera saber dónde me hallo, lo único que percibo es su asfixiante y agresivo eco. ¿Es que no va a acabar esto nunca? ¿Al igual que en la vida, en la muerte me perseguirá por siempre?

-Así es.