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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 31 de agosto de 2014

Protocolo de Purga: Primera Idea

Dicen que cuando un árbol se viene abajo en un bosque y nadie está presente para escuchar su caída en realidad no ha producido ruido alguno. Esta frase, entre otras, abrió ciertas puertas en mi cerebro que debí haber mantenido cerradas. Ahora ya es demasiado tarde.

Mi nombre es Cristal, y mi mayor afición ha sido desde siempre la meditación. No desde un punto de vista zen, sino desde su aspecto más filosófico. No hay día en el que no me pregunte sobre el origen de algo o reflexione acerca de la realidad que nos concierne. La metafísica me acompaña aquí y allá y con cada desconocimiento que tengo una alegoría viene a mi mente. Podría decirse, entonces, que mi cabeza es un amasijo de engranajes en constante movimiento que giran sobre ejes compuestos por pura ontoepistemología.

Sin embargo, tal y como algunos afirman, pensar y adquirir conocimientos no trae siempre consigo algo beneficioso. Digamos… que ciertos aspectos que nos rodean no deben ser revueltos y han de dejarse en paz, pues pararse a deliberar sobre ellos puede evocar una perdición que te aplaste inmisericordemente.

Si bien es cierto que una de las mejores  cosas que se puede hacer en nuestras escuetas vidas es reunir una ingente cantidad de saberes para fenecer como sabios y no como trogloditas descerebrados, también es bastante veraz que hasta lo más favorable del mundo ha de ingerirse con cierta moderación.

En resumidas cuentas, toqué con mis manos un conocimiento concreto que no debía estar al alcance de nadie, y esta misma acción desencadenó el Fin del Mundo. Yo… condené al mismísimo tiempo a ser degollado.

Todo comenzó un día como otro cualquiera, en el típico mediodía veraniego en el que estar expuesto al sol te vuelve un homicida de tu propio balance hídrico. Estaba sentada en un banco, resguardada por la sombra que proyectaba un árbol. Me encontraba a mitad de camino de mi casa tras concluir un par de recados. El calor era demasiado sofocante como para poder dar más de diez pasos sin empaparte desorbitadamente con tu sudor, así que tenía que hacer breves pausas de vez en cuando para hacer el trayecto más llevadero y no llegar a casa cual deambulador del desierto.

Entre tanto, admirando el paisaje, una mezcolanza metropolitana y floral, me metí de lleno en mi psique y nadé en ese océano neuronal. Hoy el oleaje sináptico había embravecido en demasía las aguas, y no era de extrañar. Llevaba algunas semanas dándole vueltas a una teoría algo paranoica de tono conspirador.

Sé que sólo puede ser comprendida si en tu armario se halla alguna que otra camisa de fuerza, pues los cuerdos reirán a carcajada limpia. No hay más que aclarar que tiene relación con una presunta fuerza inexplicable de carácter esotérico. Es posible que a primera vista este pensamiento no tenga cabida en la mente de una chica que trata de buscarle una explicación racional a todo lo que la acaece, pero esta misma hipótesis absurda es en sí una explicación para algo que me ha llamado la atención durante tantos años.

¿No os ha sucedido alguna vez que os han salido una gran cantidad de cosas bien en un espacio relativamente corto de tiempo que habéis creído que la mismísima Tyche, diosa de la fortuna, os ha estado echando una mano? Por ejemplo, salir con prisas de tu hogar porque llegas tarde a tal restaurante y, yendo en coche, todos y cada uno de los semáforos con los que te cruzas te pillan en verde para luego resultar que has sido el primero en llegar a la cita, y para colmo todo concluye en que te invitan a la cena por tu deliberado esfuerzo en ese trabajo en el que tanto empeño pusiste y tantos quebraderos de cabeza te dio.

Más o menos había estado meditando sobre eso, aunque con algunos matices algo distintos. Digamos que, en un ataque de locura, lapso permisivo que le concede protagonismo a lo irreal, llegué a considerar que existen algunas personas marcadas por la antítesis del infortunio. O en otras palabras, gente que, queriendo o no, todo lo que se proponen acaba resultando exitosamente, de modo que son ignorantes en cuanto a lo que el término desdicha significa.

Evidentemente no existe ser así en el mundo, ya que unas veces tenemos suerte y otras no. Pero a lo que quiero referirme es, ya adentrándome a fondo en mi descabellada teoría, que hay algunos seres humanos que parecen haber sido bendecidos, bañados en aguas de pura fortuna, de forma que sus momentos de mala racha son meras partículas microscópicas.



No obstante, como ya dije antes, estoy definida por la razón. Por eso todavía seguía reflexionando acerca de este hecho, porque no había llegado aún a una conclusión definitiva. Ni mucho menos, no cuando yo también era una de esos sujetos de mi “investigación”.

Sí, a pesar de mi modestia, había de admitir que, con lo poco que llevaba viva, en un sinfín de situaciones donde rige lo contingente y no te queda otra que arriesgar, yo siempre salía airosa. Más aún, al igual que el ejemplo que puse, cuando te sobrepasan las circunstancias y sólo cruzas los dedos para que algo se ponga de tu parte, yo siempre me veía envuelta de cuantiosos y fortuitos hechos que evitaban que cayera derrotada. Supuestamente no tenía derecho a quejarme, pero irónicamente me sentía molesta, y no me valía la respuesta de que el azar me sonreía, no. Si no podía emplear el método científico para hallar una solución, emplearía mi cabeza y su desbordante capacidad para confeccionar puzles.

Entre tanto, el minutero ya había avanzado noventa grados en su recorrido circunferencial. Mi temperatura corporal se había restablecido a la habitual. Sería mejor que dejase de pensar en aquello, pues no es que fuera bien de tiempo que digamos. Pronto mi padre habría preparado la comida y se impacientaría si no me viera sentada en la mesa.

Me apresuré tras dar un minúsculo sorbo al refresco que había adquirido de una de las máquinas expendedoras de la calle. Sabía que no debía hacer ambas cosas: acelerar la marcha y beber líquido frío, pues incrementarían ese mismo acaloramiento del que huía, pero tengo la mala costumbre de seguir los pasos de Epimeteo, así que tuve que verme obligada a parar pocos minutos más tarde. Si la velocidad de mi caminar se hubiera mantenido un poco aminorada ahora podría haber seguido sin dificultad alguna…

En cambio, como ya os comenté, poseo ese tan ambicioso don de acoplar lo causal a mis necesidades. Y, curiosamente, a la par que extraño, hubo una súbita bajada de temperatura. Un decrecimiento lo suficientemente notorio como para incluso hacer que mis gotas de sudor se volvieran levemente gélidas. Gracias a ello, pude concluir lo que me quedaba de camino sin ni siquiera lanzar un mísero suspiro de sofocante exhaustividad. Asimismo, y sin dudarlo, esto se añadiría a la lista de pruebas que tenía a favor de la especulación que estaba elucubrando.

Al fin alcancé el portal de mi bloque y subí las escaleras apremiadamente. Al llegar a casa, una vez más, me vi en un golpe de suerte. Ni siquiera estaba el mantel de la mesa puesto sobre ella, pues por lo visto, según palabras de mi padre, él se había imaginado que por el inmenso calor iba a retrasarme, por lo cual había esperado veinte minutos más antes de preparar todo.

¿Veis, entonces, a lo que me estoy refiriendo? En un día donde el astro Rey es capaz de hacerte perder los estribos, el resto del cosmos parece aliarse contigo. A ver, sé que, tratando esto como un caso aislado, quedaría expuesto un atisbo de paranoia en mí, pues sería fácilmente explicable un ligero descenso del termómetro, así como una complicidad mental entre un padre y una hija. Por eso mismo hago hincapié en que debe ser analizado desde una perspectiva más global, donde mi estudio se centre en varios sujetos, pese a ser yo la protagonista, y en sus acciones extendidas a lo largo de un fragmento  temporal algo amplio de sus vidas.

Como fuera, era momento de dejar descansar a mi actividad cerebral y concederla algo de nutritivos carbohidratos.

-¿Qué tal el viaje? –preguntó mi padre –. ¿Mucho altibajo?

-Bueno, vengo algo cansada, pero nada más allá de lo ordinario en una caminata con este sol.

-No, no me refiero a ese viaje.

-¿Cómo? –pregunté arqueando mis cejas –. ¿Entonces a cuál?

-Hija, he estado ordenando el caos de papeles de tu cuarto –contestó con un tono extremadamente serio –. Por viaje me refiero a todo ese recorrido que has ido trazando en esto.

Justo en ese momento desdobló un papel que tenía guardado en el bolsillo de su camisa. Nada más y nada menos que el folio donde apuntaba todo lo relacionado con mi teoría, desde vivencias de mis amigos y mías hasta pequeñas frases que hipotetizaban algunas probabilidades que explicaran estos hechos “conspiranoicos”. Pero lo raro de aquello era el comportamiento de mi padre sobre ello. Él sabía de buena tinta lo que me gustaba crear mi propia concepción del universo e ir anotando ciertas ideas en hojas de papel. ¿Qué diferencia había entre esto y las otras teorías que había escritas en láminas por toda mi habitación? La respuesta la obtuve al instante.

-Cristal –dijo al ver que no le había contestado, pues la misma sensación de perplejidad me había enmudecido –. No soy nadie para decirte qué debes hacer en tus ratos libres, y más conociendo lo que te gusta, por decirlo de algún modo, filosofar. Pero me harías un gran favor si dejases esta conjetura a un lado y te pusieras con otras que aún tienes pendientes. ¿No te acuerdas de esa en la que tratabas de buscarle un sentido a esa enfermiza forma que tienen algunos de idolatrar a gente que ni por asomo conoce la existencia de estos primeros? ¿Por qué no continúas con eso?

-Dejé aparcado eso hace tiempo porque lo di como intratable. De todos modos no sé por qué me pides que no siga indagando en lo de la suerte. ¿Qué hay de malo? Son meras suposiciones inofensivas de una chica que ni llega a los veinte.

-Lo sé –afirmó algo nervioso –. Pero tampoco hace daño el abandonar tal especulación, o al menos dejarla en stand by por una temporada.

Con cada palabra que me decía el temblor de su voz se hacía más obvio. Mi padre, un mero oficinista con estudios básicos, algo idiotizado por los programas de actual audiencia, temía que pudiera llegar a una conclusión dañina con todo eso. Algo no encajaba, y lo peor era que, cuanto más me pedía que no siguiera con ello, más ansias me entraban de retomar mis pensamientos con una sobredosis de énfasis.

Además, ahora me era inevitable sopesar la idea de que en algún momento mi padre también investigó acerca de dicha curiosidad y acabó descubriendo algo fuera de lo común. De lo contrario yo no era capaz de explicar tal reacción. Definitivamente iba por el buen camino de dar con una revelación de proporciones titánicas. O quizás mi padre se estuviera mofando de mí… No podía deshacerme de esa alternativa de forma tan prematura.

-¿Y si descubro algo interesante? Lo siento, papá, pero quiero seguir, tengo muchas ganas de ver en qué acaba esto.

Mi padre se levantó de la mesa dando un ruidoso golpe con los cubiertos en el plato, sin apenas haber probado bocado, y me lanzó una mirada suplicante. Seguidamente, en silencio, recogió lo que le correspondía y se fue a la cocina. ¿Es que acaso me estaba protegiendo de algo o era simplemente miedo hacia lo desconocido? No lo sé, pero si de verdad quería que no indagase más lo estaba haciendo al revés, ya que su comportamiento provocaba en mí más y más anhelo por lograr un desenlace realmente interesante.

A partir de ahí no volvimos a hablar en lo que restaba de día. Él se quedó en el salón mirando la televisión, como de costumbre, y yo estuve en la habitación escuchando música con los ojos cerrados.

En un momento concreto noté una presencia extraña, como si alguien me estuviera observando. Abrí un poco los párpados, lo suficiente para apreciar mi entorno sin que se me notase que estaba despierta, y descubrí a mi padre asomado en el marco de la puerta, posiblemente cerciorándose, erróneamente, de que estaba dormida. Tras ello, y a hurtadillas, fue hacia el cuarto de baño de su habitación.

Y entonces el gato murió.

Me fue inevitable ir detrás de él sin que se diera cuenta. Eso de comprobar si dormía y después avanzar con cautela hacia el lavabo me resultaba verdaderamente raro al compararlo con lo típico que hacía él sobre esta hora, que no era otra cosa que avisarme a grito pelado de que pronto estaría la cena, sin preocuparse de que estuviera teniendo un plácido sueño o no.

Lo vi frente al espejo, al principio musitando algo que mis oídos no alcanzaban. En cambio, en cuanto me aproximé lo suficiente, pegando la oreja a la pared colindante, obtuve una jugosa información que más que alegrarme me puso los pelos de punta.

-Y así está el panorama, está empezando a sospechar –dijo él a su propio reflejo –. Si no hacemos algo al respecto puede desmoronarse todo. No me gustaría tener que enviar la Orden Número 9.

-Entendido, enviaremos como medida de emergencia al Ente Omega.

¿Qué… acababa de… pasar?

Juro que no hubo movimiento mandibular por parte de mi padre. Estaba completamente segura de que él no había hablado. Su reflejo había sido el único que había movido los labios, como si fuera una ventana en cuyo lado opuesto hubiera un gemelo de mi padre y no la imagen de él mismo.

Pero eso no era todo. ¿Orden Número 9? ¿Ente Omega? Eso eran palabras mayores. Si dicha orden suponía una solución desesperada entonces no cabía duda de que tenía una connotación perjudicial. Además de ello, imagino que cuando avisó de que alguien está empezando a sospechar se refería a mí, así que es indiscutible que el tal Ente Omega va a ser enviado para que me haga una visita. Ahora bien, ¿sus intenciones serán amigables u hostiles?

Sí, sé que acabo de obtener una ingente cantidad de material para seguir investigando en lo de la suerte paranormal, pero… ¿y si mi padre tenía razón y me estaba metiendo en un territorio nada recomendable? ¿Qué debía hacer? ¿Sería apropiado abandonarlo todo o, pese al riesgo evidente, continuar a merced de mi curiosidad?

Qué pregunta tan absurda esta última. Miau.

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