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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

domingo, 24 de agosto de 2014

Microdemencia: Metempsicosis

Una luz fue lo que me reanimó. Volví a la vida. O al menos eso me pareció en un primer momento. Aparecí, sin saber muy bien cómo, en un amplio habitáculo de blancas paredes. Allí no había nada, de hecho, creo que ni yo misma me encontraba allí, ya que, por mucho que tratase de buscar con la mirada alguna parte de mi cuerpo, no conseguía visualizar nada. Todo era blanco y no había ningún tipo de contraste… salvo un sonido.

Aunque ajena a lo cromático, aquella señal me reconfortó, pues con ella podía conjeturar que no me localizaba en un área estática, cuasi inerte. El sonido en cuestión era una especie de zumbido, similar al de una máquina. Y era tan ruidoso que resultaba tarea fácil seguir las vibraciones sónicas hasta dar con la fuente.

Prácticamente cegada, me guie por mis oídos, caminando con cautela por si me tropezaba con algún objeto traicionero que estuviera camuflado. Pero no anduve mucho, pues a los pocos minutos hallé el objeto que emitía dicho zumbido.

Era una especie de diamante brillante, blanco, pero de un tono distinto al resto de la habitación, que levitaba a varios metros del suelo. Dibujaba un pequeño balanceo arriba y abajo y con cada destello se propagaba ese sonido característico.

Me aproximé para tocarlo, sin pensar en las consecuencias, y, nada más lo rocé con las yemas de mis dedos, después de varios intentos fallidos por la “invisibilidad” de los mismos, una brutal explosión me lanzó por los aires, aturdiéndome.

En ese mismo instante obtuve la primera indicación de que después de la muerte la vida continuaba.

-Siete días. Cuatro intentos.

Fue una voz que retumbó por toda esa sala, intimidante y profunda. Y… de pocas palabras. No dijo absolutamente nada más. Evidentemente yo traté de preguntar a quien fuera que hubiera dicho aquello que a qué se refería, pero no tuve tiempo alguno. En un abrir y cerrar de ojos todo se volvió oscuro y una sacudida me hizo perder la conciencia.

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que volví a recuperar mi funcionalidad cognitiva, pero eso pasó a un segundo plano nada más ver dónde me encontraba. Colores, sonidos, belleza, armonía. Si eso no era un paisaje terrestre, se le parecía mucho. Más en concreto se trataba de un árbol, aunque parecía bastante grande…

No, no es que fuera un gigantesco árbol… sino que yo había menguado considerablemente. Lo supe nada más escuchar unas estruendosas pisadas que parecían hacen temblar el pavimento. Fue tan terrible el susto que me pegué al contemplar tan enorme ser humano que instintivamente emprendí el vuelo.

Sí, fue esa clase de situaciones en las que no te das cuenta de que algo va mal hasta pasadas ciertas milésimas de segundo… Por suerte había una cristalera cerca de allí y pude corroborar con más fiabilidad que algo raro me había sucedido.

Me había convertido en una mosca. Mi percepción sensitiva se activó en ese instante. No era un sueño, era un insecto volador con todas las de la ley. Quise gritar pero me era imposible, así que sin saber muy bien qué hacer, revoloteando caóticamente, me tomé unos segundos para tranquilizarme y tratar de abordar la situación lo mejor posible.

Busqué por el lugar algo que me permitiera saber en qué parte del mundo me localizaba. Hallé inmediatamente un quiosco con unos cuantos periódicos en el expositor. Eso sería suficiente para conocer la fecha y el idioma autóctono.

Tuve suerte… dentro de lo que cabía. Eran primeros de agosto y las noticias de la portada estaban escritas en español. Lo que tampoco me parecía demasiado anómalo, quiero decir, tenía una ligera sensación de haber recorrido estas calles en algún que otro momento…

Pensé detenidamente. Eran recuerdos lejanos y algo difuminados. Justo entonces la risa de un niño me despejó la mente. Lo rememoré velozmente. Aquí era donde vivía de pequeña, y no estaba lejos de la casa de mis padres, la cual sigue estando habitada por mi madre.

De repente, al mentalizarme de la realidad, surgió de la nada ese diamante, ahora, por la perspectiva, algo más grande.

-Si logras que alguien te reconozca, serás recompensada; de lo contrario, te desvanecerás en el vacío. Recuérdalo: siete días, cuatro intentos.

Y volvió a desaparecer…

Aún no entendía muy bien el mensaje, pero, dejando a un lado lo irreal que estaba resultando todo aquello, podía teorizar que en un plazo de siete días tendría que hacer ver a algún conocido o familiar que esta mosca era yo. Sin embargo, seguía sin comprender eso de los cuatros intentos, ¿si no me reconocían a la primera, entonces tendría que probar con otra persona distinta? Si fuera así la cosa, se complicaba demasiado.

Fuera como fuera había de darme prisa. Volé vigorosamente hacia la casa donde estaba mi madre, la cual estaba a escasas manzanas del quiosco, y busqué alguna ventana que hubiera dejado abierta. Bingo. Entré en la cocina y recorrí todas las habitaciones hasta dar con ella en la sala de estar. Me posé en su hombro y llamé su atención revoloteando previamente próxima a su oído.

De un manotazo me aplastó. Fue tarde para percatarme que esto era lo más probable que podría haber sucedido, y no el que hubiera adivinado de quién se trataba el bicho en cuestión.

Por fortuna, pronto averigüé qué quería decir ese diamante con lo de las cuatro oportunidades. Aparecí nuevamente en aquel habitáculo, aunque esta vez tuve la suerte de que dicho cristal destellante fuera algo más comunicativo.

-Has gastado un intento. Para los tres siguientes eres libre de elegir el insecto con el que quieres regresar a tu mundo.

Reflexioné durante un segundo cuál era la opción más adecuada para dirigirme a mi madre. Recuerdo que había una especie concreta que adoraba y que ni por asomo mataría de manera tan brusca como ocurrió con la mosca… ¿Cuál era, cuál…? Lo tuve.

-Esta vez seré una araña.

-Muy bien.


Por segunda vez oscuridad y una sacudida que me reanimó al lado de ese mismo árbol. Cuando me reactivé por completo inicié la marcha sin perder ni una pizca de tiempo, pues ahora no podía volar.

Alcancé la pared de mi antiguo hogar y ascendí hasta el marco de la cocina. Mi madre seguía en la sala de estar, por lo que pude suponer que apenas había transcurrido tiempo entre mi “asesinato” y mi “reencarnación”.

No obstante, algo había cambiado. Escuché una voz distinta a la de ella, pero familiar. Era mi hermano mayor, al parecer acababa de venir de visita, seguramente para hacer compañía a nuestra madre en estos momentos en los que mi defunción aún era bastante reciente.

Para ella sería reconfortante verle, en cambio para mí era todo lo contrario por una razón concreta: aracnofobia. Tendría que esconderme de él y a la par hacerme notar a los ojos de mi madre. Lo mejor sería dibujar algo con mis telarañas.

Desgraciadamente eso de dibujar con esta tela era mucho más complicado de lo que pensaba, y, enfrascada en crear alguna seña para ella, no me fijé en que mi hermano me había detectado, a pesar del brusco grito que dio al primer contacto visual.

No supe qué hacer, me desesperé. Lo arriesgué todo y me dirigí rauda a su cobijo, pero de un pisotón desaparecí. Lo último que escuché fue una regañina por parte de ella hacia mi hermano. Quién le diría que acababa de cometer un “fratricidio”…

Era mi tercer intento, así que opté por desistir en casa de mi madre. Mi hijo, que vivía a varios kilómetros, había heredado su filia por los arácnidos, por lo que podría probar este mismo plan con él. No obstante, el diamante tenía algunas… discrepancias.

-No se puede repetir una especie ya utilizada.

-¿Aunque sea otro tipo de araña?

-No. Solamente se emplean especies genéricas y comunes. Habrás de escoger otra.

Con todo en mi contra, escogí una mariposa, que tampoco le desagradaría a mi hijo. Sin embargo, no tuve algo en cuenta… De nuevo había ido a parar a ese dichoso árbol, a una distancia abrumadora del lugar al que pretendía viajar.

Crucé los dedos, metafóricamente hablando, y volé hasta la estación de tren, para, a partir de ahí, seguir las vías que conducían hasta la localidad donde él residía… Pero, como si el destino no quisiera poner de su parte, al cabo de unas veinte horas de vuelto ininterrumpido, mi energía empezó a agotarse. Y, aunque paré para descansar un poco, el agotamiento no se esfumaba, es más, continuaba acrecentado. ¿Qué me pasaba?

Sin apenas poder moverme ya, caí en la cuenta de que, tal y como dijo el diamante, todas eran especies comunes, por lo que me había convertido en un ser que no iba a durar más allá de un día. En resumen: no era extenuación, sino el preludio de mi muerte.

Entre lágrimas regresé a la blanca habitación. Al final no iba a conseguirlo, me era imposible lograr tal hazaña, cuya compleja simplicidad me consternaba… Ya daba igual que tuviera un último intento, no se me ocurría ninguna idea que me hiciera superar este retorcido reto. Parecía que estaba marcada para sufrir ese terrorífico desvanecimiento…

-Te queda otra oportunidad más. ¿Qué eliges?

-Da igual. Renuncio.

-No se te permite hacer eso. Debes elegir.

-Lo que sea. Sorpréndeme –respondí con tono arisco.

El diamante cedió y me devolvió al árbol. Me notaba rara, y caminaba de manera bastante lenta en comparación con las otras tres veces. Me arrastré hasta un espejo y vi que el azar había optado por que fuera un gusano de seda.

Cansada y rendida decidí pasar los días que me quedaban entre las hierbas de algún parque. Total, poco se podía hacer ya al respecto…

Pero, pese a mi pesimismo, recibí una última muestra de esperanza. Precisamente de un niño, al cual reconocí más tarde como el hijo de una amiga mía de ese barrio. Él me agarró y me puso sobre la palma de su mano, sonriéndome y diciéndome que me haría una casa y me alimentaría.

A pesar de lo cotidiano que podía resultar aquello, la típica situación del gusano en la caja de zapatos y el niño aguardando a su metamorfosis, algo curioso sucedió cuando me miró fijamente.

-Sé que suena raro, pero hace unos días murió una amiga mía y de mi madre…

Con esa frase creí que no todo estaba perdido, que aún podría convencer a alguien de que seguía con vida y que la muerte no era el fin. Pero no hizo falta.

-…Yo suelo tener ideas un poco descabelladas –prosiguió–. Y considero que parte de ella se ha quedado aquí, junto a ti y a mí… junto a todo lo que rebose vida en general. Por eso te voy a llevar a casa. Quiero creer que tú eres ella.

No podía creérmelo, una persona que ni siquiera se me había pasado por la cabeza para esto acababa de salvarme. Quizás fuera por la extensa imaginación de los niños, que no negaban nada, aunque resultase inverosímil, o tal vez fuera una forma de enfrentarse a mi fallecimiento; no importaba, el caso era que técnicamente alguien me había reconocido, y eso era el mejor regalo que me podían haber hecho tras mi ida de este mundo…

-Enhorabuena. Ya puedes marchar en paz.

Esa fue la última frase que escuché del diamante, una vez ya me había acomodado en la casa de aquel niño, donde me había preparado un gran montón de hojas de morera en una caja de cartón perforada.

Me marché con gusto, no sin antes dejarle una pequeña sorpresa a él, ya que estaba ardiendo en deseos de ver mi proceso de transformación de gusano a mariposa. Había quedado claro que no era muy hábil con la escritura a base de fluidos de insectos, pero, aun así, pude elaborar con mi seda algo escueto, y a la vez significativo, de forma que fuera lo suficientemente legible para él. Y sé que lo guardaría por siempre.

Gracias.

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