Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 23 de agosto de 2014

Microdemencia: Cerebro

Lleva unos días molestándome de una manera abrumadora. No me deja en paz ni el más mínimo segundo. Sus ansias por controlar todo lo que hago han aumentado hasta alcanzar unos límites estremecedores. Ya no puedo hacer nada sin que me doblegue a su voluntad. Siempre está ahí, vigilándome, obligándome a hacer todo a su manera, y ya no puedo más.

Mi encéfalo es un cruel tirano.

Así es. Desde hace diez años, más o menos desde que entré a primaria, una pequeña voz fue haciéndose eco en mi interior. Al principio pensaba que era una forma de comunicarse conmigo eso que llaman conciencia. Pero más tarde, cuando esta fue adueñándose de una mayor extensión cerebral, cobrando protagonismo incluso hasta en los sueños, me di cuenta que era algo ajeno a cualquier mecanismo psicológico ordinario… Tenía incrustado un ser dentro de mi cráneo. Lo sabía.

Por desgracia la medicina se define por ser una ciencia escéptica, metódica y objetiva… En consecuencia, una vez les hablé de este problema a mis padres y fui enviado a numerosos psiquiatras y psicólogos. Todos y cada uno de ellos parecieron haberse puesto de acuerdo, pues siempre era diagnosticado de problemas similares relacionados con la creación de un amigo imaginario… Claro, era un niño, y por extensión mis problemas no podían sobrepasar ciertos límites… Lo ponía en los libros, y no eran capaces de ver más allá de los conocimientos que habían engullido sin una mirada alguna de comprensión hacia la realidad sintomática de personas como yo.

Crecí. Llegué a la adolescencia. Esa voz permanecía conmigo, siendo ya él el personaje principal de esta tragicomedia que era mi vida. Irónicamente, en mis aún no concluidas aventuras por el mundillo de los diagnósticos psiquiátricos, ya no se trataba de un amigo imaginario, ahora mágicamente lo que padecía era un trastorno obsesivo compulsivo de matices esquizoides y bipolares.

Je… Conforme cumplía años parecía que pasaba de un inocente crío solitario a un loco de manicomio. Pero no lo entendían, era como si hicieran oídos sordos a mis testimonios… No tenía ningún tipo de TOC… Si por mí fuera, ignoraría todas esas actitudes maníacas que tenía… Yo sería el primero en dejar de contar hasta siete antes de entrar a una habitación, de dar dos palmadas al cerrar una ventana, de soplar con fuerza si por accidente pisaba la raya de una baldosa, de contar los granos de sal que echaba a la comida, etc. En definitiva, ardía en deseos de poder desobedecer las órdenes de aquella despiadada voz.

Un día, uno de estos sacacuartos psiquiatras pareció haber escuchado de verdad gran parte de mi historia, y sugirió algo bastante distinto a la típica receta de drogas farmacológicas. Me preguntó que si pasaría algo malo si hacía caso omiso a los mandatos de la susodicha voz. En ese instante no pude controlar mi risa… Ojalá fuera así de sencillo…

Amenazas. Sí. No sé en qué momento fue consciente del poder que tenía sobre mí, pero desde entonces, justo cuando también aparecieron lo que malamente habían diagnosticado como TOC, la voz empleó, para su diversión, el miedo, y empezó a amenazarme, de forma que, si no hacía X cosa tal y como deseaba, afirmaba que moriría repentinamente.

Puede que ese psiquiatra tuviera razón y la clave se hallase en ignorarla, pero siempre quedaba ese “¿y si…?” que me ponía tan nervioso. Así como nada me aseguraba que acabaría muerto, tampoco nada me certificaba que iba a salir airoso tras oponerme a su tiranía.

No obstante, tenía que hacer algo… Si en cuestión de diez años había logrado apoderarse casi al completo de mí, no había garantías de que la cosa se quedara simplemente en unas leves extorsiones.

Quizás realmente una simple negativa hacia una de sus peticiones resolvería de una vez por todas ese esclavizador control que ejercía sobre mí y por fin podría regresar a aquella tranquila y apacible vida que tanto anhelaba.

Acepté el reto. Elegí al azar un día del calendario y lo marqué con un círculo con un rotulador. Ese sería el momento en el que pondría en marcha el experimento: pasado mañana, 20 de agosto, sería el día D.

Pasaron cuarentaiocho horas y me levanté de la cama de un salto, lleno de ímpetu y de valor. Procedí a vestirme y la voz me dio los buenos días a su respectiva manera, obligándome a que tosiera cada vez que me pusiera una prenda. Me negué, y la voz no dijo nada a pesar de acabar vestido completamente sin haber tosido en ningún momento.

Tras ello me dispuse a desayunar. De nuevo me asaltaron sus imperantes ordenanzas. Verter cuatro cucharadas de azúcar. Yo eché dos y media. Beber el café alternando sorbos directos al vaso y en pajita. Me lo bebí de un trago. Encender la televisión y poner el volumen en un número impar. Lo puse a veinte. Atarme los zapatos aguantando la respiración. Inhalé y exhalé con fuerza. Cerrar la puerta lentamente clavando la mirada en la mirilla. Lo hice cerrando los ojos. Era, en definitiva, una rebelión contra el propio nexo de mi sistema nervioso.

Pero estaba empezando a preocuparme, ya que no decía nada cuando le desobedecía. Sólo la escuchaba a la hora de dar órdenes, en cambio luego callaba. Ni un quejido, ni un grito. Nada. ¿Podría ser que estuviera debilitando a la voz?

Me equivoqué absolutamente. No es que estuviera fragilizándose, sino que estaba guardando fuerzas para dar un golpe oportuno… Fue al salir a la calle, cuando con tono amenazador, prosiguió con sus exigencias habituales, aunque esta vez añadió algo parecido a un ultimátum nada más pararme en el primer paso de cebra.

Como de costumbre, en mi vida de encadenado, tendría que pisar únicamente las franjas blancas. Sin embargo, obviando su advertencia de que en esta ocasión me anduviera con ojo, bajé la mirada para pisar concienzuda y exclusivamente las zonas negras.

Desafortunadamente, la desgracia se abalanzó sobre mí al no percatarme de que el semáforo acababa de ponerse en verde para los vehículos justo al poner mis pies sobre la carretera. Estaba tan concentrado en enrabietar a la voz que ni me fijé en los gritos de los demás peatones. Me estaban avisando de algo. Precisamente de aquello de lo que tanto me había amenazado mi mente.

Un autobús que dobló la esquina, cuyo conductor seguramente no esperaba toparse con un suicida ahí en medio, no tuvo tiempo para frenar y, consecuentemente, acabé siendo una pulpa adherida al asfalto.

No sufrí, apenas llegué a enterarme del momento en el que pasaba de vivo a difunto. A pesar de ello, hubo un ligero instante en el que me sentí alegre. No sé si la voz había cumplido su promesa de matarme si no le obedecía o el accidente me lo había buscado yo solo. De un modo u otro, ya podría respirar tranquilo al saber que no volvería a escucharla…

Inocente de mí… que aún muerto, sin siquiera saber dónde me hallo, lo único que percibo es su asfixiante y agresivo eco. ¿Es que no va a acabar esto nunca? ¿Al igual que en la vida, en la muerte me perseguirá por siempre?

-Así es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario