Noticias desde la Oscuridad

06-07-2015
Cardiofagia está concluido.

13-07-2015

22-07-2015

28-07-2015

09-08-2015

03-09-2015

22-09-2015
Suerte está concluido.

28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 14 de febrero de 2013

Especial San Valentín: Hematolagnia


Acababa de conocer a esa chica esa misma noche. Nunca antes había ido a casa de nadie el primer día tras conocerle, pero su atractivo era embriagador… Alguna especie de atracción hacía que asintiese ante cualquier propuesta suya. Sus labios carmesíes, sus ojos de un bello color verde esmeralda, sus cabellos negro azabache y su esbelta figura hacían sombra a cualquier otra mujer que pasaba por allí. Poco a poco, a medida que la noche transcurría y ella hablaba conmigo, su voz se hacía más y más dulce. Y su risa, cómo olvidar su risa… Un sonido tan fino que nadie sería capaz de emularlo, ni los mismísimos ángeles…

Tampoco vestía como ninguna de las otras chicas que había allí. Creo que esa fue precisamente la razón por la que desde el primer instante en que la vi quedé hipnotizado. Calzaba unas botas negras, llevaba unas medias negras rasgadas, una falda escocesa, una camiseta negra y una chaqueta de cuero, también negra.

Pero no solamente me encantó de ella su exterior, ni mucho menos, todos sus gustos, sus aficiones, eran similares a los míos. Y su forma de expresarse, su correcto habla… ¡Era perfecta en todos los sentidos! Y, por supuesto, yo no tuve las agallas de acercarme a ella, pero afortunadamente no hizo falta. Como si me hubiera visto incluso antes de haber entrado al recinto, ella se dirigió hacia mí y comenzó a hablar. Realmente parecía mi alma gemela. Entonces, tras charlar un rato y conocernos un poco, ella insistió en que fuera a su casa un par de horas ya que me pillaba de camino de vuelta a la mía.

Y aquí nos encontramos, caminando sin parar de mirarnos y sonreír en dirección a donde vive ella, jamás antes había tenido una sensación tan peculiar en mi interior. Confieso que por un lado todo me parecía extraño, no podía ser tan perfecta. Estaba seguro de que Úrsula escondía algún defecto, pero mejor así, es un poco monótono convivir con la perfección, así no se puede disfrutar la vida... Vida, hoy me estabas concediendo uno de los mejores días de mis escasos años en este planeta.

Cuando me avisó de que al final de la calle estaba su portal, me retó a una carrera. Me soltó la mano y salió corriendo. Reí y me eché a la carrera. Enseguida la adelanté y pocos segundos después llegué a su portal mientras ella me pisaba los talones. Me dio la vuelta y repentinamente acercó sus labios a los míos...

Durante esos placenteros momentos, sentí algo indescriptible. Nuestros labios bailaban al son de nuestros latidos. Aún estaba sorprendido por esto, pero cerré los ojos y me dejé llevar jugueteando con su boca. Ninguno de los dos quería que acabase eso, pero los ladridos y gruñidos de un perro nos interrumpieron. Nos giramos ambos y vimos que a quien estaba ladrando era a ella. Me dijo bruscamente que entrara, como si quisiera evitar al perro, tal vez le darían fobia los cánidos, fuera como fuera me disgustó bastante que nos cortara ese espléndido beso.

En silencio me condujo al cuarto piso, tras la puerta coronada con una placa dorada donde lucía una B se encontraba su hogar. A juzgar por la hora supuse que no había que hacer ruido, pues seguramente sus padres estarían durmiendo ya. Sin embargo ella no se preocupó en no hacer mucho ruido mientras introducía la llave en la puerta. Por supuesto que me extrañé, de hecho pensé que a lo mejor sus padres no estaban en casa, pero ella no aclaró nada de nada. Aunque, analizando la situación, supongo que todo aquello era irrelevante.

Como era de esperar, toda la casa estaba totalmente oscura. Quise buscar algún interruptor para iluminar el salón, pero, cuando Úrsula me vio, me agarró el brazo y me aseguró que sería mejor seguir con todas las luces apagadas. Sin reflexionar en absoluto sobre aquella acción suya, asentí y me dejé guiar entre aquella oscuridad.

Finalmente acabamos en su habitación. Cerró la puerta y encendió una pequeña lámpara. Ante mí se presentó el verdadero caos. ¡Y yo pensaba que tenía desordenada mi habitación! Con una débil sonrisa se disculpó por ese desorden. Yo me reí, no hacía falta disculparse, raro sería que alguien de nuestra edad tuviera su habitación impecable. Se sentó en el borde de su cama y me animó a que me sentara a su lado. Accedí y nos quedamos los dos mirando la nada en un incómodo pero a la vez agradable silencio.

Tras unos segundos decidí romper dicho silencio al fijarme en una torre de videojuegos que tenía en un estante. Pregunté que si le gustaban los videojuegos, ella afirmó y yo seguí con el interrogatorio preguntando cuál era su favorito. Su respuesta me sorprendió. Cientos y cientos de juegos en el mercado y justamente nombró el que más me gustaba a mí. Tengo que puntualizar que justo en este momento comencé a pensar seriamente en que todo esto era producto de algún episodio de narcolepsia. Seguidamente le propuse jugar. Ella dijo que sí pero puso una condición: quien perdiera la partida tenía que sufrir un castigo. Su frase fue acompañada de varias risas, así que era obvio que el castigo no iba a ser muy grave. Lo mejor para terminar la noche: una partida a mi videojuego favorito.

Úrsula colocó verticalmente su almohada para que estuviéramos cómodos mientras veíamos la pantalla del televisor situado en los pies de la cama. Nos echamos, agarramos los mandos y la partida comenzó. Pegó su cabeza en mi hombro izquierdo y otra vez esa sensación recorrió todo mi cuerpo. Ni me di cuenta de que estaba perdiendo la partida, solamente quería sentirla a ella, la frecuencia cardíaca estaba aumentándome, y no por la tensión de la partida, sino por todo lo que esa noche estaba ocurriendo. Estaba rebosante de felicidad.

Veinte minutos después la partida acabó y, por supuesto, perdí. Ahora me preguntaba cuál sería el “castigo”. En completo silencio dejó su mando y el mío en la mesilla de noche y me miró fijamente. Frunció el ceño y se echó encima de mí. Me enseñó una amplia sonrisa y me aseguró que el castigo era una verdadera tortura. Yo fingí que estaba asustado (aunque todo el ambiente misterioso que había en la casa provocó que sintiera un poco de terror verdaderamente). Apretó fuertemente sus piernas contra mi cintura y alzó los brazos. Se mantuvo en esa posición unos segundos y entonces, de repente, con velocidad, dirigió sus manos hacia mis axilas. Era una tortura de cosquillas. No pude contener la risa, empecé a revolverme e intenté devolverla la tortura. Los dos comenzamos a hacernos cosquillas y a reír tan fuerte que creo recordar que algún que otro vecino chilló furioso para que nos calláramos. No hicimos caso alguno y seguimos “torturándonos”.

Fue entonces cuando ella agarró mis manos para que parase y nuevamente acercó sus labios a los míos. Esta vez el beso fue mucho más intenso. Soltó mis manos para abrazarme y yo hice lo mismo con mis brazos. Rodamos por la cama recorriendo nuestros cuerpos con las manos, acariciándonos y besándonos. Sus labios bajaron hasta mi cuello, mi mayor zona erógena. Quedé paralizado por tal placer. Seguidamente empezó a desabrochar los botones de mi camisa ónice. Toda su fragancia invadía mis fosas nasales, estaba hipnotizado, mi corazón impulsaba la sangre con una tremenda fuerza y cada vez la temperatura se elevaba más y más.

Se quitó la chaqueta y la camiseta y agarró nuevamente mis manos colocándolas en el cierre de su sujetador. Con delicadeza se lo quité y ella volvió a tenderse sobre mi torso. Sin parar de retozar, los dos nos quitamos lentamente los pantalones y las botas empujándolas con el otro pie. Nos quedamos completamente desnudos. Úrsula enredó sus brazos en mi espalda y sus labios regresaron a mi boca.

Nunca me replanteé cómo sería mi primera vez, siempre tenía miedo de hacerlo mal, pero en ese momento era como si una bestia me hubiera poseído, como si estuviéramos determinados por la naturaleza animal a enfrentarnos a ese “pequeño terror”. No era tiempo en el que se pudiera pensar, había que dejarse llevar por el instinto lascivo.

De un repentino impulso ambos nos fusionamos en un mismo ente. Una lujuriosa simbiosis en la que el provecho era el delicioso placer. Sin separar nuestras bocas, continuamos con nuestro baile guiado por la música de unos leves gemidos. Nuestras manos habían recorrido nuestros cuerpos cientos de veces ya. Queríamos que ese momento fuera eterno, nos agarrábamos con fuerza, como si quisiéramos evitar que uno de los dos se desvaneciera, se perdiera. Unidos por el amor, empezamos a sudar y separamos nuestras bocas para besar nuestras pieles y saborear tal solución salina.

Sin embargo, Úrsula, dejó de lamer mi piel y puso en acción sus dientes. Al principio comenzó con pequeños mordiscos juguetones a los que no les di importancia, pero entonces buscó mi labio inferior y le dio una fuerte dentellada que me hizo sangrar. Tampoco me di cuenta en el momento del inicio de la hemorragia, pero, cuando ella empezó a gemir cada vez más y a relamer insistentemente mis labios, clavé la mirada en los suyos y vi que todo su mentón estaba lleno de sangre, de mi sangre. Me llevé la mano a la boca y enseguida se tiñó de rojo. Percatado ya del mordisco, mi cerebro permitió que sintiera dolor. Tenía una laceración considerable.

Me incorporé con brusquedad y le pregunté la razón de aquello. Ella me respondió que, si me dejaba hacer eso, ambos nos sentiríamos mejor. Y tras su desconcertante respuesta se aproximó a su mesilla de noche, abrió uno de los cajones y extrajo un cuchillo. No daba crédito a lo que estaba viendo. ¿Iba a morir en mi primera vez?

Pero al parecer sus intenciones no eran asesinarme, llevó el cuchillo hasta su región clavicular y trazó una fina brecha en su piel de la que emanó con lentitud sangre. Con una voz inundada en placer sugirió que probase aquello.

Lleno de espanto, lo único que hice fue agarrar mis vaqueros  y salir corriendo de allí. Mientras corría por el pasillo me los puse y busqué en mi bolsillo mi móvil para llamar a la policía. No obstante, mientras miraba la pantalla de mi móvil, me estrellé contra la pared. No veía nada con esa oscuridad, tenía que buscar el interruptor.

Después de tantear la pared lo hallé. Y entonces comprendí por qué me dijo que no encendiese la luz. En el salón estaban sentados en el sofá dos cadáveres, seguramente sus padres, totalmente putrefactos y cada uno con una enorme perforación en el frontal del cráneo. Fue tal el horror de esa imagen que se me cayó el móvil y yo me quedé paralizado. Durante ese lapso de tiempo en el que intenté reaccionar comencé a escuchar llorar a Úrsula.

¿Qué clase de asesino llora si se le ha escapado la presa? Recogí mi móvil y preparé el número de la policía por si la cosa se ponía fea. Fui con cuidado y me asomé a su habitación. Ahí estaba ella, acurrucada en su cama llorando. Con toda la precaución del mundo, entré en su habitación y le dije por qué lloraba. Úrsula se alegró un poco al verme de regreso y entre lágrimas me contestó que su padre era policía y muchas noches regresaba a casa de malhumor. Un fatídico día, no hace más de un mes, lleno de ira y prepotencia, disparó en la cabeza a su madre y luego se disparó él. Ella escuchó los disparos desde su habitación, pero cuando llegó corriendo al salón ya era demasiado tarde, un enorme charco de sangre bañaba a los cuerpos exánimes. Toda la sangre del suelo y las paredes la obsesionó, y su cerebro, carente de cordura, encontró algo excitante en ese líquido rojo. Colocó a sus padres sentados en el sofá y por las mañanas encendía el televisor del salón para fingir que seguían vivos. Desde entonces ella salía por las noches buscando a alguien que compartiera su insana obsesión, pero siempre salían corriendo cuando se percataban de su hematofilia.

Sentí verdadera pena por su trágica historia. Dijo que podía irme y me suplicó que no contara nada de sus padres, más de una vez había tenido que arreglárselas para esconder sus cuerpos cuando venía la policía a investigar. Se tapó la cara con las manos y continuó llorando.

Sin embargo, yo no me marché, yo no había tenido ningún episodio traumático relacionado con la sangre, pero tenía que confesar que aquel líquido no me desagradaba. Me acerqué a ella y pasé mi dedo índice por su herida. Nada más notar mi dedo, Úrsula paró de llorar y se sorprendió al ver que me metía el dedo en la boca para saborear la sangre. La tumbé en la cama y me puse encima de ella, cogí el cuchillo y me rajé las mejillas provocando que decenas de gotas cayeran en su rostro.

Aún con su cara de sorpresa, Úrsula me sonrió. Me quitó el cuchillo y dibujó con él un corazón en su vientre, seguidamente yo hice lo mismo en el mío. Esperamos a que hubiera suficiente sangre y pasamos las manos por la herida para, después, dejar que las manos carmesíes de cada uno fueran saboreadas por el otro.

Poco a poco mi atracción por la sangre fue acrecentando. No era plato de mal gusto, de hecho, creo que este tipo de cosas son las que ponen la guinda al pastel a estos actos tan placenteros, sí… Seguimos trazando en nuestro cuerpo más y más heridas hasta que estábamos completamente bañados en sangre. La pasión y el placer del momento eran indescriptibles, ahora sí que la fusión estaba completa, cientos de gotas y sudor se deslizaban por nuestros cuerpos acabando en nuestras rojizas lenguas.

Y finalmente, empapados en un reguero sanguinolento proveniente de nuestros cuellos, llegamos al clímax. Nos abrazamos con fuerza y nos acurrucamos en la cama mirándonos fijamente. Nos reímos y cerramos los ojos deseándonos buenas noches, no sin antes beber por última vez de esa fuente escarlata que emanaba del cuello.

Sabíamos que ninguno de los dos se despertaría a la mañana siguiente, pero no nos importaba. Todo era perfecto y ella era perfecta. Dolor no sentíamos, ya sabéis que sarna con gusto no pica. Nuestros niveles de endorfinas estaban por los aires. Lentamente nos fue entrando sueño, pero aún sentíamos la respiración y los latidos del otro. Aún se podía escuchar el fluir de la sangre y se notaba el deslizar de esas gotas rojas.

Ahora yacíamos en la cama, abrazados, nuestras sangres todavía se mezclaban, y lo mejor de todo es que siempre recordaríamos esto, nunca lo olvidaríamos. Ella podría estar agradecida de que no hubiera huido, pero yo estaba agradecido porque ella había compartido conmigo algo tan plácido. Me había enseñado una forma deliciosa de tratar algo tan vital como es la sangre, un manjar exquisito para nosotros…

Dulces sueños, cariño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario