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28-09-2015

Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 28 de febrero de 2013

La curiosidad mató al humano


Cuenta una leyenda urbana
que no hace mucho tiempo atrás
vivía un ser que soñaba
con la inmortalidad alcanzar.

Nada más cumplir los dieciocho,
viendo que se hacía mayor,
sabía que su muerte se acercaba.
El joven sentía un gran terror.

Lo que podía haber sido
un día lleno de felicidad,
por esa pequeña fobia,
fue un día de amargo pesar.

Allí contemplaba las velas,
soplando el fuego iba a ver
cuán rápido se apagaba todo.
Predestinado a envejecer.

Tras recibir los coloridos regalos
en una total amargura,
se marchó a su habitación
a llorar por su tortura.

 Miles de objetos habían allí,
pero él sería capaz de donarlos
con tal de que su sueño
pudiera ser al fin alcanzado.

Sus padres desde la puerta
miraban con melancolía
cómo empapado por lágrimas
su hijo en la cama yacía.

 Cada cumpleaños era igual,
el regalo no importaba,
  pues cada uno de Marzo,
su sonrisa de marchitaba.

Muchas veces ellos lo intentaron,
querían hablar con Gabriel,
querían limpiar su tristeza,
querían que estuviera bien.

Pero él siempre rehuía,
no quería hablar del tema.
¿Quién podría entender
que crecer a él le apena?




 Sin embargo al siguiente día,
cuando se levantó con desganas,
pudo observar una carta
escrita con letra extraña.

Pegada a su puerta estaba,
tinta roja se había usado.
¿Quién será –se preguntó
-el que esto me ha mandado?

Fuera como fuera,
quienquiera que haya sido,
en la carta un raro mensaje
para Gabriel iba dirigido:

Hace poco que te veo,
y entiendo tu sufrimiento,
pero yo puedo ayudarte,
prometo que no miento.

Hallé la forma de calmar
el envejecimiento celular
y así al cuerpo dotar
de suculenta inmortalidad

 Mas para ello tú tendrás
unas pautas que seguir
para que así puedas
un gran dolor evadir.

No me busques, Gabriel,
pues ya lo haré yo.
Y espero que no rechaces
esta petición.

Pasará un tiempo,
no sabrás el lugar,
tampoco el momento,
de mí te has de fiar.

Pero yo te prometo,
que valdrá la pena esperar,
porque como quieres ser
finalmente te verás.

Destruye esta carta
y envejece sin más;
guárdala en una caja
y joven te harás.




 Gabriel guardó la carta.
No obstante, nada creyó.
Era imposible ser real
lo que ofrecía ese señor.

Se reía de la magia,
demasiado escéptico era,
como para creer en señores
de varita y chistera.

Siguió con su aflicción,
oscura y dolorosa traición
que al pesimista se le dio
por no cambiar de color.

No renovar su vida,
no tornar el mundo,
y seguir impasible, triste,
lloroso y mudo.

Tiempo atrás Gabriel
la bandera blanca blandió,
y con resignación
a su destino se rindió.

 Mas aún en su interior
una llama bailaba,
el calor de la esperanza
en él aún se hallaba.

Así que Gabriel
decidió aguardar,
y nervioso estuvo
sin parar de pensar:

No estoy para bromas,
aunque no pierdo nada
si una oportunidad doy
a esta fanfarronada.

¿Quién se cree alguien
para decir que es capaz
de jugar con el destino
y el tiempo trastocar?

Ese señor ha de saber
que esto es la vida real,
que la magia no existe,
es fantasía y ya está.




 Y con gran sumisión
días y días esperó,
pero ningún señor
en su casa se presentó.

Sin embargo,
justo antes de abandonar,
un desconocido
a su puerta fue a llamar.

Con alegría y sorpresa
 Gabriel a abrir corrió,
pero allí sólo encontró
un pequeño arcón.

Una caja dorada
con joyas engarzadas
y en cuya base de oro
una nota colgaba.

“Este cofre diminuto
tu vejez prohibirá,
pero cuatro reglas
tendrás que acatar:

 La número uno.
Lo importante y crucial
es guardar bien el cofre
y no abrirlo jamás.

Como número dos
tendrás la obligación
de ignorar del recipiente
todo grito o canción.

Debido es al encerrarlo,
este llamará tu atención,
pero haz caso omiso,
te lo pido por favor.

La regla número tres dice
que la curiosidad evites,
no quieras saber del cofre
más de lo que necesites.

Y la última regla,
la más difícil de cumplir,
es que consigas adaptarte
a un infinito vivir.”




 ¿Adaptarme a vivir?
¡Es así como deseo estar!
-dijo Gabriel convencido
-Ojalá esto sea verdad…

Colocó entre sus manos
el delicado arcón
y directo lo llevó
hasta su habitación.

En un cajón permaneció,
y meses y años pasaban.
Mientras tanto, Gabriel,
seguía sin creer nada.

Pues al mirarse al espejo
un adulto Gabriel vio.
¡Todo era mentira,
timado por un traidor!

Mas al final, por fuerza,
el chico tuvo que creer
debido a los halagos ajenos:
“te conservas muy bien”.

 Gabriel hubo de admitir,
que con la edad de sesenta
en absoluto era normal
tener una piel de treinta.

Ahora por sus venas
una gran intriga corría.
¿Todo esto era real,
acaso la magia existía?

Abrió el viejo cajón
y una fría sensación
al tocar el cofre
su espalda recorrió.

Enseguida, con debilidad,
sus manos de ahí retiró,
y a su mente llegaron recuerdos
 que el “chico” olvidó.

Ahora entendía todo,
la razón de que soñando
siempre una voz oyera,
como si estuviera gritando.




 No eran imaginaciones,
todo ocurría de verdad,
y ahora que lo sabía
 lo iba a pasar muy mal…

Como si el cofre, vivo,
viese que Gabriel se percató,
empezó a emitir sonidos,
una melódica canción.

Y este, embelesado,
ignorando el frío dolor
procedió de nuevo a abrir
ese maltrecho cajón.

Allí seguía brillando.
¡Regla dos, violada!
Quería verlo de cerca.
¡Regla tres, quebrada!

Una sorpresa se llevó
cuando la primera se saltó
y en el interior del arcón
absolutamente nada vio.

 Triste y desilusionado,
de nuevo, el cofre cerró,
lo guardó en el cajón
y se fue de la habitación.

Los días posteriores
recorrió su espina dorsal
una ponzoñosa sensación
de extraña debilidad.

Todos los días Gabriel
se miraba ante el espejo,
por si había roto algo
y se estaba haciendo viejo.

Por fortuna para él,
aún era inmortal,
pero luego vería
que no era primordial.

No pasó mucho tiempo
cuando su tez palideció
sus piernas flaquearon
y su cuerpo se debilitó.




 Fue una mañana de esas
en las que, al despertar,
contempló, horrorizado,
 que no se podía levantar.

Ni abrir sus pestañas,
tampoco hablar,
totalmente inmóvil,
sólo escuchar…

Ahora comprendió
el error que cometió:
abrir el dorado arcón
en inerte le transformó.

Y viviendo solo,
y escaso de amistad,
sabía que estaría ahí
por toda la eternidad.

Después de todo,
sin ninguna movilidad,
¿quién puede desear
ser un ente inmortal?

 Con la cuarta regla rota
y estando así por siempre
no tuvo más remedio
que emplear su subconsciente.

Una leyenda horrenda
la de este incauto chaval,
que por querer curiosear
destruyó su inmortalidad.

Pero existe un rumor
de que si vas a dormir
y prestas mucha atención
a Gabriel puedes oír.

Muchos dicen que es cierto
mas nadie sabe lo que dice,
exceptuando una frase:
“¡ayudadme a ser libre!”

De esta trágica historia
del arcón y Gabriel
dos importantes lecciones
habrás de aprender:

 Puede que lo que deseas
al final no lo quieras tener.
Y que a tu curiosidad
un límite le has de poner.


lunes, 25 de febrero de 2013

El Consejo de los Seis Puñales: Insania [6]



Aquel bosque, el Bosque de la Penuria, era famoso por su gran cantidad de posadas. Era el punto de reunión de cualquier viajero, el corazón de descanso de toda travesía. Se encontraba justo en el centro del bosque y,  a pesar de su nombre, de bosque no tenía nada esa zona. Tiempo atrás, un Ancestro, una clase de hechicero extinguida en la actualidad, no fue capaz de controlar su odio e invocó un enorme meteorito que impactó contra el bosque arrebatando al terreno toda su fertilidad. Jamás volvió a crecer nada allí. Los Druidas de los alrededores intentaron revivir la tierra, pero estaba totalmente exenta de vida. Poco a poco una capa de polvo grisáceo invadió la zona enterrando los restos chamuscados de los árboles y demás flora.  Una vez que los Druidas abandonaron el sitio, mercaderes y posaderos, informados del suceso, vieron de esa zona un lugar perfecto para aquellos que quisieran adentrarse en el bosque, ellos vendrían escasos de víveres y cansados y entonces estarían ellos para saciar sus necesidades. El sitio fue bautizado como el Bosque de la Penuria y poco a poco se fueron construyendo posadas y tiendas. Y, aunque por lo contado, el sitio parezca pequeño, la extensión del impacto fue enorme, de hecho, entre una posada y otra pueden haber kilómetros de distancia. Además, sin explicación alguna, cada año el efecto del meteorito marchita la flora de los alrededores del Bosque de la Penuria, por lo que lentamente este se va haciendo más y más grande.


El Consejo de los Seis Puñales había llegado hasta allí. Estaban cansados, así que decidieron dividirse e ir cada escuela de magia a una posada distinta, así por ejemplo los Brujos de Hex Mal Fario fueron a la Posada del Cuervo y los Brujos de Inanis la Abisálica optaron por dormir en la Casa Sombría, ambas posadas en extremos opuestos del Bosque de la Penuria.

Acordaron junarse todos en el Descanso del Muerto, posada que se hallaba exactamente en el centro del lugar y donde descansarían los Brujos de Nexus el Aespacial. Tendrían que hablar sobre dónde ir cada uno para instruir a sus aprendices. No volverían a verse durante mucho tiempo, así que tenían que estar bien despiertos ese día, se hablarían cosas muy serias.

Ignis llevó a sus Brujos a la Posada Telaraña, una de las peores posadas que podían encontrarse allí. Él les dijo a sus aprendices que lo hacía por su bien, pues lo que iban a vivir no iba a ser un cuento de hadas, iban a ser perseguidos por aquellos que repudiaban el maná y seguramente muchas lunas tendrían que pasarlas huyendo, en soledad y en condiciones pésimas. En parte, tenía razón, pero podría haber hecho como los otros Grandes Brujos y haberles llevado a una buena posada. Incluso Inanis lo había hecho. Mañana sería un día agotador…

-Muy bien, buscad un sitio en el que dormir, yo… me quedaré hablando con el posadero. Espero que disfrutéis de esta noche, será de las pocas que tengáis tranquilas si queréis seguir el camino de un Brujo de la Llama.

Realmente Ignis no iba a hablar con nadie. Aún en su cabeza rondaba su fallido enfrentamiento con Tenebra. Quería saldar cuentas, pero por desgracia el Escondite Aullante, posada donde estaban ella y sus Brujos de la Oscuridad, se encontraba bastante lejos de la Posada Telaraña.

En vez de ir en su busca, Ignis optó por quedarse en el exterior de la posada y practicar su magia. Estaba claro que si una novata Bruja era capaz de matarle con un solo hechizo, él seguía siendo débil, muy débil. Pero no se percataba de que toda persona debe dormir, y esa noche sin descanso sí que le haría realmente débil frente al día de mañana. Podía tener en su interior una llama perenne, pero esta no era capaz de quemar su ego. Si tenía que estar toda la noche haciendo conjuros, a pesar de que eso le dejara para el arrastre y su propio corazón incandescente corriera peligros, Ignis lo haría.
Recogió unos cuantos escombros del suelo y los colocó a doscientos metros de distancia. Seguidamente con unas llamas frías hizo levitar otro montón de escombros a distintas altitudes. Agarró el Puñal Llameante y lo lanzó al aire para que invocara una lluvia de fuego del Núcleo. Este fuego requería mucha energía por parte del taumaturgo, y además era un fuego capaz de dañar a aquellos que dominaran la magia ígnea. En pocas palabras, Ignis había invocado una lluvia ígnea que podía dañarle. Hubiera sido demasiado fácil disparar a los objetivos sin tener que moverse del sitio. Ahora no sólo tendrías que buscar las dianas, sino que tendría que estar atento a las inmensas rocas de fuego que caían del cielo.

Con agilidad esquivó la incesante lluvia mientras disparaba bolas de fuego a sus objetivos. Sus pies y sus manos dejaban una estela de fuego, se movía a una velocidad sobrehumana. Confiado, dejó de observar el cielo y fue directamente a por los escombros, pero ese fue su error. Una roca ígnea impactó a escasos centímetros de él y la onda expansiva le hizo caer al suelo. Conmocionado, no tuvo tiempo de reacción para esquivar otra roca que iba a colisionar contra él en pocos segundos. Cerró los ojos por puro instinto y se preparó para lo peor.

Sin embargo, una garra de oscuridad desintegró por completo la roca. Seguidamente agarró a Ignis y lo arrastró a una zona segura de esa lluvia. Lo soltó y se dirigió al Puñal Llameante para que cesara de invocar el fuego del Núcleo. Lo cogió, lo enfrió y se lo devolvió a Ignis.

Ignis persiguió con la mirada la estela sombría que había dejado esa garra. En la lejanía se distinguía con dificultad una silueta. El Brujo lanzó al aire una llama para iluminar la zona. Entonces fue cuando se dio cuenta de que su salvadora no era otra que Tenebra Corazón de Ébano.

-¿¡Se puede saber qué haces aquí!? ¡Has interrumpido mi entrenamiento!

-No quería molestar… Simplemente vine para pedirte disculpas por lo que pasó horas atrás. Vi que estabas ocupado y esperé a que acabaras, pero como te vi en peligro quise ayudarte…

-¿Y quién te ha dicho que necesitara ayuda? Si no era capaz de sobrevivir a un mero entrenamiento, entonces debería haber sido perforado por esa roca.

-¡Oh! No digas eso… fallar no significa abandonar. ¿Ibas a morir por tan sólo un simple traspié? Yo no hubiera sido capaz de aguantar tanto tiempo en ese entrenamiento, y creo que ninguno de los otros Grandes Brujos.

-¡Fallé la prueba! Eso es síntoma de debilidad.

-¿Y no es síntoma de debilidad el haberse rendido y haberse dejado morir?

Ignis enmudeció. Le costaba admitirlo, más aun proviniendo de su enemiga, pero tenía razón. Ese acto de no haber hecho nada por esquivar la roca sí era un síntoma de debilidad y no el haber recibido un golpe, sobre todo cuando fue culpa suya por no haber prestado atención. Por primera vez la furia de Ignis se calmó un poco.

-Puede… puede que tengas razón. Después de todo, tampoco puedo caer derrotado ante el primer golpe. Supongo que… supongo que tengo unos aprendices que esperan aprender de mí este caótico arte.

-Eso está bien. –dijo Tenebra sonriendo. –Por cierto, entonces… ¿aceptas mis disculpas?

-Las acepto con una condición. Te propongo un duelo. Yo confeccionaré un tipo de entrenamiento para ti y tú uno para mí. Veamos quién acaba antes.

Tenebra aceptó. Clavó el Puñal Sombrío en el suelo e invocó un vórtice de oscuridad. Creó unas cuantas garras que levantaron varios trozos de tierra y los colocó encima del vórtice a diferentes distancias, siendo el más alto en el que se hallaba su puñal.

-No te preocupes, si caes, el vórtice solamente te escupirá a pocos metros de aquí.

Ignis, por su lado, invocó una gran cantidad de muros de fuego y formó un laberinto flameante. Después lanzó dentro su puñal. Desde un principio tenía pensado un reto más difícil y letal para ella, pero en vistas de que Tenebra se lo había puesto fácil, supuso que tendría que ser un poco más blando con la prueba.

-Ten cuidado con llegar a un callejón sin salida. Estas llamas perciben el movimiento, si estás mucho tiempo en el pasillo equivocado las llamas te devorarán. Espero que sepas defenderte.

-¡Sin problema! –contestó con seguridad.

Tenebra se colocó en la entrada del laberinto e Ignis en la orilla del vórtice. Contaron hasta tres y se prepararon para comenzar la prueba, pero en ese momento un grito les interrumpió. Alguien se acercaba y por el tono de su voz parecía que huía espantado por algo.

-¡Por favor! ¡Alguien tiene que ayudarme! ¡Alguien ha de detenerle!

Ignis y Tenebra optaron por posponer las pruebas. Hicieron desaparecer sus hechizos y recuperaron sus puñales. Fueron en dirección del vocerío y encontraron a un hombre con dos heridas brillantes en su pecho. Ignis supo enseguida que esas heridas estaban hechas por magia magmática, muy similar a la ígnea, sólo que esta también puede manejar las rocas. Cuando se aproximaron un poco más, pudo detectar sus prendas. Un Tahúr, tal vez sería un engaño todo aquello. Ignis dijo a Tenebra que guardara las distancias y que se quedara en guardia por si era una emboscada. Él siguió corriendo hacia él.

-¿Se encuentra bien?

-¿Eres… hechicero?

-Sí, soy un Brujo. Veo que tus heridas son profundas, pero no hay hemorragia.

-Un Brujo… he oído hablar un poco de vosotros.  Supongo que podrás hacerle frente. ¿Sabes manejar el fuego?

-Por supuesto. Soy Ignis el Moldeabrasas, Gran Brujo de la Llama, vengo de la Tierra y luché en el frente de batalla en la Guerra de los Arcanos.

Pero Trug había dejado de escucharle cuando vio en su cinturón aquella arma. No podía creer lo que veían sus ojos. No era posible que uno de los Puñales de la Insania siguiera existiendo. Y todo empeoró cuando Tenebra, al ver que Ignis tardaba en regresar, se aproximó a ellos. Vio que de su cinturón también colgaba otro de los Puñales de la Insania. Trug fue uno de los testigos de su destrucción. ¿Cómo era posible que dos siguieran intactos?

-¿Sois… sois sucesores de los Hermanos Penumbra? –preguntó mientras daba varios pasos hacia atrás.

-¿Cómo? ¡Ah, no! Verás… resulta que…

Tenebra no tuvo tiempo de acabar la frase. Una enorme hoz atravesó el cuello de Trug decapitándole. Detrás del Tahúr había alguien, alguien que se dejó ver enseguida, cuando el cuerpo de su víctima cayó al suelo. Rápidamente los dos, al ver ese maltrecho rostro, supieron quién era. Shan el Insano había encontrado a dos de los Brujos que estaba buscando, dos que, según él, estaban provocándole todo ese dolor.

-¡Shan! ¿Qué le ha pasado a tu… aspecto?

-Lo he mejorado. Pero no vengo a conversar. Entregadme los Puñales.

Ambos se negaron. Shan se rió como un desquiciado y empuñó su hoz en señal de ataque. Tenebra invocó una bola de sombras e Ignis una esfera ígnea. Los dos hechizos se dirigieron rápidamente contra Shan, pero fue en vano, los dos fueron absorbidos por la hoja de su hoz. No tenían nada que hacer frente a un Segador, un Segador corrupto.

Ignis le dijo a Tenebra que fuera a pedir ayuda, que despertara a todo Brujo o hechicero que pudiera enfrentarse al Insano. El Moldeabrasas sabía muy bien de lo que era capaz un Segador, y su aspecto empoderado empeoraba las cosas. Agarró su puñal para potenciar su magia y alzó entre él y Shan un muro de fuego similar a los que había creado en el laberinto, pero más alto y ardiente.

Sin embargo, y con el mínimo esfuerzo, Shan el Insano lo atravesó sin sufrir quemadura alguna. Estaba claro que el misterioso hechicero que había causado las heridas de Trug era él, manejaba la magia magmática e Ignis lo único que podía hacer era resistir su magia, pero no contratacar. Ninguno de los dos podía dañarse, eso era lo malo de un enfrentamiento magma-fuego. Pero Ignis se equivocaba, Shan no sólo era capaz de usar el magma. Enseguida lo comprobó cuando un rayo de oscuridad surgió de su dedo índice y perforó el corazón de Ignis.

El mecanismo de defensa de Ignis se activó ipso facto, se envolvió en llamas y se convirtió en cenizas. Era perfecto, ahora sólo debía concentrarse en no materializarse y permanecer así. Ahora se camuflaba con el resto de cenizas del terreno. Tenebra ya estaba lejos así que no corría peligro, podía huir tranquilo.

Lo malo fue que Shan podía oler su maná y sabía que seguía vivo. Empezó a clavar frenéticamente una y otra vez su hoz en el suelo para intentar dar con él. El Brujo, en ese estadío, era muy débil, una pequeña estocada podría matarle para siempre porque ahora mismo su llama estaba apagada, y sin llamas no hay resurrección alguna. Por suerte Ignis podía moverse rápido por ese terreno, así que su plan era cansar a Shan, resucitar y contratacar aunque fuera apuñalándole con el Puñal Llameante.

-Me canso de estos juegos.

Shan apuntó con su hoz justo en el lugar donde se encontraba Ignis. Levantó toda la ceniza del lugar y le obligó a materializarse. Y justo antes de que pudiera reaccionar, le clavó la hoz en su vientre.

-Veamos cuánto calor eres capaz de soportar…

Las manos de Shan se prendieron en llamas para después hacerlo la hoja de su hoz. Ignis, para protegerse de aquello, se prendió fuego a sí mismo. Mientras la hoja aumentaba su temperatura, el cuerpo del Moldeabrasas también. Ahora tenía que aguantar. Si por algún motivo la hoz del Insano llegaba a una temperatura que Ignis no pudiera alcanzar, entonces estaría perdido.

Mientras tanto, Tenebra, que en vez de haber ido a por ayuda se había quedado observando en la lejanía el combate, pues algo la decía que su compañero iba a salir mal parado, fue tan rápido como pudo a socorrerle. Invocó en sus manos cuatro cuchillos formados por sombras y se los lanzó en la cabeza a Shan. Esto hizo que se distrajera y así Ignis tuvo ventaja en el duelo de la temperatura el suficiente tiempo como para quitarse con sus propias manos la hoz de su vientre. Se cauterizó la herida y poco a poco, con el fuego, se fue regenerando. Pero esto a Shan no le importaba, ahora su objetivo era Tenebra. Lanzó cientos y cientos de rocas de lava en su dirección, pero rebotaban en un escudo oscuro que ella había conjurado.

-Se acabó el tiempo…

Cuando Shan pronunció estas palabras. Clavó el extremo opuesto a la hoja de su hoz en el suelo. Miles de rayos en distintas tonalidades de azul brotaron del arma. Ignis y Tenebra no pudieron hacer absolutamente nada para evitarlos. Cada rayo que impactaba contra ellos les debilitaba más y más, cada uno les arrebataba parte de su poder. Quisieron escapar, pero se encontraban con muy pocas fuerzas. Ya no podían hacer nada, estaban acabados, habían perdido.

Al cabo de un rato, los dos Brujos perdieron la consciencia. Shan, en un principio, había venido a matar a los seis, pero sabía que los otros cuatro podían estar bastante lejos de allí, así que optó por reducir a estos dos y usarlos como señuelos. Sería mejor esperar a que comenzaran a buscarles y entonces Shan tendría su momento. Con el Consejo de los Seis Puñales muerto y los Puñales de la Insania destruidos, al fin podría descansar.

Confeccionó con el maná interdimensional unas jaulas en las que metió a Tenebra y a Ignis. Enterró el cadáver de Trug y se adentró en el bosque para dormir. Había que reponer fuerzas. Mañana podría enfrentarse a todo un ejército entero de Brujos, aunque no sería ningún reto para él.

Solamente tocaba esperar…

sábado, 23 de febrero de 2013

Pequeño diario de una pequeña alma #3


Vaya… ya suponía que no tardarías en venir.  Seguramente pensaste que mi día de San Valentín estaría lleno de amargura. Creo que te equivocas, te consideraba más inteligente, Borja… Sí, no te asombres, ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos. Y durante ese lapso de tiempo he podido averiguar lo que ocurrió con tu “persona”.

Al parecer no somos tan diferentes. Tú renegaste de tu corazón, de tus sentimientos para salvar a una persona. Yo, por mi parte, me he imposibilitado a mí mismo el poder amar a las personas para que mi lado oscuro no pueda dañarles. Tú no tienes corazón, el mío está inutilizado. Tú arrancas almas de los abismos más oscuros, yo siego vidas. Ambos estamos en plena sinergia con el mal y el bien, aunque aquí tú tienes más control, yo solamente puedo resignarme cuando a mi maldad le apetece despertar.

Pero bueno, al grano, si has venido para ver cómo he pasado estos días te diré que bastante mejor de lo que esperaba. Hasta hace poco San Valentín sí era una fecha que realmente me afectaba, estaba triste y cansado de estar siempre solo, no había nadie en el mundo con el que pudiera compartir mis aficiones, con quien divertirme todos los días y con quien superar los momentos amargos de la vida. Y no Borja, tú y yo sabemos a lo que me refiero, puedo hacer esas cosas con otras personas, sí, pero mis años observando a toda la gente que pasaba por mi vida me hicieron comprender que hacer todo eso con aquello que llaman “persona especial” otorga un toque mágico que no puede dar ningún otro tipo de relación.

Oh, y, por supuesto, que haya admitido que estoy condenado a vagar solo en la vida no significa que mi lado bueno no sea capaz de seguir debilitándose. Aquel catorce de Febrero ocurrió. Han pasado casi dos semanas de lo acontecido, pero incluso mi verdadero yo, inconsciente en esos momentos, lo recuerda.

Me desperté con normalidad, antes del desayuno tenía dos piernas que trocear. Sí, Borja, al final decidí descuartizar también a mi hermana y a mi madre. Llegué a la conclusión de que teniéndolas en casa lo único que haría sería provocarme más dolor y fortalecer a mi maldad. Así que poco a poco las fui haciendo trocitos y los depositaba en el cubo de la basura, por la tarde tiraba la bolsa en el contenedor y listo.

Por cierto, si te preguntas qué pasó con mi tercera víctima, bueno, hace tiempo ya que está esparcida en minúsculas partes por toda Málaga. Jamás pensé que se podría cometer el crimen perfecto, pero, o una de dos, o la policía es incompetente o he hecho una obra maestra, sea como sea, ese hombre es historia.

Prosigamos. Continué haciendo añicos los huesos de las dos piernas de mi madre, realmente eran huesos bastante frágiles, casi podía partirlos sin necesidad de usar un martillo. Metí los trozos en la bolsa de la basura y me preparé unas tostadas. Fui al salón y encendí la televisión mientras desayunaba. Enseguida mi maldad golpeó mi cuerpo, se había despertado. Y estaba clara la razón, intenté hacer zapping, pero no había canal en el que no deseasen “Feliz Día de los Enamorados”. Asco de mundo… Quise concentrarme en olvidar mi aflicción, pero aún no había enfriado lo suficiente mis venas como para asimilar por completo mi soledad. Mi maldad siguió golpeándome. De verdad, con todas mis fuerzas intenté impedir que se manifestara al exterior… pero aún no estaba preparado para hacerle frente. Mi cuerpo desmenuzó la tostada. Era la señal, ya no era yo, nuevamente, otra vez el mal me dominaba, y tenía hambre…

Me vestí y salí de casa. Bajé las escaleras y justo antes de salir a la calle observé que en mi buzón había algo… Me acerqué y comprobé que era una carta. Era extraño, seguramente algún recibo, aunque no estábamos a final de mes. Saqué mis llaves y abrí el buzón para extraerla. Iba dirigida a mí. La abrí y dentro vi un papel escrito por ambas caras. Lo primero que me llamó la atención es que por varias partes del papel habían corazones dibujados. ¿Sería esto una broma de mal gusto? Sin embargo, cuando leí la carta mi verdadero yo, ahora atrapado, recuperó milagrosamente sus fuerzas, aún no podía vencer a la maldad, pero me sentía sin duda con más poder. En un breve resumen la carta, al parecer escrita por una chica, decía que había estado observándome sin que yo me percatara y que, aprovechando que hoy era San Valentín, quería darme la oportunidad de conocerla yo a ella. Al final del papel había una dirección escrita, era el nombre de una calle.

No podía creérmelo, ¿ahora que había asimilado, en mayor medida, que estaba hecho para vivir en soledad viene alguien que quiere conocerme? ¿¡QUÉ CLASE DE BROMA MACABRA ES ESTA!? Seguro que era para burlarse de mí, nadie en su sano juicio se enamoraría de mí, ¡venga ya! Soy la imperfección humanizada, los espejos estallan en pedazos para evitar recibir mi reflejo, hasta mi sombra es más atractiva que yo. Por no hablar de mi interior, un demente bipolar amante de las películas de terror y la sangre, adicto a todo lo bizarro y mis únicos temas de conversación son sobre libros, ciencia y videojuegos, soy eso que llaman friki. Soy una persona de las que se saca mayor beneficio cuando está muerta. Y AHORA ALGUIEN JUEGA CONMIGO. Claro que iré a esa cita, solamente tenía pensado matar a cuatro personas, dos parejas de esas que manifiestan hoy todo su amor, pero no tengo ningún problema con los números impares. Ella se lo ha buscado.

Así que guardé la carta en el bolsillo de mis vaqueros negros y salí a la calle. Sabía perfectamente por qué lugares encontrar a mis presas. Que fuera de día no era un problema para mí, dejando a un lado el tema de que hoy todo el mundo está idiotizado, había una serie de callejones en los que podría apuñalarles sin distracciones. No es mi estilo el de repetir una misma técnica homicida tantas veces, pero de momento las armas blancas hogareñas eran lo único que tenía al alcance. Además, no hay nada tan silencioso como un buen cuchillo, pequeño, manejable y pueden comprarse en los supermercados. Luego la gente se queja de que en Estado Unidos se venden armas de manera fácil, yo puedo ir al mercado de la esquina y comprarme cuatro cuchillos, de diferentes tamaños, bien afilados y con dientes de sierra, por el módico precio de quince euros. Mucho más prácticos que un arma de fuego, que tienes que estar constantemente comprando munición. Con los cuchillos es apuñalar, limpiar la sangre y como nuevo. En resumen, creo que estoy más cuerdo que muchas otras personas.

Pero sigamos con mi día de caza. Llegué al centro de la ciudad y ya divisé mis cuatro objetivos. Dos parejas se metieron justamente en el callejón que te dije antes, se supone que mi intención era conducirlos hasta allí con alguna treta, pero parece que los gilipollas me estaban facilitando el trabajo…

Mientras esos cuatro repugnantes sacos de escoria seguían manifestando su amor, [Amor… sí, como si ese vocablo existiera…] yo caminé por una calle paralela para llegar al otro lado del callejón. Y allí los vi, con sus labios pegados como ventosas y pegados en la pared. Ninguno de los cuatro parecía estar muy atento al panorama que le rodeaba, de hecho llegué a quedarme justamente al lado de una de las parejas sin que se dieran cuenta. Podía escuchar el sonido de sus lenguas chocando y el movimiento de la saliva. Qué asco… No podía soportar más esa imagen. Extraje los dos cuchillos de los bolsillos de mi chaqueta y les rajé las gargantas para que no alertaran a la otra pareja, la cual se encontraba escasos metros más adelante.

Me hizo gracia ver como sus pupilas se contraían tras estar completamente dilatadas ante tal explosión de placer. ¿No estaban tan enamorados? Pues nada, les he evitado el sufrimiento de una inevitable ruptura en un futuro no muy lejano. Mientras caían al suelo lentamente me abalancé contra la segunda pareja. Al chico le atravesé el maxilar inferior perforando incluso la apófisis palatina, así, con la boca cerrada, no podría hacer mucho ruido. A la chica, antes de que corriera a pedir ayuda, conseguí seccionar sus tendones de Aquiles. Aquí he de admitir que la suerte tuvo un papel crucial, ya que, ella, al caer, se golpeó la cabeza con un ladrillo que sobresalía de la pared haciendo que perdiera el conocimiento.

Estaba claro que la hemorragia de la chica la mataría antes que yo, eso era algo que no podía permitir, tendría que dejar al otro para el final. Dejé el cuchillo clavado en su mandíbula y me dirigí hacia ella. La levanté del suelo y tracé con el cuchillo dos líneas descendentes que salían de las comisuras de su boca. Algo así como una sonrisa de payaso… pero al revés. Seguidamente, tras enseñar su cara a su querido novio, la rompí el cuello. Ya podía salir toda la sangre que quisiera de su cabeza, ya no respiraba.

No me hizo falta inmovilizar al chico, sabía perfectamente que ver a su novia morir le paralizaría. Adoro los trucos mentales. Sin más dilación agarré el mango del cuchillo de su mandíbula y empujé diagonalmente hacia abajo para que la hoja rasgara perpendicularmente su cuello. Pude escuchar cómo los cartílagos laríngeos se iban cortando a su paso. Pero no era suficiente, podía seguir, así que seguí empujando hacia abajo hasta que finalmente choqué contra el manubrio del esternón. Supongo que ya era suficiente, la mano que sujetaba el mango estaba totalmente roja, había hecho un bonito río de sangre que emanaba de su garganta.

Lo peor de todo esto era que luego de madrugada tendría que regresar para recoger los cuerpos y limpiar la sangre. Por el momento dejé los cuerpos metidos en el contenedor abandonado del callejón y extendí la fina tierra que había en el suelo por los charcos de sangre. No había ningún peligro, nadie pasaba por allí a excepción de los sábados y a partir del mediodía el alcantarillado desprende un olor muy desagradable justo en ese callejón, así que no habría problemas de que otra parejita que quisiera mostrar su amor al mundo pasase por allí.

Ahora sólo me quedaba esperar hasta las once de la noche, hora en la que esa desconocida me había citado. Era un lugar bastante transitado, pero no veía problema alguno en conducirla hasta algún sitio que estuviera inhabitado a esas horas. Tal y como se mostraba en la carta, sería tarea fácil degollarla.

Cuando el reloj marcó las once ya estaba esperándola en esa calle, estaba sentado en un banco. Aún se notaban un poco los restos de sangre, sobre todo en los bordes de mis uñas, pero con la oscuridad no creo que ella se diera cuenta. Pasaron cinco minutos y entonces vi una chica en la lejanía. Nada más verme vino corriendo. Se alegró mucho al ver que había acudido. Se presentó con el nombre de Samanta. Era bastante guapa y simpática, una lástima que hoy fuera su último día de vida. Propuso que fuéramos a una heladería cercana, que me invitaba, obviamente acepté, se mata mejor con el estómago lleno.

Mientras caminábamos empezó a contarme un montón de cosas, al principio fingí interés, pero comencé a darme cuenta que esa conversación, por muy aburrida que fuera, estaba dando fuerzas a mi lado bueno. La idea de matarla se estaba desvaneciendo… pero… debía… cumplir mis intenciones… ella tenía que morir. ¿Pero por qué? Pues porque seguro que estaba gastándome una broma, seguro que después se reiría de mí. Nadie puede quererme, nadie lo ha hecho nunca, es una condena con la que cargo. ¿Pero y si no es una broma? Seguro que lo es, debe morir por ello, voy a clavar el cuchillo en su garganta tan profundo que romperá hasta su atlas y su axis, continuaré cortando hasta que su cabeza se desprenda de su cuerpo y entonces no podrá reírse de mí, como hacen todos. Los monstruos son horrendos, pero yo no necesito ser bello, ni ser perfecto, me vale con ver morir a todo el mundo. Sí, eso haré, la mataré y la llevaré a mi casa, después recogeré los cuerpos del callejón y también los traeré a casa. Pero tengo que matarla antes de las doce, mi cometido era matar a cinco personas, aún puedo batir un récord personal. Sí, he de hacerlo…

Tras el helado, mi verdadero yo se encontraba con las suficientes fuerzas como para golpear mi cuerpo. Estaba por primera vez debilitando a la maldad de mi ser. No podía ser verdad, jamás antes había podido hacerle frente y ahora, por alguien que se reía de mí, lo estaba consiguiendo. Pero justamente, al alertar al mal de aquello, puse en peligro mi pellejo, porque, viendo que pronto volvería a mi interior y saldría de nuevo mi bondad, agarró el cuchillo e intentó sacarlo de mi bolsillo. Rápidamente tomé parte del control de mi brazo y luché para que no lo hiciera. Menos mal que en ese momento Samanta estaba hablándome, porque no hubiera sido capaz de detenerle si yo hubiera estado conversando con ella en tal circunstancia.

No obstante, él controlaba mejor el brazo y poco a poco iba sobresaliendo el cuchillo del bolsillo. Aun así, tenía un as en la manga, tomé el control total de mi otro brazo y clavé fuertemente las uñas en mi otra mano para que lo soltara. Mi plan tuvo éxito, su control del brazo desapareció. Poco a poco me fui haciendo con el control del cuerpo hasta que finalmente dominé mi mente.

Sabía que iba a contrarreloj, así que empleé ese tiempo regalado en decirle a Samanta que me olvidara y que me dejara en paz para después salir corriendo de allí en dirección a mi casa. Fuera una broma o no, había sido la primera persona en dar fuerza a mi bondad, no se merecía morir. Solamente esperaba no volverla a ver, no sabía si podría evitar su muerte más adelante, cuando el mal fuera más poderoso.

A medida que me alejaba del lugar e intentaba olvidar a Samanta, la oscuridad volvió a dominarme. Pero ya era tarde para mí, ya eran más de las doce, así que solamente podía descansar en mi cama y ponerme el despertador a las cuatro de la mañana para recoger los cuerpos. Después de todo, ambos lados, el bien y el mal, tuvimos un buen San Valentín, uno conoció durante breves instantes el amor y otro sació su sed de sangre matando gente que se quería…

¿Sigues pensando que tuve un San Valentín lleno de amargura, Borja? Espero que no. El resto de días hasta hoy los he dedicado mayoritariamente a descuartizar a esos cuatro. Poco más, sigo yendo a clase y siempre antes de tirar la basura hago trozos una parte de sus cuerpos. Un poco monótono sí, pero así mantengo a raya mi violenta sed.

Con respecto a Samanta… no volví a saber de ella, a lo mejor hay una carta en mi buzón, pero no me he dignado a mirar, si fuera así podrían volver esos deseos de asesinarla. Y no quiero eso… ¿o sí? 

Tengo que matarla… Tengo que… verla.

Déjame en paz.